48: Final
Shaula iba con sus guardias y su vendida a los aposentos del rey. Llevaba la nota de lady Brianne en la mano y el recuerdo de los labios de Isamar en la mejilla. Lo cual era literal, porque tenía un borrón de pintalabios en el velo.
De camino escuchaba cómo la vendida hablaba sobre, nada más y nada menos, tiburones. Especies casi míticas para una civilización tan alejada del mar. No se dirigía a ella, por supuesto —nunca dirigía más que palabras de agradecimiento y preguntas de interés a la princesa—, pero llevaba bastante distraído a sir Lencio.
—Descuida sus responsabilidades —se quejó sir Aztor.
—Déjelo, sir, se merece una conversación de vez en cuando.
—No durante las horas de servicio.
—No olvide que las horas de cada día durante las que es vigente el servicio de ambos hacia mí, son, de hecho, todas ellas.
Sir Aztor asintió con severidad.
—Me refiero a que estas son las horas de vigilia cruciales. Si alguien la atacara en este momento...
—Nadie va a atacar a la princesa en este momento, en este castillo —dijo sir Lencio con su voz edulcorada por las sonrisas que provocaba en él la vendida—. Y así como no estoy sordo para ignorar tus calumnias, tampoco estoy ciego. La protegeré si es debido.
—Además, no me molesta que socialice con la vendida —opinó Shaula con tranquilidad.
—Ni a mí me molesta el viento, y no por eso quisiera tenerlo en el culo todo el día.
Shaula contuvo a duras penas la risa que el comentario le provocó, y aunque sir Lencio discutió acalorado con sir Aztor por su mala educación delante de la princesa, a ella le agradó la naturalidad con la que había sido tratada.
Llegaron a las puertas de la habitación del rey, donde les avisaron que había tenido que marcharse para una reunión de emergencia en el consejo.
—A la que, reiteradamente, fui excluida.
Shaula no iba a dejar el asunto así, tenía que llegar a su presencia si quería cumplir con lo que Isamar le había exigido.
Llegaron a las puertas del salón donde se reunía el consejo. Estaban entreabiertas por algún descuido, o tal vez la premura de la improvisada reunión. Lo cierto es que Shaula prefirió aprovecharse del momento y escuchar desde afuera, en vez de esperar como ilusa a que los lores hablaran con igual franqueza con ella en medio.
A la mesa del rey se sentaban los miembros del consejo habitual de Ara, a excepción de la embajadora de Baham, además de los miembros más importantes de las casas regentes de los principados de Hydra y Deneb.
Por insólito que pudiera parecer, hasta sir Volant estaba ahí, junto a todos los representantes de Hydra.
Desde que se discutió el futuro de las princesas Cygnus no se disponía de una reunión semejante.
¿Por qué entonces, a tan pocas horas de la partida del rey?
Reconoció a la siguiente persona en hablar como aquella mujer en Ara que le regaló el perfume con su nombre. Lady Indus Sagitar.
Se forzó a recordar las palabras de su padre al mirar a aquella lady, solo para no sentirse desplazada con tan terrible desinterés.
Esa mujer era el símbolo de una casa que hacía temblar muchas otras. Shaula solo era una bebé jugando con vestidos, destinada a escoger, entre un marido y otro, la opción menos terrible.
Lady Indus se veía magna, pero agradable. En definitiva no el roble que era lady Lyna Cygnus, que parecía más un hombre con faldas, totalmente intimidante con sus cicatrices y predilección a los trabajos masculinos. Lady Indus era serena, de vestidos elegantes y palabras condescendientes.
Imposible creerle capaz de todo lo que el rey la acusó ante Shaula.
—¿No son peligrosos, Shaula? ¿Qué sabes sobre el pasado de tu familia? Sobre los tratados que pactamos y las promesas que rompimos. Las deudas del ayer son las que dictan las reglas con las que jugamos hoy.
»Es importante que sepas que los Sagitar no son solo importantes, Shaula, son indispensables.
Shaula no olvidaría esas palabras a partir de esa reunión.
—Majestad, ahora que hemos sellado el asunto de sir Volant con su bendición... —empezó a decir lady Indus, a lo que saltó la mano del rey a oponerse.
