Capítulo 12. Sacar tu Fuego Interior
Capítulo 12.
Sacar tu Fuego Interior
Un miércoles cualquiera, varias semanas después del incidente del Ejército del Cráneo Esmeralda, y una vez que terminó el periodo de castigo correspondiente, Harold Devil levantó a su hija bastante más temprano de lo habitual; el sol ni siquiera había comenzado a salir en el horizonte Y estando la joven Monique aún adormilada, en pijama, y sin entender del todo lo que ocurría, se la llevó casi arrastrando hacia su estudio.
El "estudio" de Harold era en realidad el sótano de la nueva casa, que el Sr. Devil había acondicionado con todos sus libros de hechizos e historia, objetos malditos, armas, mapas, y demás objetos peculiares que había estado reuniendo durante todos sus años como Señor del Mal. Era también justo en ese sitio en donde Harold solía impartir a Monique sus enseñanzas.
No era tan raro que su madre o su padre la sacaran de la cama temprano para llevarla a alguno de sus locos entrenamientos. Sin embargo, desde que llegaron a Gray Peaks, sus padres, y ella misma, habían estado bastante ocupados en sus respectivas cosas, y dichas excursiones o clases extras se habían reducido, hasta el punto de que Monique había pensado que al fin dejarían el tema por la paz. Esa atrabancada mañana de miércoles le dejó claro que no era para nada el caso.
Monique se sentó en una silla en el centro del estudio, vestida con su pijama rosa de conejitos, y se esforzaba por mantener los ojos abiertos. Harold se había arrastrado ante ellos una pizarra verde, y se paró delante de ella con el pecho en alto y la mirada decidida. La sonrisa que le cruzaba el rostro, no tenía equivalente que Monique recordara.
—Te preguntaras por qué te he traído aquí esta mañana, ¿verdad?
—La pregunta me ha cruzado por la cabeza —masculló Monique con voz adormilada, soltando justo después un largo bostezo.
—Pues me alegro que lo preguntes —exclamó Harold en alto, efusivo—. Ya que la lección de hoy es una muy, muy especial, y que me emociona bastante. ¡No sabes lo mucho que he esperado que llegara este día!
La excitación en la voz de su padre era totalmente palpable y genuina, pero Monique era incapaz de contagiarse de ella.
—Está bien... —murmuró despacio, al tiempo que se tallaba un ojo—. Pero, ¿tenía que ser tan temprano? Mi alarma para ir a la escuela debería de sonar hasta dentro de dos horas...
—¡Olvida la escuela! Esto es mucho más importante. Estuve toda la noche preparándome y no puedo esperar más.
Sólo hasta entonces Monique pudo enfocar lo suficiente su mirada y su mente, para notar las dos grandes ojeras bajo los ojos de su padre, más pronunciadas de lo habitual. Debía ser cierto que se había quedado toda la noche planeando lo que fuera que estaban haciendo ahí. Eso la hizo sentir un poco culpable... pero el pesado sueño que la aplastaba podía más que dicho sentimiento.
—Así que vamos a comenzar de una vez —declaró Harold con convicción, y se giró entonces hacia la pizarra. Y con una tiza comenzó a escribir algo en ella.
—Te entiendo, papá —susurró Monique con voz apagada, y se paró entonces de su silla—. Pero en verdad creo que será mejor que, sea lo que sea, lo veamos cuando vuelva en la tarde. Ahora sólo quiero intentar dormir un poco más...
Dicho eso, se dispuso a encaminarse hacia la puerta. Sin embargo, Harold no pareció escuchar las palabras de su hija en ese momento, y se concentró únicamente en escribir en la pizarra la lección que tanta emoción le provocaba.
—La lección de hoy es: ¡Cómo Convertirse en un Dragón Negro! —exclamó en alto, extendiendo una mano hacia la pizarra.
