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Capítulo 08. El Ejército del Cráneo Esmeralda

Capítulo 08.
El Ejército del Cráneo Esmeralda

Las escaleras culminaban en un pasillo angosto de paredes y suelo de piedra, con columnas talladas y un techo bajo que podrían tocar con sus dedos si estiraban la mano hacia arriba. Todo estaba bastante silencioso, salvo por el resonar de sus propias pisadas contra el piso. Y no había ni una sola fuente de luz, adicional a las lámparas de sus tres celulares.

—¿Crees que haya sido construido por alguna civilización antigua? —preguntó Karly curiosa, mientras alumbraba con su luz las paredes y el suelo a su paso—. ¿Quizás los primeros pobladores de Gray Peaks que vivieron aquí antes de la fundación del pueblo?

Monique soltó un pequeño quejido reflexivo.

—No lo sé. Pero creo que es incluso más antiguo que eso, en realidad.

—¿Cómo lo sabes?

—Es más un presentimiento —susurró Monique, sin estar ella misma segura de por qué lo decía.

Todo aquel sitio le provocaba una sensación familiar, aunque no tenía claro el motivo. Durante sus viajes de entrenamiento con su madre o su padre, había conocido muchos lugares antiguos, infestados de secretos y monstruos. Pero ese no se sentía parecido a esos. No percibía peligro, pero tampoco era que se sintiera del todo a salvo. Era en verdad algo muy extraño.

El pasillo por el que caminaban llegaba hasta una habitación cuadrada, con los techos más altos. En la pared justo delante, se podía ver un vivido grabado en la piedra, en el que se distinguían figuras que bien podrían ser personas, monstruos, llamas de fuego y, lo más resaltante de todo, la enorme figura en el centro que asemejaba a un dragón con sus alas alzadas.

Esa imagen de dragón sí que le traía recuerdos, de las lecciones de su padre, y de los dibujos presentes en varios de sus libros.

Había también más de las mismas runas alrededor de aquellos dibujos, que en conjunto era claro que contaban una historia. O, al menos, para Monique resultó bastante claro, por algún motivo.

Sin darse cuenta, se había quedado de pie justo delante del mural, alumbrando poco a poco cada centímetro de éste al tiempo que lo recorría con su mirada.

—¿Estás bien? —preguntó Billy luego de colocarse justo a su costado.

Monique asintió, sin despegar sus ojos del muro.

—Creo que entiendo lo que estos dibujos quieren decir —susurró en voz baja, tomando un poco desprevenido a su compañero.

—Dijiste que no le habías puesto atención a tu padre.

—No, pero...

Guardó silencio, incapaz de poner con palabra lo que sabía o sentía. De alguna manera, sin embargo, Billy aun así lo comprendió.

—¿También es un presentimiento?

Monique volvió a asentir como respuesta.

—Creo que cuenta la historia de tres mil guerreros antiguos, que dieron sus vidas, sus cuerpos y sus almas para así convertirse en el ejército definitivo al servicio de su amo.

—¿Su amo? —inquirió Billy, curioso, pero también preocupado.

—Ese de ahí —indicó Monique, señalando hacia el dragón en el centro del mural—. Tres mil almas perdidas al servicio del Gran Dragón Negro que Devora la Luz.

—¿Dragón Negro?

—Mi padre me ha dicho que una de las cualidades más distintivas del Señor del Mal, es su habilidad para tomar la forma de un enorme Dragón Negro, único en su clase.

Aquello causó una visible reacción de asombro en Billy, que resultó imposible de ocultar.

—¿Crees entonces que eso se refiera a...?

Ahora fue él quien no completó su frase, y Monique la que pese a eso lo comprendió.

—Bueno, ya que la puerta se abrió cuando la toqué... es una posibilidad —contestó la joven de cabellos azules, mientras contemplaba atenta su propia mano.

