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10. Lis De Larivière

https://youtu.be/r98D8GVTjVE

No digas mi nombre. Finge que hablas con otra persona. Te lo ruego, Charis...

Todas las miradas del lugar estaban fijas en ella. La de Anton la taladraba.

—Hola. ¿Qué pasa, Noah?

—¡¿Estás bien?! ¿Y... Daniel?

—Sí, hemos estado bien. —Se domeñó con todas sus fuerzas. Esperaba preguntarle qué estaba sucediendo. Si él estaba bien. Si estaba a salvo. En dónde estaba... Pero continuó pretendiendo con naturalidad—. ¿Cómo estás tú?

Necesito que hagas todo lo que te indicaré. —Charis apenas pudo seguirle el ritmo a su verborrea a partir de allí—. Espera el momento más oportuno y pide a Jemima una taza de chocolate con sal. Después excúsate para ir al baño. Ve al del primer piso y sal por la ventana. Después ve al aparcamiento. La cajuela del auto de Sacha estará abierta. Entra allí sin hacer ruido y sin que nadie te vea.

—¿Ah, sí? —procuró una suave sonrisa para diluir la importancia de su siguiente pregunta— ¿Por qué?

—Tendrás que viajar allí por un trayecto. A la señal, Jemima contactará a Luk y él fingirá que se averió su auto y pedirá prestado el de Sacha. Por favor... sé que es horrible, pero no hay otro modo.

—No te preocupes por mí. Yo volveré a casa pronto —dijo ella, fingiendo todavía que hablaba con su hermano.

—Lo harás; lo prometo —le aseguró Jesse, pero eso fue todo menos reconfortante—. Ten cuidado, por favor...

—Tú también... Adiós, saluda a papá por mí.

La llamada se cortó dejándola en una insoportable deriva. Hubo de hacer esfuerzos para seguir pretendiendo que nada ocurría.

Cuando bajó el móvil, notó que Daniel la observaba.

—¿Pasó algo con tu padre o con Mason?

—No. Solo quería saludar.

Vio a Anton hacer el amago de avanzar y tuvo que actuar rápido. Añadió el número de la última llamada al contacto de Noah, tras lo cual apareció con ese nombre en su registro.

El hombre de traje estuvo frente a ella en un pestañeo.

—Me temo que tengo que solicitar su teléfono móvil.

Charis retrocedió, estrechándolo contra su pecho:

—¿Estás loco? ¿Por qué?

—Órdenes de Monsieur.

—Lo serán para ti. Monsieur no me da órdenes a mí.

—Anton, te lo advierto... —dijo Madame, y fue por completo ignorada.

—No lo hagamos más difícil, por favor, mademoiselle —solicitó Anton—. No haga que tenga que quitárselo.

—Esto es increíble...

—Antes, la clave de bloqueo.

—¿Es en serio? —Ante la mirada suplicante de Sam y la indignación muda de Madame, Charis desbloqueó la pantalla y le dio el móvil con un pesado suspiro.

Tal y como había sospechado, Anton fue directamente al registro de llamadas. La última aparecía con el nombre de su hermano. Convencido, volvió a bloquear el teléfono y Charis respiró aliviada. Extendió su mano reclamando el móvil, pero en lugar de eso, Anton se lo guardó en la chaqueta.

—¡¿Qué demonios haces?! —boqueó, sin respuesta.

Después, Anton se trasladó a Daniel:

—El suyo también.

—¿Y si me niego?

—No me obligue a ser descortés como ayer, señor Deming.

Aquel tensó los hombros y se encaró con el otro. Charis temió que fueran a pelearse otra vez y Daniel saliera peor parado todavía.

—Haz lo que dice, Dan. No hay remedio... —pidió.

El accedió a regañadientes. Después, en posesión de ambos teléfonos, Anton se retiró de la cocina por fin. No obstante, antes de que cruzara el umbral, Madame lo retuvo:

—Tú y yo no hemos terminado.

—Habrá de arreglarlo con Monsieur —le dijo el hombre, y pasó de largo por su lado con altivez.


****

https://youtu.be/sujl7RQ7WsE

Los minutos posteriores a eso fueron los más desesperantes de su vida para Charis. Tuvo algunas oportunidades para seguir las indicaciones de Jesse, pero ninguna se sentía como la correcta. Aún sin saber sus intenciones, Anton la orbitaba como si sus nervios evidentes actuasen como un pesado campo de gravedad, y temió dar un solo paso en falso y acabar levantando sospechas. No solo arruinaría su única oportunidad; sino que quizá pusiera en riesgo a Daniel o a ella misma.

Encontró la ocasión perfecta en cuanto Anton atendió una llamada a quien parecía ser Monsieur y su mirada vigilante la abandonó por un valioso instante.

—Hace frío, ¿no? —comentó de pronto. Después se dirigió a Jemima, quien no había dejado el salón ni por un segundo— ¿Podría pedirte una taza de chocolate caliente?

Los ojos de Jemima se agrandaron perceptiblemente, pero escondió su rostro con una cabeceada:

Oui, Mademoiselle. —Y sondeó—: ¿a-algo más?

—Sí. ¿Podrías ponerle una pizca de sal?

—... Oui.

Tal y como se suponía que debía suceder, nadie hizo preguntas. Era una petición ordinaria, pero Jemima salió corriendo del salón como una ventisca, y Charis empezó a mirar de soslayo la hora en la pared, contando tres minutos para no ser demasiado evidente.

Transcurrido ese tiempo, se excusó con discreción.

—Mis disculpas, voy al baño.

Arrojó por reflejo una mirada a Anton, buscando formas de deshacerse de él si acaso determinaba seguirla, pero este no parecía tener intenciones de hacerlo. Debía creer que no había peligro sin su teléfono móvil, y por lo demás la casa debía estar completamente vigilada para que nadie saliera de las áreas de la mansión.

Fue directamente hasta el baño, volteando cada tanto para asegurarse de que no era seguida y una vez allí cerró con manos temblorosas y se inclinó sobre el lavabo para descansar un poco y recuperar parte de su estabilidad. Divisó enseguida la ventana sobre el inodoro. Era pequeña para cualquier persona más grande que Jesse e imaginó que debía haberse escapado por allí en más de alguna ocasión. Se sintió confiada gracias a sus hombros más angostos, pero al mismo tiempo le preocupaban sus caderas anchas.

Se miró al espejo y se mojó la cara para infundirse valor.

Después se aseguró de poner el cerrojo a la puerta y abrió la llave del agua para ganarse algo de tiempo dejándole creer a cualquiera que fuera a buscarla que seguía allí.

Trepar por la ventana fue más fácil de lo que se hubiera imaginado sirviéndose del estanque del inodoro, y se sorprendió de hallar por fuera una jardinera con plantas que reducía la distancia hasta el piso. La parte superior de su cuerpo pasó del otro lado sin problemas, pero batalló un poco al momento de encontrar el ángulo correcto para dar a sus piernas el espacio suficiente para maniobrar con ellas y sacar las caderas. En la batalla se arañó las costillas y las piernas con la herrumbe alrededor del marco de metal, y cuando por fin consiguió salir, su aterrizaje no fue el más elegante y se cayó sobre las plantas, rasguñándose los brazos con las ramas.

Se aseguró de juntar la ventana para encubrir su fuga y después de bajarse de la jardinera anduvo agachada y orillada al muro, refugiada por la sombra del mismo hasta el aparcamiento frontal de la casa, en donde se hallaban aparcados los vehículos de Sam y Roel, así como el de Sacha, y el de Anton.

Recordaba a la perfección el auto de Sacha, y apenas divisarlo se aproximó casi a punto de gatear. Encontró la cajuela abierta tal y como Jesse le había indicado, y respirando hondo para armarse de coraje, se metió dentro y cerró con cuidado.

Allí aguardó por lo que debieron ser algunos minutos pero que le parecieron horas, inhalando y exhalando profundamente e intentando no pensar en donde estaba; refugiada en la oscuridad de sus párpados cerrados para no encontrarse con la oscuridad del espacio diminuto en el que se hallaba y perder la calma.

Poco después escuchó a alguien abrir la puerta del vehículo, meterse dentro gracias al vaivén del auto, y acto seguido la vibración bajo su cuerpo del motor en marcha.

Fue perfectamente consciente del momento en que el auto salió de la casa, gracias al crujir de la grava, y que empezó a enfilar por la carretera, cuando el vehículo se estabilizó y transitó por la superficie lisa del concreto de una autopista. No conocía su destino, y su claustrofobia ganaba terreno rápidamente, pero se mantuvo tranquila y se fio de Jesse.

La sobresaltó el crépito de lo que parecía ser una radio con interferencia, y luego oyó una voz viniendo desde algún lugar:

Mademoiselle, habla Luk. ¿Puede oírme?

Charis buscó a tientas en la penumbra el origen del ruido. Cada superficie desconocida que tocaban sus dedos le transmitía escalofríos, hasta que estos toparon con un bulto en el tapete de la cajuela, y se encontró con lo que parecía ser un walkie talkie debajo.

