40: Sororidad
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El cumpleaños de la pequeña Cygnus siguió con algunas palabras del alto lord de Deneb. La madre no participaba de esas formalidades, estaba más pendiente de la logística; no como una dama de alta clase, a Shaula le pareció más un guardia protocolar.
Shaula ya no estaba en un punto del baile que fuera ni remotamente disfrutable.
Quería ser estúpida ese día.
Creerse superior a cualquier otra jovencita soñadora fue lo que la llevó a escoger a sir Volant como su estratégico acompañante, y le había salido pésimo. ¿Y si simplemente se divertía? ¿Y si bailaba, sonreía e intercambiaba chismes con sus amigas...?
Si tuviera tales en la corte, por supuesto.
¡Por Ara! Shaula, en su persecución a la superioridad como mujer, no solo había fracasado con estrépito, sino que había quedado sola.
Decidió desde entonces probar un nuevo enfoque: que perseguir un estatus de respeto como princesa no fuera limitante o excluyente de su feminidad.
Tenía que encontrar a sus damas.
Pero antes... ¿Cómo deshacerse de sir Volant?
—En Hydra hay mares y mares de girasoles... —Estaba contando Sir Volant a Shaula y a otra pareja de nobles interlocutores que se había unido.
Era un hombre con un encanto natural al hablar, pese a sentirse tan distante por su rango. Shaula tenía que reconocerle eso, la sutileza de su intimidación al contrario de hombres como la mano del rey, tan abiertamente repulsivo.
—¿Saben la diferencia de un girasol en Hydra a los injertos que se siembran en los jardines de Ara?
—He oído que llegan a medir metros y metros de altura... —respondió la atenta dama.
—Y con pétalos cítricos de mucha esencia, perfectos para los perfumes.
—¿Me disculpa? —cortó Shaula levantándose y alzando su peso sobre el tobillo intacto. Extendió sus brazos a los lados como señal para Aztor y sir Lencio, quienes acudieron para hacer de soporte a cada lado de su cuerpo—. Necesito ir al baño.
—La acompaño...
—Es un momento íntimo, sir. No es propio que un hombre merodee tan cerca de los baños de mujeres.
—¿Y su tobillo?
—Mis guardias me sabrán atender a la perfección.
Con eso hubo zanjado el asunto lo suficiente para que la dejara marcharse. Salieron del salón de baile y flanquearon los pasillos del castillo de Deneb hasta alcanzar la zona de los sanitarios públicos.
Fue ahí cuando se despojó de la ayuda de sus guardias y siguió caminando como si nada. Sí se había doblado el tobillo, pero no había sido tan grave. De hecho, con las compresas ya se le había pasado la molestia al andar, aunque esperaba que de ese detalle no se enterara sir Volant.
Estaba a un paso de ingresar al baño de damas cuando la puerta se abrió de golpe.
—¡Lord Circinus! —jadeó Shaula con la mano en su pecho, muy agitada por el impacto de la sorpresa.
El hombre la miró primero con desprecio, luego enfocando sus ojos en la mano de la princesa... y cómo su pecho se movía debajo de ella.
Shaula respondió pasando su pelo hacia delante para cubrir su escote. Había hombres —lord Circinus encabezando la lista— ante los cuales daba terror ir tan expuesta. Tal vez debería tener en cuenta lo que le habían dicho en el consejo y desistir de los escotes si no podía tolerar esas miradas...
O tal vez, los hombres más influyentes de la ley de Áragog deberían poder comportarse con respeto ante la legítima princesa.
—No entre al baño. —Fue la explicación de lord Circinus—. No es apto para ninguna señorita.
—Pero lo nece... —Shaula frunció el ceño al digerir la situación más allá del susto inicial. Su rostro se ladeó, su mirada adquirió un aire suspicaz—. ¿Qué hace en el baño de mujeres, lord Circinus?
—Me enviaron a revisar su estado, y como le he dicho, no están en condiciones. Así que, por favor, no entre.
