14. La Chica de California
https://youtu.be/NZyPy2inax4
La mayoría de las fotografías más recientes en la galería de imágenes del teléfono móvil de Daniel tenían algo en común: el cabello rojo de Charis.
Resaltaba siempre de un modo especial. Con luz o sin ella; en la oscuridad rojiza de su apartamento por las tardes, o bajo el sol del parque; en contraste con el verde del césped y de las hojas. En especial en la foto que siempre se detenía a mirar; su favorita.
En ella, Charis tenía los labios fruncidos de modo encantador alrededor de la pajilla de un jugo de frutas que habían comprado en el parque. Daniel la tomó usando como excusa que el jugo se veía apetitoso, pero en realidad lo hizo porque era ella quien lucía particularmente bonita ese día, con el cabello suelto sobre los hombros, y enfundada en una blusa delgada amarillo pálido.
Cuando ella se hubiese marchado, las fotografías serían todo cuanto le quedaría.
Podría visitarla, claro, pero visitar a su familia ya era engorroso con sus cortas vacaciones. California quedaba mucho más lejos... ¿Charis haría el viaje hasta Sansnom, la ciudad que no le había traído sino tristezas e infortunios, solo para verlo a él?
No... Definitivamente, no.
Dejó su teléfono móvil a un lado, abatió la frente entre sus palmas y vació el pecho en un suspiro.
Conforme Charis le enumeraba sus razones para marcharse, él se había limitado a fingir que la escuchaba, cuando todo lo que podía oír en su cabeza era un incesante zumbido. Finalmente no había podido hacer otra cosa que asentir, dedicarle algo que falló en ser una sonrisa, y después levantarse con la excusa de que tenía algo que hacer en el hospital.
Después de eso abandonó el edificio en su auto y condujo por la ciudad hasta que cayó la noche.
Cuando regresó al edificio, las luces del apartamento de Charis ya estaban apagadas. Miró a su ventana algunos minutos desde el aparcamiento, mientras fumaba junto a su auto. A partir del momento en que ella dejara Sansnom, otra persona probablemente llegaría a ocupar ese mismo piso. Daniel se preguntó si aquello sería mejor o peor que mirar allí y verlo completamente vacío.
Después de agotar su segundo cigarrillo, tras lo cual estuvo debatiéndose por largo tiempo si debía hablar nuevamente con Charis, y esta vez hacer el esfuerzo de mostrarle algo de apoyo, finalmente decidió que sería hipócrita, y que era mejor dejar las cosas como estaban. Así que, finalmente, subió las escaleras de su sección y entró en su piso a intentar dormir... lo cual no consiguió.
Hubiese querido poder resentir a Beth, a Mason, al padre de Charis... Pero al final no pudo culpar a nadie más que a sí mismo, por no haber podido hacer nada por ella. Tomar el asunto en sus manos y denunciar él mismo a Mason.
Seguro... Charis lo hubiese odiado por un tiempo, pero ahora conservaría su trabajo y no se hubiese visto obligada a tomar una determinación tan extrema. No estaría a punto de marcharse para no volver jamás. Y lo hubiese perdonado eventualmente.
La puerta de su oficina se abrió con un suave rechinido. Cuando Daniel levantó la vista, encontró sus alrededores sumidos en los colores cálidos de la tarde.
—No te has ido a casa... ¿por qué? —Jesse se quedó en el amago de entrar—. ¿Es... un mal momento?
Daniel negó, y le señaló la silla frente a su escritorio con un gesto.
Jesse cerró con cuidado la puerta a sus espaldas, y se adentró de forma cautelosa en la oficina. Se quedó de pie detrás de la silla, y lo observó desde allí, ladeando ligeramente el rostro.
—Dan... ¿qué tienes?
Una sonrisa amarga le distendió los labios cuando levantó los ojos para ver a Jesse. Una con la que ya sabía que no lograría engañarlo.
—Es todo —masculló, y deslizó las manos por sus sienes, echándose el cabello hacia atrás cuando dejó descansar su peso contra el respaldo de su asiento—. Todo se echó a perder, Jess. Ella se marcha.
Charis no recordaba la última vez que salió de noche, de manera que a la hora de elegir su vestuario, tuvo algunos problemas para decidir qué ponerse.
Mientras rebuscaba en sus cajones, haciendo prendas a un lado, se encontró con su blusa amarilla favorita y la sostuvo arrebujada frente a su rostro. La última vez que se la puso, fue durante un paseo por el parque. Daniel le tomó una foto ese día...
Tenía todavía en una esquina la mancha de una gota de jugo que cayó desde su pajilla y que no había podido quitarle. Pasó el dedo por la mancha y se le escapó un suspiro. Había intentado mantener a Daniel lejos de sus pensamientos desde la tarde anterior, cuando él se marchó, después de comunicarle la noticia, pero cada cosa le recordaba a él.
—¿Estás lista, dulzura? Ya casi acabo de maquillarme.
La voz de Beth desde afuera cortó de cuajo el hilo de sus pensamientos, y Charis volvió a meter la blusa en el cajón.
—Ya casi —mintió.
Eligió una camisa de seda de color rojo brillante y una falda negra simple. Se decidió por botas no demasiado altas. Con Beth, nunca se sabía qué tan agitada sería la noche.
Aquella se maquillaba en el salón, y Charis solo podía oír sus tarareos.
—Estoy lista —anunció al momento de abrir la puerta.
Beth se levantó del sofá guardando rápidamente su estuche de maquillaje en el bolso. Enfundada en su estilo revelador de siempre, con una blusa negra escotada y ajustada, constelada de pedrería en toda el área del pecho, una falda de cuero cereza, y zapatos altos. Ella normalmente ponía un gran esmero a su maquillaje, y le gustaba hacerlo dramático, sin importar la hora del día. Ahora llevaba brillantina en los párpados.
Charis no tenía paciencia para eso. Se aplicó el maquillaje de todos los días, y una capa extra de máscara en las pestañas. Después, se peinó como siempre, echándose todo el pelo hacia atrás.
—¡Hermosa! —la halagó Beth, y se acercó haciendo resonar sus estiletes.
Sin embargo, lo primero que hizo en cuanto llegó frente a ella, fue abrirle de un tirón dos botones de la blusa, dejándole a la vista un generoso escote:
—¡Beth!
—No vamos a la iglesia, amor. ¿No te he enseñado nada?
—Todo lo que mis padres me enseñaron a no hacer.
—Entonces te he enseñado bien. —Le guiñó un ojo al hacerse con su móvil.
Charis se fijó en que había cambiado su vieja funda por una figura que le resultó demasiado familiar. Tenía un dibujo de Jack Skellington junto a otro personaje que no le resultó conocido. Una muñeca azul de trapo cosida con un vestido hecho de retazos de diferentes telas.
Aquello trajo fugazmente a su memoria a otra persona en quién no se había detenido a pensar en algún tiempo.
—¿Vamos? —dijo Beth— Creo que nuestro Uber está por llegar.
—Espera... ¿no iremos en mi auto?
—Claro que no; la idea de hoy es divertirnos. Eso incluye beber. Si vas en auto no podrás tomar nada.
—Sí podré. —Sonaba como un desafío, y Charis lo tomó como tal.
—Yo no te dejaré. Nunca bebas y conduzcas, ¿qué le enseñaremos a las generaciones venideras? Pediremos un Uber de vuelta. Para eso ha sido creado.
—No vamos a beber tanto.
—¡Tonterías! La fiesta no se acaba sino hasta que una de las dos termine en el piso, hablando arameo. —El móvil de Beth vibró en su mano, acaparando su atención antes de darle tiempo de ver a Charis poner los ojos en blanco—. ¡Nuestro carruaje espera!
