13. Decisión
—Todo está bien ahora. Ya volví a trabajar y el dolor desapareció. También he estado haciendo ajustes a mi dieta. ¡Llevo casi un mes sin comer pizza!
Del otro lado de la línea escuchó una risa, y después un suave suspiro:
—Me alegro mucho de oírlo... Tendrás que empezar a cuidar tu salud. Ya no eres un niño. Me tenías tan preocupada...
Daniel sonrió. Sostenía el móvil con una mano, mientras que con la que tenía libre ordenaba su escritorio para recibir a su próximo paciente.
—No me regañes; lo he escuchado por todo un mes.
—¿Hablas de Charis? Nana me dijo que se ha encargado de cuidarte todo este tiempo.
Él alargó la sonrisa.
—Es verdad.
—Esa chica es un ángel... ¡Más te vale cuidarla! Ojalá hubiera podido ir a verte, pero ya sabes... Tu apartamento no tiene elevador, ni accesos...
La sonrisa de Daniel se tensó con tristeza.
—Descuida, lo entiendo. Se me acumularon muchos pacientes en el tiempo en que me ausenté, pero iré a verte en cuanto tenga tiempo. Te quiero mucho, Eri; los quiero a todos. Saluda a mamá y a papá.
—Te envían un abrazo. —Escuchó de fondo a sus padres, diciéndole algo a su hermana que no alcanzó a oír—. Dicen que estarán esperando a que vengas. ¡Te quiero, Danny, adiós!
Al cortar la llamada, la fotografía de su hermana apareció unos instantes en la pantalla antes de devolverlo al panel de contactos telefónicos.
Daniel dejó el móvil a un lado y llevó por reflejo la mirada a la foto que tenía en su oficina de él y su hermana, y luego a otra que tenía de sus padres.
No los había visto hacía más de seis meses.
https://youtu.be/NZyPy2inax4
Cuando era un niño, Daniel y su familia vivían el campo. Él era demasiado pequeño para recordar demasiadas cosas de esa época, pero si algo recordaba bien era que su hermana mayor, Erika, fue adepta a la equitación desde que era niña. Ganó trofeos, medallas y listones compitiendo siendo muy joven.
Sin embargo, la desgracia tocó a la puerta de la familia cuando a los quince años, durante un paseo por la finca, su caballo se encabritó asustado por una serpiente y la tiró de la montura. La caída dañó de forma irreparable su columna en la séptima vértebra cervical, y no solo quedó paralizada de por vida desde el torso hacia abajo, sino que la destreza de sus dos manos quedó comprometida.
Sus padres optaron por mudarse a la ciudad, donde hubiera hospitales con la complejidad suficiente como para que ella pudiera aspirar a una mínima posibilidad de mejoría. Incapaces de cuidar de un niño pequeño mientras se ocupaban de Erika y trabajaban ambos a tiempo completo para costear su tratamiento, sus padres dejaron a Daniel un tiempo con sus abuelos maternos en Sansnom cuando tenía nueve años.
Lo que pretendía ser solo una temporada se convirtió en años, y Daniel acabó viviendo con ellos toda su niñez, hasta el final de su adolescencia, cuando se fue a estudiar.
Con terapia avanzada, Erika mejoró considerablemente la motricidad de ambas manos y ahora podía realizar tareas que antes hubiesen sido impensables; entre ellas, sostener por su cuenta el teléfono móvil, comer muy despacio, y manejar su silla de ruedas. Nunca volvería a caminar otra vez, pero al menos recuperó una pequeña parte de su vida anterior, por minúscula que fuera.
Daniel nunca le guardó rencor a ella o a sus padres por lo sucedido, pero los extrañaba terriblemente. No obstante, odiaba volar, y por vía terrestre debía conducir casi diez horas para poder visitarlos. Y con sus demandantes horarios en el hospital, aquello era algo que solo podía hacer durante las vacaciones.
Una vez hubo terminado de ordenar se reclinó un momento contra el respaldo de su silla para descansar. Solo le quedaba un último paciente y podría irse a casa. Una serie de golpes bruscos contra su puerta lo hicieron saltar de su asiento y erguirse. Fue a abrir pensando que no podía tratarse de otra cosa que un paciente especialmente molesto, por alguna razón que desconocía.
En lugar de eso, se encontró con el rostro malhumorado de Diane. Daniel exhaló, agobiado, llevando las pupilas a la parte superior de sus ojos.
—Por dios, Diane, ¿qué formas de tocar son esas?
—No entran las llamadas al teléfono de tu oficina. ¿Por qué será?
Daniel enmudeció, conteniendo el impulso de mirar sobre su hombro, hacia donde sabía que lo hallaría desconectado a propósito para poder hablar en paz con su familia.
—Debí dejarlo mal colgado. —Los labios de ella se tensaron en una línea— ¿Necesitabas algo?
—Yo no.
Diane se hizo a un lado. Solo entonces fue que Daniel pudo ver la silueta más pequeña que escondía la figura alta de Diane. Charis se hallaba más atrás, en medio del pasillo, con el rostro agachado.
https://youtu.be/sujl7RQ7WsE
Daniel torció un gesto confuso. Según tenía entendido, ella todavía debería estar en la oficina.
—Conecta tu teléfono, Deming —le advirtió Diane, antes de marcharse con los rizos rebotando a fuerza de sus fieras pisadas.
Solo entonces, Charis alzó la cabeza en su dirección. Daniel se petrificó.
Por debajo de los cristales de sus lentes de sol asomaban rastros de maquillaje como cascadas oscuras, y la piel rozagante de su nariz y mejillas, estaba enrojecida e hinchada. Sus labios tenían un evidente temblor.
—¡Charis...!
Ella se sorbió la nariz, limpiándosela contra un costado de su mano, y le hurtó el rostro. Daniel se fijó en que tenía el cabello desordenado y la ropa desacomodada.
—¿Podemos... hablar? —pidió ella, en un hilo de voz exhausta.
Y en cuanto Daniel se hizo a un lado, invitándola a pasar, Charis se metió dentro sin demora. Una vez en su despacho, él cerró la puerta a espaldas de ambos y acunó en sus manos su mentón tembloroso para hacerla alzar la vista.
—¡Charis! ¡¿Qué fue lo que te ocurrió?!
Ella se quitó con cuidado los lentes oscuros, revelando sus ojos enrojecidos, anegados de lágrimas y manchados de maquillaje corroído.
Intentó hablar, pero la voz le falló antes de que pudiera emitir una sola sílaba, y todo cuanto pudo hacer fue echarse sobre su pecho, sollozando.
