14. Última oportunidad, parte II
Ante la visión del arma y la realización de lo que venía a continuación, Charis se alejó con un repullo y examinó sus ojos color ámbar apagados y exhaustos, con una entremezcla en los suyos de miedo y recelo.
—Son ellos o nosotros —adujo él.
Y tras un momento de considerarlo, ella cerró los ojos y asintió.
—Debemos apresurarnos —dijo Jesse, tomada la decisión, y miró en dirección de la puerta—. Joyce no vigila afuera.
—¿Cómo lo sabes?
—Marcel no le envió. Los otros tampoco han venido con él. No lo escoltaban cuando entró. Gérome vino por su cuenta... Probablemente lo haya hecho a costa de los demás...
Charis abrió los ojos al comprender lo que eso significaba:
—Pero si la puerta se cierra por fuera, entonces...
—Quiere decir que está abierta —aseveró Jesse.
Se aproximó al cuerpo de Gérome. No estaba seguro de si respiraba todavía, y no vio caso en comprobarlo. Empuñó el punzón todavía clavado a la parte trasera de su cuello y lo arrancó, provocando que una fina línea de sangre bajase por su piel pálida, uniendo los puntos de sus lunares.
Jesse volvió con Charis y le dio el punzón. Ella se resistió a tomarlo, mareada por la visión de la sangre, y él sostuvo el punzón en la mano de ella, envuelta en ambas suyas, impeliéndola a retenerlo.
—No quiero —jadeó ella, con los dedos flojos alrededor de la empuñadura, negándose a sostenerla, pero Jesse no le permitió soltarla.
—Charis, es sólo por si debes hacerlo. Escúchame; es importante que sepas cómo.
—¡No quiero apuñalar a nadie!
—Si tu vida peligra y por cualquier motivo no puedo ayudarte, necesitas cómo defenderte.
Ella volvió el rostro hacia él y exhaló, derrotada.
Jesse llevó el extremo del punzón a su propio cuerpo y sostuvo la mano de Charis firme allí para indicarle la zona correcta. Justo bajo el esternón, entre sus costillas.
—Aquí —le dijo—. Entra en el centro y clava el filo hacia arriba. Todos los órganos vitales están entre las costillas. Retuércelo si puedes. Y asegúrate de retirarlo después.
—Oh, por dios —masculló ella—. De acuerdo...
—Ahora guárdalo bien. Recuerda, sólo es una medida.
—¿Qué piensas hacer tú? Ellos son cinco y tú uno solo.
Jesse abrió los labios pero no pudo continuar mirándola a los ojos cuando consiguió hablar. Sostuvo la vista todo el tiempo en el arma en su mano, la cual empuñaba firmemente y que ella evitaba mirar a toda costa.
—Charis... a partir de este momento, yo-... —Se humedeció los labios secos obra de la ansiedad y exhaló hondo—. Es posible que veas una parte de mí que yo no-... Que nunca hubiese... querido mostrarte. Y quiero que sepas... que jamás hubiese deseado que esto-...
Ella lo acalló, acunando su rostro en sus palmas cálidas:
—Shhh... Lo entiendo —le dijo ella.
Él la observó un momento, agradecido, y luego la atrajo abruptamente en un último abrazo, en el cual ella se fundió afligida, sin querer pensar en que podría ser el último:
—No olvides la promesa que acabo de hacerte —le dijo él al oído.
—Me sacarás de aquí como sea.
—Eso es... —Jesse se apartó y le besó la frente antes de mirarla—. Por favor, recuérdamelo si sucede cualquier cosa.
Antes de que ella pudiese preguntar, Jesse le indicó una vez más llevar guardarse bien el punzón, y se aproximó a la puerta. Escuchó un momento a través de la madera y después le indicó aproximarse y ella obedeció. Jesse se hizo a un costado, del lado de las bisagras, e impelió a Charis detrás de su espalda, en donde ella se apoyó encogida y temerosa.
Después, él inhaló un profundo aliento, y sosteniendo firme el arma en su mano, abrió la puerta y esperaron ocultos, al cobijo del otro lado de la misma. Pero ningún sonido provino desde afuera y ambos se asomaron con cuidado. El corredor estaba vacío.
—Vamos —le dijo Jesse, y Charis tomó con fuerza la mano que él le extendió, acompasándose a su ritmo cuando él empezó a andar.
https://youtu.be/ZIWYkq4nyyw
El corredor que ella solo había recorrido antes una vez, ya era habitual para Jesse, así que avanzó con seguridad, a sabiendas exactamente en donde debía detenerse para proceder con más precaución, y frenó con Charis detrás justo al pie de las escaleras. Allí aguardaron prestando atención, intentando averiguar si había alguien en las proximidades, o si podían ascender sin temor.
Jesse hizo a Charis un gesto para instarla a caminar, y ella lo hizo pegada a su espalda, procurando pisar suavemente.
—¿Sabes a dónde ir? —quiso saber. Ella no tenía la menor idea.
—La primera vez que entramos lo hicimos por la parte frontal del edificio, donde se descargan los camiones y se guarda la materia prima —recordó Jesse. Lo había supuesto gracias al olor a madera podrida; madera verde que no había sido secada ni impregnada y era proclive a la descomposición—. Allí está la puerta principal y la vía más rápida al sendero que podemos seguir hasta la carretera más próxima y pedir ayuda. Allí podemos probar primero.
Víctima del agotamiento tras los últimos sucesos, cada uno de los escalones en ascenso fue un suplicio para Charis. Sus tobillos temblaban y las rodillas le dolían. Y si ella se encontraba débil, no podía ni quería imaginarse en qué estado debía encontrarse Jesse, quien llevaba allí encerrado mucho más tiempo que ella, considerando lo poco que había comido esos días, aunado a la sangre perdida debido a las lesiones de su brazo.
Miró con pesadez de pecho la manga izquierda de su chaqueta, la cual ahora ella llevaba puesta, repleta de manchas del color de la sangre desecada, tornando áspera y rígida la tela, y luego miró al brazo de Jesse, pobremente vendado con jirones de tela sucia. Podía sentir con claridad los espasmos del cual, obra del dolor, transmitirse a su mano a través de la suya con cada tirón de su brazo guiándola, y Charis procuró mantenerse cerca todo el tiempo para no permitirle forzarlo demás.
En cuanto llegaron a la cima de las escaleras, encontraron la planta superior en penumbras e inmersa en el silencio. Estaban en medio de un corredor al final del cual había solo un cubículo, y tenían de cada lado un arco de acceso hacia dos áreas diferentes.
—Es la oficina de Marcel —dijo Jesse, refiriéndose a la habitación al fondo. Parecía estar en penumbras. No escapaba luz bajo la puerta y todo estaba en silencio—. Hay una ventana dentro. Pero él podría estar allí.
—¿Cómo podemos saberlo?
—Aguarda aquí —le dijo Jesse, y pese a las protestas en la forma de gritos silenciosos de ella, él avanzó hacia la puerta intentando escuchar si venía algún ruido desde dentro.
Sin embargo, el repentino crujido de una silla de escritorio y el sonido de pasos al interior de la oficina le indicó que no estaba vacía y que probablemente Marcel estuviera allí, recluido a sus propios asuntos.
