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Capítulo 17. Lo Mejor para el Equipo

Capítulo 17.
Lo Mejor para el Equipo

Ya había anochecido cuando Karly decidió que el progreso de Monique era lo suficientemente satisfactorio como para mostrárselo a Lily al día siguiente, y por consiguiente podían irse al fin a casa. A Monique le sorprendió lo exigente y perfeccionista que Karly podía ponerse con esos temas, tanto que la hizo por un momento extrañar los entrenamientos de su madre; pero sólo un poco. Al menos eso era un buen indicativo de que Karly tenía potencial para ser una buena capitana, como había dicho que deseaba ser. Y con lo dedicada y hábil que era, Monique no tenía duda en que lo lograría.

A la hora que se desocuparon, evidentemente no había ningún autobús, así que Karly se ofreció a llamar al chofer de su abuela para que fuera por ellos, y llevar a Monique y Billy a sus casas. La primera aceptó, pero el segundo optó por irse caminando, por más que le insistieron. De camino a la casa de Monique, en el asiento trasero del vehículo, Karly le mencionó que de hecho no tenía claro en dónde vivía Billy exactamente, y nunca había conocido a sus padres. Eso le pareció curioso, pero no demasiado extraño. Era un muchacho reservado, después de todo; quizás simplemente no quería que vieran dónde vivía, un sentimiento con el que ella podía sentirse identificada, al menos hasta hace poco.

El vehículo se detuvo frente a su casa, y tras agradecer el aventón y una rápida despedida, se bajó y caminó hacia la puerta. Karly no perdió la oportunidad de decirle que mañana debía lucirse ante de Lily, y Monique le prometió que lo intentaría. Al menos esperaba ya no lastimar a tanta gente.

Una vez que el vehículo y Karly se alejaron, ingresó a la casa arrastrando un poco los pies por el cansancio.

—¡Monique! —escuchó que pronunciaba en alto la voz de su padre en cuanto la puerta se cerró a sus espaldas. Al alzar su mirada, no tardó en vislumbrar la alta y delgada silueta de su padre delante de ella, como siempre con su característica capa negra envolviéndole. La miraba con una expresión de marcada molestia, con sus brazos en asa y manos contra su cintura—. ¡¿En dónde estabas?! Me tenías muy preocupado.

Monique parpadeó un par de veces, algo desconcertada. Esa preocupación paternal sería usualmente algo normal en cualquier padre cuya hija de casi dieciséis años llegara un poco tarde a casa. Sin embargo, no era algo a lo que Monique estuviera del todo acostumbrada.

—Hola —masculló despacio, y avanzó con cuidado por el vestíbulo en dirección al comedor—. Les mandé un mensaje avisándoles que me quedaría más tarde en la escuela para practicar. ¿No lo leíste?

—¿Mensaje? ¿Qué mensaje? —exclamó Harold, sonando casi ofendido por la pregunta—. Si hubiera un mensaje, este tonto aparatito...

Al mismo tiempo que lanzaba su queja al aire, introdujo su mano en el bolsillo del pantalón y extrajo su teléfono. En cuanto encendió la pantalla, el distintivo sonido de una notificación se hizo notar. Harold calló al instante, centrando su atención en la pantalla y, muy seguramente, en el mensaje al que Monique hacía referencia.

Mientras su padre se ocupaba de ello, Monique dejó su mochila sobre la mesa un segundo, y se aproximó al refrigerador en busca de algo para comer. En todo el día no había podido siquiera tener un descanso para almorzar, así que su estómago le rugía en busca de algo que aliviara su malhumor.

—Bueno, eso no importa —lanzó Harold como conclusión final, introduciendo su teléfono de nuevo en su bolsillo—. Lo que importa es que tu madre llegará más tarde por su turno extendido en el hospital. Así que es el momento justo para seguir con nuestra lección.

—¿Ahora? —exclamó Monique sorprendida, con una pieza de pollo frito de la cena de hace dos noches a centímetros de su boca.

—Sí, ahora —recalcó Harold, bastante emocionado cabía decir—. Ven, vamos afuera —añadió justo antes de dirigirse con prisa hacia la puerta que daba al patio.