Shaula intentó ser relajada, hasta bromista, para quitarle peso a la acusación siguiente.
—¿Es parte del trabajo de la mano del rey revisar los baños públicos? Haberlo mencionado, mi lord, le habría prestado a mis guardias.
—¿Te digo qué no es parte del trabajo de una princesita tan delicada como tú? Esta intromisión.
Shaula compuso en sus ojos un brillo dolido.
—Solo intento socializar, no ser entrometida. ¿No decía usted que seremos familia?
—Cambio de planes al respecto, creo que mi hijo Ares es más de su tipo. —El hombre avanzó hasta rodear la cintura de Shaula y empujarla para avanzar juntos—. Lo mejor será discutirlo de vuelta en el baile...
Cuando el cuerpo es sometido a estímulos de asco, placer o dolor, no maquina: reacciona. Fue lo que experimentó Shaula entonces, que sin pensar se arrancó del agarre de lord Circinus como si le quemara la piel.
Sus guardias inmediatamente llevaron las manos a sus cintos y sus poses a la alerta, lo que ofendió todavía más a la mano del rey.
—¿Qué clase de complot es este?
—La princesa necesita hacer uso del baño —dijo sir Lencio.
—¿Y eso a quién sirios le interesa? Que vaya a su cuarto personal...
—Está demasiado lejos, mi lord, yo solo...
Aunque Shaula intentó tranquilizar el ambiente, lord Circinus pareció más encolerizado conforme agregaban más palabras a la discusión.
—¡He dicho que está indispuesto el baño!
—En ese maldito caso, iremos en persona a revisarlo —estalló sir Aztor. Que él precisamente interviniera dejó tan pasmada a la princesa, que volvió su atención por completo hacia él—. Somos sus guardias. Uno de nosotros se asegurará de que el baño esté en óptimas condiciones, el otro aguardará con ella afuera. Y si eso no le parece, lord Zeta, vaya a reunir al maldito consejo y que vengan a detenernos.
Así como sir Aztor marchó hacia el baño sin esperar un permiso, lord Circinus desapareció de la escena casi corriendo, lo que delató que no quería estar ahí cuando descubrieran lo que había dentro del baño.
Shaula todavía intentaba procesar lo recién ocurrido cuando su guardia salió y les dijo:
—Tienen que venir a ver esto.
Y no exageraba en lo dramático de su anuncio.
Uno de los gemelos Circinus, al que Shaula reconoció como el aspirante a asesino que la entrenó en una ocasión, estaba tirado inconsciente bajo un lavabo destrozado que desparramaba agua sobre su cuerpo inerte.
Leo Circinus.
Su cuerpo estaba magullado, su rostro tan herido que hacía pensar que este había sido el empleado para destrozar la porcelana del lavamanos.
No había mucha más sangre que la ya seca en su cabeza, labio, mejillas y nariz, pero Shaula no sintió alivio por eso, puesto que con tanta agua fluyendo al desagüe tal vez la mayoría de la sangre ya se había limpiado del piso.
—Por todos los sirios de Ara...
Shaula llevó una mano temblorosa al velo en sus labios mientras sus guardias atendían al muchacho. No tenía un entrenamiento para situaciones de ese estilo.
—Respira —anunció uno de los guardias.
—¡Y está despertando! —dijo el otro con alivio, ayudando a mover al muchacho para que no le cayera el agua en la cara.
Shaula los alcanzó y se arrodilló junto al aspirante a asesino.
—Leo... Leo, soy yo, Shaula. ¿Me recuerdas?
El chico asintió lentamente mientras abría los ojos.
Shaula intentó no asustarse al no tener una respuesta verbal, pues Leo era mudo.
—¿Estás bien? ¿Necesitas un médico?
Leo negó e hizo señas para asegurar su bienestar. Supuestamente, no tenía heridas graves y solo se había caído.
