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Capítulo 11. Son libres ahora

Capítulo 11.
Son libres ahora

...si no hacía algo pronto para detenerlo.

Monique reaccionó velozmente, abriéndose paso de un salto por encima de los esqueletos, cayendo justo delante de la Srta. Cereza. Sin dar tiempo a ninguna explicación, tacleó rápidamente a su maestra, haciendo que ambas se lanzaran hacia un lado, cayeran al piso y rodaran algunos metros sobre el esponjado disfraz de nutria. Todo eso en el momento justo para evitar los ataques de las armas de los esqueletos, que golpearon y agrietaron el piso en el punto en el que la profesora estaba parada hace un segundo.

—¡¿Ahora qué crees que haces, jovencita?! —exclamó la Srta. Cereza furiosa, estando de espaldas en el suelo. Agitó sus brazos y piernas en un intento de levantarse, pero su disfraz tan voluminoso obviamente no se lo facilitaba.

Monique se olvidó por un segundo de ella, y pasó en su lugar a ponerse de pie, interponiéndose en el camino de los esqueletos, que ya marchaban en su dirección.

—¡Deténganse!, ¡ahora! —les ordenó con voz de mando. Sin embargo, para su sorpresa, los esqueletos no la obedecieron—. ¡Dije que se detuvieran! —repitió, pero obtuvo el mismo resultado.

Los esqueletos siguieron avanzando. Sus ojos rojizos se encontraban totalmente fijos en la Srta. Cereza, y no parecían percatarse siquiera de que Monique estaba ahí, justo delante de ellos.

—Han perdido el control —concluyó con espanto. Debía ser algo parecido al estado de frenesí en el que su padre le había dicho que varias criaturas del Submundo entraban en el fervor del combate, en especial cuando peleaban en grandes grupos.

No tuvo mucho tiempo para pensar más al respecto, pues de nuevo se lanzaron al ataque. Monique reaccionó, lanzándose ella a su vez de nuevo hacia la Srta. Cereza para alzarla en sus brazos con todo y su disfraz de nutria.

—¡Bájame en este instante! —le exigió la profesora, pataleando.

—¡No creo que quiera eso, señorita! —le gritó Monique, al tiempo que corría con la profesora en brazos hacia la salida. Y al mirar sobre el hombro de la muchacha, la Srta. Cereza por sí misma vio al ejército de esqueletos que corría en estampida detrás de ellas, y no tuvo más remedio que estar de acuerdo.

Monique salió despavorida del salón de juegos con la Srta. Cereza, y se abrió paso rápidamente entre la multitud, mientras los aguerridos esqueletos las seguían muy de cerca.

—¡Monique! —exclamó Karly con apuro, corriendo también hacia afuera, pero sólo logrando ver cómo se alejaban por el pasillo—. ¿Y ahora qué hacemos? —exclamó preocupada, girándose hacia Billy.

—¿Y yo qué voy a saber? —respondió el chico, encogiéndose de hombros—. No es como que haya algo que tú o yo podamos hacer contra tres mil esqueletos enloquecidos, ¿o sí?

—Pues tenemos que hacer algo, aunque sea —sacó en ese momento su teléfono, sosteniéndolo delante de ella— grabar toda esa persecución y pelea por el centro comercial para luego subirla a internet y hacerla viral.

—¿Y eso de qué va a ayudar exactamente? —musitó Billy, perspicaz.

—¡Eso lo que una amiga hace! —le respondió Karly en alto, mientras se alejaba corriendo en dirección a donde había ido la estampida, con teléfono en mano.

Billy puso un instante los ojos en blanco, y no le quedó más que de nuevo ir detrás de sus dos amigas.

— — — —

Monique siguió huyendo por entre los pasillos del centro comercial, con su profesora en traje de nutria en brazos, y una turba de esqueletos enardecidos pisándoles los talones. Por suerte su frenesí los tenía totalmente concentrados en su objetivo, por lo que pasaban de alto sin atacar a las demás personas o tiendas; aunque claro, eso no impedía que si algo, o alguien, se ponía en camino de su estampida, terminarán empujándolo hacia un lado con bastante poca delicadeza. Pero al menos la mayoría de las personas tenían el sentido común suficiente para huir despavoridos de ellos.