Cuando bajaron y salieron del edificio, afuera aguardaba un vehículo oscuro. Charis fue a subirse, pero Beth la detuvo por el brazo.
—¡Alto! —Rodeó el automóvil y comprobó la matrícula en la aplicación de su móvil—. Es este.
Una vez se introdujeron en el vehículo, el conductor las saludó de manera demasiado informal para su gusto. Apenas lo oyó por sobre su música escandalosa. Beth se acomodó a gusto en su asiento, mientras que Charis adoptó una posición aprensiva, con las rodillas juntas y las manos en el regazo.
—Al club Bohemian Circle, ¿correcto?
—Sí, por favor —corroboró Beth, y cuando el vehículo se puso en marcha, se giró en torno a Charis con una mirada apreciativa—. Bien, es hora de la magia —sacudió los dedos en alto con una gran sonrisa.
Charis suspiró y se resignó. Ese paso extra formaba parte de todas sus salidas juntas. Y ella sabía que no había caso en negarse.
Beth le deshizo otros dos botones de la blusa dejándole a la vista una porción del vientre. Después le dobló las mangas de la camisa a mitad del antebrazo. Para finalizar, le hundió los dedos en las raíces del cabello, los deslizó varias veces con movimientos oscilantes para desordenárselo, y apartó un mechón de su prolijo peinado hacia atrás, soltándoselo sobre el rostro:
—¿Ya? —gruñó Charis, impaciente.
—Aún no —dijo Beth, rebuscando en su bolso.
Sacó un tubo cilíndrico dorado que destapó con los dientes y cuya base giro dos veces. Por la boquilla emergió una barra de labial de un rojo encendido.
—El toque final —dijo Beth.
—Es «Rojo Puta»
—No lo insultes, ¡me costó muy caro! Es «Rojo Hetaira» —proclamó orgullosa. Se pintó el meñique con el labial y luego lo deslizó sobre los labios de Charis. Al finalizar, hizo un beso del chef al aire—. Arte.
Charis se hizo con su espejo y contempló temerosa el resultado final, esperando encontrarse con alguien a quien no reconociera. Pero se admiró de lo mucho que los sutiles cambios de Beth habían mejorado su aspecto sin alterarlo demasiado. Había pasado de ser una oficinista, a una chica divertida, lista para pasársela bien un rato.
Cuando levantó la vista del espejo, Beth la contemplaba con una sonrisa.
—Eres tan hermosa —la elogió.
Charis agradeció el cumplido y volvió a mirarse, con nostalgia.
Al crecer rodeada de varones, había llegado a su adolescencia siendo una chica tan masculina que la confundían a menudo con un muchacho. Ella misma nunca se había sentido hasta entonces lo suficientemente bella para ser una mujer. Tenía el mentón muy afilado, la frente muy amplia —la cual solía esconder detrás de un fleco descuidado—, y un cuerpo sin demasiadas curvas. Incluso para el momento de irse de Sansnom, usaba una sudadera ancha, deportivas y pantalones de gimnasia. Eso fue hasta conocer a Elizabeth Sánchez, quien más tarde se convertiría en su querida Beth.
Y durante el tiempo en que compartieron piso, ella fue quien le enseñó a caminar con tacones, cómo vestirse para sacar partido de su tipo de cuerpo, a maquillarse, y también quien le convenció de dejarse crecer el cabello y apartárselo lejos del rostro, observando que su frente alta le daba un aspecto inteligente, y que debería lucirla con orgullo.
Beth había construido su autoestima desde cero. Y, secretamente, Charis se lo agradecería siempre.
https://youtu.be/QObMDkyV_zQ
La danza de los cegadores flashes de neón de colores que brillaban en lo alto, encendiéndose y apagándose, la hicieron sentir algo mareada. La música era electrónica y alta, y la pista de baile estaba repleta.
Tomándola de la muñeca, Beth la condujo hasta la barra, donde se arremolinaba un tumulto de personas ordenando bebidas.
—Hay demasiada gente —se quejó Charis, intentando no ser tragada por la multitud.
Beth le dijo que aguardara y se escabulló hasta la barra, en donde se inclinó, con los brazos cruzados bajo su ya pronunciado busto, para acentuarlo más.
Como era de esperar, no tardó en atraer la atención del barman, quien, discretamente le deslizó por encima del mesón una carta. Beth la miró por un momento y después señaló un punto de la misma y levantó cuatro dedos de su mano en alto. El hombre asintió, se dio la vuelta, y regresó con cuatro botellas que le puso sobre el mesón, y que Beth pagó soplándole un beso en el aire.
Después se alejó de la barra ignorando las protestas a su paso.
Charis la contempló acercarse, meneando la cabeza con reproche y se alejaron para buscar donde sentarse.
—¿Qué harás el día en que no te funcione?
—Buscar otro barman.
La mayor parte de la gente estaba en la pista de baile, de manera que no les costó demasiado encontrar una mesa vacía en donde se instalaron con las cervezas.
Charis miró las etiquetas. Eran Shandy de frutas de las que solían beber en Los Angeles.
—¿Cómo te sientes, primor? ¿Estás más tranquila?
Ella agitó suavemente la cerveza dentro de la botella. Se distrajo en el siseo de las burbujas de gas al interior en lo consideraba su respuesta.
Tuvo que ser honesta, aunque hubiese querido hacer feliz a Beth:
—Ojalá pudiera decir que sí. Lo siento... Ya han sido varios días y aun así...
Antes de acabar, Beth ya estaba moviendo la cabeza.
—Tonterías, Charichi, no tienes un límite de tiempo para estar triste. No te traje aquí para borrar mágicamente tus problemas; todo lo que quería era distraerte un poco. —La mano de Beth viajó por la mesa y estrechó la suya—. ¿Qué dices? ¿Nos olvidamos de todo por hoy y pasamos una noche divertida?
Charis sonrió.
—De acuerdo...
Entre risas, bromas y anécdotas, el tiempo se les fue volando sin que se percatasen de ello sino hasta que se bebió cada una su segunda botella.
Después de eso, Charis consintió cuando Beth le sugirió salir a la pista, y bailaron como no lo habían hecho en mucho tiempo.
Hubieron de parar tras la quinta o sexta canción, y al regresar a su mesa, se dejaron caer sobre su silla jadeando exhaustas.
Charis verificó su maquillaje en su espejo e intentó disimular el intenso rubor de su rostro con polvo compacto en lo que Beth se arreglaba el cabello.
Sin previo aviso, Beth se trasladó de silla junto a ella y rodeándole los hombros con un brazo levantó su móvil frente a ellas y tomó una foto de ambas. Charis apenas tuvo tiempo de dejar el polvo compacto y sonreír.
—Las hubieras tomado antes de estar hechas un desastre sudoroso.
—Así nadie creería que nos la estamos pasando bien.
Después de guardar su móvil, Beth se tendió contra el respaldo de su silla y trasladó una mirada por la pista de baile. Charis sabía que la leona buscaba posibles presas, aunque no pretendiera cazar ninguna esa noche.
—No es como en California —opinó aquella—, pero este sitio está bastante bien para este pueblucho.
Charis hizo un respingo. ¿Por qué se sintió personal cuando a ella misma no le agradaba particularmente la ciudad?
—Me pareció ver que hay una feria en la ciudad cuando buscaba panoramas para esta noche. ¿Has ido?
—Una vez, cuando estaba más joven. No es que conozca muchos sitios aquí. Este es el primer club al que vengo.
Beth volteó a verla con sobresalto:
—¡¿Hasta ahora?!
—Daniel no es para este tipo de ambientes.
—Daniel no es la única otra persona en Sansnom, ¿o sí? Necesitas expandir tu círculo. ¿No has hecho ninguna amiga desde que llegaste?