—Te oigo.

—La llevaré directamente al aeródromo y le explicaré todo allí.

Estrujó el dispositivo en su mano contra su oído:

—¡No! Antes llévame con Jesse.

Luk hizo una pausa:

Mademoiselle, no puedo hacer eso...

—Te lo suplico, Luk.

Charis... —utilizó su nombre de forma conciliadora.

—Por favor, Luk... Por lo que más quieras, déjame verlo... No sé qué está pasando; no sé si vuelva a verlo en la vida, ¡te lo ruego!

Otra pausa, espantosamente larga:

—... Veré qué puedo hacer.

—¡Gracias!

La comunicación se cortó por un periodo de tiempo. Charis volvió a sus ejercicios de respiración para mantenerse tranquila, pero las ascuas eran devastadoras. Un largo tiempo después, finalmente Luk volvió a hablarle por la radio:

Dentro de poco aparcaré el auto y abriré la cajuela. Debe estar atenta. En cuanto la oiga abrirse, baje lo más deprisa que pueda y cierre rápido. Verá un parque. Corra hacia los árboles, vaya directo y encontrará un puente de piedra. Jesse estará allí y saldrá a encontrarla. En veinte minutos volveré al mismo sitio. No salga del abrigo de los árboles hasta que me vea aparcar, y corra de regreso a meterse otra vez en la cajuela. ¿Queda claro?

—Sí. Gracias, Luk...

Percibió la superficie del auto bajo su cuerpo dar una vuelta cerrada y la gravedad empujando hacia un costado con el viraje dio un vuelco a su estómago. Después, el automóvil se detuvo y Charis se bajó rápidamente con piernas temblorosas.

—Apresúrese —la acució Luk por la ventanilla abierta y echó en seguida a andar el automóvil para alejarse de allí.

Charis hizo lo que se le indicó y fue directo hacia los árboles.

Nunca en Sansnom los había visto de una altura similar. Parecían tocar el cielo y sus ramas largas se entretejían en lo alto proyectando una sombra enjaretada bajo la cual se sintió a salvo.

Los sonidos de la ciudad se oían más mitigados conforme avanzaba, hasta que pudo ver al fin el puente de piedra sobre lo que parecía ser un riachuelo amplio, pero de poca profundidad.

—¡¿Jess?! —llamó en un grito silencioso.

Buscó con la mirada por cada ángulo del puente, detrás de cada árbol, hasta que una silueta conocida emergió bajo el arco de piedra, detrás del contrafuerte.

—... ¡¡Jesse!!

https://youtu.be/c9xy6HQH6VU

La carrera la llevó directo hacia sus brazos y lo estrujó con fuerza mientras que los de él eran la única cosa impidiendo que cayera al suelo desplomada a causa de sus rodillas débiles.

Se había desecho del traje y llevaba ropa de gimnasia holgada. El cabello se agolpaba de nuevo alrededor de su rostro, como si nada de lo anterior hubiese ocurrido. Sin embargo, llevaba como vestigio sobre la mejilla izquierda todo lo sucedido la noche anterior, en la forma de un corte alargado en el centro de un parche de piel amoratada. La lesión estaba parcialmente oculta por el pelo negro, pero Charis se lo apartó para examinarla y la rabia volvió a hervir en su interior al ver sobre la piel delgada de su rostro suave la evidencia de un castigo tan brutal.

Quiso tocar la piel, pero él dio un repullo y ella desistió:

—Ese monstruo... ¡¿Estás bien?! —farfulló Charis, echándole otro rápido vistazo de pies a cabeza, y volvió a estrecharlo contra sí.

—Estoy bien... —le escuchó susurrar, bajo y suave.

—Estaba tan preocupada... ¡Todos lo estamos! —se apartó para verlo a los ojos y lo encontró contrito y culpable— ¡¿Qué crees que estás haciendo?! Sam no ha dejado de llorar, Madame intenta mantenerse fuerte por ambas, pero está perdiendo la batalla. Jemima no come ni duerme. ¡Y Daniel y yo estamos completamente perdidos!

—Lo lamento tanto... Fui un estúpido impulsivo, y-...

—Quería salir a buscarte, ¡pero tu abuelo-...!

—Lo sé. Luk me lo contó todo.

—Nos quitaron nuestros teléfonos. Anton trajo anoche nuestro equipaje; lo hizo para retenernos en la casa.

Jesse se mordió los labios con fuerza y sacudió el rostro.

—Perdóname... nunca pensé que esto sucedería, Charis... Nunca creí que él llegaría a este extremo. Tomarlos como si fuesen rehenes... Pensé que los dejaría irse.

—¿Qué haremos? ¿Por qué Luk me llevaba al aeródromo?

—Te llevará a América —zanjó él—. Lo siento, esto es todo lo que he podido hacer. En cuanto a su equipaje... no hay modo de sacarlo de casa de Monsieur sin que se den cuenta.

Charis lo contempló sin poder asimilarlo. Los cientos de dudas que la atacaron no le permitían pensar con claridad.

—Pero... ¡¿qué hay de Daniel?!

—Sacha sacará a Daniel de la casa en cuanto sea seguro hacerlo. Es la última cosa que Sam podrá hacer por mí.

—¿Sam sabe de esto? ¿Cómo?

—Por medio de Sacha. He estado en contacto con Luk desde anoche en secreto, mientras finge que me busca. Luk habló con Sacha a solas y él le transmitió mi mensaje a Sam, pero ella no puede hacer nada. El teléfono móvil de Sam ha estado intervenido desde que Monsieur descubrió que me ayudaba.

Charis exhaló. Era la clase de lunático que era Monsieur...

—¿Cómo se lo dirán a Daniel?

—Daniel ya lo sabe. Él y yo... lo planeamos juntos.

—¡¿Cuándo?! —Charis intentó determinarlo, pero sin caso.

—Anoche, cuando las cosas todavía no escalaban a este punto. Le pedí lo mismo que a ti y fingió que hablaba con Lydia.

Ella lo entendió todo solo entonces. Por eso Daniel se había apartado para hablar. Por eso le dijo que estuviese al pendiente de su teléfono... Se sintió terriblemente mal por haber pensado tan erróneamente de él esas últimas horas. Por eso Daniel no quería abandonar la casa; por eso no quería entregar el móvil...

—¡¿Por qué no me dijo nada?! —No se sentía tan mal por ignorarlo como por haberse permitido comportarse del modo en que lo había hecho con Daniel a causa de ello.

Jesse parecía tan apenado como ella:

—Lamento que tuviéramos que esconderlo de ti... Monsieur debía tener toda la casa vigilada a esas alturas. Si alguien llegaba a oírlos o siquiera sospechaba que estábamos planeando algo, las cosas podían arruinarse. Y era a ti a quien vigilaba más de cerca porque sospechaba que era a ti a quien llamaría primero.

—Pero ¿por qué no se aseguraron de sacar a Daniel de la casa primero, si yo era la principal sospechosa?

Él no parecía listo para decírselo, pero Charis insistió.

—Porque... si las cosas se torcían, nosotros dos acordamos... que te pondríamos a salvo a ti antes que nada.

Charis sintió sus ojos humedecerse, y el corazón estrujarse en su pecho con esa revelación.

—Entonces, ustedes dos... Aún después de todo lo que pasó, y de todo este tiempo...

—Siempre, Charis —reafirmó Jesse—. No importa qué pase... Daniel será siempre mi mejor amigo. Aun cuando hemos tenido algunas diferencias, los dos deseamos lo mismo, más que nada en el mundo. —Él trasladó el nudillo por su mejilla para retirar una lágrima que no se percató de que se le hubiese escapado—. Que tú... estés segura.

Charis sollozó; conmovida y agradecida por sus dos increíbles amigos. Y ya no le quedaron dudas; a pesar de las dificultades entre ellos, del lazo fraterno que aún mantenían, cimentado en esa confianza ciega en el otro.

—¿Qué pasará ahora? —quiso saber, en un hilo de voz.

—Sacha aprovechará el barullo cuando se den cuenta de que no estás para sacar a Daniel de la casa. No te preocupes, lo verás dentro de poco. Y después... Luk los sacará a los dos de Montreal en el avión de Sam.

—¡Pero... ¿quién pilotará el avión?!

—Luk —le dijo él, como si fuera lo más normal del mundo.

Charis se sintió mareada.

—Dame unos segundos para procesar todo...

Pero Jesse no le dio mucho tiempo antes de continuar:

—No puedes regresar a Sansnom aún. Debes elegir un sitio en el que pienses que estarás segura. Al menos por un tiempo. Con Beth, en L.A. O con Marla y los niños. Incluso con tu madre.

—No puedo... Monsieur lo sabe todo sobre mí. Sabe en donde vive mi familia. Me lo dijo ayer, cuando me llamó a su despacho. Y amenazó con hacerles daño...

