11. Efectos Adversos
https://youtu.be/CBS38PmH9Ds
A medida que el fajo de billetes engordaba en la gruesa palma Mason, mientras se los tendía uno a uno, su cartera adelgazaba lentamente en la suya.
Mantuvo los labios en una línea, conteniéndose de decir algo que la pusiera en aprietos. El hombre frente a ella despedía una vez más un intenso olor a whisky, tabaco y sudor, por lo que Charis tuvo todo el tiempo la nariz torcida en un respingo.
—¿Es suficiente?
Mason emitió una risa nasal y le acarició la cabeza como hiciera con una niña pequeña; aunque a su lado, Charis podía perfectamente serlo; no solo por la diferencia de estatura entre ambos, sino porque no tenía opción sino la de mostrarse sumisa como una, arriesgando el no ver más a sus sobrinos si se le ocurría decir algo.
—Te pagaré —le dijo, pero Charis sabía que era una mentira. Nunca volvió a ver el dinero que le dio la primera vez, ni la segunda, ni la tercera... Ni aún después de descubrir en qué se lo gastaba en realidad y lo había confrontó por ello. Mason ya parecía haberlo olvidado—. Pronto... Cuando encuentre trabajo nuevamente. Las niñas tienen que comer, ya sabes... Y el pequeño, claro. También el pequeño. Gasto en ellos, primordialmente.
Charis suspiró, esperando que fuera cierto.
—Seguro...
Con andar torpe, Mason se alejó de la puerta y echó a caminar por el pasillo al aire libre, sin despedirse más que con una seña de su mano.
Charis cerró la puerta tras él y apoyó la frente contra la madera, vaciando los pulmones en un pesado respiro. Estaba tan harta de todo ello.
Viró hacia la ventana. El cielo empezaba a esclarecer. Era domingo y no tenía que trabajar, pero estaba segura de que no podría seguir durmiendo aunque lo intentara.
Arrastró los pies hacia la cocina y puso la cafetera. En lo que esperaba, se sentó a la mesa en la oscuridad acerada del alba, y allí estuvo mucho tiempo con la cabeza entre las manos, pensando.
Las visitas de su hermano volvían a ser odiosamente habituales.
Charis había cometido el gravísimo error de darle una copia de las llaves del portón del edificio. La advertencia de la casera había sido clara, y su hermano aporreando las rejas del portal de madrugada, despertando a todos los demás inquilinos, igual que la semana anterior, era algo que no podía repetirse.
No deseaba acabar en la calle por culpa de Mason, pero por otro lado, ahora Daniel estaría en el edificio la mayor parte del día hasta que retornase a trabajar. Y Charis estaba segura de que si Daniel llegaba a involucrarse, cortaría por lo sano y llamaría a la policía.
El sonido de la cafetera la arrancó de sus pensamientos y volvió a la cocina a hacerse de desayunar. Se conformó con café y tostadas con mermelada que Nana, la abuela de Daniel, le había obsequiado la última vez que los visitó en el edificio, junto con un tarro de miel.
Había transcurrido poco más de una semana desde el alta de Daniel en el hospital, y pronto podría regresar a trabajar. Ya podía levantarse sin problemas y llevar a cabo su rutina de siempre, pero Charis no había dejado de visitarlo para ver cómo se encontraba y ayudarle en los quehaceres del hogar.
Era demasiado temprano para visitarlo, así que decidió matar el tiempo dándose un baño fresco y después ordenando y regando su pequeña colección de cactus en miniatura; el que crecía poco a poco junto a su ventana, gracias al primero que Marla y los niños le habían regalado, y al cual había sumado otros tres compañeros, los cuales compraba cada vez que pasaba por el sector de jardinería del supermercado.
Tener un jardín era otro sueño frustrado, pero Marla había tenido razón en que los cactus eran una opción fácil de cuidar, y cumplían con el propósito de cualquier otra planta, iluminando su apartamento con un alegre verde.
Se preguntó si algún día podría tener una casa propia con un gran patio en donde pudiera tener un jardín de verdad, e incluso una mascota que paliara su soledad. Un cachorro alegre, o un gatito en sus piernas...
No era que le preocupara envejecer en soledad, pero tampoco descartaba aún la idea de compartir un día ese sueño con alguien.
¿Cuánto tiempo había pasado desde su última relación? al menos unos dos años. Y duró probablemente mucho menos que eso. A lo largo de su estancia en Los Ángeles había tenido algunas relaciones cortas, pero el matrimonio marchito de sus padres era una sombra que la acechaba desde los rincones cada vez que empezaba a sentirse a gusto con alguien. Y finalmente, siempre era ella quien les ponía término, atemorizada de sufrir el mismo destino.
A veces desearía ser como Beth.
Se parecían en una cosa; ninguna consideraba el aspecto romántico como una prioridad en su vida, pero Beth tenía una forma diferente de manejarlo. Ella no cuestionaba el futuro. Salía con hombres a los que al día siguiente no volvía a llamar, y dos días después estaba otra vez de cacería, viendo a otro. Constituía para ella un juego del que siempre salía vencedora; no como Charis, que con cada nuevo fracaso amoroso dada su nula capacidad de comprometerse, se sentía más abatida. No por la persona perdida, sino por la derrota en sí.