Charis se mordió los labios. Se dio cuenta de que no tenía derecho a decir que Daniel y Torrance eran unos marginados, cuando ella no era mucho mejor.
—Bueno... están Marla y las chicas...
Beth bajó los párpados y pestañeó lentamente. Charis solo tuvo que ver su rostro para saber lo que pensaba.
—También estaba Jennifer, en la oficina —recordó a su colega del trabajo en el banco—; pero no la llamaría amiga. No éramos cercanas.
—Nunca puedes llegar a ser cercana con las personas si no te acercas a ellas. ¿Nunca la invitaste a salir, o ella a ti? —No tuvo que responder. Eso era evidente—. Debería sentirme halagada de ser tu única amiga, pero odio que hayas estado tan sola todo este tiempo.
—No lo estoy. No lo... estaba. —Sintió una punzada dolorosa al percatarse de que ahora todo ello sería tiempo pasado—. Estaba Daniel. Y también...
Beth aguardó, pero Charis no llegó a concluir su frase.
—... ¿Y?
Charis se mordió los labios. No; ni pensarlo. Nunca...
—Supongo... que solo Daniel.
Beth suspiró, frunciendo los labios hacia una de sus comisuras.
—Necesitas algo de estrógeno en tu vida. Cuando volvamos a Los Ángeles, ya no tendrás excusa para salir conmigo y las chicas. —El oír mencionar otra vez aquel asunto hizo que la expresión de Charis decayera. Beth no lo pasó por alto—. Porque... todavía quieres regresar... ¿no?
—Es lo que dije que haría —zanjó Charis.
Beth se abstuvo de decir nada más. Tomó las botellas vacías de la mesa y se levantó con ellas.
—Voy a devolver estas, y nos traigo otro sabor.
—Ya pagaste por ellas, déjame comprar la próxima ronda.
—¡Por supuesto que no! Ahora perteneces al trágico mundo del desempleo. ¡Ya regreso! —Beth se alejó antes siquiera de que Charis pudiera alcanzar su cartera, y desde lejos le sacó la lengua.
Charis se rio y movió la cabeza al perderla entre la multitud. Al momento de apartar la vista, sus ojos fueron a instalarse por accidente a un hombre sentado a una mesa a poca distancia, quien interceptó su mirada con la suya.
Este se dio por aludido con su sonrisa y respondió con otra y con un saludo de su mano en alto. Charis le dedicó otro por reflejo, solo para no ser descortés.
—Oh, no... —masculló al percatarse, demasiado tarde, de lo que había hecho, en cuanto lo vio dudar, a punto de levantarse.
Charis apartó la mirada y dejó caer el cabello por un lado de su rostro como una cortina para hacerse invisible, con la esperanza de desalentarlo.
» Oh, no... Por favor, no... Por favor, no... Por favor, no...
—Hola.
» Mierda... ¡Mierda!
—¿Nos conocemos de algún sitio?
Ella inhaló un aliento antes de levantar la vista hacia quien sabía que encontraría junto a su mesa. Cuando lo hizo, allí estaba él.
Negó con una sonrisa tensa.
—Sé que jamás olvidaría una cara como la tuya; pero como me saludaste...
—Lo siento. Me equivoqué —le dijo ella, con toda la amabilidad posible.
—Lástima... Eso creí. —Charis esperó que aquello fuera suficiente para que se marchase, pero no lo fue. El hombre se acercó otro poco—. Bueno, no significa que no podamos conocernos, ¿Cuál es tu nombre?
Más de cerca, y bajo las luces coloridas, el hombre le pareció atractivo, y además parecía agradable. En otras circunstancias, hubiese aceptado hablar con él de buena gana, pero era lo último en lo que quería pensar ahora mismo, y Beth volvería pronto.
—Estoy con mi amiga; fue a buscar bebidas. Noche de chicas, ya sabes...
El hombre apartó la silla a su lado, y se sentó junto a ella.
—Puedo acompañarte hasta que ella llegue. Entre tanto, ¿qué tal si me das tu número? Podemos charlar en alguna otra ocasión.
Charis mantuvo su sonrisa, aunque algo más tensa.
—Lo siento; no —intentó sonar lo más firme posible—. No doy mi número a los desconocidos.
—Oh, vamos. Ya no soy un extraño, ¿o sí? Mi nombre es Sean. —Le extendió una mano que, tras una pausa y un suspiro, Charis tomó sólo por no ser descortés—. ¿Y tú eres...?
—Charis —dijo ella, apartando su mano tan pronto como pudo, aunque percibió cierta resistencia de parte de la de él a la hora de soltarla.
—Encantado. ¡Listo!, ¿lo ves?, ya nos conocemos.
Ella suspiró. No quería ser maleducada, pero el extraño no parecía dispuesto a rendirse pronto:
—Lo siento —zanjó ella—. Todavía es un no. Pero... puedes darme el tuyo.
El hombre le sostuvo una mirada que disparó enseguida un mal presentimiento. Todo rastro de su amabilidad anterior se había esfumado, aunque sonriese todavía. Aquel bajó los ojos un instante, como si lo considerase y después volvió a mirarla, ahora con una ceja en alto.
—Algo me dice que si lo hago, estaré esperando por semanas por un mensaje que nunca llegará, ¿no es así? Así es como funciona esto.
Charis se envaró en su asiento. No tenía la menor intención de lidiar con eso ahora mismo; prefería perder la mesa. Tomó su bolso y el de Beth y se los echó ambos al hombro.
—Creo que ya vi a mi amiga —mintió, y se levantó para marcharse.
Lo que no esperaba era que el sujeto se levantase al mismo tiempo que ella y le bloquease el paso.
—¡Espera! Lo siento. Sólo era una broma, preciosa, no te enfades. ¡Está bien!, te daré mi número; pero hazme una llamada solo para estar seguros de que lo anotaste bien, ¿de acuerdo?
—No, gracias. Con permiso.
Hizo el intento de rodearlo, pero este volvió a meterse en su camino.
—¿Ya no quieres mi número? ¿Dije algo malo? Solo bromeaba antes.
Con cada uno de sus intentos por continuar su camino, este volvía a cortarle el paso. Charis sentía su paciencia acabarse conforme la invadía una entremezcla de rabia y temor.
Clavó en los ojos del sujeto frente a ella una mirada dura, y se plantó en su lugar:
—Dije que no estoy interesada. Hazte a un lado y déjame pasar.
—¿Y qué pasó con lo de antes? Cuando me saludaste. Cuando fingiste conocerme para que te hablara, ¿por qué cambiaste de parecer? ¿Es que no soy tan atractivo de cerca? ¿Es eso?
Charis percibió que el sujeto se balanceaba sobre los pies conforme hablaba, como si estuviese a punto de echarse sobre ella. Preparó el puño de su mano libre, lista para defenderse si debía hacerlo, y rogó tener la fuerza de voz suficiente para gritar después, no del todo segura a qué atenerse si se veía orillada a lanzar un golpe.
Finalmente, lo que tanto temía se volvió realidad. En cuanto se dispuso alejarse otra vez, una de sus manos aterrizó sobre su hombro; ya no en un afán amistoso, sino en un claro intento por retenerla.
https://youtu.be/tjkQ4i3CoAk
De la nada, la silueta pequeña de Beth surgió de entre el tumulto y pasó a ocupar el sitio de su insistente captor cuando lo empujó lejos de Charis en el momentum de su carrera y se plantó frente a él, escudándola tras de sí.
—¡Las manos fuera, amigo! —rugió con voz medida, pero lo suficientemente alta para dejar claro el mensaje—. Creo que ella te ha dicho que no.