Su padre le había explicado que existían objetos, lugares y seres que reaccionaban a la magia del Señor del Mal y a su cercanía. Como había dicho, esa no era la primera vez que algo reaccionaba con tan sólo tocarlo, pero casi siempre eran cosas que su padre tenía guardadas en su baúl, o cosas que encontraban durante sus viajes a lugares remotos. Nunca algo construido en el parque a una cuadra de su casa.

¿Qué era ese sitio? ¿Por qué estaba ahí? ¿Era sólo una coincidencia que estuviera tan cerca de su nuevo hogar...?

—Oigan —escucharon que Karly pronunciaba con fuerza, con un pequeño temblor en su voz—. Creo... que encontré a las tres mil almas sacrificadas.

Ni Monique ni Billy supieron en primera instancia a qué se refería. Karly se había aproximado a una abertura en una pared lateral, que al parecer llevaba a una habitación adyacente. Estaba de pie un par de pasos dentro de aquella habitación, y alumbraba hacia el interior con su teléfono. Su postura era tensa y nerviosa.

Ambos se aproximaron para intentar ver qué era lo que había causado tal reacción en ella; era bastante inusual verla tan silenciosa y quieta. Sin embargo, en cuanto se pararon a su lado y alumbraron también hacia lo que ella veía, no tardaron mucho en no sólo comprender su reacción, sino incluso compartirla...

—Santos Infiernos... —pronunció Monique, atónita.

Lo que se extendía ante ellos hacia donde alcanzaba a alumbrar sus lámparas eran hileras de figuras humanoides, todas de pie una a lado de la otra, totalmente quietas, como una larga formación de soldados aguardando firmes a su siguiente instrucción. Nada más que estos soldados no tenían ni cara, ni ojos, ni cabello, de piel... De hecho, todos eran sólo huesos: miles de esqueletos de huesos color verdoso brillante, vistiendo vestigios de petos, cascos, botas y guanteletes, y armados con hachas, espadas y lanzas oxidadas y viejas.

Las cuencas de sus cráneos se encontraban vacías, sólo pozos oscuros sin nada que apreciar en ellos. Y, aun así, se sentía como si cada uno de esos esqueletos los estuviera viendo atentamente.

—Por favor, dime que no son reales —masculló Karly, colocándose por reflejo detrás de Monique en busca de refugio—. Dime que sólo son estatuas.

—Sí, es lo más probable... ¿verdad? —musitó Monique, no del todo convencida.

No podía contar si en efecto eran tres mil, pero en efecto parecía concordar con la descripción del mural: guerreros antiguos que dieron su vida para servir a su amo. Pero no podían ser esqueletos reales... ¿o sí?

—¿No creen que ahora sí es momento de irse? —insistió Billy, intentando ocultar sus nervios detrás de un tono firme.

Monique estaba más que dispuesta en secundarlo, y en parte Karly también. Pero antes de hacerlo, necesitaba hacer una cosa primero.

—Un segundo, quiero al menos tomarles una fotografía —indicó mientras sujetaba su celular con ambas manos al frente y activaba su cámara con flash.

—¿En serio? —le cuestionó Billy con tono de recriminación.

—Oye, ¿quién nos creerá que encontramos algo como esto sin evidencias?

Dando por hecho que dicha explicación resultaba suficiente, enfocó su cámara justo en el rostro de uno de los esqueletos.

—Bueno, chicos. Digan whisky...

En el momento en el que presionó el botón para tomar la foto, y el flash alumbró el cuarto... a través de la pantalla de su teléfono pudo ver como aquel cráneo comenzaba a moverse.

—¡Ah! —exclamó Karly en alto, y rápidamente volvió a refugiarse detrás de Monique.

Los tres se pusieron rápidamente en alerta, pues al parecer no había sido sólo ese esqueleto el que comenzó a moverse: uno a uno, cada uno de aquellos soldados sin piel comenzaron a agitar sus extremidades como si las estuvieran desentumiendo. Y en aquellas cuencas, hasta hace un segundo vacías y oscuras, comenzaron a encenderse dos brillantes fulgores verdosos, como las llamas de una vela o la luz de una luciérnaga.

—No puede ser —musitó Billy, perplejo.

