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13. Treinta Segundos

https://youtu.be/c9xy6HQH6VU

Jesse la soltó tan repentinamente que ella no tuvo tiempo de aferrarse y se quedó de pie, inmóvil en el lugar en que él la abandonó.

Levantó entonces en alto el pequeño frasco frente a ella, en medio de ambos, y lo contempló, girándolo a la luz para ver el líquido al interior moverse y resplandecer a través del cristal tintado con destellos opacos.

—¿Qué es eso? —preguntó Charis.

Jesse miró hacia la puerta, y luego de nuevo a ella, quien lo contemplaba de regreso con ojos grandes y preocupados. Miles de preguntas pasaron por su cabeza en cuestión de unos segundos ante su gesto confuso. ¿Sería capaz de revelarle a Charis lo que contenía el frasco? O peor... siquiera ofrecerle esa única, desesperada salida. ¿Ella accedería? ¿Qué pensaría si él tan siquiera lo sugiriese?... ¿Creería que le había fallado? ¿Qué era su culpa? ¿Qué él había aparecido en su vida solo para meterla de cabeza en ese mundo espantoso, y después provocar su final de un modo miserable?... ¿Creería ella, al igual que él algún tiempo atrás, qué nunca debieron conocerse?

Miró de vuelta al frasco... y por último de nuevo a Charis. A sus ojos cristalinos bajo pestañas rojizas... Ella parpadeó rápidamente, con gesto expectante.

¿Y qué pasaría con él? ¿Sería capaz de verla morir? Ver la fuerza escaparse de esos ojos que tantas veces habían restituido las suyas; el color abandonar sus labios y sus mejillas siempre rosadas, oír el último de sus alientos... Estar allí en sus últimos segundos, intentando convencerse de que había tomado la decisión correcta para ella, aún después de haber sido el causante de todo, mientras ella perdía la vida.

«No», sacudió la cabeza con fuerza mientras se lo repetía. «No. No, jamás»... No podría.

Pero tampoco dejaría su destino en manos de esas bestias. Y resuelto a hacer lo que fuera con tal de evitar ese resultado, se alejó de ella.

https://youtu.be/E1kbG1Y4rhQ

—Vigila la entrada —le indicó—. Si escuchas que alguien viene, házmelo saber.

Fue y volvió del baño trayendo una de sus prendas anteriores; una camiseta a la cual le arrancó una manga y que usó para envolver firmemente el frasco de vidrio. Si lo que planeaba no resultaba, le arrebataría a Charis su única oportunidad de ser libre del calvario que le esperaba luego de que lo matasen a él. Con eso en mente, puso el frasco envuelto en el jirón de tela en el suelo y pisó midiendo su fuerza hasta que lo escuchó crujir, y finalmente estallar con un sonido mitigado.

Quitó la tela ahora húmeda por el veneno cuidando de no tocarlo para revelar varios pedazos de vidrio de diferente forma y tamaño regados por el piso, perlados del mismo líquido, y rebuscó entre los mismos buscando entre ellos hasta dar con el que pensó que le serviría. Eligió uno curvo y lo bastante afilado; lo suficientemente fuerte para no romperse al emplearlo. Después reunió el resto de los cristales rotos y volvió con ellos al baño para arrojarlos al inodoro y tirar de la cadena. No debía dejar el menor indicio de lo que había hecho a la vista.

Entretanto, Charis se paseaba frenéticamente frente a la puerta, atenta a cada sonido; incluso al más lejano, sin quitarle a él la mirada de encima, y sin hacer preguntas, aunque su gesto era el de la más pura confusión.

Habiéndose desecho de la evidencia y escondido bien la manga arrancada de la prenda sucia, contempló el fragmento de cristal en su mano y rogó por haber elegido el adecuado. No le serviría como arma, pero sí para cortar algo frágil, y ya era un inicio; así que lo guardó en el puño doblado de una de sus mangas y le dio otra vuelta para asegurarlo. Después continuó su búsqueda por todo el lugar, revisando entre la chatarra abandonada a ver si conseguía formular una segunda parte para un plan que no podía sino improvisar sobre la marcha, en función de las muy reducidas posibilidades que tenía a la mano.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Charis.

Jesse continuó rebuscando entre cajas, en el suelo, en armarios y en cada recoveco existente, produciendo un ruido amortiguado de metales en el afán de ser silencioso. Pero no halló nada. Nada lo bastante discreto...

—Maldición... —masculló—. Tiene que haber algo...

—¡¿Qué es lo que buscas?! —chilló ella, sin poder callar más sus dudas.

Jesse se irguió con las manos contra la cabeza.

—No lo hallaré aquí —dijo más para sí mismo, y se irguió llevándose una mano al mentón y la otra a la espalda baja exhausta para sostener parte de su peso en ella. Dio un corto paseo en un círculo intentando pensar—. No... No tendría sentido... ¿verdad? —masculló.

—¡¿De qué hablas?!

Jesse negó, dando otro breve paseo en un círculo más amplio, mirando por cada rincón.

—No hubiesen dejado nada... Nada con lo que-... —Se detuvo de golpe, al pasar junto a la pila de costales que les había servido de lecho los últimos días.

—¿Qué? —Charis llevaba miradas nerviosas de la puerta a él, intrigada por su incansable búsqueda, pero sin querer abandonar su puesto.

Debajo de los sacos de aserrín, Jesse divisó lo que parecía ser la esquina apenas sobresaliente de una parte del suelo que no era de concreto, sino de madera; y el cual si no había visto hasta entonces era sencillamente porque hasta ese momento no se había planteado seriamente la idea de buscar una alternativa a morir; algo a lo que se había resignado muy fácilmente.

Pero ya no era su vida la única que estaba en juego.

Sin perder un segundo, empezó a mover los costales, arrastrándolos por el piso con dificultad. La falta de alimento comenzaba a pasarle la cuenta y sus brazos estaban débiles.

—No... ¡Espera, se darán cuenta! —le advirtió Charis.

Jesse continuó sin hacerle caso, hasta revelar poco a poco lo que parecía ser una trampilla cuadrada de madera en el concreto. Y cuando consiguió mover los sacos suficientes para descubrirla por completo, vio que estaba asegurada por un seguro que cerraba por fuera y que constaba solo de un pasador, sin candado.

—¿Qué es eso? —preguntó Charis. La curiosidad la llevó a acercarse unos pasos, pero volvió a su puesto de vigilancia apenas percatarse de que comenzaba a alejarse, arrojando miradas desde lejos—. ¡¿Qué es esa puerta?!

Sonaba esperanzada, y él lo estaba también al momento de quitar el pasador. No obstante, al abrirla, no reveló más que un espacio cuadrangular, reducido y poco profundo, con un fondo desnudo de suelo terroso. Sin embargo, a excepción del polvo, las telarañas y los animalejos que huyeron a la luz y al sonido, parecía por completo vacío. Cualquiera podría haber sido su propósito. Desde una escotilla de acceso inutilizado a algún sistema de cableado eléctrico o de fontanería que ya no estaba allí, o sencillamente una suerte de depósito para guardar cosas que ya habían sido movidas. Sin embargo, había un detalle:

—Sabían que esto estaba aquí... Y lo cubrieron.