—¿Le digo algo, Indus? Y estoy seguro de no hablar solo por mí, pero estoy cansado de escucharle. Hasta Lyna Cygnus sabe honrar a su marido, escuchando sin abrir la boca cuando no se le ordena...
—Lord Circinus —interrumpió, tembloroso y con sudor visible pese a las bajas temperaturas, el alto lord Cepheus Cygnus—. Yo... yo... No estoy seguro de que me moleste escuchar a lady Sagitar, ella tiene un tono agradable de escuchar. Son esposas distintas y no hay que compararlas...
—¿Esposas? Desde que llegó, Indus no ha hecho más que comportarse como un alto lord, deshonra a su marido en todo sentido.
Todos voltearon en dirección al alto lord de Hydra, Kaus Sagitar, que se veía tan firme como incapacitado para responder. Sus ojos se veían vacíos, aislados de su entorno, pero sus manos sostenían el cáliz como cualquier humano funcional.
La mayoría estaba esperando una reacción de su parte, y a juzgar por la decepción unánime en cuanto Kaus levantó su cáliz y bebió de él, sin duda aguardaban por un acto distinto.
—Mi marido no gusta de despilfarrar sus palabras, mi lord mano, por ello me delega a mí el arte más femenino de todos: el habla. Como su presencia atestigua, cada sílaba que brota de mis labios ha sido autorizada, e incluso dictada antes por él. No teman.
—¿Temer? Temer quisiera —se burló la mano—. Estamos confiando demasiado en la fuerza de su casa. ¡Me gustaría ver los testículos que dice tener el alto lord más temible de Áragog!
Sir Volant golpeó la mesa con su puño, llamando la atención de todos, aunque el gesto iba especialmente dirigido a la mano del rey.
—Si temer es lo que quiere, yo puedo hacerle el favor, Zeta. Lord Sagitar no necesita abrir la boca para decapitar, pues yo soy sus manos.
—¿Me amenazas en presencia de tu rey? —Lord Zeta Circinus se atragantó con su saliva por el estruendo de su risa—. Imbécil, no soy la mano solo por mi basta sabiduría. Desenvaina esa espada, dame un motivo para llamar a los mercenarios de la casa Circinus y despedazar a cada persona que exhale un aliento que tú valores.
—Inténtelo, Zeta, será interesante verle descubrir que no hay nada que yo esté cerca de valorar y usted pueda quitarme.
—Por muy entretenido que sea verles medirse las espadas en mi mesa —dijo el rey con fastidio plausible—, preferiría que dejaran a la casa Sagitar exponer el asunto que nos reúne aquí.
—Gracias, majestad —dijo Indus Sagitar, tan tranquila como si la discusión previa fueran meros anuncios en una interesante columna del periódico matutino—. Le decía que, mi marido ha llegado a discutir mucho estos días con el consejo, y todos han llegado a un consenso sobre la... delicada... situación de la Corona. Actualmente.
—No alcanzo a ver lo delicado, lady Sagitar.
Lady Indus volteó hacia el representante de la Iglesia de Ara en el consejo, quien siguió por ella.
—Su hija no está en edad de comprometerse, por lo que no puede asegurar una alianza significativa por ese lado. Es decir, podría, pero usted insiste en rechazar esa excepción.
—Y en ello me mantengo —reiteró el rey con tranquilidad—. Shaula vivirá cada una de sus etapas, lo que significa que no se comprometerá hasta que tenga la edad de ser presentada en sociedad como cualquier jovencita en su posición.
—Ahora, con respecto al heredero... —siguió lady Sagitar—. La futura esposa de Sargas Scorp está desaparecida, y perdóneme la insensibilidad, lord Cygnus, pero es un hecho. No hay futuro para Áragog si la princesa prometida ni siquiera existe, justo ahora.
Shaula tuvo que taparse la boca para no emitir ningún ruido al respecto. Le parecía, como mínimo, cínico que la principal sospechosa de la desaparición de la princesa prometida hiciera tan desinteresado comentario con los padres presentes.
—Todavía hay tiempo, lady Sagitar —dijo el rey—. Cada hombre en cada rincón de este reino respira bajo mi voluntad, sabiendo que a cualquier indicio de la princesa prometida, debe ponerse en contacto con la Corona. Tenga fe, como yo la tengo. Lyra Cygnus aparecerá.