Jesse retrocedió rápidamente, afianzó la mano de Charis por el camino y tiró de ella hacia uno de los arcos para adentrarse en la estancia contigua, refugiándose en la oscuridad.
Ambos la reconocieron enseguida; era el mismo lugar por el que los dos habían entrado la primera vez.
—¡Allí está la puerta! —jadeó Charis, y juntos se apresuraron hacia la misma, en un trote cuidadoso, procurando no hacer ruido.
Jesse volvió a percibir el olor a madera podrida y moho, y el viento que continuaba colándose por las claraboyas en la cima de la pared hacia el exterior. Y aunque fuera una ventisca suave, se sintió agradecida sobre sus brazos después de días sin ver la luz del sol ni sentir el aire fresco.
Llegados a la entrada se encontraron con la puerta cerrada, asegurada con un grueso candado, y Charis dejó salir un resoplido lleno de frustración, resistiendo el impulso de darle un golpe.
—La han cerrado... ¡¿Y las ventanas?! —jadeó, mirando sobre ellos.
—Demasiado altas —le dijo Jesse, buscando a su vez algún modo de poder acceder a cualquiera de ellas, pero las áreas aledañas estaban por completo despejadas y todo el contenido de esa habitación se hallaba apilado contra la pared interior.
Por lo demás, aún si conseguían subir de alguna manera, la caída del otro lado sería demasiado larga; en especial considerando que del otro lado el suelo estaba cubierto de grava dura, y no hierba.
Del otro lado de los cristales el cielo estaba negro. Jesse sacó el teléfono móvil de su bolsillo trasero y miró la hora. Las nueve cuarenta de la noche. Después miró las barras de señal del móvil pero todavía no había cobertura, así que lo puso en silencio y se lo dio a Charis.
—Guárdalo bien. No vayas a perderlo.
—¿Qué haremos con él si no hay señal?
—Podríamos encontrarla eventualmente.
—Pero, ¿y ahora qué?
Jesse sostuvo el candado entre los dedos y se le escapó un suspiro. Su libertad estaba tan cerca; a tan solo a una puerta de distancia y debían renunciar a ella para buscar otra opción.
Un sonido en la penumbra los silenció. Jesse impelió a Charis hacia la pared más próxima, detrás de una pila de troncos y la refugió entre la misma y su propio cuerpo, preparando el arma en su mano. Ella tembló ante la sola noción del disparo, cubriéndose los oídos. Se abrió en la oscuridad un haz de luz revelando el acceso hacia una sala iluminada, aledaña a la pared del corredor, desde la que emergían algunas voces y el sonido de una radio antigua. Debía ser la sala de descanso de los trabajadores, o el vestuario.
Se recortó contra el resplandor una silueta delgada, la cual sólo podía pertenecer a Emile.
—«¿No ha vuelto aún?» —dijo una de las voces del interior de la sala en idioma franco. Se trataba de la voz de Joyce—. «Espero por su bien que realmente haya salido a fumar y que no intente nada con la chica. Yo me la pedí primero. Odio las sobras de los demás...»
Jesse agradeció que Charis no pudiese entender lo que decían, pero la hiel volvió a hervir en el fondo de su estómago. Se encontró cerrando los dedos con más fuerza alrededor del arma, y se obligó a salir de esa casilla en cuanto se percató de lo que pasaba por su cabeza.
«Este no eres tú», se dijo, y respiró hondo.
Emile se quedó en la puerta, revisando su teléfono móvil:
—«No le entran los mensajes».
—«Olvídalo» —dijo Joyce— «La señal aquí es una mierda. Tienes que salir y caminar un poco hacia la carretera para poder hacer una puta llamada».
Emile cerró la puerta de la sala otra vez y el lugar volvió a quedar en tinieblas. Detrás de Jesse, Charis respiró aliviada.
—Hay señal alejándose del edificio por el sendero —le dijo a él—. Si conseguimos alejarnos solo un poco, deberíamos poder llamar.
Charis miró de regreso a la puerta bloqueada.
—El problema es encontrar una salida...
Jesse los apartó a ambos de regreso hacia la pila de troncos para esconderse del todo e intentó trazar un mapa mental:
—Veamos... El arco del otro lado del corredor hacia la oficina de Marcel debe comunicar con el área de trabajo, donde se descortezan y cortan los troncos.
Sin percatarse había comenzado un paseo nervioso de un lado al otro conforme revisaba sus opciones y Charis siguió con la vista su traza apenas distinguible en la oscuridad, intercalando con vistazos ansiosos a la esquina de la pila de troncos, esperando ser descubiertos, y alrededor de sus pies, intentando no pensar que un bicho podía subir por sus piernas en cualquier momento.
—Después debería haber una zona cubierta para almacenar la madera, y al fondo del edificio tendría que haber dos últimas secciones; una para el impregnado y secado, con ventanas u otra vía de ventilación, por los vapores tóxicos de los químicos, y finalmente un depósito de apilamiento para la madera tratada, el cual debería tener un acceso posterior para cargarla en camiones y ser transportada. Cualquiera de las dos podría ser una opción.
Charis fue asintiendo cada tanto, intentando imaginarlo aunque suponía que no podía ver el panorama en su cabeza ni con la mitad de claridad que él; ajena a todo ello. Pero al menos Jesse sonaba seguro, y en el momento en que él le indicó salir de su escondite, ella lo siguió confiada.
No cruzaron el corredor que llevaba a la oficina de Marcel. En cambio encontraron un acceso del otro lado de la sala de descanso que comunicaba ambas áreas y a través de la cual pudieron cruzar a la siguiente sección del edificio, donde, tal y como Jesse lo había supuesto, encontraron un área de trabajo, dotada de bandas automatizadas de transporte que pasaban por prensas, sierras y máquinas lijadoras.
Múltiples líneas de aserrío para descortezar troncos se erigían colosales sobre sus cabezas, simulando puentes. Parecían llevar décadas abandonadas y expelían un fuerte olor a óxido; concentrado dada la falta de ventanas. Toda la iluminación provenía de un tragaluz en el techo, el cual filtraba los visos más tenues de luz de luna, y por demás estaba por completo fuera de su alcance, incluso si conseguían llegar a las líneas, con el peligro de caer y quedar atrapados entre las sierras descortezadoras.
Anduvieron a paso lento y cauteloso por la oscuridad, apegados a las paredes. Jesse comenzó a pensar que si conseguían hacer todo el camino sin alertar a nadie y salir sin hacer ruido había una pequeña posibilidad de que pudiesen irse de allí sin necesidad de disparar una sola bala. Pero eso, desde luego, era el pronóstico más optimista. Y el optimismo no era algo que hubiese tenido muchas oportunidades de reforzar ese último tiempo. Debía ser realista y atenerse incluso a las peores posibilidades.
Jesse percibió a Charis apegarse a su espalda temblando, y por el rabillo del ojo la vio echar vistazos nerviosos a un lado y a otro, como si buscara o esperase ver algo, y él buscó su mano en la oscuridad y la estrechó:
—Tranquila.
—Todo está muy oscuro... Debe estar infestado de ratas y arañas.