Aquello llamó poderosamente la atención de Monique, que detuvo en el instante su intención de irse. Sus ojos se abrieron grandes, llenos de sorpresa, y se giraron para ver la pizarra y a su padre. Las mismas palabras que él había pronunciado estaban ahí mismo escritas: "Cómo Convertirse en un Dragón Negro".
—¿Dragón? —pronunció en voz baja. De golpe, todo el sueño que la inmovilizaba se volvió bastante más ligero.
—Ah, veo que esto captó tu atención, ¿eh? —masculló Harold, sonriendo complacido.
Las mejillas de Monique se ruborizaron de golpe ante el comentario.
—Bueno, un poco —susurró apenada, mirando hacia otro lado—. Entonces, lo de que el Señor del Mal puede convertirse en un dragón... ¿era en serio?
—¡Por supuesto que era en serio! —exclamó Harold con total convicción, como si exclamara un brutal juramento—. El Dragón Negro ha sido desde los inicios de los tiempos el símbolo de poder y dominio más notable del Submundo. Por encima de todo lo otro, el hecho de poder convertirnos en uno, y dominar su poder, es lo que le da al Señor del Mal el derecho a gobernar a las demás criaturas.
—Fascinante —susurró Monique despacio, y en esa ocasión era sincera.
La mayoría de las lecciones o historias de su padre le eran usualmente indiferentes. Pero, ¿poder convertirse en un enorme dragón? ¿Cómo resistirse a algo como eso? Podría incluso quizás volar largas distancias; ya no necesitaría el autobús, ni siquiera un avión. Y de seguro la mayoría de los locos que venían a molestarla lo pensarían mejor. Cuando la veían con la apariencia de una chica de quince años (a punto de cumplir los dieciséis en un par de semanas), se reían confiados creyendo que podían aplastarla con facilidad. Pero si por el contrario la veían convertirse en una figura enorme y poderosa como la que su padre describía, de seguro la dejarían al fin en paz.
Y todo eso sin mencionar que los dragones siempre le habían gustado muchísimo desde niña, en especial los adorables dragoncitos mascotas que aparecían en My Little Bunny... pero eso no era relevante para la cuestión.
—Entonces, ¿tú podías hacer eso? —preguntó Monique con curiosidad.
—Claro que sí. De hecho, mi Dragón Negro fue uno de los más grandes y majestuosos que se han visto en generaciones.
—Cielos... Pero, si eras capaz de convertirte en literalmente un dragón gigante, ¿cómo es que mamá pudo derrotarte?
Harold sonrió, confiado.
—Eso está claro querida —declaró, y entonces se inclinó hacia su hija, para mirarla directo a los ojos—. Usó trampas y trucos sucios. ¿No recuerdas la historia que te conté?
—Sí... supongo... —murmuró Monique en voz baja, esbozando una media sonrisa. Dudaba que esa fuera la verdad, pero tampoco deseaba cuestionarle más al respecto.
Harold se paró derecho y retrocedió unos cuantos pasos hacia la pizarra mientras seguía con su explicación.
—Dominar al Dragón Negro es una de las tareas primordiales para alcanzar el poder completo del Señor del Mal. Muchos de nuestros antecesores han perecido en su intento, antes de alcanzar todo su potencial.
—¿Y en verdad crees que estoy lista para hacerlo? —masculló Monique, sonando de pronto notablemente nerviosa—. Porque, con lo que acabas de decir, no me estoy sintiendo del todo preparada...
—No te asustes, querida. Tienes una ventaja a tu favor, pues desde que tu bisabuelo reclamó el poder del Señor del Mal para nuestra familia, éste se ha mantenido con nosotros. Es bastante inusual que el poder se quede en un sólo clan por más de dos generaciones. Pero gracias a eso, todo lo que tu bisabuelo, tu abuela, y yo aprendimos en su momento, se te ha heredado en nuestra sangre. Así que debe serte un poco más sencillo dominarlo.