—... ¿Cómo dices?

—Sabe el nombre de mi madre y su apellido de soltera. Y sabe que tengo un hermano menor. Jess, ¡incluso sabe de Marla y de los niños!

Jesse lo pensó un momento, y después sacudió la cabeza y tomó su rostro entre sus manos heladas:

—No. Lo dijo para asustarte. Es lo que ha hecho toda la vida conmigo. Pero no les hará nada, Charis... Madame no lo permitiría. —Aquello calmó parte de sus ansiedades, aunque nunca del todo—. Además... él puede tener poder aquí, pero no le será tan fácil fuera del país. Sabe que en el momento en que dejen el territorio dejará de tener el control y eso es a lo que más teme en el mundo. Es por eso que está haciendo todo por retenerlos.

—¡¿Y luego?!

—Los dejará en paz si podemos convencerle de que estoy fuera de sus vidas.

—Entonces, ¿por qué debo ocultarme?

https://youtu.be/IMPyRo3bFQs

Jesse selló los labios. Una vez más, volvía a reservarse algo que no quería decirle, bien porque no era fácil, o porque pretendía protegerla con ello.

—Por favor... ¡dímelo! ¡Necesito saber qué esperar para no volverme loca de nervios!

Él asintió, vencido:

—No es Monsieur quien me preocupa —declaró—. Sus hombres no son los únicos que conocen tu rostro. También Hank Beau. —Oír ese nombre luego de tanto tiempo reavivó en su cabeza las memorias de su nefasto encuentro—. Eso significa que quienquiera que haya estado detrás de él puede tener tu pista. Es evidente que me estuvieron siguiendo de cerca y saben quién soy... Esas personas no manejan la información que tiene Monsieur sobre tu familia. Ellos están a salvo, pero tú no. Cuando yo vuelva a desaparecer, es posible que vayan directamente a por ti.

Charis jadeó atemorizada. Los ojos le ardieron y se percató de que había dejado de pestañear.

—Querrán saber en dónde estoy, y si no pueden sacarte esa información... —Jesse sacudió la cabeza, como si intentase librarse de un pensamiento terrible—. Por eso es que necesitas mantenerte oculta. Luk puede llevarte a donde sea que le digas. En cuanto a Daniel, estará seguro con sus padres y su hermana. No sabes... cuánto lamento tener que arrancarlos de sus vidas de esta manera. Pero es el único modo en que puedo garantizar que estén seguros hasta que las aguas se calmen.

—Pero... ¿qué hay de ti? ¿A dónde irás tú entonces?

—Dondequiera es una opción. No tengo parientes en otro lugar; no que yo sepa... Pero tampoco los tenía en Sansnom cuando rehíce mi vida allí la primera vez. Estaré bien —le aseguró, frotando sus hombros—; puedo hacerlo de nuevo.

—No —negó ella, frenéticamente—. No... ¡No! ¡Ven con uno de nosotros!

—Charis...

—Ven conmigo.

Ella cedió a su impulso de estrecharlo otra vez, y él respondió del mismo modo. No recordaba en qué punto había dejado de sentir escalofríos con su tacto, o que le había dejado de importar el filo de su cuerpo tan delgado contra ella. Todo se sentía lejano en esa nueva realidad en que el chico de los muertos se había convertido en su lugar seguro y sus brazos en el sitio en donde quería quedarse siempre... Y de pronto todo aquello parecía peligrar.

—Jesse, ven conmigo. Te lo ruego...

Percibió los brazos de él afianzarla con algo más de urgencia y luego su pecho vaciarse en un suspiro sin fuerzas:

—No puedo... Es demasiado riesgoso. No solo para ti; para tu familia también. Ya cometí un terrible error al regresar; no puedo seguir equivocándome.

Ella negó con la cabeza y sollozó sobre su hombro:

—¿Por qué regresaste a Sansnom entonces, si sabías que no podías quedarte? —le reprochó.

Jesse sujetó sus hombros y la apartó suavemente. Lucía terriblemente avergonzado ahora. No fue capaz de mirarla:

—Si te lo digo... no sé qué vayas a pensar de mí.

—¡Quiero saberlo, aun así! Merezco al menos... saber cuál fue el punto de todo esto.

Jesse se mordió con fuerza los labios, pero parecía al fin dispuesto a hablar:

—No regresé solo para despedirme. —Él respiró hondo una sola vez, sin exhalar—. Lo que planeaba en un principio... era escapar de mi abuelo. Y yo... volví a Sansnom a buscarte, Charis. Para... llevarte conmigo.

Su corazón se saltó un latido doloroso. Examinó sus ojos buscando la mentira; la broma... pero eran genuinos.

—... ¿A dónde?

—Adonde fuera. Yo no deseaba... alejarme de ti para siempre. Pero estabas en peligro si regresaba a tu lado en Sansnom. Creí que-... Que si podía llevarte conmigo, quizá-...

Charis aguardó a que terminara de hablar, pero no lo hizo.

—¿Por qué... no me lo dijiste?

—¿De qué hubiera servido? Además es... absurdo.

—¿Absurdo? —jadeó ella, ofuscada—. ¡¿Por qué-...?!

—¡Porque lo es! ¿Acaso-...? ¡¿Acaso en verdad... lo hubieses abandonado todo para-...?! —Su voz se convirtió en murmullos y dejó ir una suave risa exhausta; avergonzado—. P-Para... escaparte conmigo, o... algo por el estilo —sacudió el rostro—. ¿Qué... tan loco suena eso?

Charis lo obligó a mirarla, tomando su rostro entre sus manos, cuidando de no tocar la herida de su mejilla.

—Sí. Sí, lo hubiera hecho.

https://youtu.be/g3rM12Ts_FI

Jesse pestañeó dos veces, examinándola con incredulidad.

—Charis... ¿Estás-...?

—¿Demente? Dilo; ¡no importa! Acepté que lo estaba cuando decidí venir a otro país a buscarte sin tener idea de lo que pasaría. Esa fue mi elección. Y esta también lo era... si hubieses decidido dármela.

—Pero tu familia, y... Daniel-...

—Ellos tienen una vida propia. Podían continuarla conmigo o sin mí en ellas. ¡¿Por qué no me lo dijiste en un inicio?!

—Tú... también tienes una vida allá. Una vida tranquila. Y arrebatártela por una lejana posibilidad de tener lo mismo para mí-... Aún si estábamos a salvo de la gente detrás de Hank Beau, Monsieur jamás dejaría de buscarnos. Sin importar qué tipo de vida construyésemos... dondequiera que fuéramos a parar, él la destruiría eventualmente, así como hizo con mi vida en Sansnom. Todo habría sido por nada... ¡¿Te das cuenta de lo increíblemente egoísta que hubiera sido?!

—¡Fue igual de egoísta esconder de mí esa opción! ¡¿Cuál es el punto-...?! —El volumen de su voz se redujo a un murmullo quebradizo— ¿... ahora que ya no la tengo?

Jesse se quedó en silencio, y así mismo lo hizo ella. Finalmente, él volvió a hablar, pero no había nada en su rostro que le diera la menor esperanza:

—Ya es tarde para eso. Y quizá... sea mejor así.

—No lo es, Jesse, ¡maldita sea! —Charis arrebujó su ropa entre sus manos y lo atrajo, sepultando el rostro en su pecho— ¿Cómo... se supone que arreglemos este desastre?

Deseó con toda su alma sentir sus brazos a su alrededor nuevamente, pero ese consuelo jamás llegó. Él parecía resistirse.

—Luk... debe estar por venir —dijo Jesse, apenas audible—. Será mejor... que nos despidamos ahora.

—... No hagas esto... Debe haber otro modo...

—Charis, por favor... —Él tomó sus manos en las suyas y la impelió a soltarlo—. Yo solo quería... que supieras que estoy bien para que pudieses irte tranquila. Díselo a Daniel, por favor. No tienen que preocuparse más por mí.

Ella pasó un trago amargo de saliva:

—... ¿Sólo por eso... aceptaste reunirte conmigo?

Estaba lista para decepcionarse, igual que siempre. No hubiese estado más dispuesta a marcharse si lo hubiera hecho, pero quizá hubiese resultado un poco menos excruciante que si no le hubiese oído pronunciar sus últimas palabras:

—No. Yo también quería... verte una última vez.

Oírle confirmar por primera vez lo que deseaba oír colmó su pecho de un calor y una sensación que pujaba contra sus costillas como si no cupiera entre ellas, y Charis lo estrechó con más fuerza. Sintió nuevas lágrimas pugnar contra sus ojos y la presión insoportable detrás de sus mejillas.

El tiempo finalmente se había acabado.

—No es justo... Vine aquí para llevarte de vuelta a Sansnom. No pretendía intentar convencerte; más bien no tenía planeado aceptar un no como respuesta para empezar...

—Estoy seguro de que no lo harías... —Su voz salió a través de una sonrisa.

