10. Ámbar
https://youtu.be/meCuf3INK7M
Por si los últimos incidentes no bastasen para posicionar aquella como una de las semanas más duras desde su regreso a Sansnom, la aparición de la casera del edificio en su puerta a primera hora de la mañana del domingo fue la cereza del pastel.
Daniel tenía el alta en el hospital, así que Charis se había levantado muy temprano para estar lista pronto. Los golpes en la puerta la sorprendieron en la tarea de doblar la chaqueta limpia Jesse, que había lavado el día anterior para poder devolvérsela hoy.
Abrió confiada, segura de que no podía ser Mason, cuando solo había estado allí el día antes de ayer.
—Buenos días —saludó al encontrarse del otro lado a la señora Morrison. Pero hubo de borrar de inmediato la sonrisa, pues las risueñas facciones de la casera estaban torcidas por una mueca seria.
—Buen día —le dijo escuetamente—. ¿Podemos hablar?
—Estaba por salir ahora mismo.
—Seré breve, señorita Cooper. —Inhaló un profundo aliento antes de hablar, como si le costara—. Solo he venido a decirle que he recibido varias quejas respecto a lo que pasó la otra noche. —Charis apretó los labios, y ella continuó—. Quejas a las cuales no puedo hacer oídos sordos, por mucho que estime a Daniel y que usted sea su amiga.
Charis sintió una corriente helada bajar por su columna.
Fue ilusa al creer que el que su hermano se pusiera a aporrear las verjas del edificio a las dos de la madrugada, ebrio y gritando su nombre, no traería ninguna consecuencia. Pero, honestamente, transcurridos dos días desde el incidente sin que la señora Morrison lo mencionase había alimentado sus esperanzas de que podía salir librada. Era evidente que no.
Camino al hospital, Charis ni siquiera se molestó en encender el estéreo. Sus pensamientos ya eran lo bastante ruidosos. Pensó que se metería en mayores problemas con la señora Morrison y que se encontraría esa misma tarde haciendo maletas, pero la casera fue justa. Se conformó con darle una advertencia, y Charis le prometió que no se volvería a repetir. Desde luego, junto con una sentida disculpa.
Una vez en el Hospital Saint John, aparcó y entró de manera automática. Después subió a prisa las escaleras sin siquiera pararse a considerar el ascensor; el cual tenía ahora un letrero colgado con una advertencia que no se molestó en leer.
Encontró a su mejor amigo en la misma habitación, ahora libre de catéteres venosos, monitores o cualquier cacharro médico. Jesse ya estaba allí, de pie junto a la cama con las cosas de Daniel en una bolsa. Usaba el uniforme del hospital. Los dos alzaron la vista para verla.
Daniel tenía mucho mejor color, y su sonrisa fue reconfortante.
—¿Listo para ir a casa?
—Ansioso. Espero al médico, para firmar el alta.
—Tú eres médico, ¿no puedes firmar tu propia alta?
—Ojalá, pero ya sabes: protocolo.
Charis desdobló la chaqueta limpia que llevaba al brazo y se la tendió a su silencioso dueño de vuelta.
—Aquí tienes. Como nueva.
—Gracias...
—Gracias a ti, por el préstamo —Charis pasó por su lado y fue a ocupar el asiento junto a la cama de Daniel. Estrechó su mano en las suyas y le alivió encontrarla tibia, como siempre—. ¿Cómo estás?
Notó entonces una expresión extraña en el rostro de Daniel. Parecía feliz, pero hacía esfuerzos por disimularlo. Su mirada llena de reserva pasó de ella a Jesse y luego de regreso. Al final, soltó un suspiro sin borrar la sonrisa:
—Mejor que nunca.
https://youtu.be/NZyPy2inax4
Salir del hospital junto a Daniel fue para Charis como haber recuperado una pieza faltante de sí misma. Anduvieron por el aparcamiento con cuidado; él por la cirugía y ella por su tobillo adolorido.
Había optado por zapatos bajos los últimos dos días debido a ello, y comenzaba a plantearse firmemente si valía la pena sacrificar la comodidad y seguridad que ofrecían a cambio de un poco más de altura. Jesse no parecía acomplejado por su estatura siendo un varón, ¿por qué debería estarlo ella?
Una vez junto al auto, Charis abrió la puerta y la sostuvo para Daniel:
—Podría acostumbrarme a esto.
Ella alargó la sonrisa y movió la cabeza. Le terció con rudeza el cinturón de seguridad sobre el pecho.
—Disfrútalo mientras te dure.
Después de dejarlo cómodo y cerrar, rodeó el auto y se metió del otro lado. Sin embargo, al encajar la llave en la hendidura para arrancar el motor, no la giró sin antes echar un último vistazo a Daniel:
—¿En verdad estás bien? ¿Era seguro darte el alta tan pronto?
—Toma la palabra de un doctor.
—No tomaré la palabra de un doctor que acabó en el hospital por no cuidar de su salud.
—Estoy bien —se rio él, y Charis se confió de su sonrisa alentadora.
El trayecto al edificio de ambos se hizo algo más largo de lo normal, gracias a que Charis condujo más lento de lo acostumbrado.
—¿Alguna novedad estos días? —preguntó Daniel.
Charis no omitió el tono capcioso de su pregunta. Se preguntó si Daniel se habría enterado de alguna manera de la visita de Mason o de su discusión con la casera.
—Nada que reportar, capitán —dijo.
—Eso es curioso, cadete... porque llevo dos días esperando oír la historia del elevador —observó él, y Charis apartó fugazmente la vista de la vía. Daniel sonreía triunfador—. Me llegó el reporte ese mismo día, de otra fuente.
—¿Jesse te lo dijo?
—No. No tuvo que hacerlo; lo sabe todo el hospital.
Charis tomó un aliento y empezó a explicarse, agradeciendo en parte que no hubiese sido él. De esa manera, pudo contarle la historia omitiendo todos los detalles preocupantes De manera que de aquella caída espantosa, dos horas llenas de incertidumbre atrapados en el frío del subsuelo, y un peligroso escape por un techo, todo lo que llegó a saber Daniel fue que se quedaron atrapados por algún tiempo.
Así, el viaje al edificio se les hizo corto.
—En fin, eso fue todo —finalizó Charis—. Un día de locos...