Charis ocupó lugar junto a su amiga, casi temblando, lista para respaldarla en cuanto intuyó, por la expresión furibunda del sujeto frente a ellas, que podía volverse agresivo en cualquier momento.
—Calientapollas... ¡Típico de mujeres! —bramó el hombre, precipitándose un paso hacia ambas.
Aquello fue la gota que colmó el vaso. Charis estuvo a punto de dar un paso al frente para confrontarlo cuando una figura más alta se interpuso.
Escuchó entonces una voz muy familiar.
—¡Muy bonito! Eres muy valiente para hablarle así a una mujer. ¿Qué tal si lo intentas conmigo?
—¿Y quién carajos eres tú?
Charis no podía ver su rostro, solo distinguió cabello rubio cenizo.
—Amigos de las señoritas. —Otra figura alta se puso en frente, junto a la primera, aunque Charis no pudo ver quién era. Sin embargo, fue suficiente para hacer retroceder al hombre del otro lado de ellos—. Ahora, ¿vas a largarte o debería llamar a un guardia para que te saque a patadas del recinto?
Temió que fueran a empezar una pelea. Era todo lo que necesitaba para cerrar con broche de oro su paso por ese pueblucho infernal lleno de borrachos prepotentes. Pero en cambio, el hombre chasqueó la lengua, farfulló un rosario de improperios, y después se retiró de allí andando a empujones entre la muchedumbre.
Una vez se hubo marchado, Charis se encontró respirando agitadamente sin una pista de en qué momento había empezado a hacerlo. La mano de Beth enganchándose a su brazo le provocó un ligero sobresalto, pero la reconfortaron sus manos suaves:
—¡¿Estás bien, cariño?! —Antes de darle tiempo a responder, Beth la estrechó en un abrazo—. Lo siento, amor, ¡no debí dejarte sola!
—No pasó nada, tranquila... —la tranquilizó en cuanto Beth se apartó de ella y acunó su rostro entre sus palmas.
En cuanto sus rescatadores viraron en dirección de ellas, pudo cerciorarse de que el primero era en efecto quien había sospechado.
—¿Están bien las dos? —preguntó aquel.
Charis inhaló hondo para recuperar el aliento perdido, aliviada de tener cerca una cara conocida. Aunque sólo se hubiesen visto dos veces antes, se sintió de inmediato más segura con él cerca; sobre todo después de su oportuna aparición para librarlas del peligro.
—Vaya, vaya —le dijo, intentando suavizar la tensión todavía persistente en el ambiente—. Doctor Victor Connell.
Beth los contempló de uno en uno, la curiosidad latente en sus ojos felinos.
—Señorita Charis Cooper, qué sorpresa —respondió él, con formalidad, levantando las cejas—. ¿Ha estado siguiéndome? Puede ser sincera, no es que fuera a molestarme.
—La sorprendida soy yo. A decir verdad, este es el último sitio en donde esperaba encontrarnos otra vez.
—¿Porque soy doctor? ¿Un doctor no tiene derecho a salir de fiesta?
—Mientras no beba ni fume. Es su misión como profesional de la salud promover los buenos hábitos.
Victor le dio la razón con una cabeceada.
—En teoría —contestó, sonriendo de la misma forma encantadora que siempre conseguía fascinarla.
Charis se arregló el cabello, esperando no lucir demasiado sudorosa o asustada. Él se veía completamente diferente del modo en que estaba acostumbrada a verlo. Llevaba el pelo rubio suelto, y ropa informal; jeans oscuros, acabados en deportivas blancas, y una camisa clara.
Echó por reflejo un vistazo al hombre junto a él. No lo conocía, pero este le sonrió con amabilidad. Victor se hizo a un lado para introducirlo.
—Este es Rodrick, médico radiólogo del hospital Saint John. Colega y un gran amigo mío. —El aludido era un poco más bajo que él, cabello castaño y cejas pobladas sobre dos ojos oscuros e intensos. Charis pensó que no era tan atractivo como Victor, pero era apuesto aun así—. Rod, la señorita Charis Cooper; ya te he hablado de ella. Amiga cercana de Daniel, nuestro colega.
—Un placer —la saludó amablemente, extendiéndole una mano que ella estrechó—. La señorita que se perdió y acabó en la morgue, ¿no? Y que después se quedó atrapada en el elevador.
Victor le dio un codazo y Charis procuró sonreír, aunque solo consiguió hacer una mueca tensa. El incidente de la morgue había sido bien sonado, pero, ¿quién le habría contado lo del elevador? ¿Todo el hospital sabía que se había quedado encerrada allí con Jesse Torrance?
A su lado, Beth solo aguardaba con una sonrisa discreta en los labios, observando de uno en uno a los hombres frente a ellas. Por su parte, Charis la introdujo con propiedad:
—Por cierto, esta es mi amiga, Elizabeth.
—Beth —corrigió ella, y dio un paso al frente—. Y creo que quiso decir «su mejor amiga». —Arrojó un vistazo malhumorado a Charis por encima de su hombro—. Es un placer.
Charis movió la cabeza y señaló a ambos hombres con un gesto.
—Ellos son colegas de Daniel. Victor Connell, y Rodrick... uh...
—Sandford —terminó él, y ofreció una mano que Beth tomó con coquetería. Charis no pasó por alto la forma en que esta lo escaneó, lo cual le indicó que la cazadora había hallado al fin a su presa—. Un placer.
—El placer es todo mío. —La voz suave y arrulladora de Beth no falló en hechizar a Rodrick, a quién se le escapó una sonrisa embelesada. Esta estrechó después la mano de Victor—. Vine por encomienda desde L.A. California, para corromper a esta preciosura pelirroja. —Dedicó un guiño a Charis.
—¡Genial!, creo que todos podemos ayudar con eso —dijo Victor.
—Así que son los dos doctores —observó Beth, apreciativa—. Es una suerte, porque después de la aparición de ese patán, mi amiga parece un poco pálida. Diría que necesita una dosis de C2H6O.
Tanto Victor como Rodrick intercambiaron un gesto sorprendido. Rodrick erigió el dedo índice en su dirección y lo balanceó con una sonrisa ladina.
—Muy ingeniosa.
—Es el símbolo químico del alcohol —susurró Victor a Charis, al ver su expresión conflictuada.
Charis viró en redondo para mirar a Beth:
—¿Y tú cómo diablos sabes eso?
Beth se alzó de hombros con una sonrisa misteriosa.
—Pero creo que tiene razón —corroboró Victor con seriedad, como la que probablemente usaba al diagnosticar a todos sus pacientes. Lucía apuesto pulcramente peinado, no obstante, con el cabello suelto, acomodado hacia un lado, a Charis le pareció que lucía incluso más atractivo. Lo tenía más largo de lo que aparentaba recogido—. ¿Puedo sugerirles terapia de fluidos?
Beth torció una sonrisa pícara. Estuvo a punto de decir algo, cuando Charis la codeó, adivinando el calibre de lo que se estaba gestando en su cabeza.
—De acuerdo, eso no sonó nada bien —aceptó Victor, con solo advertir la expresión de Beth—. Pero nunca suena bien, no importa el contexto.
—¡¿Lo ves?! ¡No es mi mente la que está sucia! —dijo ella a Charis—. Me veo tentada a tomar su recomendación, pero me temo que dejé nuestras bebidas para venir al rescate de esta damisela.
—No podemos dejar a estas pacientes sin terapia —sugirió Rodrick—. Es nuestra ética como profesionales de la salud.