—No me jodas, Circinus —estalló Shaula sin poder contenerse—. ¡Acabo de ver a tu padre huyendo de aquí como un condenado cobarde, carajo! ¿Cómo quieres que crea que te has caído?
Leo tomó la muñeca de Shaula con una fuerza agresiva, sus ojos listos para amenazar. Pero ella no se dejó intimidar, ni le dio tiempo a comunicar todo lo que sabía que venía a continuación.
Ella había sido esa persona; la herida, maltratada y ultrajada en espíritu por quien el mundo supone tu aliado y protector. Ella había estado ahí, intentando resguardar el secreto del mayor daño que le habían hecho, por motivos que el resto no entendería.
Lord Zeta Circinus era para Leo lo que la preparadora para Shaula, y ella no sería quien juzgara al muchacho por cómo escogía pelear su batalla.
—Ni siquiera intentes inventar motivos para silenciarme. No voy a decir nada de lo que acabo de ver, tú quédate quieto. Pero me interesa asegurarme de que estés bien, así que quédate quieto o tendré que poner a mi padre a intervenir...
Leo la soltó muy a regañadientes. Shaula llevó sus dedos al cabello de Leo, donde una melaza roja llena de costras alarmaba. Buscó el corte, rogando que no fuera mortal ni muy profundo, pero el muy testarudo de Leo rompió toda regla y protocolo al darle un manotazo a la princesa.
Mientras Shaula se recuperaba del impacto, Leo se señaló la mejilla e hizo señas para explicar que toda esa sangre provenía de ahí, donde estaba el peor corte.
Shaula no desistió de su tarea, y tocó solo lo justo para confirmar que se había fracturado el pómulo.
—¿Ese fue el golpe? ¿El que te dejó inconsciente?
Leo la miraba con odio, como si canalizara en ella toda la rabia que no podía descargar contra su padre.
¿Qué había hecho esa criatura, un par de años menor que ella, para merecer tal brutalidad del supuesto protector del reino?
—Mis guardias te conseguirán ayuda. Te prometo toda la discreción posible, y las cicatrices te ayudarán en tu reputación como asesino...
El chico hizo señas, bruscas como su mirada, para preguntar el precio a pagar por dicha amabilidad.
Shaula no fingió altruismo y le dijo:
—Dime qué hiciste. Dime por qué ese hombre te hizo esto. No intervendré, lo prometo, pero necesito saber por qué el imbécil estaba tan dispuesto a dejarte morir aquí.
Leo desvió la mirada, y fue la confirmación que Shaula no quería tener: a Lord Circinus no le habría importado si su hijo moría por su culpa y en esas condiciones. Y por lo que había dicho a Shaula de mejor emparejarla con Ares, ya hasta parecía que el hombre intentaba acomodar su vida a la ausencia de Leo.
Leo cumplió su parte y le explicó a Shaula que había estado cocinando.
La princesa no lo entendió al comienzo, de hecho no le creía, hasta que el muchacho explicó que se había saltado el baile para tener un turno de cocinero en un restaurante donde le ofrecían una oportunidad de trabajo.
Los espías de su padre le advirtieron, y lord Zeta Circinus arrastró a su hijo hasta el baile. De camino se detuvieron en el baño de damas para conversar, y Leo confesó tener más interés en la cocina que en la vida de un asesino y mucho menos en la de un lord.
A lo que lord Circinus respondió que, antes que permitirle deshonrar el apellido así, lo prefería muerto.
—¿Por querer cocinar?
«Mi padre dice que esas son cosas de mujeres», explicó Leo con señas. Ya se mostraba menos a la defensiva, más resignado al dolor, al fracaso, y al tormento de sus recuerdos.
—¿Y es muy de hombre golpear a tu hijo hasta casi matarlo? ¿Es de hombre enfrentarte a un chico que tiene menos de la mitad de tu maldita edad?
Leo solo se encogió de hombros y agregó «no me defendí».
—No es un justificativo.