En ordenar sus cactus y arreglar otro par de cosas por la casa, le dieron las diez de la mañana y pensó que era una buena hora para visitar a Daniel, así que se decidió al último momento por calzarse zapatos bajos, se puso un abrigo ligero de color blanco sobre su blusa amarilla, y salió de su apartamento para cruzar el aparcamiento e ir hasta el piso de Daniel.
Este le abrió pronto la puerta y la saludó con una gran sonrisa. Era como un cachorro en ese sentido... Siempre se alegraba de verla, aunque hubieran pasado horas.
—¡Mírate! —le dijo Daniel— ¿Ibas a alguna parte?
—Sí. Y ya llegué.
—No digas tonterías, es domingo. No puedo dejarte encerrada en casa cuando te ves tan guapa.
—Muy galante, Daniel, pero ¿te sientes en condiciones para salir?
—Claro que sí —dijo él, sacudiendo una mano junto a su rostro—. Pensaba en proponértelo, por eso me levanté temprano. No quiero seguir encerrado.
Charis asintió con un suspiro. A decir verdad, ella tampoco tenía deseos de hacerlo. El cielo estaba despejado, de un color azul brillante, y transcurría un fresco agradable.
En lo que Daniel buscaba sus llaves y un abrigo para salir, Charis se detuvo frente a un estante junto a un espejo, en donde, además de libros, él tenía fotos enmarcadas de sus padres, su hermana y sus abuelos. Pero no solo eso. Se fijó en que había también una de ellos cuando eran niños, poco antes de que Daniel se fuera de la ciudad... y ella también.
https://youtu.be/NZyPy2inax4
Charis la alcanzó del estante y la contempló con nostalgia. De aquella muchacha alegre llena de sueños no quedaba nada.
Daniel llegó poco después a su lado y le puso una mano sobre el hombro, posando tal y como lo hacían en la fotografía.
—Teníamos quince y diecisiete aquí... —comentó ella.
Trasladó la mirada del cuadro al espejo que tenían al lado y contempló el reflejo de los dos. Los años sin duda habían pasado, pero ellos eran las mismas personas. No obstante, las diferencias entre ellos, Charis sintió que eran abismales. Daniel era un doctor ahora, y ella había desperdiciado quince años de su vida sin hacer nada de lo que alguna vez había soñado.
Apartó la vista del cuadro y viró para mirar a Daniel. Su sonrisa no había cambiado nada. Pese a lo doloroso del recordatorio de sus fracasos, Charis no pudo evitar contagiarse de ella, y alcanzó a ver que la de Daniel se cohibía un poco y que bajaba la vista a sus pies.
—¿Estás usando zapatos bajos? —Pareció sorprendido— ¿Tu tobillo aún no mejora?
—Solo son más cómodos —dijo ella—. ¿Qué pasa? ¿Me veo muy enana?
Él sonrió, con un meneo de su cabeza.
—Eres enana —se burló, solo para después añadir—: te ves linda como sea. ¿Estás lista?
Charis se giró hacia él, le acomodó las solapas de la chaqueta, y después, en silencio, le peinó el cabello chocolate de la frente hacia atrás con sus dedos. Era suave, pero hirsuto. La sonrisa de Daniel se ensanchó y se le escapó un suave carcajeo.
—Ahora sí. Con la cara despejada te ves más apuesto. Vamos.
Tuvieron que usar el Chevrolet de Charis, pues el auto de Daniel todavía no era reparado.
Conforme conducía, su mente no tuvo un minuto de descanso. No podía dejar de pensar en la fotografía. ¿Cuánto tiempo había dejado pasar? Al abandonar Sansnom tenía la cabeza llena de sueños; estudiar, tener una carrera, conseguir un trabajo, ahorrar y comprar una casa y un auto... Y todo lo que tenía, más de una década después, era el auto y un montón de esperanzas rotas.
Por si fuera poco, había estado posponiendo su vida sentimental hasta alcanzar primero todas las cosas que quería hacer por sí misma, pero parecía que ese día todavía estaba muy lejano.
—Dan... —No estaba segura de lo que diría, incluso después de hablar. Todo lo que sabía, era que si no desahogaba aunque fuera una pequeña parte de sus inquietudes, se ahogaría en ellas. Al final se decidió partir con la pregunta que ella misma se hacía con frecuencia—. ¿Hay algo... que te gustaría tener ahora mismo?
El rostro de él se alzó, confuso, y ella se acomodó en su asiento.
—Me refiero a... que ya estudiaste lo que querías y tienes una carrera, un trabajo que amas... ¿Hay algo que todavía desees?
Daniel lo consideró por algunos instantes. Charis permaneció atenta.
—Supongo... que me gustaría un lugar propio para vivir. Pagar renta siempre es como echar dinero en un saco roto.
Ella concordó con una cabeceada. Tenían eso en común... Pero tenía que haber algo más...
—¿Y luego?
—No lo sé, no pienso demasiado en el futuro —se rio él, como si no le diera la mitad de la importancia que tenía para ella; con lo cual tuvo el presentimiento de que era la única que se tomaba tan en serio esa clase de cosas. Pero lo que dijo después fue más propio del carácter de Daniel—. Siento... que las mejores cosas llegan por sí solas.