Sabía que no podría huir por siempre, pero tampoco se le ocurría de momento qué más hacer. Sin darse cuenta había comenzado a dar vueltas por todo aquel recinto, quizás a la espera de que sus perseguidores se cansaran, pero era más probable que ella lo hiciera primero.

En un momento durante su huida en la segunda planta, su pie pisó y resbaló sobre algo, que segundos después reconocería como el helado de fresa que alguien había dejado caer al suelo. Monique y la Srta. Cereza se precipitaron al suelo, y ésta última se soltó de los brazos de la jovencita, volando por el aire hacia adelante y luego cayendo al suelo, por suerte siendo amortiguada por su disfraz. Sin embargo, luego siguió rodando con el impulso hasta quedar contra una de las mesas del área de comida en esa planta.

Monique se forzó a pararse, pero al instante escuchó los estridentes pasos y gritos de batalla de los esqueletos a unos centímetros de ella; los más cercanos las alcanzarían en cuestión de milisegundos. Rápidamente se lanzó al frente en dirección a la Srta. Cereza, pero en lugar de tomarla a ella, tomó por las patas una de las sillas de la mesa, y se giró con gran velocidad hacia los esqueletos que saltaron en dirección a su presa, golpeándolos con increíble fuerza con la silla. Ésta se desmoronó en pedazos por el impacto, pero aguantó lo suficiente como para mandar a volar a los tres esqueletos más cercanos hacia un lado, y hacer que uno de ellos perdiera la cabeza, y los brazos de los otros dos se desmoronaron. Los pedazos de huesos verdes cayeron al suelo, rebotando y tintineando contra éste.

—Bien —exclamó Monique, esbozando una pequeña sonrisa confiada. Al parecer no eran muy resistentes; eran huesos viejos de hace siglos, después de todo. Si quizás los atacaba uno a uno, podría...

Antes de que su estrategia tomara forma por completo en su cabeza, Monique vio con espanto como los huesos en el suelo comenzaron a temblar con vida propia, se movieron solos, y en cuestión de segundos se volvían a juntar formar los cuerpos de los esqueletos justo y como estaban un segundo antes de ser golpeados.

—Oh, no —murmuró Monique, entre sorprendida y preocupada.

No dejó que aquella emoción la inmovilizara, y rápidamente se quitó la mochila de los hombros, sacó de ésta la espada mágica encogida que su madre le había dado, y con un movimiento hacia un lado la hizo crecer a su tamaño real. Fue en el momento justo cuando no sólo los esqueletos a los que había golpeado, sino varios más, se lanzaban de nuevo en su dirección.

Miró de reojo un instante a la Srta. Cereza, que se había escondido debajo de la mesa lo mejor que su abultado disfraz le permitía, temblando de miedo. Pedirle que huyera parecía inútil en ese momento, así que dependería de ella impedir que se le acercaran.

Sin titubeo alguno, Monique comenzó a atacar a cuánto esqueleto se acercaba, con movimientos certeros y rápidos del filo de su espada, logrando con suma facilidad decapitarlos o cortarles sus piernas, brazos y torsos, para luego usar algo de magia de viento para alejarlos de ella. Sin embargo, tan fácil como los cortaba, así mismo los huesos volvían a juntarse, y los esqueletos a reconstruirse y volver al ataque.

«En verdad no se pueden matar, justo como dijo mi padre» concluyó Monique, horrorizada. ¿Cómo se puede derrotar a un ejército entero al que no puedes destruir? Por algo su padre los había descrito como la fuerza más poderosa al servicio del Señor del Mal. Definitivamente seres así en las manos equivocadas serían un peligro.

Pero no podían ser completamente inmortales. Debía de existir una forma de detenerlos.

Tras estar totalmente segura de que no podría hacerles nada, y al ver que aún había bastantes personas cerca que no veían una ruta de escape adecuada a toda esa locura, Monique decidió moverse de ese lugar antes de que las coas empeoraran. Alzó rápidamente ante ella un amplio escudo de energía, que hizo que todos los esqueletos chocaran contra aquel duro muro, muchos incluso desmoronándose por la fuerza con la que lo embistieron. Luego, se giró hacia la Srta. Cereza, la tomó de uno de sus brazos de nutria, y la sacó de debajo de la mesa de un tirón. Sin decir nada, comenzó a correr hacia el barandal, jalando a su maestra detrás de ella.