—Jess, creo que escucho venir a alguien...

—... ¿Por qué lo cubrieron?

La explicación más obvia era a la vez la más decepcionante. Era posible que ni siquiera los hombres de Marcel supieran que en realidad estaba vacía y les había bastado con cubrirla solo para no molestarse en revisarla.

Eso hubiera sido un movimiento descuidado de parte de Marcel... pero no del payaso de Joyce o incluso de Emile, quien siendo el más joven, con mucha seguridad sería el chico de los mandados. Y Marcel no parecía ser otra cosa que la cara visible de todo ese complot. Como mucho quien transmitía las órdenes.

Su intuición lo llevó a meter un brazo buscando los costados y se percató de que el interior de la escotilla era más amplio que la entrada, pero si la luz apenas tocaba el fondo, por fuera del cuadrado de luz que se colaba por la escotilla y se dibujaba en el fondo, no podía verse nada.

—¡Jesse...! ¡Alguien viene! —advirtió Charis en un grito mudo.

Tuvo que actuar rápido. Se demoraría más moviendo de regreso los costales para volver a esconder la escotilla que revisando el interior. En el segundo caso quizá aún tendría tiempo de esconder cualquier hallazgo. Así que sin querer darse por vencido, Jesse saltó dentro. Una persona no cabía de pie, pero sí agachada, y fue lo que hizo para empezar a revolver la tierra del fondo, metiendo las manos por la oscuridad de los costados a ver qué podía encontrar. Un clavo, una hoja de sierra... lo que fuera. Cualquier cosa era mejor que un trozo de vidrio o directamente nada. Pero no halló más que trozos de madera, tachuelas viejas, pedazos de cables, polvo y más bichos.

—¡Jess, ya vienen!, ¡cierra eso!

Apremiado por las súplicas de Charis, decepcionado por su búsqueda infructuosa, Jesse salió finalmente del depósito; mas no tuvo tiempo de cerrar siquiera la escotilla cuando la puerta de su prisión se remeció con un ruido de pestillos y después se abrió ante ellos revelando a sus captores. Andaban siempre en manada como una jauría de hienas. ¿O pensaban realmente que hacía falta de tres hombres robustos, entre ellos un gigante, para retener a alguien como él, que muy difícilmente rondaba los cincuenta kilos?

https://youtu.be/r98D8GVTjVE

Desde allí, Gérome los observó de uno en uno y sus ojos se detuvieron en él. Jesse se irguió y se retiró lejos de la escotilla lentamente con las manos en alto en cuanto Joyce lo apuntó con su arma. Gérome distendió una sonrisa y entró en la estancia dando chasquidos con la lengua y meneos con la cabeza.

—¿Buscando cómo fugarte? Y yo que vine a hacerte una visita. Pensaba que nos estábamos divirtiendo.

—No lleva a ningún lado. Solo se guardaban herramientas allí y lo vaciamos —dijo desde la puerta el payaso, Joyce; aunque todo humor se había borrado de sus facciones; probablemente por lo que fuera que hubiese pasado entre él y Marcel.

Lo confirmó solo por la mirada incendiaria que aquel le arrojó. Sus palabras corroboraban además su primera sospecha en cuanto a la trampilla. Había sido vaciada. Sin embargo, algo no terminaba de cuadrar... Jesse se reservó sus dudas y se acercó dócilmente en cuanto Gérome les señaló las sillas en medio de la habitación.

Como ya era costumbre, Joyce no dejó en ningún momento de apuntarlos con el arma, y los dos pusieron casi por acto reflejo las manos a las espaldas apenas se sentaron, esperando a ser amarrados. Gérome se ocupó de atar a Jesse primero, mientras que Charis prevalecía inmóvil aguadando su turno. Del otro lado del cañón de la pistola en alto, Joyce la observaba fijamente y ella le devolvía una mirada de dagas.

Jesse sintió su estómago revolverse con solo imaginarse lo que pasaba por la cabeza de aquel sujeto después de lo que le había dicho Sacha.

—¿Sigues enojada conmigo, preciosa? Lo siento, no sabía que te asustaba tanto la oscuridad —le dijo.

Ella guardó silencio, tensando los labios. No obstante, con esa revelación, Gérome echó un vistazo por encima de su hombro a Joyce.

—¿Qué fue eso?

El humor del payaso pareció mejorar de pronto:

—Debiste oírla gritar cuando la dejamos encerrada a oscuras hace un momento. Si necesitas que te diga cualquier cosa, ahí tienes un truquito.

Gérome esbozó una sonrisa y procedió a atarla a la segunda silla:

—Ya puedes dejarnos —dijo a Joyce—. No me gustan los mirones en mis películas caseras. Podrás verla cuando esté terminada.

—Compraré palomitas —respondió aquel, con un guiño en dirección de Charis—. Espero afuera a que termines.

En cuanto se quedó solo con los dos, Gérome no tardó en encender un cigarrillo, y Charis se arredró en su silla. Ahora conocía las posibles implicancias de aquello y se encogió de temor; igual que Jesse lo había hecho por años, apenas le llegó el olor del cigarro.

—Así que el gato ya salió de la bolsa —dijo Gérome, iniciando su paseo de ave rapaz alrededor de ellos—. Marcel me dijo que ya no es necesario que actúe. —Por el camino dio dos palmadas sobre el hombro de Jesse—. Resultaste ser tan astuto como tu viejo abuelo.

Su verdugo se dejó el cigarrillo en los labios y sin perder más tiempo se armó con su teléfono móvil e inició la grabación de un nuevo video. El flash de la cámara hendió abruptamente la oscuridad con un resplandor enceguecedor.

—No obstante —dijo, poniendo el teléfono en alto y apuntando al rostro de uno y luego del otro—, todavía quiere esa secuela de nuestra primera película casera. Desea enviar un mensaje claro Guillaume. Y tu abuelo, mejor que nadie; en vista de que se maneja en el negocio de la viticultura; ha de saber que en esta vida se cosecha exactamente lo que se siembra —añadió con reserva, arrastrando cada sílaba.

https://youtu.be/ZIWYkq4nyyw

Gérome rodeó la silla de Jesse y se situó detrás de él. Después, dejó de apuntarlo con el móvil para girar la grabación y utilizar la cámara frontal, con la cual obtuvo un primer plano de su rostro.

—Y no hay nada peor para el negocio que una cosecha amarga. ¿No es así, Monsieur De Larivière? —Sonrió a la imagen y al decir lo siguiente se aseguró de centrar la imagen en su propio rostro—. O debería decir patron. Apuesto a que me recuerdas —continuó Gérome—. En cuanto a mí... yo recuerdo bien a tu hija.

Notó a Charis paralizarse a su lado y escuchar atenta. Jesse viró el rostro para mirarlo, creyendo haber oído mal. Pero este había retirado de pronto toda su atención de él y hablaba solo a la cámara, como si se tratase de una persona.