—Y que lo digas —se carcajeó él—. Esta vez no tuve que encerrarlos yo.
—No me sorprendería saber que estás detrás de todo esto. Por cierto, ya les conté a tus abuelos lo que pasó. —Daniel hizo un respingo—. No me mires así; sabía que tú no ibas a hacerlo. Vendrán mañana a verte.
—Deberíamos avisar a Jesse que ya estoy en casa. No pudo quedarse hasta que llegó el doctor.
—Le escribí un mensaje de texto cuando salimos.
—¿De dónde sacaste su número?
—De tu móvil, mientras te vestías en el baño —respondió Charis al momento de apagar el motor. Se fijó, por el rabillo del ojo, que Daniel sonreía—. ¿Qué?
—Nada. Solo... me alegra que se hayan calmado las aguas entre ustedes.
—Es algo pronto para decir eso —replicó ella—; pero supongo que el territorio neutral es mejor que nada.
Dicho esto, se apeó del auto y volvió a rodearlo para ayudar a Daniel.
Hubo de inclinarse otra vez sobre él para desajustarle el cinturón de seguridad. Al hacerlo lo apercibió tensarse, pero cuando buscó su rostro en busca de signos de dolor y se lo encontró tan cerca, este bajó los ojos con bochorno. Charis lo atribuyó a un intento pobre de ocultar su malestar.
—¿Estás adolorido? Me alegro. A ver si a partir de ahora empiezas a tomártelo en serio, «Señor Pizza».
—¿Te complace el sufrimiento de los demás?
—Me complace cuando se lo buscan. De otro modo no aprenderían nunca la lección. Vamos, sacaré tus cosas de la cajuela.
Después, Charis condujo con cuidado a Daniel todo el camino de regreso a su apartamento, en donde les recibió el silencio y la quietud propios de un lugar que no ha albergado habitantes en varios días.
—Hogar, dulce hogar —suspiró ella, al minuto de entrar. Se adelantó a Daniel en dirección a su habitación—. Ven, te ayudaré a recostarte.
Daniel retrocedió con las manos en alto:
—¡Por supuesto que no!, pasé dos días acostado; no pienso varar en una cama otra vez.
Charis giró por completo para darle una vista frontal de su peor cara.
—No recuerdo habértelo preguntado. ¡Mueve el culo ahí dentro, Daniel!
—¿No deberías estar trabajando?
Charis dejó caer la boca abierta, fingiendo estar ofendida:
—Pedí el día libre para recogerte en el hospital y cuidar de ti hoy. ¿Así es como me lo agradeces?
Daniel meneó la cabeza y obedeció, caminando dócilmente.
—Sabes que no lo digo por eso. —Al momento de llegar junto a ella le posó suavemente una mano sobre el hombro—. Gracias por todo. Por acompañarme hasta aquí y... por lidiar conmigo.
Charis puso por su parte su mano sobre la espalda de Daniel y lo acució dentro del cuarto. Disfrazó su sonrisa enternecida con una mueca mordaz.
—Sí, sí, no te aproveches.
Avanzó ella primero hasta la cama doble en la habitación de Daniel y apartó el edredón para hacerle lugar:
—Te daré algo de privacidad para que puedas cambiarte. Si necesitas ayuda, llámame. —Conforme hablaba, sacó de su bolso la planilla con la nueva dieta de Daniel, de la cual se había apoderado en lo que él firmaba los papeles para ser dado de alta, y la repasó—. Entre tanto te haré algo de comer. Esto no se ve tan complicado de seguir...
—¿Segura que está bien que te ausentes de tu trabajo? No querría que tuvieras problemas en el banco cuando apenas comienzas.
—Solo será un día. Así que disfrútame.
Dejando a Daniel en la habitación, fue directo a la cocina y revisó las alacenas y el refrigerador. Sin embargo solo había carnes rojas, salchichas, enlatados y pasta. Nada como la dieta blanda que tendría que seguir. Charis se rindió sin hallar nada, y resolvió que tendría que hacer un viaje al supermercado.
Regresó al cuarto con Daniel para avisarle que saldría; no obstante, antes de entrar le oyó hablar con alguien en el móvil.
—Sí, ya estoy bien, en serio-... ¿De verdad? —Hubo una pausa larga. Pensó que debía ser alguien del hospital—. ¿Y... no tendrás problemas por eso? Está bien... Demonios, esto sería mucho más fácil si tuvieras una cuenta bancaria... ¡No, de ninguna manera! Si lo haces me enfadaré contigo. Bien, nos vemos.
Apenas estuvo segura de que Daniel había cortado la llamada, Charis entró en la habitación. Sin embargo, se paralizó en la puerta al encontrarle a medio desvestir, sin la camisa y con los jeans desabrochados.
—¡Lo siento! Debí tocar primero.
Sin embargo, antes de marcharse o de que Daniel alcanzara a cubrirse por completo, Charis alcanzó a ver el apósito de gasa en su abdomen que cubría la incisión para la operación, y se estremeció al imaginar su tamaño.
—No te espantes —se rio Daniel—. No es como si tuviera el trasero al aire.
Charis movió la cabeza con una sonrisa incómoda y salió cerrando la puerta tras de sí para situarse del otro lado y hablarle desde allí:
—¿Quién llamó? ¿Era del hospital?
—Era Jesse.
—¿Qué quería?
—Aguarda un poco —le dijo Daniel, y Charis escuchó el sonido de la mezclilla de sus jeans cuando se los quitó para cambiarse—. Auch... Mierda.
—¡¿Estás bien?! ¡¿Necesitas ayuda?!
—Estoy bien. Ya puedes entrar. Mi sensual cuerpo está fuera de vista.
Charis se rio suavemente y puso la mano en la perilla; no obstante, antes de entrar, un suave golpeteo en la puerta de la entrada la frenó sobre sus pasos.
Dudaba que fueran los abuelos de Daniel. En ese caso sólo podía tratarse de una persona, y se aproximó a la entrada.
https://youtu.be/zPndtvek_Jo
Al abrir se encontró a Jesse Torrance apoyado con un brazo en el marco de la entrada, respirando agitado como si hubiese corrido un largo trecho en muy corto tiempo. Al verla, este cesó de respirar por un momento.
—... E-estás aquí.
—Y tú estás aquí.
—¿Daniel está-...?
—¿Jess? ¿Eres tú?
