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13. Verdades a Medias

https://youtu.be/ZIWYkq4nyyw

—Al parecer, Jesse Torrance visitó anoche la prisión. Pidió hablar con Hank Beau.

Aquella única frase fue suficiente para desplomar a Daniel sobre su silla. Los rojos de la tarde teñían su oficina con un aura mortecina.

—No puede ser... ¡¿por qué?!

—Desconozco la naturaleza de esa conversación. Solo es lo que mis subordinados me informaron. Eso no es todo. También ha habido progresos en el caso. Se hallaron mensajes de texto que son... francamente preocupantes, en el teléfono móvil de Hank Beau, dirigidos a una persona de identidad desconocida. La otra persona no contestó a ningún mensaje, pero lo que decían los de Beau era explícito por sí solo.

Daniel tuvo que respirar para recomponerse antes de oírlo.

—¿Qué decían los mensajes?

—Hank Beau hablaba de alguna especie de pago por recuperar la cadena —suspiró Jiménez—. El tipo no es ninguna clase de criminal meticuloso; no es más que un malandro ordinario. Pero la suma que reclamaba... hubiese convertido en un loco sediento de sangre incluso al criminal más modesto. Luego de los mensajes hay una llamada de alrededor de siete minutos. Eso fue el mismo día, horas antes de que se presentase en el hospital. Me temo que, por ridícula que fuera la suma que Beau demandaba, quienquiera que haya sido la persona del otro lado de la línea, es evidente que consintió en pagarla.

» Esto no es real —pensó Daniel—. Tiene que ser una broma. Tiene que ser ficción...

—¿Por qué? ¿Qué tiene esa joya de especial?

—Todavía no tenemos la menor idea. Hay algo más, Dan. Y esto... es probable que no te agrade mucho.

—Dímelo, por favor.

Hank Beau prometía «hacerse cargo» del dueño de la joya.

—Cuando dices... «hacerse cargo»...

—Es exactamente cómo suena. Torrance podría haber sido asesinado esa noche. Incluso la señorita Cooper. Pero el muchacho se niega a levantar cargos...

—No tiene que hacerlo, todos fuimos testigos de lo que ocurrió. ¡La evidencia está en su teléfono móvil, maldición!

Afortunadamente —afirmó Jiménez—. La poca profesionalidad de Hank Beau firmó su sentencia. Esperemos que eso sirva para mantenerlo un largo tiempo tras las rejas. En cuanto a su amigo... Me temo que ha tomado todas las precauciones para no ser rastreado. Es como si hubiese quemado el puente.

—Pero si es como dices, entonces no hay de qué preocuparse, ¿o sí? Ya está fuera del cuadro.

Solo que no estás viendo el cuadro completo, Daniel. Alguien dispuesto a pagar esa cantidad de dinero a la ligera, te garantizo que tiene los medios para ofrecer la misma suma o una más alta a cambio de la tarea que Beau no pudo completar.

—Quieres decir...

Si esa persona quiere muerto a Torrance, significa que no está a salvo mientras no descubramos quién es. Y no podemos hacerlo sin su ayuda.

—No lo entiendo... ¿quién querría hacer daño a Jesse? ¿Por qué?

Yo en tu lugar le haría esas preguntas a él. El hecho de que no quiera hablar nos deja con las manos atadas. En fin, pensé que deberías saberlo. Y por si por algún milagro el muchacho decide ponerte al tanto de cuál fue la naturaleza de su conversación con Beau, te agradecería que a cambio me lo informases.

—Ojalá fuera tan fácil como simplemente preguntárselo...

Solo me queda advertirte, Daniel. Esto no solo te lo digo como policía, sino como un amigo que te estima. —Daniel sintió el peso en el pecho de lo que sabía que escucharía, antes de oírle pronunciarlo—. Yo que tú me cuidaría las espaldas alrededor de ese muchacho. No vaya ser que, cualquiera que sea aquello en lo que está metido hasta el cuello, te arrastre también. A ti... o a Charis.

https://youtu.be/CBS38PmH9Ds

Se sentía temblorosa. Como si la rabia se hubiese enfriado de forma tan espontanea que no hubiese dado tiempo a su cuerpo de asimilar el cambio de temperatura.

Entre tanto, la imagen en su cabeza se reproducía una y otra vez como una película antigua, que se desgastase y fuera perdiendo detalle. Mas dos de ellos prevalecían: La mujer de la foto. Y el beso. La mujer de la foto. Y el beso. La mujer de la foto... y el beso.

Se sintió estúpida. Por pelearse con Daniel por defenderlo, por pasar la noche en vela cuidando de él. Por salir a hacerle las compras y gastar su dinero en medicina. Por haber creído, como una tonta, que le hacía un favor.

Cuando escuchó la puerta, todos los músculos de su cuerpo se tensaron de forma dolorosa, dejándola estática.

Desde su posición sentada en el sofá, no le vio entrar, pero le escuchó detenerse en la puerta y luego cerrar suavemente. Se tomó un tiempo exageradamente largo antes de hablar.

—Cha-... Charis... V-volviste pronto.

—Tu comida se enfrió. —Las palabras salieron solas de sus labios—. Hace horas que estuvo lista.

—Lo siento. Tuve... que salir, no pensé que demoraría tanto como-...

—¿«Tuviste» que salir? ¿Alguien te forzó a hacerlo? —Charis movió la cabeza con una risa adolorida y llena de sardonia en los labios—. ¿Sabes?, yo.... pasé horas cuidando de un bulto debajo de un edredón. —Su risa se hizo más audible—. Aah... me siento muy estúpida ahora mismo.

—Charis...

—En fin. —Abandonó el sofá casi de un salto y tomó su bolso ya listo de encima de la mesa de café, junto con su abrigo—, parece que ya estás mejor, así que yo me voy a casa, ¿de acuerdo? Bien... En las bolsas hay comida. Y... probablemente deberías llamar más tarde al hospital. Daniel llamó. Estaba preocupado. El mensaje... no era de él.

Claro. Ahora tenía sentido. Su prisa por recibir el mensaje; su interrupción de lo que el casero intentaba decir.

Hubo un largo silencio, al cabo del cual, la voz de Jesse fue casi un susurro:

—De acuerdo...

Charis sintió la furia subir desde su pecho hasta su cabeza. Hizo lo posible por contenerla y cruzó la estancia, pasando por el lado de Jesse sin mirarlo, directo hacia la puerta.

—Perfecto, entonces. Que te mejores. —Sin embargo, antes de poner un pie del otro lado del umbral, se detuvo allí de golpe—. Eres... muy malagradecido, Torrance —masculló, y sintió como si el apretado nudo en su estómago se desatara, y con él, se desatasen todas las emociones que estaba conteniendo—. ¿«Volviste pronto»? ¿«De acuerdo»? ¿Es todo lo que tienes para decir ahora mismo?

—Ch-Charis, yo...

—Olvídalo —lo cortó—. En realidad... es mejor si no dices nada. Porque no importa lo que sea, me va a enfurecer de todos modos. —Cuando volteó a mirarlo, vio la imagen de su expresión avergonzada del otro lado del velo de lágrimas que empezaban a anegar sus ojos, obra de la rabia. Hizo lo posible por contenerlas allí—. ¿Cómo puedo ser tan idiota? Daniel tenía razón... Él hubiese podido perder su trabajo, matar a alguien, enfrentar problemas graves; todo por ti. Yo he dejado de comer y de dormir para estar aquí, cuidando de ti... y ahora haces esto. Dime, Torrance, ¿en verdad me crees una idiota?

—No pienso eso... Charis, yo pensé... que volvería antes de que tú-...

—¡¿Y crees que eso lo mejora?! —estalló finalmente, y lanzó la puerta para cerrarla de un golpe— ¡O sea que no solo no piensas que sea estúpida, es que ya lo sabes! ¡Lo suficiente como para ir y volver sin que yo lo supiera nunca! ¡Lo suficiente como para creer que incluso si lo hacía, caería en tu estúpido truco de las almohadas bajo la manta! ¡¿Y sabes qué es lo mejor de todo?! —Su garganta se contrajo en algo que fue a medio camino una risa de un sollozo— ¡Que sí caí!

—Charis...

—Deja de repetir mi nombre, Torrance. Siento náuseas de solo oírte pronunciarlo en este momento. —No se percató de en qué momento había comenzado a dar pasos en su dirección; no lo supo hasta que fue evidente que él los retrocedía—. Te lo preguntaré. ¿Qué tenías planeado hacer si llegaba antes que tú? ¿Ir directo al cuarto, meterte bajo las mantas, donde pensaba que estabas y hacer como que nunca saliste?

La sola expresión de su rostro fue una respuesta lo bastante clara.

Charis sacudió la cabeza, derrotada.

—Por supuesto que sí —jadeó—. ¿Al menos... me dirás a dónde fuiste?

Aguardó impaciente, no del todo segura de qué haría si él decidía mentirle a la cara, cuando ella sabía la verdad.

—Fui... a ver a alguien.

—¿A quién?

—No es... importante.

—¿Lo conozco?

—No.

—¿La... conozco a ella?

Jesse bajó la cabeza. Titubeó un momento, antes de contestar:

—... Sí.

—Así que se trataba de ella... Se trató de ella todo el tiempo. Fuiste a verla ayer también, ¿no? Por eso desapareciste.

Jesse levantó el rostro, confuso:

—N-no. No, no es como piensas...

—¿Así que sales corriendo cada vez que ella te llama, llueva, truene o relampaguee?

—No sabes... de lo que hablas. Ayer... y hoy fue... diferente.

—Oh, por favor... ¡ya no tienes que mentir! ¡Ese beso me lo dejó más que claro!

La expresión de él pasó de la vergüenza al pasmo muy rápidamente en lo que Charis adivinó que era su realización de que había sido atrapado. Aquello confirmó todas sus sospechas.

—Me seguiste —masculló él.

El bochorno casi la hizo retractarse, pero Charis se mantuvo firme.

—Puestos a andarse con intrigas, sí, Torrance. Lo hice. Gracias a eso ya no tienes nada que ocultar, ¿no estás aliviado?

Inesperadamente, él empezaba a lucir cada vez más tenso. Charis percibió otra cosa en su expresión. La misma que tenía tras el incidente con Mason, o el de la fotografía. ¿Acaso estaba otra vez molesto con ella?