—Hijas; qué maldición son para un hombre las hijas —se burló—. En especial cuando son como la pequeña y rebelde Ophelie De Larivière. No podías tenerla vigilada todo el día. ¿Quién podría? Era inquieta y arisca como una yegua salvaje...

»No te puedes llegar a imaginar la dicha de un pobre diablo como yo cuando la princesa Blancanieves se fijó en mí. Y el modo en que me sonreía y me coqueteaba cuando no la mirabas. Hasta que entendí... que eso hacía con todos. Era el modo en que le gustaba jugar con tus trabajadores. Y así jugó conmigo hasta que no pude resistirlo más... —Gérome se calló y selló los labios en una línea tan dura que estos palidecieron entre sus dientes. Lo siguiente que dijo pareció costarle todo el aliento—. Y después vino llorando a ti como una pobre niña inocente... y tú me torturaste por días.

La mano en que sujetaba el teléfono móvil se cerró como una zarpa en torno al cual y este tembló frente a su rostro torcido por la rabia. Sujetaba ahora el cigarrillo en la misma mano, entre dos de los dedos con los que atenazaba el teléfono, y el humo se deslizaba frente al lente en volutas que brillaban a la luz del flash, tornando poco nítida la imagen en la cámara. Jesse le oía sin dar crédito a lo que escuchaba, intentando distinguir su rostro a través de la cortina nebulosa y el resplandor de la luz.

—Y luego me enteré de que dejaste entrar como si nada en tu familia a un tal Andrew Torrance. Un trabajador, igual como lo fui yo, a quien castigaste por el mismo crimen que él cometió y por el que quedó impune, al tocar a tu princesita. Él fue más listo, claro... La preñó antes de que pudieras echarle las manos encima como hiciste conmigo, y te aplacó dándote al sucesor que tanto querías. —Gérome atrapó el rostro de Jesse y estrujó su quijada entre los dedos con una fuerza dolorosa, obligándole a mirarlo—. Pensar que pude hacer lo mismo por ti. Que este pudo haber sido mi hijo... —Masculló y Jesse se estremeció ante la sola idea. Gérome lo soltó con rudeza—. Bien, no pude tener a tu preciosa princesa, pero aquí tengo a tu pequeño nieto una vez más. Tu único sucesor varón... ¿Disfrutaste el primer video, anciano maldito? ¡¿Te fue familiar?! ¡Era yo el de la máscara! —rugió Gérome un bramido áspero y gutural, distorsionado por la furia— ¡Era yo causándole el mismo tormento que tú y tus perros me causaron a mí por días, por culpa de la zorra calienta-pijas de su madre!

Jesse cerró los dientes con un entrechoque, conteniendo el impulso de usar el fragmento de vidrio que tenía todavía oculto para liberarse y después lanzarse contra él. No solo no le serviría de nada, pues Gérome era más fuerte que él y con mucha seguridad estaba armado, sino que desperdiciaría su única ventaja. Debía esperar el momento preciso.

—Eres tú... —dijo Charis desde su lugar—. Eras uno de los trabajadores de Monsieur De Larivière... El que estaba enamorado de Ophelie. Quien la acosaba y el que intentó forzarla en el establo, cuando guardaba a su caballo...

Gérome apartó la vista de Jesse y del video para clavarla en ella. A su expresión de confusión le siguió una mueca extraña de diversión, mas sin un atisbo de buen humor:

—Así que conoces la historia. ¿Quién te la contó?

Jesse la escrutó sin parpadear, con miles de preguntas, y ella le hurtó el rostro, avergonzada. Volvió entonces la vista a Gérome. De pronto todo tenía sentido...

Nunca entendió qué propulsaba la crueldad y la saña de su verdugo la primera vez. Gérome solía repetirle todo el tiempo que era idéntico a su madre pero nunca le dijo nada más. Y los enemigos de su abuelo naturalmente conocerían los rostros de su familia; por lo cual no era de extrañar que conocieran el de su hija y por tanto encontrasen el parecido indiscutible entre ellos; mas no llegó a comprender nunca por qué parecerse a su madre era tan malo; ni tampoco sabía por qué era torturado por ello.

Hasta ahora...

—¿Por eso... haces todo esto? —susurró para su captor, y pasó un trago seco que le cerró la garganta.

Gérome elevó una comisura:

—El dinero del rescate ayudó bastante cuando Marcel me buscó la primera vez, claro —admitió—. Pero ningún billete sucio salido del bolsillo de ese anciano desgraciado podrá darme la misma satisfacción que esto —sostuvo a Jesse por la quijada y lo obligó a mirar a la cámara del móvil.

Entonces, recuperó el cigarrillo casi consumido de entre los dedos con los que sujetaba el teléfono móvil, y lo llevó exactamente a donde Jesse sabía que iría, apagándolo contra su piel en la zona más tierna se su cuello, justo bajo la curva posterior de su quijada, en donde las brasas emitieron un siseo contra su piel.

No gritó, pero el dolor en su mandíbula por la forma en que apretó los dientes hasta hacerlos crujir se irradió incluso a su cabeza, aunado al dolor de la quemadura; el cual fue tan terrible como lo recordaba.

—¡¡Basta!! —vociferó Charis. Su silla dio un tumbo violento en su lugar por el modo en que ella se remeció. Pero ni aún con eso consiguió llamar la atención de su verdugo, cuyos ojos estaban aún fijos en él.

Al momento de retirar la colilla del cigarro de su piel volvió a presionarla en una zona aledaña mientras estuviera caliente aún, y después lo retorció allí. En parte porque sabía qué esperar, o quizá porque la lumbre del extremo ya se hallaba casi consumida, no le dolió tanto como el primero y tuvo que hacer menos esfuerzos para contenerse de gritar. Y fallando otra vez en obtener la reacción esperada, Gérome arrojó la colilla lejos con ferocidad y volvió a alzarle el rostro por el pelo.

—Míralo. Mira a tu abuelo. ¡Deja que te mire!

Después, en un arrebato, le giró el rostro de una dura bofetada con el dorso de su mano. La fuerza del golpe le transmitió un tirón doloroso a los músculos de su cuello. Jesse no emitió sonido alguno, pero escuchó el grito de Charis. El dolor de los dedos de Gérome incrustándose en el contorno de su rostro para volverlo a su posición mirando al frente fue fugaz, y luego vino otro golpe, todavía más duro, acompañado de más gritos femeninos a su derecha. El calor de la segunda bofetada se concentró en un solo sitio y luego cosquilleó al interior de su nariz y manó por su fosa nasal correspondiente en la forma de una hilera tibia que se deslizó hasta su boca, en donde percibió el regusto dulce y metálico.

La zarpa de Gérome asió su rostro una tercera vez y lo forzó a mirar de vuelta al móvil, donde gracias al contraste de la luz blanca reflejada sobre su rostro de un pálido fantasmal, recortado contra la oscuridad negra de la habitación de fondo en la imagen de la cámara frontal, el color rojo brillante del rastro que corría ahora por su mentón y goteaba sobre su pecho, resaltaba de modo dramático.