—No sé, papá... Estoy un poco cansada, y hambrienta...

—¡Andando! —incitó Harold ya en la puerta—. ¡No hay tiempo que perder!

Y sin más, salió casi de un salto hacia el patio. Monique suspiró, regresó la pieza a su pollo al refrigerador, y siguió con paso resignado a su padre hacia afuera.

Harold se paró a mitad del patio. Miró al cielo, e inhaló profundo por su nariz el aire nocturno. A Monique le pareció particularmente entusiasmado, y viniendo de él era de hecho decir mucho.

—¿Y qué tal? —masculló volteándose hacia ella con una amplia sonrisa—. ¿Ya te sientes más preparada para hacer tu rugido?

—Apenas llevo un día como animadora, papá —musitó Monique con voz perezosa.

—Más que suficiente para hacer arder tu fuego interno. Y aunque no sea así, debemos aprovechar que no está tu madre y pasar al Paso 2 del proceso.

Aquello captó ligeramente el interés de Monique, y la hizo alzar su mirada y poner un poco más de atención. ¿Le enseñaría tan pronto el Paso 2?

Harold la miró fijamente. Sus ojos centellaban de emoción, y su sonrisa se estiraba hacia los lados, haciendo que su rostro entero adoptara un aire maquiavélico.

—Ya que dominaste el rugido...

—Yo no dije que hubiera dominado nada —intentó corregirle Monique, pero Harold prosiguió sin hacerle caso.

—Ya que dominaste el rugido, y dejaste salir tu fuego hacia el exterior, ahora debes jalarlo de nuevo a tu interior.

Se hizo el silencio justo después de eso. Monique aguardó, esperando que diera algún otro detalle, pero no lo hizo. Al parecer esa era toda la explicación del Paso 2.

—¿Qué? —exclamó la joven, claramente confundida.

—Jalarlo de nuevo a tu interior —repitió Harold sin más—. Tan fácil como exhalar y luego inhalar.

—Usualmente primero se inhala y luego se exhala, papá.

—Pues aquí no. Tienes que soltar toda tu energía al aire, y luego jalarla de nuevo hacia ti. Exhalar e inhalar.

—No creo comprender a qué te refieres...

—Sólo inténtalo, y lo entenderás —insistió Harold—. Lanzar tu rugido al aire, y luego jala la energía hacia tu cuerpo.

Monique suspiró con pesadez, y se talló sus ojos con sus dedos; un poco por cansancio, un poco por clara frustración. Creía que la explicación del rugido había sido confusa, pero eso resultaba aún peor. Comenzaba a cuestionarse si su padre en verdad le estaba enseñando como convertirse en Dragón Negro, o sólo le estaba gastando algún tipo de broma.

Lo que fuera, sería mejor hacerlo de una vez y terminar con eso, para así poder irse a comer algo y dormir.

—De acuerdo —susurró Monique para sí misma—. Grito, y jalo. ¿Qué puede salir mal?

Se paró entonces derecha, agitó un poco sus piernas y brazos para soltarse, y cerró los ojos. Respiró lentamente, e intentó visualizar en su mente todo lo que había hecho ese día con Karly. Los movimientos, el espíritu que ésta le aplicaba a cada uno, y el contagioso entusiasmo que siempre traía consigo.

Aún con los ojos cerrados, comenzó a moverse rápidamente, replicando paso a paso la rutina que estuvieron practicando una y otra vez, hasta que su cuerpo la memorizó a la perfección. Concluyó por supuesto con el salto hacia atrás, que logró ejecutar con gran precisión. Y justo cuando sus pies tocaron el suelo, se paró derecha, alzó sus brazos al aire, y dejó escapar toda esa energía en forma de un largo y fuerte grito:

—¡¡Wuuuuuuh!!

El resonar de su voz cubrió la noche, y reverberó a su alrededor como las ondas de un lago.

—Lo siento, eso sonó más como un aullido, ¿verdad? —susurró Monique preocupada, entreabriendo uno de sus ojos.