Viraron ambos al mismo tiempo hacia el interior del piso al oír la voz del aludido, y Charis se apartó de la puerta para permitirle el paso.
Aquel fue directo hasta la habitación y Charis fue a su siga. Le complació encontrar a su amigo metido en la cama, sentado contra el respaldo y arropado con las mantas hasta la cintura.
—Qué obediente. Así me gusta —se burló ella.
Jesse avanzó hasta detenerse junto a la cama, y le acomodó las almohadas tras la espalda.
—Lamento no haberte acompañado. Tuve que... «bajar». —Charis percibió que arrojaba un vistazo en su dirección al decir aquello—. ¿Cómo te sientes?
—Como un niño otra vez. ¿También vienes a regañarme? —dicho aquello dirigió una mirada acusadora a Charis, y ella rodó los ojos.
—Sabes a qué vine —le dijo Jesse. Daniel hizo el intento de levantarse, pero aquel lo frenó, sentándole una mano sobre el pecho, y se levantó en su lugar—. Sólo dime en dónde está.
Charis los observó de uno en uno, sin entender.
—En el bolsillo de mis jeans —dijo Daniel, señalando la prenda que se había quitado y tendido a los pies de su cama.
Jesse revisó el bolsillo trasero y sacó de allí la vieja billetera de cuero de Daniel. Suspiró incómodo al momento de abrirla.
—No sé por qué te hice caso... Con lo que tenía, yo podría haber-...
—No, no, no; nada de eso. Toma mi tarjeta y compra lo que creas que hace falta. Charis tiene la planilla.
Hasta ese momento se había sentido una extraña en la escena desarrollándose frente a ella; una espectadora... Por lo cual, en cuanto Jesse viró en su dirección, levantó el rostro, alarmada.
—¿Qué cosa?
—La planilla con la dieta que me dieron en el hospital.
—¿Para qué la quieres? —preguntó a Jesse—. ¿Vas a cocinar?
Ajeno a ellos, escuchó a Daniel ahogar una risa y soltarla en la forma de un ronquido, sucedido por una carcajada medida para no tirarse los puntos. Jesse volteó a mirarlo con un tenue pliegue empezando a dibujarse en la zona entre los cristales de sus lentes:
—Sí... Muy gracioso, Dan —le reprochó, casi en un murmullo, antes de voltear de regreso hacia Charis—. Pensaba... ir al supermercado.
—¿Para qué?
—Las cosas en esa lista —señaló la hoja todavía en su mano—... Daniel no tiene nada de eso.
Charis levantó las cejas, sorprendida de que lo supiera sin necesidad de mirar como ella en las alacenas.
En cierto modo se admiró de comprobar lo mucho que Jesse Torrance conocía a Daniel, pero, por otro lado, no pudo evitar sentir algo que no quiso admitir que fueran celos, pero que se parecía bastante. Había habido un tiempo cuando ella conocía a Daniel igual de bien... Si no hubiese dejado su amistad con él de lado por tanto tiempo, estaba segura de que aquellas serían cosas que ella sabría también.
Reacia a renunciar a la lista, la sostuvo al punto de arrugarla un poco.
—Yo estaba por ir. Tú puedes quedarte a cuidar de Daniel.
—¿Por qué no van juntos? —Ella y Jesse viraron al mismo tiempo para mirar a Daniel—. Así regresan más rápido. Yo dormiré un poco.
Charis exhaló discretamente y lo consideró; algo que en el pasado ni siquiera hubiera imaginado hacer. Si bien habían conseguido dejar al lado algunas de sus diferencias, en el fondo era porque habían sido orillados a ello por circunstancias fuera del control de ambos. No sabía de qué modo podrían resultar las cosas si lo intentaban otra vez.
Pero no quiso arriesgar a romper cuán poca armonía habían conseguido establecer en ese corto periodo de tiempo, de negarse. De manera que, al final de una pausa, accedió con una cabeceada.
Por su parte, aguardó por la aprobación del otro implicado. Y con un breve vistazo en su dirección, probablemente tan inseguro como ella, Jesse asintió.
—Genial —dijo Charis—. Vamos en mi auto.
Pero bastó decir aquello para ver el momento exacto en que toda la buena disposición de Torrance se hizo humo.
—¿En... tu auto? —Su voz, que era siempre un hilo, se perdió en un susurro—. ¿No podemos... ir a pie?
Charis volvió ambos ojos en rendijas.
—¡¿Estás loco?! No pienso caminar al supermercado y de vuelta, mucho menos cargando bolsas. Tengo lastimado el tobillo.
—Yo las cargaré.
—No; ni hablar —negó—. ¿Cuál es el problema de ir en auto?
—Es que... —Jesse apretó los labios y bajó la vista.
Otra vez, allí estaba, el muchacho terriblemente tímido con el que llegó a creer que podría tratar después de lo ocurrido en el elevador.
—Está bien, Jess —intervino Daniel—. Charis lo hace genial.
Ante el comentario, ella levantó la vista, ofuscada. Creyó entenderlo.
—¿Eso es lo que te preocupa? —Su sorpresa se vio sustituida por el resquemor que le produjo la única explicación posible—. ¿No crees que pueda conducir?
—Olvídenlo; vamos todos. Yo puedo conducir. —Daniel hizo el afán de levantarse, pero Jesse se lo impidió nuevamente.
—Quédate en cama. Yo... iré, Dan. —Aceptó.
Pero hacerlo pareció costarle sobremanera, y Daniel exhaló un largo suspiro, contemplándolo con una sonrisa contrita.
Charis los examinó a ambos sin entender nada, y por su parte suspiró dolida. Odiaba sentirse de esa manera: como una completa extraña; casi una intrusa entre ellos.
Sin decir nada, Jesse pasó por su lado para salir del cuarto y se encaminó a la puerta, andando encorvado y con la cabeza metida entre los hombros; más de lo que parecía ser su costumbre. Charis lo siguió sin hacer más preguntas,
Ya tendría tiempo de indagar después.
https://youtu.be/c9xy6HQH6VU
El viaje en auto fue tan silencioso como se lo hubiera esperado, pero en esta ocasión dudaba que se tratara solo del silencio habitual de Jesse Torrance.
Charis captó por el rabillo del ojo que aquel mantenía las manos firmemente empuñadas sobre sus huesudas rodillas, y que evitaba a toda costa mirar por la ventana.