Monique, por su parte, no dejó que la impresión la dominara, y rápidamente dio paso al frente.

—¡Quédense atrás de mí! —les ordenó a sus amigos, y de inmediato, del interior de su mochila, jaló su espada incogible que se alargó al momento de agitarla hacia un lado, como había hecho aquella tarde en la escuela.

—¿Siempre traes eso contigo? —preguntó Billy, confundido.

—¡¿Qué importa?! —exclamó Karly en alto—. ¡Mátalos a todos, Monique!

—Creo que ya están muertos —señaló Billy con voz irónica.

Los esqueletos alzaron sus rostros, y sus vistas vacías se enfocaron justo en ellos. Armas en mano, comenzaron a avanzaron con pasos lentos pero firmes en su dirección. Monique sostuvo su espada firme delante de ella, e intentó mantenerse lo más serena posible, frente a la situación tan apremiante.

Se estaban acercando cada vez más, hasta comenzar a rodearlos. Eran muchísimo; fácil tres mil como decía el mural. Nunca se había enfrentado a tantos monstruos al mismo tiempo, pero... al final eran sólo esqueletos, ¿no? ¿Qué tan peligrosos podrían ser...?

—¡Mejor corran! —gritó Monique en alto, y sin necesitar más indicación los tres se giraron hacia la puerta, con la clara intención de correr hacia afuera. Sin embargo, al menos cinco e esos esqueletos se movieron bastante más rápido, cortándoles el camino.

Monique soltó una de sus maldiciones silenciosas, y se puso de inmediato en guardia una vez más. Al parecer no tendría de otra más que pelear, después de todo. Sin embargo, en el momento justo en el que se disponía a dar el primer golpe, los esqueletos se detuvieron al mismo tiempo, a un metro de ellos. Y de nuevo, el silencio lo cubrió todo.

—¿Y ahora qué? —murmuró Karly nerviosa, pegándose más hacia Monique en busca de su protección.

El silencio se prolongó por varios segundos más, hasta que de pronto uno de aquellos esqueletos avanzó, y Monique rápidamente se lanzó hasta colocarse delante de él, con su espada alzada ante ella. Era alto, y usaba un casco con cuernos, una robusta armadura, y una capa roja toda rota y llena de agujeros.

—¡Tú! —pronunció en alto, con una voz grave y rasposa, mientras la señalaba directamente con uno de sus dedos huesudos.

—¿Yo? —masculló Monique, con desconfianza.

—Tú eres quién nos ha despertado de nuestro largo sueño, ¿no es cierto?

Monique parpadeó un par de veces, confundida.

—Ah... no... digo, ¿sí? —susurró dubitativa. En realidad, no estaba segura si había sido ella o no, pero con ese asunto de las cosas que reaccionaban a su presencia o toque, nunca se podía estar del todo seguro—. Tal vez... ¿Quiénes...?

—¡Nosotros somos el Ejército del Cráneo Esmeralda! —exclamó el mismo esqueleto, su voz retumbando como un rayo en el eco de la cueva.

—¡El Ejército del Cráneo Esmeralda! —le secundaron de pronto las miles de voces de los otros esqueletos, resonando con aún más fuerza.

—Yo no diría que su color es esmeralda, sino más bien un verde jade... —indicó Karly, con tono de crítica.

—Silencio, Karly —le reprendió Billy, mirándola sobre su hombro. La situación estaba demasiado tensa como para permitirse que ella soltara sus comentarios.

El primero de aquellos esqueletos que habló siguió entonando sus palabras al aire, como si de una proclamación se tratase.

—Somos el ejército definitivo del Fin del Mundo, la fuerza de destrucción y cambio más grande que haya existido. Hemos estado durmiendo durante siglos, hasta que se nos fuera llamados a cumplir nuestro inamovible destino de marchar a las órdenes de nuestro único e inexpugnable amo; el legítimo gobernante del Mundo y del Submundo, aquel que devora la luz, quien destruirá todo para reconstruirlo de las cenizas...