—No tenías derecho —su voz pasó con dificultad por entre sus dientes.

—Y tú no lo tenías de sacar provecho de mi buena voluntad, ¡pero aquí estamos! —Levantó los brazos a sus costados y luego los dejó caer pesadamente—. Me voy a casa. Si te sientes mal otra vez, llama a esa mujer y pídele que venga a cuidarte, a ver si está dispuesta a hacerlo, como lo hemos hecho Daniel o yo. ¡Porque desde luego que no lo hizo en todo este tiempo!

Todos los rasgos del pálido rostro de Jesse se endurecieron de hostilidad, y cerró sus largas manos en puños apretados contra los costados de sus piernas.

—Basta... —Parecía estar haciendo inmensos esfuerzos por domeñarse—. Te pido... por favor... que no hables de ella.

—¿Por qué? —jadeó ella—, ¿toqué una fibra sensible? —Todo en su interior le indicaba dejar de hablar, pero no pudo contenerse—. Dime, Torrance: ¿en dónde estaba ella anoche, cuando convulsionabas de fiebre? —Sintió la ira subir por su garganta y llenar su cabeza hasta empujar palabras fuera sin que estas pasaran por ningún tipo de filtro—. ¡¿En dónde ha estado todo este tiempo?! ¡¿Qué hacía ella cuando te provocaste esas lesiones que tienes en la espalda?! ¡¿O cuando ese hombre, Beau, intentó asesinarte, o los días después, cuando no podías mover el maldito brazo?! ¡¿En dónde estaba ella mientras... —Hizo una pausa para forzarse a callarse, sin poder lograrlo— mientras te apagaban cigarrillos en la piel?!

Jesse levantó la cabeza de golpe y viró en redondo a verla. Una mano voló por reflejo a la parte de atrás de su cuello y se afianzó allí temblorosa. Él la contempló por algunos instantes con los ojos muy abiertos en una mueca incrédula.

Charis se mordió los labios, arrepentida de lo que había dicho, pero sin retractarse.

Y tras un largo silencio, los de Jesse se abrieron solo lo suficiente para pronunciar una única palabra, que sonó al volumen de un susurro:

—... Vete... —Se le escapó una abrupta tos casi en seguida.

—Daniel y yo somos los únicos a quienes de hecho les importas

—Vete de aquí...

—¡Y sentiré pena por ti el día en que eso cambie, que no está lejos! —Atenazó la perilla de la puerta y tiró de ella tan fuerte para abrir, que la estampó contra la pared.

Jesse dio una media vuelta y se marchó en dirección a la cocina, dejándola sola. Aquello no hizo sino exacerbar su furia y Charis siguió gritando hasta verlo desaparecer allí.

—¡Porque no tienes a nadie más! —Continuó escuchándole toser, acompañado del sonido de vasos cristal entrechocando—. ¡No le importas a tu familia y no le importas a esa mujer! Porque eres raro y tétrico. ¡Porque eres solo un pobre diablo solitario al que nadie quiere!

Dicho lo último, salió del apartamento a zancadas que resonaron por todo el corredor conforme avanzaba hacia las escaleras.

—Maldito idiota... Y maldita idiota yo...

Un estridente sonido, como el de cristal rompiéndose en mil pedazos, retuvo a Charis justo en la cima de las escaleras, con un pie guindando sobre el primer escalón. El giro abrupto que dio su cabeza provocó que el cabello se le agolpara en torno al rostro todavía caliente.

Y luego, todo quedó sumido en silencio.

Charis hizo el afán de continuar, pero la retuvo en su sitio un extraño presentimiento. Uno lo bastante fuerte como para hacerla dudar un momento, y después obligarla a volver a toda prisa sobre el trayecto ya recorrido, de regreso al apartamento de Jesse.

https://youtu.be/-LQE1aJAyYQ

Conforme avanzaba, podía oírle toser aún, cada vez con más fuerza, y ella apresuró sus pasos. Y una vez en la puerta del apartamento, pudo oírlo con claridad. Se trataba de la misma tos espantosa con que le había sorprendido la primera vez, solo que iba a peor con cada segundo.

Charis se internó en el apartamento y fue directo a la cocina.

Y allí le encontró ovillado en el suelo, rodeado de cientos de esquirlas de vasos de vidrio hechos añicos y de agua derramada, víctima de una tos espásmica, la cual no parecía darle oportunidad siquiera de jadear por aire.

—¡Jess...! —Charis se agachó junto a él. Los fragmentos de vidrio se le incrustaron en las rodillas a través de la tela del pantalón, pero los ignoró—. Tranquilo... Respira... Jess, ¡respira...! —le acució, frotando con fuerza su espalda, mientras que con el otro brazo intentaba compelerlo a erguirse de su posición ovillada sobre sí mismo.

Finalmente, él susurró algo ininteligible en lo que boqueaba y se estremecía de forma aterradora.

—... ¡¿Huh?! No te entiendo... ¡¿Qué dices?!

Charis se agachó para oírlo. Sujetó su mano helada, y sus dedos se enroscaron alrededor de los suyos con desesperación; como quien se ahogara en el mar y se asiera con todo su ser a lo único que pudiesen alcanzar sus manos.

—... No p-puedo... respirar...

Charis dio vueltas y vueltas por la sala de espera, sin detenerse nunca, como si temiera que si cometía el error de parar, el tiempo dejase de transcurrir y no fuera a recibir nunca noticias.

El viaje en ambulancia le había parecido corto e irreal, y apenas podía recordar nada, salvo sujetar la mano fría de Jesse mientras los paramédicos le canalizaban los brazos con rudeza tras una búsqueda desesperada por alguna zona de su brazo que no estuviese ya agujereada, y le suministraban oxígeno mediante una máscara que cubría casi todo su fino rostro. Había perdido los lentes en algún punto, pero Charis no se preocupó de buscarlos.

Cuando llegaron al hospital, Daniel ya aguardaba en la puerta. Charis tuvo que llamarlo; Julius ya le había puesto al tanto de la situación, y fue el primero en recibir la camilla para empezar a guiarla dentro de la sala de emergencias.

A partir de allí, Charis hubo de quedarse atrás y no tuvo más noticias por mucho tiempo.

Ovillada sobre uno de los asientos de la sala de espera, dio un salto cuando una mano grande se asentó sobre su hombro, pero la reconfortó el rostro moreno y cálido de Julius.

—Esto estaba en la ambulancia —le dijo él.

Tenía en la mano un teléfono móvil. Charis lo examinó confusa.

—No es mío.

—Quizá sea de Torrance.

Charis volvió a mirarlo, sin reconocerlo. ¿Acaso Jesse había conseguido un nuevo teléfono móvil?

—Se lo daré a él —dijo a Julius, y lo recibió.

Estuvo largo rato jugando con él en su mano, teorizando. Entró en la galería, y en las aplicaciones, pero estaba vacío por completo, como si fuera de fábrica. Ni siquiera le habían cambiado el fondo de pantalla.

¿Quizá lo había adquirido hacía muy poco tiempo? Probó marcar con él a su propio número, pero cuando entró la llamada, apareció en la pantalla de su teléfono como «número desconocido». Charis no quiso creerlo; porque de ser así, eso significaba que había cambiado de tarjeta SIM.

Entró en el directorio de contactos para corroborar su sospecha. No estaban ni el suyo ni el de Daniel. Allí había un solo número, y no estaba registrado por nombre.

Pensó que no perdía nada llamando allí para ver si podía obtener pistas de a quién pertenecía, y eso hizo.

La llamada tardó un poco en conectar. Y cuando lo hizo, la saludó una voz cantarina, tan suave y dulce que parecía el sonido de campanillas de viento:

Ah ! allo, allo chéri ! Je te manque déjà ?

Charis tragó saliva. Solo podía tratarse de una persona.

—... ¿Ho-hola?

Hubo un largo silencio. Y entonces, la persona del otro lado, habló en un perfecto inglés:

—¿Quién habla?

—Hola... e-estoy llamando por Jesse —farfulló Charis—. Él... está ahora en el hospital.

Otro largo silencio. De fondo una respiración agitada. Luego, la misma voz, ahora rota por un temblor:

—... ¿Dirección?

https://youtu.be/VEtEcsx1qJA

Justo después de cortar la llamada, la puerta de emergencias se abrió, y Daniel apareció en la sala de espera con aspecto exhausto. Charis se puso de pie de un salto.

—¡¿Cómo está él?!

—Estará bien, no te preocupes.

Charis vació el pecho en un respiro. Sintió que no había respirado desde que cruzó el umbral de la puerta de camillas. Las piernas le flaquearon y tuvo que sentarse otra vez, o sintió que se caería de espaldas. Daniel se sentó en la silla contigua, junto a ella.

—¿Qué ocurrió, exactamente?

Ella se mordió los labios, profundamente remordida. Sus propias palabras antes del incidente eran ecos en su cabeza que no se habían callado ni por un instante.

—Fue mi culpa... Tuvimos una pelea. Le dije muchas cosas y... luego se puso así.

Daniel dio una cabeceada y se tomó unos segundos para considerarlo antes de determinar:

—No fue tu culpa, Charis. Esto va por su cuenta.

—¿Qué es lo que tiene?

—Neumonía. Una disnea aguda. —Daniel elevó ambas cejas al decirlo—. La cantidad de secreción en sus pulmones que reveló la radiografía que le tomamos indica que lleva así un par de semanas. Los últimos días sus síntomas se agravaron porque no recibió tratamiento oportuno. Derivó en una crisis severa.

Charis se estremeció.

—¿Y eso... es grave?

Daniel se desvió de su pregunta.

—Lo importante es que está bien ahora. Lo que más nos urge es tratar la neumonía y la secreción en sus pulmones. Tendrá que tomar antibióticos por un tiempo. Lo que me asombra, con todo el tiempo que dejó pasar sin tratarse y lo mucho que se agravó, es que no haya derivado a un neumotórax o un derrame pleural. —Charis pestañeó sin entender nada, pero ambas palabras sonaban problemáticas—. Pudo haber sido mucho peor.

Se llevó ambas manos al rostro. Estaban mortalmente frías, así que intentó abrigárselas frotándolas entre sí.

Daniel las tomó en las suyas.

—Estás helada. —Trasladó el brazo por encima de sus hombros, y el agradable calor de su cuerpo tibio se transmitió a sus brazos, desvaneciendo parte del frío.