—¿Así es cómo funciona? —cuestionó Monique, un tanto escéptica, aunque Harold asintió con bastante seguridad.
—La prueba más clara es el grandioso progreso que has tenido en estos años. Y el hecho de que hayas podido despertar y comandar al Ejército del Cráneo Esmeralda, es el mayor indicativo de que estás lista para dar el siguiente paso.
—Creo que sobreestimas un poco a esos esqueletos, papá —susurró Monique con ligera sorna en su voz—. En realidad no tuve que hacer mucho para que me siguieran. Parecían tan desesperados por salir de donde estaban, que creo que hubieran seguido a cualquiera que llegara diciendo que era el Señor del Mal.
—No te subestimes, querida –murmuró Harold con voz cariñosa, inclinándose justo después hacia ella para darle un pequeño beso en la coronilla de su cabeza-. Además, convertirse en Dragón Negro no es algo que se logra al primer intento. En esta sesión sólo abarcaremos el primer paso, así que no hay por qué preocuparse.
—Si lo dices así —murmuró Monique, y acto seguido se paró derecha frente a su silla—. Entonces, ¿qué debo hacer?
Harold se giró emocionado hacia la pizarra, y entonces escribió en grande una sola palabra.
—El primer paso para convertirte en el Dragón Negro es simple. Debes, ¡rugir! —exclamó el alto, señalando con una mano hacia la pizarra, donde justamente había escrito: "RUGIDO".
—¿Rugir? —susurró Monique, confundida—. ¿Te refieres a... literalmente rugir?
—Por supuesto. El primer paso consiste en concentrarse, enfocar tu energía en la boca del estómago, y dejarla salir en la forma de un ensordecedor rugido que haga temblar al cielo mismo.
—Cómo... un dragón, ¿no?
—Ya estás entendiendo. Ahora ven a mi lado, y hagámoslo.
Un poco dudosa, Monique hizo lo que su padre le pedía y se aproximó al frente hasta pararse justo a su lado.
—Ahora respira profundo —indicó Harold con voz calmada, justo antes de inhalar lentamente una gran cantidad de aire por la nariz—. Llena tus pulmones, y déjalo salir lentamente.
Monique hizo justo lo que le indicó, inhalando y exhalando lentamente, como ya sabía bien cómo hacer a raíz de todos sus entrenamientos de respiración. Esa parte en efecto era sencilla, y poco a poco comenzaba a sentirse más relajada y concentrada, y su energía fluía lentamente por su cuerpo entero.
—Eso es —asintió Harold—. Ahora, sólo tienes que... ¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAH!! —soltó de pronto un estridente y largo grito que no sólo estremeció las paredes, sino que agitó con violencia a su pobre hija que no estaba para nada preparada para el cambio tan brusco.
Monique dio un brinco, soltó un gritito de espanto, y cayó de sentón al suelo. Respiraba con agitación, y miraba a su padre con una combinación de confusión, pero también de enojo.
—¡Me asustaste! —le reprochó al tiempo que se ponía rápidamente de pie.
—¡Perfecto! ¡Usa ese sentimiento! —le respondió Harold con convicción—. Deja que alimente tu fuego interior, y déjalo salir como un gran rugido.
—Eso pareció más un grito que un rugido.
—¡Concéntrate! —exclamó Harold, sonando casi a un regaño—. Enfoca tu mente y deja salir tu fuego con todas tus fuerzas.
—¿Te refieres literalmente a fuego o...? —Una mirada severa de su padre le bastó como respuesta—. Está bien, está bien...
Monique volvió a pararse derecha, cerró los ojos y comenzó a respirar lentamente. Poco a poco la perturbación provocada por el grito de su padre se fue disipando, dejando en su lugar la quietud que había logrado hasta un instante antes.
—Respiro, me concentro, enfoco mi fuego... lo que sea que eso signifique, y...
Tomó aire profundamente por la boca, y dejó escapar...