—Pero ahora ya no importa, ¿o sí? Porque has decidido esto... Y de nuevo me has dejado fuera de ello.

—Lo siento...

—Ven conmigo, Jesse. Te lo suplico... Vámonos juntos. No importa a donde...

Lloró un poco más sobre su hombro, y él se lo permitió sin alejarla. Después de un momento, cedió y correspondió a ella, estrechándola hacia sí como si no pretendiera jamás soltarla otra vez.

Charis imaginó ese lugar lejano en su mente durante la boda de Sam. Ese sitio que no conocía, pero en el cual sabía que era feliz. Todavía no podía verlo, pero sepultada en el vacío de sus párpados sellados contra aquel hombro afilado percibía la brisa sobre su rostro y aquello volvió esa ilusión aún más nítida.

Y ya no tenía dudas de quien era la persona en frente de ella. Porque lo estaba ahora mismo; y sin embargo a punto de romper esa delicada burbuja alrededor de su fantasía, y extinguirla para siempre.

—Perdóname... —susurró él, con un remordimiento estremecedor—. Lo último que quería... era ocasionarte más dolor.

—Pero lo haces. Te odio tanto, Torrance...

Él se limitó a sostenerla, meciéndose con ella suavemente. La quietud alrededor había conseguido ahogar cualquier sonido proveniente de la ciudad. Solo podía oír el murmullo del riachuelo, el soplo de la brisa, y el retumbar de su corazón adolorido.

—Ojalá... lo hicieras, como al principio —dijo él, de pronto, y la apartó con cuidado para mirarla—. ¿Qué tengo que hacer para que me odies en verdad otra vez? Así esto sería mucho más fácil...

—El problema es mucho más grande que eso —musitó Charis. Su palpitar se convirtió en todo lo que podía escuchar en cuanto levantó el rostro al suyo, tan cerca que podía verse reflejada claramente en sus ojos tristes—. El problema... es que yo-...

El estridente rechinido de ruedas contra gravilla los arrancó al mismo tiempo de ese momento para traerlos de regreso a la realidad. Jesse levantó de golpe la cabeza y Charis imitó el gesto y miró a sus espaldas en cuanto percibió sus facciones congelarse y drenarse de cuanto color pudieran albergar.

https://youtu.be/E1kbG1Y4rhQ

Todo sucedió antes de que pudiera razonarlo. Tres de las puertas de un coche de color negro que se detuvo frente a ellos se abrieron al camino de tres hombres; uno enorme y robusto, otro más bajo, aunque igual de fornido, y uno más delgado, que parecía el más joven de todos. Se precipitaron al mismo tiempo directamente sobre ellos.

Charis trastabilló por la hierba en cuanto Jesse la soltó y la empujó detrás de él, comenzando a retroceder:

—Corre —jadeó él—... ¡Charis, corre-...!

Pero no pudo ir más lejos que una zancada torpe, pues el más bajo, aún más alto que ella, estuvo detrás suyo en un pestañeo, y jaló de sus brazos para alejarla de Jesse justo en el momento en que los otros dos hombres se echaron sobre él, reteniéndolo cada uno por un brazo.

Charis no los reconoció. Ninguno de ellos se parecía a ninguno de los hombres de Monsieur que hubiese visto hasta ese momento. Sus rostros eran completamente nuevos. No obstante, en cuanto se fijó en Jesse, su confusión creció; pues para él no eran desconocidos en absoluto.

La femme aussi ? —espetó el más alto, de rostro cuadrado y tosco, una larga nariz en gancho, y una cicatriz vertical igual de larga en la mejilla derecha.

—No... Non ! Ne la touchez pas... ! —Escuchó a Jesse debatirse en la presa de sus captores. Fue silenciado por un puñetazo en el estómago, que le hizo doblarse en dos y a Charis dar una exclamación, y el hombre detrás de ella la empujó para obligarla a avanzar.

—¡¿Qué está pasando?!

Pas la femme ! —exclamó el que conducía el vehículo; un hombre cincuentón de pelo oscuro y sienes canosas—. Tue-la.

Y aquella única palabra pareció despertar algo en Jesse, quien estrelló la parte alta de su cabeza contra el rostro del más joven, obligándole a soltarlo.

Charis temió más por él que por sí misma. Era uno solo y ellos cuatro, si acaso el cuarto se dignaba a salir de la seguridad de su automóvil. Sin embargo todo cambió cuando escuchó un clic detrás de ella y luego el tacto de algo rígido y frío contra su nuca. Reconoció el sonido de inmediato, y este la transportó a su infancia.

Recordaba haberlo oído justo al momento de advertir el arma en las manos de su hermano Mason, la que sacó de la presilla de su pantalón, donde la llevaba oculta, medio segundo antes de ver a su padre colapsar con un estruendo, sobre su pierna sangrante. El día en que su familia terminó de romperse.

Supo lo que tenía contra la nuca, y el frío del arma se sintió tibio en cuanto todo su cuerpo perdió temperatura.

Jesse usó su brazo libre para alcanzar algún lugar de su bolsillo, y al levantar el brazo tenía en su mano un teléfono móvil. Charis no comprendió lo que intentaba con él. No sería lo bastante rápido para hacer una llamada; sin embargo, lo que hizo fue arrojar con todas sus fuerzas el aparato contra los escalones del puente de piedra.

El móvil se partió en cientos de piezas con un crujido; algunas de las cuales cayeron al río, dejándolo completamente inutilizable.

Los hombres alrededor se congelaron. Jesse clavó la mirada en aquel que apuntaba a Charis y dijo entre dientes, en un tono amenazador que casi no parecía ser su voz suave y arrulladora:

Quelqu'un doit porter le message... non ?

Y entonces, el hombre detrás de ella dejó escapar una especie de risa, y guardó el arma.

Bien jouè... « Blanche-Neige Garçon ».

Charis entornó los ojos. Sus piernas estaban tan débiles que no le costó al hombre detrás de ella desplomarla de un duro empujón sobre el pasto. Hubo un barullo en lo que intentaba, tan rápido como podía, girar sobre su cuerpo y levantarse. Para cuando lo consiguió, lo último que pudo ver de Jesse, fue un breve vistazo de sus ojos melados observándola perplejos antes de que una gruesa mano le obligara a agachar la cabeza y meterse en el vehículo.

El hombre junto a ella pasó por su lado con una última indicación:

—Dile al anciano De Larivière que unos viejos amigos envían saludos. Dile que espere noticias nuestras y de su nieto.

Dicho esto, aquel fue el último en meterse al vehículo, y este arrancó y se movió en un cerrado viraje, dejando surcos lodosos por el pasto deshecho bajo las llantas.

Charis se puso en pie y siguió el auto como pudo, corriendo por la grama con piernas débiles, sin poder ir más rápido que un trote difícil y tambaleante, como en una pesadilla.

—D-deténgan-... ¡De-... ténganse! —farfulló, casi sin poder modular las palabras ni conectar sílabas— ¡¡Alto!!

Una vez recuperó la estabilidad, corrió más rápido de lo que lo había hecho jamás; pero el auto no hacía sino alejarse.

https://youtu.be/tjkQ4i3CoAk

Este llegó al final del parque, por donde ella había venido, y bajándose por la calzada a punto de atropellar a dos transeúntes, enfiló por la vía antes siquiera de que ella alcanzara a salir de las áreas del parque.

—¡¡JESSE!! —vociferó al momento de salvar la última distancia y pisar el cemento.

No le importó la gente mirando, ni los autos pitándole las bocinas en cuanto se lanzó corriendo por la vía detrás del coche.

«La patente. Mira la patente. Memoriza el auto», se dijo. Un Fiat. Y la patente, números negros sobre una placa blanca reflectante. «VR A883... 08» ¿«03»? ¿O era «00»? El vehículo se alejaba y no pudo distinguir el último número.

Este se saltó una luz roja y se alejó haciendo chirriar las llantas en el pavimento, y ella tropezó y se desplomó exhausta sobre el cemento afilado, raspándose las rodillas y las palmas de las manos.

—¡Auxilio! —gritó a la gente a su alrededor, haciendo gestos frenéticos en dirección del vehículo—. ¡¡Ayuda!! ¡¡Se han llevado a una persona!! ¡¡AYUDA!!

Un segundo vehículo se detuvo junto a ella. Charis pensó que sería raptada también y se debatió contra la persona que se bajó de él y la sostuvo, pero los brazos que ahora la detenían eran gentiles, aunque la voz que hacía preguntas en su oído sonaba alta y consternada:

—¡Mademoiselle!

—¡Luk! —jadeó Charis al reconocerlo—. ¡Se lo llevaron, Luk!

—¡¿Qué dices?!

—¡Se llevaron a Jesse...!


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https://youtu.be/EH5kdlkOsvk

Anton iba de aquí para allá, haciendo llamadas, interrumpiéndose entre una y otra sólo para encararse con Sacha y discutir con él a los gritos algo que Daniel no comprendía, pero que no necesitaba entender para saber qué ocurría.