—Pronto saldremos de aquí.
—¿Y luego? —susurró ella— Es de noche. El bosque está oscuro... ¿y si encontramos un oso o un puma?
Jesse viró por completo hacia ella:
—Un paso a la vez —le pidió—. Por ahora solo-...
—¡¡JESS-...!!
https://youtu.be/EH5kdlkOsvk
El grito de Charis en el silencio lo paralizó sobre dos piernas rígidas, por lo que en el instante en que ella lo empujó fuera del camino, Jesse se desplomó a un costado sin tiempo de reaccionar, y al golpear el suelo de concreto, de cara al sitio donde antes se hallara de pie, todo lo que vio en la penumbra fue una inmensa silueta oscura y pesada cernirse sobre Charis.
La pelea que dio ella fue corta; si acaso se le podía llamar pelea... pues en cosa de un segundo estuvo atrapada por el cuello al interior del largo brazo del sujeto más grande del grupo. El gigante, Ronny.
Su rostro tosco y surcado de pliegues lucía espectral en la oscuridad, como la efigie de una gárgola.
—No le hagas daño... —pidió Jesse con una mano en alto y extendida al frente en un afán conciliador.
—De rodillas; manos detrás de la cabeza —ordenó Ronny, y cerró con más fuerza el brazo alrededor de la garganta de Charis. Su voz era tan profunda y gutural que no hizo ni siquiera un eco—. O le romperé el cuello.
Ella pateó con las piernas y se revolvió en su presa sin aval. Su rostro rozagante iba perdiendo color de a poco y adquiriendo una tonalidad azulada conforme el paso del oxígeno se reducía poco a poco.
Jesse obedeció a lo que se le indicaba y se arrodilló frente a ellos, y la fuerza empleada por Ronny alrededor del cuello femenino cedió ínfimamente. Charis le arrojó un vistazo a través de sus ojos empañados y Jesse le dedicó de vuelta una cabeceada con una orden implícita. Esa fue toda la señal que necesitó y Charis alcanzó el punzón que escondía entre las ropas. Recordó brevemente lo que Jesse le había indicado hacer, pero supo que no podría lograrlo desde ese ángulo aunque lo intentara, y en cambio dirigió la punta del arma a una de las piernas del gigante y clavó con todas sus fuerzas el extremo en la carne.
Ronny dio un alarido y cayó sobre la pierna apuñalada, soltándola. Charis se apresuró a escapar, pero la extensión insólita del brazo del gigante la atrapó a medio camino otra vez por el cuello. No obstante, no alcanzó cerrar la mano en su cuello, con lo cual ella sabía que la estrangularía esta vez sin piedad por su atrevimiento, pues en lugar de eso los dedos de Ronny perdieron la fuerza y se aflojaron alrededor de su garganta justo en el instante en que el estruendo de un disparo hendió el silencio, acompañado de un haz de luz en la penumbra. Acto seguido, el cuerpo del gigante azotó el suelo a sus espaldas con un golpe seco y Charis se desplomó sobre las rodillas, con las manos contra los oídos.
Al abrir los ojos, encontró a Jesse con el arma en alto, y el cañón humeando volutas azulinas en la claridad de la luna a través del tragaluz.
Su expresión estaba congelada en una mueca de dientes apretados y tenía la vista perdida en el sitio detrás de ella, donde poco antes cayese abatido su blanco. Charis no se atrevió a mirar. Sabía que solo había un punto al que Jesse podía haber disparado para provocarle una muerte instantánea y no quiso ver lo que sabía que encontraría si volteaba, pues sabía también que no sacaría jamás esa imagen de su cabeza.
Se levantó con piernas tambaleantes y Jesse la encontró a medio camino, estrechándola brevemente. Y afianzando otra vez su mano en la suya la compelió a seguir juntos el mismo camino, antes de ser atacados. Al mismo tiempo, oyeron otra vez abrirse la puerta de la sala de descanso y seguidamente las voces alarmadas de sus ocupantes, alertados por el sonido del disparo, con lo cual entendieron que el camino hasta allí solo había sido una afortunada ventaja, y que las cosas acababan de ponerse en marcha.
Con el resto de los criminales bajo aviso, lo más seguro es que tuvieran ahora mismo a Joyce y a Emile tras la pista, pero Sacha también podía ser una posibilidad, y Jesse le temía más que a ninguno de los otros, por el simple hecho de haber sido hasta hacía muy poco un peón de Monsieur. Incluso Anton, quien era su trabajador menos brillante poseía habilidades excepcionales para el combate y era un oponente formidable; sin miedo de morir y sin miedo a matar.
Los pasos y gritos sonaban lo suficientemente lejanos como para no tener que preocuparse por ellos al menos por unos pocos instantes antes de correr riesgo a ser alcanzados.
—No puedo oír a Sacha ni a Marcel. Pero Joyce y Emile están cerca. —Jesse se volteó de súbito hacia Charis—. Si encontramos primero a Emile... por favor, déjame hablar a mí.
Ella lo indagó confusa:
—¿De qué quieres hablar con él? ¡Nos disparará apenas tenga la oportunidad!
—Te equivocas. No es como Joyce... No es como ninguna de estas personas.
A pesar de su idea descabellada, Charis vio la inocencia imperiosa en su petición y se suavizó:
—Oh, Jess... ¿qué te hace pensar eso?
Él selló los labios, sin cómo responder. Como víctima de la misma enfermedad que Emile, podía reconocer los síntomas. Y había visto al interior del miembro más joven del grupo de criminales desde el primer día. Al igual que él, ninguno de los dos hubiese deseado jamás encontrarse en esa situación. Pensó que podía razonar con él; a diferencia de con cualquiera de los otros. Fuera de eso... aún si jamás hubiese querido mancharse las manos con nadie, Emile era el último al que querría matar.
https://youtu.be/r98D8GVTjVE
Llegaron así al área de almacén. Se trataba de una gran sala de apilamiento que albergaba tablones, traviesas, vigas y listones de madera de todas formas y tamaños, atados y exhibidos en inmensos anaqueles, detrás de uno de los cuales se detuvieron encogidos y en silencio para recuperar el aliento.
Dada la ausencia total de ventanas, todo estaba sofocantemente oscuro, por lo que debieron moverse con cuidado, apegados a los anaqueles procurando no pisar nada ni ir a tropezar, con lo cual, dadas las dimensiones del lugar y que cada pequeño sonido se veía magnificado en ecos ensordecedores, un solo paso en falso podría delatarlos.
Ya desde ahí se podían oler los residuos de los químicos empleados para tratar la madera y Jesse supuso que estaban cerca de la última sección del aserradero. Se encontraron ante dos puertas, una de cada lado al final del almacén, y las cuales daba acceso a dos estancias diferentes, cada una más amplia que cualquiera de las anteriores.
—¿Por dónde? —preguntó Charis, y Jesse le indicó seguirlo por la primera de ellas, que eligió por azar.
Incluso desde la entrada distinguieron al fondo un portón ancho, el cual se sacudía produciendo ecos graves a merced de algo que no podía ser otra cosa sino los fuertes vientos exteriores.