Charis lo agradeció y se apegó inconscientemente a él. No solo su cuerpo se sentía frío; también su pecho. La culpa no la abandonaba.

—Estaba tan enfadada con él... Le dije cosas horribles, Dan...

Este guardó silencio unos instantes.

—¿Por qué pelearon esta vez?

Consideró si era apropiado decírselo. Ella misma tenía dificultades en creer que todas esas palabras hubiesen salido de su boca. No con aquella crueldad despiadada... Aun cuando apenas se conocían y él le desagradaba tanto, nunca había tenido la intención real de ser hiriente con él. De hecho se había sentido terrible el día en que él la escuchó por accidente. Entonces... ¿por qué ahora? ¿Qué le había hecho detonar de esa manera? Se preguntó si realmente se debía al hecho de que Jesse hubiese salido a la lluvia por segunda vez estando tan enfermo, pero no era tan ingenua como para creerlo.

Toda la evidencia apuntaba a la aparición de la mujer. De Ophelie...

Daniel aguardaba. Él no estaba enterado de nada. Y, lo que era peor, ni él ni Jesse estaban al tanto de que la susodicha estaba camino al hospital. ¿Cómo se lo tomaría Jesse? ¿O qué diría Daniel cuando se enterase de otra cosa más que su amigo se guardaba de él?

Y la pregunta que la tenía más intranquila... ¿qué sentiría ella misma de verla de nuevo, sabiendo ahora quién era y lo que significaba para Jesse?

Su intercambio había sido rápido. Charis no tuvo tiempo más que de darle la dirección del hospital, y la mujer cortó la llamada entre los ruidos de la calle, lo que indicó a Charis que ya estaba en marcha, buscando transporte.

Puso en orden sus ideas antes de contestar, sintiéndose acuciada por las caricias de Daniel sobre su hombro, aunque dudaba que él pretendiera otra cosa más que abrigarla.

—Lo que pasó fue...

—Doctor Deming. —La voz de Lydia desde el área de emergencias hizo que Daniel se levantase de un salto. Charis no reaccionó hasta que Daniel abandonó su lado y extrañó su calor.

La mirada que Lydia les dedicó la hizo sentir avergonzada, y más cuando esta sonrió de manera insinuadora. Era otra cosa que no extrañaría de trabajar allí.

—Lamento interrumpir, pero nuestro paciente está despierto.

—Charis, espérame aquí —pidió Daniel.

Pero ella saltó en su camino para bloquearle el paso.

—¡No!, quiero verlo. Llévame con él, por favor.

—Primero tengo que verlo yo. Enviaré por ti en cuanto sea oportuno.

Estuvo a punto de protestar, pero el gesto de Daniel la contuvo. Parecía suplicante, y ella imaginó que en base a lo poco que sabía de la situación, estimaba que era mejor así. Exhaló gravemente.

—... De acuerdo.

https://youtu.be/wOBYtPThI8o

Daniel lo sorprendió justo después de quitarse la máscara de oxígeno del rostro, cuando hacía intentos por erguirse.

La expresión de aquel se torció con severidad.

—No hagas eso. Déjame comprobar tu saturación primero.

—Estoy bien, Dan...

No obstante accedió cuando él le obligó a reclinarse otra vez. Incluso los movimientos más reducidos de su cuerpo aceleraban su respiración, y las más sutiles fluctuaciones en el flujo del aire por su garganta le asentaban allí un terrible picor, el cual estaba haciendo esfuerzos sobrehumanos para mantener a raya para no toser.

Entre tanto, permitió a Daniel proceder, solo para dejarle tranquilo.

Este verificó todas sus constantes vitales. Su presión arterial estaba algo disminuida, igual que su saturación, pero ya no estaban tan bajas como Jesse imaginó que lo estaban al llegar al hospital, momento del cual tenía pocos recuerdos, solo a juzgar por el alivio que cruzó el rostro de Daniel.

Cuando le quitó la banda del tensiómetro y el pequeño dispositivo de saturación del dedo, Jesse respiró exhausto, en lo que Daniel revisaba otra vez sus radiografías contra el panel luminoso de la pared. Deslizó un dedo por las extensas manchas sobre el lienzo translúcido que era el espacio de sus pulmones en la radiografía que aún sin saber que era suya, hubiese adivinado que lo era solo por lo estrecho de sus costillas.

Incluso el momento de tomárselas estaba borroso en su memoria; solo recordaba el acero endemoniadamente helado contra la piel desnuda de su espalda cuando le habían recostado en la mesa de rayos equis. Estaba vestido ahora, y tampoco conseguía recordar si se había vestido por su cuenta, o si Daniel lo había hecho.

La privación del aire a su cerebro sin duda había causado estragos en su memoria.

—Vas a tener que seguir un tratamiento muy estricto —le dijo aquel—. Te indicaré un inhalador broncodilatador además de los antibióticos, y un jarabe para la tos.

—... ¿Del dulce?

—No. No te lo mereces. Del más amargo que se me ocurra.

En cuanto levantó la vista a su amigo, a pesar de la severidad de su tono, Daniel sonreía. No obstante, lo hacía con cierto decaimiento. Parecía apenado, y Jesse no conseguía entender por qué.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Daniel, y le puso una mano sobre el pelo.

—Como si me hubiesen dado palos...

Otra memoria volvió a él. El interior de una ambulancia. Y entonces, a su lado, el rostro bañado en lágrimas de Charis. Pero ella no estaba en la sala.

—¿Charis... está afuera?

—Está muy preocupada.

—Seguro... —suspiró Jesse.

—No seas así —le reconvino Daniel—. Me contó que pelearon, pero no es como para que no le preocupes. Cree que ha sido su culpa.

—Dile que no lo fue.

—Quiere verte.

Por el rabillo del ojo miró a Daniel hacer trazos sobre una planilla de receta. La lista era larga y se preguntó cómo la pagaría.

Las palabras de Charis volvieron más clara a sus recuerdos que todas las imágenes posteriores a ellas. En el fondo... ella tenía razón.

Se había portado injusto con quienes eran probablemente las únicas personas con tanta paciencia para con él. Y pese a todo, Daniel continuaba preocupándose por él, y Charis esperaba afuera.

«¡Y sentiré pena por ti el día en que eso cambie, que no está lejos!»

No, no lo estaba. No si continuaba dándoles tribulaciones a ambos.

—Dan... envía a Charis a casa. En cuanto se vaya, yo haré lo mismo. Lamento... todas las molestias.

—¿Molestias? —Daniel movió la cabeza—. Jess...

—No he hecho otra cosa que causarles molestias, desde que-...

—¡Jess...! —el grito de Daniel, tan adolorido como furibundo, lo dejó mudo—. No digas esa clase de cosas. Lo que sea que te haya dicho Charis, lo dijo para molestarte. No piensa esa, y tampoco lo pienso yo. De manera que tampoco tú deberías creerlo.

Los dos se quedaron en silencio.

—En todo caso, si alguien te debe una disculpa, ese soy yo.

Jesse ladeó el rostro lo observó en silencio unos segundos, igualmente desconcertado.

—... ¿Por qué?

—Por todo. Para empezar, por gritarte el día de ayer. Y por dejarlos solos en medio de la calle, cuando llovía. Probablemente empeoraste por causa de eso —se lamentó—. No estaba pensando claro... Fui un idiota.

—Tenías motivos...

—Los tenía. Eso no voy a discutirlo.

—Charis me lo contó todo. Lo siento... Casi te metes en problemas por mi culpa.

—Eso ya no es importante. Lo que quisiera saber es... ¿en qué estabas pensando cuando saliste al frío y a la lluvia en tus condiciones?

Parecía su curiosidad usual, pero creyó percibir cierto afán tentativo en su tono y Jesse se puso en alerta, escrutándolo con cautela. ¿Charis le habría dicho algo? Daniel lucía como si esperase más una confirmación que una respuesta a algo de lo que no estaba enterado.

Se tardó el tiempo suficiente en contestar, como para que él se rindiera con un pesado suspiro, y aquello solo lo hizo sentir mucho peor.

—No vuelvas a hacer algo como esto —sentenció Daniel—. ¿«Molestia», Jess? ¿En serio crees que de eso se trata? No tienes idea de lo preocupado que estaba ayer; o del susto que pasé hace un rato, cuando te trajeron en una camilla. Tu presión no subía, tus latidos eran cada vez más débiles... ¿Sabes cuan peligroso es esto? —conforme hablaba, el volumen de Daniel se iba elevando—. Has estado conmigo todo este tiempo. Conoces el caso de Erika. Trabajas en un hospital; lo veas a diario. Maldita sea, Jess... ¡Has tratado con el cadáver de personas que no han tenido tanta suerte como tú! Aprende a valorar un poco tu vida. ¡¿Sabes lo que hubiese pasado si Charis no hubiera estado contigo?! ¡¿Qué hubiera hecho yo si hubieses-...?! —Se frenó, y su tono bajó de nuevo a un volumen moderado. Pero a pesar de que gritaba otra vez, no había ningún rastro de la furia del día de ayer. Solo era su amigo, preocupándose de él igual que siempre—. No me importa que no tengas nada de amor propio, pero si no vas a cuidarte por ti, al menos... cuídate por nosotros.

—Solo me enfermé... Todo el mundo se enferma.

—Ambos sabemos que lo que te pasó no fue solo por eso.

—¿Qué otra razón podría haber?

—Veamos, sumados tus terribles hábitos alimenticios, tus espantosos horarios de sueño, situaciones de inmenso estrés en las últimas semanas, a la neumonía que te provocaste por no atender oportunamente un simple resfriado y la que sea que haya sido la batalla campal con Charis... —Daniel movió la cabeza, cual hiciera un maestro decepcionado—. Jess, lo que sufriste fue un colapso nervioso de magnitudes considerables, que derivó en una crisis respiratoria. ¿Qué pasó, exactamente?

—Charis ya te lo dijo...

—No hubiese bastado para ponerte así; te conozco. ¿Acaso dijo algo que...?

—Nada que no fuera cierto. —Contuvo el impulso de tocar las cicatrices de su cuello. Charis debía haberlas visto cuando cambiaba los apósitos de su cabeza en el afán de bajarle la fiebre. Se odió por ser tan descuidado.