—Qué emotivo, majestad, y no lo pongo en duda, no yo... pero la corte de Hydra tiene sus reparos, y así mismo el resto del reino los tendrá. Un tal vez, aunque esté acompañado de mucha esperanza, no es estabilidad.
—Y, sin embargo, a nadie le importa —dijo lord Circinus—. Se hará como el rey dice. Después de todos estos años de rechazo, Sagitar, me sorprende que les quede tan poca dignidad como para seguir insistiendo con el tema.
—No-no hace falta insultar... —dijo lord Cepheus Cygnus, casi cerrando los ojos, como si previera una explosión junto a él—. Lady Sagitar solo está diciendo cosas verdaderas, no creo que haya tenido intención de revivir el pasado.
—¿Como cuando, gentilmente, nos recordó la desaparición de nuestra hija? —espetó lady Cygnus, haciendo que la tensión se incrementara como ácido en un cubo hermético, y el silencio se extendiera como el tiempo a lo largo de una agonía.
Ambas ladies se miraron a los ojos, una con su mandíbula a punto de quebrarse, la otra en una situación similar, pero por la tentativa de una sonrisa.
No era un secreto para nadie que Lyna Cygnus era la responsable de que la hija de Indus Sagitar fuera desplazada del puesto de princesa prometida al heredero; como tampoco estaban ocultas las sospechas de que Indus era, en consecuencia, la responsable de la desaparición de la princesa Cygnus.
—¿Puedo continuar, majestad? —preguntó lady Sagitar, aunque, arbitraria, miraba a lady Cygnus.
—Puede, lady Sagitar, prosiga.
—Zanjado el asunto de la princesa Scorp y su matrimonio, y la princesa prometida y su lamentable desaparición, todavía nos queda un príncipe heredero del que nadie tiene más noción que un nombre.
—Razón no le falta —dijo lord Velaris, el velador de la moneda—. Miles de veces he sugerido que se revele su identidad, puesto que las cantidades de coronas que podríamos obtener del evento no me alcanzarían las horas de un día para contarlas. Muchas deudas, y muchos presupuestos descabellados, estarían resueltos solo con presentar a Áragog su futuro rey.
—Sargas Scorp está en anonimato por su seguridad, y así seguirá siendo —dictó el rey sin derecho a réplicas.
—Y no he venido aquí a persuadirle de lo contrario, majestad, solo a señalar las desventajas de este hecho. Áragog quiere conocer a su heredero. Han pasado, ¿cuánto? ¿Dieciséis años desde su nombramiento? Y de él no se conoce ni el color de cabello. Es un riesgo mostrar su identidad, como lo es dejarle en anonimato. Un reino necesita estabilidad, y la estabilidad empieza por la empatía del pueblo. ¿Cómo puede un reino jurar lealtad a quien ni siquiera ha visto?
—Al grano, Sagitar. Molestas más que vivo en una tumba —dijo lord Circinus.
—Yo expongo las ideas de mi principado como mejor parezca a mi casa, Circinus, te pido no intervenir.
—¡Las ideas de tu principado! —se burló la mano—. Hydra no te pertenece...
—Me pertenece tanto como a cualquier hídrico y si...
—¿Podrían mantener la paz de esta reunión por medio diálogo? —intervino el rey—. Continúe, lady Sagitar.
—Majestad, repito que no tengo intenciones de presionarle a que revele la identidad de su heredero, pero tiene que saber que su pueblo crece en tensiones. El príncipe Antares les daba vida a algunas partes del reino, pero en medio de sus... repentinas vacaciones, ha descuidado esta labor. Ahora, solo tienen a una princesa sin mayor valor que su atractivo, pues ni casarse puede. La reina ha muerto en circunstancias desoladoras, dejando a su pueblo con todavía menos miembros de su monarquía a los que adorar. Si mañana nos faltara usted, su majestad... que Ara nos guarde de tal destino, pero suponiendo que así fuera...
—Tienen herederos de sobra.
—Dice usted, pero nadie conoce al príncipe Sargas. ¿No cree que se levantarían miles de farsantes a intentar hacerse con la corona?
—Sus hermanos le conocen.
—Sus hermanos son niños, majestad, fáciles de manipular como fáciles de comprar por regla general. No digo que sea el caso, pero hay que pensar en toda posibilidad, y miles de lores lo harán. Pensarán lo peor, dudarán, incluso teniendo ante ellos al legítimo heredero de los escorpiones.
