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12. Blanco y Negro

https://youtu.be/UUrQHSLMI8U

El sentimiento de estar en ascuas en una sala de espera, aguardando por noticias luego de que Daniel fuera internado otra vez en el hospital no se comparaba con la culpa por su participación en las circunstancias.

En lo que esperaban juntos por los resultados de los exámenes en busca de alguna causa subyacente a la intensa fiebre que le sobrevino a Daniel poco después del accidente, cuando conducían con él al hospital, Charis no cesó de pasearse. Jesse permaneció inmóvil a mitad de largo corredor oscuro, con la espalda apoyada contra la pared y las manos tras la misma, firmemente entrelazadas.

De vez en cuando, algún miembro del personal atravesaba el pasillo, pero el resto del tiempo estaba desierto, y el silencio empezaba a abrumarla otra vez.

Charis se detuvo en su paseo y levantó la cabeza para mirar a Jesse. Al hacerlo, recordó que también tenía un asunto pendiente con él, y se armó de valor con un respiro.

—Lo siento... por todo esto —se disculpó—. No debiste verte involucrado.

Por el rabillo del ojo le vio mover la cabeza y tocarse el cuello.

—Descuida...

Entonces, de soslayo, Charis advirtió sobre la blancura imposible de su piel, el contraste del color rojo brillante de una salpicadura que no había notado.

—¿Qué es eso? —se acercó para ver mejor, y atrapó su hombro cuando él hizo el intento de apartarse.

Y la culpa la atacó nuevamente. Él tenía dos rasguños a mitad del cuello, y otro más en el costado de la mano con que hacía el afán de cubrirse. Revivió la imagen de los fragmentos de vidrio roto cayendo sobre los hombros de Jesse como una cascada, y aquellos desperdigados por el suelo.

Charis alcanzó su mano y revisó su muñeca. La sangre parecía haber remitido, pero los puños percudidos de su ropa estaban manchados. No supo decir cuanta de esa sangre le pertenecía a él, y qué proporción de la misma pertenecía a Daniel, del momento en que Jesse había atendido su hemorragia en el estacionamiento, ejerciendo presión sobre la zona con un paño de cocina que un vecino les facilitó.

La imagen estremeció su estómago y ella sacudió la cabeza.

Empezó a rebuscar en su bolso en busca de un paquete de toallas de bebé que siempre llevaba consigo para limpiarse el rostro o refrescarse.

—Ven —lo llamó con ella hacia los asientos del corredor.

Viendo que no se movía, Charis enroscó los dedos alrededor de la muñeca sana y lo guio hasta una silla, sentándose a su lado.

Jesse hizo por apartarse apenas advertir sus intenciones:

—No... Espera-... No es necesario que-...

Pero sin necesitar su venia, Charis se apoderó de su brazo y lo giró bajo la luz opaca del techo en busca de esquirlas de vidrio que tuviera que remover. Por suerte no había ninguna. Y los rasguños de su cuello no eran más que eso, por lo que el corte de su mano parecía más urgente.

Limpió con cuidado los alrededores de la herida. Su piel estaba demasiado fría, pero al menos sabía que eso no implicaba nada alarmante, como en el caso de Daniel. Sencillamente estaba frío como cada vez que lo había tocado.

Libre de la sangre desecada, el corte lucía mucho menos dramático, aunque no por eso menos profundo y doloroso. Y Charis comprobó que lo era en cuanto pasó la toalla con demasiada fuerza y Jesse emitió un siseo, retirando la mano por reflejo.

—Lo siento —le dijo Charis, y volvió a reclamarla con más cuidado.

Tras terminar con su muñeca, le hizo girar el rostro para exponer los rasguños de su cuello y se armó de otra toalla limpia, la cual empleó con mayor cautela en esa área.

Jesse se portó dócil durante todo el proceso, aunque Charis no obvió el modo en que tensaba los hombros.

—Relájate. No te voy a morder, Torrance —le dijo, con mordacidad.

La piel alrededor de los cortes estaba enrojecida y tierna, algo caliente al tacto. De cerca, el violeta azulado de sus venas trazaba líneas tenues por su cuello y el costado de su rostro, y pensó que era natural que una piel así de fina fuera en extremo delicada.

—Mira lo que te pasó por meterte donde no debías —exhaló—. A ambos. Batman y Robin... Los dos deberían dedicarse a luchar contra el crimen.

Jesse no se rio de su broma, pero Charis admitió que era bastante mala. Tras unos segundos, aún ocupada en su faena, suspiró agobiada.

—Odio la imagen que debes tener de mí. La chica inútil a la que hay que rescatar todo el tiempo... No quiero serlo. Nunca lo he sido. Es solo que tú-... Parece que siempre estás cerca cuando ocurre el desastre.

—Lo siento...

—No lo hagas. No he dicho que sea tu culpa. ¿Cómo reaccionaste tan rápido? ¿Cómo supiste lo que pasaría?

El suave movimiento de su cuello le indicó el momento exacto en que Jesse tragó saliva e inhaló un aliento para hablar.

—Vi a ese hombre por fuera de la ventana. Y... vi que sostenía algo en la mano. Cuando la levantó... no fue difícil imaginar lo que pretendía.

Charis suspiró, culpable.

—¿Esto es todo? —preguntó, al acabar de limpiarle los cortes.

Quiso comprobar si tenía otros antes de dar por acabada su tarea, e hizo por apartarle una porción del pelo que escondía su cuello para mirar un poco más arriba. Por la forma terca en que se le disparaba, hubiese esperado que su cabello fuera hirsuto y grueso, pero le sorprendió lo delgado y suave que era al tacto.

No obstante, Jesse se movió abruptamente lejos de ella, y cubrió la zona con su mano en un ademán nervioso.

—E-es todo —murmuró—. Gra-... Gracias.

Ella entornó los ojos perpleja, pero al final decidió no cuestionarlo. No necesitaba más motivos para dudar de él. No cuando apenas empezaban a construir algo parecido a la mutua tolerancia.

—No hagas de nuevo algo tan idiota —le dijo, mientras enrollaba las toallas sucias, que luego tiró al papelero junto a los asientos—. Podrían haberte partido la cabeza. Si al menos hubiera sido mi cabeza no me sentiría culpable. Después de todo, él es-... —Cortó lo que iba a decir y exhaló, irresoluta—. El hombre que arrojó la piedra se llama Mason. Es... mi hermano mayor.

No podía saber si él esperaba por más detalles. Sus silencios eran tan habituales que no había una sola forma en que pudieran ser interpretados.

Constituía la mayor parte del lenguaje de aquel muchacho inquietante.

—Lo sé —dijo él, finalmente.

—¿Daniel me delató?

Jesse negó:

—No. Fue el... cabello rojo.

Desde luego, aquel era un detalle importante. Charis bufó.

Antes de que tuviera que explicarse, escucharon pasos por el pasillo y levantaron la vista al unísono en la dirección de las pisadas. El doctor que había atendido a Daniel la primera vez —Earl Decker, un hombre en sus cincuenta, de barba gris, calva incipiente y lentes cuadrados— se acercaba pausadamente.

Los dos fueron a encontrarlo a medio camino.