—¡¿Qué estás haciendo?! —gritó espantada la Srta. Cereza, mientras observaba hacia donde corría Monique, y sin posibilidad alguna de evitar que la llevara consigo.

No había tiempo para dar explicaciones, por lo que Monique se limitó a sólo seguir corriendo hasta estar en la posición adecuada para dar un largo saltó por encima del barandal y precipitarse en picada hacia la planta baja.

—¡¡Aaaaaaaah!! —gritó en alto de la Srta. Cereza, pataleando y agitando sus brazos en el aire como si quisiera volar.

Antes de que ambas se estrellaran contra el piso, Monique jaló su espada con velocidad hacia abajo, haciendo que de ésta surgiera una fuerte ráfaga de viento que chocó contra el suelo, y luego vino de regreso para golpearlas a ellas y en el proceso mitigar su caída. Igualmente Monique terminó golpeándose con algo de fuerza en un costado, y la Srta. Cereza posteriormente cayó a su lado, aunque de nuevo, mejor amortiguada que ella.

Sobreponiéndose al dolor y el mareo de ese último movimiento, Monique se paró, tomó a la profesora y corrió con todas sus fuerzas hacia la entrada principal del centro comercial. No tardaron mucho en salir hacia el exterior de la plaza, justo al estacionamiento frontal, ocupado en esos momentos por sólo unos cuantos vehículos.

Quizás podría perderlos entre las calles y tras un rato se les pasaría el frenesí. Sin embargo, antes de poder avanzar demasiado por el estacionamiento, Monique tuvo que detenerse. El cansancio por toda esa loca carrera comenzaba a pasarle factura, y tuvo que tomarse un momento. Cayó de rodillas al suelo, y sin querer dejó caer a la Srta. Cereza a un lado.

—¡Ten más cuidado! —le recriminó la profesora con enojo, rodando sobre sí misma para intentar pararse—. ¡¿Y qué haces quedándote ahí parada?! ¡Rápido!, ¡muévete!

—Lo siente, señorita —masculló Monique entre pequeños jadeos de agotamiento—. Sólo necesito un segundo para recobrar...

Sus palabras se cortaron de golpe al escuchar justo a sus espaldas al estridente sonido de cristal y metal rompiéndose. Al girarse, ambas vieron con espanto como las puertas principales de la plaza habían desparecido, y en realidad se podría decir que ahora había un gran hueco en gran parte de la fachada de cristal, por el cual cientos y miles de esqueletos verdosos salían enardecidos hacia el estacionamiento, y corrían hacia ellas con sus armas en mano.

La Srta. Cereza soltó un grito de horror, e instintivamente se colocó detrás de Monique, buscando refugio detrás de su pequeño cuerpo. La jovencita respiró hondo, forzó a sus piernas a pararse, y tomó su espada firmemente con ambas manos.

—Manténgase detrás de mí —murmuró Monique con la mayor firmeza que pudo, y la Srta. Cereza no requirió que se lo dijera dos veces antes de hacerse hacia atrás rápidamente.

Monique volvió a respirar, del mismo modo que su madre le había enseñado para relajar su cuerpo, y también su alma. Apretó aún más sus dedos contra la empuñadura de su arma, y se lanzó hacia el enfrente en contra de los esqueletos.

Una vez más, la joven Devil hizo alarde de sus grandes habilidades, fruto de su arduo entrenamiento con sus padres, blandiendo su arma y su magia en contra de la horda de esqueletos, cortando, machucando, empujando, golpeando también con sus puños y pies... Huesos y esqueletos enteros volaban por los aires, algunos incluso lamentablemente estrellándose contra los vehículos estacionados cerca.

Billy y Karly habían logrado salir de la plaza justo detrás de los esqueletos, y desde una posición más o menos segura detrás de una camioneta, esta última grababa toda aquella escena con su móvil.

—Es increíble, mira cómo se mueve —susurró Karly maravillada, mientras veía en la pantalla como Monique repelía a todos esos monstruos uno tras otro—. Es en verdad extraordinaria...