Charis había escapado. El baño estaba vacío cuando consiguieron abrir la puerta y la ventana estaba abierta desde dentro. Tal y como era el plan.

En cuanto a él, apenas iniciado el barullo, se mantuvo alerta todo el tiempo, buscando el momento para entrar en acción. Sabía que disponía de poco tiempo, así que buscó la mejor oportunidad de apartarse de allí para salir de la casa e ir al aparcamiento delantero, en donde la cajuela del auto de Sam esperaría abierta.

Sam vino hasta Daniel aprovechando los segundos en que Sacha mantenía a Anton ocupado:

—Ahora —le dijo—. Dile a mi bebé que su Sam lo adora...

Daniel asintió. Y en cuanto levantó la vista, Sacha estaba de pie en el corredor, con las llaves ya listas en las manos. Anton estaba ocupado en una llamada, y Sam fue directo con él para distraer su atención, momento en que Daniel supo que tenía la vía libre.

Sin embargo, antes de que pudiese escabullirse la puerta frontal de la casa se abrió con un estruendo que levantó todas las cabezas.

Charis se precipitó por la entrada temblando, con miembros lánguidos como un muñeco de aserrín, gritando algo ininteligible.

—Qué demonios... —masculló Daniel, y no perdió tiempo en acudir, confuso, pero aún alarmado por su estado.

¿No había escapado ya? ¿Qué había ocurrido? Justo detrás de ella venía Luk. ¿No deberían estar ya lejos los dos?

Al llegar con Charis, Daniel vislumbró con horror sus rodillas y manos ensangrentadas y sucias, y se agachó junto a ella, sosteniendo sus hombros y haciendo preguntas.

—Se lo llevaron, Dan... ¡Se lo llevaron...! —farfulló ella, y no cesó de repetirlo, una y otra vez.

Daniel la sacudió por los hombros.

—¡Charis, calma! ¡¿Qué pasó?!

—¡Jesse-...!

Basto con oír su nombre en la voz estertorosa a través de labios temblorosos de la muchacha para hacerse una idea de lo que ocurría. El alma se le cayó a los pies, y Daniel se tambaleó en su lugar a punto de desplomarse con ella al suelo arrastrado por el terrible peso en su pecho. Permaneció mudo e inmóvil mientras que ella se agitaba entre sus brazos, sacudida por un llanto espásmico.

Sam llegó con ellos y fue directamente con Luk.

—¡¿Qué está pasando?!

Este apretó los labios, incapaz de mirarla.

—¡Luk! —lo apremió Sam.

—... Han sido ellos. Han regresado.

Samuelle se petrificó con los labios entreabiertos en un grito que no llegó a salir de su garganta, pues un golpe a sus espaldas hizo virar a todos los presentes para encontrar el cuerpo frágil de Madame en el suelo de baldosas, completamente inerte.

—¡¡Mamá!! —gritó Sam y corrió de regreso en pos de ella, seguida de Luk, Sacha y Anton.

Daniel se debatió en su lugar sin saber qué hacer, si quedarse junto a Charis, o dejarla sola, hecha como estaba un atadijo de nervios destrozados para acudir para socorrer a Madame.

Roel emergió desde algún lugar que Daniel no vio, acompañado de una temblorosa Jemima y se paralizó frente a la escena que encontró ante sus ojos, recorriendo el lugar con una mirada confusa. Se detuvo en la mujer desmayada y su esposa llorando desconsolada junto a ella, intentando despertarla a los gritos, y se agachó junto a ellas un momento, antes de hacer una seña desesperada a Daniel:

—¡Necesita atención, pronto!

Luk se acercó en un trote. Aun cuando solo era un trabajador de la familia Larivière, tenía la expresión en el rostro de un niño quien ve colapsar a su propia madre.

—Por favor, monsieur Deming —pidió, al tiempo en que se agachó junto a Charis para relevarlo y quedarse con ella.

Daniel asintió, todavía sin terminar de procesar lo que estaba ocurriendo, y acudió con Sam y Madame, mientras que Luk se quedó atrás, intentando consolar a una todavía muy agitada Charis.


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https://youtu.be/FX3IH0sHs20

Las voces a su alrededor le resultaban indistinguibles aunque sabía que alguna debía parecerle aunque fuera remotamente familiar. ¿Se debía al tiempo transcurrido, o a la distorsión de los sonidos en sus oídos?

Le zumbaban, y todo lo que su cabeza podía conectar entre pensamientos caóticos era una negativa que no cesaba de repetirse: «No otra vez. No; no otra vez. No...»

No obstante, su visión estaba más clara, y conforme más los miraba más comenzaban a sonarle sus rostros. Y a medida que el zumbido en sus oídos se disipaba, pudo entenderles al fin. Hablaban en idioma franco; a excepción del conductor, quien sostenía una conversación a través de su móvil en otro lenguaje en voz tan baja que no podía reconocerlo.

—¿No estaba Corbin con él?

—No debe estar lejos. O ese perro, Janvier... Acelera.

—Cuidado con la maldita pistola.

—¿Seguro que no nos siguen?

—No si son listos.

—Mantén los ojos en la ventana.

—No vayas a volarle la cabeza antes de tiempo...

—Ya está todo listo —dijo el chofer—. La llamada está hecha.

Pasó aturdido, intentando asimilar lo que sucedía el tiempo suficiente como para que sólo al volver al momento presente se percatara de que no podía mover libremente las manos, pues las tenía atadas tras la espalda, tan ceñidas que empezaba a perder progresivamente la sensación en los dedos. ¿En qué momento se las habían atado?

Una zarpa atrapó su quijada, incrustando las yemas y una parte de las uñas en sus mejillas, obligándole a virar el rostro.

Reconoció la faz frente a él; solo que antes no tenía la cicatriz. ¿Cuál era su nombre? ¿Donny? ¿Ronny?

—¿Seguro que es él y no algún familiar más joven?

—Mírale los ojos.

—Son casi amarillos... Es él.

—¿No te dije que guardaras la maldita pistola?

—¡No tengo ninguna maldita pistola!

—¿En serio? —hubo una pausa—. Sigue igual de callado que antes...

Una de las voces se levantó sobre las otras. Jesse la reconoció al fin. Provenía del hombre tras el volante; al primero que había reconocido. Era el mayor de todos, tanto en edad como en rango, pelo negro arriba y canoso en los costados; aunque ahora más de lo que recordaba. Habían pasado más de diez años, después de todo.

Era el más sereno; aunque no por eso el menos peligroso.

—Chico —le dijo. Solía llamarlo así la primera vez también. Transmitía con su tono tranquilo una sensación inquietante de falsa seguridad, la cual parecía más la calma antes de una tormenta—. ¿Sabes lo que está pasando, verdad?

Todas las demás voces callaron, aguardando su respuesta. La suya emergió apenas audible, aún en el silencio.

—Sí...

El hombre en el asiento del copiloto, quien amenazaba a Charis, le sonrió con familiaridad, pero su mueca le transmitió escalofríos. ¿Cuál era su nombre? Tampoco pudo recordarlo, pero recordaba la mancha de color marrón en una de sus pupilas azules.

—Quédate tranquilo, muchacho. Mientras Guillaume coopere, no tienes nada qué temer. Debe haber aprendido la lección. —Joyce, así se llamaba. Apenas lo rememoraba.

No reconoció al último. Este iba a su lado mudo como un sepulcro. Era posible que se hubiese unido recientemente; lo sospechó dada su juventud y aspecto nervioso. Eran cuatro también la última vez, pero echaba en falta un rostro; aquel al que había remplazado el más joven.

—¿Confío en que el viejo haya disfrutado de nuestra pequeña película casera? —añadió Joyce, el de la mancha en el ojo.

Una corriente helada recorrió todos sus miembros, petrificándolo.

El video... Jesse sabía que había uno. Se lo enviaron a Monsieur después de que fuera rescatado, como alguna especie de broma cruel en desquite, pero nunca lo miró. No se lo hubieran permitido aunque él así lo hubiese querido. Su abuelo jamás volvió a hablar de él y se preguntó si lo tenía todavía.

Recordaba vagamente una vieja cámara en su rostro. Durante las quemaduras, los golpes, las cortadas y los alicates. A una distancia segura cuando utilizaban el agua, para que no se mojara con sus luchas desesperadas por respirar.

Probablemente estuviera allí también todas las veces en que miraba a la pared o al techo, solo esperando porque todo terminara pronto. Recordar todo eso revivió encarnizadamente sus memorias y todo volvió de golpe.

«No otra vez... No; no otra vez...»

Sus pulmones lucharon por aire, a punto de obligarle a respirar rápido, pero se contuvo con todas sus fuerzas y no permitió que su pecho se agitase. Ya conocía las consecuencias de mostrarse débil. Era para esos animales salvajes como lo era para una hiena la visión de una presa herida. Exacerbaba su apetito y su crueldad.


