44: Pescar estrellas
Cuando sir Volant pasó a buscar a Shaula, esta estaba muy decepcionada. Esperaba encontrar un neandertal, pero el hombre se comportó como el más encantador de los caballeros.
En camino al almuerzo, sir Aztor los seguía de cerca, pues Shaula había dado a sir Lencio el resto del día para conocerse con su vendida.
—¿Cómo sigue su pie? —preguntó sir Volant.
«Bajo mi tobillo».
Estaba tan aterrada por la conversación con su padre que no pudo ni esbozar aquella broma en sus labios.
—Me encuentro mejor, sir.
—Lo tomaré como una señal para invitarla a actividades un poco más emocionantes que un almuerzo.
Ella dio una sonrisa tan forzada tras el cubrebocas, que no se reflejó en sus ojos.
—¿Podría detenerse un momento? —preguntó sir Volant a la entrada del salón.
Así hizo, bajo la mirada de todos los comensales, y el caballero sacó un collar de un sobre en su bolsillo.
Estaba hecho de diamantes reales. Shaula estaba acostumbrada a ellos, sin duda, pero verlos en manos de personas ajenas a la corte le parecía como ver estrellas en el agua.
—¿Me permite?
Tensa, observando de reojo a los expectadores, correspondió que sir Volant le pusiera el collar.
Mientras él tenía las manos en su nuca ajustando el obsequio, Shaula miró a la mesa que les esperaba, donde Isamar y el barón Caelum —quien la cortejaba— ya estaban sentados.
La pescadora parecía tener ojos para un solo evento, y no era la música en vivo.
—Perfecta, mi linda princesa —dijo sir Volant al contemplarla con el collar.
Ni siquiera combinaban con sus telas vaporosas de naranja y rojo.
Fue el detonante, el punto que sació a Shaula de aquella farsa.
—Sir...
—Preveo una incómoda conversación.
—No tiene por qué ser incomoda, sir, al contrario. Creo que cada uno ha probado su punto en este acuerdo. Hemos recibido lo que pretendíamos, pero ya no veo razones para que sigamos viéndonos de este modo, como si el cortejo fuera real.
—¿Qué motivo más grande que el querer disfrutar de la compañía del otro?
«¿Quién le ha dicho que disfruto de su compañía?»
—Me halaga, sir, pero en este caso específico, en mi posición como princesa casadera, necesito de toda la libertad posible para ocuparme de mis asuntos y que mi padre pueda negociar nuevas alianzas...
—¿Dice que la estoy acaparando? Me disculpo, su alteza, hasta ahora había sentido que retribuyo su necesidad de conocerme con la mía de estar cerca de usted.
Los hombros de Shaula se relajaron, él estaba siendo educado y comprensivo.
—Y una cosa no anula la otra, sir, simplemente... necesito estar disponible. Usted entiende, ¿no?
—Pero no puede casarse sin antes haber sido presentada en sociedad.
—Puedo negociar mi futuro.
—A quien vaya a pedir su mano, alteza, le tendrá sin cuidado cuántos la cortejaron antes. Su valor en matrimonio, y permítame una ligera falta de cortesía, no es su cuerpo. Es el estatus.
Sir Volant le tomó la mano, y con gran devoción besó su torso ante todas las miradas embelesadas por su galantería.
—Yo, en cambio, no ostento nada de lo político. Yo veo el resto de su potencial, princesa... —Le dio una mirada descendente que se detuvo un instante de más en su vientre desnudo—. Y me siento tentado por este.
Shaula carraspeó y recuperó su mano con tanta delicadeza como le fue posible.
—Sir, lo que dice... Espero que no aspire a deshonrarme.
—No hay deshonra en dar al corazón lo que desea. Y no se preocupe, que yo la esperaré. Un año no es nada.
—Usted no quiere casarse —le recordó, un poco afectada por la imagen que esas palabras dibujaron en su mente. No quería ni pensar en ese hombre haciendo en su cuerpo lo que solo Isamar podía.
—La reina de Áragog pudo tener amantes, ¿por qué la princesa no?
Shaula ahogó un jadeo. No podía creer que aquel hombre se atreviera a decir semejante blasfemia en su cara.