—No, no, no —se apresuró Harold a responder—. Estuvo perfecto. Ahora jala la energía de regreso a tu cuerpo. Inhala con fuerza.

Monique resopló con ligera molestia, pero acató la instrucción.

—Bien. Jalo de nuevo la energía a mí....

Inhaló profundamente por su boca y nariz, al mismo ritmo que bajaba sus brazos, y en su mente intentaba visualizar como aquel grito que había lanzado volvía a ella junto con el aire que entraba a su cuerpo. En verdad no esperaba que ocurriera nada...

Pero ocurrió...

Un instante después de que sus brazos estuvieran por completo a sus costados, y el aire inflara sus pulmones, Monique sintió de pronto una fuerte sacudida que le recorrió el cuerpo entero, desde el centro de su pecho, extendiéndose hacia todos lados como si una fuerza eléctrica viva recorriera sus venas hasta las untas de sus pies y las manos.

La joven abrió grande sus ojos, y sintió que el aliento se le cortaba por unos instantes mientras ese choque de energía la agitaba por dentro. Era como un terremoto que hacía vibrar cada uno de sus huesos, y hacía que su piel entera ardiera. Era una sensación muy, muy extraña, casi dolorosa, pero, al mismo tiempo... bastante estimulante.

Sus piernas flaquearon, incapaces de sostenerla a ella y el peso de lo que sea aquella fuerza que la aplastó hacia abajo. Cayó de rodillas al césped del patio, y hubiera quizás quedado de narices contra éste de no haber interpuesto sus manos para así evitarlo.

Se quedó quieta en su sitio, sus ojos aún bien abiertos contemplando la tierra debajo de ella, incapaz de darle forma consciente a cualquier pensamiento por unos momentos. Luego, aquel cumulo de emociones comenzó poco a poco a menguar, disipándose en el aire como su grito.

—¿Qué...? —fue lo primero que logró pronunciar, una vez que su mente y cuerpo se aclararon lo suficiente—. ¿Qué... qué fue eso?

Alzó su mirada, casi con miedo, hacia su padre. Éste la observaba, de pie delante de ella, con una sonrisita complacida en los labios.

—Lo sentiste, ¿verdad? —susurró con tono de complicidad—. Esa fuerza recorriendo tu cuerpo entero desde la cabeza a los pies, como un choque eléctrico que te energiza. Eso que sentiste, querida, son las fuerzas del Submundo respondiendo a tu llamado.

—¿Las qué? —exclamó Monique, aún más aturdida que antes.

—Hablamos de ellas en una de tus lecciones hace años, ¿no te acuerdas?

—Ah... —balbuceó Monique, dudosa. Lo cierto era que usualmente se le pegaba la mitad de las cosas que su padre le explicaba, y al parecer esa no había sido una de ellas.

Harold suspiró con pesadez, pero sin espera pasó a explicar.

—Son las energías vitales que hacen que este mundo gire; las fuerzas que mantienen el equilibrio entre la vida y la muerte, que nacen desde lo más profundo de la tierra, y se filtran hacia nosotros como el aire mismo que nos rodea. La mayoría de la gente no puede verlas o sentirlas; no como lo hace el Señor del Mal. Gracias a tu herencia, posees una habilidad única que te permite, no sólo sentir estas energías, sino usarlas a tu favor. Cuando lanzas tu rugido al aire, lo que estás haciendo es un llamado a estas fuerzas, que acudirán sin dudarlo a ti, y sólo a ti. Y cuando ellas vengan y se remolinen a tu alrededor, lo único que debes hacer es jalarlas hacia tu interior, y dejar que tu cuerpo las asimile y las haga suyas. Ese será justo el combustible que te dará el poder suficiente para convertirte en el Dragón Negro.

Monique escuchó azorada toda aquella insólita explicación. Entonces, ¿todo era en serio? ¿El rugido y luego inhalarlo de regreso a ella? ¿En vedad ella podía hacer algo como lo que describía?