Lesath empezó a golpear la mesa de manera repetitiva con la pluma entre sus dedos.
—Pero si tuviéramos una reina...
Nadie, Shaula entre ellos, estuvo exento a una reacción. Ya fuera el frío, un respingo, o el más audible de los silencios, pero todos fueron impactados por la insinuación.
Shaula miraba con horror la escena, sus ojos incapaces de mantenerse en un solo punto, saltando de un lord a otro. Y sus manos, fuertemente aferradas a su boca, como si temiera que su respiración la delataría.
—No —zanjó el rey.
—Ella tiene razón —dijo la mano con estoicismo.
—Dije que no.
—Lo... lo lamento, majestad, pero yo también creo que no es una idea muy descabellada —dijo lord Cygnus.
—¿Una nueva reina? ¿Cuando la tumba de la anterior ni se ha enfriado?
—Majestad, el reino necesita estabilidad.
Lesath golpeó la mesa repetidas veces con la punta de su índice.
—Los escorpiones han traído estabilidad por siglos. Sawla Nashira murió dejando no uno, sino tres herederos...
—La niña no cuenta.
—¡No me importa cuántos cuentan! Sawla fue una reina como las que ya no habrá, no ensuciaré su recuerdo ocupando su lecho con otra arpía en busca de una corona.
—Majestad, no es momento de alterarse —dijo lady Sagitar—. La realidad es que usted sigue joven, y todavía puede dar mucha estabilidad a este reino, no solo dándonos una nueva reina, sino asegurando una alianza como una vez hizo Regulus Scorp de forma ejemplar con Jalas'tar Nashira.
—Bien has dicho —dijo Lesath—. Mi padre hizo un trabajo impecable al unir a los Scorp y los Nashira, no creo que a Jalas'tar le agrade en lo absoluto que vuelva a casarme, despreciando su alianza.
—No estaría despreciando su alianza —repuso Indus condescendiente—. Los nietos de Jalas'tar siguen siendo los príncipes y principales herederos. En este caso, la nueva alianza solo sería un agregado, un toque extra de poder a una corona que tan perenne ha sido en su fortaleza histórica.
—Poder, majestad —dijo la mano—, algo de lo que la Corona no carece, pero que nunca tendrá suficiente. Mi mejor consejo es que no se niegue al matrimonio.
—Sawla...
—Sawla entendería —dijo lady Indus con una mano en el pecho con toda la devoción que se espera de una fémina—, como cualquier esposa, que no hay deber más grande que el que se tiene con el reino.
Lesath calló.
Y Shaula estuvo a punto de entrar al salón y voltear la mesa, solo por ese silencio.
«¡No!», quería gritar. «Sé un rey. Párate y diles a todos que tú eres quien manda, y que no volverás a casarte jamás».
—¿Quién? —cuestionó el rey, y fue como si hubiese clavado una espada sin filo en el pecho de la princesa—. ¿Quién sería digna de dicha alianza?
—Mi casa propone, majestad, y vaya nostalgia que me provoca volver a negociar con la Corona en nombre de mi familia... a mi hija. Lady Indyana Sagitar.
Lady Lyna Cygnus estalló en una carcajada.
Pero la mano del rey estaba sereno, tanto como el resto, considerando la oferta con el cáliz cerca de su boca.
Él sabía, lo mismo que Shaula y todos ahí, que si había una casa con la que valía la pena negociar, eran los despiadados linces de Hydra que monopolizaban los mercados más importantes del reino.
—¿Su hija? —musitó el rey, y Shaula jamás lo había visto tan desventajado, tan cedido a la derrota—. Pero Indyana ha de tener... ¿Cuántos? ¿Catorce años?
—Dieciséis, majestad.
—Podría ser mi hija.
—Pero no lo es, es hija de Kaus Sagitar, alto lord de Hydra, y si hay dos familias en este plano terrenal que definitivamente nacieron para aliarse y ser invencibles, son las nuestras. Considérelo, majestad. Es por un bien común.
Lesath asintió, aunque parecía perdido en el horror de esas palabras.
—Les haré llegar mi respuesta. Hasta entonces, doy por finalizada esta reunión.