Solo alguien demasiado seguro de su poder, o inmunidad, se atrevería a algo así.
Shaula escuchaba de fondo la voz de su padre recordándole el apodo de Sir Volant, era lo único que la detenía de decirle: ¡Porque usted no me interesa!
Ese caballero no pretendía alejarse de la princesa escorpión. No de buena gana, y Shaula no tenía ganas de alterar su buena voluntad.
—Estoy... tengo demasiado qué procesar, sir. Supongo que tengo un año para ello.
—Hasta entonces...
El hombre le extendió su brazo para que lo enlazara y la llevó a la mesa.
Shaula podía reconocer el olor de Isamar entre todos los presentes. Ni siquiera era consciente de ello, pero algo físico cambiaba en ella con el reconocimiento, algo en la química de su cerebro se alteraba para bien, y para muy mal.
Altair y Jabbah no iban acompañadas de hombres, pero Isamar sí que seguía en compañía de su pretendiente. La lógica de Shaula agradeció el detalle, pues prefería acumular todos los argumentos posibles para alejar a la corte de las sospechas sobre las desviaciones a las que se inclinaban Shaula e Isamar.
Sin embargo, en sus impulsos más primitivos, incluso hipócritas, detestaba la normalidad con la que Isamar enlazaba su brazo al del barón como si noches antes no hubiese usado esos brazos para someterla contra la pared.
Ni siquiera la miraba a la cara.
—Nos ha hecho falta, alteza —dijo Altair extendiendo su mano a la de Shaula, quien la apretó mientras sonreía cálida y afectuosa.
—Sí, sí, en serio que nos ha hecho falta —convino Jabbah, quien estaba a la izquierda. Shaula de igual forma le ofreció su mano.
—Igualmente las he extrañado. A todas.
Solo entonces Isamar condujo su vista a la princesa. El ahumado en sus ojos ensombrecía tanto su mirar, que la aureola verdosa casi resplandecía en contraste. ¿Cuánto duró la mirada? ¿Un día, un instante? Lo cierto fue que un par de recuerdos tuvieron tiempo a transitar en la mente de Shaula mientras esta ocurría.
Entonces tuvo un respingo, asustada porque alguien pudiera ver esas imágenes a través de sus ojos, y fingió que aquel contacto nunca hubo ocurrido.
Los saludos y preámbulos no tardaron, sir Volant acaparaba la atención hablando de una de las revueltas sometidas en su estadía en Ara, y contaba anécdotas sobre como pedía consejo a sus vendidas para saber que regalar a su idolatrada princesa.
—Mar y yo hemos estado discutiendo sobre nuestras aspiraciones —dijo el barón. Shaula sintió el impulso de vomitar el diminutivo que había usado para referirse a su Isa—. Nuestros intereses se alinean lo suficiente como para plantearse un futuro lejos de Hydra.
—¿En Ara? —preguntó Isamar—. ¿Discuten sobre mudarse juntos a la capital, hermana?
—No precisamente —dijo ella, su mano cubierta de malla estaba posada sobre la del barón, y a Shaula no le pasó inadvertido—. Su excelencia planea expandir su negocio de azucares lejos de la competencia de la capital, y yo le comentaba sobre mi ilusión de volver a mis raíces en un futuro.
Del semblante de Shaula se diluyó todo color.
—¿Se mudarán a Antlia?
—¿Cómo cree, su alteza? Apenas conjeturamos sobre sus aspiraciones mercantes y mis ilusiones infantiles. No hay nada escrito en ello.
—Pues deberían empezar a escribir un poco más y especular un poco menos —comentó sir Volant alzando su copa para pedir vino—. Tal vez yo soy más pragmático, pero prefiero una serpiente encadenada que mil reptando cerca de mí.
—Que metáfora tan... perturbadora, sir —aluyó Shaula con la simpleza de quien comparte una broma íntima.
—Pero se entiende el mensaje.
—¿Lo hace? —Ella se ladeó para mirarle a la cara—. Tal vez por haberme criado entre ellas, entiendo que una o mil, con cadenas o sin ellas, nunca se está a salvo de una serpiente.