—Mantén... la vista al frente. Por favor... —pidió él, de pronto, y Charis comprendió que la había atrapado mirándolo.
—Los tengo al frente —rodó los ojos—. El otro día no me permitiste que te dejara en casa. Y hoy actúas como si te estuviera secuestrando, ¿querrías decirme cuál es tu problema? ¿Tienes alguna clase de reparo en que una mujer conduzca?
—No es eso...
Charis resopló exasperada. Adivinó otro largo y silencioso trecho de camino, sin embargo, le sorprendió que Jesse tomara la palabra sin coerción de su parte:
—No me... gustan los autos.
—¿Por qué? —No tuvo que pensarlo demasiado ni oír una respuesta para tener enseguida una teoría— ¿Has tenido alguna clase de accidente?
Hizo la pregunta sin pensar en las implicancias. Aun cuando no lo estaba mirando directamente, percibió que Jesse se encogía en su asiento y que sus nudillos ya pálidos se tornaban translúcidos por la forma en que cerró los puños sobre sus delgadísimas piernas.
Entendió que quizá había hecho una pregunta indiscreta y que le estaba orillando a hablar de algo problemático. Y pese a que se sintió más intrigada que nunca, decidió cortar el tema allí para no suscitar más tensión entre ellos.
No obstante, casi por inercia, disminuyó la velocidad de su marcha.
En el supermercado había pocas personas; las filas en las cajas eran cortas, y no tardaron en encontrar un carro, el cual Jesse se ofreció a llevar, gesto que Charis agradeció.
Recorrieron uno a uno los pasillos, sin hablar más que para consultar la lista juntos y comparar precios.
—Veamos. Tenemos pan integral, leche deslactosada, yogurt desgrasado, gelatina, pollo, frutas y verduras, queso fresco... Parece una lista normal de compras. ¿Por qué Daniel no tiene ninguna de estas cosas?
—Porque come como un cavernícola.
A Charis se le escapó una sonrisa mientras tachaba cosas de la lista. No se hubiese esperado una broma de parte de Jesse Torrance, aunque, francamente, dudó que lo fuera.
—Creo que es todo. —Buscó su teléfono celular en su bolsillo, pero no lo encontró—. Demonios, mi móvil se quedó en el auto... ¿tienes el tuyo para calcular todo?
—Son cincuenta dólares con treinta y dos.
—¿Ya lo calculaste? No te vi hacerlo.
—No, yo lo-...
—¿Hiciste el cálculo en tu cabeza? —Charis enarcó una ceja, incrédula—. Si resulta ser ese el valor, me vas a sorprender.
Cerró la mano en el extremo delantero del carro y lo condujo por el pasillo. Jesse la detuvo, impidiéndole avanzar más:
—Una... cosa más.
Él los guio por un último pasillo; el de los dulces. Allí, se orilló a uno de los estantes y alcanzó una barra de chocolate que metió al carro con el resto de las cosas.
—¿Qué crees que haces? —inquirió Charis. Jesse alzó el rostro hacia ella y luego lo inclinó hacia un costado—. Daniel fue operado de peritonitis, ¡no puede comer dulces!
—... No, no... Es-... Es para mí.
Charis pestañeó:
—... Oh.
—Lo... pagaré yo.
—No es eso... —Paró de hablar y dio un bufido al percatarse de lo que había dicho. Solo unos días interactuando con él, y había acabado por adoptar su muletilla—. En fin, vámonos ya.
Cuando se dirigían a la caja, pasaron por el sector de artículos de jardinería, y Charis se fijó en un estante con diferentes cactus en miniatura. La maceta de todos los cactus era la misma del que le habían regalado Marla y los niños, así que imaginó que era allí en dónde lo había comprado, y pensó que no le haría daño tener un compañero. Así que eligió el primero que le pareció bonito para llevárselo en una mano.
Cuando percibió la mirada de Jesse, le devolvió otra, más hostil:
—¿Qué? Los colecciono —mintió. Solo tenía dos—. También lo pagaré yo.
—No he... dicho nada.
—Andando, Torrance.
A la hora de pagar, el valor total de su compra no era ni un centavo más ni un centavo menos de lo que Jesse había calculado, sin contar el precio por la barra de chocolate y el cactus. Charis se sorprendió gratamente.
Tal y como había dicho que haría, él sacó dinero de su propio bolsillo y pagó el dulce aparte. Ella hizo lo mismo con su pequeña planta.
Cuando salieron del supermercado y llegaron junto al auto, en lo que Charis abría la cajuela, Jesse tomó todas las bolsas del carro para meterlas antes de que Charis pudiera hacerse con cualquiera de ellas.
—Puedo cargar una bolsa, Torrance.
—Te duele el tobillo...
—No iba a levantarlas con los pies. ¿Me dejarás cerrar la cajuela de mi propio auto, o es demasiado para una «frágil damisela»?
Jesse se apartó con un suspiro y le dio lugar, y ella cerró de un portazo.
En el momento en que rodearon el automóvil y se metieron en la cabina, Charis escucho el crujido de papel, y cuando viró, su silencioso copiloto tenía la barra de chocolate ya abierta en las manos. Le faltaba al menos la mitad.
—¿Ya te has comido todo eso?
Aquel volvió a paralizarse, como si hubiese sido sorprendido haciendo algo malo, y tras un rato le ofreció la barra. Charis la observó en su mano con recelo.
Se vio tentada a tomar un trozo, pero no lo hizo. Una cosa era aceptar algo sellado de él, y otra era llevarse a la boca directamente algo que él había tocado con las manos desnudas.
—No, gracias. No... tengo hambre.
El camino de vuelta fue tan silencioso como el de ida, pero al menos ya no había en el ambiente esa tensión extraña de antes. Jesse tampoco miró esta vez por la ventana; ahora la barra de chocolate parecía ser más importante.
A su regreso, cuando Charis aparcó el coche en el estacionamiento, respiró aliviada al ver finalizado un viaje en compañía del chico de los muertos sin ningún traspiés. Lo sorprendió enrollando el envoltorio vacío de la barra de chocolate, y metiéndoselo en el bolsillo.
—¡¿Te lo has comido todo?! —Jesse echó la cabeza hacia atrás, alarmado con sus gritos, y Charis cerró los labios, avergonzada de su tono—. Dios... ¿Cómo le haces para ser tan delgado?