—Sí, pero ni siquiera ella podrá con tantos enemigos a la vez —murmuró Billy con aprensión—. Está a punto de llegar a su límite...

La alarmante predicción de Billy se hizo realidad en ese instante, pues tras tantos minutos seguidos de correr y luchar, el cuerpo de Monique comenzó a responderle más lento, sus fuerzas a menguar, e inevitablemente los esqueletos comenzaron a abrirse paso sobre ella, empujándola de un lado a otro como una pelota sin que siquiera se percataran de ello. El cuerpo de la jovencita terminó siendo lanzado hacia un lado, y se estrelló de espaldas contra el parabrisas de un vehículo, quedándose justo ahí sin moverse y con sus ojos cerrados.

—¡Monique! —exclamó Karly, sobresaltada, y Billy a su lado no se encontraba en mejor estado.

Ambos miraron a su amiga fuera de combate, y a los esqueletos que ahora sí se aproximaban sin obstáculo a la Srta. Cereza. Ésta miró con el rostro pálido a sus atacantes, y de inmediato intentó huir, dando tumbos en su abultado disfraz sin poder avanzar demasiado.

Billy apretó fuerte sus puños y dientes, frustrado al saber qué él no podía... o no debía hacer nada. Aunque, quizás sí podría...

Rápidamente el muchacho salió de su escondite, y corrió con todas sus fuerzas en dirección a donde estaba Monique.

—¡Billy!, ¡¿a dónde crees que vas, idiota?! —le gritó Karly con espanto a sus espaldas, pero Billy no le hizo caso. Siguió avanzando, hasta estar lo suficientemente cerca para poder gritar con todas sus fuerzas:

—¡¡Ejército del Cráneo Esmeralda!! ¡La Señora del Mal ha sido herida! ¡Protéjanla!

Al tiempo que extendía sus brazos, señalando hacia donde Monique yacía inconsciente.

No sabía si eso funcionaría, pero era la única carta que tenían a su favor. Si en verdad esos esqueletos eran tan leales como pregonaban, debían poner su sed de sangre en segundo lugar después de la seguridad de su ama... ¿o no?

Por suerte para ellos, y en especial para la Srta. Cereza, Billy tuvo razón. Cuando ya estaban a punto de alcanzar a la profesora, hecha un ovillo tembloroso en el suelo, todos los esqueletos se detuvieron de golpe, como si le hubieran puesto pausa abruptamente a una película. Todo se sumió en un abrumador silencio, bastante contrastante con el alboroto de hace un rato, y se quedó así por varios segundos.

Uno a uno, el fulgor rojizo en las cuencas de sus cráneos se fue extinguiendo como la flama de una vela, dejando paso al mismo fulgor verdoso que habían tenido desde el momento de su despertar. Y cuando el último de ellos pareció recobrar el sentido, todos se giraron en perfecta sincronía en dirección a Monique, y el pánico los inundó a todos como una ola.

—¡Nuestra Señora! —exclamaron todos, y de inmediato cambiaron de objetivo y se dirigieron al vehículo sobre el que Monique reposaba.

Billy apenas pudo moverse a un lado para evitar ser atropellado por la estampida de esqueletos. Estos rápidamente tomaron a Monique en sus manos huesudas, y con mucho cuidado la bajaron del vehículo y la colocaron en el suelo. La rodearon colocándose de rodillas en el suelo, y la contemplaron con preocupación y medio.

—¡Abran paso! —exclamó Karly con ahínco. Una vez que ya todo se había calmado, se animó a dejar su escondite y se abrió paso rápidamente entre los esqueletos para acercarse a donde estaba Monique; estos no opusieron mucha resistencia, y Billy aprovechó para aproximarse también detrás de ella—. ¡Monique! Oye, ¿estás viva? Dime que estás viva —exclamó alarmada, mientras tomaba a la joven de piel gris en los brazos y la alzaba un poco, e incluso la zarandeaba con algo de brusquedad—. ¡Despierta!, ¡qué no es momento para descansar!

Karly alzó su mano derecha en alto, y con quizás bastante más fuerza de la requerida, la dejó caer como una pesada bofetada en la mejilla izquierda de Monique, seguida de otra más en su derecha.

