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4: Vestida de estrellas

Años más tarde

Baham,
desierto de Áragog

En su cumpleaños la princesa vestía constelaciones; entonces el cielo brilló en egoísmo, y las estrellas conspiraron para borrar su sonrisa.

Por consenso su tierra la coronó como la mujer más hermosa que había pisado Baham en al menos cien ciclos lunares.

Las bahamitas eran todas de caderas anchas y piernas largas, a Shaula no le faltaron esos atributos. Pero su cuerpo iba más allá en los estándares de la perfección. Una cintura más estrecha, una amplia curva hacia abajo que imitaba la forma de los violines. Su falda iba justo en el hueso de la cadera, exhibiendo un vientre tan plano como de preciosa su tonalidad.

Era la primera vez que se mostraba así, empezando a exhibirse al renegar de los harapos que antes la cubrían entera.

Era el ritual dados los ciclos lunares que había vivido. Antes debía evitar tentar a los hombres, pues bien es sabido que son de carne débil; ahora, por el contrario, empezaría la misión de provocarlos hasta que alguno quedara tan prendado de ella hasta que casi quisiera darle un imperio como pago por desposarla.

Una de las vendidas acomodaba una delgada tira escarchada a modo de cinturón para adornar su abdomen desnudo, y no podía quitarle los ojos del cuerpo.

—Te mira con adoración —dijo una de las tres amigas de Shaula en la habitación.

Su amistad había empezado por política, Jalas'tar, su abuelo, esperaba de Shaula que le consiguiera una buena relación con algunos clientes ganándose a sus hijas. Pero a esas alturas ya eran inseparables, lo único que sacaba a la princesa del hastío de sus responsabilidades.

Por desgracia, esa iba a ser su último día juntas.

—Es que solo mírala —acotó otra de sus amigas—. No entiendo cómo su cuerpo puede ser tan perfecto si tenemos la misma edad y yo parezco un mondadientes.

Shaula evitó que su risa escalara hasta llegar a más que solo ser un gesto de cortesía hacia el chiste.

—No te mortifiques, Nesta. Yo sangré hace mucho, mi cuerpo desde entonces ha estado cambiando hasta llegar a esto.

—Cuando tengas la mayoría de edad las personas creerán que eres la reencarnación de Ara. No habrá un hombre en el reino que no quiero poner su anillo en tu dedo.

—No solo su anillo en mi dedo, si he entendido bien el tema de la reproducción.

—¡Shaula Scorp Nashira! —exhortó su madre que en una desafortunada coincidencia justo iba entrando a la habitación—. Ustedes, salgan —ordenó la reina a las tres nobles que parecían sombras de su hija.

Una vez abandonaron la habitación, la madre de Shaula se acercó a ella para hablarle con mucha más tranquilidad, pero de un modo en que la princesa entendía que estaba siendo regañada.

—Ya eres una mujer, Shaula. Es escandaloso que tus amigas estén en la misma habitación que tú mientras llevas la boca descubierta.

Shaula suspiró y le hizo un gesto a su vendida con una ceja. La mujer enseguida comprendió la seña y comenzó a ponerle el velo semitransparente con el que envolvería el cabello y sus labios, no sin antes colocar el adorno a mitad de la frente.

—Es mi primer día siendo una mujer, madre. Me disculpo por el descuido.

Su madre se paró detrás de ella y tocó sus hombros, mirándola a través del espejo con una sonrisa serena; mas Shaula veía detrás de aquel gesto, porque ella estaba sintiendo cómo los dedos de su madre se clavaban en su piel por la presión de su agarre.

La reina fingió dar un beso en la sien de su hija para pronunciar sus siguientes palabras ahí, en confidencia.

—Yo te puedo disculpar, Shaula, pero el lugar que nos espera no. No más descuidos, ¿de acuerdo? Hoy se acaba tu margen de error.

Por toda respuesta, Shaula inclinó levemente la cabeza al reflejo de su madre.

La reina observó su aspecto entonces. El típico estilo bahamita de telas entrelazadas seguía estando presente, pero entonces de forma en que solo cubría arriba su busto en una especie de x y dejaba colgar varios retazos de tela a su espalda a modo de capa. Separado, había una amplia falda suelta con bordados de constelaciones.

Las mejores telas. Los mejores bordados. La pedrería más fina y la mano más diestra para la confección. Solo la excelencia para la princesa de los escorpiones.

—¿Lista para dejar todo esto?

—Sí, lo estoy. Ansío conocer a mis hermanos. ¿Algo que deba tener en cuenta?

—Que son hombres.

Shaula entornó sus ojos, el velo haciendo sombra sobre ellos, pero no dijo nada más.

Debido al calor de Baham, iluminaban los interiores con fuego blanco. No era igual de efectivo, pero no quemaba como el tradicional. Parte de ese brillo hizo eco en la tela del rostro de la reina, y fue así como Shaula distinguió cómo se mordía los labios en un gesto nervioso.