Al salir todos, notaron la presencia de la princesa, que no se molestó en esconderse, esperando al rey en la entrada.
En cuanto Lesath vio a su hija, la hizo pasar. Lesath despidió a los guardias con órdenes estrictas de quedarse afuera y ejecutar a cualquiera que se acercara lo suficiente para escuchar.
Solo dejó dentro a la vendida, sentada en la última de las sillas, esperando como un bolso a ser tomado por su comprador.
Esa vez el rey se aseguró de dejar bien cerrada la puerta.
—¡Vas a casarte! —estalló Shaula sin más preámbulos.
—No he dicho que sí.
—Tampoco que no.
—Lo dije, de hecho. Varias veces. ¿Quieres sentarte?
Shaula pateó la silla que señalaba su padre. Era maciza, demasiado pesada para voltearse de ese modo, pero el estruendo que hizo al tambalearse parecía un eco del temperamento de la princesa.
—No fuiste definitivo —espetó la princesa—. Fuiste un pusilánime, ¿dónde estaba el escorpión entonces? Para menospreciar a tu hija de diecisiete años eres todo un monarca, pero para imponerte al consejo tienes la fuerza de una llovizna en Baham.
—Shaula, entiendo que estés molesta.
—¡No estoy molesta! —Shaula alzó las manos, temblando como si quisiera transformarlas en puños—. Estoy... estoy... Me embarga un dolor que no puedo drenar más que con este temblor que se disfraza de ira.
—Te adelantas a hechos que están muy lejos de ocurrir, Shaula.
—Padre, no puedes casarte. —Llevó ambas manos a su pecho, agitada por la conversación que tanto habían desplazado para salvar lo poco rescatable en su vínculo—. No puedes...
—Debemos aceptar cuando otros tienen razón, y en este caso el consejo la tiene. Es posible que un nuevo matrimonio sea provechoso.
—¡Acabamos de enterrar a mi madre!
Lesath levantó las manos cual deidad que maneja una marea, un gesto leve y apacicuante que pretendía moderar el tono de su hija.
—Shaula, hija mía... —Cauteloso, el rey de Áragog avanzó hacia su hija. La sutileza de cada paso, la precaución en los intervalos entre cada uno, sugerían un respeto mayor a las reacciones de su hija que a las de todo el gremio de la corte—. Tu madre era única, Shaula. No me veo compartiendo ni siquiera una sonrisa con ninguna otra mujer. Ella agotó todo el amor que tenía para dar. Pero si es por el bien del reino...
Shaula alzó su mano, como quien pretende detener una tormenta, para delimitar el avance de su creador.
—¿El bien del reino? ¿Y qué hay del bien de lo que queda de esta familia?
—Mi familia está a salvo mientras el reino lo esté.
—Si tu deseo es el bien del reino, ¿por qué tu heredero es el bastardo que envenenó a su hermano menor?
El rostro de Lesath se endureció.
—No vuelvas a hablar así. Jamás. No puedes repetir lo que inventan tras los pasillos sin entender las consecuencias. No puede repetirse esto, ¿está claro?
Ella rio en histeria por la ironía, y fue cuando las lágrimas empezaron a brotar. Sin sollozos, sin anunciantes. Salían como sudor, con igual naturaleza e inevitabilidad, mientras su portadora se quebraba en una risa sin sentido.
Su padre la alcanzó y tomó sus hombros, dubitativo.
La opción de abrazarla estaba ahí, justo al lado del temor de que, con ese acto, terminaría creando una implosión en las emociones de su hija.
—No aceptaré otra madre —musitó ella.
—Nadie ocupará su lugar como tu madre.
—Pero sí su puesto en tu cama, ¿no?—Sorbió por la nariz—. No aceptaré hermanos de parte de Indyana Sagitar. Me niego.
—No sufras, hija mía —dijo el rey acariciando sus brazos—. Yo jamás dejaré de amar a tu ma...
Shaula no solo empujó a su propio padre, aportándole como si su tacto quemara, sino a Lesath Scorp, rey de todo Áragog. Y, por si su agresiva impulsividad física no fuera concluyente, dijo esas palabras.
Esas terribles palabras, peores que una guillotina.
—¡Hipócrita! Tienes el descaro de decir que la amas cuando no solo vas a reemplazarla a tan solo meses de su entierro sino que... ¡TÚ LA MATASTE!