—Torrance, y la señorita Cooper. —Ya era un recibimiento habitual—. Daniel está estable ahora. Pero, como me temía, los resultados de sus pruebas muestran indicios de una infección. La integridad de la piel ya estaba comprometida, y a eso se debió la dehiscencia de la incisión y la fiebre. Es una fortuna que hayan regresado por otras circunstancias, pues parece ser un caso asintomático, y hubiese podido agravarse muy fácilmente sin detección. Hará falta una exploración más profunda, así como una evaluación de la integridad de la piel para ver si resistirá otra sutura, o si es mejor buscar otra alternativa. Lo importante ahora es paliar la infección, y descartar una evisceración.

Charis se puso en alerta. No estaba familiarizada con el término, pero la palabra le resultó alarmante en sí misma.

—¿Quiere decir...?

—Una salida del contenido visceral a través de la incisión —aseveró Jesse, y ella se estremeció intensamente. Era tan malo como sonaba.

—Los riesgos no son altos, puesto que la incisión es relativamente pequeña y el tejido más profundo parece estar cerrando bien —apuntilló el doctor—. En todo caso es mejor asegurarnos. Por lo demás, es recomendable que pase la noche en observación para mantener controlado el foco de infección.

Charis exhaló pesadamente. Una semana de cuidados, para nada... Estaban de regreso en el mismo punto.

El doctor se retiró sin decirles nada más de momento, dejando atrás dos rostros preocupados.

Charis viró para mirar a Jesse. Este tenía una expresión somnolienta, e intuyó que había trabajado toda la noche anterior, y que probablemente a esas alturas ya estaba exhausto.

—Ve a casa, yo me encargo a partir de aquí. Te escribiré si pasa algo.

—Descuida...

—Te estás durmiendo de pie, Torrance, obedece.

Convencerlo fue más fácil de lo que ella se hubiese esperado. Aquel contuvo un bostezo contra el dorso de su mano, acompañado de un largo pestañeo, y dio una cabeceada.

—De acuerdo...

No obstante, antes de que se fuera, Charis lo detuvo nuevamente.

—No has comido nada hoy, ¿verdad? —No necesitó una respuesta; bastó la expresión culpable en su rostro, como si aquello constituyera una ofensa para los demás y no para sí mismo y su salud en juego—. Prométeme que comerás algo de camino.

En esta ocasión, una emoción distinta asomó a sus facciones. Algo que Charis identificó como bochorno.

—Es que... —Selló de modo abrupto los labios.

—¿Qué? —lo instó ella— ¿Qué pasa?

—No... tengo dinero.

Charis rodó los ojos, exhalando un resoplido y abrió su bolso:

—Yo invito...

—Charis —la frenó él—. No. Desde luego que no...

Hizo por marcharse otra vez, pero ella volvió a atenazar su antebrazo para retenerlo. Él se paralizó al acto.

—No seas modesto, Torrance, me lo puedes devolver después si quieres.

—Cocinaré algo en casa.

—Excepto que no cocinas, ¿verdad? Lo sospeché el otro día, cuando Daniel se burló de ti. Además, no estarías tan flacucho si lo hicieras.

Él se calló inerme, y emitió un suspiro.

—Prométeme que comerás, o se lo diré a Daniel.

Dicho aquello, Charis le extendió diez dólares. Jesse soltó un suspiro agobiado y observó culpable el dinero en su mano:

—No puedo aceptarlo. Es que-...

—¡Por dios, si eres dramático! ¡Ya te dije que me los puedes devolver después! con intereses, si quieres; cuanto mejor para mí, pero lo que es ahora, ¡solo toma el maldito dinero y cómete un estúpido «hot dog»!

Jesse la contempló unos instantes, absorto. No tuvo más opción que tomar el dinero de su mano. Lo hizo con cuidado, procurando no rozar sus dedos con los suyos. Charis no lo pasó por alto.

—Gracias —susurró, casi inaudiblemente—. Si lo ves, dile a Dan que...

—Sí, sí. Saludos, buenos deseos, prosperidad... En tu nombre. Vete ahora. Come algo y ve directo a casa. ¡A dormir! —reiteró.

Después de que la menuda figura de Jesse desapareciera al final del pasillo, Charis vació los pulmones en un arduo suspiro y se sentó a esperar, procurando no pensar en que se había quedado sola allí. Empezaba a tolerarlo mejor cada vez. En lugar de eso se cuestionó cuál sería el mejor momento para confrontar a Mason, pero determinó que necesitaba recobrar fuerzas antes siquiera de pensar en decidirlo. Estaba exhausta; drenada de toda la energía que tenía para esa semana.

Cruzó los tobillos bajo su asiento. Entonces, sintió su pie chocar con algo y emitir un tintineo. Imaginó que había tirado sus llaves y su primer impulso fue recogerlas del piso.

Tuvo razón a medias. En efecto, eran llaves; pero no las suyas. El llavero tenía la sonriente cara de «Jack Skellington».

—Mierda... —masculló Charis, y echó la cabeza hacia atrás, exasperada— ¡Mierda!

Afuera empezaba a lloviznar, así que Charis apuró sus pasos por el aparcamiento para ir a refugiarse en su auto.

Antes de que pudiera arrancarlo para salir del hospital, un toque en su ventanilla la hizo dar un brinco. Del otro lado, un rostro conocido le sonreía.

—Doctor Conell —bajó el vidrio—. ¿Qué es esto, visita domiciliaria?

—¿Tan tarde por aquí? —le dijo Victor, para luego tornarse algo más serio—. ¿El estado de Dan empeoró?

Charis se mordió los labios, esperando que no se notase en su rostro todo lo que había detrás de la respuesta a esa simple pregunta.

—Alguna que otra complicación... pero nada muy serio. ¿Qué tal todo? ¿Jornada nocturna?

—Mis favoritas —ironizó Victor.

—¿Mucho trabajo?

—Podría decirse. Te contaría sobre ellas, pero ya tengo que empezar mi turno. Quizá... en otra ocasión —dijo tentativo—, en un lugar más agradable.

Charis enarcó una ceja:

—¿Ah sí? ¿Y tienes algo en mente?

—Hay un café al que me encanta ir.

Charis distendió una sonrisa suspicaz:

—Ingenioso, doctor. Me veo tentada a aceptar, solo porque eso fue original.

—¿Sólo por eso? —la indagó él, y luego movió la cabeza con una suave risa—. No tienes que darme ahora una respuesta. En cuanto lo pienses, ya sabes dónde encontrarme.

—Tengo una mejor idea —dijo ella antes de cerrar la ventanilla y bajar del auto. Sacó su móvil de su bolso y se lo extendió a Victor—. Déjame tu número. No quiero tener que pedir una cita. Al menos... no una de ese tipo. —Un impulso la llevó a guiñar un ojo, y Victor sonrió de una forma. Esta vez, parecía gratamente sorprendido.

Recibió el móvil, y anotó rápidamente su número, antes de entregárselo de vuelta. Charis le marcó al instante, y dejó una llamada perdida en su registro, para que pudiera guardarlo.

—Buenas noches. —Y antes de cerrar su ventanilla, le dedicó un gesto con la mano, que él respondió con una sonrisa, antes de que su rostro desapareciera detrás del cristal esmerilado por la lluvia intermitente.

https://youtu.be/VEtEcsx1qJA

Mientras conducía por las proximidades, pensó que no tenía derecho a juzgar a Torrance, considerando que ella perdía sus cosas todo el tiempo. Tampoco era que le molestase conducir un poco en auto. Era la idea de hacerlo en la oscuridad y con la amenaza de la lluvia lo que no le agradaba en lo absoluto. ¿Por qué tenía que perseguir todo el tiempo a Torrance bajo condiciones hostiles?

