Capítulo 03. Tour
Capítulo 03.
Tour
Un poco a regañadientes, Monique no tuvo más remedio que dejar que su guía, esta chica extravagante llamada Karly, le presentara muy a su modo las diferentes secciones de la escuela. O, más bien, las secciones que ella consideró que serían importantes mostrarle. Algunas de ellas Monique ya las había visto en la visita que había hecho hace días con sus padres, pero Karly se veía tan entusiasmada en lo que hacía que no quiso ser grosera y señalárselo. Como dijimos antes, a Monique no le gusta ser grosera.
Uno de los primeros lugares a donde Karly la llevó fue la cafetería de la escuela, que se encontraba totalmente vacía, pues para esos momentos la mayoría de los alumnos estaban ya en sus salones (donde ellas también debían estar, pero... bueno, tampoco quería decirlo).
—Mira, ésta es la cafetería —indicó Karly con entusiasmo, mientras avanzaba entre las mesas y las sillas con los brazos abiertos.
—Ah... —exclamó Monique, con el ápice de emoción que le fue posible simular.
Era bastante parecida a la cafetería de su antigua escuela en realidad, así que no había mucho que ella pudiera opinar al respecto. Pero ese no era el caso de Karly, al parecer.
—La comida es un asco —soltó la joven rubia con desdén—. Así que mejor trae siempre tu almuerzo si quieres vivir.
—¿En serio? Cuando vine a la visita, la subdirectora dijo que la comida era de primera.
—La subdirectora no sabe nada; ella ni come aquí. Hazme caso: trae tu propio almuerzo todos los días. Tu estómago me lo agradecerá.
—Está bien —masculló Monique, indecisa, pues no creía poder cumplir tal encomienda. Dudaba poder tener tiempo de prepararse ella misma el almuerzo, y dejárselo a sus padres... mejor se arriesgaría con la comida de la cafetería, al menos un par de días.
Luego de dar una vuelta completa por el lugar, ambas salieron presurosas y se dirigieron corriendo por el pasillo hasta el siguiente punto. Éste fue mucho más del agrado de Monique.
—Y ésta es la biblioteca —murmuró Karly con marcada apatía, mientras caminaban por el amplio y silencioso recinto.
—¡Oh! —exclamó Monique impresionada, mirando a su alrededor con sus ojos bien abiertos.
Aquella definitivamente era mucho más grande que la biblioteca de su otra escuela, con decenas de estantes repletas de cientos de libros. Tenía un aire antiguo y ominoso, que le recordaba un poco a la biblioteca de su padre, aunque de seguro con menos ejemplares de hechizos de magia negra, fábulas del Submundo, o códices malditos.
—O, como yo lo llamo, el lugar más aburrido del mundo —masculló Karly con voz aletargada, seguida de un largo y casi sobreactuado bostezo.
Más que molestarse por su comentario, Monique dejó con una sutil sonrisa divertida se dibujara en sus labios.
—¿Sabes?, que a alguien como tú no le guste leer libros, también es un estereotipo.
—¿Alguien como yo, cómo? —preguntó Karly curiosa, y genuinamente pareció no entender a qué se refería. Monique se limitó a sólo encogerse de hombros y restarle importancia.
No duraron mucho en la biblioteca, pues era claro que no era el sitio favorito de Karly, así que ambas se dirigieron presurosas al siguiente sitio. Monique se daría el tiempo de volver en alguna otra ocasión.
A diferencia de todas las paradas anteriores, ésta en particular pareció disparar bastante el entusiasmo de Karly, pues en cuanto entraron no tardó en lanzar gritos, e incluso dar una rueda de carro contra el suelo (bastante decente, en realidad).
—¡Y éste es el gimnasio! —exclamó Karly en alto, con sus brazos alzados al aire una vez que completó su vuelta y sus pies se plantaron de nuevo en el suelo—. Aquí practicamos las porristas... y otros equipos menos importantes.