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https://youtu.be/cct69M2gmuo

Jemima fue quien se encargó de limpiar las heridas en las rodillas y las manos de Charis. Le escocían de modo infernal, y sentía palpitarle los guijarros clavados al interior de su piel incluso después de que la joven asistenta los removiera con pinzas, como si todavía los tuviese hincados en la carne. Sus manos temblaban frenéticamente mientras ella terminaba de limpiar sus cortes, no sabía si por el dolor, el miedo o ambos.

Sam se había retirado cuando se llevaron a Madame a su habitación y probablemente estuviese con ella todavía, mientras Daniel se encargaba de su estado. Alphonse tampoco estaba. Solo Roel permaneció en el salón con ellas, haciendo y recibiendo llamadas, y acatando indicaciones de los hombres de Monsieur.

Por su parte deseó haber podido aportar más, pero toda la información que pudo entregar fue sobre el auto. Era un Fiat negro, les dijo a Luk y a los demás. La placa era VR A883-... «Cero ocho»... No, «nueve ocho»... ¡Maldición! Lo había olvidado. ¿Cómo pudo olvidarlo?

Una lágrima de Jemima le cayó a Charis sobre la mano herida. Apenas prestó atención al escozor de la sal, y levantó la vista solo para hallarla con los ojos anegados y las facciones rojas y trémulas, en lo que intentaba contener el llanto, ocupada en curarla. Se dio cuenta de que el temblor de sus manos no era solo suyo, y que las de la joven asistenta temblaban casi tanto o incluso más.

No tenía puesto su uniforme, sino una delgada blusa azul bebé y una falda blanca hasta las rodillas. Se veía incluso más joven así y con el rostro lloroso. Después de todo, Jesse tenía razón en algo: Jemima era solo una niña.

Charis se liberó de sus manos y en cambio se las estrujó en las suyas. Aquella levantó la vista, alarmada:

—Todo va a estar bien —le dijo a la chica—. Él estará bien... —y quiso creerlo con todas sus fuerzas.

Jemima se rompió solo entonces, y lloró sobre su regazo mientras que Charis acariciaba su cabeza rubia, intentando mantenerse fuerte por ambas.

Anton y Luk entraron en el salón, irrumpiendo en el silencio. El primero se quedó en la entrada, pero Luk se acercó a ellas y se agachó junto a Charis:

—Ya están buscando el registro de la placa y el auto, a ver si surge alguna pista de donde puedan estar ahora. Le ruego decírmelo si recuerda cualquier otra cosa.

—¿Lo han reportado a la policía?

Luk guardó silencio.

Charis sintió toda la sangre drenarse de su rostro. Hizo con cuidado a Jem a un lado y se levantó, empinándose hacia Luk:

—¿Es una maldita broma? ¡¿Me estás diciendo que aún ahora no quieren contactar a la policía?!

—No lo decido yo, mademoiselle.

—¡Y yo no necesito el maldito permiso de nadie, si tan solo me devolvieran mi jodido móvil-...!

—Charis, calma —pidió él, con un tono más fraternal—. Te garantizo que estamos haciendo todo para localizarlo. Solo espero la orden de Monsieur y yo también me uniré a la búsqueda, junto con Anton. Janvier probablemente ya esté en ello. Si hay alguien que puede contra esos desgraciados, es él.

—¡La policía podría hacer más! ¡Por dios! ¡¿A qué están esperando?!

Daniel se hizo de pronto presente en el salón y todos, incluso ella, guardaron silencio en espera de su diagnóstico. Pero aquel tenía en el rostro un aspecto funesto, y los rasgos pálidos. Charis se congeló, esperando lo peor.

—Es su corazón —declaró Daniel—. Está muy alterada. Y demasiado débil. Pide ver a su esposo. En vista de su edad y de las circunstancias... estimo lo más conveniente que lo llamen pronto.

El silencio pasó de ser tenso a tornarse mortal.

Charis embozó su rostro con la palma fría de su mano menos lastimada. Se olvidó momentáneamente de su enfado y se acercó a Daniel para indagar un poco más en lo que Luk y Anton deliberaban.

—¿Está muy mal? —susurró.

Daniel sacudió la cabeza con frustración.

—Lo que necesita es un hospital, pero está lo suficientemente consciente para negarse a ir.

—¡Hay que llevarla, no podemos preguntarle!

—No nos permitirán sacarla de la casa. Y en su estado no necesita ser sometida a más estrés. He enviado a buscar con Alphonse algunos medicamentos para intentar estabilizarla aquí. Es todo lo que puedo hacer...

Charis movió la cabeza. Tenía problemas en asimilar todo lo que estaba ocurriendo. Parecía una pesadilla...

—Es terrible... ¿Y Sam?

—Destrozada. No ha dejado su lado ni por un segundo.

Charis viró hacia los presentes, solo para hallarlos todavía discutiendo, sin que ninguna llamada se hubiera realizado.

No pudo soportarlo más. Daniel pareció prever lo que intentaba, pues sostuvo su mano, pero Charis se libró de él a pesar del dolor de sus heridas y se acercó a los hombres:

—Madame ha dicho que quiere ver a su marido. ¿Por qué nadie lo está llamando? —siseó Charis, mirando a Anton y a Luk de uno en uno. El último llevó una mirada al primero, evidenciando quien de los dos era el que los obstaculizaba. Charis se dirigió exclusivamente a él—. Su nieto ha sido secuestrado, su hija está en crisis y su esposa podría morir, ¡¿por qué Guillaume no está aquí?!

—Charis... —le advirtió Daniel.

—Está ahora mismo en una de sus oficinas, lidiando con el primer asunto, señorita —le dijo Luk.

—¿Está moviendo un dedo por fin o sigue dando órdenes desde un cómodo sillón en su oficina? Hay muchos sillones cómodos en esta casa, no veo como no pueda hacer aquí exactamente lo mismo que está haciendo dondequiera que esté ahora, y de paso ver cómo está su esposa y darle a su hija un abrazo.

No vio sino rostros gachos y aquello solo la enfureció más:

—¡Si tanto miedo le tienen, alguien deme un maldito teléfono móvil y yo misma lo llamaré!

—La señorita Cooper tiene razón —intervino Roel, haciéndose finalmente presente después de terminar de hablar algo con Sacha—. Alguien llame a Monsieur. Debería estar con su familia. Y yo... debería estar con mi esposa. Con permiso...

Charis exhaló un resuello y se llevó una mano a la cabeza. No sabía en qué momento comenzó a dolerle, pero para cuando se dio cuenta, estaba a punto de estallarle. En el momento en que viró de regreso al sillón que antes ocupaba, Jemima todavía estaba allí. La muchacha la contemplaba con una expresión en la cual Charis no pudo distinguir otra cosa que la más genuina admiración.


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https://youtu.be/ZIWYkq4nyyw

El lugar era diferente de la última vez, y quedaba mucho más lejos. Eso lo supo solo a juzgar por la distancia recorrida, pues pasó una buena parte del camino con una bolsa de tela en la cabeza, la cual le pusieron apenas salir de la zona más concurrida de la ciudad, para que no pudiera ver el camino.

Se la quitaron solo una vez llegaron al recinto, después de bajarlo del auto y hacerle atravesar a tropiezos un camino largo de hierba y grava, completamente a ciegas. Para ese momento ya atardecía.

La primera estancia parecía alguna clase de galpón o almacén enorme de techo alto, donde los pasos del grupo que lo escoltaba se hicieron audibles en cientos de ecos, pero estaba oscuro y no pudo ver alrededor para determinar para qué, aunque percibió un olor intenso a madera podrida, moho, y un aroma muy leve a alguna clase de aceite o resina.

No podía escuchar ningún sonido de gente o automóviles, solo el viento colándose en murmullos por entre rendijas de paredes de madera y ventanas descuadradas, por lo que dedujo que estaban lejos de la ciudad. También olió pino y petricor, lo cual le indicó que estaban fuera en algún lugar en medio del bosque. Llevado por un presentimiento bajó la vista al suelo y vio algunos rastros de aserrín y astillas entremezclados en el polvo. Aquello terminó de corroborar sus sospechas: debía tratarse de un aserradero.

Fue conducido por un corredor largo repleto de puertas, hasta una escalinata en descenso hacia lo que pensó que debía ser un sótano, pero que acabó por tratarse de toda una planta subterránea, apenas iluminada por una serie de luces amarillentas en el techo.

Allí el aroma a madera podrida y óxido era todavía más fuerte.

—Apuesto a que la mansión de tu viejo abuelo no es tan grande —dijo Joyce. Era el más hablador de todos; a un punto irritante. Parecía amigable, pero Jesse sabía que no lo era en absoluto.

Se detuvieron entonces frente a una puerta robusta, la cual el más grande; el hombre llamado Ronny —ahora lo sabía gracias a oír a sus compañeros aludirlo— abrió para él.