Charis lo meditó, decepcionada. Aunque sonaba como una bonita filosofía, en eso no podían estar de acuerdo. Ella sabía que las cosas no podían llegar si uno no luchaba por ellas. Había luchado y ahorrado por tener su auto, y aun cuando no había logrado muchas de las cosas que deseaba, había conseguido volverse independiente y ganarse la vida por su cuenta. No obstante, ¿por qué no había conseguido ninguna de las demás? ¿Quién de los dos estaba en lo correcto?
Cambió el sentido de su pregunta, para apelar a un área diferente de la vida de Daniel. Una en la que estuviese tan atrasado y perdido como ella.
—¿Nunca has pensado en algo como...? No lo sé... ¿formar una familia?
Aquella pregunta puso una expresión completamente diferente en su rostro, y Charis supo que había dado en el clavo. Aquel lo reflexionó por algunos instantes.
—Me gustaría hacerlo. Solo que... no sé si esté preparado.
—¿Por qué no? —Charis ladeó la cabeza. Si había alguien preparado para tener y cuidar de una familia, ese era Daniel.
—Para empezar, no tengo nada que ofrecer a una esposa. Y si voy a traer hijos al mundo, querría al menos tener un lugar en el que poder criarlos.
—Tus padres tienen una casa. Y tus abuelos no tienen más herederos que tú. Estoy segura de que la casa de ellos será tuya algún día.
—Supongo. Pero espero tener a mis abuelos mucho tiempo más conmigo. Yo realmente espero... que mis hijos puedan conocerlos.
Charis calló. Claramente Daniel no era tan egoísta como ella...
Con ello le surgió otra duda.
—Dime la verdad, ¿has tenido novias desde que nos separamos? Aún si... solo fueron relaciones casuales.
El rostro de Daniel se ensombreció ligeramente. Charis lo advirtió por el rabillo del ojo.
—Salí con algunas chicas cuando estaba en la universidad, pero nada demasiado importante.
Igual que ella...
—¿Y... aquí en Sansnom?
Daniel hizo entonces una pausa más larga. Eso disparó sus sospechas. Al final, cuando habló, lo hizo con voz comedida y cautelosa.
—Lo intenté una vez, pero no resultó. El hospital, cuidar de mis abuelos...
—Cuidar de Jesse y de mí —añadió Charis, preguntándose quién habría sido esa mujer. La afortunada—... Quizá deberías empezar a pensar en tu propia vida. Hacer las cosas que deseas.
—Ya hago lo que deseo —disintió él—. Siempre quise ayudar a la gente. Cuando eliges la carrera de salud, no eres una doctora o una enfermera solo cuando estás en un hospital: lo eres siempre. Para tus amigos, familia, vecinos... Lo soy ahora para mis abuelos y para ustedes. Y, algún día... lo seré para mis hijos y para mi esposa.
Charis distendió una suave sonrisa. Oírle hablar así resultaba esperanzador. Alimentaba sus propias, muy escasas ilusiones.
—Ojalá pudiera estar tan segura de todo, todo el tiempo como tú.
—No estoy seguro todo el tiempo. A veces también tengo miedo del futuro, o dudas...
—Pero tú ya hiciste muchas de las cosas que querías. Comparada contigo, a mi edad, yo...
Daniel meneó la cabeza y ella paró de hablar al instante.
—La vida no es una maratón; o un curso de obstáculos, Charis. No tienes que llegar a determinada parte en una cantidad de tiempo, ni antes que otros. Tú decides tu camino, y lo transitas a tu propio ritmo. Lo que es más importante, ninguna persona en la vida transita el mismo camino que otra. Y si intentas seguir el mismo que la persona a tu lado, incluso el mismo ritmo, es probable que te saltes o te pierdas cosas valiosas de tu propio trayecto
Charis se quedó en silencio. Las palabras de Daniel resonaron hasta lo más hondo de su ser, y le trajeron un inesperado, pero agradecido alivio. Pensó que era una conversación que había necesitado hacía mucho tiempo. Y si bien aquello no despejaba del todo sus miedos y dudas, al menos de momento, pudo sentirse tranquila.
—¿Por eso has estado tan callada hoy? ¿Se trataba de eso? ¿O... hay algo más?
Charis exhaló. De nada servía seguir escondiendo cosas de Daniel. La conocía demasiado bien.
—En parte... Pero eso no es todo.
Él dio una cabeceada lenta. Una vez más, era un doctor, atento a las aflicciones —tanto físicas, como emocionales— de su paciente.
—¿Hay algo más de lo que quieras que hablemos?
Ella estrujó la espuma del volante entre los dedos. Aunque no se lo dijera, Daniel lo sabría eventualmente.
Inhaló un respiro:
—Mason... vino otra vez esta mañana.
https://youtu.be/buwfFvVUGpg
El parque de la ciudad no era más que un gran campo abierto cercado, cubierto de césped, flores silvestres, árboles y arbustos. La zona más próxima a la vía de tránsito estaba repleta de viejos juegos infantiles y bancas para sentarse, y las vallas estaban bordeada de carritos de comida rápida.
Charis y Daniel se sentaron en una banca, a la sombra de un maple.