Otro encogimiento de hombros.
Ahí no había un asesino, ni el intimidante instructor que hizo a Shaula sobreesforzarse para demostrar su valía. Ese era solo un niño al que su padre acababa de magullar hasta el tuétano y torturar el alma por haber nacido diferente.
Shaula lloró en silencio todo el camino de regreso al baile mientras sus guardias se encargaban de Leo, y pidió a Ara la sabiduría para, si algún día estaba en sus manos, nunca dar poder a hombres como lord Circinus.
Regresar al baile fue difícil, pero se sintió con la valentía suficiente para no volver al lado de sir Volant.
Miró a Jabbah a la distancia y una especie de amargura burbujeó en su estómago.
Su prima y doncella se había disfrazado de Shaula, con el traje y el maquillaje exacto que usó en la ceremonia de cobro de impuesto en Ara.
Cada día hacía más evidente su deseo de copiar a la princesa, y eso la hacía sentir amenazada. ¿Jabbah intentaba superarla? ¿O solo era admiración hacia su prima y mentora?
Lo que fuera, Shaula tenía que ganar terreno aprendiendo a enfocarlo a su conveniencia.
No tenía que sentir la imitación como una amenaza sino como una oportunidad de acercarse más a su doncella.
Recordó un momento de su adolescencia antes de mudarse a Ara, cuando durante un paseo por Baham con su madre aprendió sobre el origen de una de las genialidades más novedosas de la ingeniería de la región.
—¿Sabes cómo se crearon los canales y el mecanismo que lleva agua a nuestros hogares, Shaula? —le había preguntado su madre.
—Supongo que los he dado por sentado todo este tiempo, madre.
—Grave error de una princesa. Quien no conoce su historia...
—¿Es ignorante?
—No era ese precisamente el mensaje, pero no interesa. Te hablaba de los canales y las tuberías. Sucedió hace muy poco, unos cuarenta años a mi parecer. La sequía era una problemática vigente en nuestra tierra, y los hombres vivían tan cómodos como siempre al disponer de sus mujeres para llevar y traer agua del río cuando hiciera falta.
—¿Tenían que caminar todo ese trayecto cargando agua?
—Sin importar su residencia, sí. Pero hubo una mujer, grandiosa, por supuesto. Amathista Sajah. No era grande de cuna, pero sí de pensamiento. Ella deseaba un cambio para el principado, y sabía que el único modo de conseguirlo era lo que ella llamó "el efecto hormiga". Los altos mandos son y siempre han sido hombres, así que no podía acudir a ellos...
—¿Por qué no?
—Porque estaban cómodos. ¿Quién querría esforzarse para provocar un cambio a un sistema que no les afecta?
—Oh.
—Sí, oh. Ellos se quedaron siendo abanicados por sus vendidas y alimentados por sus esposas, mientras Amathista creó una coalición de mujeres que estaban cansadas del trabajo de una mula. Una sola de ellas no habría logrado nada, pero juntas aportaron la mente que creó los bocetos de cada plano, aquellas que recolectarían los recursos, las que escribirían los discursos necesarios para presentar la idea al consejo y conseguir una aprobación, y eventualmente tenían tantas mujeres como hacían falta para la mano de obra en la construcción. Eso acabó siendo el proyecto más próspero de Baham...
—Según los libros, el proyecto más próspero fueron las pirámides.
—Libros escritos por personas, que como tú y como yo, son libres de una opinión individual. Ellos señalan un hecho, pero juzga por ti misma, si es más importante la posada de algunos privilegiados en una tierra que muere, o la creación de un sistema que lleva agua a nuestros hogares y formó canales más cercanos a cada locación de Baham.
—¡El agua! Y la historia en sí, de cómo un pequeño grupo de personas fue el progreso que los altos mandos jamás nos dieron.
—De ahí proviene una palabra especial, Shaula. Aunque te comuniques en lengua áraga, debes conocerla, pues se erradicó por completo de ese lenguaje.
—¿Qué palabra?
—Sororidad. Aunque no exista una traducción directa, su significado es algo muy cercano a la solidaridad, solo que entre mujeres.
—¿Por qué crear una palabra que signifique lo mismo que solidaridad, pero solo para mujeres?
—Porque su existencia valida nuestra realidad. Somos nosotras las que vivimos minimizadas por nuestras leyes, y eso nos hace aliadas solo con existir. Y no creas que eso implica que todas debemos llevarnos bien, pero sí entender que estamos juntas en esta desigualdad, y por ende deberíamos igualmente ayudarnos para lograr cosas como las que hicieron Amathista Sajah y sus aliadas sororas. Fue con sororidad que se logró el progreso en Baham, Shaula, no con la fuerza. Recuerda eso.
Y Shaula lo recordaba, aunque un poco tarde.
Tal vez su madre había escogido el individualismo, la ambición que la convirtió en reina, y la libertad para cambiar de opinión luego y escoger amar a quien ella escogió. Pero Shaula no tenía que ser igual a su madre, solo escoger cuál de sus enseñanzas valía la pena recordar.
No sería enemiga de Jabbah, no si podía escogerlo.
—Te ves hermosa, prima —saludó Shaula.
—¿En serio? Estaba nerviosa, creí que te molestaría que usara tu ropa...
«¿Encima usó mi ropa?».
Shaula respiró profundo, y se calmó.
—No me molesta, la ocasión lo ameritaba. Pero la próxima vez preferiría que lo hablaras antes conmigo.
«Para yo pensarlo y decirte que no», tuvo el impulso de agregar.
—¡Ven! Vamos a sentarnos las otras.
Shaula se dejó arrastrar, pero mientras agregó:
—Me parece perfecto, pero por favor no me tutees. Ya bastante me cuestionan otros como para darles argumentos siendo testigos de cómo me irrespetan mis doncellas en público.
—Oh, lo siento, alteza.
Ambas se sentaron junto a Isamar y Altair, que parecían muy animadas y hasta sonrojadas por la cantidad de vino que habían ingerido en lo que iba del baile.
—¡Princesa! —saludó Altair.
—¿Disfrutando el baile? —indagó Shaula al sentarse.
A lo lejos, vio a sir Volant mirar en su dirección, pero se intentó mantener serena.
No estaba haciendo nada malo, solo socializar con sus damas.
—¿Qué tal tu pareja, Altair? —preguntó Shaula.
—Es evidente que no tiene un interés en mí más allá del baile. Muy triste, pero no me detiene. Trabajaré más en mi proyección para enganchar al que será mi esposo cuando Ara disponga. En cambio, mi hermanita...
—Yo me caso —convino Isamar.
—¡¿Tan rápido ha hecho una propuesta?! —preguntó Shaula tras apurar todo el contenido de una copa y servirse otra enseguida.
—No, no he sido literal. El «me caso» es una expresión, como un veredicto de mí hacia el pretendiente. Me gusta, me caso si hace falta.
—Creí que ya hacía más que gustarte —discutió Shaula con un pronunciado arco en su ceja.
Isamar ni dio indicios de escucharla.
—¿Y tú qué tal, Jabbah?
La susodicha paró de comerse los bocadillos en la mesa el tiempo suficiente para decir:
—¿Sabían que la mujer que tomó el té con nosotras, la esposa noble...?
—¿Lady Dubeh?
—La misma. Se autosuicidó.
Shaula se llevó la mano a la frente, maldiciendo para sus adentros cada hora que había invertido en la educación de su prima.
—El suicidio ya es algo autoinfligido, Jabbah, no existe nada en nuestro vocabulario similar al «autosuicidio».
—Ahh...
—De todos modos, ¿estás segura de lo que dices? ¿No la habrás confundido con la otra, la que tuvo que vender su hija?
—No, alteza. Esa sigue viva. La otra, la que no era madre, fue la que se automató.
—Ay, por el amor a Ara... —Shaula ahogó su perfeccionismo en vino mientras Isamar la miraba con una sonrisita apenas contenida que disimulaba muy mal su burla.
—Pobre mujer —suspiró Altair, la única cuyo tono iba acorde a la sombría noticia—. Que el altar del cielo la reciba, y que los sirios de Canis no logren arrastrarla hacia el lugar de la tortura eterna.
—Ara no perdona el suicidio —discutió Shaula, no por ser cruel, sino práctica. Era la realidad.
—Lo hará, cuando sepa lo que esa mujer vivía. Debe haber excepciones, dadas las circunstancias de cada quien —dijo Altair.
—Creí que no eran creyentes en su familia, lady Merak.
—¿Cómo no serlo? Somos una familia tan devota como cualquiera, aunque cierto es que interpretamos las Sagradas Escrituras de un modo menos... determinante. Creemos en la misericordia y el amor de Ara por sobre el castigo a la falta de fe y el sometimiento obligatorio.
—Qué idílica manera de vivir la fe, deberían enseñármela.
—Yo podría hacerlo —dijo Isamar—, si no me mandara a callar cada que digo algo que para usted es incorrecto.
—Es que tú solo abres la boca con el propósito de provocarme, Isamar Merak.
—Que algo le provoque es un crimen suyo, alteza, y no de ese algo.
—¿Ves? En silencio hasta me agradabas.
—Sí, parece que le agrado más cuando no hay público —culminó Isamar llevando la copa a sus labios.
Shaula abrió sus ojos con desmesura, determinada a estrangular a su doncella en cuanto la oportunidad se le presentara.
—Pero no nos has dicho qué tal te ha ido con tu pareja, Jabbah —retomó Altair como si nada hubiera pasado.
—Oh, el caballero dice estar interesado, pero... —Jabbah retorcía sus dedos, su voz bajando en confidencia a la vez que estudiaba a cada una de las presentes.
—¿Qué? —insistió Shaula con repentino interés.
¿Sería el calor del licor en sus mejillas lo que la volvió tan parlanchina?
—Me dijo que para abdicar y casarse conmigo, antes necesita que le dé una prueba de mi... compromiso.
—¿Qué clase de prueba? —espetó Isamar.
—Algo con mi boca. Si le hago, sabrá que estoy totalmente decidida al comprometer mi reputación con él, y si le gusta, sabrá que soy la indicada para complacerle.
—Huye —zanjaron Isamar y Altair al unísono.
—¡Pero él me gusta!
—Esperen... ¿de qué cosa con la boca hablan? —cuestionó Shaula con sus ojos entornados.
—No lo entiende porque es usted una bebé, princesa —dijo Altair—. Todavía está a unos cuantos meses de su primera temporada como mujer casadera.
—¿Una bebé?
—En temas de intimidad.
—Coito —tradujo Isamar.
—No hay que ser vulgar —regañó su hermana.
—Fui decente, créeme.
—Dejémoslo en «hacer el amor».
—O, en mi caso —agregó Jabbah—, «hacer el amor con la boca».
—Sigo sin entender.
—Quiere que se la chupe, princesa —explicó Isamar sin un ápice d—Quiere que se la chupe, princesa —explicó Isamar sin un ápice de vergüenza.
—¿Que si quiero que me chupes qué cosa?
—¡No! —aclaró Altair mientras Isamar se deshacía en una carcajada—. No era una pregunta, princesa, mi hermana intentaba traducir para usted la petición del caballero a Jabbah.
Isamar se limpiaba las lágrimas de los ojos, e intentaba respirar más allá de la risa, cuando dijo:
—El hombre lo que quiere, básicamente, es que Jabbah le chupe su espada.
—Tengo esperanzas de que... —Jabbah se mordió el labio cohibida—. Tal vez no haga falta que la chupe, con que me la meta a la boca será suficiente, ¿no? Así sabrá que voy en serio.