—¿No puedo dejarlos solos ni un día? Pensé que estarían bien por una tarde. Sé que hay otra razón. La discusión con Charis no fue la causa, solo fue aquello que lo gatillo. Hay algo que no me estás diciendo, para variar —ironizó—. Y sea lo que sea, te ha traído semanas yendo por ahí como un condenado a muerte.

—Es tu imaginación...

—¡Eso es cuento viejo! No puedo entenderte... ¡¿Por qué no simplemente confías en nosotros?! —La pregunta sonó más como un ruego. Después, la expresión de Daniel se llenó de surcos en un gesto desgarrador—. Jess... ¿por qué no confías en mí?

—Dan, no es eso...

—Lo sabes todo. ¡Todo de mí!, ¡¿consideras que sea justo que yo tenga que vivir en unas eternas ascuas y verdades a medias en lo que a ti respecta?!

Jesse se quedó en silencio. Las palabras de Daniel le resultaron especialmente dolorosas... porque eran ciertas.

—Es... más complicado que eso...

—Te prometo que lo entenderé. No pude ser tan malo. Sea lo que sea, ¡podemos hacer algo por solucionarlo!

Jesse dejó escapar un resuello. Este se llevó una gran parte de sus últimas fuerzas. Si fuera tan fácil como eso...

—¡Jess, háblame, por un dem-...!

—¡Tengo miedo, Dan! —admitió al fin y Daniel se quedó mudo, parpadeando con los ojos muy abiertos. Jesse continuó, apenas armado de fuerzas—: tengo mucho miedo de-... De lo que pueda pasar si-... —Selló los labios y exhaló por la nariz, meneando la cabeza con los párpados apretados.

Daniel se inclinó hacia él.

—¿De qué? —y rectificó—. ¿De quién?

Lo atacó otro acceso de tos. Daniel se levantó de su sitio, listo para actuar si debía hacerlo y le ayudó a erguirse en la camilla.

—Respira. Vamos...

—Han sido... diez años-... No; muchos más... —Sus palabras atropelladas eran intermitentes a su tos—... Años... tan largos... soportando-...

—¿Qué cosa?

—Daniel, yo tuve que-... ¡Era mi única alternativa; nunca hubiese sabido que-...! Que acabaría aquí, y... y ¡menos que yo-...!

El aire empezaba a faltarle otra vez. ¿En qué momento había descuidado tanto su propia salud como para que el solo hecho de hablar le resultase laborioso?

Daniel conectó un inhalador a una cámara facial y se la presionó contra el rostro. Jesse obedeció por reflejo a sus indicaciones, aunque las conocía de memoria, y respiró hondo. Y el medicamento que salió eyectado cuando Daniel presionó el dispositivo de disparo trajo de inmediato alivio a sus vías respiratorias constreñidas.

Necesitó de algunos segundos para recuperarse.

—No estoy entendiendo nada —dijo Daniel.

Jesse se rindió.

—Quiero decírtelo... En verdad quiero... contártelo todo, pero-...

—¿Por qué no lo has hecho entonces?

—Porque no quiero que cargues con ello. Ni Charis. Porque las últimas personas que lo hicieron-...

Daniel le puso una mano sobre el pecho al notar que su respiración empezaba a agitarse otra vez, y él guardó silencio, y dejó que su aliento se estabilizara.

—Calma... —dijo Daniel, de modo arrullador.

—Te lo contaré, Dan. Te juro que lo haré; pero-...

—Pero hoy no.

Jesse exhaló contrito, y corroboró:

—Hoy no.

Un golpeteo nervioso en la puerta puso fin a la conversación.

—Adelante —dijo Daniel, y la cabeza pelirroja de Charis se asomó con timidez por la rendija diminuta de la puerta abierta.

https://youtu.be/_ZDDGwFXYE4

Sus ojos grisáceos se trasladaron de Daniel a Jesse, y en él se detuvieron por un tiempo más largo.

—Hola...

Jesse evadió su mirada tan pronto como la interceptó:

—Ve a casa, Charis.

—Sí, también me da gusto verte —ironizó ella, entrando en la sala, para luego suspirar y ocupar la silla que Daniel le tendió—. Es en serio, Torrance. Sí me da gusto ver... que estás bien.

Jesse dibujó una sonrisa tensa, sin rastro de humor.

—¿A un pobre diablo solitario al que nadie quiere? ¿Por qué?

Daniel le clavó una mirada interrogatoria a Charis y luego suspiró al adivinar lo que había sucedido.

—Lamento lo que dije. Pero-... ¡pero tú-...!

—Charis...

—¡Lo sé, Daniel! Maldición... En fin, solo quería pedirte disculpas. Y ya lo hice. Me iré ahora.

Tan inoportunamente como siempre, Lydia se asomó a la unidad y dedicó a Daniel un gesto apenado.

—Doctor, necesito que firme una planilla de alta. Sólo tomará un segundo.

—Ya voy. —Y volteó para mirarlos a ambos con el gesto severo del padre de dos adolescentes—. No sigan con eso, ¿de acuerdo? No sé qué haya pasado, pero ya basta.

Una vez Daniel hubo abandonado la estancia, Charis y Jesse se quedaron solos otra vez, con la vista puesta en direcciones opuestas, sin atreverse a mirarse.

—Las cosas que te dije... fueron muy crueles —masculló Charis, de pronto—. Lo lamento en verdad, Jess...

Por única respuesta, él dio una cabeceada.

Un largo silencio se asentó, tan denso que casi zumbaba. Al cabo del mismo, Jesse se atrevió a mirarla por primera vez con detenimiento y halló sus párpados pesados, sus lagrimales enrojecidos, y sus mejillas sonrosadas.

Su rostro siempre adquiría un rubor evidente con las emociones intensas. Mas el del llanto, el cual se extendía sobre su nariz, le hacía lucir inofensiva de un modo casi enternecedor. No pudo continuar enfadado con ella.

—Charis... ¿por qué... estabas llorando? —ella le dirigió una mirada suspicaz—. Tal vez lo soñé... En la ambulancia, me pareció que tú-...

—¿Y qué si así fuera? —Detrás de la dura línea de sus labios sin maquillar se escondía un ligero temblor, y las esquinas de sus ojos se humedecieron—. A veces... en serio te detesto, Torrance. Ojalá te detestara lo suficiente como para que no me importase lo que pasara contigo... pero ya ves.

Aquello fue suficiente para desarmar cualquiera hubiera sido su intención se pretender ser indiferente.

—Debí decírtelo... Tenías razón en estar molesta.

—Solo quiero saber... ¿por qué? —Su voz ya no llevaba rastro de inquina—. Para empezar... ¿por qué la esconderías de nosotros? ¿Por qué la esconderías de mí?

Jesse se mordió los labios. Pensó que ya no tenía caso continuar escondiéndolo y determinó que era tiempo otra vez de responder sinceramente a las preguntas de Charis.

Pero en eso, un caos por fuera de la habitación los hizo a ambos guardar silencio y levantar la cabeza.

—Señorita, no puede entrar allí. ¡Señorita-...!

Entonces, la puerta se abrió de par en par, revelando una silueta femenina en el umbral.

La mandíbula de Jesse cayó abierta. A su lado, oyó a Charis murmurar, con voz temblorosa, y con aspecto de quien ha visto a un fantasma.

—Ella...

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Charis reconoció enseguida esa forma tan elegante de vestir y ese cabello negrísimo. De cerca lucía aún más sedoso, al punto en que experimentó el curioso deseo de tocarlo.

La mujer descansó en la puerta un momento. Su pecho subía y bajaba con resuellos fatigados y parecía tambalearse a punto de colapsar sobre los afilados tacones al final de sus delgadas piernas.

Llevaba lentes oscuros, de una marca cara, los cuales le devolvieron a Charis el reflejo de su propio rostro perplejo, pero no solo eso, sino también del de Jesse, igual de desconcertado.

Aquel emitió un murmullo casi inaudible de voz inusitadamente tirante.

—Qué... haces aquí...

Y entonces, la mujer salvó la última distancia entre ellos y se arrojó en dirección de la camilla.

—¡Jesse!

Pasó por el lado de Charis como si fuera invisible y repitió el mismo gesto de hacía unas horas, echando los brazos por encima de los finos hombros de Jesse, para luego estrujarlo contra su pecho aún frenético con la agitación de su respiración.

Ah, mon Coeur —farfulló con tono afligido como el de una madre a su bebé enfermo, antes de sepultarle un beso en la sien. Y entonces, se dirigió a Charis por primera vez en persona—... ¡¿Qué le sucedió?!

Charis escrutó a Jesse sin entender nada. Se hubiese esperado otra clase de reacción de su parte al verla. Una igual como la que tuvo es tarde, cuando se encontraron.

Pero este parecía tan perplejo como ella. ¿Acaso fingía? ¿O era demasiado tímido como para mostrarse afectuoso con ella en frente de otras personas?

—¿Cómo-...? —Empezó él, pero se frenó de seguir hablando y echó un vistazo de soslayo en dirección a Charis—. ¿Por qué... estás aquí?

Ella comprobó con eso su segunda sospecha. O por otro lado podría ser que, lo que fuera que intentara decirle, ella probablemente no debería escucharlo.

—Alguien me llamó —dijo aquella, y disparó una mirada inquisitiva a Charis—. ¿Fuiste tú? Señorita, ¿fuiste tú quien me llamó hace un momento?

Charis asintió. Sacó el móvil de su bolsillo y lo levantó en alto.

—Con esto. Lo encontró el paramédico y supusimos que era tuyo —dijo a Jesse. Este bajó la cabeza, claramente atrapado, y Charis sintió una punzada dolorosa.

La expresión de la mujer se iluminó con gratitud.

—Ah, gracias, ¡gracias! Pero por favor, ¡díganme qué ocurrió!, Jesse, mon coeur, ¡¿qué sucedió?!

Charis reparó en que Daniel observaba desde la puerta, trasladando miradas confusas de uno en uno, probablemente tan confuso como lo hubiese estado ella sin ningún contexto de la situación.

Entonces, Charis sintió un vuelco en el estómago cuando la mujer volvió a rodear a Jesse con los brazos y se agachó en busca de su rostro con sus labios pintados de rojo cereza, prestos en la forma de un beso.