Charis lo consideró. Mantenía su postura de que sería lo mejor no involucrarse con nadie nuevo antes de dejar Sansnom. Pero mientras aquel sujeto rondase por ahí todavía, se sentía más segura si permanecían juntos. Así que consintió, y ella y Beth aceptaron beberse un trago con ellos.
https://youtu.be/meCuf3INK7M
Después de comprar bebidas para todos, ocuparon la misma mesa que ella y Beth habían apartado al llegar, y pasaron otra parte de la noche charlando y bromeando mientras bebían.
Durante ese tiempo, Charis no apartó sus ojos de Victor, y este a su vez le dedicaba miradas intensas, pequeños guiños y sonrisas cada vez que podía.
Por más cuidado que pusiera en observarlo; sus ademanes, su forma de hablar con aquellos a su alrededor, o incluso su manera de mirar o de sonreír..., Charis no podía ver la menor seña que le indicase que fuera nada parecido a la idea que Daniel tenía de él. Era amable, expresivo y sincero. Y fuera del ambiente del hospital, incluso alguien bromista y divertido.
Después de terminar sus bebidas, Beth sugirió que salieran a bailar, ahora que la pista no estaba tan llena.
Charis tuvo que negarse. Aún no recuperaba las energías. Los últimos acontecimientos en su vida la habían dejado con fuerzas limitadas.
—Estoy algo cansada, paso por el momento.
—Lástima —protestó Beth, y luego arrojó una mirada de soslayo a Rodrick—. Me he quedado sin compañero de baile.
—Eso se puede arreglar —sugirió aquel, a la brevedad, y no perdió tiempo en levantarse, ofreciéndole una mano, que ella aceptó gustosa.
Pero no se fue sin antes girarse por última vez a Charis.
—¿Estarás bien si te dejo un momento, preciosa?
Desde su lugar, Charis le dedicó una sonrisa débil y un guiño.
—Sí, no te preocupes por mí.
—Descuida —dijo Victor a Beth—. Ella queda en buenas manos.
—Eso espero, doctor, o puedo denunciarlo por mala praxis —le dijo Beth, y se alejó con su nueva pareja de baile en dirección a la pista, tirando de su brazo, no sin antes darle la última advertencia—. Más le vale tratarla como una dama, señor, ¡o se las verá conmigo!
—¿Y a ti? —Charis alcanzó a oír que le dijo Rodrick, por lo bajo— ¿Cómo prefieres que te traten?
Ella se inclinó hacia su acompañante con coquetería, como si le confiase un secreto.
—Eso depende del lugar.
Los dos se fueron riendo de allí, bromeando sobre algo que Charis no pudo oír, pero que le hizo mover la cabeza.
Una vez se quedaron solos, Victor sacó una cajetilla de cigarros y la invitó afuera con un gesto, al cual Charis accedió con una cabeceada.
https://youtu.be/eWjtE6ZV0dA
Salieron juntos a un patio techado en la parte de atrás del recinto, donde la música ya no sonaba tan fuerte y donde había algunas mesas. El lugar estaba alumbrado por algunas lámparas de papel colgando del techo que brindaban al lugar un aura cálida. Un letrero luminoso delimitaba el área como la zona de fumadores. Había poca gente, así que encontraron una mesa libre enseguida.
Charis sacó un cigarro de la cajetilla cuando Victor se la ofreció, y lo encendió en la llama que él le acercó al rostro como un caballero.
—Parece que conoces bien este sitio —observó Charis.
—Venimos aquí a menudo; Rod y yo. Si te soy honesto, en verdad no me esperaba verte aquí. Pensé que la pelirroja que había entrado me parecía familiar, pero no quise creerlo.
Ella enarcó una ceja, fingiendo ofenderse.
—¿Tan aburrida le parezco, doctor? —bromeó, para luego dar una profunda calada a su cigarrillo.
Él sonrió de forma galante y dio otra.
—Bueno, como pasas la mayor parte del tiempo con el decoroso doctor Deming y con el auxiliar de morgue...
Charis no pudo sentirse agraviada por el comentario. Tal y como había dicho a Beth, Daniel no era del tipo que saliera de fiesta a clubes. Imaginaba que Jesse Torrance lo sería aún menos. A decir verdad, ella tampoco lo era, de no ser por Beth, pero no vio para qué darle la razón en eso último.
Enarcó las cejas y exhaló una voluta de humo.
—Bien... ya veo tu punto.
—Todavía puedes probar que me equivoco. No imagino que vayas a cambiar de opinión respecto a bailar... ¿o sí?
Ella fingió considerarlo, sacudiendo su cigarrillo en el cenicero en el centro de la mesa, y él hizo lo mismo. Las cenizas de ambos se mezclaron.
—Depende. ¿Conoces a algún buen bailarín interesado en bailar conmigo?
—Conozco al mejor. Pero no te preocupes, intentará no opacarte en la pista.
—Oh, por favor —Charis puso los ojos en blanco y se reclinó sobre la mesa, cruzando un brazo bajo su pecho—. Le puedo enseñar una cosa o dos.
No pasó por alto el discreto vistazo que su acompañante arrojó al interior de su blusa, y se percató de que su postura imitaba una versión más discreta del truco que solía emplear Beth. ¿Era del todo accidental?
Se sintió algo cohibida. Estaba segura de que su escaso busto no surtiría nunca el mismo efecto del generoso escote de Beth.
Pero Victor distendió una sonrisa perfecta:
—Estoy seguro de que a él le gustaría aprenderlas.
Se dio cuenta de que a la luz de las antorchas podía apreciarlo mucho mejor. Su camisa era blanca, reluciente, y la llevaba arrebujada en las mangas, dejando ver el vello claro de sus antebrazos fuertes. Se detuvo en sus manos. No llevaba ningún anillo, ni tenía alguna marca evidente.
Por lo demás le pareció que incluso sus manos eran atractivas. Un punto medio entre las manos grandes y gruesas de Daniel, y las manos finas y largas de Jesse.
Le agradó la forma en que se movieron los tendones de sus dedos cuando volvió a sacudir el cigarrillo en el cenicero.
—Gracias por espantar a ese patán —dijo de pronto, dejando de lado el tono bromista—. Lamento haberte causado molestias.
—Para nada; me alegro de haberte encontrado. —Él sacudió la cabeza, meneando su sedosa melena rubia—. Así que... ¿eres de los Ángeles?
Charis se encogió de hombros, algo reacia a responder. Decir que sí hubiese sido más interesante, pero no tenía motivos para mentir.
—Viví allá un tiempo. Pero nací en Sansnom; esta es mi ciudad natal.
—¿Y regresaste? ¿Por qué? —Victor parecía desconcertado. Tanto, que incluso ella empezó a cuestionárselo.
—Esa es una buena pregunta. —Se rio con una risa amarga y le dio una calada a su cigarrillo—. En realidad... preferiría no hablar de eso ahora. Es una historia larga, y hoy no quiero pensar en ella.
—Entiendo.
Su tono fue genuino, y no insistió más. Charis lo agradeció.
—¿Y qué hay de ti? ¿Has vivido siempre en Sansnom?
En aquel punto, Victor se tendió hacia atrás en su silla, dejando el brazo del cigarrillo sobre la mesa, extendido hacia el cenicero, y fijó la vista en la superficie de madera. Pareció meditarlo.
—Me fui para estudiar. Lo hice gracias a una beca; mi familia... no tiene mucho dinero —admitió con una sonrisa que escondía alguna clase de sentimiento más enrevesado—. Pero a la hora de buscar trabajo no hubo suerte. Así que tuve que volver aquí. —Su expresión se amargó ligeramente al decir eso, aunque lo disimuló con otra sonrisa, más tensa que las anteriores.
—Como yo y Daniel... —observó Charis, y se preguntó demasiado tarde si había sido apropiado mencionarlo.
No obstante, Victor pareció intrigado.