—Por favor, no lo digas —susurró Monique en voz baja a modo de súplica—. Por favor, no lo digas...

—¡Nosotros somos los fieles servidores del Señor del Mal!

—¡Larga vida al Señor del Mal! —replicaron los demás esqueletos con ahínco, e incluso todos golpearon el suelo fuertemente con sus pies.

—Me lo temía... —masculló Monique con pesar. Bajó su espada, y pegó una mano contra su rostro, como signo de frustración. Era increíble que de nuevo una de esas tonterías estuviera pasando. Ella sólo quería ir al parque con sus amigos...

—Oh, pues... eso es grandioso —indicó Karly, atreviéndose tras oír eso a salir de su escondite detrás de Monique—. La persona que esperaban, es ni más ni menos que ella —añadió, extendiendo un brazo hacia su amiga a modo de presentación.

—Karly —pronunciaron Monique y Billy al mismo como reprimenda, pero ya era demasiado tarde.

Las miradas verdosas de todos los esqueletos se fijaron sin excepción en Monique que, por supuesto, su falta de gusto por ser el centro de atención incluía serlo para tres mil esqueletos recién despertados, armados, y quizás un poco locos...

—¿Eres tú a quién estábamos aguardando? —le cuestionó el primero de los esqueletos con vehemencia—. ¿Eres tú el Todopoderoso Señor del Mal?

—Pues... —titubeó Monique, colocando una mano atrás de su cabeza—. Depende de a quién le preguntes...

Aquella fue suficiente afirmación.

—¡Hermanos míos! —proclamó en alto el primero de los esqueletos, girándose hacia el resto—. ¡Nuestro momento al fin ha llegado! El Señor del Mal nos ha invocado a su presencia.

—Yo no... —intentó explicarse Monique, pero para ese punto nadie la escuchaba.

—¡¡Salvé nuestro Gran Señor del Mal!! —exclamaron todos los esqueletos al unísono, y luego se arrodillaron en el suelo con la cabeza agachada en absoluta señal de respeto.

—Señora, por favor —les contradijo Karly, aunque luego pareció pensarlo mejor dos veces—. Aunque esperen, ¿prefieres "Señor" o "Señora"? —inquirió girándose hacia Monique—. Creo que nunca te lo pregunté.

—¿Qué? —exclamó Monique, un tanto perdida—. Pues, creo que Señora, pero...

—¡¡Salvé nuestra Gran Señora del Mal!! —proclamaron todos los esqueletos de nuevo con la misma pasión de antes.

—En realidad, me llamo Monique.

—¡¡Salvé Monique!!, ¡¡nuestra Gran Señora del Mal!!

—Sí, mucho mejor... —suspiró la joven, ya para ese punto resignada.

Eso no iba a terminar nada bien...

—¿Les puedo tomar otra foto a tus esqueletos? —le preguntó Karly al oído, mientras Monique para ese punto ya estaba un tanto desconectada de la situación.

— — — —

Mientras todo aquello ocurría, en casa Harold y Amanda continuaban cada uno enfocado en lo suyo: él leyendo lentamente el periódico recostado en el sillón, mientras Amanda hacía sus ejercicios a unos cuántos metros de él. En un momento, sin embargo, tras estirarse quizás de más, Amanda sintió un ardor en su cuello y hombro que para cualquier otro hubiera resultado casi paralizante; para ella, sin embargo, era sólo un poco molesto.

—Harold, deja ese periódico un momento —le pidió a su esposo, parándose a un lado del sillón. Con una de sus manos se tallaba la zona adolorida—. Creo que me torcí el cuello, necesito que me masajees el músculo esternocleidomastoideo para aliviarlo.

—Un segundo, querida —indicó Harold, sin apartar su mirada del artículo que estaba leyendo—. Estoy terminando de leer la sección de espectáculos. No creerás de quién es el hijo de...

Amanda colocó dos dedos sobre el periódico en las manos de Harold, y lo empujó por completo hacia abajo para así obligarlo a mirarla a los ojos. Y, en especial, para que notara la expresión de su rostro que dejaba muy claro que la "petición" era para ya, no para dentro de "un segundo".