Daniel enmudeció. Olvidó todas las preguntas que tenía y respondió estrechándola contra sí en lo que ella se sujetaba a sus costados, tirando de él hacia abajo como si estuviese a punto de desmoronarse.
—¡Torrance! —El grito de Diane levantó varias cabezas en la sala de espera.
La última, la suya, arrancando sus ojos del archivador que tenía en las manos. Jesse rodó las pupilas tras los cristales de sus lentes. ¿Qué asuntos tendría Diane con él, y qué tan urgentes como para llamarlo de ese modo escandaloso? Sus respectivas labores en el hospital no se relacionaban de ninguna manera; y aun así sus gritos no eran nada nuevo.
Se acercó al mesón armado de paciencia. No necesitó anunciarse ni tuvo tiempo de hacer preguntas.
—Ve con Deming y dile que su último paciente ya está aquí. No me puedo levantar de nuevo de mi puesto para ir a buscarlo; hay demasiada gente. Y todavía no entran las llamas a su oficina. Desconecta a propósito su teléfono y piensa que no me entero, ¿cree que soy estúpida? —Jesse aguardó sin decir nada a que parase de hablar para poder ir con Daniel y transmitirle el mensaje—. Lleva casi una hora encerrado en su oficina con su novia. ¿Qué demonios se cree que es esto, un motel?
Jesse arrugó el ceño. Sabía perfectamente a quién se refería Diane.
Conforme los rumores sobre la pelirroja que visitaba frecuentemente al serio y reservado Doctor Deming se habían diseminado por el hospital, igual que una fiebre altamente contagiosa, el apelativo de «novia» a la hora de aludir a Charis, con respecto a Daniel, también se había vuelto popular; incluso entre las personas cercanas a él. Jesse se mantenía al margen, pero el asunto no dejaba de resultarle artero.
¿Nadie veía la posición incómoda en que toda esa situación ponía a Daniel?
En especial desde que Charis se enterara; lo cual, según Daniel le había contado, no le cayó en gracia en lo más mínimo.
Tras librarse de Diane, avanzó por el pasillo rápidamente y se escabulló por las escaleras. No tardó demasiado en llegar a la oficina de Daniel, y —tal y como era costumbre cuando sabía que este no tenía ningún paciente; ahora quizá solo a riesgo de molestar a Charis— abrió la puerta sin más.
No obstante, se quedó en el afán de abrir la boca, pues la desconcertante visión del otro lado le hizo olvidar incluso del mensaje que debía entregar.
Sentada frente a Daniel, inclinada en torno a sus rodillas, Charis sollozaba con el rostro oculto entre las palmas de sus manos, estremeciéndose de forma desgarradora. Este le acariciaba los hombros y le susurraba palabras inaudibles por encima de sus pesados resuellos.
Daniel levantó brevemente el rostro al notarlo en la puerta, y torció una mueca parecida a la de un bufón triste. Pero Jesse notó algo más. Había, muy bien oculta en sus facciones, una rabia latente; evidenciada para él por el ligero tremor de sus labios apretados, y el de su ceño a punto de asentarse en toda su espesura sobre sus ojos; cosa muy infrecuente en él.
Jesse se arredró avergonzado, y desapareció por la puerta tan abruptamente como entró. Se detuvo afuera por algunos instantes, sin la menor idea de qué hacer a continuación. Aún por fuera de la consulta podían escucharse los sollozos ahogados de Charis, y se preguntó qué podía haber sucedido que fuera tan grave como para ponerla en ese lamentable estado.
No tuvo que pensarlo demasiado para que su primera sospecha apuntase a su hermano, Mason, y esperó equivocarse. No la había visto tan devastada desde el incidente con él, y, aun en esa ocasión, Charis no había llorado de esa forma.
Todavía debía avisar a Daniel sobre la llegada de su paciente, pero adivinó que él era la última persona que Charis querría ver en un momento así, y más irrumpiendo en un asunto que parecía ser tan delicado, por lo cual resolvió marcharse e inventar cualquier excusa para Diane.
No obstante, la puerta se abrió otra vez detrás de él, antes de que pudiera alejarse un solo paso, y Daniel salió cerrando a sus espaldas.
—Lo siento, Jess. ¿Querías algo? —Hizo por sonreír, pero logró más que una mueca.
—Sí-... Bueno... no. —Fuera lo que fuera, no podía ser más importante para Daniel que Charis—. Puede esperar —mintió, y supo que ahora tocaba enfrentarse a la temible recepcionista del Saint John.
Se movió lejos de la puerta para marcharse; sin embargo, algo que fue más fuerte lo retuvo en su sitio:
—Dan... ¿Le ocurrió... algo malo a Charis?
Aquel hizo una pausa. Después suspiró, y asintió a la vez que echaba vistazo a sus espaldas para asegurarse de que la puerta estaba bien cerrada:
—Algo así. —Jesse captó enseguida en su tono que intentaba diluirlo, pero él tampoco pudo mantener su mentira por mucho más tiempo—. Es... muy malo, de hecho. —Antes de que pudiera alarmarse por ello, Daniel se apresuró a explicar—. Han despedido a Charis de su trabajo.
Jesse soltó de a poco el aliento que había estado conteniendo hasta ese instante. No era tan malo como se había imaginado, pero la expresión de Daniel le indicó que era lo suficientemente malo para ella.
—¿Qué sucedió? —quiso saber, a riesgo de entrometerse.
Los mismos signos de antes, los cuales delataban la rabia contenida de Daniel, se manifestaron una vez más; pero con más fuerza que antes.
—Mason es lo que sucedió. —La expresión de él pasó del abatimiento a la ira en cosa de un instante—. Vino a buscarla a su trabajo.
Jesse se paralizó con un escalofrío.
—... ¿Ha... lastimado a Charis?
—No, por suerte. —Daniel volvió las manos en puños tensos—. Si lo hubiera hecho, yo-... Dondequiera que lo hubiera encontrado, ¡le estaría moliendo los huesos a patadas! ¡Si le hubiera hecho algo, yo-...!
—Dan... —Jesse asentó una mano sobre su hombro.
Estaba seguro de nunca haberlo visto tan enojado antes. Parecía una persona completamente diferente. Aquel reaccionó al sonido de su voz, y sus manos liberaron al acto la tensión, deshaciendo los puños.
—Lo siento, Jess. Yo solo-... ¡Es que es... inaudito! ¡¿Cómo demonios fue que averiguó en dónde-...? ¡
—¡Deming! —El rugido de Diane tronó tan alto que hizo a ambos dar un brinco. Esta se aproximaba dando zancadas—. Maldición, Torrance, ¡¿qué fue lo que te dije que hicieras?!