Pero al último instante, el trayecto de estos se desvió y fueron a plantarse en su mejilla, donde le dejó una marca de labial. Jesse cerró los ojos, incómodo, y ella le limpió la marca con el pulgar y sostuvo su rostro entre sus manos, tan delicadas que lucían como las de un maniquí.

Charis apartó el rostro, incómoda y sin deseos de seguir mirando.

—Señorita —dijo Daniel—. No puede estar aquí a menos-... ¿Es usted alguna conocida?

La hermosa mujer se irguió junto a la camilla y sonrió de forma deslumbrante. Resultaba intimidante mirarla, pero su rostro era dulce y acogedor.

—Familiar —afirmó—. Yo soy-...

—Ella... es mi tía —terminó Jesse, en su lugar.

Charis y Daniel intercambiaron una expresión idéntica entre sí. La de la más pura confusión.

Entonces, la mujer se retiró los lentes oscuros del rostro, y Charis cayó en cuenta de otra cosa todavía más evidente. Era la misma mujer de esa tarde, sin duda. Pero no era la mujer de la fotografía de Jesse.

—Parece... que he dicho algo problemático. —Dejó salir una suave risa.

Daniel se recompuso y habló por ambos, haciendo gala de su sonrisa amable de siempre:

—Mis disculpas, señorita. Es solo-... Es que Jess jamás menciona a su familia.

—Aparte de su abuelo —corroboró Charis—. Y... a un tal Sam.

—Mucho gusto —sonrió la mujer, más ampliamente—. Mi nombre es Sam.

Charis dejó caer la mandíbula.

—¡¿Usted es-...?!

—Bueno, Samuelle en realidad —pronunció su nombre con un ligero y encantador acento—. Como dije, es un placer.

Y extendió una fina mano en la dirección de Daniel.

Charis examinó a la mujer frente a ellos de pies a cabeza, y se sintió tonta por no haber pensado antes en esa posibilidad. La evidencia saltaba a la vista. Esbelta, pálida como una muñeca de porcelana, cabello negrísimo, manos largas...

La excepción eran sus ojos, de un pardo verdoso.

Pero el beso... ¿Qué significaba entonces el beso? Pero la explicación llegó casi de inmediato, cuando, al momento de estrechar la mano de Daniel, Samuelle se empinó y depositó uno en cada mejilla de él, lo cual pareció atraparlo con la guardia baja, pues ambas se le colorearon intensamente.

Después, extendió la misma mano a Charis. Cuando ella la tomó, a diferencia de las de Jesse, estaba tibia. Después, Sam tiró de ella y repitió el proceso, besándola una vez en cada mejilla.

Y entonces lo entendió. Lo que pudiera verse como un beso en los labios para ella, de espaldas, había sido solo un beso de saludo en la mejilla; desde luego que mucho más afectuoso, tratándose de su sobrino.

—No... sé qué decir —dijo Daniel—. Es solo que-... Bueno, conocernos así, en estas circunstancias-... El placer es mío, desde luego. Mi nombre es Daniel Deming.

—Lo sé —sonrió ella, y después señaló a Charis con un gesto—. Y la señorita Cooper, ¿me equivoco?

Esta asintió y trasladó la mirada a Jesse.

Este permanecía completamente inmóvil, con la vista clavada en los pies de la camilla. Estaba serio y callado como una tumba. Charis lo examinó sin comprender. ¿Qué había cambiado en él, desde esa tarde, cuando la había saludado con tanta efusividad? ¿Por qué parecía hostil de pronto?

—¿Él necesita pruebas? —preguntó Sam— ¿Algún tratamiento en especial? Por favor, permítanme hacerme cargo de todo. Y la ambulance... he oído que son costosas en américa. También me haré cargo de ello.

—Sam —masculló Jesse.

—Y la medicación. Si fuera tan amable de facilitarme una receta, doctor, yo-...

—Sam... ya es suficiente. Tienes que marcharte.

Ella paró en seco de hablar. A la vez, tanto Charis como Daniel le dispararon miradas como dardos. Él, en cambio, no le dirigió la vista a ninguno.

Sam lo contempló en silencio, pestañeando dolida, y su rostro pálido y hermoso se torció como el de un arlequín triste.

Daniel titubeó en su lugar al dirigirse a él, rompiendo el tenso silencio que se había asentado en el lugar.

—Jess, no deberías hablarle así a tu tía.

—Oh, descuiden —dijo ella—. Ha sido así desde que era un niño. Le enoja que la gente se preocupe por él. En vez de sentirse-...

—¿Nos darían un momento a solas? —pidió Jesse, cortándola otra vez en mitad de la frase.

Daniel buscó la aprobación de ella antes de consentir, y esta les dedicó a ambos su sonrisa más embelesadora. Charis no pasó por alto la forma en que las comisuras de su boca se tensaron con tristeza.

Palpó su bolsillo en busca de su móvil, y tras sentirlo y asegurarse de que lo tenía, cogió su bolso y se lo echó al hombro. Pero entonces, percibió un bulto familiar en el bolsillo exterior del mismo, contra su cuerpo. Y al último momento se dirigió hasta los ganchos junto a la mampara de la habitación y en vez de llevarse su bolso, lo colgó allí.

—Dejaré aquí mis cosas; estoy cansada. Dan, ¿qué hora es?

—No tengo la hora.

—Ni yo, lo siento —dijo Samuelle.

—No importa —dijo Charis, tocando la pantalla de su móvil—. Son las tres y cuarto de la tarde. —Y volvió a guardarlo, para luego introducir la mano rápidamente en el bolsillo de su abrigo.

https://youtu.be/nqzkWsNl8o0

Al salir y cerrar la puerta tras de sí, Charis no perdió tiempo en tomar por el brazo a Daniel y guiarlo hasta la sala de descanso del personal en el área de emergencias. Por fortuna, estaba vacío.

Daniel abrió los labios para preguntar algo, pero Charis le hizo señas frenéticas para que guardase silencio, y lo guio al interior del baño de la sala.

Allí, sacó del bolsillo de su abrigo el móvil. No el suyo, sino el móvil de Jesse, que Julius le había dado poco antes, y puso el altavoz a la llamada que tenía conectada a su propio móvil, el cual había dejado en el bolso en la sala. También en altavoz.

Les llegó de inmediato las voces de Jesse y de Sam.

Daniel ya había empezado a negar con la cabeza en un gesto desaprobatorio.

—No es correcto, Charis...

Pero ella lo ignoró y le indicó guardar silencio para que pusieran atención. A partir de allí, la conversación transcurrió de manera normal.

—No es para tomarse a la ligera. Una neumonía... De haber sabido que te agravarías así.

—No es importante ahora...

Transcurrió un largo silencio.

—Estás enfadado —dijo ella, triste—. Ustedes... tienen la misma forma de mirar.

—Por favor, no me compares con él.

—No me refería a él. La obstinación es de familia.

Otra pausa, aún más tensa le siguió.

—¿Cómo dio contigo Charis?

—Llamó desde el móvil que te di hoy. Lo perdiste en menos de veinticuatro horas; es un récord para ti. —Una suave risa acompañó la voz de Sam—. ¿Acaso tengo yo la culpa? ¿Hubieras preferido... que no me llamara?

—Hubiera preferido que no vinieses. —Jesse se frenó de hablar y exhaló un pesado respiro—. No debiste hacerlo... ¿Y si alguien te vio?

—Ya te lo he dicho. Monsieur cree que estoy en Philadelphia, comprando mi vestido. Nadie me seguiría aquí.

—No me refiero al hospital. Quise decir a Sansnom. No debiste venir aquí en primer lugar —Jesse exhaló un pesado suspiro.

—Ya me lo dijiste un millón de veces. ¿Qué esperabas que hiciera, después de tu llamada? Cuando dijiste que creías que te habían encontrado pensé que te referías a la persona que envió a ese sujeto, Hank Beau. Después cortaste y no volví a saber nada de ti; las llamadas a tu móvil no conectaban. ¡Estaba preocupada!

—Yo iba a contactarte cuando fuera seguro hacerlo... Debiste confiar en mí. ¡Debiste esperar un poco más! Tu as tout foutu en l'air, Sam...

Daniel arrugó el gesto, confuso con esa última parte. Y más al ver que Charis no se sorprendió.

Ne me parle pas comme ça...

—Que vais-je faire?! —espetó Jesse de pronto. El pasmo en el rostro de Daniel debió ser el mismo que el suyo cuando Charis lo escuchó hablar ese idioma por primera vez. Y mayor, dado su brusco tono—. Que vais-je faire si ill me trouve ?

Pas possible... Calme-toi.

—J'vais devoir quitter mon travail... Retourner avec lui...

Calme-toi, Jesse !

M-mais... mais si je ne fais pas, Il viendrá ici. Ah, Sam... Il viendrá me chercher ! que vais-je faire ?! Merde ! Qu'est-ce que tu as fait ?!

Entonces, un largo silencio, y dos suspiros al unísono.

—... J'suis désolée —dijo ella. Se oía terriblemente apenada. Le siguió otra larga pausa. Jesse exhaló, peor no dijo nada más—. Me alegró verte, aunque haya sido por tan poco —dijo ella. Su voz se oía claramente llorosa.

—Lamento... no poder asistir a la boda. —Su disculpa fue escueta y tan formal que no sonaba como él. No correspondió a las palabras de Samuelle, y el corazón de Charis se constriñó por ella.

—Él te agradaría. —Sam sonó algo más emocionada, pero había un matiz triste en su voz—. Si alguna vez lo conoces. No le he hablado de ti todavía.

La puerta de la sala de descanso se abrió de golpe, y Charis cortó la llamada en un reflejo nervioso, rogando porque no se hubiera oído del otro lado.

Ella y Daniel se contemplaron el uno al otro por un instante largo.

—¿Qué... fue eso? —masculló Daniel.

Charis abrió la puerta del baño. Quienquiera que hubiera sido, ya se había ido otra vez, y la sala volvía a estar vacía.

Condujo afuera a Daniel, y luego de regreso a la sala donde estaban Jesse y Samuelle. Esta salía por la puerta.

—Ha sido un gusto —les dijo a ambos y les dedicó un gesto amable de rostro sonriente, a pesar de la evidente pena que tensaba sus rasgos—. Espero podamos vernos en alguna otra ocasión, en mejores circunstancias.

—¿Ya se marcha? —preguntó Daniel.