Los ojos psicóticos de su verdugo junto a los suyos parecían demandar una respuesta que él no podía darle, pues no lo aludían a él, sino a la persona imaginaria del otro lado de esa grabación. A Guillaume De Larivière, quien no estaba allí. Y la convicción en su mirada era tan fuerte que por un momento Jesse incluso creyó verlo también frente a él, del otro lado del teléfono móvil, mirándolo con decepción, y bajó el rostro.

Le llegó inmediatamente después el dolor de la mano de su verdugo enredada nuevamente en el pelo de su nuca, del cual tiró con el doble de fuerza para obligarlo a alzar de nuevo la mirada en dirección a la imagen del móvil. Todo, sin conseguir arrancarle un solo sonido. Aquello pareció enardecerlo más que cualquiera de sus recuerdos respecto a Ophelie.

—¿Te crees muy valiente? Igual que la primera vez... Igual que la perra de tu madre. Hasta que se montó llorando en los lomos de su caballo y corrió a contarle a tu miserable abuelo lo que había ocurrido. No fue tan valiente entonces, ¿verdad? Tú no lo serás por mucho más tiempo.

Sin dejar de sostener la cámara en su rostro, la mano libre de Gérome se deslizó al sitio detrás de Jesse, al respaldo de su silla, y un vacío se abrió en su estómago en el momento en que empujó con fuerza y se sintió en caída libre de espaldas.

https://youtu.be/EH5kdlkOsvk

Gérome no soltó el respaldo en ningún momento, pero el aterrizaje fue duro aún así, y el golpe de su cabeza sobre el concreto desplegó en toda el área una sensación helada tal como si se hubiese caído sobre un charco de agua fría. Su vista se nubló por un instante, pero lo mantuvo alerta el dolor que sobrevino al golpe, el cual pulsaba detrás de sus ojos con una presión insoportable. Inmediatamente después, sintió el reflujo de la sangre de su nariz descender por su laringe hasta impregnar la parte de atrás de su lengua, colmando su boca del gusto metálico, y asentarse en su garganta, en donde la percibió comenzar a coagular, bloqueándole el paso del aire.

Su primer instinto fue tragar, y el gusto del primer trago, denso, metálico y viscoso, le produjo náuseas. Entendió que la hemorragia no se había detenido aún, pues su boca volvió a inundarse desde dentro en cosa de segundos, solo que esta vez, en un nuevo intento de tragar para no ahogarse, Gérome se posicionó sobre él y asentó una de las rodillas justo encima de su garganta, impidiendo tanto la salida como la entrada al aire, y deteniendo el paso de otro grumo sanguinolento.

Su verdugo ejerció allí una presión medida, pero progresiva y aun ritmo tortuosamente lento, procurando mantener siempre su rostro centrado y en primer plano en la cámara del móvil.

—¡¡Basta!! ¡¡Basta, detente!! —suplicaba Charis ahora, moviéndose en su silla frenéticamente, de un modo en que Jesse temió que fuera a caerse y a golpearse en el concreto.

—Dile a tu abuelito que venga por ti —se mofó Gérome. Sin prestar atención a los alaridos de la mujer, y acercó todavía más el móvil al rostro de Jesse, hasta que casi pudo sentir el calor irradiar desde la luz del flash frontal—. Si puedes decirlo en voz alta, te dejaré respirar... Vamos —acució.

Pero incluso el intento de boquear por aire no resulto sino en un sonido borboteante en el fondo de su garganta, en donde Gérome puso un poco más de presión, suscitando una tos estrangulada.

La falta de oxígeno hizo que comenzara a ver borroso por las esquinas de su visión y que sus oídos se abombasen, como si escuchara todo —la risa sádica de Gérome y los gritos desgarradores de Charis— del otro lado de un cristal grueso. Sus brazos aprisionados bajo el peso de su cuerpo detrás del respaldo empezaban a entumecerse.

La presión en su garganta de la rodilla de su verdugo incrementó solo un poco más. Lo suficiente para que volviera a verlo todo negro por unos instantes y dejara de oír sonidos. Y solo entonces, cuando pensó que se desmayaría, Gérome levantó su pierna y Jesse consiguió tragar un coágulo grueso y difícil de pasar, pero con lo cual pudo respirar por fin. Su visión ganó claridad lentamente, mas la imagen de su captor todavía sobre él no fue mucho más tranquilizadora que el consuelo que pudiese haberle ofrecido el estado de inconsciencia.

Por algunos instantes continuó pasando tragos sangrientos mientras daba bocanadas por aire, hinchiendo el pecho a fuerza de estertores y Gérome observaba sin perder detalle con una mueca divertida en los labios. Su rodilla todavía pendía cerca de su cuello, con lo cual parecía querer dejarle en claro que podía reanudar la tortura cuando quisiera, si así lo deseara.

—Esto es mucho mejor que el agua —sonrió, orgulloso de sí mismo.

Los sonidos a su alrededor continuaban oyéndose atenuados. Los lloros de Charis habían pasado a convertirse en un zumbido lejano.

Gérome volvió a asir el respaldo de su silla y lo devolvió a su posición correcta de un golpe sobre el suelo de concreto. Lo abrupto del movimiento le hizo rebotar la cabeza sobre el cuello, pero al menos el sangrado nasal parecía haberse detenido.

No obstante, el sabor en su lengua prevalecía y sintió que vomitaría de nuevo si le prestaba atención, por lo que procuró enfocarse en cualquier otra cosa. En el dolor de su garganta constreñida y magullada, o el de su cabeza. En el paso tortuoso del aire por sus vías aéreas irritadas o el ardor en su laringe abrasada.

https://youtu.be/CBS38PmH9Ds

Gérome soltó la silla y encendió otro cigarrillo tranquilamente.

—Callado como un muerto... No es divertido si no haces ruido —le dijo, inclinándose otra vez tan cerca que el olor del tabaco en su aliento exacerbó de nuevo sus náuseas.

Este sostuvo su barbilla, y con el pulgar de la misma mano le limpió la última gota de sangre que hacía por manar de su nariz.

—¿Conoces la historia de Blanche-Neige? —susurró el verdugo—. La reina se cortó un dedo y su sangre cayó sobre la nieve agolpada en el quicio de su ventana. Y deseó tener una hija tan pálida como la nieve y con labios así de rojos... Te sienta el rojo, igual que a tu madre... —Dicho esto trasladó su dedo humedecido por encima de sus labios, y Jesse se estremeció con un escalofrío, repugnado por su tacto—. Como en el cuadro de su habitación. Incluso dormida lucía bella.

Jesse lo contempló perplejo. Apenas empezaba a tomarle el peso a las palabras de Charis. ¿Cómo había sabido todo eso? ¿Y a qué punto había acosado Gérome a su madre, para saber incluso sobre el cuadro de su habitación y haberla visto dormir?

De pronto, notó algo más en su rostro. Un cambio extraño en su modo de mirarlo... Igual que antes, al momento de gritarle al rostro imaginario de Monsieur al otro lado de la cámara, ahora parecía que miraba a otra persona. Sin embargo, de pronto ya no había odio ni resentimiento en sus ojos , que antes ardían con una furia animal, y ese brillo sádico había desaparecido para no dejar nada sino un anhelo trágico.