Daniel se hallaba con los brazos acodados sobre sus rodillas, y Charis tendida contra la banca, de brazos y piernas cruzadas, en una clara defensiva.
—Sabes que no puedo hacer eso.
—No pasará dos años allí, Charis, como mucho le darán una noche, o dos, y le servirá de escarmiento.
Ella se rio sin un ápice de humor.
—¿Y qué crees que pase luego? ¿Crees que se quedará tranquilo después de que lo envíe a prisión? Probablemente me prohíba la entrada en su casa. No volvería a ver a mis sobrinos nunca más.
—Para empezar, no debiste darle las llaves de portal edificio.
—¿Qué se suponía que hiciera? Si causa otro escándalo, la señora Morrison me echará del edificio. Ya me instalé allí, me gusta mi vida como está.
—¿Te gusta la parte en que tu hermano vive a expensas del dinero que ganas con tu trabajo?
Ella estrujó con más fuerza los brazos contra su cuerpo y se arredró en su sitio en la banca:
—Hay cosas que están fuera de mi control. Llamar a la policía no es una opción. Esos niños... son mi familia. —El pecho se le apretó al decirlo—. Nunca fui unida a mi familia, estuvo rota siempre. Mis sobrinos... es como si fueran mi oportunidad de enmendar eso. De estar ahí para ellos como mi propia familia no lo estuvo conmigo. Marla es como la hermana que nunca tuve, y a la que quiero cuidar. Me necesitan ahora. No quiero perderlos...
Daniel lo pensó por algún tiempo. Charis vio por el rabillo del ojo que se debatía buscando las palabras adecuadas, pero sencillamente no las había.
Suspiró rendido al cabo de un rato.
—En ese caso... tendrás que ser tú quien se ponga firme. Envíalo a trabajar la próxima vez. Ya no sigas dándole dinero.
—Ya te dije que no es por él.
—¿Crees, sinceramente, que se gasta lo que le das en sus hijos? Si tuviera para comprar su propio licor no te pediría nada. Adivina quién está pagando por su alcoholismo.
Charis apretó los dientes.
—¿Piensas que no lo sé a estas alturas? —En un principio, había sido lo bastante ingenua como para creerlo—. Ya sé que no le da un centavo a Marla; si continúo dándole dinero es porque prefiero que siga pensando que le creo y no me vete la entrada en su casa. Le hago llegar dinero a Marla y a los niños de otras maneras. Mantengo comida en su despensa al menos.
Supuso que aquella otra cosa que hubiese hecho mejor en guardar de Daniel, pues su rostro se ensombreció al instante, y no pudo disimular el meneo disgustado en que su cabeza se movió por reflejo.
—No hablemos más de esto, ¿está bien? ya he tenido suficiente por un día. Solo quería desahogarme. Y lo hice.
Sin ánimos de seguir pensando en ello, y viendo que solo había conseguido poner de mal humor a Daniel, Charis se levantó de la banca y echó a caminar por el parque. No escuchó los pasos de Daniel tras los suyos sino hasta un buen rato después, cuando este la alcanzó.
Y tampoco le dijo otra palabra al respecto.
Camino de regreso al edificio, después de tomar un jugo por el parque y de dar otra vuelta, Daniel volvía a estar igual de callado. Charis interceptó algunas miradas nerviosas en su dirección y cierta vacilación en sus labios, como si estuviese dudando a la hora de hablar.
Pensó que no era culpa de Daniel y que estaba siendo injusta con él, así que decidió dejar el asunto atrás y romper el hielo.
—Almorcemos hoy en mi apartamento. Cocinaré para ambos.
Vio por el rabillo del ojo a Daniel levantar la cabeza.
—No quiero seguir molestándote.
—Por favor —ella movió la suya—. ¿Desde cuándo soy una extraña?
En eso, antes de que llegasen frente al portal del edificio, Charis distinguió la fina figura de una persona descansando contra uno de los pilares laterales de la entrada.
—¿Ese es...?
—Jesse —musitó Daniel—. Qué extraño... No me dijo que vendría hoy.
Apenas percibir el sonido del auto, aquel levantó la vista. Tenía el rostro parcialmente oculto por la capucha de una sudadera, y en una mano llevaba por las asas una bolsa de papel azul. Charis detuvo el auto frente al portal, y Daniel se quitó el cinturón para bajar.
—Yo abriré el portón.
https://youtu.be/zPndtvek_Jo
Charis aguardó en lo que Daniel se reunía con él. Pudo oírlos gracias a la ventanilla abierta de Daniel.
—¿Qué haces aquí? ¿Cuánto llevas esperando?
—No demasiado. Media hora... o algo así. —Jesse le extendió a Daniel la bolsa de papel—. Me pidieron que te diera esto. Es de parte de Lydia, Talisha y Julius.
Daniel recibió el paquete y sacó del interior algo que Charis reconoció como un pequeño oso de peluche que sostenía una taza azul brillante como la bolsa. Volvió a introducir la mano en el paquete, y esta vez sacó una tarjeta, en una de cuyas caras anteriores había una fotografía, y en la otra distintos mensajes cortos y firmas.
A Daniel se le dibujó una gran sonrisa en los labios.