No tardó en hallarlo por el camino a su casa, en un pequeño parque cercano al Saint John. Caía una ligera llovizna, de manera que no había mucha gente en las calles; aunque no le costaría reconocer su delgadísima silueta o su cabello negro alborotado en una multitud.

Aguardaba de pie junto a un carrito de comida. Charis esbozó una sonrisa, satisfecha. Poco después, el vendedor del carro le dio una bolsa de papel que él recibió y pagó. Y conforme con eso, Charis puso el motor en marcha para acercarse e interceptarlo. No obstante, lo que vio a continuación provocó que se quedase con la mano en torno a la palanca de cambio del auto, sin arrancarlo.

Jesse Torrance se desvió de su camino y fue hasta una banca en la que reposaban dos personas ovilladas a las que Charis no había visto hasta ese momento. Estaban ambas pobremente ataviadas con harapos sucios, y encogidas sobre sí mismas, presa del frío acerbo de la tarde.

Se trataba de una pareja de ancianos; a quienes Jesse entregó la bolsa que acababa de recibir.

Vio a la mujer, a la cual identificó solo por el viejo gorro rojo tejido con flores, extender una mano nudosa y atrapar la de Jesse para acariciarla en las suyas en agradecimiento. Libre de su mano, este se quitó la chaqueta y la dejó sobre los delgados hombros de la temblorosa anciana.

Solo entonces, se marchó, perdiéndose en la oscuridad que empezaba a devorar lentamente las calles, apenas cohibida por las luces amarillentas de las farolas que empezaban a encenderse por el parque.

Charis volvió su atención a la pareja de ancianos. Del interior de la bolsa sacaron cada uno un sándwich y un vaso de plástico de algo que humeaba.

Todavía en el mismo sitio, con la mano sobre la palanca de cambio, se mordió los labios en el intento de controlar el temblor que hizo por sacudirlos, y se llevó una mano a la cabeza, revolviéndose el pelo.

Al levantar la vista, el muchacho ya había desaparecido otra vez.

A solas en la oscuridad de su automóvil, Charis dejó salir un pesado suspiro.

—¿Quién eres realmente, Jesse Torrance?

No le tomó mucho tiempo volver a encontrarlo y alcanzarlo en el auto, solo siguiendo el camino que sabía que le llevaría hasta su casa.

Y cuando tocó la bocina, le hizo dar un brinco a causa de la sorpresa, tras el cual se paralizó en medio de la acera, a medio virar en su dirección.

Charis se detuvo junto a él y bajó la ventanilla del copiloto.

—¿En dónde está tu chaqueta, Torrance?

Él titubeó.

—No la tenía.

—Sí la tenías. Te vi con ella.

—Debí... dejarla en el hospital.

Charis sacó entonces las llaves de su bolsillo y la sacudió junto a su rostro para mostrárselas.

—No fue lo único. ¿Perdiste algo más hoy, Torrance?

Él se llevó por reflejo una mano al bolsillo de los pantalones, como si no estuviese viendo el llavero frente a sus ojos, y luego exhaló un hondo suspiro.

—Lo siento... Te hice venir hasta aquí.

Al momento de alargar la mano para tomarla, Charis la retiró de su alcance.

—Primero sube, o no te daré las llaves.

—Charis...

—Sube, Torrance. De otro modo me habrás hecho gastar gasolina y venir hasta aquí dejando a Daniel por nada. ¿Quieres ser así de descortés conmigo?

Lo vio apretar los labios un instante antes de exhalar, derrotado, y abrir la puerta para subir.

—Buen chico.

Ya no le quedaban dudas. De manera insospechada, había hallado la forma infalible de lidiar con él. Charis se aseguró de poner el seguro a la puerta y encendió el motor. Aquel le sostenía aún la mirada, probablemente en espera de que ella cumpliera su parte. Sus cejas se elevaron con sorpresa cuando el vehículo empezó a moverse.

—Tomo tus llaves como rehenes. Sí —se apresuró antes de que él dijese nada, aunque dudaba que fuese a hacerlo—, soy así de psicópata. Me aseguraré yo misma de que comas algo primero.

—Puedes... dejarme en cualquier recinto. Y después... volver con Daniel.

Por el rabillo del ojo, Charis le vio encogerse en su lugar al decir aquello.

—¿Y para qué? —interpeló ella— ¿Vas a esperar dentro a que me vaya y luego te irás sin comer nada porque no tienes dinero? —Aquel apartó la vista de la ventanilla para mirarla con las cejas en alto otra vez—. Vi lo que hiciste, Torrance —le espetó ella. Pero luego, su voz se atenuó—. Te... estaba observando. También sé lo que pasó con tu chaqueta.

Jesse permaneció mudo, cada vez más empequeñecido en su lugar.

—Aún... te devolveré el dinero.

—Sé que lo harás. Eres honesto; ese no es el problema —Charis dejó escapar una suave exhalación—. Lo que hiciste fue... —Torció una sonrisa en cuanto él volvió a paralizarse, expectante—. Tranquilo, no te voy a regañar por ello. Lo que hiciste... fue muy dulce —reconoció—. Solo me gustaría saber... ¿por qué?

—Lo necesitaban más que yo. Hace frío, y ellos-... S-su edad...

Charis asintió. Dejó salir el aire lenta y suavemente por la nariz al momento de volver la vista al frente.

—Vendrás conmigo.

—¿A dónde?

—Calla y disfruta del paseo.

https://youtu.be/W2ZlTNiLloU

El calor dentro del pequeño restaurante, junto con los colores cálidos de las paredes, pisos y muebles, y los aromas invitadores, hacían olvidar que afuera el invierno se iba volviendo cada día más crudo. Sonaba música suave de piano desde algún lugar del recinto.

Charis miró su carta y le acercó la suya a Jesse, deslizándola por la mesa.

—Pide lo que quieras, pero te advierto que no permitiré que pagues.

—No puedo hacer eso...

—Imagina que soy el karma dándote tu recompensa. Si no eliges, lo haré por ti con riesgo a equivocarme, y tendrás que comerte algo que no te gusta, porque no te daré tus llaves hasta que lo hagas. Y no imagino que quieras pasar por el fatídico proceso de conseguir una copia cuando tienes la tuya aquí en frente, ¿o sí? Además, perderías tu llavero para siempre. —Lo balanceó en su mano para molestarlo—. Es lindo. Quizá se lo regale a mi amiga...

Percibió que la mirada de Jesse sobre ella cambió ligeramente. Ahora parecía ceñudo.

—Soy un monstruo; lo sé. —Se encogió de hombros, halagada—. No me importa serlo, cuando no me dejan alternativa.

Él dejó ir una suave exhalación, quitándole la mirada.

—No pienso que lo seas...

—Y yo fingiré que te creo. ¿Vas a pedir algo entonces, o lo hago por ti?

—Lo que tú comas... está bien.

—No dije que fuera a comer.

—Lo harás —zanjó él, y a Charis abrió los ojos, desconcertada por la firmeza en su voz—. Tú tampoco has comido nada. Es... mi condición.

Charis distendió una sonrisa, divertida a la vez que sorprendida. Dejó reposar su mejilla contra los nudillos de la mano de su brazo acodado sobre la mesa, en la que aún balanceaba el llavero.