Y el saber finalmente quién era aquella persona en sus pensamientos, o más bien, en sus recuerdos, lo inundó de una ira tal que su voluntad flaqueó con el doble de fuerza que la primera vez y pensó nuevamente en el fragmento de vidrio oculto en su ropa, al alcance de su mano. Solo un corte pequeño y estaría libre...

—¡¡Eres un maldito enfermo desquiciado!! —El bramido de Charis distrajo la atención de ambos.

Aprovechando el breve momento de distracción, Jesse se limpió los labios, y escupió hacia un costado, más repugnado por el gusto a tabaco dejado allí por el dedo impregnado de su verdugo, que por el de su propia sangre al momento de lamérselos para librarse de la desagradable sensación sobre ellos. Empezaba a sentirse enfermo y mareado.

—Casi me olvidaba de nuestra nueva protagonista —se burló Gérome al momento de erguirse y apuntarla con el móvil.

—Gérome... No te le acerques —farfulló Jesse, habiendo recuperado apenas el aliento.

—¡¿Crees que hacer esto cambia algo?! —Su voz fiera, aun mellada por el llanto cargaba su fuerza acostumbrada— ¡¿Qué le dará sentido a la vida patética que has llevado desde entonces?!

Toda diversión de borró del gesto de su captor. Gérome resopló, anchando las aletas de la nariz, a través de las cuales expulsó el humo de una calada, y Jesse supo que el depredador tenía a otra presa en mente.

—¡Ch-Charis-...! —intentó advertirle, sin éxito en lograr siquiera que ella lo mirase para que pudiera transmitirle el mensaje.

Los ojos grises de ella, ahora llameantes, estaban puestos sin miedo en el verdugo de ambos.

—Solo escúchate... ¡Parece que no has vivido más que para tu revancha imaginaria contra una mujer quien probablemente no volvió a pensar en ti hasta el último día de su vida! Y ahora te portas valiente... ¡¡Ahora que no hay nadie que pueda hacerte nada!!

Gérome caminó lentamente desde su silla a la siguiente, donde su nueva víctima se revolvía a causa de la fuerza de sus propios gritos enrabiados.

Jesse hizo intentos en vano por llamar su atención con gestos y señas, culminando en una advertencia directa:

—Charis, ¡cállate-...!

—¡No eres más que un pobre bastardo despechado! —continuó ella, sin darse por aludida—. Crees que cobrar tu venganza contra su hijo te dará alguna satisfacción, pero absolutamente nada de lo que hagas cambiará lo que eres, ni el hecho de que no te eligió. No eres un hombre... ¡¡Solo eres un ser pequeño y lamentable!!

Gérome se inclinó frente a ella. Se quitó entonces tranquilamente el cigarrillo apenas encendido de los labios y expelió una bocanada de humo hacia ella:

—Eres muy bonita... Pero hablas demasiado.

Después atrapó el rostro femenino en una sola de sus manos en un zarpazo, y se lo sostuvo fijo mientras que con la otra giró el cigarrillo entre sus dedos y comenzó a acercar lentamente el extremo ardiente hacia sus labios, intentando mantenerla quieta en cuanto ella empezó a revolverse para huir al comprender lo que intentaba.

Jesse se remeció en su silla, suplicándole a los gritos que se detuviese, pero la excitación psicótica de su verdugo parecía haberlos encerrado a él y a su nueva víctima en una burbuja, a través de cuyas paredes no era oído.

Sin poder, ni tener a dónde huir conforme el extremo encendido del cigarrillo iba directo a su boca, Charis continuó sus luchas para arrancar su rostro de las manos como grilletes del hombre. No obstante, no suplicó piedad, no se retractó ni pidió perdón. Mucho menos gritó.

En su desesperación, Jesse se hizo con el fragmento de vidrio oculto en su puño, y lo sostuvo firme en sus dedos intentando alcanzar las bridas de plástico alrededor de sus muñecas, resuelto a soltarse esta vez; no importa que perdiera su oportunidad.

Pero justo cuando creyó que lo conseguiría, al lograr asentar el filo del cristal roto contra el plástico de una de sus amarras, Gérome detuvo el trayecto del cigarrillo encendido justo sobre el labio inferior de Charis, a milímetros de tocar la piel frágil y rosada de su boca con la lumbre.

Y con una sonrisa satisfecha, desistió al último segundo.

—No tengo el valor —suspiró.

Jesse se paralizó con el fragmento de vidrio temblando entre sus dedos, afanando ya contra las amarras de plástico.

Gérome soltó el rostro de Charis y le dio un par de palmadas contra la mejilla.

—No arruinemos esa bonita boca con una fea quemadura. Si lo que dijo Marcel es cierto, más tarde podría servirnos para algo más interesante —decretó, y ella abrió los ojos y sus labios se torcieron con asco al captar la insinuación. Gérome prosiguió, bajando súbitamente la mirada desde su rostro a su pecho—. Sin embargo... todavía queda bastante de ti.

Y sin darles tiempo de sentirse aliviados, desvió el trayecto de su mano y fue a apagar el cigarrillo justo sobre uno de sus pechos, a través de la blusa. El cigarro siseó y humeó al contacto con su piel, y Charis hizo lo posible por contener el grito que luchó por escapar de su garganta; sin éxito, pues este halló salida incluso a través de sus dientes apretados.

Jesse vació todo el aire de los pulmones en un jadeo. Su garganta maltrecha ardió en cuanto consiguió arrancar de ella un único grito lleno de rabia, por encima de los de ella:

—¡¡Hijo de puta infeliz!!

—¿Qué sucede? Oh, no te preocupes, dejaremos el otro intacto. —Aquel llevó su mano al pecho contrario y lo estrujó con rudeza, provocando que Charis encogiese los hombros intentando protegerse, sin poder hacer nada con las manos sujetas a la espalda—. ¿Cuál era tu favorito? Debí preguntártelo antes de malograrlos.

—¡¡Quítale las manos de encima!! —La furia de su voz se tiñó entonces de una súplica exhausta—. Gérome... te lo ruego... Por lo que más quieras, ¡¡déjala fuera de esto!!

El aludido torció los labios y arrojó una mirada hacia la escotilla, en donde sus ojos volvieron a iluminarse con una nueva idea.

—Tienes razón —susurró, tentativo—. Nos está distrayendo de nuestro verdadero propósito.

Armándose de una navaja que sacó de su bolsillo fue a instalarse detrás de Charis y cortó los amarra-cables de sus muñecas. Después la arrancó del asiento tirándola al suelo sobre las rodillas, y atenazando uno de sus brazos tiró de ella y la arrastró por la habitación. Pese a las luchas fieras de Charis, Gérome se las arregló para llevarla directamente hasta la trampilla.

Charis batalló todo el camino intentando zafarse, profiriendo maldiciones a los gritos, solo provocando con ello que su captor emplease más fuerza al retenerla y más violencia al tirar de su brazo.