—¿De verdad? —Charis asintió, y aquel exhaló un suspiro—. Es curioso... Parece que todos quienes nacimos en Sansnom estuviésemos condenados a volver, sin importar cuántas veces nos marchemos. Como si esta ciudad atase a la gente. Como una maldición... —Apagó contra el cenicero lo que quedaba de su cigarrillo.
A pesar de lo drástico de sus palabras, Charis las consideró por largo rato. ¿Así era en verdad? ¿Qué pasaría si ella se marchaba entonces? ¿Estaba condenada a regresar? No podía ni siquiera imaginarlo. Hacer ese viaje dos veces, después de fracasar dos veces...
No. Si se marchaba, lo haría para nunca más volver.
—¿Vamos adentro? —le dijo Victor, cuando ella apagó su propio cigarrillo, y le tendió la mano al levantarse—. Todavía tengo que presentarte a ese bailarín. Seguro que querrá aprender esas cosas que dijiste que ibas a enseñarle.
Charis sonrió, aliviada de ver la tensión del ambiente una vez más desvanecida por su encantadora sonrisa blanca, y la tomó.
No estaba convencida al principio con la idea de Beth, pero de pronto no le parecía nada mala. Decidió olvidar a Mason, su trabajo perdido, al patán de hacía un momento, y todo, absolutamente todo lo ocurrido los últimos días... y sencillamente pasar un buen rato.
Al final de la noche, tras algunas copas más en compañía de Victor y Rodrick, y otro par de piezas de baile, Charis y Beth se excusaron para ir al baño. La música se oía algo más amortiguada allí, lo cual hizo más fácil poder tener una conversación a volumen normal de voz por primera vez en el transcurso de la noche.
—El doctor y su amigo son simpáticos —comentó Beth, conforme se retocaba el labial—. Ha sido una noche muy agradable.
Charis asintió, mientras se lavaba las manos.
Estaba de acuerdo, pero ya le dolían los pies y estaba cansada. Además, empezaba a sentirse algo mareada y no quería cruzar la línea y arruinar la diversión volviendo a casa borracha sin recordar nada.
—Escucha... Odio arruinarte la noche —empezó, y Beth la miró a través de su reflejo en el espejo—... pero creo que ya ha sido suficiente para mí.
Beth le devolvió la mueca de un bebé por el espejo, frunciendo los labios. Aun así, tras algunos segundos, su gesto se volvió indulgente y sonrió.
—De acuerdo, cariño. Volvamos a casa entonces.
—Lo siento...
—¡Para nada!, quería que te divirtieras y me bastó con conseguirlo. Ya habrá tiempo para otra salida, cuando estés de mejor humor.
Charis se lo agradeció.
En cuanto salieron del baño, fueron a reunirse con sus acompañantes para despedirse. No obstante, Rodrick se les adelantó.
—Conozco un sitio con otro tipo de ambiente —les dijo apenas se sentaron—. Si todavía tienen energías, podríamos continuar allá.
—Yo paso por hoy —dijo Charis.
Rodrick trasladó su mirada a Beth, quien tuvo que negarse también. Charis vio los esfuerzos que puso en ello.
—No, gracias. Vinimos juntas y regresamos juntas. No podría dejar sola a mi Charichi —le dedicó una mirada dulce.
—No tiene que regresar sola —intervino Victor, ganando la atención de ambas—. Yo puedo dejarla en casa. A decir verdad, yo también estoy algo cansado.
Contrario a disgustarse, su amigo le dirigió un gesto discreto. Algo parecido a una sonrisa que Victor no respondió. Beth levantó una mirada interrogatoria a Charis. Con tal de dejarla marchar sin culpa, Charis le devolvió una cabeceada. Además... eso les daba tiempo para charlar por última vez:
—Sí, por mí no hay problema —dijo a Victor.
Antes de partir cada una con su respectivo acompañante, Charis y Beth se despidieron a solas bajo una farola en la calle. Transcurría un viento frío.
—La única razón por la que te dejo marcharte con un desconocido es porque es amigo de Victor. No haría nada que le comprometiera conmigo.
—Nada que yo no le deje hacerme —rebatió Beth, con una sonrisa pícara—. Y nuestro doctor, ¿es confiable?
Charis movió la cabeza en afirmativa.
—Lo es. Tú ve tranquila y diviértete. Le diré que me deje en mi apartamento y eso será todo.
—Fingiré que te creo. —Beth se aproximó para besarla en una de las mejillas heladas, sonrojadas por su comentario, después de que ella le guiñase un ojo—. Nos vemos, preciosa —le dijo, quitándole la marca de labial que le dejó allí con el pulgar.
—Cuídate mucho.
—Siempre lo hago. ¡Escríbeme cuando estés en casa!
—Y tú. Donde quiera que vayas con él, envíame la dirección. Y llámame en caso de cualquier cosa. No te excedas, y...
—Sí, sí, conozco el protocolo. ¡Adiós, muñeca!
Al separarse y en cuanto fue a encontrarse con él, Rodrick le puso una mano tras la espalda y la compelió a entrar en un Mazda azul oscuro estacionado cerca, que Charis imaginó que era el suyo, y en el cual los dos se marcharon juntos, mientras que Victor se quedó esperando con ella a que llegara el Uber que ya habían pedido.
—No tienes que ir conmigo hasta allá, me basta con que me acompañes hasta que llegue —le dijo Charis.
—No confío en estas aplicaciones. Es peligroso para una mujer andar sola tan tarde. —Le puso una mano sobre el hombro. Charis no percibió nada más en ello que un gesto amistoso—. No te preocupes por mí; me aseguraré de dejarte a salvo y luego pediré otro para mí. No es nada.
Ella movió la cabeza en un asentimiento, complacida por su consideración.
Su transporte tardó poco en llegar, y el viaje transcurrió agradable entre plática ligera y bromas respecto a la noche. Cada tanto, alguna mirada discreta, o alguna sonrisa llena de reserva, un roce accidental de manos o de rodillas... Charis no se dio cuenta de que ya estaban frente a su apartamento hasta que el Uber se detuvo y Victor se bajó primero para sostenerle la puerta.
Caminaron juntos y se detuvieron en el portal del edificio.
—Gracias por todo, doctor.
—No seas así —se apenó él—... Ya sabes que puedes llamarme Victor.
Charis dibujó una sonrisa juguetona y se alzó de hombros.
—Lo sé, sólo me gusta llamarte «doctor».
Él se rio, con esa risa gutural que a lo largo de la noche había descubierto, y que había comenzado a parecerle más y más atractiva.
—Me la pasé increíble con ambas. Tu amiga es todo un caso. Pero en especial... la pasé genial contigo —susurró, como un secreto.
—Yo también —correspondió ella, sintiendo arder sus mejillas. Hacía mucho tiempo que ningún hombre conseguía provocarle portarse como una adolescente deslumbrada.
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Esperó que Victor dijera adiós y se marchase, pero se dio cuenta de que en el fondo no quería que se fuera, ni él parecía querer irse. Había cierta tensión expectante en el ambiente. La despedida se alargaba como si ninguno de los dos deseara que hubiese una.
—Bien. —Al cabo de unos instantes, sin señas de su parte, Victor pareció al fin resuelto a concluir la velada—. Buenas noches, Charis. Descansa...
Se inclinó para besarla en la mejilla. Lo hizo como un caballero y ella se sintió como una dama; no obstante, tras el beso, ambos se detuvieron al mismo tiempo antes de alejarse del todo.
Charis indagó sus ojos castaños a la luz de las farolas, y él navegó los suyos.
Percibió su respiración acelerarse. Todas las preocupaciones del mes se sentían pesadas sobre sus hombros; necesitaba un escape; una salida... Un momento para olvidar. Y la posibilidad estaba allí, justo en frente de ella, solo esperando una invitación.