—¡Ah!
...el grito más escueto y poco impresionante de su vida.
—¿Qué fue eso? —exclamó Harold, casi molesto por tan lamentable desempeño—. Vamos, puedes hacerlo mejor que eso. ¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAH!! —volvió a gritar tan fuerte como hace un momento.
—Está bien. ¡Aaah! —volvió a intentar Monique, apenas logrando sonar un poco más notorio que el anterior.
—¡Más fuerte!
—¡¡Aaaaaah!!
—¡Más!
—¡¡AAAAH...!!
A mitad de ese último grito, más sobresaliente que los anteriores, fue atacada por un fuerte ataque de tos, que la hizo doblarse hacia al frente, y jalar aire a sus pulmones con cierta desesperación.
—Ay, me ahogué con mi saliva... —masculló adolorida una vez que logró recuperarse lo suficiente.
Harold suspiró con molestia, negando con la cabeza. Iba a decirle que lo volviera a intentar, pero justo entonces ambos escucharon como la puerta del sótano se abría abruptamente, prácticamente siendo azotada. Alzaron sus miradas en dicha dirección, y contemplaron al mismo tiempo a Amanda, en bata de noche color rosado, de pie en el escalón más alto, y mirando hacia ellos con mirada adormilada... pero con bastante enojo desbordando de ella.
—¿Qué demonios hacen gritando como locos a las malditas cinco de la mañana...? —masculló con voz áspera, al tiempo que sus dedos apretaban el pasamanos de la escalera, astillándolo un poco.
Harold se sobresaltó, nervioso, y de inmediato dio un discreto saltito en dirección a la pizarra, bloqueando lo que había escrito en ella con su cuerpo.
—¿Qué? ¿Gritando? ¿Nosotros? —masculló, claramente fingiendo demencia—. No sé de qué hablas, querida. Deben ser los gatos de la calle o algo así. ¿No es así, Monique?
Le dio un pequeño toque con el codo a su hija, en busca de su apoyo en dicha explicación, dejándola en realidad sin muchas opciones.
—Sí... gatos...
Amanda entornó los ojos y observó a ambos con suspicacia. Harold y Monique esbozaron cada uno una sonrisa despreocupada, y a todas luces falsa.
—Al demonio —masculló Amanda tras un rato, sujetándose la cabeza con una mano—. Estoy demasiado cansada luego de mi turno de trece horas como para cuestionarme qué estás ocultando ahora, Harold. Sea lo que sea, háganlo... ¡en silencio!
Lanzada aquella intensa amenaza, regresó justo por donde había venido, azotando de nuevo la puerta, esta vez al cerrarla.
—Claro, mi amor, lo que tú digas —masculló Harold en alto, esperando que ella lo escuchara.
Se quedaron quietos y en silencio, hasta que fue claro que Amanda no volvería. Sólo hasta entonces ambos respiraron, aliviados.
—Estuvo cerca —indicó Harold, pasando una mano por su frente—. Tu madre definitivamente no estaría de acuerdo con que te enseñara esto.
—Ya lo creo —asintió Monique, bastante convencida.
Su madre en general nunca había estado de acuerdo con ninguna lección que su padre le había dado. Pero si convertirse en Dragón Negro era tan fundamental para el Señor del Mal como su padre había dicho, esa lección en definitiva no la toleraría para nada.
—Será mejor que sigamos en otro momento, papá —sugirió, justo antes de soltar un largo bostezo. El cansancio que la había acompañado al inicio de aquella sesión pareció volver de golpe una vez los ánimos se calmaron.
—Muy bien —asintió Harold—. ¡Pero no olvides practicar! Necesitas mejorar ese rugido.
Monique sólo le respondió con un ligero ademán de su mano para indicarle que lo haría, y se dirigió arrastrando sus pies hacia las escaleras, esperando poder recuperar aunque sea un poco de esas dos horas de sueño restantes.