El cuarto era amplio, aunque sucio y macilento; una especie de bodega con piso de concreto, y techo de madera con vigas al aire, desde las que colgaban gruesas cortinas de telarañas. El interior estaba repleto de enseres y equipos inutilizados, acomodados contra las paredes; partes de maquinaria rota, dañadas más allá de toda reparación, sierras manuales y hojas circulares de tronzadoras gastadas, enrojecidas por el óxido, herramientas inutilizadas, astillas y sobrantes de madera. No tenía ventanas, pero había un cuarto más pequeño al fondo, en el que distinguió un piso de baldosa amarillenta y resquebrajada.

Joyce comenzó a deshacerle las amarras de las muñecas, y cuando finalmente las tuvo libres, toda la sangre regresó de golpe a ellas con un hormigueo desesperante. El más joven sostuvo las amarras cuando Ronny se las dio. Jesse notó que lo miraba insistentemente, y que lucía atento y hasta cierto punto culpable. No parecía mayor que él; diría incluso que era más joven.

El del ojo bicolor continuó parloteando, e hizo un gesto hacia el cuarto de baldosas:

—Tienes un baño ahora, aunque ya no una cama. Tendrás que contentarte con eso —señaló algunos costales en un rincón—. Una cosa por otra. Por cierto... —la voz del hombre sonó demasiado cerca de su oído esta vez y Jesse se estremeció con un encogimiento en la otra dirección—. Hay alguien que se muere por verte. Un viejo amigo. —Dicho aquello llevó una mano a la zona de su cuello y le apartó el pelo. Después trasladó con parsimonia los dedos a través de cada una de las cicatrices dejadas por un cigarrillo encendido—. Seguro lo recuerdas. Él se acuerda bien de ti.

Jesse volvió a apartarse, esta vez presa de un horrible escalofrío, acompañado de un vacío en su estómago, el cual casi le produjo una arcada. Un empujón del gigante, Ronny, de lleno entre los omoplatos lo arrojó sobre el piso de concreto, golpeándose todo el costado derecho del cuerpo hasta la mejilla sana, la cual se arañó sobre las partículas de tierra y astillas del piso.

—Espera a que le contemos que tienes novia ahora. ¡Es una muñeca! Todos estamos orgullosos. ¿Cómo era su nombre? Ah sí... Charis. —Arrastró cada letra con una nauseabunda lentitud—. Pórtate bien, « Blanche-Neige Garçon ».


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https://youtu.be/lWdxoboaCt8

Monsieur se presentó en la mansión poco después de la llamada de Roel y se encontró con su hija en el salón. El señor De Larivière guardó silencio ante todo lo que Samuelle tenía que decirle. Esta titubeaba y tartamudeaba; su voz se quebraba a ratos haciendo que le saliera de la garganta en forma de finos gimoteos llorosos. Pero a medida que se terminaba el relato de Sam sin que su padre siquiera se inmutara en su lugar, la incertidumbre crecía para Daniel y Charis.

Para cuando acabó, este reanudó su marcha sin decir nada y Sam fue con él. Por el camino no intercambió palabras con nadie. Fue directo a la planta superior para ver a su esposa. Charis lo contempló avanzar sumido en su silencio ceremonioso, con la mano firmemente cerrada en torno a su bastón de ébano y plata, sin levantar nunca la vista de sus pies.

No volvió a saberse más de ninguno de ellos sino hasta horas de la tarde, cuando tras ausentarse otra vez para corroborar el estado de Marion, Daniel apareció de regreso en el salón, sin muchos cambios en la expresión de su rostro:

—¿Madame...? —musitó Charis.

—Está estable por el momento. Ver a Monsieur la tranquilizó. Pero recuerda bien por qué se desmayó.

—¿Monsieur dijo algo?

—Nada. solo me pidió salir de la habitación.

—¿Y Sam?

—Se quedó con ellos. Tranquila —Daniel acarició su cabeza—. Están juntos ahora, como una familia. Encontrarán el modo de solucionar esto.

Charis se llevó las manos al rostro y se masajeó los ojos. Los sentía como cubiertos por una capa fina de polvo que le raspaba al parpadear y le producía ardor y picazón. La piel alrededor de ellos estaba sensible e inflamada.

—Debimos detenerlo...

—Estaba enojado. —Daniel la impelió a sentarse en cuanto volvieron al salón—. Sabes lo terco que es; no hubiésemos podido-...

—No, Daniel. Debimos detenerlo en cuánto se bajó del auto ese día, cuando llegamos de viaje. Jamás debimos dejarle solo en ese apartamento... debimos estar con él y ayudarle a confiar en nosotros. Nunca debió irse de Sansnom...

—No sabíamos que esto pasaría.

https://youtu.be/wOBYtPThI8o

Pero el intento de consuelo de Daniel la hizo sentir mucho peor. Ella hubiese podido adivinarlo, de ser menos ingenua.

—¿Por qué él?

Roel vino a sentarse junto a ellos en el sofá grande y tomó su mano en la suya, propinándole caricias como las de un padre.

—Los miembros jóvenes de familias adineradas siempre son los primeros blancos para este tipo de cosas, chérie. No es de extrañar que hayan puesto los ojos sobre Jesse en cuanto se supo que el nieto perdido de Guillaume estaba de regreso. Esas bestias debieron estar esperando por este momento durante años...

—Tengo miedo... —Charis se aferró con fuerza a la mano que sostenía la suya. Sintió las manos de Daniel masajear sus hombros.

—Todo va a estar bien. Su familia encontrará la forma.

Pasaron horas antes de tener noticias nuevamente. Alphonse regresó con los medicamentos y se los dio a Daniel junto con una súplica discreta en cuanto a la salud de Madame. Era indudablemente querida entre sus trabajadores, a diferencia de su esposo, quien solo obtenía respeto mediante infundir miedo.

Sam se presentó en el salón poco después.

—Monsieur está hablando con maman ahora mismo.

Daniel se aproximó llevando la bolsa con los medicamentos:

—Aquí está todo lo necesario.

Sam asintió y su expresión se volvió suplicante:

—Por favor, ayuda a mi madre... Te lo ruego... Si pierdo a maman lo perderé todo... —Su voz no eran más que gimoteos estrangulados y desgarradores—. La dejo en tus manos capaces. Monsieur aguarda...

—Haré todo lo que esté a mi alcance.

Charis se quedó atrás, hasta que la mirada de Sam la interceptó, y ella se la sostuvo. Las dos parecieron acordar solo con eso lo que pasaría a continuación. Charis había esperado respuestas desde el comienzo, y era hora de que Sam se las diera. Y ella lo sabía bien.

—Jem, cielo, prepara a mi esposo un trago —pidió a su asistenta—. Querido, ¿podemos dejarte a solas un momento? Quiero hablar con Charis.

Este se levantó, besó a su esposa en la mejilla, a lo cual esta apenas respondió como solía hacerlo, y después se apartó.

—Tómense el tiempo que quieran —sonrió con calidez.

Una vez en la terraza que antelaba el jardín trasero, aun a solas y con todo el tiempo del mundo entre manos, Sam continuaba renuente a hablar. Charis dio pie a que iniciara con una simple pregunta:

—La familia De Larivière... ¿Quiénes son en verdad?

Sam se mordió los finos labios sin maquillar y tomó un breve aliento antes de iniciar:

—«Lis De Larivière» es solo nuestra máscara —comenzó—. El negocio del vino es relativamente nuevo. Antes de eso, nuestra familia formaba parte de una empresa más grande, con un... «negocio» completamente diferente, en la ciudad de Marseille, Francia. —Charis abrió los ojos. De manera que su familia no era originalmente de Canadá. Sam prosiguió—: «cosas» pasaron... y la facción fue desmantelada. Nuestra familia migró desde Europa en los años sesenta, cuando Monsieur era solo un niño. Nuestro bisabuelo pudo escapar con su familia, llevándose con él toda la fortuna que había logrado amasar por generaciones, gracias a lo cual pudo buscar un nuevo horizonte aquí en Canadá.

»Afortunadamente, el abuelo de Monsieur tenía poderosas conexiones en Montreal gracias a algunos negocios del pasado y por ello pudo empezar aquí una empresa independiente y hacerse un nombre. Sin embargo, no importa a dónde vayas cuando tienes una familia como la nuestra; siempre habrá enemigos alrededor, en espera de verte débil, y en perpetuo conflicto por territorios, aliados, y el favor de ciertas compañías, grupos, o individuos con relevancia política o policial.

»Conforme el nombre De Larivière comenzó a ganar cierta reputación, no tardó en ganar enemigos aquí también. Sospechamos que no sean criminales comunes quienes están detrás de todo esto, sino... personas que quieren perjudicar a nuestra familia.

Charis se tomó unos minutos para asimilarlo todo. No era real... Parecía como salido de una película de aquellas que odiaba; repletas de armas y muerte. No obstante, no perdió detalle y retuvo todas aquellas cosas que parecían claves para poder entenderlo. Una de ellas, la más turbadora.