—Es la entrada trasera. Vamos —le dijo Jesse a Charis y la impelió a caminar, rogando porque estuviese abierta, o al menos no tuviera candado, con lo cual resultase más fácil de forzar.
No obstante, antes de dar un solo paso más, el sonido del martilleo de un arma detuvo a Jesse sobre la marcha y obligó a Charis a frenar al mismo tiempo. Justo después, oyeron el sonido de un interruptor, y toda la estancia se iluminó con luz pálida de dos tubos fluorescentes solitarios en el techo.
Los dos se dieron la vuelta al mismo tiempo, con las manos en alto, sorprendidos como dos ciervos a las luces de un automóvil en campo abierto.
Se trataba de Emile, el más joven del grupo, quien sostenía una pistola en alto, dirigida hacia ellos, mientras que su mano contraria se hallaba sobre el interruptor situado al costado de la entrada, sobre la pared.
—A-alto —masculló él, y sostuvo el arma en las dos manos.
Jesse se ganó una mirada rauda de Charis, y él le hizo un gesto para recordarle lo que le había dicho antes.
—¿P-por qué han escapado? ¿En d-donde está Gérome?
Jesse inhaló un suave aliento para templarse.
—Baja el arma —le dijo con tranquilidad.
El chiquillo negó frenéticamente con la cabeza. Aún en la oscuridad era evidente el temblor de su mentón.
—No tienes que hacer esto. Baja el arma, vuelve por donde has venido y quédate allí. No tienes por qué involucrarte...
—Silencio —siseó Emile, con la mano temblándole de modo dramático—. Sé que tienes un arma también; con la que mataste a Ronny. Déjala en el suelo y ven aquí. Hazlo despacio —ordenó, pero el tremor de su voz le traicionó y se escuchó más como un ruego lastimoso.
Jesse se llevó la mano al revólver y se los mostró en alto a Emile un momento antes de proceder a acatar la orden.
—Lo sabía... —dijo él.
—tienes razón. Hoy he matado... por primera vez. A dos personas —le dijo Jesse mientras bajaba lentamente el arma al suelo, y luego añadió, con pesar—: Es algo que llevaré conmigo por el resto de mi vida... Pero tú todavía tienes las manos limpias. Aún puedes salvarte.
—No seas necio —terció Charis—. Eres joven. No tires tu vida a la basura por complacer a tu hermano.
La mención de este hizo que el rostro de Emile se distorsionase, conflictuado. Este sujetó con más fuerza la suya y Charis se estremeció, previendo una tragedia, a la vez que Jesse se petrificó en el afán de bajar el arma.
—No sabes lo que es esto —farfulló Emile—. Nunca ser suficiente. Ser el cobarde, el inútil de la familia —dijo entre los dientes, a punto de echar espuma. Tenía los ojos en lágrimas y su mano se agitaba en un tremor incontrolable.
—Pero lo sé —le dijo Jesse—. Por eso estoy en esta situación... Tal vez ya sea tarde para mí, pero tú todavía puedes elegir otro camino.
—¿Qué otro camino? —siseó el muchacho, pero había una curiosidad inocente en su tono.
Jesse extendió una mano al frente en un afán pacificador, y volvió a erguirse, haciendo por guardarse lentamente el arma:
—La guardaré y guardarás la tuya. Te doy mi palabra de que no te traicionaré si das la media vuelta y te vas. —La duda ahora evidente en las facciones del muchacho pronosticaba una posibilidad, aunque fuera nimia, de llegar a algo con él—. Por favor, Emile... Este no eres tú. No eres esto... Todo lo que quieres, al igual que yo, es regresar a casa.
Algo cambió en el rostro del muchacho. Su ceño tenso y tembloroso se suavizó, y el brazo con el arma descendió una distancia casi imperceptible.
—¿No quieres volver a casa?
Un segundo martilleo en la penumbra; uno proveniente de un arma que no era la de Emile, atrajo la atención de Jesse. Y al virar en la dirección del sonido, vio por medio segundo la sonrisa torcida del payaso, Joyce, y el haz de luz de los tubos del techo reflejados en el cañón del arma que levantó en su dirección.
—Hola, bombasse... —dijo a Charis, echándole un vistazo antes de tirar del gatillo.
https://youtu.be/tjkQ4i3CoAk
En el fondo, Jesse estaba seguro de que de haber contado con solo un poco más de tiempo, en mejores circunstancias, hubiese podido disuadir a aquel muchachito tan parecido a él de hacer algo de lo que se arrepentiría el resto de su vida, como estaba seguro de que él mismo lo haría, si tan solo Joyce no hubiese determinado aparecer para disparar a traición, con lo cual no tuvo otra opción sino la de disparar también, y exterminar con ello toda posibilidad de salvar a Emile de ese mundo maldito y oscuro, mediante asesinar frente a sus ojos a su hermano.
Se movió en un reflejo junto a Charis y la empujó fuera de la línea de fuego. Y sorprendido en el afán de guardar el arma, y sin tiempo a apuntar correctamente, el primer disparo de Jesse fue a incrustarse en el pecho de Joyce, con lo cual desvió ligeramente el tiro que él mismo disparó casi al mismo tiempo en su dirección.
Charis se desplomó al mismo tiempo detrás de unas cajas, raspándose el codo y el costado del rostro contra el concreto. El sonido de un último disparo vino acompañado de un grito desgarrador, proveniente de algún sitio al otro lado de las cajas.
Por el rabillo del ojo, Charis vio a Jesse inclinarse brevemente sobre sí mismo con los labios apretados en una línea, guardando el arma de vuelta, y después dar un tumbo en su dirección para afianzar su brazo y tirar de ella para obligarla a levantarse e impelerla a correr lejos del lugar.
Por encima de su hombro, Charis vio a Emile arrodillado junto al cuerpo inmóvil de su hermano, y en cuanto volvió la vista al frente, al momento de cruzar el arco hacia una de las dos últimas estancias, escuchó un segundo grito de la misma voz, proveniente a sus espaldas:
—¡¡JOYCE!!
Mientras se internaban en la oscuridad del área contigua, Charis vio por el rabillo del ojo, en las últimas trazas de luz que dejaron atrás, la expresión funesta de Jesse. No parecía consciente del camino conforme corrían y tiraba de su mano con dedos helados y trémulos.
Todavía podían oírse los gritos de Emile en la otra sección, llamando el nombre de su hermano con alaridos estremecedores. Charis se estremeció, mas continuó corriendo sin mirar atrás.
La nueva sección hacia la que huyeron era colosalmente grande, repleta de anaqueles, cajas, atados de distintos tipos de maderas apiladas, plataformas elevadoras y vehículos montacargas abandonados.
Avanzaron hasta el final, en donde en efecto se encontraron con un portón amplio, en una de cuyas compuertas había una puerta pequeña de acceso para personal. Charis se lanzó hacia la misma con la esperanza de poder abrirla; sin embargo, al igual que la puerta frontal, la encontró cerrada con candado y le propinó un golpe agresivo, lastimándose la palma y haciéndola exhalar un gruñido de dolor y frustración.
—Cerrada... ¡¡Maldita sea!!
Jesse dejó salir un respiro largo, y observó el arma en su mano:
—Quedan tres de ellos... Y gasté dos balas. Solo quedan dos.