— — — —
Las primeras clases resultaron bastante complicadas para Monique, pues se la pasó la gran parte del tiempo luchando consigo misma para no caer dormida sobre su escritorio. Y aunque pudo ocultar su estado de sus profesores y de la mayoría de sus compañeros, el ojo observador de Karly no tardó en darse cuenta. Aunque claro, el que la hubiera sorprendido a centímetros de estrellar su rostro contra su libro le ayudó bastante a deducirlo.
Tras terminar la última clase antes del almuerzo, Karly prácticamente la forzó a acompañarla hacia su casillero, y ahí le cuestionó directamente sobre qué le ocurría. Para ese momento Monique ya se sentía algo más despierta, o al menos lo más que podría estarlo sin tener que tomar una siesta (o un café), así que le contó de forma resumida la forma tan abrupta en la que su padre la había despertado a las cinco de la mañana, y el motivo por el cual lo había hecho. No tenía necesidad de contarle todos los detalles, pero lo que le dijo bastó para captar el interés de Karly.
Al igual que Monique, al parecer la idea de poder convertirse en un enorme dragón le pareció fascinante.
—¿Rugir? —exclamó Karly con voz risueña, y aparentemente algo escéptica, mientras se veía en el espejo que tenía colgado en su casillero y pasaba un cepillo por sus cabellos rubios para acomodarlos—. ¿De verdad?
—Eso parece —suspiró Monique—. Rugir, o gritar... parece que mi padre no conoce bien la diferencia. Si no lo conociera, creería que me está tomando el pelo.
Karly llevaba en ese momento su uniforme de animadora, compuesto de una camiseta azul oscuro sin mangas con las siglas de la escuela, GP, bordadas en letras doradas al frente, y una falda también en colores azules y dorados. Por lo que Monique entendía, lo usaba principalmente cuando tenía práctica o algún evento después de la escuela. Sin embargo, durante la última semana lo había traído prácticamente todos los días, por una competencia que iba a tener pronto, o algo así le había explicado.
Una vez que terminó de cepillarse, Karly colocó el cepillo en el interior del casillero, y comenzó entonces a amarrarse el cabello en una cola alta. Con ese uniforme, resultaba más evidente para Monique la complexión atlética de su amiga, de piernas y brazos fuertes que de seguro su madre admiraría, y que no le sorprendían demasiado luego de haberla visto hacer esos saltos, como el del columpio del parque del otro día.
—Si es todo lo que tienes que hacer, suena bastante sencillo —señaló Karly.
—Pues no para mí... —murmuró Monique con voz apagada—. Creo que tengo un problema con eso de dejar salir mi "fuego interior".
—¿Y con quién crees que estás hablando? —exclamó Karly en alto, señalándose a sí misma con su pulgar—. "Fuego Interior" es mi segundo nombre.
—Dudo mucho que sea así...
Karly sonrió confiada. Se giró entonces hacia el pasillo, y comenzó a pronunciar con voz alta y firme:
—¡Atención todos! ¡Escúchenme un segundo! Acá, les estoy hablando. Volteen, que no muerdo.
Como respuesta inmediata a sus llamados, todos los alumnos que pasaban en ese momento por el pasillo se detuvieron y se giraron a mirarla al instante. Aunque no era ella a quién veían, Monique se sintió de inmediato incómoda al estar tan cerca del punto de atención.
—Como algunos saben, y otros quizás no pero para eso les informo ahora mismo, este sábado el equipo de animadoras tiene un evento muy, muy importante aquí mismo en nuestra amada escuela. Serán las primeras rondas para el Campeonato Real de Animadoras, comenzando con las eliminatorias entre los equipos del distrito. ¡Así que todos están más que invitados a asistir y darnos su apoyo! ¡Yeih!