—Cuando dices palabras como «grupo» o «facción», lo que quieres decir en realidad es... —Tuvo que humedecer sus labios resecos para poder pronunciarlo—... «mafia»... ¿verdad?

—El término «mafia» es autoría del crimen organizado siciliano... —disgregó Sam.

Ya fuera de forma intencionada o no, esa respuesta se iba por la tangente, y Charis reafirmó lo que quería saber:

—No deja de ser lo mismo. Crimen organizado. Dijiste que Lis De Larivière es una máscara. —Recordaba claramente los titubeos de Jesse cuando le preguntó algo parecido—. O sea que lo que esconde en realidad... es a una familia criminal.

La acusación sonaba extremadamente grave. Pero Sam ni siquiera se inmutó por el término, más allá de lucir evidentemente incómoda.

Aquella se tomó una larga pausa. Y finalmente asintió.

—Espero que entiendas... por qué no podemos involucrar en esto a la policía —concluyó Sam.

Charis se concentró en respirar a un ritmo regular. Aunque intuía que el apellido De Larivière tenía que ver con negocios no del todo honestos desde hacía tiempo, esto era un nivel completamente diferente. Jesse formaba parte de todo. Y ahora era una víctima de ello.

—Pensé que querías saberlo —dijo Sam, al notar sus dificultades para permanecer tranquila.

—No quería; más bien... lo necesitaba.

—Dijiste que lo sospechabas... y que estabas bien con ello.

—Nunca dije que estaba bien con ello; dije que no haría preguntas. Lo hice por Jesse. —Sam bajó dos ojos culpables, pero Charis continuó—: él no tiene que ver en esto; ni siquiera quiere involucrarse; porque hizo de su infancia miserable y porque le costó a su familia. Ha estado huyendo de ello toda su vida. Pero Monsieur es otra historia.

—Él tampoco lo eligió... Ni nosotros —disintió Sam.

Charis omitió inferir en lo perfectamente bien que estaban todos ellos viviendo en mansiones, conduciendo autazos y despilfarrando el dinero. Ophelie era la única que había optado por algo diferente solo para proteger a su familia. Y ahora su hijo corría grave peligro.

—Odio todo esto, y todo lo que ha implicado para Jess...

—¿Qué hay... de mí y de Madame? —preguntó Sam.

—He visto el poder que tiene Monsieur sobre la gente a su alrededor. No puedo tener una opinión objetiva respecto de lo que sucede aquí. Ustedes pueden ser víctimas... —por más que trató, no pudo callarse—... como también cómplices.

Sam se viró en su lugar para encararla:

—Olvidas que Jesse está destinado a suceder a Monsieur. Un día ocupará su lugar a la cabeza de todo esto. Y tendrá que continuar el negocio familiar. Se convertirá en todo aquello que odias. ¿Qué pasará entonces? ¿Le abandonarías?

Aunque su pregunta sonaba acusadora, su tono se oía genuinamente interesado en esa respuesta. Charis se debatió en ella por largo rato. Aun ahora, sabiendo esto... ¿querría permanecer a su lado?

La puerta del jardín se abrió, y por allí asomó Luk, con una faz pálida y temblorosa, alertando a ambas.

—Mademoiselle. Son ellos —dijo, con el móvil en alto.

Sam se separó de Charis, recibió la llamada y se alejó en un trote con el móvil en busca de Monsieur, siempre acompañada de su leal esposo, quien se levantó del sofá apenas pasó corriendo frente a él.

Cuando Charis entró en la casa, Sam y todos los demás habían desaparecido, salvo Anton, quien se quedó para vigilarla. Poco después, Daniel estuvo de regreso y se unió a ella en el salón.

—¡¿Qué está pasando?!

—Monsieur está hablando ahora con los secuestradores. Me hizo salir de la habitación, y a Roel también. Solo son él, Madame y Sam.

—Madame no debería ser expuesta a esto...

—Ella pidió estar presente, Charis. Confiemos en que lo resolverán.

La conversación resultó ser más larga de lo que cabría esperar. Siempre vigilados por Anton, Daniel y Charis permanecieron en el salón acompañados de Jemima y más tarde de Roel y Sacha, en espera de noticias.

Finalmente, Samuelle se hizo presente en la habitación con el rostro gacho, escoltada por Luk. Todos los presentes se levantaron de sus asientos en anticipación. Ella alzó el rostro con los ojos anegados de lágrimas. Intentó hablar, pero no lo consiguió, y en cambio fue Luk el portador de las noticias, igualmente desolado y con tono luctuoso:

—Piden el doble de la última vez. Si no reciben el dinero de aquí al final de la semana... lo van a matar.

El salón se sumió en un silencio mortal y la temperatura del ambiente pareció decrecer en cosa de segundos. Daniel permaneció en silencio con los ojos desorbitados y mirar sombrío. Charis dejó colgar la mandíbula. Sintió que sus piernas cederían. Atacada por la desesperación y la impotencia, se derrumbó pesadamente sobre el sofá más próximo y abatió el rostro entre sus manos. Se sintió extraña; como flotando fuera de su cuerpo y de ese momento. No reconocía la sensación de sus manos contra su rostro ni su propia voz cuando habló:

—Por dios... Esto no puede estar pasando...

—Tenemos que mantener la calma, por favor —les dijo Roel—. El chico no les servirá de nada si lo matan. Solo buscan amedrentar a Monsieur para obligarlo a pagar.

—«El chico» —repitió Sam, entre los dientes. Charis jamás la escuchó tan enojada—. Creo que te refieres a Jesse, nuestro sobrino.

—Sabes que no lo dije de esa manera, mi cielo...

Roel se movió junto a su mujer para abrazarla pero esta se apartó sin permitírselo. Charis se sorprendió con su abrupta reticencia. Normalmente Sam no perdía oportunidad de fundirse entre los brazos de su amor; en especial en momentos como esos.

Roel suspiró vencido y desistió.

—Por favor... Hay que llamar a la policía... —insistió Charis.

Sam meneó la cabeza. Para ella, desde luego, no era una opción, y Roel tampoco parecía convencido. Charis se preguntó si estaba al tanto de todo aquello. Si sabía la clase de familia de la cual había pasado a formar parte con ese matrimonio.

—Es algo que jamás se debe hacer en estos casos, chérie —dijo a Charis—. Si involucras a la policía, lo matarán de seguro, sin esperar siquiera un rescate.

—¡¿Y lo hay?! —chilló Charis.

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Guillaume apareció en el salón en ese momento, girando todas las cabezas, sumiendo el lugar en un silencio todavía más denso.

—No. No lo hay ni lo habrá —sentenció, clavando su bastón de ébano y plata en el suelo alfombrado para dar el impulso necesario y echar a andar hacia el ventanal más próximo; toda parsimonia y calma, como si no hubiese firmado la sentencia de muerte de su propia sangre.

Samuelle se quedó boquiabierta y con los ojos de par en par viéndole avanzar. Entre todos, fue la única capaz de pronunciar palabra:

—Mo-Monsieur... pero-... ¿qué dices-...?

—Las posibles consecuencias de esta situación fueron ocasionada por la impulsividad de mi nieto. Si esas personas creen que pueden volver a intentar manipularme, están equivocados. Ahora con más razón, que Jesse eligió su propio destino. —Se detuvo frente a la ventana hacia la terraza y se paró allí con ambas manos sobre el bastón—. Ya me ha dejado en claro que no quiere nada que ver con esta familia. Bien, pues... que así sea. Veamos qué tan bien puede arreglárselas solo.

—Como puede decir eso... —jadeó Charis, y llegó a su lado en dos largas zancadas— ¡Lo que ocurrió fue por causa de usted! ¡¡Es su nieto, maldita sea!! ¿Va a dejar que le maten por su maldito orgullo?

Guillaume ni siquiera se dignó a mirarla.

—Y usted, señorita Cooper, haría bien en mantenerse al margen. Si se me ha informado bien, mi nieto fue secuestrado estando usted presente. ¿Me equivoco?

Charis sintió el alma desprenderse de su pecho y derramarse bajo sus pies. Monsieur le dirigió una mirada virulenta y ella bajó el rostro, al asimilar las implicancias de su aseveración.

Era cierto... si no hubiese forzado a Jesse a salir de su escondite, en donde estaba seguro, nada de todo aquello hubiera pasado.

—Ahora, este asunto concierne solo a nuestra familia —dictaminó Monsieur—. Les prohíbo que sigan involucrándose.

Daniel se situó detrás de una devastada Charis y le rodeó los hombros.

—Le guste o no, nosotros somos sus amigos. Hemos sido casi una familia para Jesse durante años.

Monsieur apenas lo miró por el rabillo del ojo. Después, sus ojos de canicas de vidrio se clavaron en el exterior al otro lado de la ventana, y sus dedos de gárgola se afianzaron en el bastón hasta hacer palidecer sus nudillos rugosos en cuanto pronunció sus últimas palabras antes de dejar el salón con un renqueo:

—Pero no lo son.

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