Se apeó del vehículo y Jesse hizo lo mismo del otro lado. Los dos volvieron a reunirse junto a la cajuela abierta del auto. Esta vez, Charis se apresuró a inclinarse para hacerse con dos de las bolsas antes de que Jesse las tomara, lo cual sabía que haría.
Desafortunadamente, él pareció haber tenido la misma idea, pues al inclinarse al mismo tiempo, chocaron tan duramente que cada uno salió eyectado en la dirección opuesta.
Charis sintió algo frío resbalar por su hombro, y alcanzó a ver apenas por medio segundo, cuando aquello se precipitó al suelo, que se trataba de los lentes de Jesse. Falló en atraparlos en el aire y estos fueron a dar en cambio directo a uno de sus pies. En un último intento por impedir que se estrellasen en el suelo y se rompiesen, Charis los detuvo con la punta del zapato, con tan mala suerte que acabó por desviar su trayecto y patearlos debajo el vehículo.
—¡Ah... mierda! —chilló— ¡Lo siento!
Se echó al acto sobre las rodillas para agacharse a recogerlas y las distinguió debajo del auto, pero el largo de su brazo no sirvió ni siquiera para alcanzar a rozarlas con los dedos, y desistió.
—Demonios, ¡lo siento mucho! Espera, voy a mover el auto —farfulló atropelladamente, conforme se levantaba.
https://youtu.be/jW-qKceHogE
Sin embargo, al momento de ponerse en pie se topó cara a cara y de modo abrupto con Jesse, quien parecía haberse petrificado convertido en piedra en su lugar. La corta distancia entre ellos la intimidó, obligándola a hacer el afán de retroceder, pero en lugar de eso, se paralizó.
Fue como estar frente a persona completamente diferente.
Acostumbrada a la ausencia de mirada en su rostro y sus labios sin expresión, tardó varios segundos en convencerse de que el muchacho frente, quien la contemplaba con pasmo y el rostro más pálido que nunca, era en verdad Jesse Torrance, el chico tétrico de los muertos.
Pero aquello que la clavó en su lugar fue otro detalle más desconcertante.
Nunca se había detenido a preguntarse como luciría el escalofriante asistente de morgue sin sus inseparables anteojos. No obstante, lo último que se hubiese esperado ver tras los gruesos cristales, fue el color de las pupilas que las contemplaban. Estaba segura de no haber visto nunca un tono tan claro y dorado de marrón en su vida. Jesse tenía los ojos del color del ámbar.
Aquel se apartó de ella con dos pasos tensos y erráticos, y se agachó junto al auto para mirar debajo en busca de sus lentes; todo en completo silencio, y con miembros rígidos y movimientos casi robóticos. Y cuando su mano surgió de debajo del automóvil, sus largos dedos afianzaban una de las orejeras de sus lentes. La otra colgaba suelta.
—Se han roto... —se lamentó ella, y se mordió con fuerza los labios.
Jesse negó con la cabeza.
—Solo se han soltado. Las... repararé en casa.
Entonces, sumido otra vez el silencio de siempre, tomó todas las bolsas de la cajuela sin dejarle ninguna, y se encaminó con ellas en dirección del edificio y hacia las escaleras, dejando a Charis atrás en soledad, todavía paralizada.
El apartamento estaba silencioso cuando entraron, pero Charis supo enseguida que Daniel no dormía, cuando escuchó ruido amortiguado viniendo de su cuarto. Fue directo a la habitación y lo encontró con el móvil en la mano, riendo de algo que miraba en la pantalla.
—Muy bonito, Daniel. Pensé que ibas a dormir.
—Me entretuve viendo vídeos. ¿Salió todo bien?
Charis asintió, aunque todavía tenía un mal sabor de boca por el incidente de hacía unos instantes.
—Todo ha ido bien. Jesse tiene tu...
Antes de que acabase la frase, la billetera pasó volando junto a ella y fue a aterrizar sobre las piernas de Daniel. Este la recibió y la dejó sobre su mesa de noche.
—Cincuenta dólares con treinta y dos. El recibo está dentro —le dijo Jesse, desde la puerta, y Daniel suspiró con una risa.
—No tienes que rendirme cuentas... —No obstante, se detuvo extrañado en cuanto alzó la vista para verlo a la cara—. ¿Qué pasó con tus anteojos?
Charis se abstuvo de mirarlo, esperando una acusación.
—Se les soltó una patilla —dijo él, simplemente—. ¿Recuerdas el horario para tomar tus medicamentos?
—Tengo una alarma. Pueden dejarme, en serio, estaré bien.
—De ninguna manera —replicó Charis—. Voy a cocinarte algo de comer, y después limpiaré este sitio. Tus abuelos vienen mañana, ¿qué dirá Nana si encuentra sucio el lugar y famélico a su nieto?
—No me he roto las piernas.
—Yo te las romperé si sales de esa cama.
Daniel exhaló derrotado; sin embargo, antes de que arguyera, Jesse se le adelantó, dirigiéndose a Charis.
—Yo-... Yo lo haré.
Ella lo contempló en espera de que dijera otra cosa, pero tuvo que acuciarlo nuevamente.
—¿Qué cosa?
—Limpiar. Tú solo... cocina.
El que le dirigiera la palabra otra vez la desconcertó un poco, pero le trajo algo de alivio pensar en que no estaba molesto por el accidente de las gafas. ¿O acaso solo estaba disimulando frente a Daniel?
—No es necesario. Vuelve a trabajar, Torrance, si nos despiden a los tres por faltar al trabajo, ¿quién mantendrá a los otros dos? —intentó bromear; otra vez sin efecto.
—No hables por mí; yo tengo baja médica —adujo Daniel—. Además, no tienen para qué-...
—¡Cállate, Daniel, nadie te está preguntando! —lo silenció Charis, irritada, antes de volver a dirigirse a Jesse—. De acuerdo, en ese caso te dejo a ti con la limpieza. Más vale que la casa rechine cuando acabes.