Una sonrisilla nerviosa se dibujó en los labios del Sr. Devil.

—Claro, enseguida —pronunció con apuro, y de inmediato se sentó derecho en el sillón para darle espacio. Amanda se sentó a su lado, dándole la espalda—. ¿Dónde te duele? —le preguntó mientras comenzaba a recorrerle su cuello y hombros con sus largos dedos, explorando con meticulosidad sus músculos. Detectó en un momento como su esposa se estremecía ligeramente y soltaba un pequeño quejido en cuanto pasó por una zona específica—. Ah, justo aquí, ¿verdad?

Comenzó entonces a masajearle esa parte con sumo cuidado y precisión. Amanda comenzó a soltar más quejidos, pero estos ya no eran precisamente de dolor.

—Ah, sí —susurró la Sra. Devil con un tono placentero, permitiéndose además cerrar los ojos para poder percibirlo todo mucho mejor—. Tienes dedos mágicos para esto.

—Oh, en más de un sentido, cariño —pronunció Harold con ligera jactancia—. ¿Qué te parecen los amigos de Monique? —preguntó de pronto sin detener su masaje.

—No lo sé —respondió Amanda, encogiéndose hombros—. Son un poco raros.

Harold soltó una carcajada divertida.

—Sí, algo. Pero son los primeros que Monique invita a la casa... o los primeros que se atreven a venir. ¿No es genial que se haya podido adaptar tan rápido?

—Bueno, siempre ha sido una chica fuerte y lista, que sabe adaptar su estrategia ante cualquier combate o giro movimiento inesperado de su enemigo. Es una cualidad que he intentado fortalecer en ella durante nuestro entrenamiento.

—Todo es un combate para ti, ¿cierto? —masculló Harold, esbozando una pequeña sonrisilla burlona, aunque ella no pudiera verla en ese momento.

—La vida entera es un combate —declaró Amanda con firmeza—. Eso incluye la escuela, el trabajo, las relaciones sociales, y los amigos.

—Debiste ser el alma de las fiestas cuando eras joven.

—No lo sé, nunca fui a ninguna. Estaba muy ocupada entrenando.

—Me lo imaginaba —susurró Harold muy despacio de forma disimulada—. Bueno, a mí me alegra que Monique haya podido al fin hacer amigos. Y si pudo hacer dos, estoy seguro de que podrá hacer muchos más, ¿no crees?

—Si, supongo que sí.

Y como invocada por su conversación, ambos escucharon en ese momento como la puerta principal se abría, y unos pasos cautelosos se aproximaban hacia ellos, hasta pararse justo detrás del sillón. Ellos no la miraron directamente (en un inicio), pero no tuvieron problema en identificar que se trataba justo de su hija.

—Ah, papá, mamá —masculló Monique despacio, con un pequeño dejo nervioso—. ¿Pueden Karly, Billy y... unos tres mil amigos nuevos quedarse a cenar?

—Seguro, querida —respondió Harold sin pensarlo mucho, estando aún más concentrado en el masaje al cuello de Amanda—. ¿Ves? ¿Qué te dije? Ya hizo...

Y en ese momento tanto Harold como Amanda terminaron de procesar y entender lo que su hija acababa de decir, y su reacción inmediata fue igualmente la misma.

—Espera, ¿qué dijiste...? —masculló Harold sobresaltado, y tanto él como Amanda se giraron a mirar a Monique, a sus dos amigos de la escuela de pie unos cuántos metros detrás de ella... y a los miles de esqueletos de huesos verdes, armaduras y espadas parados en el vestíbulo, y desperdigados por el jardín frontal y la calle.

—¡Maldición! —exclamó Amanda con aprehensión, y rápidamente saltó el sillón y avanzó hasta colocarse entre Monique, su esposo, y aquellos esqueletos—. ¡Quédense detrás de mí...! Auh... —El dolor de su cuello se hizo de nuevo presente, recordándole que estaba ahí, pero se sobrepuso rápidamente, adoptando una posición defensiva, pero más que lista para atacar. Los esqueletos parecieron detectar su intensión, y de inmediato tomaron sus armas en alto, listos también para el ataque.