—Veamos si unos minutos de tiempo fuera te sirven para reflexionar. —Solo con ello, sus dos víctimas comprendieron al mismo tiempo lo que se proponía llevándola hasta allá.

Jesse vio por encima de su hombro el rostro de Charis drenarse de su color rozagante para adquirir un tono cetrino y perlarse de sudor al mismo tiempo en que ella le dirigió un gesto suplicante..

Y justo después, abriendo la trampilla con el pie, Gérome apartó la puerta y empujó a Charis al interior, en donde ella se cayó de costado sobre la tierra, sin tiempo de levantarse antes de que este cerrase la puerta sobre su cabeza dejándola atrapada en el interior en tinieblas.

Después echó el seguro por fuera y arrastró encima de la puertezuela dos de los costales para asegurarla bien.

Desde el interior no tardaron en comenzar a oírse los gritos desesperados de Charis. Imploró y suplicó a través de la madera, azotando con los puños, haciendo temblar los tablones, el seguro y las bisagras dentro de sus goznes, remeciendo los sacos sobre la trampilla, sin aval.

https://youtu.be/nqzkWsNl8o0

Cuando Gérome volvió junto a Jesse, este apeló por última vez, empleando el último de sus recursos.

—No hagas esto. Gérome, te lo ruego... Sácala de allí —imploró—... Muéveme a otro sitio si no quieres que ella interfiera; te juro que no intentaré nada. Haré lo que me digas. Gritaré, o suplicaré si eso es lo que quieres, ¡pero por favor-...!

—Cuánto parloteo... ¡Cállate ya! —se mofó él, entre risas y tomó por el camino la silla vacía de Charis y la situó frente a la de Jesse para ocupar lugar allí—... Está bien, te propongo un trato. Un minuto —dijo con un dedo en alto, y se retractó al instante, levantando dos más de ellos—. ¡No! Medio minuto. Treinta segundos. No puedo ser más generoso. Contaré hasta treinta y la dejaré salir.

Jesse lo contempló confuso, con los ojos en rendijas:

—... ¿Eso es todo?

—Es todo. Aunque... te confesaré que soy muy malo con las cuentas; me pierdo con facilidad. En especial con esos molestos gritos de fondo... Así que, ¿qué te parece esto? Llevaré el conteo para no perderme. Con esto. —Levantó la navaja y se agachó para trazar con ella una línea en el suelo de concreto, sin conseguir hacer el menor rasguño—. Hm... no funciona. Tal vez... ¿un sitio más suave?

Jesse comprendió lo que quería decir solo con el aspecto maníaco de su rostro, antes de que Gérome se levantase de su silla, le diera la vuelta a la suya y soltase una de sus manos, la cual llevó consigo al frente, hasta situarla sobre el brazo de la silla, en donde volvió a sujetarla con otra brida que se sacó del bolsillo. Después le descubrió el antebrazo, se lo giró para revelar el interior y apoyó el extremo de su navaja sobre la piel a la altura de la muñeca.

—¿Empezamos? Muy bien, entonces... Uno. —E iniciado el conteo, hizo el primer corte sobre su brazo. Rápido y limpio. Apenas lo sintió al principio; el dolor vino después, en cuanto los bordes de la herida se abrieron.

Jesse prorrumpió en un jadeo. Gérome se detuvo al acto, en el afán del segundo, y sacudió un dedo frente a su rostro dando chasquidos con la lengua:

—Muy mal. Muy mal... ¿Qué fue lo que te he dicho? Me desconcentro con facilidad cuando cuento. Puedo lidiar con los gritos de la chica allí abajo, pero no con los tuyos, tan cerca de mí. —Dio dos golpes con la parte de atrás de la navaja sobre la palma de su propia mano—. Procura mantenerte callado a partir de ahora, ¿de acuerdo? Ni un sonido... hasta que termine de contar.

Jesse supo entonces cuál era la trampa detrás de la trampa en su juego enfermo. Debió sospecharlo... Si Gérome podía llevar las cosas más lejos, tomaría esa oportunidad cada vez.

—¿Dónde estábamos? —Aquel lo pensó un momento y meneó la cabeza—. ¿Lo ves?, hiciste que me perdiera. Ahora tendremos que empezar de nuevo. ¿Listo?... Uno —trazó otro corte, rápido y certero.

Jesse se mordió los labios y respiró hondo. Consiguió no hacer ningún ruido esta vez, y pensó ilusamente que pasada la primera impresión solo debía concentrarse. Pero después vino el segundo. Y el tercero...

—... Cuatro... Cinco...

Y de manera irremediable, el quinto, más profundo y paulatino que los anteriores, le arrancó un sonido desde el fondo de la garganta, sin importar cuán fuerte se mordiese los labios.

Gérome fingió estar decepcionado:

—... Otra vez perdí la cuenta. No estás ayudando, Jesse. —Meneó la cabeza y volvió la vista a la trampilla, donde todavía podían escucharle los golpes y las súplicas de Charis—. Había muchas telarañas en ese sitio. Debe hervir en bicharracos. Pero mientras tu chica se quede quieta, imagino que estará bien.

Jesse exhaló hondo. Si no conseguía controlarse por completo, no solo el conteo no terminaría nunca y sumaría más y más cortes, sino que Charis permanecería por más tiempo encerrada en ese lugar horrible.

—Esperemos que no haya cables eléctricos allí o un par de pequeñas arañas serán su último problema. ¡Ah! —Gérome se palmeó la cabeza—. ¿Qué te he dicho? Me he perdido otra vez. ¿Dónde íbamos? Ah sí... Uno.

Siete cortes escalaban ya por su brazo y ni siquiera había podido aguantar hasta la mitad del conteo. Se dispuso esta vez a soportarlo hasta el final. No por él, sino por Charis. Se concentró en sus gritos para infundirse fuerzas, y la cuenta progresó, sin que hiciera el menor ruido.

Pero con cada uno, parecía que Gérome ponía un poco más de fuerza en el siguiente para ir más profundo, a ver si conseguía arrancarle otro sonido, mientras lo contemplaba fijamente, sin apenas prestar atención hacia donde apuntaba la navaja, sin importarle pasar dos veces por el mismo lugar.

—Dos... Tres... Cuatro... Cinco... Seis... Siete... Ocho... Estás haciéndolo muy bien. Mierda... ¿Dónde iba? Ah, sí... Siete... ¿O eran seis? —Con cada nuevo número, un nuevo corte. Creyó que se harían más soportables conforme avanzaran, pero solo era peor cada vez, y la sensación clara de la navaja cercenando cada capa de piel, llegando ocasionalmente al músculo solo se volvía más vívida. Gérome exhaló un bufido y meneó la cabeza—. Lo siento, tu novia me distrae mucho. Siete... Ocho... Nueve... Diez... Si se nos acaba este brazo, podemos empezar con el otro. Nueve, diez, once... doce...  —Se detuvo de pronto—. ¿Recuerdas que Janvier solía fumar?

Gérome tenía una mueca autosuficiente en los labios. Jesse lo miró en silencio.

—Entiendo que lo dejó después de que te capturásemos la primera vez. Al parecer... solo el olor te provocaba crisis ansiosas y Guillaume le prohibió volver a hacerlo.