Harold sonrió aún más ampliamente. Y como si le hubiera leído la mente, añadió al instante:

—Sí, así es cómo funciona. Sólo el Señor del Mal es capaz de llamar a las Fuerzas del Submundo a voluntad, y usarlas como arma. Ese es el segundo secreto del poder del Señor del Mal. Y hay un par más, que si logras comprenderlos y dominarlos todos, serás completamente invencible.

—Entonces... —susurró Monique en voz baja, alzándose lentamente, recuperando lo mejor posible su compostura—. Si jalar esa energía a mi interior es lo que tengo que hacer, ¿por qué no me transformé?

Harold soltó una pequeña risilla, casi burlona.

—Nadie lo logra en su primer intento, ni siquiera tú —señaló agitando una mano en el aire—. Tu cuerpo tiene que aprender a asimilar las Fuerzas del Submundo. Además de que a tu rugido aún le falta algo de potencia. Pero recuerda el primer secreto: tú tienes en ti todo el potencial que te heredaron tus antecesores. Así que no me sorprendería que pudieras hacerlo la siguiente vez sin problema.

—Entonces, ¿puedo intentarlo de nuevo? —inquirió Monique, inusualmente emocionada.

—Oh, no —indicó Harold, negando con la cabeza—. Eso que hiciste es suficiente por hoy. Trabaja más en tu rugido, y lo intentaremos de nuevo en un par de días. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —respondió Monique con voz ausente, asintiendo.

Harold se aproximó a ella, y le dio un pequeño pero cariñoso beso en la coronilla de su cabeza, y siguió andando en dirección a la casa.

—Ahora descansa —le indicó con un tono un poco severo.

—Sí, eso haré —masculló Monique.

Una vez que su padre ingresó a la casa, se quedó un rato más ahí afuera. Alzó su mirada contemplando el cielo, pero tras unos segundos cerró los ojos, y volvió a inhalar lentamente por su nariz. Ya fue significativamente menor, pero fue claro que esa energía en el aire seguía ahí. El saber que algo como eso acudiría a ella en cuanto la llamara, resultaba un poco aterrador. Aunque claro, también bastante emocionante.

—Increíble... —susurró despacio para sí misma.

¿Qué más podría ser capaz de hacer con los poderes del Señor del Mal?

— — — —

La mañana del viernes comenzó bastante parecida a la del jueves. Monique de nuevo tuvo que acudir a la escuela con su uniforme de animadora, tuvo permiso de ausentarse a las clases (o al menos eso era lo que Karly seguía afirmando), y en su lugar fue directo al gimnasio con el resto del equipo. Y claro, Billy también hizo acto de presencia desde las gradas para observar todo a una distancia segura.

Pero la diferencia más notable ocurrió cuando Monique comenzó a practicar la rutina de calentamiento con los demás. Al principio había reticencia, incluso temor, en las expresiones de los otros, pero éstas fueron mermando conforme fueron avanzando y, en esta ocasión, nadie salía herido de ningún modo. De hecho, Monique en esta ocasión lograba moverse con bastante más sincronización, al ritmo de sus compañeros. Aún no era del todo perfecto, por supuesto, pero en comparación con el día anterior ciertamente era una notable mejora.

La propia Monique estaba impresionada con su progreso. No creía que pudiera lograr tanto en tan poco tiempo. No pudo evitar preguntarse si esa pequeña dosis de energías sobrenaturales que habían entrado a su cuerpo la noche anterior podría tener algo que ver. O, quizás, simplemente había tenido una muy buena y exigente maestra.

Terminada esa rutina, y una más sin que hubiera ningún altercado, los ánimos de todos los presentes parecían estar encendidos de buen ánimo y energía. Incluso algunos aplaudieron contentos, entre ellos la capitana.

—Excelente trabajo a todos —indicó Lily con entusiasmo, parándose delante de su equipo—. Y en especial tú, Monique —añadió enfocando su mirada en la joven de piel gris en la primera fila—. Has progresado maravillosamente en tan sólo un día. Y, lo más importante, has demostrado con lujo esas habilidades que tanto me habían impresionado en un inicio.

—Muchas gracias... capitana —respondió Monique entre respiraciones agitada debido al reciente ejercicio. Se giró entonces hacia Karly, de pie a su lado, y colocó una mano sobre su hombro—. Todo se lo debo a Karly. Ella es la que me ha enseñado cómo hacer todo esto, en especial a moverme en sincronía con las demás.