Antes que Diane llegara con ellos, Daniel salió en su encuentro para mantenerla alejada de Jesse y de la puerta tras la que aún se encontraba Charis.
—No hace falta que grite, Diane. Esto es un hospital.
—Me gustaría recordarle lo mismo, Daniel. Como doctor de este hospital, tratar el lugar con el respeto que merece es su deber con mayor razón.
Daniel se contuvo de responder. Jesse pudo verlo en la forma en que sus labios se sellaron para frenar cualquier réplica que hubiese podido escapar de entre ellos de ser menor su autocontrol.
—¿Cuál es la emergencia? ¿Alguien está muriendo?
—No es como si esa no fuera una posibilidad. Por suerte no; pero tenemos a un paciente furioso en la sala de espera, a punto de presentar una queja. No nos podemos dar el lujo de otra inspección de trabajo. ¿Sería tan amable de venir conmigo?
Daniel exhaló exasperado. Clavó en Jesse una mirada suplicante. No necesitó decir nada más.
—Ve —le dijo Jesse—. Intentaré... hablar con ella.
—Solo no dejes que se vaya. Veré si puedo convencer a mi paciente de reagendar. Llamaré si...
—Ve, Dan.
Diane emprendió el camino de vuelta sin esperar ninguna confirmación, y Daniel se acompasó a su paso. Así, los dos desaparecieron por las escaleras en cosa de unos segundos.
Jesse miró hacia la puerta cerrada. Dudó por largo rato antes de resolver entrar en la oficina.
No era la primera vez que debía lidiar con una persona sumida en llanto; aquello constituía casi algo rutinario entre sus labores como asistente de la morgue y encargado de despachar difuntos a sus familias. Pero tratándose de Charis... las cosas parecían distintas. Sobre todo en una situación como aquella.
De manera que, sin una noción clara de qué pasaría en el instante en que cruzara esa puerta, la abrió con cuidado y se internó con cautela, como si cruzara un campo minado.
https://youtu.be/_4ao98Z21bU
«Mason... Qué demonios haces aquí...». El ligero temblor de su barbilla transmitió un tremor patético a su voz.
«Contéstame. Fuiste a ver a Marla, ¿no es así?
Mason se inclinó sobre el escritorio, en torno a ella y Charis se echó por reflejo hacia atrás, chocando con el respaldo de su asiento.
Aun habiéndose alejado todo lo posible, podía oler en la dirección de su hermano el penetrante aroma a whisky. Supo a partir de ese preciso instante que habría serios problemas.
«Vete de aquí... Hablaremos en otro momento. Espérame en casa, pero no ocasiones disturbios.» Su voz distó mucho de la firmeza con que intentó hacerla sonar.
«¿Para qué tu proxeneta llegue a defenderte otra vez?» Jenny dio un boqueo mudo. «Sé que fuiste a mi casa. ¿Crees que soy estúpido? ¿Creíste que no me daría cuenta de que el refrigerador se llenó milagrosamente? ¿Tienes para darle dinero a la zorra oportunista de mi mujer, pero no para prestarle a tu hermano? A diferencia de esa puta, yo tengo deudas que pagar.»
«Te he estado dando dinero cada vez que me lo has pedido sin cobrarte un centavo...» Llegados a ese punto, siseaba con rabia. «¿En qué te lo has gastado? ¿Has pagado alguna maldita deuda?» La expresión de su hermano le dijo todo cuanto necesitaba saber. «Eso creí. Lárgate de aquí, Mason, o me meterás en problemas...»
El grueso dedo acusador de su hermano se erigió frente a su rostro.
«No volverás a poner un maldito pie en mi casa. Hablo muy en serio esta vez, o te puede ir muy mal. No me importa cuánto lloren por ti esos mocosos.»
«"Esos mocosos".» Pese al miedo incapacitante, la frialdad de su apelativo le hizo hervir la sangre en las venas. Y entonces, sin poder contenerse, Charis pronunció las palabras que quizá, de haber callado, no la hubiesen condenado. «Son tus hijos, maldito parásito infeliz...»
Nunca olvidaría la expresión en la cara roja de Mason, solo una milésima de segundo, antes de abalanzarse sobre el escritorio para alcanzarla.
Ella cerró los ojos y gritó. No vio el momento en que asió su brazo, solo sintió el doloroso tirón, y luego otro jalón a una de las solapas de su traje que descoció una parte de la tela. Después, un estruendo y voces atropelladas. Y al verse libre y volver a abrir los ojos, Mason estaba boca abajo en el suelo, retenido por los brazos por dos guardias de seguridad, a los cuales Jenny había llamado discretamente, apenas percibió el peligro que ella falló en anticipar.
Mason fue echado de allí por la fuerza, solo después de que ella suplicara no se alertase a la policía, alegando que eran hermanos, mientras que, conforme era arrastrado afuera a tirones, este gritaba insultos que sintió náuseas de solo recordar.
Una vez todo quedó en calma, todavía respirando a bocanadas obra del terror, y con los ojos en lágrimas obra de la humillación de todas las miradas de la oficina sobre ella, por el rabillo del ojo Charis vislumbró el negro reluciente de los zapatos del gerente del banco BHB, el mismo hombre cuya mano había estrechado al ser aceptada en el empleo.
Tuvo miedo de alzar la mirada; sabía lo que hallaría al hacerlo. Solo tuvo que oírle y escuchar el tono de su voz para saber lo que venía a continuación.
«Señorita Cooper, por favor acompáñeme a mi oficina.»
¿Cómo se había convertido aquel, un día que prometía ser tan aburrido como cualquier otro, en uno de los peores de su vida?
—Ch-... Charis.
Volver de modo tan abrupto al presente, a la oficina de Daniel, la hizo sentir mareada.
Hubiese sabido de quién se trataba solo por el sonido de su voz, pero tuvo que verlo para convencerse de que estaba de regreso en una mejor realidad que la de sus recuerdos, y que Mason estaba lejos por el momento.
Jesse bajó la mirada en cuanto Charis lo encontró con la suya.
Por su parte, ella se secó por última vez las lágrimas, y luego de despejar sus vías aéreas con un hondo suspiro, sacó el espejo de su bolso para echarse un vistazo. Se encontró con un rostro tan desmejorado y pálido como se lo esperaba, surcado de riachuelos negros. Jesse Torrance era la última persona sobre la tierra a la que hubiese querido mostrarle esa cara.
Alcanzó de su bolso el paquete de toallitas desmaquillantes y comenzó a limpiarse. Una vez más, odió lo roja que se ponía su cara con cada emoción fuerte.
—¿Qué quieres? —dijo, con más hosquedad de la que pretendía.
—Daniel... vendrá pronto. Sólo está...