—De acuerdo, es justo. —Levantó la carta frente a su rostro—. Creo que pediré pasta.

—Pasta está bien...

—¿Tortellinis de queso?

—Seguro...

Una vez hubieron ordenado, no pasó mucho tiempo antes de que la camarera regresara con su orden y pusiera frente a cada uno un plato de pasta humeante, rebosante de salsa boloñesa.

Charis percibió el retortijón de sus tripas en cuanto su nariz captó el aroma del tomate y la carne, y se apresuró a ensartar un bocado y probarlo. Lo saboreó gustosa, emitiendo un suave sonido de aprobación.

—La salsa no es como la de Dan —dijo al probarla—... pero está buena.

Frente a ella, Jesse movió los bocados en el plato sin comer nada. Lo hizo solo cuando ella comenzó a taladrarlo con la mirada.

—Tenemos toda la noche, Torrance —le advirtió—. Te dejaré en casa cuando termines. No es negociable.

—No tienes que-...

—No, ya sé que no tengo que hacer nada de esto —se exasperó, empezando a perder la paciencia—. Pero a mí tampoco me gusta estar en deuda con las personas. No tenías nada que ver en mis asuntos familiares. Nunca hubiese querido que nadie más acabara metido en mis problemas; Daniel o tú menos que nadie.

Él la escuchó atentamente. Tras un rato, se llevó el tenedor a la boca y masticó de forma pausada mientras la escuchaba.

—Pero aquí estamos, al fin y al cabo. Y vas a tener que dejarme hacer esto, porque es lo único en lo que puedo pensar de momento, ¿está claro?

Jesse dio una lenta cabeceada sin mirarla, sorprendentemente conforme, y pinchó otro bocado.

Charis puso especial atención en el modo en que manejaba los cubiertos. Incluso a la hora de comer empleaba modales que no se hubiese imaginado que alguien como él poseyera. No lo había notado antes.

https://youtu.be/cct69M2gmuo

Al momento de reanudar con su propia comida, empezó a reflexionar qué decir. Supuso que además de la invitación a comer, todavía le debía una explicación, y ya no esta tan reacia a tocar el tema.

—Antes te dije que no quería hablar de eso... pero lo justo es que lo sepas —resolvió, y procedió a sincerarse—. Mi familia y yo nunca nos hemos llevado bien. Por eso dejé Sansnom. Cuando regresé, intenté ver a mi padre, pero no le importó un carajo. —Dejó salir una risa triste, bajando la vista a su plato—. Antes de eso... encontré a Mason, borracho en una esquina. Supe que tiene una familia; tres hijos... No voy a justificar sus acciones; es un padre terrible, un esposo de mierda y un hermano todavía peor. He estado prestándole dinero, y la única razón es para ayudar a mis sobrinos... Hasta que decidí ya no hacerlo. —Finalizó su relato con un arduo suspiro—. Y así resultó.

Jesse la observaba atento otra vez. Había cesado de comer, igual que ella.

—¿Y bien? —inquirió Charis—. ¿No me vas a decir que lo denuncie? ya lo he escuchado de Daniel miles de veces; podría escucharlo de ti, para variar, y quizá... una segunda opinión me haga entrar en razón.

Él bajó el rostro y removió los anillos de pasta en su plato.

—Yo no... puedo decirte qué hacer.

Ella hizo lo mismo en el suyo y pinchó bocado sin mucho apetito.

—Como sea. No imagino... que tu familia sea tan complicada.

Charis se arrepintió de lo que había dicho al instante, en cuanto Jesse bajo el tenedor y lo dejó sobre la mesa.

—Lo siento —exhaló ella—. No debí-...

—Está bien. Es... por esa razón —añadió, al volumen de murmullos—... que yo no puedo decirte qué hacer.

Jesse echó un breve vistazo alrededor. Seguían estando solos en el restaurant. Él se quitó los lentes, salpicados de algunas gotas de llovizna en un extremo, y se hizo con una servilleta se papel para limpiarlos. La visión de sus ojos no la desconcertó menos que las veces anteriores. Se distrajo en ellos por algunos instantes, en lo que hacía conjeturas.

La respuesta parecía ser obvia; pero con Jesse nada nunca era obvio.

—¿Problemas con tu familia? —continuó comiendo, con la esperanza de que si la conversación mantenía un tono casual, estuviera dispuesto a revelar más detalles.

Su mirada ámbar se opacó, llena de extrañas sombras. Charis lo contempló discretamente, con el corazón apretujado por lo que le transmitió solo con ese sutil gesto. Aquel muchacho tan frío y distante... detrás de aquellos lentes resultó tener los ojos más expresivos que había visto nunca.

Jesse se tomó algunos segundos para componerse:

—Ya no.

Y solo con esas dos palabras, Charis pudo hacerse una idea de cuál era su situación. Intuyó que él se había alejado en algún punto de las personas que le complicaban la vida. Al igual que ella.

Solo que él había mantenido ese pacto intacto hasta hora, por su propia salud mental. A diferencia de ella...

Al fin y al cabo, sostenía sus suposiciones. Los dos eran como el blanco y el negro.

—En fin, hablemos de otra cosa. —Disgregó ella, sin querer presionar más su suerte—. Antes... no tuve la oportunidad de-... —Se mordió los labios por algunos instantes—. Yo quería... darte las gracias.

Él se detuvo en el afán de ponerse de nuevo los lentes, y sus manos bajaron con estos hasta depositarlos de nuevo en la mesa, mirándola fijo.

—... ¿Por qué?

—Para empezar, por todo lo que hiciste en el elevador. Por ayudar a calmarme y por sacarnos de allí. Si hubiese estado por mi cuenta... no hubiese sabido qué hacer. Y hoy... evitaste que saliera herida.

Jesse soltó el aliento suavemente por la nariz.

—No fue nada...

—Eres demasiado modesto. —Charis puso la vista en la ventana, al cielo grisáceo—. Deberías darte más crédito. Eso no es todo.

Se tomó algunos instantes para formular lo que quería decir. Frente a ella, Jesse todavía esperaba. Algunas gotas diminutas de lluvia comenzaron a repicar sobre el vidrio del recinto. Charis pensó que lo mejor sería apresurarse antes de que se pusiera a llover más fuerte.

—Siento que —comenzó—... Bueno, en realidad es un hecho que... tú y yo-... —Inhaló un sonoro aliento para poder continuar—. Mira, sé que no empezamos precisamente con el pie derecho; es decir... yo choqué contigo, y tú me provocaste un trauma de por vida.

Intentó reír de su propia broma, pero no consiguió sino emitir un ruido tenso. Jesse pareció más avergonzado que divertido.

—En fin, me di cuenta de que nada de lo que pasó fue tu culpa. O mía; o eso quiero creer. Y no es demasiado tarde, ¿sabes? A lo que me refiero es-... —Respiró para recomponerse—. Tal vez no tengamos absolutamente nada en común. Pero Daniel... es amigo de los dos. Y hemos conseguido llevarnos bien en estos días. Quizá no sea imposible. A partir de ahora... ¿qué te parece... intentar mantenerlo así?

No tuvo respuesta; solo silencio. Se apresuró a hablar, incomodada por la falta de reacción.

—No tenemos que ser amigos. En lo absoluto. Es decir... seamos sinceros, ¿sí? Sé que tú me detestas, y-...