—Aww —gimoteó—, no debieron molestarse. ¿Qué dijeron?
—Ellos dijeron... «mejórate pronto». Aunque... bueno, lo pone allí.
Daniel se dio la vuelta y le mostró a Charis, por la ventanilla, el oso de peluche junto con la taza. El oso tenía un lazo azul cielo en el cuello y la taza tenía una inscripción: «Dr. Nº1».
—Parece que después de todo sí tienes más amigos. —Le solicitó la tarjeta y la admiró. Había tres personas en la fotografía. Una de ellas era la enfermera quién había estado cuidando de Daniel en el hospital. Otra era la secretaria del afro del área de urgencias. Charis distinguió que tenía una gran barriga de embarazada que no notó ese día. El tercero era un hombre joven con uniforme de paramédico, y la cabeza rapada. Tenía en el rostro una gran sonrisa de labios gruesos y dientes blancos, que le daba un aspecto amigable. Sostenían entre los tres un cartel improvisado de: «Mejórate pronto».
Daniel dejó salir una risa suave y volteó de regreso a Jesse.
—Gracias por traerla. Dales las gracias a los demás.
—No hace falta. Tú... regresarás pronto. ¿Verdad?
—Lo haré. Apenas termine mi baja.
Charis captó un amago de sonrisa asomar a la expresión en la pálida cara de Jesse Torrance.
—Ya tengo que irme. Me alegra ver que estás mejor —dijo aquel, en lo que Daniel se ocupaba en abrir el portón para dar la entrada a Charis.
—¡Espera! —Daniel se detuvo en lo que hacía para mirarlo—. Acabas de llegar, estuviste de pie media ahora aquí afuera. Al menos entra y quédate un rato. Bebe y come algo.
Antes de que pudiera negarse, lo cual Charis adivinó que haría, ella tomó la palabra:
—Quédate a almorzar con nosotros, Torrance. Aún es temprano. —Y ante su tentativa de declinar, puso a prueba su más reciente teoría—. No irás a rechazar la amable invitación de una dama, ¿o sí?
Lo dijo con afán bromista, para molestarlo. Pero, tal y como había sospechado, Jesse se detuvo sin decir palabra, y luego movió la cabeza.
—... De acuerdo...
Daniel arrojó a Charis por encima del hombro una mueca llena de sorpresa, y Charis sonrió victoriosa.
Una vez hubo estacionado su vehículo, se reunió con Daniel y Jesse al pie de las escaleras de su edificio y subieron los tres juntos.
Mientras Daniel hacía preguntas a Jesse sobre el personal del hospital y los detalles del día, Charis les echó un rápido vistazo. Nunca se hubiese imaginado que tendría algún día en su apartamento al chico de los muertos, pero encontró que la idea no le desagradaba tanto como lo hubiera hecho cuando se habían conocido. Después de meses de caminar sobre lo que había llegado a sentir que era campo minado, por fin podía decir que pisaban terreno amistoso.
—Me veo en la necesidad de solicitar permiso de usar tu baño —le dijo Daniel apenas entrar.
—Sólo residuos líquidos en mi baño.
—No te preocupes, ni siquiera sabrás que estuve ahí.
Compartieron una carcajada, pero antes de avanzar, Daniel se detuvo en el marco de la puerta y torció el gesto.
—Pensándolo bien, mejor haré un pequeño viaje a mi apartamento.
—Solo bromeaba, Daniel, haz lo que tengas que hacer en el baño.
—No es eso. —Se rio, divertido y le dio una advertencia, erigiendo su dedo índice en alto—. No dudes que lo haría. Pero olvidé mis medicinas. Tengo que tomarlas junto con alimentos.
—Dame tus llaves, yo puedo ir por ellas —ofreció Jesse.
Daniel movió la cabeza y se apresuró a salir con una palma en alto.
—No, no; mejor ayuda a Charis. Espero un festín cuando regrese; me muero de hambre.
—Arroz blanco y pollo cocido para ti. Para nosotros... probablemente lo mismo —disintió Charis.
Le escuchó refunfuñar, y poco después oyó la puerta cuando la cerró. El piso quedó así nuevamente en completo silencio. Una vez más se habían quedado solos.
—¿Ne-... necesitas ayuda? —le preguntó Jesse.
Charis se mordió los labios. Aun cuando mantenían su tregua, todavía no estaba segura de sentirse cómoda dejando que él manipulase los platos o cubiertos. Buscó rápidamente cualquier otra tarea que darle.
—Descuida, estoy bien. Quizás mejor podrías...
Antes de que pudiera decir nada más, un sonoro golpeteo en la puerta la dejó con las palabras atoradas en la garganta, a punto de asfixiarla. Charis se quedó fría en su sitio. Conocía esa manera de golpear. No era Daniel.
En el instante en que Jesse viró hacia la puerta y se encaminó para abrir, Charis le puso una mano en el hombro, y jaló de él hacia atrás con cierta brusquedad. Se encontró de frente con el rostro de Torrance, y con su expresión llena de sorpresa con las finas cejas negras en alto. Todo lo que Charis pudo hacer fue llevarse el dedo índice a los labios para indicarle guardar silencio, y rogar porque Daniel se tardase todo cuanto tuviera que tardarse.