Lo siguiente ocurrió demasiado deprisa como para procesarlo en secciones claras. Para Shaula fue un parpadeo, para la vendida... una oprobiosa eternidad.
La joven se levantó de la mesa y corrió a las puertas despejadas. Aunque correr es un término elegante. Se lanzó y arrastró, desesperada porque su cuerpo funcionara al máximo; suplicando a Ara que le concediera una velocidad añadida para escapar no solo de la sala, sino de los guardas al otro lado de la puerta.
Por desgracia, Lesath no necesitaba de Ara para el factor sobrenatural. El tiempo no fue un contendiente digno mientras absorbía parte del poder de Scorpius.
El cosmo de Lesath dormitaba, pero en medio de su letargo captó las órdenes del vínculo. Y lo siguiente que vieron los demás fue a la sombra del rey, que había adoptado la forma de una cola, el aguijón de Scorpius, que se estiraba hasta enroscarse en la vendida como un látigo.
La joven quedó asida por un borrón de oscuridad por el que corrían rayos, una sombra que no respondía a las reglas de la luz y la naturaleza, que no reflejaba la figura de su portador, sino que se extendía de sus pies como una criatura distinta, pero dependiente. Y, aunque diáfana, la sometía con la fuerza de una bestia viva.
Shaula se llevó la mano a la boca al entender la escena. Temblaba como tela en un huracán, sus piernas parecían débiles para su peso.
Luego llegó el grito. Una centella a la empatía, o melodía para los que carecen de esta.
El dolor de la vendida era lo único que se oía por encima del siseo de su piel que se quemaba al contacto con la sombra.
Los alaridos eran tan estridentes, que el aguijón del cosmo se enroscó en la garganta de la joven, derritiendo sus cuerdas bucales como se deshace la cera al fuego.
—¡PADRE! —chilló Shaula, sintiendo que era su propia garganta la que se desgarraba.
Él estaba ahí, de pie en medio de la estancia. Ni un músculo había movido más allá de sus pensamientos, y su tranquilidad imperaba sobre la terrible escena. No parecía importarle que su sombra estuviera derritiendo lentamente la piel de aquella mujer.
—¡PADRE, DETENTE!
Shaula hizo ademán de correr hacia él, no tenía un plan, ni armas para combatirle, pero debía intentar despertarle de aquella enajenación que tenía sus ojos brillantes en oro.
Pero entonces la sombra zumbó y pulsó, como si se robara en un latido toda la energía del cielo, creando un apagón en las estrellas y llevando toda esa estática luminosidad al interior de su forma.
Sucedió en un parpadeo, como una advertencia, e incrementó el daño que hacía a la vendida, corroyendo hasta alcanzar algunos vasos sanguíneos que la hicieron sangrar desde múltiples puntos.
Ese parpadeo bastó para aterrorizar a Shaula, dejándola petrificada en su lugar, observando la escena sin poder hacer nada.
No hay ser, humano o cosmo, que sepa digerir la impotencia. La mente siempre busca una alternativa, una justificación, un escape a los horrores contra los que no somos más que meros espectadores.
El corazón de Shaula martilleaba al borde del colapso, observando a la vendida que no podía expresar su dolor con su voz, pero que se retorcía con una desesperación inigualable. Moría ante sus ojos, torturada, sin que pudiera ni siquiera adelantar su muerte.
La princesa cayó de rodillas, derrotada, pero sin poder apartar los ojos del espanto.
Cuando la sombra del aguijón derritió la piel y las costillas, cuando al fin alcanzó el corazón y se incrustó en el, Shaula miró a su padre desde el suelo.
—¿Qué eres tú?
—Veneno y estrellas.
Shaula negó lentamente con su cabeza.
—Tú eres un monstruo.
—El monstruo eres tú. Tú dictaste la sentencia, yo solo blandí la espada.
—¡No tenías que matarla!
Lesath se volteó, dando la espalda a su obra para mirar a la princesa como si no acabara de torturar a una joven hasta la misma muerte.
—¿Tienes idea del efecto que tus palabras podrían tener si deambularan con libertinaje por estos pasillos?
—¡Pues castígame a mí, ella no había hecho nada!
—Y eso he hecho —convino su padre—. Si esta lección no te enseña el arte de callar cuando debes, y el peso de decir las palabras equivocadas, delante de las personas equivocadas, entonces estás muerta.