—Yo no te-...

—... y sabes que tú no me caes particularmente bien a mí.

—Sí... de hecho, ya lo-...

—¡Pues bien! —zanjó ella, sin dejarle continuar—, vamos a tolerarnos a partir de ahora, ¿de acuerdo? Por Daniel... ¿sí?

Hubo otra pausa. Charis se tensó en su asiento. Cuando levantó el rostro de sus manos nerviosas haciendo ademanes, para mirar a Jesse, este tenía la vista puesta en la ventana.

Finalmente, aquel volteó ligeramente el rostro en su dirección y asintió.

—Sí —musitó él—. Por Dan.

Charis hizo entonces algo de lo cual se arrepintió al acto, pero de lo que no desistió, aun cuando reparó en las implicancias: le extendió la mano.

Y al cabo de un momento, la mano fría de Jesse se la estrechó. Y, por una vez, no le provocó ningún rechazo.

Sin que se diera cuenta, el horario de visita del hospital se le pasó por completo, así que Charis determinó volver a casa a hacerse cargo del desastre para regresar al día siguiente, cuando Daniel estuviera despierto y se encontrara mejor. Tanto para averiguar sobre su estado, como para poder disculparse con él por todo lo que había dicho.

Lo primero era hablar con la casera. Rendir cuentas por el vidrio roto y el escándalo; dar las debidas explicaciones y tomar responsabilidad. Después... buscar la manera de sacar y llevarse todas sus cosas cuando le pusieran de patitas en la calle.

Resolvió que estaba sacando las cosas de proporciones. Aún si la señora Morrison llegaba a la determinación de correrla del edificio, le daría un plazo; no podía sencillamente negarle la entrada... ¿o sí?

Como fuera, eventualmente tendría que pasar de nuevo por ese agobiante proceso. Empacar todo, buscar un sitio, hacer otro contrato, trasladar sus cosas, encontrar una nueva ruta a su trabajo... Y, lo que más lamentaba, estar lejos de Daniel. Estaba tan acostumbrada a su vida en ese sitio, y tener a su mejor amigo en el edificio de enfrente.

Cuando llegó, el edificio estaba particularmente silencioso. Parecía que no había un alma en el estacionamiento y aquello en parte la tranquilizó, aunque al mismo tiempo se sintió como una presa en campo abierto.

La amenaza que suponía su hermano por los alrededores era otro motivo para estar asustada, sobre todo porque ya no se veía capaz de volver a confiar en Mason. Ya no habría forma en que volviera a sentirse segura tratando con alguien que no había dudado en lanzarle una roca a la cabeza a través de un cristal, por mucho que fuera su hermano; del que, estaba segura, ya no quedaba rastro del confidente al que tanto quiso en su juventud.

Lamentaba asimismo la pérdida de su libertad para visitar a sus sobrinos, pero se dijo que encontraría la forma de seguir ayudándolos a ellos. Marla no sería tan poco razonable como Mason; entre las dos podían hallar una solución.

Charis entró en el estacionamiento, se bajó a cerrar la reja, y luego aparcó en el sitio de siempre. Su primer miedo cobró forma en cuanto, al bajar de su auto y aproximarse a las escaleras, se encontró con una persona de pie en la oscuridad a cierta distancia.

Casi dio un brinco del susto, pero se fijó en que la figura era menuda y anciana. Era la casera. Tuvo que armarse de valor con un suspiro.

https://youtu.be/buwfFvVUGpg

—Señora Morrison... Buenas noches.

—¿Cómo está Daniel? —preguntó ella, al acto.

—Tendrá que pasar la noche en observación, pero está en buenas manos. —Determinó que no había por qué seguir fingiendo que nada ocurría, y viró el cuarto de vuelta restante para darle del todo la cara a la casera—. Ya sé lo que va a decirme, y no tiene idea de cuánto...

—Solo quiero que sepa, señorita Cooper —la cortó ella al acto. De la dulce y amable señora Morrison no quedaba rastro— que esperaba haber llegado a alguna clase de acuerdo la otra noche, cuando le advertí acerca de esto. —Sintió una corriente fría bajar por su espalda—. Este siempre ha sido un barrio tranquilo, y me jacto de que mi edificio es un buen lugar para vivir. Una cosa es un hombre borracho llamando a la puerta de madrugada. Pero otra muy diferente es un cristal destrozado y una pelea a los puños en el estacionamiento.

Charis la cabeza, con el rostro ardiendo de humillación.

—Sí. Lo siento...

—Confié en Daniel y le di el apartamento sin una entrevista previa y sin revisar sus antecedentes porque él ha sido un inquilino pacífico y responsable desde que empezó a vivir en el edificio. Francamente esperaba lo mismo de usted. Pero estoy profundamente defraudada por esto.

—Estoy muy avergonzada... Y tan desconcertada como usted.

Se hizo un silencio largo entre las dos. Todavía lloviznaba un poco. La señora Morrison exhaló un suspiro grave y pesado.

—De haber sabido que esto pasaría, no la hubiese aceptado aquí. Ahora no sé cómo actuar al respecto, si no es cortar por lo sano.

Charis asintió con los labios apretados, sin atreverse a mirarla. Tenía las manos tan frías que le dolieron y sus dedos estaban entumecidos.

—¿Podría darme un plazo? —musitó suavemente—. No tengo a nadie. A nadie en la ciudad... salvo a Daniel. No tengo a dónde ir en este preciso momento. Una semana. Un par de días al menos...

La señora Morrison no respondió, y Charis aguardó sin apresurarla, solo esperando una resolución piadosa.

—Considere lo de la última vez como una advertencia —dijo finalmente la casera—. Esta noche, se trata de un ultimátum.

Charis levantó de golpe la cabeza para mirarla. Se sintió como una niña escarmentada frente a ella, pero no pudo hallar en su corazón las palabras para agradecerle por esa última oportunidad.

La señora Morrison no le dio tiempo de nada antes de proseguir:

—En cuanto a la ventana rota...

—¡Remplazaré el cristal! Mañana mismo buscaré la manera. El lunes a más tardar estarán poniendo uno nuevo. Se lo juro.

—Me tranquiliza saberlo. Y lo de ese hombre...

—Me encargaré de eso también.

La señora Morrison respiró. No había recuperado aún su característica sonrisa de pómulos rosados, pero al menos ya no lucía tan enfadada.

—En ese caso... buenas noches, señorita Cooper.

—Gracias. Gracias, señora Morrison —farfulló ella—. No sabe cuánto se lo agradezco. No la defraudaré otra vez.

No obstante, sabía que la amabilidad de las personas a su alrededor no iba a ser permanente. Esta noche había tenido demasiada suerte. Pero iba a tener que encontrar pronto la manera de lidiar con Mason.

Conforme avanzaba la semana, el tiempo que Daniel hubo de permanecer hospitalizado con tratamiento antibiótico tras confirmarse una infección, las cosas volvieron lentamente a la normalidad.

Charis pagó para remplazar el cristal roto, lo cual se llevó una dolorosa tajada de su sueldo del mes anterior. A pesar de ello, parte de su tranquilidad regresó con la ausencia de su hermano en su vida, aunque eso trajo con ello otra dolorosa consecuencia.

Evitó la casa de Marla a sabiendas de que ser sorprendida allí no solo despertaría la ira de Mason, sino que probablemente fueran su esposa y los niños quienes pagasen los platos rotos; no obstante, no pudo abstenerse de llamarla al final de semana para saber sobre ellos.