Por toda respuesta, él asintió y se quitó la chaqueta, para luego arrebujarse las mangas sobre los codos. Charis recorrió discretamente el largo de sus pálidos brazos. Nunca fallaba en provocarle escalofríos lo delgado que era...
https://youtu.be/W2ZlTNiLloU
Distribuidas las tareas, Charis se confinó a la cocina. No era tan buena como Daniel, pero imaginó que podría hacer una sopa de pollo decente, aunque tuvo que escribirle a Beth para preguntarle sobre algunas medidas. Beth nunca dejaba mensajes sin responder, sin importar qué estuviera haciendo, de manera que no tardó en recibir la respuesta con indicaciones detalladas.
Mientras se cocinaba la pechuga de pollo que había comprado, se quedó en la cocina esperando, apoyada contra la encimera a que hirviese el caldo. Desde allí escuchó ruidos en la sala de estar y avistó a Jesse pasar por la puerta de la cocina con una mopa en una cuba con agua en una mano y una escoba con su respectiva pala en la otra. Antes de eso, había estado sacudiendo los muebles y limpiando las ventanas.
A partir de allí solo pudo escucharlo trabajar; primero barriendo, luego estrujando la mopa en el balde, y luego el chapoteo de las hebras de la misma al estrellarse en el piso. Y luego, después de trapear toda la estancia, se detuvo para trapear el piso del otro lado de la puerta, en donde Charis pudo verlo al fin. Él no la miró ni por un instante. Parecía haber estado evitando adrede esa parte, o guardándola para el final para no tener que verla antes a la cara.
¿Por qué tenía otra vez la sensación de haber hecho algo malo? Había sido un accidente, pero Torrance volvía a comportarse distante con ella.
—Esto va tardar en cocinarse. ¿Necesitas ayuda? —ofreció, pero él negó tan solo con una cabeceada.
Charis lo examinó por unos instantes, todavía sin poder acostumbrarse a su rostro desnudo. Su mentón angosto era el mismo, también esa nariz fina y puntiaguda. Pero, por encima de todo, lo era la piel blanca de aspecto casi fantasmal y el inmenso contraste de esta con su cabello negro, disparado a todas partes. Era el mismo de siempre, y, sin embargo, la persona frente a ella sencillamente no podía ser Jesse Torrance.
Aquel pareció captar su mirada por el rabillo del ojo y se la devolvió, a lo que Charis se la desvió rápidamente, avergonzada tanto de verse atrapada mirándolo, como del gesto tan poco propio de ella de apartar la mirada.
En cuanto el agua empezó a hervir, Charis sacó el pollo y lo escurrió, echó los vegetales que había cortado, agregó un poco de arroz al caldo y dejó la cacerola semi tapada para que la sopa terminara de hacerse. Pronto, empezó a emanar un aroma delicioso que le estremeció el estómago. Cortó el pollo en cubos y lo echó en la cacerola con el resto de los ingredientes, y para finalizar agregó solo la sal suficiente para que no quedara demasiado soso.
La comida terminó de hacerse justo en el momento en que Jesse empezaba a trasladar los artículos de limpieza de vuelta a su sitio.
—Buen trabajo —reconoció ella mientras servía dos vasos de jugo de naranja que sacó del refrigerador de Daniel. Todo había quedado reluciente, y el apartamento olía fresco ahora —. Podría pagarte un día de estos por limpiar el mío. —Le entregó uno de los vasos.
Notó que Jesse la contemplaba con disimulo, y Charis se preguntó si seguiría enfadado por sus gafas rotas. Por otro lado, Tampoco pudo mirarlo ella directamente. Sus ojos continuaban resultándole abrumadores...
—Si... necesitas que lo haga, yo... no te cobraría por ello.
Charis torció una sonrisa, a punto de atorarse con el jugo. Tenía que repetírselo frecuentemente cuando trataba con él: su silencio no era un indicativo de enojo. Era tan solo parte de su personalidad estremecedoramente introvertida.
—Es una broma, Torrance, dios santo... ¿Te tomas todo tan literal?
Él bajó la vista, avergonzado.
—La mayor parte del tiempo...
—Eso huele delicioso —opinó Daniel desde la habitación.
Charis lo vio hacer el intento de erguirse y se aproximó a la puerta.
—No te levantes, en seguida te llevo un plato. Quedará para la cena, y quizás un plato para mañana. Esta noche prepararé algo más y te lo dejaré para que puedas comerlo mañana al almuerzo. Pensaba en arroz con huevo cocido.
Daniel distendió una sonrisa:
—¿Qué hice para merecerte?
—Tragar pizza como un cerdo.
Cuando volvió a Jesse, alcanzó a captar cierto amago de sonrisa en sus labios, pero no podía estar segura, pues ya se había desvanecido en sus labios antes de que pudiera mirarlo.
—Cocinaré ahora algo para nosotros. Ve a lavarte las manos.
—N-... no hace falta. Yo... ya me tengo que ir.
Charis torció el gesto.
—¿Sin comer nada? ¿A dónde vas?
—Tomé el turno de esta noche para compensar por las horas que me ausenté durante la mañana. Yo debería... ir a dormir un poco.
Charis movió la cabeza, exasperada. Todo lo que pudo hacer fue alcanzar otra vez las llaves del bolsillo de su ropa:
—Déjame llevarte a casa.
—¡N-...no! De-... descuida. —Antes de terminar de pronunciar la última sílaba, ya estaba rumbo al cuarto de Daniel. Desde allí se despidió sin entrar—. ¿Está bien... si vengo a verte mañana?
—Claro que sí. Gracias por todo, Jess. A ambos.
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Y tras despedirse brevemente de ella también, Jesse se marchó cerrando la puerta con cuidado a sus espaldas. Charis contempló su silueta perderse en la ventana.
Sin más que hacer fue a la cocina y sirvió un plato de sopa para Daniel, el cual llevó al cuarto con una cuchara y una servilleta.
—Si te ríes de mi sopa te la echaré por la cabeza —le dijo al entrar, aunque Daniel parecía que fuera a echarse sobre ella para quitarle el plato como un lobo hambriento—. Solo la he preparado dos veces.
—Aunque te haya quedado mala, me gustará porque la hiciste con amor. —Daniel se irguió en su lugar y recibió el plato cuando Charis se lo extendió.
—No estés tan seguro de eso. Todavía estoy enojada de que tu horrible alimentación te haya traído hasta este punto. La hice con rabia. Cuidado, está caliente.
—¿Jesse ya se ha ido? ¿No comió nada?