Shaula se levantó dando traspiés, y se pasó las manos por la cara, horrorizada de encontrarlas secas. El estupor había bloqueado el acceso a las lágrimas que su cuerpo clamaba.
—Siempre hablas delante de las vendidas... —intentó excusarse la princesa, sin poder procesar la muerte. Erróneamente, todavía su psique se aferraba a la idea de que, con el argumento adecuado, la vendida simplemente volvería a caminar con ella y sir Lencio.
—Hablo delante de mis vendidas, Shaula, no te equivoques. No puedo confiar en que nadie que esté demasiado cerca de ti sea lo que se supone debe ser.
—¿Y eso qué significa?
—Tú haces pensar a quienes no deben hacerlo. Mis vendidas son prendas sobre una cama: tan inoportunas como inofensivas. Las tuyas son un peligro en potencia.
Shaula negó, frenética y airada.
—No lo son.
—¿No? ¿Y por qué te afecta tanto el destino de esta? Condenaste a una en Baham con la misma frialdad que yo aquí.
—No...
—¿No lo hiciste?
—¡Sí, pero yo...! —Shaula tragó en seco—. No tuve que verlo.
Lesath señaló el cadáver que, desfigurado y desplomado contra las puertas por las que había pretendido escapar, todavía se desangraba.
—Velo ahora.
Shaula así lo hizo, sabiendo que esa sería la imagen de sus próximas pesadillas.
—Ella... —intentó decir, pero su voz temblaba más que sus manos—. La vendida en Baham me irrespetó. Ella, no. Ella no hizo nada, solo servirme. No se lo merecía.
—Tienes razón, no lo merecía. Pero he ahí el precio de tu error. Tal vez así aprendas a economizarlos.
—Eres un monstruo... —reiteró Shaula en un hilo de voz, pero esa vez no se lo decía a su padre.
—Somos escorpiones —dijo Lesath, leyendo entre líneas.
Shaula lo miró.
—Que Ara me libre de ser como tú.
—No puede. La alternativa es que seas como ella.
Y esa vez Lesath no hablaba de la vendida.
—Sería un honor ser como mi madre —espetó, su mandíbula tan tensa que parecía que todo el poder de la sombra corría por esos huesos y no los de su padre.
—Ella está muerta, Shaula.
Al menos se habían deshecho de la anestesia de los eufemismo.
—Tal vez es mejor morir si la alternativa es ser... tú.
—En ese caso no sirves para esto.
—¡No! Claro que no sirvo. No sirvo para tomar mujeres inocentes y derretirlas vivas, a sangre fría, mientras mi hija observa, y todo para... ¿Qué? ¿Probar un punto? ¿Defender una corona? Si este es el juego de cada monarca, yo me retiro del sueño de participar en el.
Lesath enrojeció, la ira ganando el terreno que antes ocupaba su estoicismo. Estaban nuevamente en ese duelo que empezó a ambos lados del ataúd de la reina.
—Mujeres, dices... ¡Por Ara, Shaula, era una vendida!
—¡Es una mujer!
—¡Entonces dime su nombre! Si tanto te duele lo que le acarreaste, si es igual a cualquier mujer, dime su nombre.
—Su nombre...
Shaula se mordió la lengua.
—No lo conoces.
—Ni siquiera... —Shaula tragó grueso, pero afrontó lo que seguía con la valentía que solo puede tener quien está terriblemente derrotado—. Ni siquiera tenía uno.
—Es válido encapricharse por una posesión, no matar por ella. Sawla sabía eso. Ella no era el ser que has idealizado en tu memoria para no afrontar lo terrible madre que fue, y que no merecías.
—¡Cállate! No hables así de ella. No tienes derecho.
—¿A cuántos más debes ver morir para que aprendas a hablarle a tu rey?
—No es justo... —Shaula negó con la cabeza, sus ojos ardiendo en sequía—. Me hieres en mis llagas más sensibles, y luego reprimes mis gritos de dolor. No eres un rey justo, Lesath. Y si ella fue mala madre, tú como padre no podrías ser peor.
Por primera vez él se mostró genuinamente afectado, más allá de la ira, tanto como para darle la espalda a su hija.