—Tal vez no las necesites —le dijo Charis, intentando ser ella quien mantuviese las esperanzas—. Tal vez... —Se detuvo en lo que intentaba decir y luchó contra la cerradura de la puerta intentando abrir—. Mierda. Una llave... ¡Debe haber una llave!
—Es inútil... —le dijo Jesse—. Sigamos, todavía queda el área de impregnado.
—¿Y si tampoco podemos salir por ahí? Habremos acabado todas nuestras alternativas.
—Charis —le dijo Jesse, y cuando ella le dirigió la mirada, él le transmitió su seguridad con la suya—. Te hice una promesa, ¿o no?
Charis suspiró, procurando recordarla y asintió.
Y tomando su mano, Jesse tiró de ella suavemente y la guio en la dirección de la última estancia, en donde terminaban sus posibilidades.
El lugar era tan amplio que fue un camino largo moviéndose apegados al portón de metal, con la esperanza de encontrar una puerta abierta antes de tener que recurrir a una ventana.
Para ese momento ya los dos estaban exhaustos. Charis sentía la garganta seca y abrasada por su respiración dificultosa. Intentó pasar saliva en vano. A su lado, Jesse parecía todavía más cansado. Jadeaba de un modo que sonaba casi doloroso, y había comenzado a dar traspiés cada cierta distancia, con lo que ella se veía obligada a enganchar su brazo y tirar de él por otra, hasta que él se acompasaba a su paso.
—Vamos, queda poco —le dijo ella.
No obstante, Jesse se detuvo del todo poco antes de llegar y se apartó hacia un costado del camino, junto a un par de cajas, en donde se apoyó respirando arduamente con la cabeza entre los hombros:
https://youtu.be/cct69M2gmuo
—Descansemos... —pidió de pronto.
—¡¿Pero qué dices?! ¡Tenemos que seguir! Aún no sabemos si Marcel o Sacha nos siguen. ¡Vamos, Jesse, la entrada a la última sección está justo allí!
Pero por más que intentó tirar de él, fue inútil, y pareció que solo provocó con ello que las fuerzas de él cedieran un poco más.
—Solo un momento. Solo será un minuto. Por favor...
Jesse terció un brazo alrededor de sí mismo y apoyado contra las cajas se agachó con cuidado para descender hacia el suelo. Pero sus propias piernas no pudieron sostenerlo el tiempo suficiente para permitirle un aterrizaje suave, y en cambio se desplomó pesadamente y apoyó como pudo la espalda contra una caja para reposar allí.
Charis intercalaba miradas nerviosas de él hacia la puerta de la estancia previa, esperando ver a alguien aparecer.
—Jesse, no es momento de descansar ¡tenemos que salir de aquí! ¡La vía está despejada! ¡Vámonos antes de que nos encuentre alguien más!
—Un minuto... —volvió a pedir él—. Solo tengo... que recuperar el aliento...
Sin embargo, no importó cuán hondo respiró para regularse, sus jadeos solo se tornaron más profundos y agotadores.
La expresión de Charis mutó lentamente, conforme empezaba a sospechar que algo no estaba bien. Se agachó frente a él, intentando descifrarlo en su rostro extenuado. Lo encontró mortalmente pálido, con la mirada hundida en ojeras oscuras. Sus labios tenían una tonalidad azulina extraña.
—Jess... ¿qué tienes? —murmuró, con un fuerte y terrible presentimiento empezando a crecer en su interior.
Y la respuesta vino a ella en cuanto Jesse suspiró derrotado, y en un afán renuente separó el brazo que descansaba alrededor de su cuerpo, girando la muñeca para exponer la palma y permitir a Charis ver su mano empapada de rojo.
Todo el color se drenó del rostro de Charis, y se sintió débil.
—... ¿Por qué sangras? —masculló.
Jesse cerró los ojos con un resuello cansado.
—Lo siento... Me descuidé. Desperdicié una bala, y ahora...
Sin terminar lo que intentaba decir, apoyó la cabeza contra la caja detrás de él y cerró los ojos:
—No... No, no, no, ¡no! —le dijo Charis, sosteniendo su rostro—. ¡No hagas eso! ¡No te duermas!
Él movió suavemente la cabeza:
—Descuida... Estaré bien, de verdad...
—Por dios... Dime qué hacer. —Charis lo sacudió con rudeza—. ¡Jesse, reacciona, dime qué hacer!
—Presión —masculló él—. Pon presión...
Charis obedeció al acto e hizo como le indicaba, situando los dedos en su costado, donde él se lo indicó y empezando a aplicar peso. La sensación de la sangre caliente empapando sus manos le abrió un vacío en el estómago, pero continuó obedeciendo a la instrucción.
—¡¿Así?!
—Con... más fuerza —le dijo él. Y en cuanto ella obedeció, el dolor le arrancó una serie de boqueos que le arrebataron el poco aire que había podido reunir durante los breves momentos que había conseguido mantener a raya su respiración.
Ella se asustó y lo soltó.
—Te estoy lastimando...
—No importa... Hazlo, Charis...
Volvió a obedecer, intentando no alterarse con su reacción de evidente malestar. Tras unos minutos, la respiración de Jesse se calmó un poco, pero su rostro continuaba luciendo luctuoso y su aliento parecía perder progresivamente la fuerza.
—Queda poco, Jesse, ¡vamos! —suplicó ella—. Levántate... Solo tenemos que caminar un poco.
—Sí... Lo sé...
—¡Entonces vamos, Jess! Te ayudaré, ven aquí. —Charis rodeó su espalda e intentó levantarlo, pero el dolor lo forzó a doblarse sobre sí mismo y acomodarse tendido otra vez—. No; no; Jess... ¡Resiste un poco más!
—Solo un momento... Por favor —pidió él—... Déjame descansar un poco...
Con la pérdida de la fuerza de su voz, parecía esfumarse también la de su capacidad para mantener los ojos abiertos, y sus párpados comenzaban a ceder. Charis se concentró en su tarea, procurando mantenerse tranquila. No sabía lo que estaba haciendo así que solo se confió de él y no disminuyó en ningún momento el peso que ponía sobre el disparo.
—Charis, la noche de la boda de Sam... —dijo Jesse, de modo repentino.
Ella abrió los ojos y prestó atención, sin dejar de aplicar presión. Él se calló sin terminarlo, y ella lo apremió, más en el afán de mantenerlo despierto que de oír cualquier cosa relacionada a esa noche nefasta.
—¿Qué pasa con eso? —sollozó.
Por el rabillo del ojo vio sus labios amoratados dibujar una suave sonrisa:
—Esa noche... te veías realmente hermosa.
Charis abrió los ojos y un trago amargo de saliva se deslizó por su garganta. Al mismo tiempo una presión caliente e insoportable subió a lo alto de sus mejillas, ejerciendo presión detrás de sus ojos. No pudo tomarse como un cumplido lo que bien podría ser una despedida.
—¿Por qué me dices esto ahora? —susurró en un hilo de voz.
—Debí habértelo dicho esa noche...
Jesse se recostó nuevamente contra la superficie detrás de él y dejó caer el rostro a un costado. Sonreía todavía. Charis sintió el alma escaparse de su propio pecho.