Su comentario fue acompañado de una ronda de aplausos adicionales, esta vez dirigida a Karly. Las mejillas de la jovencita se ruborizaron, pero una amplia sonrisa de orgullo se dibujó en sus labios.

Todos los presentes se veían contentos, excepto uno. Billy, desde su asiento en las gradas, presenciaba todo aquello con una mueca que resulta indescifrable. Parecía molesto o, incluso, preocupado.

Tras un rato, Lily alzó sus dos manos, indicándoles a todos que dejaran de aplaudir, y así lo hicieron.

—Pues muy bien por las dos —indicó la capitana, asintiendo—. De hecho, estoy tan impresionada con su progreso, que he tomado una decisión.

Aquello dejó un tanto expectantes a los presentes. Lily se tomó un momento, quizás para aumentar la emoción. Se paró delante de todo el grupo, justo enfrente de Monique. Y dirigiendo su mirada a todos, como un rey a punto de dar un discurso a su pueblo, pronunció alto y claro:

—Haremos un pequeño cambio en las posiciones de la rutina para la competencia. Monique, mañana tú tomarás la posición del centro en la formación, y ejecutarás el salto principal de la última parte.

Las caras de todos mutaron al instante, y permanecieron en sepulcral silencio mientras sus mentes intentaban procesar aquellas palabras. Y una vez que eso ocurrió, su reacción fue de hecho bastante sincronizada.

—¡¿Qué?! —exclamaron en alto prácticamente todos los presentes, incluidas Monique, Karly, e incluso Billy desde las gradas.

—Pero, pero... —musitó Karly, azorada e incluso aturdida—. Ese... es... mi salto.

Monique se giró a mirarla, sus ojos llenos de asombro. Sólo había alcanzado a comprender hasta ese punto que Lily estaba indicándole que debía participar de improvisto en la competencia de mañana. Pero era más que eso: le estaba prácticamente diciendo que debía tomar el lugar de Karly.

—No, esperen —espetó Monique, alzando sus manos en señal de alto—. No haré tal cosa, de ninguna manera.

Su queja pareció secundada por algunas voces más entre el grupo, siendo la más notable la de Daphne, que sin dudarlo se abrió paso para encarar a la capitana de frente.

—¿Qué estás diciendo, Lily? —le cuestionó con moderada severidad—. ¿Estás sacando a Karly de la formación para meter a una completa novata? ¿Un día antes de la competencia?

—Eso es injusto —exclamó con fuerza otra más de las animadoras—. Karly se ha esforzado mucho en practicar ese salto, y lo domina a la perfección. Y esta chica no lleva ni dos minutos en el equipo.

—Y aunque no fuera así, no puedes cambiarnos la formación un día antes de la competencia —añadió uno de los chicos del equipo con marcada molestia—. Es una locura.

Todos comenzaron a hablar al mismo tiempo, soltando comentarios en la misma línea. El descontento era generalizado, y la propia Monique no podía estar más que de acuerdo con todos ellos. La única que no parecía compartir su sentir, era claramente Lily...

El rostro de la capitana se fue tornando cada vez más duro y severo, conforme todas esas quejas se iban acumulando. Sus ojos centellaron de ligera rabia, y toda su postura pareció tensarse. Era claro que no le gustaba que su equipo entero le diera la contra.

—Silencio, todos, ¡ahora! —exclamó con fuerza, su voz resonando en el eco del gimnasio, acompañada de un fuerte pisotón de su pie derecho contra la duela que retumbó aún más que su grito.

Al instante, todos, incluso Daphne y Karly, quedaron en absoluto silencio, con sus bocas bien cerradas como si nunca las hubieran abierto en realidad.

—¿Qué les pasa? —les cuestionó Lily con severidad, caminando de un lado a otro y fijando su atención en cada uno—. ¿Acaso se convirtieron de pronto en un montón de cobardes que le temen a los retos? La rutina seguirá siendo exactamente la misma que ya hemos ensayado tantas veces. Solo reemplazaremos a Karly por Monique, como habríamos hecho con cualquier otro reemplazo de alguien en reserva. No es gran cosa.