La primera llamada no entró. La línea no conectaba. ¿Qué haría si ya no era bienvenida con ellos? ¿Significaría que la última vez que había visto a sus sobrinos era en serio la última en la vida?

Sacudió la cabeza con fuerza. No estaba dispuesta a aceptarlo. Ya había sacado a mucha gente de su vida por su poca voluntad para luchar por ellos; no quería hacerlo otra vez. Volvió a marcar el número de Marla y esperó, mordiéndose las uñas.

La llamada estaba tardando otra vez en conectar. ¿Y si Mason estaba allí y era la razón por la que Marla no le contestaba? ¿Y si le traía problemas?

Resolvió llamar por la noche, cuando sabía que Mason no estaba. Sin embargo, antes de que pudiera cortar la llamada, del otro lado, escuchó la voz tan ansiada.

¿Hola?

—¡Marla!... ¡Hola! Yo-... Espera, primero que todo... ¿Mason está en casa?

Nunca está en casa —respondió su cuñada del otro lado, pero Charis no percibió hostilidad en su tono; incluso le pareció algo bromista y alargó una sonrisa—. Qué gusto me da escucharte... ¿Cómo estás, querida?

—Mason... te habrá contado lo que pasó. —A partir de ese punto no se vio capaz de mantener las apariencias—. Escucha, sé que puede haber sonado horrible, pero yo jamás quise que... ¡No es como te lo contó! ¡Aún si no quieres verme ni hablarme más, aún si las niñas me odian, yo continuaré...!

Escuchó a Marla suspirar del otro lado.

Conozco a tu hermano, Charis, he vivido con él por doce años. Sé cuándo me está mintiendo, y sé que no hiciste las cosas que dijo, ni le dijiste todo lo que nos dijo. Las niñas lo saben también; yo me aseguré de ello. No te odian, cariño; ellas te extrañan. Jordan también.

No sabía cuánto había estado conteniendo sus sentimientos sino hasta que sintió el cosquilleo tibio de una lágrima precipitarse por su mejilla, la cual limpió rápidamente, como si Marla pudiera verla.

—Y yo los extraño... A los cuatro.

Charis percibió cierta irresolución, aún sin tener que mirarla.

Puedo pasarte a las niñas para que las saludes, pero... si quieres venir, sabes que nuestras puertas siempre estarán abiertas para ti.

—Pero... ¿Y qué pasa si Mason...?

—Al diablo con el idiota de Mason. No está en casa ni ayuda en ella. No lava un solo plato ni me ayuda con los niños. ¿Crees que tiene derecho a decidir quién entra o no en este lugar?

Charis se rio en un sollozo, y se sorbió penosamente la nariz.

—Diles a las niñas que elijan una película. Que su tía estará allí en una hora.

El supermercado más próximo cerraba sus puertas a las nueve treinta de la noche, por lo que Charis se apresuró en salir en su auto antes de que se hiciera tarde. Compró comida suficiente para llenar la despensa de su cuñada por una semana con lo que le quedaba de dinero, y otra parte en artículos de higiene para la casa. Salió de allí casi a punto de que cerrasen y aceleró hasta llegar al edificio, siempre cautelosa, mirando por los alrededores por si veía a su hermano.

En cuanto llegó al final de las escaleras y tocó la puerta, Kim y Jordan ya la esperaban allí y se arrojaron a abrazarla entre gritos alegres y risas llorosas, Kim por la cintura y Jordan por una de las piernas. Charis dejó caer las bolsas que llevaba en el piso y se agachó a la altura suficiente para poder alcanzarlos a ambos, y estrecharlos también con todas sus fuerzas. En la puerta, Dina dudaba sin saber qué hacer, hasta que Charis le extendió una mano, y, luego de una vacilación, la chica la tomó y vino a encontrarla con otro abrazo que casi los tumbó a los cuatro.

—¡Papá dijo que ya no podías venir! —le dijo Kim. Tenía el rostro surcado de lágrimas que Charis le limpió con la manga de su blusa.

—Será nuestro secreto, ¿de acuerdo? Para que yo pueda continuar viniendo, es mejor que su padre no sepa que estuve aquí.

Jamás se le hubiese pasado por la cabeza pedirles a los niños mentir por ella; pero de momento, era toda la alternativa que tenían. Y ellos lo sabían bien, pues aceptaron, y Marla no protestó.

Después de ver una película con sus sobrinos, comiendo frituras y golosinas, Charis se encargó de meterlos a la cama en lo que Marla lavaba los trastos sucios.

Jordan se durmió casi al instante y Dina se acostó por su cuenta, así que Kim fue la última. Charis la arropó en la cama de abajo de la litera que compartían ella y su hermana.

—Volverás, ¿verdad? —quiso saber la más pequeña de las niñas— No nos dejarás nunca más, ¿verdad?

El miedo que teñía la dulzura de la voz de su pequeña sobrina hizo que algo se estrujase en su pecho y Charis movió la cabeza:

—Nunca los dejaría, no te preocupes. Tu padre y yo solo tuvimos una pequeña discusión, y él está un poco enojado conmigo.

—¿Como cuando Dina se enoja conmigo y con Jordan?

—Exacto. Los hermanos discuten a veces... Nos pediremos disculpas en cuanto nos veamos, y todo se arreglará. —Se inclinó y besó la frente de Kim.

—¿No quieres quedarte a dormir?, puedes dormir conmigo. —Kim se movió en su pequeña cama y palpó el sitio vacío junto a ella—. Hay espacio suficiente.

Charis movió la cabeza, enternecida.

—Algún día me quedaré, pero hoy no traje pijama. No creo que los tuyos me queden, ¿o sí? —bromeó Charis, a lo que la niña asintió resignada. Entonces, le acomodó el cabello tras la oreja y se levantó de la cama para marcharse—. Que descansen los tres —les dijo, al momento de apagar la luz y salir.

https://youtu.be/3y3ZoakWs7o

Aceptó beberse un té con Marla antes de marcharse. La cocina estaba oscura, y el humo de las tazas bailaba en la penumbra como un espectro.

—Es terrible —dijo Marla, al terminar de oír su versión de los hechos—... Y encima de todo nos has traído víveres; después de lo que ese patán le hizo a tu apartamento y a tu amigo...

—Ustedes no tienen la culpa. No entiendo cómo una mujer tan dulce como tú terminó con el imbécil de mi hermano. Te mereces algo mucho mejor.

Marla suspiró y echó un vistazo de cansados ojos oscuros al pasillo que conducía a las habitaciones.

—Es el padre de mis hijos. ¿Qué haría yo sola? Aunque gasta mucho dinero en juego y en bebida, lo poco que trae es el único sustento de esta casa. Jordan está pequeño, ¿a quién le pagaría para que lo cuide y salir a trabajar si estuviera sola? No puedo pedirles a mis hijas que lo hagan, ellas deben estudiar; están pequeñas para cuidar de un hermano. No puedo depender de la caridad de otros toda la vida. Además, no tengo estudios, ni siquiera terminé la secundaria. ¿Quién me contrataría? —Marla acunó la taza entre sus manos envueltas por el viejo tejido de su suéter. Sus ojos entristecidos lucían más cansados que nunca—. A veces plancho y remiendo ropa para algunos vecinos, pero no es suficiente para mantener a tres niños. Y mi mamá vive en otro estado.