—Una barra de chocolate y un vaso de jugo de naranja. ¿Deberíamos preocuparnos?
—Sobrevivirá.
Charis se sentó otra vez a los pies de la cama de Daniel mientras él comía apresuradamente. Tomó la servilleta de la bandeja y le limpió la comisura cuando se le escurrió una gota. Él dejó salir una risa suave.
—Le falta algo de sal... Pero está deliciosa.
—¿Quieres perder un riñón ahora? Así está perfecta.
La había probado ella misma y no le había parecido nada de mala, pero le alegró que a Daniel le gustara.
Mientras devoraba el plato, Charis empezó a tamborilear con los dedos sobre su rodilla, sin cesar de dar vueltas a los momentos antes, en el aparcamiento.
Hubiese querido dejar el asunto morir ahí, pero tenía serias dudas. Las había tenido siempre, respecto a aquel extraño chico, pero conforme más lo conocía, más preguntas surgían.
—¿Alguna vez... habías visto a Jesse sin sus anteojos?
Daniel sorbió la cucharada que tenía ante los labios y asintió, sin parecer dar demasiada importancia a la pregunta.
—Un par de veces. ¿Qué les pasó a sus gafas?
—Chocamos, y se le cayeron al piso. Fue mi culpa.
Daniel cesó de comer un instante y torció una risa.
—¿Chocaron? ¿Otra vez?, empieza a ser un hábito. No fue tu culpa.
—Entonces... ¿por qué siento que lo fuera? Nunca entenderé a ese muchacho... Parecía perplejo, nervioso... No se hubiese espantado tanto si le hubiese arrancado la camisa.
Daniel torció una leve sonrisa, y Charis le clavó una mirada malhumorada.
—No te atrevas ni a imaginarlo. Saca de tu cabeza esos pensamientos impíos, Daniel.
—Tú sácalos de la tuya; tú los pusiste en la mía.
—¡Estoy hablando en serio! —le aporreó la rodilla suavemente por encima de las mantas—. No lo entiendo... Lo intento, pero...
—No lo intentes; ni siquiera yo lo hago a veces. Me exasperaba también, al principio, pero con el tiempo me di cuenta de que no hace falta entender a Jesse.
Charis torció los labios en una mueca. Intentó a toda costa contener tras ellos aquello que empezaba a rondar su cabeza desde hacía tiempo, pero no hubo forma en que pudiera seguir callándolo.
—Ese muchacho... esconde algo.
Con su aseveración, el ambiente se tornó tenso de forma abrupta. Daniel perdió de la expresión todo afán bromista.
—Todos escondemos algo, Charis. No tiene que ser necesariamente malo.
—Siempre eres tan benevolente. ¿No crees que haya un motivo para el modo en que se comporta?
—¿De qué modo se comporta? Estás sacando todo de proporciones.
—No lo hago. Solo piénsalo. Primero su fecha de cumpleaños, ahora su aversión a conducir...
No hubiese querido volver a tocar ese tema con Daniel, pero el hecho de que Jesse Torrance guardara tantos secretos incluso de su mejor amigo seguía sin parecerle justo. En especial por el modo en que Daniel lo escudaba.
—Y esos lentes que usa. Quizás estoy loca, pero... ¿te parece que cambian de color?
—Desde luego. —Daniel se alzó de hombros—. Son fotocromáticos.
—... Foto-... ¿qué?
—Se aclaran u opacan según la iluminación; no tienen nada de extraordinario. Sus ojos son bastante claros, quizá solo es sensible a la luz y por eso los usa.
—Tienes una explicación lógica para todo, ¿huh?
—O quizá tú buscas misterio donde no lo hay.
—De todas maneras, ¿para qué los usa? Pensaba que tenía mala vista, pero resulta que pudo encontrarlos sin problemas a pesar de que fueron a dar bajo el auto. Esa noche te llevó conduciendo al hospital, pero ¿sabías que les tiene miedo a los autos?
—Por supuesto.
—¿Él te lo contó? —Charis enarcó las cejas, incrédula.
Daniel calló, sellando los labios en una línea.
—No —respondió tras una pausa—. No, no me lo contó; yo me di cuenta de ello. Tampoco tenía idea de que pudiera conducir; no lo supe hasta esa noche, cuando me llevó al hospital. Todo lo que me dijo fue que no lo había hecho hacía mucho tiempo.
—Exacto, como si hubiese dejado de hacerlo por algún motivo y ahora temiera hacerlo. ¿Nunca le preguntaste qué pasó?
—Asumí que no sabía, así como asumí que no le agradaban los autos. Pasó mucho tiempo antes de que accediera a subir al mío.
—¿Cómo se desplaza entonces?
—Camina a todas partes.
Charis lo consideró por algunos instantes.
—De manera que ahora caminará a casa... —Se sintió mal por no haber insistido—. ¿Crees... que haya tenido alguna especie de accidente? Se lo pregunté, pero no dijo nada y no quise indagar. No me correspondía escudriñar en un aspecto tan privado de su vida. Sobre todo... si se trata de algo problemático.
—Aun así, no quiere decir que esconda algo grave, Charis. La gente tiene miedos, fobias... Tú deberías saber eso mejor que cualquiera.
Charis se levantó de los pies de la cama y le quitó el cuenco vacío de sopa de las manos con cierta rudeza:
—Está bien, suficiente charla por hoy. Deberías intentar dormir.
—¿Seguirás comiéndote la cabeza con ello, intentando jugar al detective? —Charis respondió con una mueca y un resoplido, pero había algo más en su expresión— ¿Por qué pareces tan inquieta?
—No comió nada y se fue caminando. Podría desmayarse en la calle, o-...
—¿Estás preocupada por él? —la pregunta de Daniel le hizo levantar de golpe la cabeza, malhumorada.
—No te emociones. No importa qué haya pasado, sigue siendo una persona. Y es tu amigo. ¿Querrías que algo le pasara?
—Claro que no, pero ¿qué esperabas? No se subiría a un Uber. Y no hubiese aceptado que yo lo dejara en casa ni aunque pudiera.
Charis dio dos cabeceadas, apretando los labios, y volvió a meter la mano en el bolsillo de su ropa, afianzando las llaves de su auto.
—Tal vez a ti no.
—... ¿Huh?
—Dime en donde vive. Lo encontraré a medio camino.