Pasó tanto rato en silencio que Shaula se regocijó. No todos los días se hiere a un rey.
—Hay muchas cosas que no comprendes —dijo Lesath todavía de espaldas. Era la voz de un hombre ya calmado.
—No quiero comprender. Déjame amarla, aunque sea en este recuerdo suyo que distorsioné para sanar mi corazón.
Lesath asintió y se volvió hacia su hija.
Por un momento, algo en sus ojos superaba al gran rey, tanto como para que Shaula quisiera poner un alto a esa guerra.
Pero luego vio de soslayo el cadáver, y decidió retomar su armadura.
—Tal vez ni seas mi hija. —Lesath lo dejó ir así, como si no se tratara de un zarpazo al pecho de la princesa—. Espero eso te de paz.
Su cuerpo le avisó que, nuevamente, era capaz de producir tantas lágrimas como requiriera su dolor, pero ella ignoró por completo ese impulso. No podía demostrar cómo de muerta se sentía luego de esas palabras.
Ella no quería no ser hija de Lesath, solo quería que él fuera su padre.
—Hay formas de comprobar eso —dijo ella, como si esas palabras no le estuvieran estrangulando.
—Y a todas me niego. No me importa lo que la sangre quiera decir, Shaula Scorp, tú eres mi hija. Por encima de cualquier cosa, yo decido que lo eres. Scorpius te nombró, yo te formé. Te he visto crecer, y he amado cada aliento en tu vida como quisiera poder proteger los venideros. Antares es mi orgullo, pero tú me enseñaste a amar desde el momento en que Ara te puso en mis brazos. —La voz del rey se doblegó, y sus ojos parecían impregnados del veneno en su sombra—. Eres mi hija y ese es el fin del asunto. Incluso aunque ahora prefieras no serlo.
Shaula calló, incluso más anonadada que con la muerte que presenció.
Lesath se limpió una única lágrima, que de lo contrario habría pasado desapercibida en su rostro.
—No sabes lo que me gustaría protegerte de todo y de todos... No imaginas cómo me gustaría desintegrar a cada lord que se atreve si quiera a mirarte mal. Pero sé que no puedo, no podré por siempre... y en mi afán de querer forjarte, tanto y tan pronto, me temo que he pasado a ser en parte responsable de tu quiebre.
Shaula limpió sus mejillas. El rey jamás le había hablado con tanta franqueza.
—Y la verdad es que tú me enorgulleces. Cada día. Quisiera ir a cada reunión mostrando tu retrato, solo para hablar de la proeza que eres, y que formas parte de mí. Mi hija. Mi pequeño escorpión. Mi primer amor, de esos que de verdad importan... y sí, mi orgullo. Siempre te exijo demasiado, y como, lógicamente, no llenas esas expectativas imposibles, parece que solo me decepcionas. Pero no es así.
Shaula limpió con sus manos la condensación que fluía de su nariz.
—Debo reconocer más tus logros, lo reconozco, pero temo tanto volverte una holgazana... No sé cómo lo hiciste, pero cuando sir Volant nos contó de su compromiso en la reunión, me sentí con tanta paz... Resolviste brillantemente una situación que me preocupaba incluso a mí creí que ese hombre te...
—Un momento. —Shaula gesticuló con sus manoa para detener a Lesath—. Padre, ¿de qué compromiso me hablas?
El rey entornó los ojos hacia su hija.
—El de sir Volant.
—Sir Volant es un caballero...
—Abdicará. Un momento... ¿De verdad no lo sabes?
A Shaula le cayó el alma a los pies, y el resto de su cuerpo perdió todo el calor de la sangre.
—¿Qué, padre? ¿Qué es lo que no sé? ¿Con quién va a casarse?
—Shaula... creí que lo habías orquestado tú. Sir Volant anunció esta tarde al consejo su compromiso con...
—¡¿Con quién?!
—Con lady Isamar Merak.
FIN DEL LIBRO 1
Nota:
No se vayan, amores. Falta el epílogo y en unas semanas estaré subiendo los primeros capítulos del libro 2. Tengan paciencia, que intentaré adelantar lo más posible antes de volver a actualizar.
Quiero saber TODO. Sus opiniones, impresiones, dudas... ¡¡TODO!!
¿Van a acompañarme durante el segundo libro? ¿Les ha gustado este?
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