Monique ingresó al lugar, con un entusiasmo bastante más moderado que el de su guía. Paseó su mirada por las gradas, el suelo de madera de la cancha de basquetbol, las canastas, e incluso en las luces que colgaban del techo. En esencia era bastante parecido al de su otra escuela, pero, por algún motivo, le parecía... diferente. El sitio estaba impregnado de un aire inusual, que Monique no supo identificar si era bueno o malo.
—Oye, deberías venir a ver nuestro entrenamiento —sugirió Karly efusiva, llamando de nuevo la atención de Monique, pues parecía haberse perdido por un momento en sus pensamientos—. Puede que incluso quieras unirte al final.
—No, no creo, gracias —respondió Monique, negando rápidamente con la cabeza—. No me gustan las actividades que involucren estar frente a un número grande de personas. No soy... muy fan de ser el centro de atención.
—¿En serio? —inquirió Karly, genuinamente sorprendida—. Qué curioso, a mí me encanta serlo.
«Ya lo creo» pensó Monique para sí misma. No quería prejuzgar demasiado, pero su guía parecía a todas luces el tipo de persona extrovertida que le encanta llamar la atención. No era en sí algo malo, sólo que era bastante contrario a ella.
Difícilmente dos personas tan diferentes podrían llegar a ser amigas.
Concluido lo que había que ver en el gimnasio, ambas salieron de regreso al pasillo.
—Y aún no terminamos —declaró Karly con firmeza, mirando a Monique a los ojos—. Falta que te enseñe el mejor lugar de toda la escuela.
—¿El salón de computación?
—¡Aún mejor!
Karly la guió entonces hacia un extremo un poco alejado de la escuela, lejos de los salones, hasta un corredor de casilleros que parecían no estar ocupados en esos momentos, y puertas cerradas sin ninguna ventana. No se escuchaba ni un sólo sonido, ni se percibía la presencia de nadie en los alrededores. Esto puso un poco nerviosa a Monique; era el escenario perfecto para una escena de película de terror, y por primera vez agradeció traer en su mochila la espada encogible que su madre le había dado.
Karly se posicionó justo delante de una de esas puertas, y la abrió de par en par, casi azotándola por la fuerza que había aplicado al abrirla.
—¡Y aquí estamos! —exclamó efusiva, extendiendo sus brazos hacia el interior del cuarto... si es que podía llamársele de esa forma.
Monique asomó la mirada hacia lo que parecía ser un pequeño espacio cuadrado, sin ninguna ventana, con una mesa pequeña cuadrada en el centro y cuatro sillas, que en conjunto prácticamente ocupaban la totalidad del espacio. Había algunos posters coloridos pegados en las paredes, y colgado en la del fondo había un pizarrón de marcadores, con varios puntos y dibujos hechos con plumón rosado.
Por último, pero no menos importante, había una persona sentada en una de las sillas frente a la mesa, pero éste no pareció prestarles mucha atención pues parecía estar más concentrado en su consola de videojuegos portátil.
—¿Un armario? —masculló Monique, confundida.
—¡Claro que no! —exclamó Karly, seguida de una risilla divertida. Luego dio unos pasos seguros y firmes hacia el interior—. Ésta es ni más ni menos que la sede oficial, y única, del MTJGRP. Nuestra base de operaciones desde la cual planeamos todas nuestras acciones benéficas.
—Pero sí era un armario hasta hace relativamente poco —masculló con voz de tedio la tercera persona en la reducida habitación.
Monique aprovechó para observar con más detenimiento a aquella persona. Era un muchacho joven, quizás de su misma edad, de cabello negro lacio, en su mayoría corto salvo por el largo fleco que caía sobre sus ojos. Usaba una gruesa sudadera roja, pese a que en realidad no hacía prácticamente nada de frío. Y en efecto, parecía más interesado en su videojuego que en ellas... aunque su expresión de aburrimiento no dejaba del todo claro si incluso aquello igual le interesaba o no.
—Buenos días —saludó Monique con voz cordial, asintiendo ligeramente con la cabeza.
—Hola —saludó el muchacho escuetamente, sin voltear a verla.
Karly se giró en su dirección, con ligero asombro en su mirada, como si acabara apenas de reparar en que él estaba también ahí.
—Ah, él es Billy; Billy Trevor.
—Pero todos me llaman Cuervo —musitó el muchacho, con cierto orgullo en tono.
Karly no tuvo reparo en dejar escapar su opinión al respecto, primero en la forma de una larga carcajada sarcástica.
—No es cierto, nadie lo llama así —exclamó divertida, provocando que un ligero rubor se pintara en las mejillas del chico—. De hecho, él también es relativamente nuevo en la ciudad.
—¿En serio? —exclamó Monique.
—Ajá. Se mudó a inicios del semestre, hace un par de meses.
—Tres, de hecho —complementó el chico, llamado al parecer Billy (o Cuervo). Y sólo hasta ese momento dejó de lado su videojuego y se giró a observar a la recién llegada. El interés en su mirada casi adormilada era apenas una pequeña fracción mayor de cómo miraba a su consola—. Tú debes ser la chica nueva a la que Karly dijo que guiaría contra su voluntad.
—Eso creo —masculló Monique con una media sonrisa—. ¿También eres miembro del... MTI... PHR?
—MTJGRP —se apresuró Karly a corregir—. Y, ¿quién? ¿Billy? —Soltó otra risa sarcástica, más sonora y peyorativa que la anterior—. Claro que no. ¿Te parece que calificaría para una admisión?
De nuevo las mejillas del muchacho se llenaron de color,
Karly se aproximó rápidamente hacia Monique, y le susurró cerca de su oído como queriendo decirle un secreto. Aunque, en realidad, pareció hacer nulo esfuerzo en bajar su voz lo suficiente para que Billy no la escuchara.
—Pobrecito, ha estado enamorado de mí desde que llegó. Me da un poco de lástima, y lo dejo estar cerca de mí para que se sienta bien.
Aquello ya fue suficiente para que una reacción más palpable se hiciera presente en Billy.
—¡Oye! —exclamó el muchacho con claro enojo en la voz—. ¡No le digas cosas raras que pueda malinterpretar!
—No se puede malinterpretar la verdad —declaró Karly con jactancia, encogiéndose de hombros.
Monique se sintió tentada a decirle que claro que era posible, pero decidió mejor guardárselo. En su lugar, decidió cambiar un poco el tema.
—Entonces, ¿quién más es parte de tu grupo aparte de ti?
—Sólo yo —respondió Karly rápidamente, sin vacilación.
Monique parpadeó, confundida.
—¿Sólo tú?
—Sí, bueno... es complicado encontrar a gente rica y popular; somos una clase única y escasa, ¿sabes? Eso nos hace tan especiales.
—Sí, claro —exclamó Billy con ironía—. Y los pocos que hay están demasiado ocupados como para perder el tiempo jugando con ella.
—Oye, ¿quieres que te quite tu llave para que ya no puedas venir a esconderte aquí a jugar tus videojuegos? —musitó Karly entre dientes con clara amenaza—. Esas cosas están prohibidas, por cierto —añadió girándose hacia Monique señalando hacia la consola de Billy—. ¿Te lo comenté?
—Creo que venía en el panfleto que rompiste —susurró Monique en voz baja, esperando que no se notara demasiado la queja implícita.
Ya un poco más tranquila (de un segundo a otro), Karly se dirigió a una de las sillas, y se dejó caer de sentón en una de ellas, cruzándose de piernas y colocando sus manos atrás de su cabeza con una postura cómoda y satisfecha.
—En fin, con esto te he enseñado todos los sitios importantes de la escuela. Ahora sabes todo lo que debes de saber para tener éxito en Gray Peaks High.
—¿Eso fue todo? —exclamó Monique, sorprendida.
—Ajá.
—¿Y el centro de cómputo?
—¿Quién necesita eso? —resopló Karly—. Todos tenemos laptops, tabletas o teléfonos, ¿no?
—¿Qué hay de la enfermería?
—Sólo no te enfermes ni te lastimes, y ya.
—¿Y la dirección?
—¿Para qué querrías ir a ese sitio? No hay nada divertido ahí.
—¿Y mi salón de clases?
Karly abrió la boca con la clara disposición de responderle aquella pregunta de la misma forma que lo hizo con las anteriores. Sin embargo, lo único que surgió de ella fue un absoluto silencio, mientras sus ojos observaban al techo, reflexiva.
—Tu salón de clases —repitió lentamente para sí misma, al tiempo que se ponía de pie—. Claro... Eso... quizás es un poco importante.
—Típico de ti, Karly —masculló Billy, poniendo los ojos en blanco.
—¡No molestes, Billy! —espetó Karly en alto, y de inmediato le arrebató su videojuego de las manos—. Mejor ya deja eso, y ven también con nosotras.
—Está bien —suspiró Billy con fastidio. Se puso rápidamente de pie, e introdujo sus manos en los bolsillos de su sudadera. A Monique le sorprendió ver que de hecho era un poco más alto de lo que parecía cuando estaba sentado.
Los tres jóvenes se dirigieron rápidamente al pasillo. Karly cerró con llave la puerta del armario... o más bien, la de su base. Y los tres se dirigieron presurosos hacia su salón, pues ya iban bastante tarde, en realidad.
— — — —
Para cuando los tres llegaron al salón marcado como el Número 3 en la puerta, Monique ya había creado en su cabeza al menos cinco disculpas diferentes por su tardanza, que iban desde decir la verdad (e implícitamente culpar de todo a Karly), pasando por simplemente usar como excusa que era su primer día y había perdido el plano que le habían dado (lo cual era cierto), y terminando con una convincente historia sobre un ser de arena atacándola en el patio.
Todas esas excusas, sin embargo, partían de la base de que iban a intentar entrar al salón discretamente, pidiendo perdón al profesor en turno. No obstante, Karly al parecer tenía otros planes. Y similar a como había entrado cuando le mostró los demás sitios de la escuela, la chica "rica y popular" no tuvo reparo en abrir la puerta de par en par, entrar con paso firme al salón, y pronunciar en alto.
—¡Y éste es nuestro salón de clase!
Monique se quedó paralizada en la puerta, con Billy detrás de ella unos cuantos pasos, sin mucha intención aparente de querer pasar. Y, por supuesto, todos los ojos se posaron sobre la muchacha rubia, incluidas las de una furibunda profesora de cabellos rojizos al frente de la clase.
—Srta. Bethan —pronunció la maestra con voz grave, pero Karly no la escuchó (o prefirió simplemente ignorarla).
—¿Cómo están todos esta mañana? —pronunció en alto dirigiéndose a los demás alumnos—. Quizás tengamos el Número 3 en la puerta, pero somos los Número 1 en todo lo demás. ¡¿No es así?! —gritó en alto alzando un puño al aire. Quizás esperaba que todos la secundaran, pero sólo un par parecieron compartir su ánimo—. ¿Te mencioné que soy la líder de la clase? —comentó a continuación, girándose hacia Monique aún en la puerta—. Y fui elegida por unanimidad.
—Era la única que se ofreció —señaló Billy, asomando su cabeza desde detrás de Monique.
—¡Srta. Bethan! —pronunció la profesora más en alto, sólo entonces logrando captar la atención de la jovencita.
—Ah, y ella es tu nueva profesora de matemáticas y encargada de la clase, la Srta. Melaza.
—Cereza —le corrigió la mujer de abundante cabello rojizo rizado, y grandes anteojos redondos.
—Sí, eso.
Restándole importancia a la reacción de la maestra, se aproximó rápidamente hacia Monique y la tomó de su muñeca para jalarla hacia el interior del salón. Éste acto la tomó un poco desprevenida, y no logró reaccionar hasta que estaba prácticamente de pie frente a la profesora.
—Le presento a su nueva alumna, Monique Devil, a la que he traído sana y salva hasta el salón —declaró Karly con marcada confianza—. No tiene que agradecerme.
La Srta. Cereza bajó su mirada y la posó fijamente en la jovencita delante de ella. Y fue bastante evidente para Monique que esos ojos no eran de alegría o emoción por recibirla en su clase, sino absolutamente todo lo contrario. Sólo en una ocasión había visto tal furia reflejada en los ojos de alguien al mirarla, y había sido en un centauro oscuro, al que su madre había matado a su hermano y ardía en deseos de venganza. Y en ese entonces Monique se sintió tan intimidada como en ese momento.
Tragó saliva nerviosa, se paró derecha, e intentó hablar lo más firme que pudo.
—Es un placer, Srta. Cereza. Estoy encantada de estar en su clase.
Y entonces le sonrió, de la forma más sincera que sabía hacer. No demasiado para que pareciera falsa, pero no tan poco como para que pareciera que tenía que forzarse para hacerlo. La Srta. Cereza, sin embargo, no le regresó nada ni remotamente similar a una sonrisa.
—Bethan, Trevor —exclamó con brusquedad, mirando hacia los otros dos chicos que llegaban tarde—. Vayan a sus lugares. Tú —exclamó apuntando a Monique con el dedo—. Al pasillo conmigo, ahora.
—Pero...
—¡Pero ya!
La Srta. Cereza se dirigió con paso pesado hacia la puerta, y Monique no tuvo más remedio que ir detrás de ella. Solas en el pasillo, la profesora cerró con (demasiada) fuerza la puerta, y se giró hacia ella, mirándola de nuevo con esos ojos que estaban a nada de convertirse en navajas y atravesarle el cráneo.
—Es apenas tu primera clase y ya te das el lujo de llegar tarde —soltó la Sra. Cereza, cruzando los brazos frente a su pecho—. Es más que evidente el tipo de problema que serás.
—Pero, yo no quise llegar tarde —se apresuró Monique a explicar, nerviosa—. Es que... Karly me estuvo dando su tour...
—Ah, ¿y encima te atreves a culpar a una compañera de tus propias faltas? —le reprendió la profesora con dureza, forzándola a agachar su mirada, apenada.
—No, señorita...
La profesora la miró atentamente con sus ojos achicados. Su pie se movía impaciente contra el suelo.
—No tiene caso que finjas conmigo —dejó escapar de pronto, tomando a Monique por sorpresa.
—¿Disculpe?
—Yo sé bien quién eres. O, más bien, qué eres.
Sus ojos verdes se posaron directo en el cuerno gris que sobresalía del costado izquierdo de la cabeza de Monique. Y ésta, de inmediato, lo comprendió todo.
—Yo siempre he estado en total desacuerdo en que personas como tú se mezclen con la gente normal y buena como nosotros —prosiguió la Srta. Cereza con inconfundible ponzoña en su voz—. Pero no, el Dir. Rough y su nueva "política de inclusión" quiere hacer lo que se le dé la gana. Pero empezamos aceptando a una, y con el tiempo este sitio se llenará de demonios, vampiros, hombres lobos, ¡zombis!
—Creo que los zombis no van a la escuela —musitó Monique por mero reflejo, pero por suerte lo había hecho lo suficientemente bajo.
—Escúchame bien, jovencita —espetó la Sra. Cereza, señalándola con un dedo acusador—. Te estaré vigilando a cada segundo. Y en el momento en el que cometas el primer error, me encargaré yo misma de que te expulsen en el acto. ¿He sido clara?
No había nada en su tono que pudiera hacerla sentir que era una promesa vacía. En verdad no quería que estuviera ahí, y lo evitaría por cualquier medio.
Monique suspiró, sintiéndose de hecho más resignada que asustada.
—Sí, señorita...
—Ahora ve y siéntate —indicó la profesora, señalando a la puerta del salón—. Y no quiero escuchar ni una palabra de ti por el resto del semestre.
—¿Cuál es mi asiento?
—Quizás lo sabrías si hubieras llegado temprano, ¿no crees?
Otro suspiro más se escapó de los labios de la jovencita.
—Sí, señorita...
Cabizbaja y casi arrastrando los pies, Monique ingresó en el que sería su nuevo salón de clases, con bastante menos ánimo del que tenía al llegar a la escuela esa mañana (y eso es decir mucho).
«Perfecto. Es apenas el primer día, y mi maestra ya me odia. Esto no podría ir mejor...»
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