Entonces alzó su propia copa, porque si algo no podían impedirle, era aprovecharse de los vacíos legales en las normas sociales. Estaba mal visto que una mujer bebiera, pero «mal visto» para Shaula era el equivalente a «no prohibido».
—Creo que ha malentendido el mensaje de sir Volant, alteza —repuso el barón—, creo que él se refiere más a ser realista. Su doncella habla de ilusiones, a los hombres nos gustan más los hechos. No lo entendería.
—Tiene razón, no obstante... —Shaula recibió su copa llena y la agradeció con una inclinación de su cabeza—. Todo en exceso hace daño, excelencia, incluida la realidad. Por tanto, todos requerimos de al menos una fantasía que desafíe a la lógica.
El corazón de Shaula condensó diez latidos en uno solo, su cuerpo temblando mientras con todas sus fuerzas evitaba buscar en Isamar la reacción a sus palabras.
Por primera vez, sentirse de esa manera ilógica hacia ella le parecía un suplicio. Ni siquiera podía mirarla con libertad.
—Pero no nos dejes con la duda, Isamar —interrumpió Jabbah—. ¿Hay boda?
—¡Jabbah! —exclamó Altair.
—Prima, no seas imprudente...
Pero Isamar no se veía ofendida, sino hasta embelesada mientras intercambiaba miradas significativas con el barón.
Ninguno desmintió la conjetura.
El plato de Shaula comenzó a dar vueltas, los cubiertos se enfocaban y desdibujaban en su campo de visión. En medio del desagradable momento, la garganta de Shaula se cerró y se negó a recibir más alimento.
En ese momento se acercaban otras dos personas a la mesa: sir Lencio, el escolta de Shaula que no estaba de guardia, y la vendida que Shaula le había obsequiado.
Vestida como iba, casi podía confundirse con una dama más. Las de su casta solían vestir como mujeres del servicio, o como unas completas rameras que su dueño quiere exhibir. Ella era una joven normal con un vestido normal.
Joven normal. Shaula no podía concebir que ese pensamiento proviniera de ella.
Sir Lencio acarició la mejilla de la vendida y le sonrió, como para infundir en ella aliento de algún tipo. Entonces ella se acercó a la mesa, hizo una reverencia a su princesa y pidió permiso para sentarse.
Shaula, muy incómoda y desconectada de la situación sin precedente para ella, le señaló como un autómata la silla vacía entre el barón y Altair.
—¿Cuál es su nombre? —le preguntó Jabbah con su entusiasmo habitual.
—No tengo nombre, mi lady.
—¿Cómo no tendrías nombre?
—En mi casa de preparación no me lo dieron, creo que lo olvidaron. Ya era tarde, así que dijeron que lo mejor sería que mi dueño me escogiera un nombre al comprarme.
—¿Tu due...?
—Por Ara, es una vendida —exclamó Altair, justo lo que todos estaban pensando.
El silencio se hizo denso, la vendida bajó las manos al regazo y la vista a estas. No volvió a modificar esa posición.
—Discúlpenos, alteza —dijo el barón—, no sabíamos que se trataba de una vendida, no le habríamos deshonrado así permitiendo que se acercara.
—¿Quién es tu dueño? —exigió sir Volant con severidad, como a punto de dictar un castigo—. No sé si te han dado la cultura suficiente para saberlo, pero quien está en esta mesa es la princesa de todo Áragog. Que te permitan comer ya es de agradecerse, pero este no es el lugar.
—Hay mesas para las de tu clase —convino el barón, un poco más paternalista.
—Si estás desorientada —dijo Jabbah—, pregunta a tu dueño dónde quiere que comas.
—Pero... —musitó la joven vendida—. Él me ha dicho que venga aquí.
—Pues, a menos que tu dueño sea Lesath Scorp, no tiene derecho a...
—Su dueña soy yo —zanjó Shaula, que contra todo lo que es natural, su cuerpo había sentido en carne propia el destierro de aquella joven—. Si alguien tiene un problema con que mi vendida coma en esta mesa, entonces ese alguien deberá levantarse.