—No te molestes. Yo... ya me voy a casa. —Se guardó el espejo y el paquete de toallitas.
Después de la irrupción de Diane y de los intentos de Jesse por excusar a Daniel, era claro que estaba siendo inoportuna, y lo último que deseaba era ser una molestia para él luego de lo ocurrido la última vez que se había involucrado en sus problemas familiares.
No estaba segura de en qué momento había decidido acudir con él, para empezar. Antes de saberlo estaba en el aparcamiento del Saint John. Quizá había corrido en la única dirección en la que sabía que hallaría ayuda. No pensaba con claridad en ese momento.
Al levantarse, Jesse le cortó el camino con dos manos nerviosas en alto.
—Espera. Él me pidió...
—¿Qué? ¿que me abraces o algo así? —Sollozó, y se llevó la toalla que llevaba arrugada en la mano a la nariz. Le escoció el alcohol del cosmético contra la piel irritada—. No tienes que lidiar conmigo solo para que Daniel esté contento.
—No es por eso. —Fue una de las pocas ocasiones en que no lo escuchó balbucear—. Ni siquiera tienes que hablar conmigo. Solo... déjame acompañarte un momento. Hasta que él regrese... ¿sí?
Charis bufó exasperada y llevó la vista por toda la oficina. Por mucho que le pesara admitirlo, en realidad no quería irse a casa. Lo último que quería era estar sola allí, donde Mason sabía que podía encontrarla, si acaso no se daba por satisfecho aún con todo lo que había hecho.
En el peor de los casos, imaginó que su hermano estaría allí, esperándola. Pero en el hospital no la hallaría. Y si lo hacía, estaba segura con Daniel.
Sintiéndose un poco menos vulnerable ahora que su rostro estaba fresco, a pesar de que sus párpados continuaban hinchados, Charis levantó la cabeza y se encontró con el rostro fantasmal del chico de los muertos, todavía frente a ella. Retrocedió hasta la silla que había estado ocupando hasta ese momento, dejó el bolso sobre el escritorio de Daniel y se dejó caer otra vez en el asiento.
—Está bien, no iré a ningún lado...
Él suspiró suavemente. Abrió los labios para decir algo; pero, como no consiguió emitir un solo sonido.
—Si vas a quedarte aquí al menos siéntate, ¿quieres? Me pone nerviosa que estés vigilándome ahí de pie —le dijo Charis—. Daniel... te habrá contado.
Jesse asintió y avanzó por la estancia. Charis apartó la mirada, como si al hacerlo pudiese mantener su rostro oculto de la suya.
https://youtu.be/W2ZlTNiLloU
Escuchó el sonido de la puerta de un gabinete, y después, frente a ella apareció un rollo de papel de baño. Charis lo tomó, y cortó una porción para secarse la nariz. Su piel irritada agradeció la suavidad del papel.
—Gracias...
Jesse se sentó solo entonces frente a ella, en la otra silla frente al escritorio de Daniel.
—Lamento lo que pasó.
—Yo lo lamento más, créeme. —Exhaló el aire por la nariz y movió la cabeza—. Estoy tan cansada. Tan cansada de todo...
En respuesta obtuvo un largo silencio. No se esperaba palabras de consuelo de su parte, desde luego. Se había acostumbrado a que las cosas fueran de ese modo con él.
Mas, ante todo pronóstico, obtuvo de él la respuesta que menos se esperaba.
—¿Hay algo... que pueda hacer por ti?
Charis torció una sonrisa sin ápice de buen humor y se sonó la nariz.
—A menos que puedas conseguirme otro empleo, no creo que haya mucho que puedas hacer.
Jesse bajó la vista otra vez. Pareció considerarlo, y ella hubo de retractarse de inmediato.
—Solo bromeo. Yo, trabajando aquí... Pero qué buen chiste...
—¿Por qué?
—Después de todo lo que pasó en este-... —Se detuvo al percatarse de que había estado a punto de hablar demás y meneó la cabeza—. Olvida que dije nada. Vete ya, Torrance, ¿quieres? No tienes que forzarte a ser amable conmigo. Empezaré a creer que soy tu buena obra del día o algo por el estilo.
Jesse dudó en su lugar. Después, se inclinó sobre sus rodillas, entrelazando los dedos de sus manos, y exhaló.
—Charis... ya te dije... que no es por eso. —La sinceridad en su voz aplacó sus suspicacias, y ella se relajó. Tras otra pausa, Jesse apretó los labios—. Aun así, yo... me iré, si eso prefieres.
No obstante, antes de que se pusiera de pie, Charis alcanzó su antebrazo y lo atajó. Después, tirando suavemente de él, lo compelió a sentarse otra vez:
—No me hagas caso. Lo siento... No es justo que me desquite contigo.
Él mantuvo su expresión neutra y volvió a acomodarse en su lugar.
—No importa...
—Debería, Torrance; no eres la alfombrilla de nadie. Ni siquiera mía.
No pudo obviar el hecho de que era ella misma quien la mayor parte del tiempo descargaba su frustración en él. Empezando por la primera vez que Mason en realidad había conseguido sacarla de quicio, poco antes de que Daniel fuera internado.
—A decir verdad, ahora me siento un poco mal.
—¿Te sientes... enferma? —inquirió él, ladeando el rostro.
—No. Me refiero a que no estoy muy feliz conmigo misma ahora.
—Oh...
—¿No quieres saber la razón? tiene que ver contigo.
—¿Conmigo? —Él levantó la cabeza y ladeó ligeramente el rostro—. ¿Te he... molestado otra vez?
—Me molestas siempre. Y mucho —adujo ella, empezando a sentir que recuperaba parte de sus energías a medida que su paciencia empezaba a agotarse—. ¡Maldición, Torrance! Quiero decir que no deberías ser tan amable conmigo. Porque yo... —Hizo una pausa, avergonzada por lo que estaba a punto de admitir—. Es posible... que te haya metido en aprietos.
Jesse arrugó el entrecejo, sin comprender. Tuvo que ser más específica.
—Hace unas semanas, cuando nos peleamos... Daniel te hizo una pregunta, ¿no es así? La razón por la que fue a verte.
Jesse asintió tras pensarlo un momento.
—... Correcto.
—¿Qué fue lo que te preguntó?
—¿Por qué quieres saberlo?
Ella se mordió los labios y bajó el rostro, terriblemente apenada:
—Porque yo... fui quien lo convenció de hacerlo.
—Lo sé —dijo Jesse, y Charis levantó de golpe el rostro—. Yo... oí cuando se lo dijiste. Lo siento; no era mi intención escuchar otra vez.
Ella necesitó de algunos instantes para procesar lo que oía.