Charis se mordió los labios. No podía sencillamente decirle a la esposa de su hermano que lo abandonase. Era un poco más complicado que eso. Para Mason no sería nada; se libraría de su carga. Podría dedicarse a beber y jugar como le diera la gana. Marla tendría que lidiar con tres niños y consigo misma.

Estrujó la taza en su mano hasta sentir que le quemaron los dedos.

—Solo quiero que sepas... que si alguna vez tomas esa decisión, puedes contar conmigo. Encontraremos juntas una manera.

Aunque su vista estaba puesta en la taza de té, sintió sobre su mano la calidez de los dedos de su cuñada cuando esta se la estrujó.

—Gracias, cariño... Mason no sabe la suerte que tiene. Yo hubiese deseado, con toda el alma, haber tenido una hermana como tú.

https://youtu.be/zPndtvek_Jo

La noche en que conoció a Jesse Torrance, momentos después del incidente, nunca se hubiese imaginado que llegaría al punto de verle la cara cada día durante prácticamente dos semanas. Menos aún que lo toleraría de buena gana.

Por el contrario, agradecía contar con su presencia.

Daniel todavía no aparecía en la sala de espera. Debía llenar primero un par de formas, firmar el alta y recoger sus cosas antes de irse. Ellos solo estaban allí para llevarlo a casa.

En lo que esperaban, echó un vistazo a Jesse por el rabillo del ojo.

No había tenido demasiado tiempo de pensar en la propuesta de Victor durante toda esa semana; su cabeza estaba en todas partes menos allí, pero pensó que debía conocerlo. Al menos, mejor que ella, que lo había visto dos veces. Por otro lado, Victor no tenía una buena opinión de Jesse. Charis se preguntó si paralelamente la suya era igual de mala.

—Jesse. ¿Puedo preguntarte algo?

Lo percibió cambiar su semblante y ponerse enseguida nervioso. Charis rodó los ojos y suspiró:

—No es nada personal, no te preocupes. No tiene que ver contigo.

Solo entonces, él viró para mirarla.

—D-... dime.

—¿Qué piensas... de Victor Connell?

Espero algún tipo de vacilación, pero no obtuvo más que un breve silencio, seguido de una breve respuesta.

—Es un buen doctor.

Charis exhaló. No era exactamente lo que se había esperado...

—No; me refiero a... ¿qué opinas de él cómo persona?

—Es... ¿decente?

Como pensaba, parecía que Torrance no solo no era tan malo como ella había creído siempre; más bien... ahora pensaba que a veces era demasiado bueno.

—¿Es todo?

—No lo conozco demasiado. No es que pueda decirte mucho.

—Es solo que... Bueno, me esperaba algo diferente. Dan me ha dicho que se mete contigo. Pensé que tendrías una opinión algo menos halagadora de él.

Jesse lo consideró por unos segundos:

—Es... un idiota a veces, pero sólo conmigo. No creo... que eso lo haga una mala persona.

Charis dio una cabeceada paulatina. Le sorprendió su madurez.

—¿Sabes si es casado, o si tiene alguna relación con alguien?

—... No lo sé.

—¿No podrías...? No sé, ¿averiguarlo?

Él frunció el entrecejo antes de responder.

—N-... no creo que-... Bueno... creo... que debería... decírtelo él —titubeó.

Charis suspiró. Meditó su respuesta y encontró que había algo de razón en ella. ¿Por qué no preguntárselo ella misma? por otro lado, el creer que era algo tan sencillo de hacer, dejaba en claro lo poco que sabía el chico de los muertos acerca de ese tipo de cosas. O quizás las personas en general disfrutaban de complicarse en exceso la vida... A excepción de él.

—Debes estarte preguntando por qué quiero saberlo —suspiró.

—En... realidad no —contestó él, de manera tan franca que Charis se encontró luchando otra vez contra su deseo siempre latente de darle un golpe.

Exhaló sonoramente y sacudió la cabeza.

—Por supuesto... ¡No sé para qué te digo esto!

En ese momento, Daniel apareció en la puerta cargando una bolsa con su ropa sucia, vestido con una muda que Charis había recogido de su apartamento y había llevado para él al hospital.

—¿Me extrañaron?

—Dan... —Charis sonrió y salió en su encuentro, aliviada de verlo en pie.

Su color era el de siempre y lucía vivaz, aunque había perdido algo de peso. La semana extra había servido para que pudiera recuperarse por completo. Por lo demás, ya todo estaba hablado. Charis sabía que guardar rencor no estaba en la naturaleza de Daniel, así que todo el incidente ya se hallaba olvidado.

—Me dejarán ir en cuanto pague. —Daniel echó un vistazo al recibo que llevaba en la mano y dio un silbido—. Diría que los doctores son todos unos ladrones, pero... En fin. —Movió la cabeza, en lo que alcanzaba la chequera de su pantalón—. ¿Estaban peleándose otra vez? —quiso saber.

—Charis quería saber si Victor...

—¡To-Torrance! —lo cortó ella y atenazó su brazo— ¡¿Quieres acompañarme un momento?! Dan, paga tu recibo, estaremos afuera.

Charis condujo a Jesse a un extremo alejado de la sala de espera, apartados del mesón de recepción, sin soltar su brazo, y allí le plantó su peor cara.

—¡¿Ibas a contarle a Daniel lo que hablamos?!

—Él... preguntó.

—Sí, lo sé —lo cortó Charis, sacudiendo las manos—; lo oí, ¡pero no quiero que se lo digas! ¡Pensaba que quedaba entre nosotros!

Jesse torció el ángulo de su cabeza, y se le formó una arruga entre los cristales de los lentes.

—No me dijiste eso.

—Asumí que lo sabrías.

—No asumas que yo... asumo cosas —masculló él, con una vacilación.

—Desde luego que no... —Charis se llevó una palma a la frente a la vez que exhalaba con fuerza—. De acuerdo, te lo diré claramente la próxima vez, suponiendo que decida confiar de nuevo en ti después de esto. Pero en cuanto a lo que te pregunté y... lo que te pedí... Que se quede entre nosotros, ¿de acuerdo? No se lo digas a Daniel. Prométemelo.

Jesse se tomó algunos segundos antes de asentir con una cabeceada. Charis lamentó tener que pedirle guardar otro secreto de Daniel, pero no había remedio. Él dejó ir un suspiro y aceptó con una cabeceada.

—Lo prometo...

Charis notó que parecía debatirse en algo.

—¿Ahora qué pasa?

—¿En verdad... quieres que lo averigüe? Me refiero... a Victor.

Ella apretó los labios por un momento, tentada, pero finalmente negó.

—No... No, no quiero que lo hagas. Tienes razón, es estúpido que te lo haya pedido. Lo siento.

—Me da tanto gusto que ya se quieran.

La voz de Daniel la hizo levantar el rostro de golpe. Él sonreía.

—No te emociones —disintió—. Solo es una tregua. ¿Verdad Torrance?

—Yo... tengo que irme ya. Entro en veinte minutos —disgregó él, empezando a dar pasos vacilantes hacia atrás, en dirección a la puerta de salida hacia la sala de espera del sector de hospitalización.

Charis dio una breve cabeceada.

—De acuerdo. Yo llevaré a Dan a casa.

—Nos vemos —dijo este al aludido.

—Adiós, Jess —le dijo Daniel—, salúdame a los demás.