Por Ara, qué bien se sentía que todos mantuvieran la boca cerrada ante su declaración y que por una vez se hiciera justo lo que ella ordenaba.
El resto del almuerzo transcurrió en un silencio hiriente. Sir Volant no volvió a tocar la comida, como si estuviese contaminada. El barón sí comía, pero dándole la espalda a la vendida y solo mirando a Isamar. Las damas, exceptuando a Isamar, estaban tan incomodas como Shaula, ninguna familiarizadas con la situación como para afrontarla.
Solo Jabbah interactuó con la vendida, extendiendo para ella el salero y dedicándole una sonrisa impráctica, pero en esencia gentil.
Shaula empezó a pensar a partir de ese gesto, que las vendidas podrían ser humanizadas si el resto de mujeres fueran educadas para aceptarlas de mejor manera. El fallo radicaba, nuevamente, en los estigmas de la sociedad.
—Alteza —dijo Jabbah salvando la tarde con un ánimo renovado.
—¿Sí, prima?
—Aunque no nos hemos podido ver con la frecuencia de antes, sus damas hemos decidido que entregaríamos para hoy el trabajo de ensayo libre que nos encomendó para nuestra próxima tutoría.
Shaula abrió los ojos enorgullecida.
—¡Es cierto! —convino Altair—. Olvidé mencionarlo, pero así es. Hemos compaginado nuestras tareas en la corte y el trabajo como sus pupilas. Cada una trajo listo el ensayo.
—Me conmueve en sobremanera que demuestren este nivel de compromiso y responsabilidad, pero no sé hasta cuándo tenga tiempo de revisarlos. De todos modos, tengan paz en que así lo haré a su debido tiempo.
—Qué degradante —dijo el barón con una risa que arrastraba las huellas del alcohol en ella.
—¿Disculpe?
—Que damas de tal calibre sean reducidas a meras pupilas. —El hombre hizo señas para pedir más vino—. Qué delicia es imaginarlas a todas ya casadas, lejos del alcance de su crueldad. La reputación que tiene le hace toda la justicia del mundo. Mar tiene razón, es usted una...
—Excelencia —interrumpió Isamar con una sonrisa tensa, intentando alcanzar la copa para que no derramase su contenido—. Usted ha malinterpretado la situación, prácticamente rogamos a la princesa por esta oportunidad.
—Yo rogaría por un caballo, no por tareas.
—No son las tareas lo que importa, es el conocimiento que proceden a estas.
—¿Para qué tanto conocimiento inútil? Vas a limpiar mi casa, Merak, no a construirla.
Y terminó riéndose escandalosamente de su propio chiste.
En algún punto de sus repulsivas palabras, Shaula había aferrado el tenedor como si de un puñal se tratara.
—Está dando por hecho demasiado, excelencia —dijo Isamar, tal vez más tajante de lo que pretendía.
—Y tu princesa idolatrada también da mucho por hecho, ¿o no? ¿Por qué ponerlas a ustedes a hacer sus deberes? ¿Por qué no pone a...? —intentó señalar a la vendida con su copa, y acabó derramándole todo el vino desde la cara hasta el vestido—. Esta.
Shaula se levantó en un acto reflejo, a lo que un tirón de la mano de sir Volant la volvió a sentar casi de inmediato.
Lo miró con sus ojos exhumando llamaradas.
Él se inclinó para decirle al oído:
—A ningún noble le parecerá menos que ofensivo que se le reprenda por una vendida. Haga el favor de comportarse por una vez.
Shaula estaba temblando, sus dientes podrían haberse desprendido por lo fuerte que los presionaban entre sí. ¿Cómo se atrevía ese hombre a hablarle así?
Shaula miró la mano que todavía aferraba su muñeca, y luego directo a la cara de sir Volant. El mensaje estaba escrito en lava en sus ojos.
Su. Él. Ta. Me.
Estaba ciega. Había un zumbido en sus oídos, un murmullo en su pecho. Se sentía capaz de materializar su odio e incinerar con el.
Pero el hombre no solo le sostuvo la mirada, sino que apretó más su muñeca.
—No me haga verbalizarlo —advirtió Shaula en voz tan baja como para que solo lo oyera él. Pero era imposible. Todos los estaban mirando sin respirar siquiera.