—O sea que podrías haber elegido ser un idiota conmigo después de eso, y aun así... te has portado bastante decente.
Aquel suspiró con agobio.
—Sé... que parezco un chiquillo, pero... no creí que tanto como para darte la impresión de que podría llegar a actuar de un modo tan infantil.
—Empiezo a darme cuenta. Pero... ¿nada más pasó entre ustedes? ¿Acaso... no ocasioné un conflicto?
—Por el contrario... debería darte las gracias. A decir verdad, me hiciste recapacitar sobre algo.
Charis entornó los ojos, confusa. Aguardó por más elaboración, pero Jesse permaneció en silencio.
—E imagino que no me lo dirás, ¿verdad? —suspiró derrotada—. Aun así... te has portado más amable conmigo hoy que de costumbre.
Jesse se removió los lentes, del otro lado de los cuales la contempló con ojos desnudos y sinceros.
Después, limpió los cristales en un paño que sacó del bolsillo de su uniforme.
—No he olvidado nuestra tregua.
Charis bajó las cejas con una mueca triste, conmovida y al mismo tiempo avergonzada consigo misma.
—Y yo no he honrado precisamente mi parte... ¿verdad? —admitió con una sonrisa afectada.
—Lo has hecho bien.
Abrió los labios, intentando elaborar una excusa, cuando Daniel entró por la puerta, con un gesto apenado en el rostro:
—Me tardé más de lo que pensaba. Al final mi paciente se fue enojado. Por suerte olvidó dejarlo por escrito. —Intentó reír, aunque parecía tenso.
Charis no se percató de que continuaba sonriendo hasta que Daniel puso los ojos en ella y su expresión se suavizó llena de alivio.
—¿Estás un poco mejor?
Ella llevó la mirada a Jesse Torrance un momento, antes de sorberse la nariz, y asentir con una cabeceada.
—Lo estoy...
https://youtu.be/6n22QdaVias
Para el momento de regresar a su apartamento acompañada de Daniel y tras despedirse de él, alegando que se sentiría mejor luego de ducharse y dormir un poco, Charis sentía por completo drenadas sus energías; como si arrastrase con ella un bulto que no había podido bajar de sus espaldas desde el incidente de la ventana de su apartamento.
¿Cuánto más peso soportaría antes de colapsar? El dolor de su cuello volvía a pulsar con fuerza.
Sin encender la luz de su apartamento fue directo al baño y se dio una ducha con agua caliente para ayudar a relajar sus músculos adoloridos y despejar su cabeza, pero poco le ayudaron la suave bruma del vapor, y el agua cálida, como hacían siempre. Salió del baño con el pijama puesto y una toalla alrededor de la cabeza y se dejó caer pesadamente sobre su cama. Tenía un nuevo mensaje cuando se fijó en su móvil:
De: Daniel.
«Intenta descansar. Llámame en caso de que necesites cualquier cosa. Dulces sueños.»
Charis apretó los labios al ver el mensaje, y entonces miró el último de Beth en su aplicación de mensajería. Una foto de ella abrazando un gran bote de helado Ben & Jerry's, con dos cucharas en la mano del mismo brazo.
De: Beth.
«Te lo estás perdiendo!»
Sonrió triste. ¿Cómo le estaría yendo a Beth en Los Ángeles? Ni la mitad de mal que a ella, al menos estaba segura de eso.
De pronto empezaba a extrañar la vida simple que tenían juntas allá, aún en la agitación de la ciudad, y su sencillo trabajo en el restaurante, donde Beth era mesera y ella recepcionista.
Extrañaba trabajar con ella y volver juntas a Casa. Las tardes de películas, las noches de arreglarse las uñas, las mañanas desayunando juntas... Al lado de Beth todo era tan simple. Se preguntó cómo sería su vida ahora mismo si nunca hubiese regresado; si se hubiese quedado con ella en Los Ángeles... Si no hubiera renunciado a lo que ya tenía por otro intento fallido de buscar su lugar en la vida.
No hubiese conocido a sus sobrinos, pero, ¿de qué valía si ya nunca más podría acercarse a ellos? La única cosa buena que todo ello le había traído había sido reparar su amistad con Daniel; pero, ¿a qué costo? ¿Valía la pena por estar otra vez a la deriva, desempleada y temiendo a las repercusiones de sus problemas con su hermano?
Abrumada por la incertidumbre y la nostalgia, hizo algo que no había hecho hacía más de una semana, desde que todo comenzó: Marcó el número de Beth.
La llamada tardó en conectar y estuvo a punto de renunciar, creyendo que podía estar durmiendo ya, sin haberse fijado en la hora de su último mensaje. Sin embargo, cuando la llamada entró, la voz alegre de su mejor amiga la saludó del otro lado con la calidez de siempre:
—¡Hola, extraña! ¿Viste la foto que te envié? Tengo un nuevo amor, Ben. Tiene a un amigo guapo llamado Jerry que está soltero y quiere conocerte.
Charis sonrió, pero su gesto se torció en una mueca temblorosa.
—Beth —masculló, luchando contra las lágrimas.
Aquella se tornó seria y silenciosa. Pareció captar solo por el sonido de su voz, que algo no estaba bien.
—... ¿Qué ocurre? Charis, mi amor, ¡¿estás bien?!
—Beth, ya no lo soporto... —Y sin poder contener más su frustración, se echó a llorar con el móvil contra la oreja.
Cuando estaba en el trabajo, el tiempo se pasaba tan pronto que un par de meses se sentían como solo semanas. Pero de pronto, cada día parecía una eternidad.
Se pasó el resto de la semana en casa, sin cambiarse el pijama, comiendo comida chatarra y sándwiches porque no tenía el menor deseo de cocinar, sin limpiar su apartamento, y sin deseos de salir a ninguna parte. Pensó que eventualmente llegaría el momento en que tuviera que salir de esa racha y empezar a buscar trabajo otra vez, pero se sentía todavía demasiado débil y abatida, y necesitaba componerse primero de esa derrota.
La tarde del tercer día recibió un mensaje de Beth en el móvil:
De: Beth.
«Dame tu nueva dirección. Quiero enviarte una cosita.»
«¿Qué cosa?», escribió Charis de vuelta en su móvil.
De: Beth.
«Es una sorpresa! No es mucho, pero confío en que te animará.»
Charis movió la cabeza con cariño y le escribió la dirección sin hacer más preguntas. No podía pensar en nada lo suficientemente bueno como para alegrarla en un momento como ese. De cualquier manera, apreciaba la intención y se dijo que fingiría estar feliz y se lo agradecería, aunque fuera solo por sus esfuerzos en intentar animarla.