Altair hizo un gesto de asco.
—Jamás podría hacer algo así, agradezco a Ara que sea un trabajo para las vendidas.
—Un momento... —Shaula desclavó el tenedor de la ensalada de frutas y señaló con el a cada una de sus doncellas—. ¿Lo que le pide el caballero a mi prima no es ilegal, inmoral y transgrede los lineamientos de las Sagradas Escrituras de Ara?
—Tal vez entre los más devotos de los hombres —convino Isamar— pero la verdad es que siempre hay unos que se pasan esos lineamientos por los testículos que quieren que les laman. Entre las castas más bajas, aquellos que ganan apenas lo mínimo, ¿para qué pagar una vendida cuando tienen una esposa a la que pueden pedirle esas cosas?
—Y entre los que tienen diez vendidas, lo mismo —agregó Altair—. ¿Quién los va a denunciar? Si es usted su esposa, princesa, y su esposo le pide una... de esas lamidas, incluso estando consciente de que es un acto innecesario para su misión, que es procrear, ¿qué podría hacer para negarse? Nada. ¿Y quién denunciaría algo así? Mientras seamos mujeres, será al esposo a quien le crean.
—De todos modos, siempre es posible que sea algo mutuo, ¿no? —defendió Jabbah—. ¿Y si lo deseas?
—¿Quién podría desear algo así? —dijo Altair—. No puedo ni pensar en llevarme esa parte de un hombre a la boca.
—¿Ni porque esté limpia? El caballero huele muy bien.
—¡Vomitaría! Dicen que intentan siempre llegar a la garganta.
—Estoy muy perdida... —musitó Shaula con sus ojos desorbitados.
—Mejor así. Esta conversación da asco.
—No del todo —discutió Isamar—. Si me lo propusiera, yo sería feliz de complacer a mi pareja. Ara me dio una boca para algo más que para malgastar palabras. Yo sí tengo curiosidad.
—Discúlpame que hiera tu fantasía —cortó su hermana— pero no sabes lo que dices. Los genitales son horrorosos.
—No todos.
—¿Has visto alguno?
—Me he visto desnuda, sí.
—Lamento ser quien te informe, hermanita, que lo que te llevarás a la boca será un poco distinto a eso.
—¿Cuál es el punto? —dijo Shaula—. Ustedes mismas lo dijeron, no es un acto que ayude a concebir, ¿por qué involucrar tu boca con... genitales?
Isamar carraspeó, llevando un dedo al borde de sus labios, donde casi distraída comenzó a acariciar ante la atenta mirada de su princesa.
—Según lo veo yo, la lengua es más gentil que los dedos... —opinó Isamar alzando una ceja, y aunque su hermana rio de su disparate, Shaula cerró sus piernas para silenciar lo que evocaba esa insinuación.
Debía parar con el vino.
—Nos hemos desviado del tema —dijo Shaula con un carraspeo—. Aquí lo que importa es que Jabbah está en un dilema, estúpido a mi parecer, pues no hay circunstancia en la que deba considerarse dejar a un hombre con tanta ventaja sobre ti para conseguir una propuesta.
—Para usted es fácil decirlo, porque es una princesa. Tendrá propuestas hasta del reino cósmico.
—Difiero —dijo Altair—, yo tampoco soy princesa, ni tengo propuestas de ningún tipo, y sé que esta es una terrible idea.
—Pocas veces estoy de acuerdo con mi hermana, pero tiene razón. No funciona así. Si el hombre quiere proponerse, lo hará sin que le demuestres nada. Poner en riesgo tu virtud es terriblemente peligroso.
—Si manchas tu reputación, te votarán de la corte —le recordó Shaula.
—De acuerdo, de acuerdo... Creo que es momento de que sepan la verdad, confío en ustedes... No es el caballero el que me está pidiendo esto, es algo más poderoso. Mucho más. Pero ya estuvo casado antes, y quiere saber si superaré a su esposa en cuanto a...