—¿Ese es...?
—No es Daniel —le dijo Charis, en susurros—. No abras.
—Pero...
—Confía en mí. Por favor...
https://youtu.be/_4ao98Z21bU
La puerta volvió a remecerse con estampidos, esta vez más fuertes. Jesse arrojó un vistazo nervioso de la puerta a ella. Charis continuaba sujetándolo, por miedo a que fuera a hacer precisamente lo que le había pedido que no hiciera. Se encontró con los dedos crispados en torno a su fino hombro, al punto en que tuvo que aflojar su agarre, creyendo que podría estar provocándole dolor.
Entonces, el teléfono móvil de Charis comenzó a sonar de forma estridente, provocando que los dos dieran un salto en su sitio. Ella se abalanzó sobre el sillón para alcanzar su bolso, en donde lo guardaba, para poder silenciarlo; pero sabía que ya era tarde. Probablemente Mason ya lo hubiese oído desde afuera.
—Maldita sea... ¡Maldita sea! —susurró, con el móvil contra su pecho, después de cortar la llamada por accidente. Cuando pretendía silenciarla.
A su lado, Jesse estaba cada vez más perplejo.
Los azotes de la puerta finalmente cesaron, y la sombra de los pies de la persona afuera se desvanecieron en el umbral. Charis tuvo su corroboración de que se trataba de su hermano no solo con su nombre en la pantalla de su móvil, sino en la forma en que los pasos de la persona afuera se tambalearon. Quiso creer que Mason no había oído el teléfono móvil y que había desistido, pero no podía saberlo. No lo sabría hasta mucho después, cuando enfrentase las consecuencias. Solo pensar en ellas puso su cabeza a dar vueltas.
Cuando devolvió la vista a Jesse, este todavía se hallaba paralizado, con una expresión conflictuada en el rostro.
—Es una larga historia —le dijo Charis como única explicación—. ¿Podrías... no decirle nada de esto a Daniel? —pidió, aunque aún existía la posibilidad de que Daniel le hubiera visto marcharse.
Cabía la posibilidad de que no lo reconociera; Daniel todavía no había tenido la oportunidad de verlo; pero si no llevaba su gorra acostumbrada de beisbol, seguramente su cabello rojo y la dirección de sus pasos le delataría.
Vio en la irresolución en el rostro de Jesse lo injusto que era pedirle guardar un secreto de su mejor amigo, pero no tenía más opción. Para suavizarlo, tuvo que añadir:
—Yo se lo contaré más tarde. No quiero alterarlo antes de comer.
Tras una larga pausa y otra breve vacilación, Jesse asintió.
Charis exhaló, aliviada, y se dio la vuelta. De momento las cosas estaban en calma, pero no estaba segura de poder mantener su promesa, y aquello le hizo sentir más remordimiento. No le gustaba esconder cosas a Daniel, pero menos aún le agradaba la idea de obligar a otros a esconder secretos por ella.
Puso su móvil en silencio y lo dejó caer de regreso al sofá con un suspiro.
De momento, no parecía que las cosas fueran a escalar a mayores. Aún si solo había pospuesto la pelea que sabía que tendría con su hermano más tarde, prefería lidiar con ello por su cuenta en otro momento y no involucrar a nadie más. De momento, no necesitaba que otra persona supiera esa vergonzosa parte de su vida.
Puso marcha a la cocina para empezar a preparar todo, ansiosa por poner pronto su cabeza en otra cosa.
Sin embargo, justo al momento de darse la vuelta, un horrendo sonido la paralizó sobre sus pies, dejándola fría. El estridente y ensordecedor chillido de un cristal estallando en mil pedazos. Casi al mismo tiempo, algo cayó con fuerza sobre ella, tirándola al piso; algo que identificó como el cuerpo de otra persona.
Apretó los ojos por reflejo, a la vez que dejaba escapar un grito desde lo más hondo del pecho, producto de la sorpresa.
Golpeó duramente el suelo con la espalda, pero el tacto helado de una mano sostuvo su cabeza por la nuca, sin permitirle azotarla en las baldosas.
Tan pronto como se había originado el sonido, todo volvió a estar en calma. Y cuando abrió los ojos, Jesse Torrance estaba sobre ella, inmóvil, con el rostro a escasos centímetros del suyo y proyectando una densa sombra entre ambos. Algunos mechones de cabello negro cosquillearon sobre su frente.
Sus lentes habían resbalado por su nariz hasta colgar de su rostro a punto de caerse, y por encima del marco de los mismos, sus pupilas de color ámbar la observaban con pasmo desde sus ojos abiertos al extremo.
En lo que recopilaba detalles intentando adivinar qué había sucedido, Charis notó que algo resbalaba como una cascada por sus afilados hombros; gotas brillantes de algo que creyó que era agua, hasta que escuchó el sonido que emitieron al golpear el suelo al precipitarse cuando él se movió, y sentir la sensación cortante cuando algunas cayeron sobre los hombros desnudos de ella, con lo cual entendió que eran fragmentos de vidrio roto.