La mañana del cuarto día la sorprendió dando vueltas en la cama desde las cuatro de la madrugada, después de despertar de una pesadilla, y sin poder volver a dormirse nuevamente. Y a eso de las ocho, cuando la claridad del sol empezó a dar de lleno en la ventana, determinó que ya no podía seguir metida en ese agujero, y resolvió darse una ducha para renovar energías y empezar fresca el día.
Era tarde, pero ¿qué importaba? no tenía trabajo al que acudir. Hubiese querido quedarse en la cama un largo tiempo más, pero empezaba a sentir el cabello graso y el cuerpo pegajoso.
Daniel la había visitado los dos primeros días, pero ni siquiera él fue capaz de animarla, y en ambas ocasiones, abrumada por la obligación de mantener a raya sus sentimientos para no preocuparlo demasiado, alegó tener dolor de cabeza y no sentirse demasiado bien para que él se fuera y la dejara sola.
Al salir de la ducha, fresca y sintiéndose algo más renovada, mientras se secaba el pelo, Charis escuchó un golpeteo en la puerta que le hizo encogerse con un escalofrío, y petrificarse en lo que estaba haciendo.
Pensó que no podía tratarse de Daniel, pues sabía que tenía turno en el hospital, así que rogó porque fuera la señora Morrison. Aunque aún podía tratarse de una tercera persona...
Como fuera, se apresuró a abrir. Tener un problema con su hermano en la puerta del apartamento no iba a darle a la señora Morrison muchos más motivos para no echarla del edificio, pero al menos no tendría que pagar otra ventana rota:
—Ya voy —espetó camino a la puerta—. Ya capté el mensaje, no volveré a pisar tu maldita casa; solo dime cuánto-...
Al momento de abrir, sin embargo, lo que vio en vez del rostro grande, pecoso y pelirrojo de su hermano, fue un suave rostro acanelado de grandes ojos marrones bien delineados, labios rojos y cabello corto y voluminoso con flequillo, el cual le arrancó un jadeo de sorpresa desde más lo hondo del pecho.
Llevaba en una mano el asa de una maleta, y en la otra un cactus en miniatura.
—Tengo una entrega especial para la señorita Charis Cooper —dijo ella, con su voz cantarina, y luego, retirando la mano del asa se apartó el escote para dejar a la vista una porción de uno de los pechos—. Por favor, firme aquí.
—¡¡Beth!!
En el momento en que le echó los brazos al cuello y se estrecharon la una a la otra, el abrazo cálido de su amiga fue como una marea en calma, la cual la engulló hacia un sitio seguro en el que de pronto se sintió a salvo.
—¡¿Qué haces aquí?!
Al apartarse le echó un vistazo de pies a cabeza, sin convencerse de que fuera real. Tan provocativamente vestida como solía ir, y con el cabello tinturado de ese llamativo color ciruela, no podía tratarse de otra persona.
—Te dije que te enviaría algo para animarte —le extendió la pequeña maceta y Charis la recibió con cuidado. El cuerpo del cactus era bulboso y redondo, de un verde radiante, el cual se tornaba violeta hacia la cúspide. Lucía divertido y único. Era muy ella. Muy Beth...
—Es hermoso, gracias...
—¡Para la colección de la que me hablaste!
Charis movió la cabeza y volvió a estrecharla, sin soltar la maceta. Beth hizo lo mismo, apretujándola con todas las fuerzas con que solía hacerlo.
—Mi cielo, ¡te extrañé tanto!
—No tenías que venir hasta aquí... —dijo Charis junto a su oído, y sus palabras sonaron a través de sollozos, sin que pudiera contenerlos.
—Mi querida «Charichi» —le dijo ella junto al suyo antes de apartarse para secarle las lágrimas con sus pulgares—... No pensaste que te dejaría sola después de esa llamada, ¿o sí?
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Con la cabeza acomodada sobre los muslos de su mejor amiga, Beth le acarició el cabello por largo rato, escuchándola atentamente sin hacer ninguna interrupción conforme Charis le relataba lo ocurrido.
—No debí dejar que te marcharas —se recriminó Beth—. Mi cielo... Ojalá hubiera venido antes, apenas sospeché que tenías problemas.
Charis se llevó un pañuelo de papel a la nariz. Incluso la suavidad le lastimó la piel irritada tras todas las veces que se había secado.
—No; esto es solo mi culpa —le dijo Charis—. Vine aquí pensando que algo cambiaría, pero no tiene caso, Beth... Vaya a donde vaya, no puedo dejar de dar tropiezos y equivocarme en cada paso.
Aquella deslizó sus dedos por su frente.
—No digas eso. Nada de esto es tu culpa. Lo que pasó con tu hermano-...
—Por favor, no me regañes tú también. Ya lo he escuchado cientos de veces... Que debí denunciarlo; que no debí darle dinero; que-...
—No iba a hacerlo —le dijo ella, pacientemente—; entiendo por qué no quisiste denunciarlo.
Charis giró la cabeza sobre sus piernas para mirarla y se sorbió la nariz:
—... ¿En verdad?
—Por supuesto —Beth se inclinó hasta besar suavemente su sien—. No has hecho nada salvo ser demasiado noble. No pensemos en ello por ahora, ¿está bien? No hay nada que hubieses podido hacer, ni nada que puedas hacer por el momento. Así que, de nada te sirve afligirte. En cuanto a tu despido... Pensaremos en algo. ¡No es el último trabajo del mundo!
Charis volvió a girar sobre sus piernas, acurrucada en un ovillo, y vació dificultosamente el pecho en un largo suspiro.
—A mí me gustaba mi trabajo; estaba empezando a acostumbrarme... Era la única cosa que sentí que estaba haciendo bien en mi vida, en este sitio... y ya no está. Mason me lo quitó también. Y a mis sobrinos, y a Marla... Incluso estuvo a punto de hacer que me echaran de aquí. Lo harán si él regresa. Ya no tendré otra oportunidad.
—Ese infeliz... Sé que es tu hermano, pero... pagarte así luego de todo lo que hiciste por él y su familia... —Un suspiro de Beth sonó a coro con otro de los suyos—. Está bien. No pensemos más en él, ¿de acuerdo? ya es historia.
Charis exhaló.
—Ahora mismo necesito buscar otro trabajo urgentemente...
Beth negó y la impelió a erguirse. Una vez frente a ella le limpió una lágrima y sujetó firmemente sus hombros para observarla:
—No, no, no. Nada de eso; nada de "urgentemente". Lo que necesitas urgentemente es respirar, recoger tus piezas y rearmarte. No busques trabajo todavía; dijiste que tienes algunos ahorros.
—Se terminarán eventualmente.
—Pero los tienes. Aun tienes tiempo.