Y ella se la dio, mediante una sonrisa insinuadora.
Victor volvió a acercarse; lo hizo tentativamente, y, resuelta por fin, ella terminó de cerrar la distancia entre ambos, y encontró sus labios al final. Él la atrajo por la cintura con sus brazos y Charis se abandonó a ellos, rodeando su cuello con los suyos.
En ese momento sus preocupaciones cesaron de existir, aunque fuera por un momento, y se desvanecieron con el resto del mundo. El frío, tanto de la noche, como el de la soledad y la angustia se disipó gracias al calor entre ambos, y en medio del sofoco irresistible de ese primer beso, armada de una inusitada valentía, tomó una decisión.
—Vamos adentro... —sugirió con un susurro ansioso.
Él asintió, y le hizo una seña al conductor del Uber, a lo cual, el vehículo encendió los motores y se alejó, dejando la calle en completo silencio.
Hubo un momento de duda de su parte en cuanto cruzaron juntos el umbral del edificio. ¿Era lo correcto?
Beth lo hacía todo el tiempo, ¿qué importaba?
» Sí, pero tú no eres Beth —rugió algo en su fuero interno, provocando que una chispa de racionalidad se encendiera brevemente en su cabeza; aunque esta fue rápidamente extinta por el calor que la recorrió cuando percibió la mano de Victor aferrar suavemente su cintura por encima de la delgada tela de su camisa de seda, transmitiéndole su calor, cuando la instó a caminar.
En un trayecto que le resultó extremadamente corto, estuvieron en la puerta de su apartamento. Charis falló dos veces en introducir la llave, pero al tercer intento, la puerta se abrió y se internaron allí juntos.
Dentro, la oscuridad los cobijó, y perdida en la misma se sintió oculta y a salvo de su propio juicio.
Para el instante en que despejó su cabeza, ya habían arribado a la habitación, y ya tenía entre los dedos los botones superiores de la camisa de Victor y los estaba deshaciendo ávidamente con manos temblorosas, a la vez que él se ocupada en deshacer los suyos.
Una vez despejada la barrera de su ropa y unidos en una sola piel, se deleitó con la forma en que su cuerpo firme se amoldaba a las incipientes curvas del suyo, y su vientre ardió de ansias en cuanto se tendieron juntos sobre los edredones de su cama, azuzado por la intensidad de las caricias de Victor, quien la envolvió sin abandonar sus labios, reclamando con los suyos besos cada vez más atrevidos.
¿Cuándo había sido la última vez?
Se sintió como una joven virgen, inexperta y torpe, pero no tardo en recordar cómo actuar, en cuanto las manos de su nuevo amante comenzaron a despertar recuerdos a lo largo de todo su cuerpo, el cual respondió casi por voluntad propia a los estímulos.
Su razón se fue nublando, y sus dudas, antes ruidosas, fueron callándose una a una, conforme sus juegos se iban volviendo más osados, y las manos de ambos transcurrían por lugares más ilícitos.
Por una vez no quiso pensar en nada, ni planear cuidadosamente; lo había hecho desde un comienzo y no le había resultado nunca como lo esperaba. Al final todo se había terminado. Pronto se marcharía junto a Beth, y ya nada de esto importaría; por tanto, no importaba una última mala decisión. Con ello en mente, se rindió por completo a los labios de su inesperado compañero.
Al cabo de una tendida sesión de jugueteo previo, Victor le hizo una pregunta, a la que ella contestó con una tímida afirmativa. Después le vio hurgar en el bolsillo de los jeans que ya se había quitado y dejado sobre la cama, y sacar de ellos un empaque pequeño y metálico que rasgó hábilmente.
Charis aguardó sin dejar de recorrer su rostro, labios y cuello con besos, hasta que aquel volvió a tender su cuerpo sobre el suyo, impregnándola con su calor y el perfume masculino de su piel. Ella respondió abrazando sus caderas entre sus piernas, con la respiración desbocada.
Sintió entre sus muslos la calidez de sus dedos, arrancándole suspiros. Él exploró con caricias primero, y luego se movió por sitios más y más recónditos, haciéndola gimotear y contorsionarse.
Allí obró por largo rato con experticia, sin dejar de atender su boca con la suya, y su pecho con su mano libre.
Nuevamente se sintió insegura del tamaño de su busto, pero sus inseguridades se desvanecieron al abrir los ojos y mirar, en la escasa luz que se colaba por las persianas, su rostro extasiado y lo mucho que a él parecía fascinarle. Aquello se llevó sus últimas preocupaciones y dejó de pensar, para empezar a disfrutar sin regañinas.
Las manos hábiles de Victor Connell habían conseguido disipar toda la bruma de sus pensamientos; de manera que en el momento en que este se acomodó entre sus piernas, Charis lo recibió entre ellas, y dejó ir en un largo suspiro todo el contenido de su pecho cuando él afanó en su interior.
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Podía sentir, incluso antes de despertarse, la amargura del alcohol en su boca, junto con una persistente pesadez estomacal que la hizo girar varias veces sobre su cama, buscando una posición cómoda que le trajese algo de alivio.
Se convenció con ello de que había subestimado en gran medida lo que había bebido la noche anterior, y pudo corroborarlo cuando, al abrir los párpados, la habitación dio vueltas frente a sus ojos.
Se movió en su cama para erguirse cuando su pie chocó con el de alguien. Solo en ese momento se percató de algo que, a causa del mareo y las náuseas, no había notado: una respiración pesada y lenta, que no era la suya, proveniente del sitio a su lado.
Charis se petrificó. ¿De manera que Victor no se había marchado? ¿Cómo se suponía que funcionaban ese tipo de encuentros? ¿La otra persona no debía marcharse antes del amanecer? ¿Ahora tocaba sentarse a comer tostadas con una persona a la que apenas conocía, pero a quién había permitido conocer cada parte de ella la noche anterior?
Giró lentamente para mirar del otro lado de la cama. Sin embargo, estuvo unos segundos en shock antes de reconocer aquella maraña de cabello color ciruela, arremolinado en torno a un rostro femenino con el maquillaje corrido.
Mientras que Beth dormía plácidamente, Charis intentó recordar en qué momento se fue Victor, y cuándo había llegado ella.
¿Lo había soñado todo? ¿En realidad él se había ido dejándola en el portal del edificio? No, no podía haberse tratado de un sueño...
Movió a Beth y ella despegó uno solo de los ojos, con un gimoteo.
—Hm... Buenos días, preciosa —bostezó, antes de volver a acomodarse, enrollándose en los edredones.
—¡¿Qué haces aquí?!
Beth se acurrucó con pereza.
—Rodrick me trajo esta mañana. Estaba preparada para dormirme en la alfombrilla de tu puerta, pero el doctor guapo me abrió cuando ya se iba y me dejó entrar. No preguntaré si tuviste una buena noche, porque es obvio —sonrió mordaz, con labios pálidos sin labial.
Charis bajó la vista a su cuerpo y se alivió de hallarse vestida, aunque no recordara en qué momento lo había hecho. Exhaló, sintiendo un desagradable buche de reflujo ácido subir y luego bajar lentamente por su garganta, de regreso a su estómago, dejando un molesto ardor en sus vías respiratorias.
Beth no tenía problemas en dormir desnuda cerca de ella, pero las dos eran distintas incluso en eso.
—Así que... —Beth se movió en su lugar, todavía sin despegar los párpados— ¿Cómo estuvo?
Charis abrazó sus rodillas contra su pecho, sintiendo el rostro arderle. Una sonrisa asomó a sus labios.
—Estuvo... bien, supongo.
Beth torció el gesto y abrió solo entonces los dos ojos.