Gritó en ese momento con emoción, y de la nada dio un largo salto con ambos pies, dando una vuelta completa hacia atrás en el aire, cayendo de nuevo de pie en el suelo en un movimiento perfecto que dejó incluso a Monique boquiabierta. La reacción de asombro fue generalizada entre todos los demás, que no tardaron en aplaudirle.
—¡Gracias! ¡Gracias! Si quieren ver volteretas y saltos como ese, o incluso mucho más impresionantes, no falten este sábado; será en el gimnasio de la escuela. Si piensan asistir, quiero que me griten ahora mismo un: ¡Wuh!
—¡Wuh! —soltaron todos de golpe por mero reflejo, e incluso Monique sintió por un momento el deseo de hacerlo.
—¡Así se habla! —soltó Karly con emoción, aplaudiendo con fuerza, y de nuevo su público la secundó.
—Suficiente, suficiente —se escuchó que pronunciaba la voz de la Srta. Cereza, abriéndose paso entre la multitud—. Despejen el pasillo, se acabó el espectáculo. ¡Anda!, ¡muévanse!
Los alumnos comenzaron a caminar de nuevo, rompiendo rápidamente la muchedumbre que se había formado.
—Y usted —soltó la Srta. Cereza, girándose a mirar de forma fulminante a Karly—. Evite hacer este tipo de demostración fuera de las áreas correspondientes, Srta. Bethan.
—Sólo estaba haciendo una amistosa invitación a mis compañeros —se excusó Karly, cruzándose de brazos—. ¿Qué tiene eso de malo, Srta. Melaza?
La profesora no le respondió. Sólo agudizó un poco más su mirada, y se dispuso después a retirarse en silencio. Claro, no sin antes mirar también a Monique, con el usual desprecio que le compartía todos los días, y que no se había hecho menos tras su pequeña aventura con el Ejército del Cráneo Esmeralda (sino que parecía incluso haber ido a más). Ésta se limitó a sólo a sonreír nerviosa y guardar silencio.
—Qué mujer tan amargada —masculló Karly molesta, cerrando en ese momento su casillero con un poco más de fuerza de la debida—. Pero bueno, ¿lo ves? Es bastante fácil hacer salir tu fuego interno. Sólo tienes que dejarte llevar por tu pasión, y que ésta te empuje.
—Quizás para ti —musitó Monique con reservas—. Pero es obvio que yo no tengo tu misma... pasión.
—Oye, júntate más conmigo y te contagiaré un poco de mi pasión. Me parece que tengo bastante para las dos.
Monique no estaba muy segura de que fuera justo a eso a lo que se refería su padre, pero era innegable que no poseía tanta facilidad para exteriorizar sus emociones; no como lo hacía Karly, o incluso como lo hacía su padre. Ambos eran más explosivos, y expresaban todo lo que sentían sin mucho miedo a las consecuencias. Ella, sin embargo, era más reservada; en ese sentido era un poco más parecida a su madre, aunque sin el impulso de golpear primero y preguntar después.
Luego de que Karly cerrara su casillero con todo y su candado, ambas comenzaron a caminar lado a lado por el pasillo.
—De hecho, justo haremos una práctica durante el almuerzo frente a las mesas del patio para ensayar un poco nuestra rutina para el sábado con público. ¿Vienes a vernos?
—Sí, pero vete adelantando. El Dir. Rough me hizo llamar hace rato, y me dijo que fuera a su oficina antes del almuerzo.
—Oh, oh —murmuró Karly con preocupación—. ¿Ahora qué hiciste?
—Nada... últimamente —respondió Monique, dubitativa—. Iré a ver qué quiere y voy para allá, ¿de acuerdo?
Dicho aquello ambas se separaron en el siguiente pasillo, yendo Karly en dirección al patio y Monique hacia la dirección.
—No te tardes o te perderás mi salto mortal con giro triple. ¡Podría morir en el intento!
Monique sólo sonrió, ligeramente divertida, y se despidió de ella con un ligero movimiento de su mano mientras se alejaba caminando.
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