Daniel se irguió nerviosamente en su lugar. Charis captó de inmediato un cambio en su semblante.
—Charis. Espera...
—¿Ahora qué pasa?
Él soltó un pequeño resoplido.
—Es solo que... no es un lugar muy agradable.
Ayudada del GPS de su móvil, Charis condujo en silencio. El sol pálido de esa mañana se había escondido entre espesas nubes grises, tan densas que hacían parecer que pronto anochecería, cuando en realidad no eran pasadas las cuatro de la tarde.
Otra vez no quiso prender la radio ni oír música; se había metido en el auto con demasiadas cosas en la cabeza. La principal: los temores que Daniel había sembrado en su cabeza.
« Incluso yo tengo algunos reparos en conducir hasta allá, así que ve con cuidado. Te diré en dónde lo puedes interceptar —había dicho él.
Se detuvo en la calle que le indicó Daniel y apagó el motor para esperar allí.
Bastó un vistazo por los alrededores para convencerse de que Daniel no exageraba. El barrio era tan pobre y decadente que lucía desolado. Le envolvía cierto aire de miseria que le hizo preguntarse quién en su sano juicio iría a parar allí a menos que no tuviera otra opción. Aquello le hizo empezar a considerar la idea de que fuera precisamente ese el caso de Jesse Torrance.
Había llegado hasta allí con la calefacción puesta, pero empezaba a sentirse sofocada, así que lo apagó, y bajó un poco la ventanilla para dejar entrar algo de aire. Y el rostro pálido que apareció allí, casi al acto, le hizo dar un salto de la sorpresa.
—¡Maldición, Torrance! —bramó Charis, con una mano en el pecho.
—¿Qué... estás haciendo aquí? ¿Le... pasó algo a Daniel?
Charis le quitó el seguro a las puertas y le hizo un gesto hacia el asiento del copiloto.
—Sube. Te dejaré en tu casa.
—Charis... No era necesario que...
—Sube, Torrance. ¿En verdad harás que haya tenido que conducir aquí por nada?
Jesse dudó, perplejo.
Y entonces, Charis lo entendió. En retrospectiva, todas esas cosas que hacía a veces y que le parecían caballerosas, pero las cuales antes desmeritaba por su inicial aversión al muchacho; cosas como abrirle las puertas, tenderle la mano, llevar cosas por ella, darle su chaqueta...; empezaban a tener sentido entre sí. Eran características de una persona increíblemente cortés.
Pensó que, por encima de su forma de ser, la que se podría interpretar como ruda o maleducada, pero que no era sino culpa de su personalidad introvertida y nulas habilidades sociales, el extraño asistente de morgue poseía sin duda la cualidad de ser un caballero en todo lo demás.
Y descubrir aquello le sorprendió a la vez que le desconcertó. Sobre todo ahora que podía apreciar, gracias al lugar en donde vivía, que su situación económica no era la mejor. ¿Dónde o de quién lo había aprendido? No parecía algo de lo que fuera consciente, sino más bien algo que estaba arraigado en él como si se lo hubiesen inculcado siendo muy joven, y nunca se lo hubiese cuestionado.
—¿Y bien? —tanteó para corroborarlo—. ¿Cuánto más tiempo harás esperar a una dama?
Aquel suspiró, y obedeció, probando cierta su teoría.
Por fin, Charis pudo arrancar el auto para empezar a moverse por ese sitio dejado de la mano de dios.
Al principio, Jesse iba tan tenso como durante su primer paseo esa mañana hacia el supermercado. Así que Charis procuró moderar la velocidad e ir lento.
—¿Tampoco te gustan los autobuses?
—Demasiada gente...
—Así que no te agrada la gente.
—No me desagrada. Es solo...
No terminó su frase. Charis no esperó a que lo hiciera. Comenzaba a aceptar que no tenía caso esperar por el final de aquellas frases inconclusas; y que estas más bien constituían una forma de evadir responder.
Miró alrededor, y se dio cuenta de que, por si lo hubiese creído imposible, el barrio empezaba a tornarse más pobre y sucio conforme avanzaban.
Las casas lucían derruidas, los jardines eran prácticamente inexistentes y había muros pintarrajeados por todas partes. En cada esquina había grupos de personas con los rostros cubiertos por los cuellos altos de sus abrigos, arrojando miradas furtivas bajo la sombra de sus ceños tapados por gorros y capuchas.
—¿No te da miedo caminar por este sitio de noche? —Toda respuesta fue un meneo de su cabeza que la dejó con la misma cantidad de dudas.
Tal y como lo indicaba el GPS, al doblar en una esquina llegaron junto al edificio avejentado que Daniel le había descrito. Charis lo contempló con recelo desde la ventanilla. Le costaba imaginar lo que se sentiría vivir en un sitio tan lúgubre.
—¿Cuál de todas es tu ventana?
—La de la esquina, en el cuarto piso.
Charis la distinguió. Era la de las escaleras de incendios.
Jesse abrió sin demora la puerta del auto y sacó un pie para bajarse:
—Gracias.
—Espera, Jesse...
Aquel se detuvo, y tras unos instantes volvió a cerrar la puerta y aguardó en el asiento a que Charis hablase.
Ella exhaló un respiro y reunió valor.
—Lamento lo que pasó en el estacionamiento.
—... N-... No... descuida.
—¿No estás molesto entonces?
—Claro que no... —Su respuesta fue un susurro que a Charis le costó oír—. Fue un accidente...
Asintió, no mucho más aliviada. Aquello no arreglaba nada. Y sus dudas seguían zumbando como avispas en un panal. Viendo que tenían algunos segundos de tiempo, se inclinó sobre el volante, intentando ver sus ojos, pero él ladeó incluso más el rostro.
—¿Qué problema de visión tienes exactamente?
—Hipermetropía.
—Oh... —susurró ella. Sonaba serio y de pronto se sentía el doble de culpable por la posibilidad de que, al caer, los anteojos se hubiesen quebrado y lo hubiera dejado incapacitado para trabajar, metiéndose en problemas— ¿y eso es...?
—Nada grave —le contradijo él—. Problemas para ver de cerca.
Dicho aquello, Jesse se bajó finalmente del auto, se despidió de ella con una seña y cruzó la calle para llegar hasta su edificio.
Desde su lugar, Charis lo contempló entrar por la puerta y desaparecer allí.
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