Sam asintió:

—Gracias por cuidar de mi Jesse. Adiós, doctor Deming. Señorita Cooper —y se deslizó con elegancia por el pasillo.

Daniel y Charis intercambiaron una mirada y viraron al mismo tiempo en dirección de la puerta abierta de la sala. Al interior, un desolado Jesse tenía la vista perdida en la vía venosa de su brazo, donde la sangre ya había comenzado a refluir, acabado el suero, sin que él pareciera notarlo.

Daniel se apresuró dentro para atender la vía venosa. Por su parte, Charis partió en la dirección contraria.

https://youtu.be/c9xy6HQH6VU

—¡Señorita Samuelle! —llamó, y esta se detuvo sobre sus pasos y volteó sobre su fino hombro para mirarla.

Todavía le resultaba a Charis algo intimidante estar cerca de ella. No pudo mirarla por mucho tiempo a los ojos y bajó en cambio la vista a la blusa reluciente de seda.

Descansó un momento antes de hablar.

—Por favor, llámame Sam —le dijo ella, amigablemente.

Su sonrisa era en extremo contagiosa:

—Y tú, por favor, llámame Charis.

—«Charis». —En su voz suave y cantarina, su nombre sonó melodioso. Como una tonada—. Lo haré.

—Sam, yo... lo siento tanto. Por el modo en que se comportó contigo. Antes, quise decir. —Eligió con cuidado sus palabras para no delatar el hecho de que había estado escuchando su conversación—. Él puede ser-... Bueno, es tu sobrino. Apuesto... a que ya lo sabes.

Ella sonrió, un poco más repuesta.

—No te preocupes, como dije, ha sido así siempre. Pero tú debes saber eso también, ¿no? ¿Eres... su novia?

Charis apretó los labios y negó.

—No. Él no tiene una novia, que yo sepa. En realidad, cuando te vi, yo pensé-...

Samuelle se rio. Todo en ella resultaba arrebatadoramente seductor. Desde su voz hasta sus ademanes y su forma de mirar. Asustaba, y a la vez invitaba.

—¿Así que eras tú en el bonito Spark blanco estacionado en la acera? Me pareció ver cabello rojo.

—Era yo. Vaya —se apenó Charis—... Esto es muy vergonzoso.

—En absoluto. Me disculpo por el error. Insisto, ojalá nos hubiésemos conocido en circunstancias mejores.

Charis asintió, se acuerdo.

—¿Puedo preguntar a dónde te diriges ahora?

—A Montreal. Nuestra familia vive allá. Pero no le digas que te lo dije, por favor. Ya está lo bastante molesto conmigo...

—Ya entiendo... Así que Canadá.

Era lejos... Él no había mentido tampoco en eso. Aunque ella se hubiese imaginado algo así como otro estado; no del otro lado del continente.

—Jesse... me habló de ti hoy —dijo Sam.

Charis levantó la vista.

—¿Lo hizo?

—Eres en verdad muy bella, ¿te lo habían dicho? —le halagó Sam, y pellizcó un mechón de su pelo en sus dedos delicados, acomodándoselo sobre el hombro. Charis torció una sonrisa irónica sin quererlo. Escuchar eso viniendo de una mujer como Samuelle resultaba abrumador—. No tuve tiempo de preguntarle cuál era su relación contigo. Nos vimos por poco tiempo. Pero me dijo que lo esperabas en casa y que debía volver pronto. Por el cariño con que te aludió cuando le pregunté sobre ti, parecía que eran muy cercanos. Por favor, no lo culpes por salir hoy en su estado; yo le pedí que nos reuniésemos. Fue algo repentino. Vine a América sin decirle nada.

Charis negó. Aunque Sam no sabía nada sobre lo ocurrido esa tarde con Jesse, se sintió culpable por el modo en que había hablado de ella. Al final había resultado ser una persona tan encantadora y era evidente que adoraba a Jesse y que se preocupaba por él.

—¿Tienes que irte tan pronto? —se lamentó—. Me hubiese gustado conocerte mejor. Estoy segura de que a Daniel también.

Su mirada parda verdosa se ensombreció ligeramente, y ella se movió nerviosa. Charis creyó captar algo en ella. Algo que le trajo cierto sentimiento de familiaridad, a la vez que una curiosa sensación de desasosiego, pero ella continuaba sonriendo.

—En realidad... mi padre no sabe que estoy aquí. Así que tengo que ir a donde dije que estaría, antes de que se dé cuenta.

—Tu padre... ¿Quieres decir... el abuelo de Jesse?

—El mismo.

—Pero... ¿por qué has tenido que mentirle? Quizá no debería entrometerme, pero...

Sam entornó la mirada. Algo en ella continuaba inquietando a Charis. Su forma de comportarse le era familiar. Jesse actuaba del mismo modo respecto a todo lo referente a su abuelo.

—¿Jesse no... les ha contado nada? —musitó, en un hilo de voz.

Charis negó, y articuló un «no».

Sam vació el pecho en un suspiro que pareció quitarle más aire del que pretendía y la hizo tambalearse, como obra de un súbito mareo.

—Ya veo... Entonces... es mejor si él mismo se los cuenta. No le gustará nada que yo lo haga.

Charis no tuvo otra alternativa que resignarse a ello.

—Sam, ¿puedo hacerte una última pregunta?

Samuelle volvió a tensarse.

—Depende de qué se trate.

—¿Conoces a alguien llamado Janvier?

Sam se quedó muda unos momentos. No respondió, pero Charis tuvo con eso todo lo que necesitaba saber. Ella estaba al tanto de todo. Y, por su reacción, Charis supo que el tal Janvier no era ninguna clase de amigo o familiar.

—¿Qué sabes tú de él?

—Que está buscando a Jesse. Lo que quisiera saber es por qué.

Sam se mordió los finos labios hasta malograrse ligeramente el maquillaje.

—Como dije —masculló, en un aliento—, es mejor si él mismo responde a estas preguntas. Lo siento por no poder decirte nada más. No es mi lugar hacerlo.

Charis dejó caer los hombros, decepcionada.

—No, lo entiendo perfectamente...

Sam recobró su apostura elegante y volvió a sonreírle.

—Es una lástima que no seas su novia. Me hubiese gustado que lo fueras. —Charis sintió sus mejillas acalorarse. Era algo que oía tan a menudo que ya debería estar acostumbrada, pero seguía sonando inverosímil—. Supongo que me basta con que seas su amiga. Gracias por traerlo. Gracias a los dos. Me alegra saber que no está solo.

—Descuida. Lo cuidamos tan bien como podemos.

Samuelle le extendió la mano y Charis contempló su delicada palma blanca coronada como un sol reluciente por dedos largos y finos. Pensó que las manos hermosas también eran de familia.

—Dame tu móvil, y te dejaré mi número personal —le dijo, y Charis se apresuró a extendérselo. Sam lo anotó rápidamente. Después, dejó una llamada perdida en el propio con el móvil de Charis—. No le digas que te lo he dado, por favor. Jesse... es demasiado orgulloso, así que nunca me llamaría si algo pasa. Pero, por favor, tú hazlo si cualquier cosa ocurre con él.

—Lo haré. ¿A qué hora es tu vuelo? ¿Necesitas que alguien te lleve al aeropuerto?

Sam alargó los labios en una sonrisa con la cual parecía reservarse algo.

—No te preocupes, chéri. —Le guiñó un ojo de modo encantador—. Mi vuelo no irá a ninguna parte sin mí.

Charis correspondió, no del todo segura de que entendiera la broma, pero sin querer preguntar. Lo hizo solo contagiada de ella. ¿Todos en su familia eran también así de atractivos? Jesse rara vez sonreía, pero Charis no podía recordar una sola vez en que su sonrisa no la hubiese atrapado con la guardia baja, y la hubiera deslumbrado de la misma manera. Más bien, ¿eran todos en su familia tan inintencionalmente atractivos?

Se percató de que había estado observándola fijamente solo cuando ella inclinó el rostro, intrigada.

—¿Sucede algo?

Charis sacudió la cabeza.

—Es solo... que cuando él hablaba de «Sam», siempre imaginé a un varón.

—¿Estás decepcionada?

—En absoluto. Me sorprendió más saber que fueras su tía. Pareces muy joven...

—Solo nos llevamos diez años. Yo era prácticamente una niña cuando él nació; era casi un hermano pequeño para mí.

Las escleras de Sam brillaron cuando ella pestañeó, con un suave rocío. Esta se limpió los ojos con un nudillo y Charis alcanzó los pañuelos de su bolso para tenderle uno.

Ella se lo agradeció.

—Lo siento... No lo vi por muchos años, y no he podido verlo hoy más de dos horas. —Omitió mencionar el modo en que se habían despedido, pero Charis lo sabía. Ella había sido testigo—. Por cierto... olvidé darle esto. Lo encontré afuera cuando llegué. Debió tirarlo junto con el móvil. ¿Podrías entregarle ambos?

https://youtu.be/iG3d1VvbPdY

Al momento de tendérselo, Charis vio que se trataba de la fotografía que había visto ese día en su cajón. La cual Jesse parecía llevar consigo desde que ella la había descubierto entre sus cosas. La hermosa mujer con quien había confundido a Sam. Mirando a ambas, encontró más familiaridades entre ellas todavía, que entre Sam y Jesse. Pero en definitiva no eran la misma persona. La mujer en la fotografía era todavía más hermosa, si eso era humanamente posible.

—La mujer en esta fotografía... Yo pensé que eras tú.

—Todos dicen que nos parecemos. Tengo la edad que ella tenía aquí cuando se la tomaron.

Finalmente, Charis pudo hacer la pregunta en torno a la cual albergaba más dudas.

—¿Quién es ella?

Samuelle distendió una sonrisa dulce, pero terriblemente triste.

—Ella... es mi hermana mayor. Mi querida, mi adorada Ophelie... La difunta madre de Jesse.

Charis sintió un escalofrío recorrerla, y finalmente asentarse en lo profundo de su pecho, donde el hielo la estremeció

Quien le había enseñado a tocar el piano, la propietaria de la finca en el bosque, y del instrumento. La anterior dueña de la flor de Lis... La mujer con cuya mano cariñosa Jesse confundió la suya cuando estaba febril. De manera que se trató todo el tiempo de su madre.

Se sintió estúpida... Le había tratado de manera injusta.