Aquel asintió sin decir nada y se despidió de Charis solo agitando brevemente la mano, tras lo cual cerró los dedos en un puño y se dio la vuelta para marcharse aprisa, sin alcanzar a ver el momento en que Charis levantó su propia mano en afán despedida, la cual bajó avergonzada casi al instante.

Una vez se quedaron solos, Daniel le dirigió un par de ojos sugestivos.

—No. Ni de chiste, Daniel, ¡ni siquiera lo pienses!

—Son... tiernos. Cuando no están sacándose de quicio.

—¡Ni aunque fuera la única otra persona en la faz de la tierra! —gruñó al empezar a caminar a la salida.

—¿Y qué hay de Victor? —insistió Daniel, provocando que Charis se quedase de piedra frente a la puerta, en el amago de abrirla—. No está casado. No necesitas pedirle a Jesse que lo averigüe.

Charis viró en redondo a verlo. Notó que algo había cambiado en el semblante bromista de Daniel.

Entornó los ojos, agraviada:

—Es de mala educación escuchar las conversaciones de otros. —Daniel bajó los ojos, aunque no lucía culpable—. ¿Y qué si quiero saberlo?, es solo curiosidad.

—Lo que no entiendo es por qué querrías que él me lo escondiera. Es... solo curiosidad —apuntó él—... ¿No?

Charis procuró mantenerse calmada. Cruzó los brazos y levantó el mentón.

—Ya me dejaste en claro que ustedes no tienen precisamente una buena relación. Lo que no me esperaba era que Torrance fuera el adulto al respecto.

—No tienen nada que ver contigo los problemas que yo tenga con él; tú también me dejaste eso muy claro. Así que... ya no te preocupes por mí, ¿de acuerdo? Acéptale ese café y averígualo por ti misma.

Justo cuando estaba por girarse de regreso hacia la puerta para salir al fin, Charis se vio frenada una vez más sobre los talones al oírlo.

—Bien... ahora quisiera saber cómo diablos es que también sabes sobre ese café. Creería que Torrance te lo dijo, pero lo cierto es que él tampoco lo sabía. Sospecho que hay otra fuente.

—Café es la cosa más cliché en la que podría haber pensado. Connell es así de predecible.

Charis puso los brazos en jarras, poco divertida por su intento de evasión. Daniel resopló y se adelantó a ella, situando la mano sobre la manija de la puerta para invitarla a pasar. Ella no se movió.

—Lydia estaba de turno ayer en emergencias. Fue a buscar algo a su auto, y cuando vio el tuyo en el aparcamiento se acercó para saludarte y preguntarte sobre mí, pero Victor se le adelantó, y ella lo escuchó todo. Poco después supo que me habían vuelto a internar. Vino para saber cómo estaba y me mencionó la invitación que te hizo Connell.

Ella entornó los ojos.

—¿Y por qué te lo diría? ¿Qué tiene que ver la tal Lydia conmigo?

—Bueno...

—Daniel —lo apremió ella, intuyendo que estaba dejando algo fuera.

—No es importante. Como vienes frecuentemente al hospital, y como has estado viniendo a verme desde que fui hospitalizado, algunas personas creían-... Bueno... pensaban que tú y yo-...

Charis abrió la boca. No pudo evitar carcajearse divertida:

—Oh, vamos... ¿Es en serio? ¡Eso es ridículo!

A su vez, Daniel borró toda expresión del rostro. Hubo una pausa tensa. Charis se movió incómoda cerca de la puerta que Daniel sostenía para ella, sin animarse a salir, y sin saber por qué hacerlo parecía de pronto como una transición que no deseaba hacer aún. Su sonrisa se desvaneció de a poco.

—En fin —Daniel rompió el silencio entre ambos—, eso es todo.

—¿De manera que tu gran amiga, Lydia —se aseguró de nombrarla de la forma más desdeñosa posible—, se vio en la obligación moral de avisarte que Victor te estaba quitando a tu novia? Vaya... Como si fuéramos adolescentes...

—No es una mala chica, Charis. No tenía malas intenciones.

—Imagino que le aclaraste que estaba en un error.

—Desde luego —dijo Daniel, casi en una exhalación exhausta—. Le dije... que era ridículo.

El tono que usó al citar sus palabras no le pasó por alto.

—Dan... Sabes que no lo dije de esa manera. Lo que quise decir es-... ¡Es que... es absurdo! Tú y yo... Vamos, hemos sido mejores amigos desde que éramos niños; crecimos juntos. Has sido más un hermano para mí que mis propios hermanos. Entiendes lo que quiero decir... ¿verdad?

Aguardó en una espera tensa. Entonces, Daniel viró en su dirección con una sonrisa, una de las acostumbradas, y le acarició la cabeza como hiciera cuando eran niños, desordenándole el pelo.

Charis resopló irritada, pero la sonrisa de su amigo la hizo sentir aliviada.

—Por supuesto —le dijo Daniel—. Solo bromeo, no digas tonterías.

Y reanudaron la marcha cuando él la invitó a caminar.

El tema no volvió a tocarse; no obstante, Charis no dejó de pensar en ello. Y por todo lo que duró su trayecto hasta el auto y de vuelta a su edificio, no consiguió arrancar de sí ese extraño sentimiento de culpa.

Todo lo ocurrido esas dos semanas gravitó por sus pensamientos hasta el día siguiente, cuando fue su turno de volver al trabajo. Parecía mentira haber atravesado por todo eso en un lapso tan corto, pero al menos las cosas parecían haberse calmado. ¿Cuánto duraría esa calma? prefería no pensar en ello.

Sobre todo, no cesaba de pensar en Marla. Después de lo ocurrido en su apartamento, un marido flojo y desinteresado ya no era el mayor problema con Mason. «Violento» había pasado a ser el defecto más alarmante de su hermano. Se preguntó qué hubiese sucedido si Daniel o Jesse no hubiesen estado cerca. ¿Mason realmente se hubiese atrevido a golpearla?

—¿Sucede algo, nena? Has estado ida desde esta mañana —preguntó Jenny, su colega, quien tenía su escritorio junto al suyo. Acomodaba su rubia melena estilo «Bob» mirándose a un pequeño espejo de mano.

Ya todo el complejo departamental sabía de sus problemas familiares. Lo último que necesitaba era que se enterase también todo el banco. No quería llegar cada mañana a su trabajo a encontrarse con un montón de caras como las que miraba a diario en su edificio. La seguían a todas partes como moscas.

—Solo estoy algo cansada —masculló, irguiéndose y quitándose el cabello del rostro.

Escuchó de pronto la campanilla encima de la puerta del banco, anunciando la entrada de alguien.

—¡Ups! Viene un cliente —dijo Jenny, guardando su espejo de mano y acomodándose en su asiento.

Charis respiró hondo y levanto la cabeza con su mejor sonrisa para recibirlo. Resolvió que no quería seguir pensando en Mason. No ahora que por fin había algo de paz en su vida.

Pero entonces, el rostro ante sus ojos provocó que toda la sangre huyera del suyo y de sus extremidades, dejándola fría y débil en su sitio.

Las palabras se atoraron en el fondo de su garganta sin que pudiera emitir un sonido. Le llegó el golpe de olor a licor en cuanto Mason se inclinó sobre su escritorio y abrió los labios:

—Fuiste a ver a Marla... ¿no?

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