Araña Atrapada
Espero que les guste~
Huntsman se movió con agilidad y sin hacer ruido, intentando ignorar con todas sus fuerzas su vergüenza y el nerviosismo de estar haciendo algo a espaldas de su reina pero era viernes y era día de reunión de té, no podía faltar, no cuando ansiaba ver el rostro amable del grandote de piel azul.
Él era diferente a todos sus compañeros, amable y desinteresado, sin insultarlo ni siquiera entre líneas, sin sarcasmo y burlas hirientes, sin miradas de asco y decepción. Era un descanso bienvenido, especialmente cuando le ofrecía una cálida taza con gatito dibujados en la superficie y llena del té dulce que se está volví do rápidamente su favorito, junto a aquellos bocadillos que estaban hecho con tanto esmero.
Usualmente, Sandy lo estaría esperando afuera, luciendo emocionado de solo verlo y guiando lo hacía dentro con una mano amable en su espalda, siendo empujado a un mullido sillón y quedando enterrado rápidamente en una multitud de gatos que por alguna razón lo adoraban.
Pero esta vez, es diferente.
-¿Grandote?- él no está ahí pero si está su gato, algo extraño teniendo en cuenta que el de piel azul nunca dejaba a su gato fuera de su vista. -Hey...- Mo maulló, ruidoso y sonando exigente de alguna manera, caminando hacia la puerta y deteniéndose solo para verlo. -¿Te sigo?- se sentía estúpido de estar hablando con el felino pero este volvió a maullar y volvió a caminar. Huntsman dudo y bufo, antes de decidir que seguirlo era lo mejor que podía hacer por el momento, sintiéndose cómo un intruso al pasar por la puerta sin invitación. Sigue al felino y es cuando esté se detiene frente a la puerta de una habitación que puede ver y entender cuál es el problema.
Esta bastante seguro de que es la habitación de Sandy, grande y espaciosa, su cama amplia y de colchón grueso lleno de almohadas de todos los tamaños y colores, con mantas también.
-Oh...- retrocede instintivamente, sintiendo sus mejillas arder, sin necesidad de verse al espejo para saber que sus mejillas ahora eran de un tono intenso de verde. Es un nido y como demonio, sabe lo que significa. Se da media vuelta para irse, porque algo así es íntimo y ni siquiera él está dispuesto a invadir esa intimidad.
-¿Huntsman?- sus mejillas arden aún más ante la voz, tenso cómo una maldita piedra.
-Heeeeey, Grandote- apenas se da la vuelta, sin mirarlo, demasiado avergonzado para encontrarse con los ojos ajenos.
-Si viniste- el pequeño demonio araña ahogo un chillido cuando fue repentinamente alzado, luchando débilmente mientras el más grande frotaba su mejilla contra la suya. -¡Estaba tan preocupado de que no vendrías!- Sandy sonrío, enorme y feliz, separando apenas a su amigo para poder verlo a los ojos. -Muchas gracias por venir- había tanta sinceridad y cariño en su tono que solo hacia que la araña se sintiera más avergonzado.
-D-De nada...supongo- que ganas tenía de enterrarse a metros bajo tierra para ocultar su rostro avergonzado y sus mejillas ahora verdosas. -Yo...puedo irme...- agito nerviosamente las piernas, teniendo sentimientos contradictorios ante la sensación de ser alzado. -...y dejarte hacer...eso- hizo un gesto en general hacia la habitación, más específicamente hacia el nido que obviamente había sido hecho con mucho esmero.
-No tienes que irte- y camino, entrando en su cuarto, ignorante de los chillidos que su amigo estaba intentando ahogar y adentrándose entre el montón de mantas hasta estar en medio de todo, acomodando al otro sobre su pecho y sin ningún tipo de vergüenza.
Mientras tanto, Huntsman estaba en medio de un colapso mental, luchando para terminar de entender el razonamientos ajeno. Los nidos eran sagrados e íntimos, familiares usualmente, había reglas tacitas entre demonios de que los nidos eran un limite que nadie debía cruzar. Él mismo había armado los suyos en sus días, su reina siendo tan amable de unirse y abrazarlo sin quejas, incluso el resto del grupo se unía y él hacia los mismo por ellos cuando lo necesitaban pero era la primera vez en toda su existencia que era arrastrado al nido de alguien más, de alguien que no era miembro de su grupo de arañas. Era tan extraño y se sentía pesado, como si una enorme carga de confianza fuera depositado sobre su pequeño cuerpo, una que no tenía muy en claro si lo merecía, aunque no negó que iba a disfrutarla por el momento. Así que hundió su acalorado rostro en el pecho ajeno, sintiendo la gran mano cálida frotando su espalda con suavidad, y ahí se quedo, demasiado avergonzado para admitir que estaba cómodo.
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