Sir Volant le apretó un poco más, hasta que Shaula estuvo segura de que esa fuerza podría partir su hueso, y entonces la soltó.
Sonriendo.
De nuevo, Shaula tenía miedo por una sonrisa.
Palpó su muñeca bajo la mesa. En tan breve contacto, había quedado magullada y dolorida.
Shaula estaba fúrica, ardía por destrozar todo a su paso y conjugar de mil maneras todas las palabras malsonantes que conocía en las dos lenguas que hablaba. Pero todavía podía razonar lo suficiente como para reconocer que sir Volant tenía razón. Caelum era un barón, parte de la pirámide económica y aristocrática del reino. No era alguien a quien quisiera, ni debiera, molestar por defender una vendida.
Pero cómo quería escupirle por animal.
Shaula se levantó, y personalmente se acercó a la vendida que seguía tan cabizbaja como inmóvil. Se postró apenas, hasta quedar por debajo de su altura ignorando cómo los presentes contenían el aliento sin disimular. Shaula buscó las manos de la vendida, y las aferró en conciliación.
—¿Te encuentras bien?
La vendida asintió, por supuesto, ¿qué más podría hacer?
—No es para tanto, princesa —se burlaba el barón.
Shaula no volteó, ni siquiera al escuchar movimiento desde ahí. Usó las servilletas para secar todo lo posible la piel de la vendida, porque la tela ya estaba estropeada. Shaula solo alzó la vista al sentir una mano en su hombro.
Era Isamar, extendiendo su propio chal en disposición a la vendida.
Shaula nunca había estado tan orgullosa de su sentido del gusto hasta entender que le gustaba la mujer mas maravillosa de todo el reino.
Al tomar el chal, Shaula rozó constelaciones en los dedos de Isamar.
Por Ara, cómo extrañaba tocarla. No importaba cómo, ni en qué contexto. Quería volver a tocarla.
Luego de poner el chal a la vendida, Shaula descartó la idea de mandarla a otro lugar a pesar del incidente. A esas alturas, ni siquiera consideraba la comodidad de la joven, simplemente se aferraba a la incomodidad de los hombres a la mesa. No iba a darles el gusto. Cada uno terminaría de tragarse su postre en presencia de la vendida, o se retirarían. No les daría escapatoria.
—Tenga, alteza.
Jabbah le entregó un sobre sellado con su investigación.
—¿Puedo hojearlo?
—¡Sí, adelante!
Al menos así tendría algo en qué ocupar la mente.
Lo abrió y vio que en su interior contenía un par de hojas cuyo encabezado rezaba: Breve reseña histórica sobre el linaje Scorp.
—Interesante elección de tema, Jabbah, lo revisaré. Aunque advierto que no tendré clemencia. Eres una Scorp, sería insultante que te equivoques con la historia de tu propia casa.
A continuación, Isamar extendió su sobre en silencio.
Shaula se estiró para alcanzarlo, pero sir Volant interpuso su mano para recogerlo él y entregarlo por su cuenta a la princesa, tan galante que la actuación era evidente.
Ella procedió a ignorarle y abrió el sobre.
En su interior había apenas una página, dividida en renglones que no obedecían la composición común de los párrafos, con detalles en tinta dorada que formaba constelaciones y subrayaba el título: Pescar estrellas.
—¿De qué tema es este ensayo, Isa... mar?
—Es un proyecto literario y lingüístico, no investigativo. Poesía en bahamita.
Shaula había estado tan confundida por la presentación del texto que no había prestado atención a la lengua en la que había sido escrito.
¡Escribió el poema en la lengua materna de Shaula!
Por desgracia era poesía, el némesis del conocimiento de la princesa.
—No sé si estoy preparada para juzgar un texto tan personal, lady Merak —dijo Shaula en un hilo de voz, absorta por el papel en sus manos. Sentía que tocaba un alma expuesta.
—Pues no lo juzgue, solo consérvelo.
Shaula tragó en seco. No sabía cómo interpretar esas palabras, pero le preocupaba todavía más cómo lo podrían interpretar los demás presentes. Así que adoptó su voz de mentira, y dijo:
—¿Por qué poesía? Es, cuanto menos, abstracta.