—Guau... Estoy abrumada por la imagen vívida que acabas de pintar en mi cabeza con tantos detalles.
Se irguió en la cama y se sentó a su lado. Sin embargo, al fijarse mejor en ella, tuvo que inclinarse para observarla, y lo hizo con el rostro ladeado como un cachorro confundido.
—¿Por qué tienes esa cara? ¿Pasó algo malo?
Charis movió la cabeza, y tendió la mejilla sobre una de sus rodillas.
—No... Es solo-... Es que... no estoy acostumbrada a esto.
—¿A qué? ¿Sexo casual?
Charis se ruborizó solo de oírlo. En definitiva, ella no era como Beth... Abrazó con más fuerza sus piernas.
—Me siento extraña. Culpable...
—¿De qué?, no mataste a nadie —le reprochó Beth—. Bueno, no que yo sepa, acabo de llegar —añadió en son de broma; pero ante su gesto lleno de reproche, cesó de reír y sacudió la cabeza—. Relájate. Eres una chica grande.
—Sí, pero yo no hago esto. No soy una-...
El rostro de Beth se torció con desaprobación.
—¿Una qué?
Charis se arrepintió de haberlo implicado siquiera, y calló.
—¿Una zorra? —terminó la propia Beth—. No, desde luego que no. Decir que lo eres solo por hacer esto sería una gran bofetada en la cara de todas las mujeres que están cómodas con su sexualidad, y que duermen con hombres porque quieren y pueden, sin darse a sí mismas apodos peyorativos para castigarse, ¿no lo crees? —declamó, con grandilocuencia, al final de lo cual se situó una mano en la cadera y pestañeó dos veces, retándola a replicar.
No parecía herida en lo absoluto. Charis atisbó en su gesto incluso cierto afán bromista. Exhaló un suspiro aliviado, meneando la cabeza. Beth jamás se tomaba nada de forma personal.
—Tienes razón —reconoció—. Aun así... ahora desearía no haberlo hecho. No soy yo, Beth. Anoche... no me importó, pero no es así como hubiese querido hacer las cosas.
—Bueno, ahora que ya lo sabes, si piensas que no es para ti, no lo hagas la próxima vez, pero no sigas culpándote por esto. Experimentar y aprender; de eso se trata la vida. —Beth suspiró y se revolvió el flequillo con los dedos—. Ahora cuéntame qué tal, o pensaré que el doctor guapo fue una gran decepción.
—No... No, en absoluto. —Charis sonrió otra vez al recordarlo. Ya era lo bastante difícil para ella reconocer que le había gustado lo que había pasado la noche anterior, teniendo en cuenta que iba contra todos sus principios. Y todavía más le costaba reconocérselo a Beth—. No fue ninguna decepción; al contrario. Lo que me preocupa... es lo que él pueda pensar de mí ahora.
—Si tiene cerebro no pensará menos de ti por esto. Y si lo hace, entonces se puede ir al demonio.
Beth exhaló agobiada, y Charis movió la cabeza.
—Como sea, me divertí. Incluso antes de lo de Victor, la pasé increíble. Lo necesitaba. Gracias, Beth. En verdad...
La expresión de su amiga se tornó en un gesto dulce.
—Me alegro mucho. ¡Misión cumplida! —Charis no pasó por alto la sonrisa triunfadora de Beth al volver a acurrucarse a su lado—. Entonces, ¿qué dices? ¿Prefieres quedarte en casa hoy, o nos vamos de compras y de paso me muestras este feo pueblucho?
Charis apartó las mantas y bajó los pies de la cama. Al levantarse, la habitación volvió a dar vueltas frente a sus ojos. Tuvo que detenerse un momento antes de empezar a moverse, para no caer.
—Primero me daré una ducha. —En lo que hablaba, eligió ropa en su cajón para llevarse al baño—. No tomaré decisiones mientras no me haya mojado la cara.
—Genial. —Beth se hizo un ovillo—. Despiértame cuando lo sepas.
La mañana estaba agradablemente fresca. Charis sintió un poco de frío cuando se metió bajo el chorro, pero el agua ayudó a despejar las zonas brumosas de su mente. Vinieron a ella de manera inevitable los recuerdos de la noche anterior, más claros que nunca. A Victor; sus besos, sus manos, su cuerpo contra el suyo... Intentó no pensar más en ello.
Una sola noche. Una despedida antes de abandonar Sansnom. Abandonar a su cuñada y sobrinos, la vida que se había construido en ese breve tiempo, abandonar su apartamento, su vida, sus vecinos, su rutina, a Daniel, y...
Y despedirse de Jesse.
Tuvo que parar de golpe sobre el carril de sus pensamientos, desconcertada al sorprenderse a sí misma pensando ello. ¿Extrañaría incluso a Jesse Torrance?... Topárselo en el hospital, ver su rostro pálido en el apartamento de Daniel, o incluso encontrarlo por las calles.
Se sintió mareada. Una persistente sensación de asco y náuseas empezaba a estremecer su estómago de manera dolorosa, así que se apresuró para salir de la ducha.
Al regresar al cuarto, vestida y con una toalla enrollada en la cabeza, Beth lucía dormida otra vez.
Charis movió la cabeza y empezó a secarse el pelo.
—Y yo que pensaba que el desayuno ya estaría en la mesa.
—¿Cuál es la prisa? Hoy no tenemos nada que...
Dejó inconclusa su frase cuando un frenético golpeteo en la puerta la hizo erguir de golpe la cabeza. Charis dio un brinco, y afianzó con fuerza la toalla. Un nuevo acceso de náuseas subió por su esófago con una sensación caliente.
Los ojos castaños de Beth se abrieron de golpe. Bastó la expresión en el rostro de su amiga para tener las mismas sospechas que ella.
Echó los edredones hacia atrás y se levantó de un salto, malhumorada.
—¡Beth, no...!
—Más vale que no sea ese cabrón de Mason, porque lo echaré de aquí a patadas en ese culo borracho y desempleado.
Charis la siguió, pero antes de que consiguiera alcanzarla, Beth ya había abierto la puerta. Sin embargo, la persona que apareció en el umbral, del otro no fue Mason.
—¡Ah...! ¡... Doctor Deming! —exclamó Beth. Su expresión se suavizó al instante, pero no borró la mueca de su rostro y se plantó frente a él con los brazos en jarras—. Bueno, creí habérselo dicho la última vez, ¿qué formas son esas de tocar a la puerta de dos damas?
Daniel tuvo que apoyarse en la entrada e inhalar en una bocanada todo el aire que parecía haber perdido antes de ser capaz de hablar otra vez:
—¡Lo siento! Lo siento, es que-... ¡Charis! —exclamó, al notarla.
Desde su lugar, esta lo contempló con las cejas en alto, todavía paralizada por el susto.
—Dan...
—¡Te tengo noticias! —Aquel tenía una enorme sonrisa en los labios—. ¡Una oferta de trabajo!
Charis se paralizó. De pronto, todo lo que creía tener seguro, fluctuaba otra vez, solo gracias a esas palabras, y a esa vaga esperanza. Se acercó a Daniel en un trote inseguro.
—¡¿Huh...?! Pero qué dices, ¿en dónde?
Daniel hizo una pausa. Hubo de tomar un largo aliento para darse el valor de hablar. Charis percibió la vacilación de su tono.
Tuvo entonces un presentimiento que estrujó sus tripas en un calambre doloroso. Y entonces lo supo, solo por la expresión de Daniel al advertir la suya, y el modo en que se torció, suplicando indulgencia.
Claro, por descontado... Daniel solo tuvo que confirmar sus sospechas.
—Acaba de abrirse un puesto de trabajo en el Saint John.
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