—Está bien, mamá —declaró Monique, colocándose delante de ella rápidamente, con sus brazos extendidos hacia los lados de forma protectora—. Sé cómo se ve, pero no son peligrosos... creo.

—¿Cómo que no son peligrosos? —exclamó Amanda, escéptica—. ¿Qué son estas criaturas exactamente...?

—No puedo creerlo —exclamó Harold totalmente atónito, con sus ojos y su boca bien abiertos. Se levantó lentamente del sillón, le sacó y la vuelta y avanzó hacia los esqueletos, contemplándolos detenidamente, en especial al más cercano que inspeccionó de arriba a abajo repetidas veces, como queriendo cerciorarse de que estaba viendo bien—. ¡Son el ejército del Cráneo Esmeralda!

—Sí, creo que así dijeron que se llamaban —murmuró Monique, insegura.

—¡¿Cómo es posible?! ¡Pasé años enteros buscándolos! Recorrí el mundo, busqué en todos los lugares posibles, ¡y jamás los encontré! ¡Ni siquiera una pista de la ubicación en el que fueron sellados!

—Pues los encontramos en un templo subterráneo secreto debajo del parque de la esquina —indicó Karly sin mucho problema, señalando con un dedo hacia la puerta.

Aquella revelación tomó un tanto desprevenido a Harold.

—Ah, ¿sí? —susurró confundido—. Bueno, supongo que busqué en todos los lugares posibles... menos ahí.

—¿De qué se trata esto, Harold? —cuestionó Amanda con tono tajante, cruzándose de brazos—. ¿Ahora que nueva locura del Señor del Mal has traído a nuestra casa?

—Oye, esta vez fue Monique —respondió Harold defensivo, señalando con sus dos dedos índice hacia su hija.

—Bueno, no es mentira —murmuró la joven de cabellos azules, cabizbaja.

—Quién haya sido —espetó Amanda con tono autoritario—. Quiero que alguien me expliqué qué son estas cosas —exigió señalando con una mano hacia el montón de esqueletos en la puerta.

—No son ningunas "cosas", Amanda —le corrigió Harold con vehemencia—. Y no son tampoco cualquier ejército: son el ejército más poderoso de todo el Submundo, las mayores fuerzas armadas al servicio del Señor del Mal. Tres mil guerreros que hace siglos dieron sus vidas y sus almas en un ritual prohibido, para convertirse en soldados eternos incapaces de morir, y así poder servir a cada nuevo Señor del Mal. La leyenda dice que fueron sellados hace mucho en una locación secreta, aguardando el día en que su amo los despertara y los invocara a la batalla.

—¿Su amo? —murmuró Amanda, arqueando una ceja, inquisitiva—. ¿Es decir...?

Volteó a ver directo a su hija, que se sobresaltó un poco asustada al sentir esos ojos acusadores posados en ella.

—Monique, ¿tú despertaste este montón de huesos ambulantes? —le cuestionó con marcada molestia en su tono.

—Fue un accidente —respondió Monique rápidamente—. No hice nada, sólo toqué una piedra y me acerqué de más... ¡no controló cuando pasan estas cosas!

Amanda suspiró con pesadez.

—Tranquila, querida. No te culpo a ti... sino a tu padre —masculló despacio, mirando de reojo a Harold. Éste, sin embargo, parecía más embriagado por el inmenso orgullo que le inundaba el pecho en esos momentos.

—¿Tú despertaste al Ejército del Cráneo Esmeralda sola? —susurró despacio al borde del llanto—. Oh, mi pequeña... eso quiere decir que tus poderes se han vuelto mucho más fuertes de lo que me esperaba. Sabía que esto pasaría conforme más te acercaras a tu cumpleaños dieciséis, pero no creí que fueras capaz de hacer algo como esto tan pronto. Estoy tan orgulloso de ti...