De pronto todo tenía sentido. Alguien como Jesse Torrance... desde luego. ¿Por qué otra mujer en el mundo sentiría un afecto tan intenso?

¿Por qué otra mujer, sino por su madre? Y además de todo... la madre a la que ya no tenía.

Cerró los ojos con fuerza y pasó saliva, pero el nudo constriñendo su garganta no le permitió tragar. Tuvo que respirar hondo para no romperse.

Sam se despidió por última vez de ella, y se deslizó por el pasillo con un ligero resonar de tacones, antes de perderse del todo al final del mismo, en la oscuridad que anegaba siempre cada rincón del Saint John, dejando atrás a Charis con más preguntas que nunca, y con el sentimiento de haber cometido un gravísimo error.

https://youtu.be/NZyPy2inax4

Ya casi se completaba una semana desde que Sam, la tía de Jesse, se marchara; y las circunstancias desagradables que habían suscitado su vista ya parecían olvidadas.

Bajo un estricto seguimiento de las indicaciones de Daniel, Jesse mejoró rápidamente. Sin embargo, su tos, aunque menos grave, prevalecía; junto con un decaimiento general, que se había atenuado en parte, pero que aún no se había esfumado del todo.

Charis le devolvió el mismo día la fotografía y le hizo entrega del teléfono móvil sin hacer preguntas. Pensó que todos necesitaban algo de tiempo para procesar los últimos acontecimientos.

Asimismo, todavía batallaba para encontrar las palabras correctas para disculparse por todo.

Conforme se desvanecían los síntomas de la neumonía sin que hubiera ningún tipo de cambio favorable en su estado de ánimo general, Charis y Daniel empezaban a sospechar que la depresión no era uno de ellos. Pero, como era lo típico, cualquier intento de conversación con Jesse acababa en evasivas que no llevaban a ninguna parte.

Entre tanto, aquel todavía iba por ahí como un alma en pena, sin hablar ni mirar a nadie, tan delgado y demacrado como le había dejado la enfermedad.

—Ha estado así desde que Sam se fue —comentó Charis.

—No se puede hacer nada; no se despidieron en los mejores términos.

—Estoy segura de que hay algo más... Si tan solo supiéramos de qué hablaron ese día.

—Para empezar... ni siquiera sabía que Jesse hablara francés. Así que... Montreal, Canadá.

—Eso dijo Samuelle.

Daniel omitió preguntar a Charis si ella ya lo sabía. Era evidente que sí, y prefería no cuestionarlo demasiado. Perdió la mirada en las luces navideñas decorando la ventana de su oficina. Procuraba contagiarse del ánimo alegre de las fiestas, incluso cuando el suyo propio no era el mejor. Erika siempre estaba feliz en navidad. Y todo lo relativo a las fiestas le recordaba a ella. No podía esperar a verla. ¿Cómo debía sentirse para Jesse estar peleado con su única familia en el mundo?

—¿Como llevas tu último día aquí? —preguntó a Charis, en el afán de cambiar de tema de conversación.

También ella lucía cada vez más decaída conforme pasaban los días sin que Jesse mostrase ninguna mejoría, y entre más crecía esa distancia que había puesto entre él y ellos dos. A él también le dolía, pero Charis parecía sentirse de algún modo responsable.

Ella hizo una pausa antes de responder, con lo que parecieron ser ciertas dificultades a la hora de sacar su cabeza del tema anterior.

—Estoy feliz de haber aceptado el puesto; aunque solo fuera de remplazo. Es una lástima... si necesitaran personal, me quedaría.

Daniel se puso en alerta, y analizó sus facciones en busca de aunque fuera una pizca de verdad en esa aseveración.

—El Saint John siempre necesita personal. Si se abre una vacante, yo podría-...

Ella sacudió la cabeza.

—Solo bromeo, Dan. No he dejado de odiar este sitio —se rio con pocas fuerzas—. Como sea, tengo una entrevista el lunes que promete bastante. Noah me recomendó como secretaria en su firma de abogados. Si obtengo el cargo, ¡sería una oportunidad excelente! La paga es buena, así que si reúno lo suficiente en unos meses podré visitar a Marla y a los niños.

Daniel sonrió. Verla feliz por algo luego de tanto tiempo resultaba reconfortante.

—Estoy seguro de que lo obtendrás. Te llevas buenas referencias de aquí.

—El director fue muy amable al redactarme una recomendación tan halagadora. —Charis se levantó de la silla frente al escritorio de Daniel con un suspiro—. Bien, aún me quedan un par de horas. Lo dejaré todo listo para la llegada de la otra secretaria, mañana. También... aprovecharé de despedirme de todos antes de terminar mi último turno, hoy.

Desde la puerta, ella le dedicó una sonrisa que Daniel respondió con una versión más alicaída.

Los días se habían llevado consigo todos los rencores de su último conflicto, pero había una cosa a la que Daniel no cesaba de dar vueltas. Sabía que Diane podía ser una víbora, pero...

—Charis —la llamo antes de que ella saliera, sin tener claro qué le diría, o cómo plantearía la pregunta.

—¿Sí? ¿Qué sucede?

—La noche en que te quedaste en el apartamento de Jess...

Charis se tensó notoriamente, y a su vez, Daniel hizo lo propio. Se cuestionó muchas cosas, pero la que gritaba con más fuerza era el por qué estaba haciendo eso. ¿Por qué había decidido escuchar a las palabras venenosas de Diane? La reacción de Charis podía significar cualquier otra cosa. Incluso podría estar reflejando su propia apostura al preguntarlo. Y, por otro lado, ¿qué si fuera cierto? Pero no podía ponerse en ese caso... Porque era sencillamente imposible.

Se rio de sí mismo en su fuero interno, y al último momento, cambió sus palabras.

—Nada. Solo espero... que no se hayan sacado mucho de quicio.

Charis meneó la cabeza.

—Sólo lo normal. No más de lo que ya me saca de quicio aquí en el hospital.

Daniel alargó la sonrisa, un poco más tranquilo. Estaba siendo un tonto...

—Extrañaré tenerte por aquí —admitió. Ella se rio de esa manera encantadora de la que no parecía ser consciente.

—No te pongas sentimental, me ves todos los días. Vivo en frente de ti; cruzando el aparcamiento.

Daniel exhaló una risa nasal, y parte de su espíritu se elevó.

—No me quites mi oportunidad de drama, la vida se pone aburrida a veces.

Ella sostuvo la sonrisa y le hizo una seña para despedirse:

—Nos vemos más tarde.

—Adiós, excolega.

—Aún no, colega.

Una vez Charis se hubo marchado, Daniel pasó la siguiente hora confinado a su oficina, dando cuartos de vuelta en su silla de un lado al otro apoyado en los talones, reflexionando sobre todo lo ocurrido, y lo que aún venía.

Iba a extrañar a Charis sin duda; almorzar con ella, irse juntos a casa, o pasar a comer cuando acababan el turno al mismo tiempo. Iba a extrañar estar juntos los tres. Charis, él... y Jesse.

Aunque él no se iba a ningún lado; al menos, no que él estuviese al tanto, la brecha entre ellos era tan notoria que a veces sentía estarlo perdiendo también. Que un día ya no lo vería, y nunca sabría qué había ocurrido con él. Y ese desagradable sentimiento no le dejaba en paz.

Un golpeteo suave en la puerta lo hizo levantar la cabeza de golpe.

Se sorprendió de verlo allí. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que él lo visitó en su oficina, como solía hacerlo antes, que su aparición allí fue una visión poco familiar.

—Daniel. —Parecía inusitadamente ansioso—. ¿Tienes... un minuto? Bueno... varios, en realidad.

Daniel le señaló con un gesto la silla frente a su escritorio, que antes ocupara Charis.

—Claro. ¿Qué sucede? ¿Quién te persigue? —intento bromear, pero el rostro de él se tensó con nerviosismo.

—No aquí... —masculló tan bajo, que Daniel tuvo dificultades en oírlo—. ¿Podemos... salir un momento?

—Si te viene bien, podemos salir después del trabajo, e ir a algún...

—No, no. Tiene que ser ahora.

Daniel entornó los ojos, empezando a impacientarse y a contagiarse progresivamente de su desasosiego.

—... ¿Por qué?

—Porque más tarde podría arrepentirme... Y no quiero hacerlo. Debe ser ahora.

https://youtu.be/sujl7RQ7WsE

Cuando Jesse le pidió hablar en otro lugar, con más privacidad, Daniel nunca se hubiese imaginado que sus pasos le guiarían a la azotea del hospital, desde donde tenían vista hacia todas las áreas del mismo, y hacia una buena parte de la ciudad.

Él no había estado nunca allí, pero Jesse parecía familiarizado. ¿Era otro de los lugares a los que se dirigía cuando desaparecía? Este se condujo con habitualidad hasta un extremo, en donde reposó sobre la baranda de concreto con ambos codos.

Daniel lo siguió y se situó a su lado.

En la zona abierta, sin paredes que les escudaran del viento frío de la tarde, este los abordó desde todas direcciones. No soplaba demasiado fuerte, pero sí lo suficientemente frío como para hacerlos a ambos temblar.

Daniel no le quitó de encima la vista en ningún momento; y Jesse no quiso mirarlo a los ojos ni una vez. Aquel se tomó varios minutos antes de hablar. Parecía que a cada instante que transcurría estaría a punto de abrir la boca para decir algo, pero se arrepentía al instante y lo consideraba de nuevo, en busca de mejores palabras.

—Antes que todo —inició, cuando Daniel empezaba a perder su propia templanza—... necesito pedirte una cosa.

—Lo que sea.

—De acuerdo... —Jesse llenó el pecho con un profundo aliento —. Lo que te diga... debe quedar entre nosotros, Dan; no puede enterarse nadie. En especial... tu amigo, el jefe de policía. —Daniel contrajo el gesto. Le pareció que al decir eso último, la expresión de Jesse se había agriado un poco—. Desde que te conozco, he confiado en ti; con mi vida. —Y se atrevió a mirarlo abiertamente por primera vez—. ¿Puedo... seguir haciéndolo?

Pese a todo lo que quería preguntarle, Daniel asintió, y acortó la distancia entre ellos un par de pasos.

—Puedes hablar conmigo —le aseguró.

Jesse dio una cabeceada y respiró hondo nuevamente.