En cuanto Jesse salió del sitio encima de ella, Charis hizo lo propio y se enderezó dificultosamente, entorpecida por el cuerpo de él sobre el suyo. Quiso apoyarse sobre el suelo para levantarse, pero Jesse se lo impidió y en cambio la ayudó, sujetándola por los antebrazos. Sus manos, más frías que nunca, dejaron impresiones gélidas en su piel. Una vez erguida, aún sentada en el piso, miró a su alrededor, sin comprender nada.
Habían dejado una silueta perfectamente dibujada en el suelo, enmarcada de cristal destrozado. Charis movió a Jesse de un empujón contra el pecho:
—Pero... ¡¿qué demonios hiciste?!
No fue hasta que estuvieron ambos en pie y obra de un presentimiento llevó su vista a la ventana del apartamento, que entendió qué había sucedido exactamente, y que no tenía nada que ver con Torrance.
Del otro lado de la ventana destrozada, la que daba a la calle, estaba Mason, de pie con una sonrisa satisfecha en el rostro. Charis viró de golpe en la dirección contraria, empezando a entenderlo, y distinguió en el piso, entre los cristales, y al final de un trayecto que hubiese terminado en el sitio exacto en donde momentos antes estaba su cabeza de no haber sido apartada del camino, una piedra más grande que el tamaño de su puño, afilada y llena de bordes irregulares.
—Tienes que estar jodiéndome... —susurró, conforme la ira empezaba a apoderarse de ella, burbujeando en su cabeza.
Salió de su apartamento convertida en un huracán. Escuchó detrás los pasos de Jesse y a este pidiéndole que se detuviera, pero los suyos ya la estaban llevando en una carrera furiosa con un objetivo claro. Mason había entrado en el estacionamiento para encontrarla y estaba allí de pie, tambaleándose borracho, sin un ápice de arrepentimiento en la expresión, aún después de lo que había hecho.
Charis se abalanzó contra él propinándole un empujón que apenas consiguió moverlo, para después atenazar sus ropas.
—¡¿Qué carajos crees que haces, maldito lunático?! ¡¿Estás enfermo?! ¡¡No sabes que lo has hecho!! —Su garganta resintió cada una de las sílabas que puso en ese grito lleno de rabia, pero no se detuvo ni aun cuando sus manos arrebujaron la ropa de Mason— Hijo de puta... ¡¿cómo has podido?!
Las manos grandes de él se cerraron alrededor de las suyas, constriñéndolas a un punto doloroso y se las zafaron de la ropa con un tirón brusco:
—Es lo que tienes por ser una zorra mentirosa. ¿Crees que no te vi entrar en su maldito apartamento? ¿Que no oí el móvil adentro cuando te estaba llamando? ¿O que no te vi por la otra ventana? Pero elegiste no abrirme y dejarme esperando afuera como si fuera un idiota.
Charis avanzó los pasos que Mason le había hecho retroceder y volvió a sostenerlo por el cuello de la camisa. Por un momento se sintió como cuando eran niños, aunque aquellas peleas nunca habían sido violentas. Acababan siempre en risas, el cual dudaba que fuera a ser ahora el caso.
—¡¿Tienes idea de cuánto me va a costar reparar eso?! Después de todo el dinero que he tirado en ti, para que te emborraches, y alimentando a tu familia... ¡¡Vas a pagarme cada maldito centavo de todo lo que te he prestado, más mi puta ventana!!
—¡No te pagaré mierda, jodida loca! —vociferó él, golpeándole el rostro con un hálito potente a whisky— ¡Y no volverás a ver nunca más a mis hijos! ¡Es lo que te mereces por ser una perra agarrada! ¡Como me llegue a enterar de que Marla te ha abierto la puerta, le romperé las jodidas piernas!
El corazón de Charis se estrujó en su pecho. Sabía que las cosas desembocarían en esa resolución eventualmente, solo que nunca hubiese imaginado que lo harían de esa manera. Pero estaba demasiado enojada como para empezar a refrenar ahora sus palabras.
La rabia que albergaba producto de lo sucedido la hizo tomar una decisión precipitada, y al momento en que Mason volvió a librarse de ella con un empujón, Charis regresó la zancada que le hizo retroceder, y estrelló contra el rostro de su hermano una bofetada con toda la fuerza que le permitió su inquina acumulada desde hacía meses. El golpe fue tan duro que le hizo arder la palma y le disparó una corriente electrizante hasta el antebrazo.
Aquel retrocedió dos pasos, con el equilibrio todavía mellado por su beodez. Desde su lugar la observó, ojiplático y resollando como un animal, con la cara el doble de roja, por el alcohol y la ira juntos.
Se esperaba una respuesta de parte de su hermano, desde luego, pero no una como la que llegaría.
No lo anticipó sino hasta que Mason llegó frente a ella en dos trancos y levantó un puño en alto, listo para dispararlo con toda la fuerza del impulso que tomó con su gruesa espalda.
Charis dejó de ver el rostro enfierecido de su hermano para pasar a ver una silueta delgada y una mata alborotada de cabello negro. El miedo la hizo encogerse sin saber cómo reaccionar, aun sabiendo que el golpe de su hermano debía ser para ella.
No obstante, no llegó para ninguno de los dos, puesto que, antes de que lo hiciera, otro puñetazo salió de la nada y se estrelló contra la quijada de Mason, provocando que este saliera proyectado hacia un costado del aparcamiento.