—¿Qué no es... gran cosa? —musitó Karly, incrédula, en voz muy baja. Lily claramente no la escuchó, o decidió ignorarla, pues siguió hablando sin más.

—Si hago esto es porque estoy totalmente convencida de que será lo mejor para el equipo. Con Monique en el centro de nuestra rutina, de seguro ganaremos el campeonato. Esa es mi decisión como capitana; y quien la cuestione, quedará fuera de la competencia, y del equipo —soltó con un tono de clara amenaza que reverberó en los oídos de todos—. Así que, ¿alguien tiene algo más que decir?

Todos permanecieron callados, incluso desviando sus miradas hacia otro lado, como si se sintieran avergonzados. Monique no podía creer que en serio unas cuantas palabras de esa chica pudieran causar tal efecto en ellos, hacerlos cambiar su actitud de un segundo a otro. ¿De eso era capaz la chica más popular de la escuela?

—No puedo hacer eso —recalcó Monique con firmeza, dando un paso al frente para encarar a Lily—. No estoy ni remotamente lista para algo así. Karly es la que debe competir; este es su salto, su rutina.

—No te preocupes por Karly —masculló Lily con indiferencia—. Ella está totalmente de acuerdo con el cambio. ¿No es cierto, querida?

Al pronunciar aquella pregunta, los ojos de la capitana se colocaron fijos como dagas en la joven Bethan, que se puso claramente tensa ante esto. Lily avanzó hasta colocarse justo delante de ella, y se agachó sólo lo suficiente para poner su rostro a la altura del de Karly, para poder verla directo a los ojos.

—Eres novata, tendrás muchas otras oportunidades de competir en el futuro. Además, alguien que aspira a ser capitana, de seguro entenderá la importancia de seguir instrucciones sin chistar. ¿No es cierto?

Karly vaciló un momento, claramente nerviosa. Pero tras unos instantes, sus labios dibujaron una tímida sonrisa, que fue evidente para todos que intentaba forzarla por todos los medios.

—Sí, Lily —susurró despacio—. Estoy de acuerdo. Yo participaré... la siguiente vez.

—Ese es el espíritu de trabajo de equipo que me gusta sentir —exclamó Lily, claramente complacida. Se incorporó de nuevo, y se viró hacia el resto del equipo—. Ahora, descansen quince minutos, y luego ensayaremos la rutina con Monique.

Y antes de que cualquiera pudiera decirle cualquier otra cosa, se dio media vuelta y caminó presurosa hacia la puerta del gimnasio. Todos permanecieron en silencio, y quietos como estatuas en su sitio, hasta el momento exacto en el que Lily salió y las puertas se cerraron detrás de ella.

—¿Ha perdido totalmente la razón? —exclamó una de las animadoras mayores.

—¿Cómo puede creer que es una buena idea meter a la competencia a una novata que apenas está entendiendo cómo es esto? —añadió otra más con el mismo sentimiento.

El descontento generalizado se hizo de nuevo presente, aunque ninguno parecía ya dispuesto a dejarlo salir en presencia de Lily.

—Cálmense todos, por favor —intervino Daphne, intentando apaciguar las agua de alguna forma.

—¿Calmarnos? —espetó una de las animadoras de segundo año—. Daphne, hasta tú tienes que aceptar que esto es una locura.

—Tienes que hablar con ella y convencerla —suplicó otra más, y otros se unieron a su réplica.

Daphne suspiró, algo agotada, aunque no físicamente.

—Lo intentaré, ¿de acuerdo? Hablaré con ella y le transmitiré todas nuestras inquietudes. Pero hasta entonces, haremos las cosas como Lily nos indicó. Quince minutos y volvemos.

Dicho eso, ella también se dirigió con paso presuroso hacia la misma puerta por la que Lily se había ido; con suerte, con intención de ir y hablar con ella.