—No... —jadeó con una fuerza que estremeció su pecho— ¡No! Quédate conmigo. Jesse, quédate conmigo... ¡no me dejes! ¡No cierres los ojos, por favor! —farfulló desesperada, estrujando su mano con la libre, apretándola contra sí y luego llevándola a su rostro helado, acariciando su mejilla— ¡La promesa! ¡Recuerda la promesa que me hiciste! Dijiste que me sacarías de aquí. ¡Dijiste que debía recordártelo! ¡Jesse...!
Aunque todavía podía oírla, la imagen de sus ojos empezaba a tornarse borrosa y poco clara, y luego incluso los sonidos dejaron de oírse claros, y la voz de ella, imperiosa y suplicante, profiriendo ruegos y llamando su nombre, se abotargó también en sus oídos y dejó de oírla justo en el momento en que todo se volvió negro.
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https://youtu.be/9JvIY6NT4_8
En algún momento, la oscuridad había cesado de afanar contra sus párpados y podía percibir un resplandor claro filtrarse a través de los mismos. El dolor se había esfumado a algún lugar lejano y ya no podía sentir el olor a madera descompuesta, resinas y metal oxidado. No obstante, había un aroma en el aire. Tenue; dulce... lo reconocía, pero su consciencia estaba aún demasiado adormilada para nombrarlo. Solo sabía que le hacía sentir tranquilo... y en casa.
—¿Estás escuchando? —preguntó una mujer.
«¿Charis?»... No, no era ella. Se trataba de alguien diferente. Alguien a quién no había escuchado por años. Sin embargo, cuando la mano delicada de dedos largos acomodó un mechón de su cabello detrás de su oreja, percibió el aroma familiar de antes con más intensidad.
—Sí. Te escucho. —Aunque sonaba como su voz, dudó que lo fuera. Había algo diferente en ella. Más suave y aguda.
Bostezó y después sacudió el rostro para despejarse.
—Mi amor... —Los dedos acomodando mechones detrás de su oreja se trasladaron por su rostro. Sus manos estaban tibias. Olían a chocolate.
Abrió los ojos y pestañeó rápido para espabilar. Después sacudió la cabeza y centró su atención en las teclas del piano. Situó las manos sobre las mismas, listo para adoptar la posición que habían abandonado en algún momento. Y aquellas manos tampoco eran las suyas. Pálidas y delgadas, se parecían a las suyas, pero eran más pequeñas; más jóvenes.
—Muy bien... Valse Sentimentale —dijo la mujer a su lado—. ¿Seguro que no quieres aprender una más sencilla?
—Es tu favorita... Quiero aprenderla. —Viró para mirarla y ella le devolvió una sonrisa de labios rojos en su rostro pálido, contemplándolo con ternura desde sus ojos verdes, bajo pestañas negras.
Sus propios labios dibujaron una sonrisa.
—¿Por qué? ¿La tocarás para mí algún día? —La mano blanca y fina de ella alcanzó una caja adornada de encima del piano y se la extendió.
Estaba casi vacía. Él eligió uno de los bombones y ella otro.
—Ya sé —se emocionó ella—. Algún día, cuando tu padre y yo tengamos una boda apropiada, ¿la tocarás para nosotros entonces?
Ella acercó el chocolate a sus labios, y él le acercó el suyo al mismo tiempo. Los dos recibieron el bocado entre risas. Solía ser su forma de sellar una promesa.
—Lo haré.
Él se lamió los dedos antes de volverlos a las teclas del piano. Junto a sus manos se situaron las manos de ella. No obstante, las teclas se volvieron borrosas ante sus ojos, y las esquinas de su visión se ennegrecieron. Todo su cuerpo se tornó débil.
—Despierta —le dijo la mujer. Algo en su voz había cambiado. Se oía preocupada—. Queda poco tiempo.
—Estoy muy cansado... ¿Puedo dormir un poco?
—No, mi amor... Si te duermes aquí, después no podrás regresar.
Era cierto; dentro de poco debía regresar. Debía volver con Monsieur.
—No quiero volver —susurró, y se reclinó contra el cuerpo de la mujer a su lado—. Déjame quedarme contigo...
Sintió su propio cuerpo perder la fuerza y volverse lánguido. Las manos femeninas lo envolvieron, sosteniéndolo con fuerza y sintió sus labios besar su frente con ahínco:
—No... No... Despierta, mi amor.
—No quiero...
—Jesse —dijo ella junto a su oído. Se oyó firme ahora, como una demanda, y sus brazos le dieron a su cuerpo una sacudida suave, pero imperiosa—. Tienes que volver, Jesse... ¡Despierta!
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https://youtu.be/buwfFvVUGpg
—¡Despierta!
Al momento de abrir otra vez los párpados, el rostro frente a él era completamente diferente. Ojos grises de bebé, enmarcados de pestañas rojizas impregnadas de rocío, mejillas rosadas y labios delgados en una mueca trágica. La expresión afligida de ella se colmó de esperanza y dejó salir un boqueo por entre los labios temblorosos.
—... ¡Jess!
La imagen a su alrededor volvía a ser la misma. Oscura y mustia, impregnada del olor a abandono y decadencia. El rostro suave de ojos verdes se había esfumado también, y su ausencia dejó un vacío doloroso en su pecho. Cerró los ojos nuevamente para ver si podía volver, pero solo encontró tinieblas y vacío.
De súbito, otros brazos lo envolvieron, y Jesse pudo sentir el calor de un rostro junto al suyo y los espasmos de su cuerpo cuando ella sollozó sobre su hombro.
No era la misma persona... pero le hicieron sentir lo mismo que ella: que debía quedarse.
—Pensé que no despertarías —le dijo Charis junto al oído—. ¡Creí que...!
El dolor en su voz estremeció todo en su interior y él la rodeó de vuelta, y halló en la urgencia de su cuerpo cálido estrechando el suyo para no permitirle marcharse, las fuerzas que ya no le quedaban a él.
Jesse se irguió en su lugar como pudo. Aunque sentía empapado el costado del cuerpo, se trataba de una humedad fría, lo que le indicó que había dejado de sangrar al menos o que ya no lo hacía tan profusamente. En vez de eso, todo su cuerpo se sentía frío y débil, y determinó que si no se levantaba de allí de una vez, pronto no tendría fuerzas para volver a hacerlo.
Antes de intentarlo observó a Charis, quien lo contempló atenta de vuelta, y secó una lágrima de su mejilla:
—Solo... necesitaba un descanso —le aseguró.
Y empezó a moverse para enderezarse. Ella lo ayudó en cuanto entendió lo que hacía, y gracias a su ayuda, aún con un gran esfuerzo de su parte, consiguió pararse sobre las piernas y mantenerse en pie unos instantes, recobrando el equilibrio, antes de ser capaz de dar un par de pasos.
—No parece que haya nadie alrededor —le dijo Charis—. No los he oído cerca.
Jesse se separó de ella para ver si podía tenerse en pie por su cuenta y determinó que todavía no estaba demasiado débil. No obstante, no sabía cuánto duraría eso, así que era mejor apresurarse.
El sonido de pasos, aún lejanos, los alertó, y tuvieron que empezar a moverse. Las puertas estaban cerradas, de manera que les quedaba la última opción. La estancia contigua.
—¿Puedes caminar sin ayuda? —preguntó Charis, y él le dijo que sí, procurando sonar convencido de ello.
—El sendero hacia la carretera... e-está del otro lado del edificio —le dijo Jesse mientras avanzaban en la oscuridad—. ¿Tienes contigo el teléfono móvil?
—Sí —le dijo ella.
—Registré el número de Luk.
Charis se detuvo de pronto a mirarlo:
—Pero... Luk está-...
—Todos los teléfonos móviles de mi familia y sus trabajadores están rastreados. Alguno de los hombres de Monsieur... debe tenerlo ahora.
Charis asintió, confiándose de eso y los dos continuaron avanzando.
El camino hacia el área de tratado y secado de maderas se hizo terriblemente largo entre tropiezos por la oscuridad, y los descansos que tuvieron que tomar por el camino para que Jesse pudiera recuperar el aliento.
Finalmente cruzaron el arco hacia el área siguiente y los saludó de inmediato el agradecido resplandor azulino que se filtraba por la hilera de claraboyas cuadrangulares en la pared exterior, bajo las cuales se acomodaban los atados de listones de madera ya tratada, agrupados en montones cuadrangulares, atados entre sí, y acomodados en pilas altas. Escalar no era una opción. Estaban tan perfectamente alineados que no había salientes, ni manera de subir a la cima.
Jesse se aproximó a uno de ellos, se hizo con la navaja de Gérome y cortó las amarras de todos los atados de una de las pilas. Después empujó fuera del montón uno de los listones inferiores, de manera que toda la pila se tambaleó y derrumbó con un estruendo, provocando que el suelo vibrase bajo sus pies.
Charis se llevó las manos a los oídos para protegerse del ruido, y Jesse la compelió a retroceder para alejarse del derrumbe.
—¡¿Qué has hecho?! ¡Vendrán alertados por el ruido!
En cuanto la pila se hubo derrumbado, formando una montaña, Jesse tomó la mano de Charis y la condujo a la base de la cual. Los tablones formaban ahora una suerte de escalinata hacia una de las claraboyas.
Era un camino largo, pero sobre todo riesgoso. Un traspiés podía terminar en un nuevo derrumbe y en ambos rodando al suelo en el mejor de los casos, y directo a quedar sepultado bajo el peso de los enormes listones de madera en el peor.
—Vamos —dijo Jesse a Charis—. Tenemos poco tiempo.
—¡Nos vamos a matar!
—Nos matarán igualmente cuando nos alcancen. ¡Vamos!
—¡¡ALTO!!
El grito a sus espaldas los hizo virar al mismo tiempo, y petrificarse al encontrar a mitad del corredor entre los anaqueles la silueta delgada de Emile.
Con las mangas empapadas en la sangre de su hermano, una vez más al igual que antes, tenía erigida el arma en su dirección.
—Charis... escala los tablones y vete de aquí.
—No —se rehusó ella a sus espaldas, contemplándolo con ojos grandes y suplicantes— ¡Qué estás diciendo!
Sin decirle nada más, Jesse avanzó al frente con las manos en alto:
—Es a mí a quien quieres —le dijo a Emile—. Iré contigo. Pero deja que ella se vaya.
—¿Venir conmigo? —Aquel se rio de forma trágica, con los ojos anegados de lágrimas y los labios en una mueca rígida— ¿A dónde?
Jesse entornó los ojos.
—Jess... ¡vuelve! —rogó Charis a sus espaldas.
—¿Qué te lleve con Marcel? —farfulló Emile—. ¿Para que él te mate? No —resolvió, moviendo la cabeza de un lado al otro con la vista fija en él—. Tú me quitaste lo que más quería en la vida. Yo seré quien te mate ahora —sentenció. Y entonces, sus ojos se desviaron de modo fugaz—. Pero primero... déjame devolverte el favor.
https://youtu.be/-LQE1aJAyYQ
El cañón de su arma se desvió en el último segundo y disparó sin apuntar. Los nervios le hicieron errar el primer tiro, y Charis se encogió en su sitio con un grito en cuanto la bala fue a incrustarse entre los tablones detrás de ella, haciendo estallar la madera en miles de astillas que volaron en todas direcciones. Un segundo tiro justo seguido del primero pasó junto a su rostro. Ella lo escuchó silbar junto a su oreja. Una segunda explosión de maderas a sus espaldas disparó fragmentos afilados, algunos de los cuales se incrustaron en la parte de atrás de su brazo y ella se dejó caer hecha un ovillo junto a la base del derrumbe de tablones.
Y en cuanto Emile apuntó para disparar una tercera vez, ahora con pulso firme, obra de la adrenalina, Jesse había conseguido hacerse de nuevo con el arma y apuntó al mismo tiempo, tras lo cual disparó quizá una milésima de segundos antes de que el dedo del muchacho consiguiera tirar del gatillo por última vez.
Al acto, Emile se dobló hacia atrás a la mitad del cuerpo, cayó primero sobre las rodillas, y después sobre su nuca en cuanto el peso de su cuerpo lánguido lo arrastró al suelo, en donde se derrumbó exánime.
Jesse no perdió tiempo en correr junto a Charis y afianzar sus hombros. Intentó levantarla, pero su debilidad no se lo permitió y Charis se apartó para impedirle hacer otro esfuerzo y arriesgar a abrirse de nuevo la herida de su propio disparo, pero las manos nerviosas de él no la abandonaron:
—¿Estás herida? —le preguntó en un jadeo.
—Estoy bien —gimió ella, y su mirada se posó brevemente sobre el cuerpo sin vida del muchacho, antes de retirarla a otro extremo de la habitación, sin deseos de seguir mirando, y después a Jesse, cuyo rostro halló en un rictus preocupado.
Fue solo luego de cerciorarse de que ella se encontraba a salvo que Jesse pareció capaz de volver a respirar, y al momento de hacerlo, miró por sobre su hombro y vio allí el cuerpo del muchacho sin vida.
El arma resbaló de su mano, y sostuvo su cabeza entre ambas, intentando controlar los mareos que amenazaban otra vez con derribarlo.
La muerte de Emile fue como la muerte de una parte de sí mismo. Como asesinar al muchachito que fue una vez, asustado ante un mundo extraño y lleno de sombras; marcado por la culpa y crímenes de los cuales solo sabía las historias. Un chiquillo. Solo un muchacho confundido y asustado, quien podría haber podido elegir; pero que ya no podía elegir nada.
Charis le obligó a soltar su propia cabeza y le alzó el rostro entre sus manos:
—Tenemos que seguir —le dijo fríamente.
—No quería hacerlo... —musitó él, y su cuerpo se agitó en un repentino espasmo, con lo cual se torció hacia el costado maltrecho y se le escapó una tos—. No quería, Charis; no quería... No quería...
—Shhh —le dijo ella—. No tuviste opción —y le besó la mejilla y luego la frente—. No te dejó opción. Vamos, Jess, no tenemos tiempo... ¡Vendrán pronto!