—La poesía es tan abstracta como de sordo su corazón.
Una de las cejas de Shaula se arqueó. Más allá del papel, estaban los ojos de Isamar, que parecían desafiarla de algún modo.
—¿Dice que soy sentimentalmente sorda, Merak?
—De la abundancia del corazón, mana la poesía.
—¿Y eso qué se supone que significa?
Isamar rio.
Esa risa iluminó la vida de Shaula, creó chispas en su estómago. Esa doncella irreverente era capaz de desdibujar toda amargura en tan complicada vida.
—¿Sabe qué? Usted es quien debería probar a escribir, princesa, y yo juzgar.
—Eso le encantaría, sanguinaria, pero ya hay una masoquista en este grupo, y no soy yo. —Shaula no esperó a la reacción y se volteó a su derecha—. ¿Qué has escrito, Altair?
—No es nada impresionante, intenté ser concisa, pero precisa.
Shaula inspeccionó su trabajo. Fue sacando el papel del sobre, pero se detuvo en seco nada más leer el título.
Altair la miraba, tranquila y expectante.
Los demás estaban interesados por su veredicto, algunos intrigados por su extraña reacción.
—¿Todo bien, alteza? —preguntó Altair.
¿Era una broma? ¿Una declaración?
Las manos de Shaula estaban dejando marcas de sudor en el sobre, tuvo que bajarlo a su regazo para que no se notara.
—¿De qué se trata? —preguntó Jabbah, como si esperara una resolución divertida a aquel silencio.
—Una recopilación de datos históricos aleatorios —zanjó Shaula, guardando los documentos para sí—. La evaluaré después, como las demás.
Pero la tensión se sentía, muchos intercambiaban miradas inquietas o extrañadas. Shaula no había manejado bien la situación, pero, ¿cómo iba a estar preparada para que Altair escogiera justamente escribir sobre la concupiscencia de la carne y las mujeres condenadas a lo largo de la última década por sodomía?
No podía ser una coincidencia.
No cuando noches atrás había, justamente pecado de sodoma en la cama de Isamar Merak.
Le estaba sudando la nuca mientras jugaba con su plato.
Quedó tan perturbada por aquel título, que al intentar levantarse para ir al baño tiró su plato al suelo.
~♡~
Shaula estaba en los lavabos de la cocina, acompañando a sus damas y a las vendidas. Todas se habían ofrecido a ayudar a lavar los trastes, pero Shaula no podía ni moverse. Sus manos estaban temblorosas y arrugadas, sumergidas en el agua llena de jabón y desperdicios mientras sus ojos desenfocados veían la nada absoluta.
No dejaba de pensar en el ensayo de Altair.
—Princesa —murmuró Isamar al pararse junto a ella. Disimulaba lavando algunos platos y sin mirarle a la cara—. ¿Está todo bien?
—No puedo hablar ahora —dijo Shaula sin apenas mover los labios.
—Hay que vernos.
—Nuestras agendas no nos permitirá ese encuentro.
«E imagino que tu amado barón, tampoco».
—Esta noche, después de la cena —insistió Isamar—. Me han dado una mesa personal para mis estudios en la biblioteca del castillo. Siempre hay una que otra persona, pero poco más. Es bastante privado, y mi mesa está lo suficientemente apartada.
Shaula se aventuró a verla de reojo.
—Isa...
—Yo también.
—¿Tú también, qué?
—Todo, princesa, absolutamente todo. Yo también.
Algo pasó entonces en las mejillas de Shaula, que perdieron la tensión inicial. De repente estaban tan a gusto, que hasta podrían sonreír si era requerido.
—Les mentí a las demás. No extrañé a ninguna, Isa.
Isamar la miró, sus labios atrapados en una ligera mordida.
—Solo a ti —añadió.
Nota:
QUE VIVAN LAS NOVIAAAS.
Ya el final nos está respirando en la nuca. Si comentan mucho los párrafos de este capítulo, subiré el que tengo listo de inmediato. Denle amor a las novias, que se lo merecen ♡
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro