Capítulo 01. Trabajos normales y vidas normales
Capítulo 01.
Trabajos normales y vidas normales
El protocolo que rige este tipo de historias determina que debería comenzar diciéndoles que nuestra protagonista, de nombre Monique Devil, es una chica normal de quince años. Que va a la escuela, convive y se divierte con sus amigos, le gusta la música, estudiar y los deportes. Que tiene los problemas usuales de una chica de quince años, y las preocupaciones comunes que vienen de la mano con estar a unos pasos de convertirse en una mujer adulta.
Pero, aunque algunas de esas aseveraciones serían en efecto correctas, lo cierto es que Monique no es una chica normal; de hecho, está bastante lejos de serlo. Aunque, siendo justos, lo que la vuelve tan inusual no es directamente su culpa, sino de sus padres: Harold y Amanda Devil; esta última conocida anteriormente como Amanda Sanctis, antes de contraer nupcias... y ser repudiada por su familia. Pero me estoy adelantando.
¿Y qué tendría de anormal ser hija de Harold y Amanda Devil, más allá de su apellido? Bien, si han llegado a este punto es probable que hayan tenido que leer la pequeña narración del Sr. Devil al respecto, y quizás aquello les haya bastado para comprender de qué estamos hablando. Pero si acaso no es así, permítanme complementar un poco el contexto en el que nos estamos moviendo.
Primero debemos recordar que, aunque a veces lo olvidemos, todos los padres tienen su pasado; la historia de sus vidas previas a cuando naciéramos. Y Harold y Amanda no son la excepción.
Harold, por ejemplo, dieciocho años atrás fue conocido como el Señor del Mal, un título que no se le da a cualquiera y no debe ser tratado a la ligera. Después de todo, en aquel entonces estuvo incluso a punto de dominar el mundo. Y de haber tenido éxito, quizás en estos momentos su cara alargada y grisácea estaría en los billetes, y en las escuelas se enseñaría su historia. Pero no fue así, pues como le suele ocurrir a los Señores del Mal, terminó siendo derrotado por un héroe (heroína en este caso), y ahora muy pocos recuerdan que aquel suceso siquiera ocurrió.
"La historia la escriben los ganadores," dicen algunos.
Por su parte, Amanda era miembro de la Orden de los Caballeros de la Luz; básicamente un grupo de caballeros mágicos encargados de combatir las fuerzas del mal desde tiempos inmemoriales. Y fue ella precisamente la heroína que derrotó y despojó de sus poderes a Harold; y, de cierto modo, quién salvó al mundo de terminar siendo dominado por su ahora esposo.
Y ese podría haber sido el final de la historia; los héroes ganan, los villanos pierden, y todos felices comiendo perdices. Sin embargo, éste es de hecho apenas el inicio. Pues de alguna forma que a Monique aún no le quedaba claro (y de momento a nosotros tampoco), Harold y Amanda, una vez mortales enemigos, terminaron enamorándose. E incluso un poco después de aquel combate, ambos terminaron casándose.
Típico, ¿no es así?
Por obvias razones, no todos sus familiares y amigos estuvieron de acuerdo con el matrimonio. La idea de que un Señor del Mal y una de las más grandes heroínas del mundo se unieran de esa forma, era simplemente inverosímil. Y por ello, la mayoría de sus allegados les dieron la espalda. Así que ambos tuvieron que elegir entre seguir siendo parte de sus respectivos clanes, o seguir con su insólito amor.
En este punto es evidente cuál camino eligieron.
Así que, a partir de ese momento, ambos tuvieron que apartarse de sus antiguas vidas, para conseguir trabajos normales y vidas normales... o, al menos, lo más normales que dos sujetos como ellos podían ser.
Harold usó sus habilidades de liderazgo, y falta de escrúpulos, para convertirse en gerente comercial de una gran empresa. Sorprendentemente le fue muy bien en ello. Pero claro, hay viejas costumbres difíciles de olvidar.
En su primer día en la última empresa en la que trabajó, Harold se presentó ante su nuevo equipo de ventas, el cual lo recibió con bastante ánimo.
—¡Es un placer conocerlos a todos! —exclamó el Sr. Devil con entusiasmo, una vez que estuvieron todos reunidos en la sala de juntas. Él estaba de pie delante de la larga mesa, y todo el resto del equipo lo miraban desde sus asientos—. Gracias por su cálida bienvenida. Y ahora que estoy aquí, les haré una promesa. Y la promesa es que seremos el mejor departamento de ventas de esta empresa, ¡y del mundo entero! Y les prometo —su semblante cambió bruscamente, y sus labios se estiraron en una larga y grotesca sonrisa maligna—, ¡que aplastaremos, destruiremos, y acabaremos por completo con nuestra competencia!, ¡sin excepción alguna! ¡Hasta que no queden ni las cenizas de nuestros enemigos y nos alimentemos de sus patéticas almas!
Volvió casi de inmediato a su estado jovial anterior, y concluyó:
—En sentido figurado, claro.
Harold sonrió satisfecho por su discurso, mientras el resto de los presentes en la sala lo observaban perplejos... y asustados.
—Entonces —musitó Harold con más calma—, ¿hay alguna pregunta?
Más de la mitad de las personas en la sala alzaron sus manos de golpe.
—¿Alguna pregunta que no tenga que ver con mis cuernos o mi capa?
Poco a poco todos fueron bajando sus manos, hasta que ya no quedó ninguna alzada.
—¡Perfecto! Entonces, vamos a trabajar...
Y ese fue el día más normal mientras estuvo trabajando ahí.
Por otro lado, Amanda decidió seguir sus deseos por ayudar a las personas, y se convirtió en doctora; un trabajo noble para un noble caballero. Sin embargo, se podría decir que a veces le es un poco difícil diferenciar entre ayudar a las personas curándolas de enfermedades y males, y ayudarlas matando monstruos y demonios.
Cierta tarde, por ejemplo, acudieron a su consultorio una madre y un niño de diez años, o quizás un poco menos. El niño necesitaba una inyección, y se portó bastante reticente a aceptar de buena gana, hasta el punto de hacer un horrible berrinche.
Que los niños le teman a las inyecciones es común, y un doctor experimentado suele tener la paciencia y las herramientas para lidiar con esa situación con sensatez y delicadeza.
Lamentablemente, Amanda no es ese tipo de doctora.
En cuanto el niño se puso difícil, lo tomó fuertemente de la muñeca, le dobló el brazo en su espalda y lo pegó contra la camilla del consultorio, sometiéndolo como bien habría sometido a un mortal enemigo.
—¡Auh!, ¡me duele! —exclamó el chico, con genuino dolor en su voz, y sin posibilidad de poder zafarse de tal llave.
Su madre miró aquello confundida y asustada. E indecisa le murmuró despacio:
—¿Esto es necesario, doctora?
Amanda no prestó atención a la queja de la madre. Y mientras sujetaba al chico con una mano y con la otra preparaba la jeringa, declaró fervientemente:
—¿Dolor, dices? Cuando una serpiente carmesí del Submundo te muerda, y sientas su veneno corroer tus venas por dentro, entonces hablaremos de dolor, jovencito.
—Tal vez debamos llamar a otro doctor... —añadió la madre, aún más preocupada por tal declaración.
—No se preocupe, ya lo tengo bajo control —señaló Amanda con confianza, y entonces tomó con firmeza la jeringa con su mano libre... empuñándola como si de un cuchillo se tratase—. Bien, no te muevas. Esto sólo te dolerá por dos o tres semanas.
—¡¿Semanas?! —espetó el niño con terror, un instante antes de que la aguja se encajara en su brazo, y su grito se oyera por todo el hospital.
Hubo mucho papeleo y aclaraciones que hacer ese día.
No era una vida perfecta, pero era una vida casi normal. Y eso pareció resultarles más o menos bien por un tiempo. Pero las cosas se complicaron un poco cuando se convirtieron en tres.
La pequeña Monique nació a mediados de su tercer año de casados, y el parecido con la familia de su padre fue innegable: su piel gris, su cabello azul, y su ahora característico cuerno sobresaliendo del costado izquierdo de su cabeza. De bebé era apenas apreciable, pero conforme fue creciendo el cuerno lo fue haciendo también.
Debido a estas características, Harold pensó inmediatamente que Monique podría haber heredado sus poderes como Señor del Mal, pues era bien sabido que su magia se transmitía por línea directa de padres a hijos dentro de su familia. Sin embargo, no había precedente aún de un mestizo (un niño mitad demonio, mitad humano) que hubiera heredado dicho poder, pero Harold estaba convencido de que su hijita tenía el potencial adecuado para convertirse en su sucesora y continuar con el legado familiar.
Fue entonces que, en cuanto pudo, Harold comenzó a enseñarle a su hija todo lo que debía saber sobre ser el Señor (¿o Señora?) del Mal; a espaldas de su esposa, claro.
Cuando Monique tenía cuatro años, Harold se encargó de informarle de toda la variedad de habilidades y hechizos que tenía a su disposición, de todas las armas y objetos malditos que podría usar en su beneficio, y de la estructura misma del Submundo. Sin embargo, como toda niña de esa edad, Monique tenía poco o nulo interés en estudiar cosas aburridas que no entendía siquiera qué tenían que ver con ella.
Así que, mientras Harold le soltaba toda aquella verborrea de conjuros y maldiciones, Monique se limitaba a recostarse de panza en el suelo de la biblioteca de su padre, a dibujar y colorear como cualquier otra niña de cuatro años sin un cuerno haría.
—Y con este hechizo puedes convertir a todos tus enemigos en sapos asquerosos —espetó Harold con ferviente orgullo.
—Sip —respondió Monique en voz baja, mientras pasaba su crayón café por la hoja blanca.
—Y con este otro podrás hacer que les lluevan espadas encima.
—Sip.
—¡Oh!, ¡y con éste podrás invocar a una de las bestias más terribles del Submundo! ¡Y podrás convertirte además en un destructivo y mortal Dragón Negro!
—Sip.
—Pero quizás esto sea aún demasiado avanzado.
—Ajá...
—¿Me estás escuchando, Monique? —preguntó Harold con curiosidad, agachándose delante de ella.
—Nop —respondió Monique con bastante indiferencia—. ¿Quieres ver el dibujo que hice, papi?
—¡Oh!, muéstrame qué horrible y malévola atrocidad has ilustrado, querida mía —pidió Harold con emoción.
Monique se puso de rodillas, y alzó la hoja delante de ella para mostrarle el dibujo, que se componía de tres figuras hechas enteramente con rayones de crayón.
—Ésta soy yo, éste eres tú, y éste es un hámster gigante que puse porque me pareció bonito —indicó la pequeña, señalando a cada uno de los miembros de la imagen.
Aunque Monique no tuviera interés alguno en las lecciones de su padre, igual las recibía sin chistar. Y poco a poco algunas de esas cosas se le fueron pegando. Y, efectivamente, parecía que había algo de magia malvada recorriendo sus venas después de todo; ella fue la más sorprendida al darse cuenta de ello. La segunda fue su madre.
Amanda había descubierto las lecciones de Harold tiempo antes; no es que el Sr. Devil fuera particularmente bueno ocultándolas. Pero fue hasta que Monique tuvo seis, y mostró por primera vez aptitudes reales de magia oscura, que ella decidió actuar.
Ninguna hija suya sería Señora del Mal mientras pudiera evitarlo. Así que sin que Harold, y de paso Monique, pudieran decir algo en contra, ella también comenzó a enseñarle a su hija cómo ser una heroína como lo fue ella.
Las lecciones de Amanda se basaban íntegramente en la forma en la que ella misma había sido entrenada desde muy pequeña. Consistían en fortalecer su cuerpo y mente con ejercicio y meditación constante. Pero, mayormente, lo que hacía era enseñarle cómo usar la espada, hacha o arco; especialmente en escenarios de combate real.
Y si las lecciones de su padre le resultaban aburridas, las de su madre para Monique eran aburridas... y dolorosas...
Amanda era tan estricta como un sargento del ejército, y en parte se podría decir que ella lo era. Solía hacer que ambas se levantaran muy temprano a correr una larga distancia hasta el parque (pero, por supuesto, no el que estaba cerca de su casa) en donde entrenaban movimientos nuevos con la espada durante varias horas, hasta que Monique lo dominara a la perfección.
—Y haciendo un corte en este ángulo, puedes cortar de tajo la cabeza de la Hidra —le explicaba su madre mientras movía lentamente su espada hacia el frente. Ambas con trajes deportivos y espada en mano—. ¿Ves?, pon atención al movimiento de mi muñeca. Ahora, vuelve a la posición de inicio, de atrás hacia adelante.
Monique tenía que imitar lo mejor posible los movimientos de su madre, una y otra vez, hasta el punto que sus brazos y piernas comenzaban a dolerle por todo el esfuerzo.
—¿Podemos parar, mami? —pedía Monique, casi suplicante—. Ya me cansé...
—No hasta que hagas cien repeticiones más.
—Pero ya casi es hora de que empiece My Little Bunny.
Amanda chistó, molesta.
—Monique, tú eres una guerrera de la justicia y del bien; no puedes, ni debes, ver esa caricatura del Demonio.
¿Cómo discutir contra esa lógica?
Y así fue la vida de Monique Devil sus primeros quince años. Además de aprender lo que otras niñas aprendían como matemáticas, lectura, geografía, computación y demás materias escolares, le había tocado instruirse también sobre magia que retorcía huesos, alimañas que bien mezcladas daban un efecto mágico deseado (o no deseado), cómo cortar un cuello con una espada, machacar un cráneo con un hacha, a saltar tres metros en el aire, y saber aterrizar luego de ello sin romperse las piernas. A volar en la espada de un dragón, a como limpiar sangre de monstruo del cabello, los diferentes tipos de insectos del Submundo que podrían meterse dentro de tu piel y comerte por dentro (que son seis).
En fin, dejémoslo en que Monique Devil no tuvo una niñez o pubertad convencional.
Y encima de todo ello, siempre se le hizo muy difícil hacer amigos. Más allá de su inusual apariencia o sus excéntricos padres, los niños solían tener miedo de estar cerca de ella por las cosas tan... extrañas que ocurrían a su alrededor.
Y es que Harold no era el único que pensaba que Monique podía ser el nuevo Señor del Mal; oh no. El rumor de que había tenido una hija que podría haber heredado sus poderes se esparció rápido por el Submundo. E igual como ocurre en el mundo de los humanos, cada alimaña malvada que compartía dicho rumor, se encargaba de sazonarlo con algo de su propia cosecha, para hacerlo sólo un poco más "jugoso".
Todo eso desembocó en que bastante más frecuente de lo que a Monique (y a cualquiera a su alrededor) le gustaría, aparecieran ante ella criaturas que buscaban reclamar su poder, intentando destruirla... y a su escuela... casas de compañeros... parques de diversiones... y cientos de autobuses escolares.
El presupuesto de su antigua ciudad para autobuses escolares tuvo que triplicarse durante su último año.
Una ocasión que sería bastante recordada por sus antiguos compañeros y maestros, fue cuando a mitad de un importante examen, un ogro del tamaño del edificio de la escuela hizo un gran agujero en el techo del salón, asomó su enorme cabeza rojiza por él, y gritó con la potencia de un relámpago: «¡¡Monique Devil!!, ¡¡he venido a derrotarte!!»
Ni cómo disimular que no era a ella a quién buscaba. Y el incidente, o el haber tenido que derrotar ella sola a tal monstruosa criatura, ni siquiera le sirvió para poder exentar el examen.
Así que, para bien o para mal, Monique se acostumbró a estar sola, a aceptar lo que sus padres le daban, e intentar fuera de su casa ser lo más normal e invisible posible. Pero claro, cuando tienes piel gris y un cuerno, y te persiguen monstruos del Submundo constantemente, eso es difícil de lograr a la larga.
Pero bueno, nadie puede saber lo que el futuro traerá de aquí en adelante, ¿cierto? O, quizás, hay alguien que sí podría saberlo...
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