La cabeza de Monique le daba vueltas. No comprendía qué rayos acababa de ocurrir, o cómo había llegado a tal situación. Hace dos días ni siquiera le pasaba por la cabeza ser una animadora, ¿y ahora querían que participara en una competencia? ¿Y por qué? ¿Qué clase de lógica extraña hacía creer a Lily que esa era una buena idea?

Pero por encima de todo, lo que más le ocupaba era otra cosa; o, más bien, persona.

Se giró en ese momento hacia un lado, en donde hasta hace un segundo Karly se encontraba de pie a su lado. Pero cuando vio, notó que se encontraba a ya varios pasos de distancia, alejándose hacia un costado del gimnasio.

Monique se apresuró a ir detrás de ella sin vacilación, y no fue la única. Billy igualmente ya se había bajado de las gradas, y se dirigía en su misma dirección con paso presuroso.

—Karly —exclamó Monique en alto para llamar su atención, pero ella siguió avanzando sin mirarla—. Karly, espera, por favor. No haré esto, es una locura.

—Estoy totalmente de acuerdo —añadió Billy, que ya la había alcanzado para ese momento y caminaba a su lado—. Esa chica en verdad se ha vuelto loca...

—No te atrevas a hablar así de Lily, ¿oíste? —espetó Karly con firmeza, girándose de lleno hacia Billy y señalándole con un dedo amenazador—. Y por supuesto que lo harás —añadió inmediatamente después, fijándose ahora en Monique—. Es tu deber como parte del equipo.

—No me importa el equipo, me importas tú —declaró Monique en alto con firmeza—. Te esforzaste demasiado por esto, no es justo que te lo quiten así, y menos por mí.

—Eso no importa, ¿qué no lo entiendes? —recalcó Karly, negando con la cabeza—. Lo único que importa es hacer lo mejor para el equipo.

—¿Y cómo es lo mejor para el equipo que yo, una total novata que apenas se está acostumbrando a esto, participe y tú quedes fuera?

—Pues... pues...

Aunque hasta hace un momento parecía bastante segura y firme en su postura, fue evidente su vacilación y duda al momento de intentar responder esa pregunta, así como lo complicado que le resultaba darle forma en su cabeza a las palabras.

—¡No lo sé! —exclamó tras un rato, exasperada—. Pero de alguna forma debe de serlo, o Lily no lo hubiera decidido. Por algo ella es la capitana, y sabe lo que hace. Y no quiero escuchar a ninguno de los dos cuestionarlo.

Al lanzar esa última instrucción, rozando un poco a amenaza, miró respectivamente tanto a Billy como a Monique, y ambos guardaron silencio, justo como se los pedía. Después, imitando un poco el accionar de Lily, Karly se dirigió a la otra salida del gimnasio sin ningún destino claro. Monique y Billy sintieron por igual el impulso de ir tras ella, pero ambos se abstuvieron de hacerlo; de seguro necesitaba estar un poco a solas.

Monique dejó escapar un largo y pesado suspiro, y se dejó caer de sentón en una banca cercana. Se veía, y se sentía, derrotada.

—Esto no tiene sentido —musitó con voz acongojada—. Se suponía que sólo estaría unos días para probar, ¿y ahora tengo que hacer el salto principal en una competencia? ¿Y quitarle el puesto a Karly?

—No tienes que hacer nada de esto, ¿lo sabes? —recalcó Billy, cruzándose de brazos—. Puedes simplemente negarte. Esa chica no puede obligarte a nada.

—Pero si no lo hago, Karly no me lo perdonaría. Es claro que todo esto significa mucho para ella.

Soltó un pequeño quejido, casi doloroso, y ocultó su rostro detrás de sus manos. Y por primera vez en su vida, deseó que alguna criatura aberrante del Submundo hiciera acto de presencia para intentar matarla; al menos con eso sí sabía cómo lidiar.

—¿Qué voy a hacer? —soltó como una vaga pregunta al aire. Y aunque claramente Billy sabía que la pregunta no era para él, igual dio una respuesta. No una muy útil, pero al menos sincera.

—Ojalá lo supiera —masculló el muchacho en voz baja, mirando hacia la puerta por la que Karly se había ido.

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