Jesse apretó los labios. Lo recordaba... Cuando era un niño, Janvier solía tener un cigarrillo encendido permanentemente entre los labios. Y de pronto un día no volvió a fumar. Nunca se cuestionó el por qué.

—Pero antes era un fumador ávido. Más que yo —continuó Gérome—. Es curioso; el modo en que funciona el trauma. Tú te volviste intolerante al olor. Y yo —al decir aquello, Gérome se llevó una mano a la parte de atrás de su propio cuello—... Yo en cambio adquirí el hábito. Doce... Trece... Catorce... Hablando de números. ¿Sabes hasta cuánto contó ese perro de Janvier, cuando él me torturó a mí? —Gérome se detuvo un momento, aguardando por una respuesta que Jesse no supo darle—. Él contó hasta trescientos —reveló, elevando las cejas. Después se subió la manga de la chaqueta por el brazo y lo sostuvo en alto frente a Jesse.

Aún en todos sus años trabajando en la morgue, jamás había visto cosa similar como aquello que tenía ahora delante de los ojos. El brazo de Gérome estaba tan repleto de cicatrices; profundas, hiladas entre sí, unas sobre otras, en una cantidad tan obscena que la piel tenía un aspecto accidentado y tumoroso, a un punto en que su extremidad lucía deformada, y no quedaba parche del color original de su piel.

Gérome volvió a cubrirse el brazo y se lo quedó viendo fijo a los ojos sin borrar la sonrisa:

—Cortesía de tu linda madre. —Después exhaló un resoplido por las fosas nasales, y situó nuevamente la navaja ensangrentada sobre un parche sano de piel sobre el brazo de Jesse, listo para trazar el siguiente corte—. Volví a perderme... Vamos desde cero otra vez.


****

https://youtu.be/-LQE1aJAyYQ

La tortura se extendió mucho más allá de treinta segundos, o siquiera del minuto al que Gérome había renunciado en un comienzo.

Hasta que finalmente llegó. El tan ansiado número treinta. Casi lo arruina justo antes siquiera de que Gérome lo pronunciara, pero consiguió dominarse, y para ese momento, Jesse no sabía si podía sentir el dolor de cada uno de los cortes de manera individual, o si era un dolor generalizado. La diferencia resultaba confusa dado la poca distancia entre unos y otros.

Podía sentir el goteo incesante sobre el piso, y el área caliente y húmeda entre su brazo y el de la silla. Un olor pungente a sangre impregnaba el aire; o quizá fuera toda la que había tragado. No sabía si lo prefería por sobre el olor a cigarrillo, pero estaba mucho más acostumbrado a él al menos, y casi pudo remontarse a sus días en la morgue del Saint John, diseccionando cadáveres para el médico forense.

Para ese momento, Charis había cesado de gritar, y no estaba seguro de en qué momento había dejado de oírla.

—Creo que tu novia se quedó dormida —determinó Gérome, limpiando su cuchillo sobre su pierna—. Vamos a despertarla.

En lo que este se levantaba e iba de regreso a la trampilla para sacar de allí a Charis, Jesse exhaló con el alivio de un animal quebrantado, agradecido de su amo por el cese de los golpes. No quería mirar el daño, pero contaba con poco tiempo para acostumbrarse a la visión antes de que Charis lo viese también, y así poder hacer un buen trabajo a la hora de fingir estar calmado para poder tranquilizarla a ella.

Así que, infundiéndose valentía, llevó la mirada a su brazo inmovilizado al de la silla.

Había perdido la cuenta de los cortes en algún momento, cuando dejó de mirar y cerró los ojos para concentrarse mejor. Pero aún después de volver a verlos no pudo cuantificarlos a primera vista. En lugar de eso, la visión pareció irreal. Y luego lo mareó.

Los cortes se enredaban, sobreponían y entretejían unos con otros, y la sangre que manaba de ellos y se mezclaba entre sí era tan profusa que volvía todavía más indistinguibles las líneas. El dolor se volvió tan intenso en algún momento de ese corto lapso en lo que Gérome iba y volvía, que su cerebro pareció desactivar por sí solo todos los receptores del mismo, o lo transfirió a otra área en la que no era consciente de él, pues por unos instantes preciados no fue capaz de procesarlo como suyo, y le pareció estar mirando una extremidad ajena. Aún así, podía percibir con claridad la carne abierta pulsar y estremecerse, enviando oleadas extrañas por todo su brazo, hormigueando hasta su hombro.

No creyó que fuera capaz de moverlo. Si las lesiones eran tan profundas como lo parecían, no descartaba nervios dañados o cercenados por completo, y la forma en que sangraban le hizo sospechar que debía haber alcanzado alguna vena; aunque al menos ninguna arteria; sobre todo en el área de la muñeca donde la piel era más delgada y los vasos sanguíneos estaban más expuestos.

Retrajo los dedos y luego volvió a estirarlos. El dolor se volvió real de modo abrupto, como si con ese único movimiento hubiese disipado la autosugestión que había logrado construir para mantenerlo a raya y volviera a sentir cada fibra de cada tejido rasgado abrirse de nuevo.

Se le escapó un quejido ahogado y difícil, y volvió a cerrar los ojos para concentrarse en cualquier otra cosa que no fuera la agonía excruciante mientras jadeaba con dificultad. Podía mover los dedos al menos y eso le trajo un alivio muy fugaz. «¿Qué importa, si voy a morir?», pensó.

No lo hacía, realmente. Incluso si perdía los dedos, o un brazo... No era como si fueran a servirle en el lugar en el que acabaría todo.

Se libró de ese pensamiento en cuanto oyó abrirse la escotilla, cuando recordó a Charis. No... no podía pensar en eso aún. Primero tenía que encontrar la forma de ayudarla a ella y necesitaba de sus dos manos para eso. Después... todo perdería importancia; pero por ahora debía conservar sus capacidades, y todo lo que pudiera de sanidad.

Agradeció que se tratase de su brazo izquierdo al menos.

Desde su posición no podía virar para ver qué estaba ocurriendo sin tirar de su propio brazo contra la brida plástica y agudizar el dolor, pero no podía oír un solo sonido que pudiese identificar como la voz de Charis.

Solo oía a Gérome y el crujido de la madera de la puerta de la escotilla. Y cuando aquel regresó, la visión por el rabillo de su ojo lo sacudió con un escalofrío.

Pálida y con las trazas de las lágrimas apenas comenzando a secarse sobre sus mejillas, como único vestigio del llanto en mitad del cual habría perdido la consciencia obra del terror, Charis se hallaba lánguida entre los brazos de Gérome, quien la cargaba de regreso con un brazo tras su espalda y el otro detrás de sus rodillas. Tenía los dedos destrozados en sus intentos desesperados por salir, y las palmas repletas de cortes obra de los golpes contra la madera. Sangraba de algún sitio sobre uno de sus codos, manchando la fina tela de su camiseta.