Beth se irguió frente a ella y le acomodó el cabello agolpado en torno al rostro tras las orejas, pasándole una vez más las manos por el rostro para secárselo. Charis agradeció el tacto tibio y suave.
Sus largas uñas esmaltadas de color rojo parecían mortíferas, pero eran siempre cuidadosas al tocar a otros.
—Lo que es ahora, voy a cambiarme a algo más cómodo. Entre tanto, desenrédate el cabello y lávate la cara. Hoy no haremos otra cosa sino relajarnos y ponernos al día. Traje chocolate con licor, de los que te gustan, y papitas. Veremos una película o algo en la tele, cenaremos, nos iremos a la cama, tendremos una larga noche de sueño reparador, y mañana, solo luego de que hayas comido y dormido bien, pensaremos en algo, ¿de acuerdo?
Charis asintió. Había pasado los últimos días encerrada en casa sintiendo no solo frustración y rabia, sino una gran culpa por no tener las fuerzas para nada más; pero durante ese huracán de emociones de pronto Beth era un bote salvavidas al cual pudo aferrarse y sentir que podía llegar a tierra sana y salva.
—¡Genial! —Beth atrajo su cabeza para besarle ruidosamente la frente y después se levantó de un salto para poner las cosas en marcha.
Tal y como lo habían planeado, después de que Beth cambiara su falda corta y sus tacones por una camiseta holgada y pantalones de pijama, eligieron una película a la cual apenas prestaron atención en lo que conversaban, poniéndose al tanto de la vida de la otra en detalles menos importantes y más alegres, comiendo chocolate y papas fritas hasta saciarse, y caída la tarde cenaron una gran sartén de huevos revueltos con jamón, y se fueron a la cama.
Recostadas una frente a la otra, Charis se hallaba algo más tranquila, pero no podía dejar de sentirse inquieta. No quería que todas sus preocupaciones se viesen reflejadas en su rostro y que Beth pensara que no habían servido de nada sus intentos de levantar sus ánimos, pero al mismo tiempo sabía que no podía esconder nada de ella.
Estuvieron en silencio por largo tiempo, mirándose la una a la otra en la oscuridad, hasta que, finalmente, Beth extendió una mano y le acarició la mejilla.
—Dulzura mía... Regresa conmigo a L.A.
Charis levantó los ojos, creyendo haber oído mal.
—... ¿Qué?
Beth le sonrió. Su rostro lucía muy distinto cuando no estaba maquillada, pero sus ojos eran los mismos. Grandes, castaños y sinceros.
—No tienes que probar nada a nadie, cariño. Regresa conmigo a los Ángeles. Sé que podemos recuperar tu antiguo trabajo allí. Los chicos te extrañan, y yo también. La gerenta siempre estuvo feliz con tu desempeño; no tendrá problemas en tomarte de nuevo. Las cosas pueden volver a ser como antes.
Charis lo consideró. En otras circunstancias hubiese desechado esa idea al instante. Pero ahora, tan a la deriva como lo estaba, la proposición le resultó dolorosamente tentadora. Solo tenía que decidirlo. Decir que sí y regresar con ella. Olvidarse de todo... Era fácil.
No obstante, no pudo evitar pensar en todo lo que dejaría atrás.
—Pero... Marla y los niños, y... Daniel, y... todo lo que hice, Beth; todo lo que trabajé para poder-...
—No tienes que decidirlo ahora —la apaciguó ella—. Consúltalo con la almohada, y mañana podemos discutirlo con más detalle. No me iré mañana mismo. Me quedaré aquí hasta que hayas tomado una decisión.
Charis sonrió. Y cuando Beth le tendió los brazos, ella se acercó y se acurrucó en su pecho cálido como hiciera con una madre amorosa. Una como la que su propia madre nunca fue con ella.
—Estoy tan feliz de que estés aquí... —murmuró.
—Y yo estoy feliz de estar aquí. Todo estará bien, cariño, estoy contigo... Lo resolveremos. Ahora descansa. —Beth le puso un beso sobre la frente al momento de subirle la manta hasta los hombros—. Dulces sueños, preciosa.
Aun reconfortada por los brazos de Beth, Charis no pudo dormirse enseguida.
Estuvo por horas, aún después de que su compañera se durmiese, dándole vueltas a sus palabras, considerando todas las implicancias y repercusiones.
Y para cuando apareció la mañana, ya había llegado a una resolución, por más difícil que fuera. Solo entonces, pudo dormirse, y después de días de insomnio, en los brazos de Beth encontró algo de calma al hacerlo.
—Qué extraño... —murmuró Daniel, mirando en su móvil el último mensaje que había enviado a Charis, a eso de las doce del día.
Su Toyota ya estaba reparado. No solo ya no estaba abollado y la parte de la colisión había sido pintada, sino que el mecánico también había resuelto su problema para arrancar.
Lo estacionó en su sitio de siempre en el aparcamiento del edificio y se bajó mirando a su móvil, todavía desconcertado por la falta de respuesta de Charis.
—Buen día, Daniel, ¿cómo estás? —Daniel levantó la vista de su teléfono. Al costado del aparcamiento estaba la casera, regando las plantas del edificio.
—Señora Morrison —la saludó él, al acercarse—. ¿Charis ha salido de su apartamento?
—No desde ayer. Alguien con un color de pelo llamativo vino a preguntar por ella, y-... ¡Hey!
Antes de que dijera más, Daniel ya estaba poniendo pies en polvorosa en dirección al apartamento de Charis.
Su amiga era la persona con el color de cabello más característico que conocía. Y si había una sola persona que compartía ese rasgo, era su terrible hermano, Mason.
Salvó jadeando los peldaños de las escaleras y se precipitó por el corredor a toda prisa, con el corazón latiéndole entre las paredes de la garganta.
Tocó desesperadamente a la puerta, una y otra vez, rogando por no llegar demasiado tarde. Finalmente, la puerta se abrió, y él se arrojó dentro.
—¡Charis! ¡¿Qué pasó?! ¡¿Por qué aún no has-...?!
Pero la persona frente a él no era Charis. Tampoco Mason.
Se encontró con una mujer de muy baja estatura, aún menor a Charis. Lo primero que notó fue cabello púrpura.
Estaba vestida apenas con una delgada blusa de tirantes y en la parte inferior no llevaba sino unos diminutos pantis de encaje.
Daniel apartó la mirada, sintiendo el rostro arderle, sin comprender nada. ¿Se había equivocado de apartamento? Sin embargo, al mirar por encima del hombro de la muchacha, el lugar era indiscutidamente el apartamento de Charis.
—Lo siento, es que-... ¿Charis está-...? —farfulló—. Mis disculpas, no nos conocemos. Yo soy-...