—¡Ni se te ocurra! —Shaula se levantó de su silla, inclinando su cuerpo más cerca del de su prima y haciendo señas con sus dedos en la mesa para potenciar cada palabra—. Aléjate de ese hombre, Jabbah. Jamás te hará su esposa, no le creas una maldita palabra. Solo te hará miserable.
—¿De quién hablamos? —preguntó Altair.
Isamar puso los ojos en blanco.
—¿Con quién has visto pasear a Jabbah estos días, hermana?
—No... ¿La mano del rey?
Jabbah se mordió la boca como confirmación.
—Ni se te ocurra —reiteró Shaula.
—Pero...
—Enfócate en el caballero con el que viniste. Eres una doncella preciosa, en una posición envidiable en la corte, con parte de la sangre del escorpión y su apellido. Veo más viable que enamores a ese hombre y abdique por casarse contigo, a que... —Shaula tuvo un escalofrío notorio—. En serio, prima, aléjate de lord Zeta Circinus.
—¿No crees que pueda enamorar a la mano del rey?
—Dijo viable, Jabbah, no probable. O sea que no está hablando de si cree que puedes, sino que simplemente no deberías ni intentarlo —dijo Isamar, a lo que Shaula volteó a verla con sorpresiva gratitud.
—En fin... —Altair intentó, como siempre, salvar la conversación en el momento más tenso.
Shaula le sonrió, aunque ella capaz no lo viera, porque era una aliada ejemplar. Cada una de ellas lo eran. Sus amigas, su sustento emocional de una forma u otra, en la travesía que se había transformado en su batalla más cruda.
Quisiera o no, se había encariñado con las tres, incluso con Jabbah, y solo lo entendió al momento en que temió que sufriera un destino tan horroroso como caer en las garras de lord Circinus.
—¿Todas ustedes ya escogieron el nombre de sus futuros hijos? —preguntó Altair.
—Los nombres los escogen las estrellas —dijo Shaula.
—Son reglas que aplican más a las vendidas, porque nadie se esfuerza en nombrarlas, o en familias muy influyentes donde la tradición se respeta como ley. Pero hay algunos casos donde se puede cambiar esto, o agregar un segundo nombre, o poner el de las estrellas como segundo nombre y darle otro como principal...
—No será mi caso —dijo Shaula, quien estaba totalmente tranquila con la idea de que el cielo dictara el nombre de su descendencia.
—Pero si lo fuera —dijo Isamar con interés—. ¿Qué nombre escogería?
—No sucederá.
—No tiene que suceder. Tal vez ninguna de nosotras escoja el nombre de nuestros hijos, pero es una fantasía infantil soñar con ellos de todos modos.
—¿Cuáles nombres has escogido tú? —preguntó Shaula devolviéndole el mismo nivel de interés.
—Maia si es niña, Hades si es niño. Ahora es su turno.
—Haz tenido una vida para pensar en esos nombres, imagino que cada uno tendrá un por qué, una historia, un trasfondo... yo no puedo escoger uno así como así.
—¡Vamos, princesa! —la animó Altair—. Solo diga uno, no es como si así tuviera que llamarse realmente su hijo.
—Bien, en ese caso... —Shaula lo pensó apenas por un segundo, y en ese instante una sonrisa floreció en sus labios—. Bella, por Bellatrix. No hay un gran motivo, solo me gusta la fonética de ese nombre.
—No era tan difícil, ¿lo ve?
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Nota de autor:
¿Qué piensan de lo que le ha pasado a Leo? ¿Qué veredicto tienen sobre la mano del rey?
Sobre las tres damas, me gustaría saber su opinión sobre cada una de ellas y la conversación que tuvieron todas juntas.
Aún falta un capítulo del maratón, es más probable que lo publique mañana, pero les aseguro que van a leer algo que han estado esperando durante todo el libro. Ojalá les guste tanto como a mí crearlo ♡
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