Gérome la depositó con poco cuidado en el suelo, a sus pies, y luego fue hasta la puerta, en donde tocó dos veces, ante lo cual Joyce abrió de nuevo y se preparó con su arma para proceder igual que siempre y apuntarlos para mantenerlos aplacados en lo que Gérome los liberaba.

—Creo que ya tengo bastante material.

—Empezaba a aburrirme —comentó aquel, al momento de meter la cabeza para mirar al interior. Sin embargo, todo buen humor se borró de sus rasgos en cuanto sus ojos de distinto color se posaron sobre la mujer en el piso—. ¡¿Pero qué carajos?!

A sus espaldas, el rostro de Emile se drenó de todo color apenas advetirla y su expresión se torció obra del más puro espanto en cuanto distinguió la sangre en el suelo.

Joyce torció una mueca disgustada y se internó en el lugar para ir directamente hacia ella:

—Ah, maldición... ¡¿Qué coño hiciste con la chica?! ¡Más te vale que no esté muerta! —exclamó al agacharse a su lado para girarla sobre el suelo.

—No lo está —dijo Gérome al tiempo de cortar primero la brida del brazo malogrado de Jesse. Y el tenerlo libre, contrario a lo que hubiese creído, fue más doloroso que cuando lo tenía inmóvil y fijo el brazo de la silla—. Tu consejo no sirvió de nada. Se desmayó en cinco minutos.

Joyce resopló con alivio. Después volvió a Charis y le retiró el cabello agolpado en el rostro, para luego situar un nudillo bajo su mentón y acariciar su barbilla con el pulgar:

—Más te vale que así sea. Espero poder disfrutarla tibia —al decir esto, arrojó un vistazo cáustico a Jesse y torció una sonrisa maliciosa.

Había podido controlarse durante los insultos de Gérome a su madre. Y todo el tiempo durante lo que duró su tortura, mientras Charis gritaba encerrada... pero no fue dueño de sí mismo al momento de saltar de su silla en cuanto tuvo ambos brazos libres.

https://youtu.be/tjkQ4i3CoAk

 En el momentum de su impulso clavó un un golpe con el puño del brazo ileso directo hacia la nariz de Joyce, para después saltar sobre él y derribarlo, con lo cual cayeron ambos enredados sobre el suelo. El segundo golpe que lanzó, antes siquiera de darle tiempo a Joyce de reaccionar al primero, aterrizó justo en el centro de la boca del hombre, y Jesse sintió los dientes de él cortarle los nudillos.

No pudo hacer mucho más que eso antes de verse retenido y levantado del suelo por Gérome, quien le torció ambos brazos detrás de la espalda y lo apartó de Joyce para permitirle levantarse.

Emile se había adentrado en el cuarto con el arma en alto, la cual temblaba en su mano mientras apuntaba a Jesse directo al rostro. Él no se inmutó y le sostuvo la mirada en retorno.

—Eh, calma —le ordenó Gérome—. Baja eso ahora mismo, niño estúpido, o vas a matarlo antes de tiempo.

El chiquillo acató como un cachorro obediente y se agachó en cambio junto a su hermano, quien todavía de espaldas en el suelo, se limpiaba estupefacto la sangre de la nariz y la boca con el talón de la mano.

—¡¿Estás bien?! —dijo Emile.

Por toda contestación, Joyce lo empujó lejos de sí con un gruñido:

—¡No me toques, maldición!

Lo primero que hizo al conseguir ponerse en pie fue arrojarse sobre Jesse para responder al ataque, cuando Ronny apareció y lo atrapó a su vez por los hombros, jalándolo hacia atrás:

—Hijo de perra... ¡¡Yo seré quien te mate ahora!!

—Llévate de aquí al marica de Joyce —indicó Gérome a Ronny—. Yo puedo manejar el resto por mi cuenta.

Durante todo el tumulto, Jesse se mantuvo en silencio con la vista fija en el payaso, mientras aquel lo maldecía con un rosario de insultos. No obstante, se percató tras algún tiempo de que Gérome era por completo ajeno al escándalo, y que en cambio no cesaba de observarlo a él con interés mientras los demás batallaban con Joyce. Le devolvió la vista por el rabillo del ojo y Gérome le sonrió con complicidad.

—¡¿Crees que puedes protegerla por mucho tiempo más?! —le gritó Joyce mientras era arrastrado afuera por la fuerza por Ronny y Emile—. ¡Solo espera a que Marcel te meta una bala en la cabeza! ¡¡Tendré a tu puta y después a su cadáver!! ¡¡Y EL TUYO, EN CUANTO ME HAYA CANSADO DE ELLA!!

Jesse peleó otra vez contra la presa de hierro de Gérome, pero lo aplacó el dolor agonizante de los cortes en su brazo. Este esperó pacientemente a que se calmase luego de que Joyce fuera llevado lejos. Y conforme sus gritos se iban desvaneciendo en el pasillo, él continuó respirando a bocanadas durante varios minutos. El dolor —el de su garganta y su cráneo; el de su nariz y su brazo repleto de heridas, y ahora el de sus nudillos cortados y palpitantes obra de los golpes— habían pasado a segundo plano. Todo lo que sentía era la ira hormigueando al interior de sus venas como estática eléctrica, haciendo temblar sus manos e impregnando su cabeza de un calor tan intenso que comenzaba a ver rojo por las esquinas de su visión.

Cuando las cosas se apaciguaron y todo quedó otra vez en silencio, se sintió débil, y que se caería si Gérome no lo estuviese sujetando aún. Este lo impelió de regreso en la silla y Jesse se desplomó rendido allí.

Gérome lo observaba otra vez con una mueca interesada en el rostro y los ojos brillando llenos de una emoción casi infantil.

—Nunca te había visto pelear así. Nunca lo hiciste la primera vez, no importaba qué te hiciera... —murmuró. Entonces, su mirada enfermiza se trasladó a Charis y la contempló por algunos segundos—. Es increíble, ¿no? Lo que puede hacer una mujer con nosotros. Convertir a un hombre tan dócil como tú en un animal enfierecido... y hacer que otro como yo pierda el control de todos sus impulsos y destroce su propia vida por un calor pasajero en la entrepierna.

Jesse apenas lo miró. Era la oportunidad perfecta... Gérome estaba frente a él, y el fragmento del cristal estaba todavía escondido en el puño de su ropa, a donde lo había devuelto tras desistir las primeras veces de utilizarlo. Pero no era el momento... Empezaba a ver otra clase de borroso, y a sentir el brazo entumecido y sin fuerzas siquiera para levantarlo. Estaba demasiado débil. Si las cosas no salían como esperaba, no podría pelear contra él. Solo empeoraría todo. Y habría sacrificado en vano la única salida posible para Charis del destino que ahora sabía por hecho que le aguardaba si Joyce conseguía hacerse con ella.

Respiró para calmarse y dejó salir un último, largo y fatigoso respiro. Gérome alargó una mueca satisfecha y le dio dos palmadas al hombro:

—Los dejaré solos ahora y le daré esto a Marcel. Ya veremos qué pasa después. —Arrojó una última mirada sobre Charis antes de levantarse y dirigirse a la puerta—. Pórtate bien, Blanche-Neige Garçon...

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