—¡Karly! —exclamó Billy alarmado al ver lo que hacía. Sin embargo, sorprendentemente funcionó.

—¡Auh! —espetó Monique adolorida como primera reacción al despertar, y llevó sus manos rápidamente a sus mejillas que comenzaban a ponerse rojas—. ¿Qué pasó...? —inquirió aún confundida, mirando a su alrededor.

—Menos mal... —suspiró Karly, aliviada—. No sé qué haríamos con todos estos esqueletos si tú...

—¡Esa niña atacó a la Señora del Mal! —escucharon de pronto que uno de los esqueletos declaraba con fervor, apuntando a Karly con uno de sus dedos y destrozando de paso el alivio que le había nacido.

—¡Matenla! —gritó otro más alzando su arma, y al instante los demás lo secundaron.

Karly y Billy miraron con consternación a los esqueletos que parecían más que dispuestos a lanzarse en su contra. Por suerte, Monique ya estaba lo suficiente despierta, por no decir además harta de todo eso.

—¡Es suficiente! —exclamó con fuerza, y sin importarle el dolor de sus golpes o su debilidad, se paró de un salto y clavó su mirada fulminante en el montón de esqueletos vivientes que la rodeaban—. ¡Les ordeno a todos ustedes que se calmen! ¡¡Ahora!! —pronunció con fuerza, extendiendo sus manos con firmeza hacia ellos.

Su voz retumbó como un trueno, y su mirada estaba encendida como el fuego mismo. Aquello incluso asustó un poco a sus dos compañeros de clase, y con más razón pareció tener un efecto profundo en los esqueletos. Estos instintivamente dieron un paso hacia atrás, agacharon sus miradas apenas, y uno a uno fue bajando hasta pegar una rodilla al suelo en posición solemne y sumisa.

Monique no se calmó ni bajó sus brazos hasta que estuvo segura que todos se habían hincado y ninguno movía ni uno sólo de sus huesos.

—Eso está mejor... —suspiró más tranquila, bajando sus brazos, o más bien dejándolos caer con pesadez hacia sus costados. El cansancio otra vez la aplastó, y terminó cayendo de rodillas al pavimento.

—¡Mi señora! —exclamaron los esqueletos al unísono, y varios de ellos hicieron el ademán de querer aproximarse a ayudarla.

—Estoy bien —pronunció con sequedad, indicándoles con una mano que no quería que se le acercaran, y ellos obedecieron. Quienes sí tuvieron vía libre para ayudarla fueron Billy y Karly, de pie justo a su lado.

—¿Estás bien? —preguntó Billy con voz preocupada, mientras la ayudaba con cuidado a ponerse de pie.

—No del todo —pronunció Monique, negando con la cabeza.

Eso había sido extenuante, por decirlo menos. Nunca había tenido que pelear con tantos enemigos al mismo tiempo, ni utilizar tantos hechizos uno tras otro. Sentía que podría recostarse en su cama, y no levantarse de ella en un par de días.

Pero ya habría tiempo para descansar. De momento, en cuanto logró recuperarse lo suficiente, se giró hacia un lado, y su atención se fijó en la Srta. Cereza, aún tirada sobre su espalda en el suelo. Agitaba los abultados brazos y piernas de la botarga intentando levantarse, sin mucho éxito.

—Srta. Cereza —pronunció Monique ansiosa, y rápidamente se le acercó, la tomó de un brazo y la jaló para ayudarla a ponerse de pie, aunque requirió que tanto Billy como Karly le echaran una mano con el otro para así lograrlo—. ¿Se encuentra...?

—¡No me toques! —pronunció la profesora con coraje una vez que logró pararse, agitando su garra de nutria para apartar la mano de Monique—. Dios mío, mira todo esto —pronunció alarmada, extendiendo sus brazos hacia las puertas de cristal rotas del edificio, y los autos abollados o con los cristales rotos—. ¡No eres más que un peligro, Monique Devil! ¡Un verdadero peli...!

Sus palabras murieron en su boca en el momento que se giró de nuevo hacia Monique para encararla, pero lo primero que notó con horror fueron las miradas brillantes de los esqueletos detrás de ella, que la miraban fijamente. Y no era muy difícil darse cuenta de que estaban planteándose volver a lanzarse al ataque por atreverse a alzarle la voz a su nueva ama.

La Srta. Cereza retrocedió asustada, con su rostro tornándose pálido.

—Si fuera usted mejor me callaría y me iría de una buena vez —le indicó Billy con voz rasposa.

La profesora no necesitó que se lo dijeran dos veces. Sin esperar ni un segundo más, se giró y comenzó a correr por el estacionamiento, gritando despavorida. Aunque claro, no era que pudiera correr demasiado rápido debido a los pies de la botarga, e incluso a medio camino terminó cayendo y rebotando un poco contra el suelo. Batalló para volverse a levantar, pero luego siguió corriendo de la misma forma, un tanto cómica de hecho.

—De nada —exclamó Karly al aire con sarcasmo.

Monique se limitó a soltar un pesado y largo suspiro, al tiempo que se presionaba el puente de la nariz con sus dedos como señal de cansancio y frustración. Quizás ya era hora de que se olvidara por completo de cambiar algún día la opinión que la Srta. Cereza tenía de ella.

—Mi señora, ¿desea que sigamos a la bruja que le gritó? —le preguntó uno de los esqueletos, aproximándose por un costado.

—¡No! —pronunció Monique con voz iracunda, girándose de lleno hacia ellos. Todos los esqueletos dieron un paso hacia atrás, alarmados—. ¡No quiero que sigan a la bru...! ¡Ella no es ninguna bruja!

Monique guardó silencio, les dio la espalda y se alejó unos pasos. Respiró hondo, intentando de alguna forma recobrar aunque fuera un poco de su serenidad antes de seguir hablando.

—Basta, esto debe acabar de una vez —dijo con voz severa, como un contundente regaño.

—¿Hicimos algo para molestarla, mi Señora? —preguntó otro de los esqueletos, consternado.

—¡Muchas cosas! —soltó la joven de cabellos azules girándose hacia ellos, y todos se hicieron instintivamente hacia atrás, asustados. Sin embargo, al segundo siguiente Monique aspiró hondo por su nariz, y su semblante se tornó bastante más calmado—. Pero no es su culpa...

—¿No? —exclamaron Billy y Karly al tiempo, sorprendidos por aquella afirmación.

Monique negó con la cabeza, dejando más claro que hablaba en serio.

—Todo esto es culpa de quienes les dijeron que lo único que tenían que hacer en la vida, o la no-vida, era servir y proteger al Señor del Mal, y nada más. Y yo sé lo que es que desde que tienes memoria, alguien intente convencerte de que tu único destino es hacer una sola cosa.

La jovencita desvió su mirada hacia un lado, notándosele algo de apatía en ésta. Esto resultó bastante notoria para Billy y Karly, que se miraron entre ellos con expresiones interrogantes. ¿Estaría acaso hablando de sus padres?

—Pero no tiene por qué ser así —prosiguió Monique, mirando de nuevo a los esqueletos con bastante más convicción—. No tienen por qué dejar que sus vidas las determinen lo que los demás les digan. Ustedes están despiertos, y son libres ahora. Libres para recorrer el mundo, ver lugares nuevos, conocer gente, explorar y ser felices. Libres de incluso para tener más nombres además de Bob, o Jimmy...

—Yo era Jaime, mi Señora —comentó un esqueleto, alzando una mano tímidamente para hacerse notar.

—Ah, sí. Lo siento —se disculpó Monique, apenada—. El caso es que todo eso es posible para ustedes. Pero para lograrlo, tienen que apartarse de mí.

Aquella afirmación claramente hizo que todos los esqueletos se sobresaltaran, alarmados.

—¿Quiere que... nos apartemos de usted, mi señora? —cuestionó uno de los esqueletos, dubitativo.

—No es que lo quiera... o no lo quiera. Pero será lo mejor. Mientras estén conmigo, siempre esperarán que yo les diga qué hacer, y deben comenzar a decidir por su propia cuenta, y decidir sus propios caminos. Así que, ¿qué me dicen? —soltó Monique con tono animado, incluso alzando un puño al aire con energía—. ¿Están listos para abrir sus alas y volar hacia un nuevo futuro que sólo ustedes elegirán?

Monique esperaba escuchar alguna reacción de aprobación de parte de los esqueletos; algún grito de emoción, al menos un estruendoso "¡Sí!". En su lugar, sin embargo, todo lo que recibió de regreso fue un abrumador silencio, y las miradas desconcertadas y confundidas de cada uno de ellos.

Justo cuando Monique estaba por bajar su brazo y rendirse con eso, Karly se aproximó a su lado, acercó su rostro a su oído, y le susurró en voz muy baja:

—Es una orden.

Monique parpadeó confundida un par de veces, pero tras un rato comprendió lo que le intentaba decir.

—Ah... es una orden... —repitió en alto, aunque con bastante menos convicción que sus palabras anteriores. Esto, sin embargo, sí que causó una reacción en los esqueletos que de inmediato alzaron sus armas en el aire, y soltaron todos juntos un estridente grito.

—¡Lo que usted ordene, Monique, nuestra Gran Señora del Mal!

Monique sonrió satisfecha, mientras observaba como todos gritaban y agitaban sus brazos, como si estuvieran a mitad de una celebración de victoria. No era a lo que se refería exactamente, pero por algo tenían que comenzar.

— — — —

Cumpliendo la "orden" de su ama, el Ejército del Cráneo Esmeralda se desperdigó, cada esqueleto en alguna dirección desconocida. ¿A dónde irían exactamente? Monique no quería preocuparse en lo absoluto de aquello en ese momento; lo importante era que se irían, y buscarían su verdadero propósito. Quizás incluso llegarían a ser felices, en algún sitio.

Para Monique, sin embargo, la felicidad tardaría un poco más en materializarse tras esa tarde. Por supuesto, en cuanto llegó a su casa tuvo que contarles a sus padres todo lo ocurrido, y ninguno estaba en lo absoluto contento; su madre por el hecho de que literalmente había dejado escapar a tres mil peligrosos esqueletos vivientes, y su padre por haberse deshecho del ejército más poderoso al servicio del Señor del Mal.

Y la cosa no hizo más que empeorar cuando les contó también sobre la ropa destrozada, y los desastres provocados en Squash's Game y en el resto del centro comercial, incluidos los vehículos dañados en el estacionamiento...

No fue una noche agradable para la pobre Monique; y si a la Srta. Cereza le parecía bastante poco la tarde de castigo que le había impuesto el Dir. Rough, estaría de seguro más que contenta de enterarse de lo creativos que se habían puesto sus padres con su castigo.

A la mañana siguiente, el abatimiento era más que notable en la expresión de Monique, mientras esperaba el autobús escolar de pie en la acera afuera de su casa. Sí habría que ilustrarlo de alguna forma, se vería como si Monique tuviera en ese momento una densa nube gris sobre su cabeza, y en su rostro entero estuviera escrita en grande la frase: "¿Por qué me pasan estas cosas a mí?"

—¿Tan mal estuvo? —escuchó de pronto que alguien pronunciaba cerca de ella. Al girarse a mirar, contempló sorprendida a Karly y Billy que se aproximaban a ella por la acera; este último de hecho cargando las mochilas de ambos.

—Hola —los saludó Monique, pasando sus manos por sus cabellos para intentar acomodar cualquiera que hubiera quedado fuera de su lugar, pues esa mañana había optado por salir lo más pronto posible, incluso saltándose el desayuno—. ¿Qué hacen aquí?

—Veníamos a ver cómo estabas, obvio —comentó Karly con la sonrisa más reconfortante que pudo—. ¿Se enojaron mucho? —preguntó señalando con su pulgar hacia la casa.

—Algo —suspiró Monique—. Les molestó más que los dejara ir, pero quiero creer que con el tiempo entenderán que fue lo mejor. De los destrozos, por suerte el seguro anti-desastres de la empresa de mi papá absorberá la mayor parte, y la otra la tendremos que pagar a plazos de aquí a... treinta años.

—No suena tan mal —comentó Karly con optimismo, pero sus dos compañeros no parecieron compartir el sentimiento.