Recorrió sus dedos por la comisura de su ojo derecho, limpiándose las lágrimas que amenazaban con escaparse.

—Papá —susurró Monique entre dientes—. No frente a mis amigos, por favor... —añadió mirando sobre su hombro hacia Karly y Billy.

—Pero esto es grandioso —señaló Harold con firmeza, avanzando de nuevo hacia el grupo de esqueletos, que lo observaron en silencio—. Tienes ahora en tu poder una ventaja enorme con la que ni yo, ni tu abuela, ni tu bisabuelo contamos. Con esto tu triunfo está casi asegurado. De haber tenido a estos chicos a mi mando hace dieciocho años, ¡jamás hubiera sido derrotado! ¡Seguiría siendo el Gran Señor del Mal y mi reino habría sido eterno...!

Ahem —pronunció Amanda con sequedad, pero con la suficiente fuerza para hacerse notar. Al girarse a mirarla, Harold notó como su esposa lo observaba con la mirada afilada, y sus brazos cruzados, claramente desaprobando cada una de sus palabras.

—Y... no me hubieras hecho el hombre más feliz del mundo al convertirte en mi esposa, querida —masculló el Sr. Devil, esbozando una amplia, y un poco nerviosa, sonrisa.

—Me encanta esta mujer —le susurró Karly despacio a Billy a su lado—. Es claro quién manda en la relación.

Billy no respondió, pero por supuesto había notado sin problema lo mismo que ella.

—Bien, ya no importa —masculló Amanda, adoptando una postura más segura—. Monique —pronuncio con fuerza, girándose hacia su hija, que de inmediato se sobresaltó y se paró firme por mero reflejo—. Ya que tú despertaste y trajiste estas criaturas a casa, ahora te toca tomar responsabilidad de ellas.

—¿Es decir... sacarlos a pasear y darles de comer? —susurró Monique, dubitativa.

—No —respondió Amanda de forma contundente, al tiempo que se dirigía hacia el armario del vestíbulo. Y tras indagar en su interior unos segundos, salió de éste cargando en sus manos una enorme y afilada hacha—. Tienes que destruirlos antes de que causen algún daño —indicó al mismo tiempo que le arrojaba el hacha, y Monique se apresuraba a ataparla en el aire con ambas manos.

—¡¿Qué?! —exclamaron sorprendidos Harold y Monique al mismo tiempo.

—No, no haré tal cosa —respondió Monique, apremiante—. Son inofensivos, de verdad.

—¿No oíste a tu padre? Son la mayor fuerza del Submundo. No podemos dejar que caigan en manos equivocadas.

—Pero, Amanda —intervino Harold en ese momento—, no hay peligro de eso. Ellos son leales únicamente al Señor del Mal, y a nadie más.

—Con más razón se deben eliminar. Encárgate, Monique. Será una lección valiosa para ti.

—Pero, mamá...

—Sin peros —espetó Amanda con voz categórica, sin dejar lugar a la negociación, como era usual en ella—. Ahora —susurró colocando una mano de nuevo en su cuello—, necesito hielo para esto...

Dicho lo que tenía que decir, se dirigió con paso tranquilo en dirección a la cocina.

—¡Espera! ¡Amanda! —exclamó Harold con preocupación, siguiéndola de cerca—. Hablemos de esto un segundo primero...

Monique los vio alejarse hacia la cocina, y supo que su padre intentaría convencerla de que cambiara de opinión... muy seguramente sin obtener ningún resultado. Por su parte, ella se quedó ahí de pie en la sala, apretando entre sus dedos el mango de madera de la enorme hacha en sus manos.

—Vaya, qué intenso —susurró Billy con pesar, aproximándose hacia su amiga.

—Y, ¿qué harás ahora? —le preguntó Karly a continuación, parándose a lado de ella.

Monique no tenía una respuesta. De momento sólo se giró a mirar a los tres mil esqueletos verdes en la entrada de casa, que la observaban expectantes, esperando que su "ama" les diera algún tipo de orden. 

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