—Daniel Deming, ¿correcto? —preguntó ella, apuntando un dedo en su dirección.
Él ladeó el rostro, desconcertado. Y entonces, se dio cuenta de que había visto antes a esa persona. La había visto en una fotografía que Charis le había enseñado, solo que se veía muy diferente sin maquillaje.
—La... señorita Elizabeth —aventuró.
—¡Oh, nada de eso! Beth, para los amigos —sonrió ella, haciendo resaltar el lunar que tenía sobre una de las mejillas. Tenía otro en uno de los pechos, del mismo lado. Daniel lo miró por poco tiempo antes de forzarse a mirar a su rostro de nuevo—. Charichi está en la ducha —le dijo ella, y se movió a un lado—, ¡vamos, pasa! Puedes esperarla dentro.
Daniel entró cautelosamente, procurando por todos los medios no mirarla a otra cosa que a la cara, a la vez que procuraba actuar con naturalidad:
—Solo... quería saber si tenía algún problema. Es tarde, y no responde a mis mensajes.
Beth fue a sentarse en el brazo del sofá.
—Acabamos de despertar de un coma —se rio ella— ¿Te sirvo algo de beber? ¿O de comer?
—Estoy bien.
Su mirada bajó de forma refleja a sus piernas en cuanto ella las cruzó, y volvió a apartar la vista, avergonzado.
Cuando volvió la vista a su rostro, ella estaba sonriendo divertida:
—De acuerdo, entonces... supongo que iré a ponerme pantalones.
—Sí. Sí, por supuesto —asintió él, aliviado.
No tuvo que esperar demasiado por Charis, pues al poco rato se abrió la puerta del baño.
—¡Beth! ¡¿Quién era?!
Daniel se levantó para saludarla, pero se quedó con el saludo en la boca y la mano alzada cuando se la encontró en la puerta del baño en pantis, y el torso desnudo, cubriéndose el pecho con una blusa que se sujetaba contra el cuerpo.
Ella también enmudeció al verlo, y ambos se petrificaron por unos instantes. Alarmada, Charis se arrebujó la ropa contra el pecho y retrocedió hasta meterse de nuevo al baño, encerrándose de un portazo.
Justo en ese momento, Beth apareció en la sala usando pantalones y se carcajeó:
—Parece que es tu día de suerte, ¿huh? —bromeó, y fue directo a la cocina.
Daniel se frotó el cabello de la nuca, sintiendo su rostro arder. En eso, la puerta del baño se abrió nuevamente, y Charis salió de allí ya vestida y con una toalla alrededor de la cabeza.
—Dan... Hola —saludó cohibida, y con el rostro teñido de un intenso rubor.
—Lo siento... Quizá vine en mal momento.
—Para nada... —Charis meneó la cabeza.
Le arrojó un vistazo a Beth y ella le devolvió un gesto inocente mientras masticaba pan untado de mermelada y sorbía un vaso de leche con chocolate, apoyada en la encimera. Entonces, alertada por alguna clase de gesto imperceptible de su amiga, esta tomó su comida y se la llevó consigo en dirección a la habitación.
—Bien, los dejo para que charlen. Yo desayunaré en la cama.
En cuanto Beth se hubo marchado, la estancia principal quedó sumida en un silencio tenso, el cual Charis desahogó con un suspiro.
—Imagino que ya se han presentado.
—Lo hicimos —se rio Daniel, incómodo—. Es tal cual me contaste.
Charis sonrió:
—Vino directo a verme cuanto le conté que tenía problemas —quitándose la toalla de la cabeza, fue a sentarse al sillón y allí empezó a frotarse el pelo.
Daniel lo rodeó y ocupó el sitio junto a ella.
—Lo siento. No respondías a mis mensajes. Luego la señora Morrison dijo que alguien con un color de pelo llamativo vino a verte y creí...
Ella se rio débilmente al entenderlo, pero Daniel alcanzó a percibir que su sonrisa escondía una tristeza difícil de ignorar. Después se concentró en seguir secándose el cabello.
Se había vestido con una delgada blusa blanca y pantalones holgados de algodón. Rara vez la veía con ropa de andar por casa, pero lucía diferente así. En conjunto con su cabello húmedo desordenado y sin maquillar, tenía un aspecto todavía más inusual. Natural; pero no por eso menos encantador.
Lucía hermosa, incluso en la sencillez.
—¿Cómo estás? —quiso saber, en lo que ella terminaba de secarse.
Charis selló los labios en una línea:
—Ay, Dan, yo... no puedo estar de otra manera.
—Lo sé. Lo entiendo —aceptó él—. Escucha, sé que ahora mismo debe ser lo último en lo que quieres pensar, pero te prometo que apenas llegue mi descanso podemos mirar el periódico, o sitios de Internet... O podemos salir juntos y dejar tu currículo, para que-...
—Dan —lo interrumpió ella.
Su voz sonaba calmada, pero denotaba alguna emoción indescifrable. Y en el momento en que viró para mirarlo, había una sonrisa triste en sus labios.
—No es necesario.
Creyó entenderlo, pero algo seguía estando fuera de lugar.
—Está bien. Es demasiado pronto —asintió—. Pero sabes que, apenas te sientas lista, yo puedo...
—No, Dan... —volvió a interrumpirlo ella. Esta vez, su tono fue severo.
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Después de eso, dejó la toalla a un lado, y un suspiro irregular escapó de su pecho. Pareció requerir de una gran entereza para poder hablar. Y cuando lo logró, hubo de hacerlo pausadamente, en lo que Daniel intuyó que era un esfuerzo denodado porque la voz no le temblase;
—Es inútil —masculló—. Yo... traté. Quería que resultara, pero-...
Daniel tomó sus finas manos de su regazo en un impulso, y las estrechó con fuerza en las suyas.
—Tranquila. Lo que sea que decidas, te apoyaré.
Pero entonces, la forma en que Charis lo contempló, le hizo enmudecer.
Daniel sintió que las fuerzas lo abandonaban y tuvo frío. Sus palabras de antes; la aparición de Beth... De pronto sabía a la perfección a dónde los estaban conduciendo los preámbulos Charis, pero no quería aceptarlo. No quería oírlo.
No obstante, tuvo que hacerlo.
Y en cuanto ella pronunció las palabras, supo solo por su tono, y el rocío de sus ojos, que tenía tan pocos deseos de decírselo, como él de escucharlo:
—Dan, yo... lo he pensado mucho y... —Se humedeció los labios con un breve respiro y un lento pestañeo—. Decidí que regresaré con Beth.
—Charis...
—Regresaré con ella... a vivir a Los Ángeles.
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