A lo lejos en la calle, el autobús amarillo se volvió visible, por lo que los tres se pararon a lado a lado en la acera, en preparación para su arribo.

—Bueno, lo importante es que todo se resolvió de buena manera —señaló Monique, intentando adoptar una postura más animada—. Y no tuve que eliminarlos, ni tampoco tenerlos como mis sirvientes.

—Creo que hubiera sido bueno quedarte con algunos —comentó Karly, refunfuñando—. Nunca sabes cuando pueda serte útil un monstruo dispuesto a cumplir todos tus caprichos...

Un pequeño codazo en el brazo de Karly por parte de Billy, la obligó a callar. Ésta lo miró con reproche, sobándose con una mano el área que le había golpeado.

—Entonces, ¿se fueron los tres mil? —preguntó Billy, curioso.

—Así es —asintió Monique.

—¿Y qué será de ellos a partir de ahora? —añadió Karly, del mismo modo que su compañero.

El autobús llegó hasta dónde estaban, y se estacionó justo delante de ellos.

—Lo que ellos quieran —indicó Monique con mayor convicción—. Podrán elegir su camino como cualquier otro ser vivo. Y con suerte, no volveremos a ver...

Las puertas del autobús se abrieron en ese momento, y ante las miradas de los tres chicos, apareció... un esqueleto de huesos verdes, vestido con una camisa y pantalón azul, y una boina de chofer al juego, sentado cómodamente frente al volante del vehículo escolar.

—Buenos días, Monique Devil, nuestra Gran Señora del Mal, soberana del Mundo y el Submundo —saludó el esqueleto con tono cordial, tomando incluso su boina para alzarla de forma respetuosa.

Los ojos de Monique se abrieron grandes como platos, mirando incrédula a ese "peculiar" chofer. La reacción de Karly y Billy, por su parte, no era demasiado alejada de la suya. Se le había cruzado por la cabeza la posibilidad de que fuera algún otro "esqueleto verde viviente" diferente a los que ella conocía, pero ese saludo lo había descartado por completo.

—Buenos días... —masculló nerviosa, alzando una mano—. ¿Qué haces conduciendo el autobús escolar?

—Es mi nueva labor, elegida por mí mismo —se explicó el esqueleto con marcado orgullo en su voz—. Justo como me lo ordenaste, mi Señora.

—Grandioso —susurró Monique, dubitativa. Pasó entonces a subirse con cuidado al autobús, seguida de cerca por sus dos amigos—. Bueno, sigue así...

—Como órdenes, mi Señora.

Una vez que estuvieron arriba, el esqueleto cerró de nuevo las puertas del vehículo y se puso en marcha. Monique, Karly y Billy avanzaron en silencio hacia la parte trasera, mientras la primera se cuestionaba cómo podría haber ocurrido eso.

—Bueno, eso fue un poco raro —señaló pensativa, al tiempo que tomaba asiento a un lado de la ventana—. Pero supongo que no hará daño tener a uno de estos esqueletos por aquí, ¿cierto?

Al voltearse hacia sus amigos en busca de su confirmación, notó que ambos miraban atentos hacia el exterior del autobús con expresiones azoradas.

—Ah, Monique —murmuró Karly en voz baja, señalando con un dedo hacia la ventanilla.

Monique se giró hacia donde ellos le indicaron, y no tardó en darse cuenta de qué los había hecho reaccionar de esa forma.

—Ay, no... —susurró en voz baja, siendo las únicas palabras que su mente fue capaz de formular en ese momento.

A través de la ventanilla, conforme el autobús avanzaba, se podían ver diferentes escenarios: un panadero abriendo una tienda; un florista regando las plantas afuera de su establecimiento; un taxista conduciendo su vehículo a un costado del autobús; un policía caminando animadamente por la acera; un repartidor de periódicos en su bicicleta; un limpiador de ventanas encaramado en una tarima frente a un edificio; y muchas otras personas más, encargándose de sus labores de esa mañana...

Con el único detalle de que todos ellos, eran esqueletos de huesos verdes, que incluso alzaban sus manos y saludaban a la joven en cuanto pasaba a su lado.

Técnicamente, nunca les ordenó que buscaran su propósito en la vida en otra ciudad...

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