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Charis exclamó un alarido:
—¡Daniel!
Una vez su hermano acabó de perder el equilibrio y se fue al piso, la silueta del susodicho pasó frente a ellos sin detenerse, ni siquiera ante el llamado de ella, directamente a abalanzarse sobre su presa.
Las manos de Daniel encontraron a Mason al mismo tiempo en que las de este le encontraron a él y forcejearon el uno con el otro como dos fieras enardecidas.
Charis avanzó para detenerlos, pero se vio detenida cuando un brazo delgado rodeó sus hombros por la espalda, y otro por encima de su pecho.
—¡SUÉLTAME! —gritó entre jadeos, empezando a debatirse, temiendo que fueran a matarse—. ¡Daniel, basta! ¡Mason...! ¡PAREN! —chilló.
Percibió muchos pares de ojos sobre ella. Ojos y murmullos. Sabía lo que había suscitado. A su alrededor veía siluetas, mas no caras.
Mason era tan alto como Daniel, pero más corpulento; no obstante, estaba borracho. Pero Daniel todavía estaba convaleciente... De manera que Charis no tenía claro cuál sería el desenlace de ese encuentro; todo lo que sabía era que sería malo.
No obstante, el estado de ebriedad de su hermano le hizo perder rápidamente la contienda cuando en un intento de golpear a Daniel, se fue al suelo sobre las rodillas, y finalmente se desplomó en cuanto el puñetazo de Daniel, quién sí tuvo éxito en alcanzarlo, le dio contra la quijada.
Todo quedó de pronto en una relativa calma, entre resuellos agitados y más murmullos.
Mason se levantó entonces con dificultad del suelo, escupiendo buches de saliva sanguinolenta en el piso. Daniel se plantó firme frente a él, con los puños en ofensiva, prestos para continuar si acaso se veía orillado a hacerlo.
—Lárgate de aquí, bastardo, o llamaré a la policía y meteré tu trasero en prisión —fue su última advertencia—. ¡No vuelvas a acercarte a Charis!
Al momento de erguirse, Mason erigió un dedo tembloroso en dirección de ella el cual sacudió mientras se alejaba a pasos torpes.
—¡No quiero volver a verte en mi casa, puta mentirosa! ¡O barreré el suelo contigo! ¡¡Y olvídate de que tienes sobrinos!! ¡Sabrán que su padre vino a ti por ayuda para alimentarlos y que lo echaste a patadas! ¡¡No querrán volver a saber de ti en la vida, zorra tacaña!!
En el instante en que Daniel hizo por ir tras él, Jesse dejó a Charis y fue en cambio a interceptar su camino para detenerlo.
—Dan, es suficiente —le susurró, al momento de asentar ambas manos contra su pecho, a lo cual este afanó, todavía azuzado por el calor de la pelea—. ¡Daniel!
Mason se retiró de allí dando trompicones hasta desaparecer por un costado del portón, dejando tras de sí todo tan silencioso como si nunca hubiese estado allí. Todo vestigio de su paso por ese lugar, como una enfermedad nociva, fueron los efectos adversos. Los escupitajos de espuma rozagante que había dejado en el suelo, la ventana rota del apartamento de Charis, y los ojos de todos los inquilinos del edificio, incluidos los de la señora Morrison, sobre ellos tres.
De pronto, las caras de la gente alrededor, tanto vecinos del edificio como transeúntes, comenzaron a cobrar formas. Charis pudo verlas ahora perfectamente. Los murmullos zumbaron más fuerte que nunca en sus oídos. A su lado, Daniel jadeaba exhausto, y frente a él, Jesse todavía le detenía por el pecho, hasta que se calmase por completo.
A Charis se le escapó un sollozo tan violento del pecho, que la remeció por completo. Sintió que se le doblarían las piernas. Se llevó ambas manos al rostro y su espalda se encorvó por reflejo, cuando abatió la cara, ya bañada en lágrimas, las cuales no se había percatado que había comenzado a derramar, hundiéndola con fuerza entre sus palmas heladas y temblorosas.
—Charis... —el intento de Daniel por consolarla en cuanto arrancó su atención de Mason y se acercó a comprobar su estado, solo provocó que sus emociones reprimidas estallasen tardíamente.
—¡No me toques, Daniel! ¡¿Por qué lo hiciste?! —gritó al momento de apartarlo de un empujón— ¡Ahora nunca más veré a mis sobrinos! ¡A Kim, a Dina, y...! ¡Maldita sea, Daniel, maldita sea! ¡¿Por qué diablos tuviste que...?!
Sus gritos se vieron interrumpidos por el jadeo que escapó de su garganta y el escalofrío que recorrió todo su cuerpo, en cuanto advirtió por su visión periférica algo que le hizo apartar sus ojos de los de Daniel, para dirigirlos más abajo, directo a otra cosa que captó de refilón, casi por casualidad.
En el centro de su vientre, justo a la altura de la incisión de su operación y contrastando contra su impoluta camisa blanca, ahora manchada de tierra, empezaba a gestarse una extensa mancha de un color más brillante, el cual se desbordó y precipitó en gotas densas sobre el piso.
Gotas de color carmesí.
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