Jesse respiró hondo, con lo cual pareció recomponerse. Después, asintió. Y ayudado una vez más por ella se puso en pie, y ambos centraron su atención en la pila de madera que escalaba hacia la ventana.
Sosteniéndose de las manos, con una última mirada cómplice para transmitirse seguridad el uno al otro, comenzaron a ascender, procurando buscar las zonas más firmes para avanzar sin remover la pila.
—Pisa donde yo lo haga —le indicó Jesse—. Si encuentras un tablón frágil busca otro.
Ella obedeció, dejándose guiar y buscando con él las zonas más seguras en donde apoyar el pie, de manera que la cima del derrumbe parecía cada vez más cercana.
Por el camino, Jesse arrancó la etiqueta de papel con el logo «R.S.» prendada a una de las bridas cortadas de la pila de madera y se la guardó antes de continuar.
Un mal paso, aunado al dolor del disparo al intentar mantener el equilibrio lo obligó a doblarse sobre sí mismo con un quejido ahogado. Las piernas se le doblaron y tuvo que asentar una rodilla sobre un tablón, jadeando para saturarse de aire e impedir que el negro borroso en las esquinas de su visión avanzara y nublase toda su vista. Su cabeza se sintió ligera y su cuerpo pesado. No creyó que tuviera las fuerzas de levantarse, sin embargo tuvo que hacerlo, en cuanto Charis enrolló sus brazos alrededor del suyo y tiró de él:
—Arriba, Jess, ¡vamos! —suplicó—. No te rindas, ¡falta poco!
Fue solo gracias a su apoyo que Jesse pudo erguirse y continuar, pero a partir de allí, sumado los esfuerzos físicos a los de su mente para no perder la conciencia, cada paso fue más difícil que el anterior.
Tras un camino largo y laborioso, alcanzaron finalmente una de las claraboyas. Jesse tiró de la manija para abrirla y Charis empujó el cristal hacia afuera. Del otro lado, pegado a la pared se encontraron con un andamio alto y viejo, pero del cual no sería demasiado difícil descender deslizándose por los tubos.
—Apresúrate —le dijo Jesse, y ayudó a Charis a cruzar del otro lado a través de la claraboya abierta.
La sola visión de la caída hizo que Charis sufrirá un acceso de vértigos que le despertó náuseas y crispó los dedos en torno a la mano con que Jesse sostenía la suya para ayudarla a cruzar hasta el andamio.
Este parecía haber sido debilitado por los años, pues se agitó y retembló incluso bajo el peso de la mitad de su cuerpo mientras ella se deslizaba hacia la superficie. Y en cuanto logró sacar todo el cuerpo por la ventana y cruzar hasta la plataforma, ella se desmoronó y descansó de espaldas un momento.
Una corriente de viento fresco transcurrió por su rostro acalorado por el esfuerzo, y ella se rio:
—¡Lo hicimos! ¡Lo hicimos, Jess! —jadeó, rodando sobre su costado para erguirse.
La fugaz visión del bosque, finalmente libres de ese lugar terrible le trajo lágrimas de felicidad a los ojos. Y al momento de virar de vuelta hacia la ventana para ayudar a Jesse a salir, fue el instante exacto en que la ventana se cerró frente a su rostro, y escuchó el sonido metálico del seguro en cuanto Jesse cerró por dentro; de manera que todo lo que pudo hacer fue mirar a su rostro pálido del otro lado del cristal, dedicándole una sonrisa tranquilizadora, anegada de un extraño alivio, aun cuando se hallaba del lado contrario a la libertad.
https://youtu.be/c9xy6HQH6VU
Charis vació los pulmones en un respiro incrédulo. Su estómago sufrió un vacío todavía más intenso que el de los vértigos anteriores, y el pecho le pesó tanto que sintió que la arrastraría hacia la caída entre la pared y el andamio donde se hallaba.
Jesse se sacó del bolsillo la etiqueta de papel que había tomado de la pila deshecha, con fechas y datos y otra información sobre la madera, y le dio la vuelta al reverso en blanco.
—Ve... al frente y-... Y toma el sendero —le dijo a través de una rendija por el costado de la ventana, donde el marco estaba descuadrado. Para ese momento su voz se oía agrietada y exhausta—. N-no te detengas hasta-... Hasta que estés segura de que nadie te sigue. Pero... primero...
Charis lo vio llevarse una mano al costado y después al frente, hacia el papel, en donde, con trazos difusos trazó algo con su propia sangre. Después arrugó el papel y lo metió por la rendija:
—Dale esto a Monsieur... —jadeó, con un acceso de tos que contuvo en el fondo de su garganta, y el cual constriñó su voz en lo siguiente que dijo, casi al volumen de susurros—. S-solo a Monsieur, Charis... A nadie más.
—Qué has hecho... —farfulló ella con los rasgos temblorosos, sin comprender, o más bien si querer aceptar lo que eso significaba.
—Ve, Charis... ¡Rápido! —la apremió él.
—¡Qué has hecho! —chilló ella esta vez, y golpeó el cristal con las manos una y otra vez, sin miedo a que se le reventase el vidrio sobre la palma, con tal de poder sacar a Jesse de allí.
Él asentó una mano ensangrentada y temblorosa contra el cristal del otro lado, dejando una marca y volvió a hablarle a través de la abertura al costado del marco:
—Si voy contigo... no dejarán de perseguirte. Ve...
—No... ¡No, Jesse, maldita sea, abre la puta ventana!
—Charis, por favor...
—¡¡Abre la jodida ventana, Jesse!! ¡¡Maldición!! ¡¡MIERDA!!
Ya había perdido la cuenta de todas las lágrimas que había derramado solo en el transcurso de esa noche, pero esta vez las que cayeron sin control por su rostro no eran de otra cosa que de rabia.
—Abre, Jesse... Te lo suplico... —Rendida, ella dio un último golpe contra el vidrio, dejando su mano sobre la suya, a través del cristal, y dejó caer la frente contra el mismo—. No hagas esto...
—Si me quedo, yo... yo puedo distraerlos —aseveró él—, y tú puedes escapar y pedir ayuda... Corre lo más lejos que puedas hasta que tengas señal. De-después llama... al número de Luk —finalizó, en boqueos arduos—. Por favor, Charis... Cuento contigo...
Ella respiró hondo. Sus perseguidores no tardarían en llegar allí atraídos por el ruido. Jesse todavía tenía que esconderse. Y si ella continuaba perdiendo el tiempo allí, los atraparían a ambos. Con el pecho saturado de sollozos contenidos, tomó con una mano temblorosa el papel que Jesse le dio a través de la rendija y se lo guardó:
—No te atrevas a morir, Torrance —le advirtió—, ¡porque si mueres, me suicidaré e iré al infierno a patearte! ¡Juro que lo haré!
Jesse sonrió suavemente y dio una cabeceada:
—Sé que lo harás. Ahora ve... ¡Corre...!
Y sin perder más tiempo, ella se movió hacia uno de los costados del andamio y se trepó por los tubos para empezar a descender, hasta que sus pies encontraron suelo firme y entonces emprendió una carrera para rodear el edificio, corriendo más rápido de lo que lo había hecho jamás en su vida.
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