—Primero que todo... quiero pedirte perdón —masculló—. Perdón por-... por todos los años que he pasado ocultando cosas de ti. Tenías razón... tú has compartido conmigo todo cuanto eres; cuanto quieres... Lo que una vez fuiste; y la persona que quieres ser... Y yo no he sido para ti otra cosa que un largo silencio. Y eso... no es justo. —Movió la cabeza con fuerza, en una cabeceada—. No, no es justo.

Daniel consideró sus palabras. Si bien eran ciertas hasta cierto punto, aún en ese momento no resentía a Jesse por guardarse cosas. Nunca había puesto en duda su amistad; ni una sola vez. Y estaba seguro de que no había nada que él pudiera decirle que cambiara eso. No podía ser nada tan grave. Se trataba de Jesse, después de todo.

—No tiene que pedirme perdón —dijo al final de su silencio—. Te prometí que lo entendería; y es lo que haré. Sea lo que sea, Jess. Mírame. —Cuando aquel levantó la vista, Daniel le dedicó una sonrisa y le pellizcó el fino mentón con afecto, entre los nudillos—. Te quiero, Jess. Eres mi mejor amigo. Puedes confiar en mí. Puede hacerlo siempre.

Le pareció, por el más breve instante, que sus delicados rasgos e contraían con alguna emoción intensa que no supo descifrar, antes de recomponerse.

Él aspiró otra gran bocanada de aire.

—De acuerdo... Voy a ser honesto contigo —parecía trabarse un poco en cada sílaba que conseguía pronunciar—. Es probable que, en circunstancias normales, yo... nunca te hubiese dicho todo esto. —Reconoció, y Daniel sintió un ligero atisbo de dolor con ello—. Pero... lo que pasó con Hank Beau... Y luego la aparición de Sam, lo cambió todo. —Jesse exhaló con gravedad—. Las cosas... son inciertas ahora, y no sé qué pueda pasar en las próximas semanas. Días, incluso. No sé si yo-... Si acaso tendré... otra oportunidad.

Daniel tragó saliva.

—Me estás asustando... Por favor, solo dime qué sucede.

—Lo sé; lo sé... Es que... no sé por dónde debería empezar...

Daniel se pasó la punta de la lengua por los labios. Los sintió resecos y pastosos, y resolvió que, a diferencia de Jesse, él sabía por dónde.

—¿Qué tal... respondiendo por una vez mis preguntas? —aventuró. Jesse se paralizó unos segundos, al cabo de los cuales, asintió con cierto pesar, pero conforme—. La noche en que salimos a buscarte... ¿a dónde fuiste, exactamente? —Antes de que se excusara, Daniel lo acorralo con la única cosa que tenía por cierta de ese día. Se lo había dicho la propia involucrada—. No fuiste a ver a Sam, ¿verdad? Ella llegó al día siguiente, cuando Charis te trajo al hospital.

Jesse asintió tras otra larga pausa. Tragó saliva y habló por fin.

—Fui... a ver a Hank Beau a prisión.

Daniel procuró mantener su temple sin alterarse, a sabiendas de que caminaba sobre cáscaras de huevo y que si hacía un solo movimiento en falso, Jesse podría retractarse de su propia determinación de contarle todo. En lugar de eso dio una cabeceada. Eso ya lo sabía por Jiménez, aunque no había querido creerlo. Pero agradeció que él decidiera ser honesto.

—¿Por qué? —preguntó únicamente.

Jesse se humedeció los labios y fijó la vista en el aparcamiento del hospital. Daba golpes nerviosos con el talón, sin parar quieto.

—Quería averiguar quién era la persona que le envió tras de mí... Pero él no sabía su identidad. Solo escuchó la propuesta, y decidió aceptarla. Alguien más... me está buscando, Dan —admitió, y Daniel percibió su voz temblar un poco—. Y sabían que esto... —dijo aquello sosteniendo el dije de su joya entre sus dedos— era la vía para llegar a mí.

» Sabían que era lo único de valor que tengo, y que en caso de verme desesperado cabía la posibilidad de que prescindiera de ella y la empeñase. Desconozco cuántas joyerías por todo el estado de Utah fueron puestas tras su pista, pero imagino que Beau tuvo la suerte de dar con una de aquellas tantas.

» Cuando fue a empeñar la joya, el dueño de la casa de empeño cometió el error de mostrarse demasiado interesado en comprársela, así que Beau debió suponer que valía más de lo que le ofrecían. De manera que no aceptó el pago y se largó. Fue allí que sufrió el accidente que le envió al Saint John.

» Imagino que habrá dejado su número en la casa de empeño por si el dueño cambiaba de parecer y decidía ofrecerle una mejor suma, y debió ser el mismo quien dio a la persona moviendo los hilos detrás de todo esto los medios para poder contactarlo. Y fue... cuando le envió tras de mí.

Daniel movió la cabeza intentando conectar todo para procesarlo.

—¿Pero... quién podría estar buscándote?

Jesse guardó silencio unos instantes. Pasó de verlo a él a volver la vista al pie del Saint John. El pelo negro le revoloteó sobre el rostro y no pudo verle la expresión, pero el tono lúgubre de su tono le dijo todo lo que necesitaba saber.

—Mi abuelo tiene... a muchas personas quienes... no lo aprecian demasiado.

Aquello confirmaba las sospechas de Jiménez. Daniel sintió el temor recorrerlo. No hubiese querido creerlo.

—¡¿Pero qué buscan esas personas contigo?! ¡¿Por qué querrían hacerte daño a ti?!

La visión intermitente del rostro pálido de Jesse se torció en una mueca.

—Ojalá... fuera sencillo de explicar.

Daniel acabó de perder con eso los estribos, y lanzó un manotazo al aire.

—¡No lo es, para empezar! ¿Acaso no comprendes lo grave que es la situación? ¡Es tu vida lo que está en juego!

—¡¿Y crees que no lo sé, Daniel?! —Su tono se elevó también, por primera vez, pero recuperó pronto el volumen moderado de su voz susurrante, apenas notarlo, con lo cual pareció avergonzado—. Nunca... te he dado muchas razones para creer que de hecho me importa mi propia vida. Y... sí, tal vez no estés equivocado. Tal vez... no la aprecie tanto como para cuidarla lo suficiente, de todas formas. Pero... ¡tampoco significa que yo-...! —Apretó los labios un momento—. Que quiera... morir. Y... desde esa noche, cuando Hank Beau regresó... se ha convertido en una posibilidad muy real.

Daniel pestañeó rápido, intentando procesarlo. Su cabeza dio vueltas y su estómago se sintió apretado.

—¿Por qué no quieres hablar con la policía, entonces? Hazlo, Jess, ¡Te lo ruego! Habla con Jiménez. Está esperando a que te decidas. ¡Si tan solo-...!

—¿Me creerías... si te digo que eso podría ser incluso peor?

—¡¿De qué manera puede ser peor?! ¡¿Qué puede ser peor que morir?!

Jesse dio un ligero repullo. Como un reflejo.

—Desearía... no tener cómo refutar eso.

—Intento entenderte, Jess... En serio que lo intento... Pero no puedo. No me estás dando mucho con qué trabajar.

Aquel dio un asentimiento.

—Lo sé; no más verdades a medias. Te contaré lo que necesitas saber. Y luego-...

Pero entonces, tan pronto como había empezado, Jesse viró rápidamente, de vuelta al aparcamiento del hospital, como si hubiese captado algo por el rabillo del ojo que le hubiese alertado, y se quedó en silencio, tan quieto como una estatua.

—...¿Jess?

—Shhh... Aguarda... —jadeó.

Daniel siguió su mirada. Un automóvil había entrado en el aparcamiento, y hacía maniobras para aparcar.

Del interior se bajó un hombre al que Daniel no reconoció, pero al que Jesse parecía conocer bien, pues su quijada cayó abierta y sus hombros se movieron progresivamente más y más rápido, conforme se le escapaban bocanadas por entre los labios.

Él empezó a temblar. Primero su barbilla, luego sus manos, y luego de pies a cabeza.

—No... No, no, no...

Daniel lo inspeccionó, entrecerrando los ojos, con miradas nerviosas de él al aterrorizado Jesse a su lado.

—¡¿Qué sucede?! ¡¿Quién es?!

El hombre parecía entrado en la mediana edad y vestía de forma elegante. Daniel distinguió visos cobrizos en su cabello cuidadosamente peinado, pero no le vio bien el rostro, pues portaba anteojos oscuros. Pero incluso a esa distancia pudo ver que el hombre era alto y corpulento.

Jesse se alejó de la baranda justo antes de que otros dos hombres se bajaran del automóvil con el primero, vestidos de la misma forma elegante. Ataviados de manera tan similar parecían uniformados.

—Maldita sea... —Oyó a Jesse Jadear, y cuando le buscó con la mirada, le encontró agachado y ovillado con la espalda contra la pared, como si se estuviese ocultando—... No... No... No... Maldita sea...

—¿Jess...?

—¡No digas mi nombre! —lo cortó él, y sonó como un ruego desesperado—. Por favor, no se lo digas a nadie. A nadie en absoluto, Dan, tienes que prometerlo.

—¡¿Qué sucede?! ¡¿Quiénes son esas personas?!

—Nadie. No trabajo aquí; no me conoces, Dan, no existo. ¡Júramelo!

Jesse se levantó entonces, tembloroso y aturdido, y trotó con piernas temblorosas de regreso a las escaleras para salir de la azotea, sin molestarse en oír su respuesta.

Daniel fue tras él y lo atajó por un brazo a medio camino.

—¿A dónde vas? ¡Espera! ¡Pensé que ibas a-...!

—¡Iba a hacerlo! —farfulló él— Pero ahora... No puedo.

—¿Por qué?

—Porque ya no tiene importancia. Ya no va... a servir de nada... —y dicho aquello, Jesse se soltó de él, y salvó en una carrera el último trayecto hacia las escaleras, desapareciendo por allí como un fantasma, dejando a Daniel atrás con miles de nuevas preguntas.

» Tan cerca... —pensó. Había estado tan cerca.

¿Y por qué de pronto ese miedo de las últimas semanas; ese miedo al abismo que amenazaba con separarlos sin remedio, parecía estar cobrando forma ante sus ojos, con la aparición de Sam, y ahora de esos hombres misteriosos?

¿Por qué el miedo de perder a su mejor amigo para siempre se sentía tan real ahora?

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