—Tú pareces más preocupada que yo, madre. ¿Qué sucede?

—¿Qué sucede? Tú pareces demasiado relajada, Shaula. La corte no es un zoológico. Las bestias no están en jaulas. Si no andamos con cuidado nos devorarán vivas.

Shaula no insistió en discutir. Ella ni siquiera estaba emocionada por el viaje, llevaba todo ese ciclo lunar en un berrinche al saber que la fecha de partida se acercaba. No lo declaró ante los adultos, desde luego, pero una que otra insubordinación dejó caer para manifestar su desacuerdo. No quería dejar a sus amigas. No quería abandonar su vida. ¿Por qué sus hermanos no viajaban para conocerla y no al contrario?

Además, tampoco quería conocer a los hombres de Ara. Los únicos chicos que le interesaban eran los futuros lords de su tierra, esos jóvenes de ojos chispeantes y discursos elocuentes que tenían enamoradas a todas. Si pudiera elegir, habría orquestado su matrimonio con cualquiera de esos desde el día en que intercambió sonrisas con uno.

Ya estaba bastante resentida con la idea de la mudanza, no necesitaba que además su madre le añadiera leña a la hoguera de su enojo.

Esperó a que la conversación se apagara y dejó a su madre marcharse. Entonces quedó a solas con la vendida, y con amargura le ordenó terminar de preparar su maquillaje.

Shaula ya había aprendido a ignorar a las vendidas, incluso teniendo a esa tan cerca de su rostro mientras se encargaba de ahumar sus párpados, ella podía divagar dentro de su mente, soñar con una realidad en la que se le permitía hacer lo que se le antojara.

Era inútil quererlo, desde luego, y aún así no lo podía evitar. Si algo le entusiasmaba del viaje a Ara era la certeza de que llegaría imponiéndose como el escorpión que era. Ansiaba sentirse parte de la monarquía al fin, no solo asumir que lo era mientras se atiborraba de responsabilidades.

En Baham la apreciaban por su belleza, no por su posición. Eso cambiaría en la capital, en la cuna de la corona.

Shaula temblaba por ese momento.

Y entonces... sucedió.

La vendida, como presa de un arrebato inhumano, se lanzó a presionar sus labios sobre los de la princesa. Los separaba la tela, pero era ínfima, casi simbólica. La habían profanado.

La vendida se alejó tapándose la boca y negando repetidamente con la cabeza. Shaula ni había terminado de asimilar la aberración cuando ya la causante estaba llorando de arrepentimiento.

—Lo lamento, alteza, me dejé llevar...

Shaula le dedicó una mirada a la mujer que lloraba, pero seguía atónita. Jamás habían estado cerca de besarla, sus flancos siempre iban cubiertos por preparadoras, guardias y chaperones. Y solo en la intimidad de su habitación se sentía cómoda y libre de ese peligro, porque siempre había estado rodeada de mujeres.

Y resultó ser una quien cometiera el delito de adelantarse a lo que por derecho pertenecería a su esposo.

«Me ha deshonrado», entendió Shaula entrando en pánico. Sabía que si alguien se enteraba pondrían en duda su virtud y todo lo que se esperaba de su futuro podría echarlo a la cima de los médanos y dejar que la arena se lo llevara.

Shaula se puso de pie, sus ojos incapaces de mantenerse en un punto fijo.

—Espera aquí —le dijo Shaula.

—¡Alteza, no! —gritó la vendida apenas vio a Shaula encaminarse a la puerta—. Se lo ruego. No volverá a pasar, jamás. Me alejaré de usted. Iré al templo hasta borrar esta...

—¿Borrar? ¡Jamás podrás borrar lo que me has hecho! Tus pecados no me conciernen, pero arrastrarme a ellos...

Shaula se tapó la boca sintiendo la bilis escalar a su garganta. De pronto sentía asco hasta de sí misma.

Salió corriendo de esa habitación sintiendo que si se quedaba un segundo más vomitaría.

Llegó más tarde con su madre a su espalda.

—Es ella —dijo señalando.

—Shaula... Creo que deberíamos pensar esto.

—¿Qué hay que pensar? —preguntó la princesa confundida.

—Este crimen podría pagarlo con su vida. No debemos condenarla por un instante en el que ha errado. Me dijiste que fueron dos segundos, ni siquiera te tocó realmente. No dejes que una mala decisión acabe con su posibilidad de redimirse.

Entonces Shaula arqueó una de sus cejas, cruzando sus brazos mientras desafiaba a su madre con sus propias palabras.

—¿No dijiste que hasta aquí llegaba mi margen de error? ¿Por qué debería yo concederle a ella uno más amplio?

—Shaula, si alguien se entera de esto pondrán en duda tu virtud y tu... cordura. No importa cómo haya ocurrido, dirán que tú lo provocaste. Así funciona esto. No es paranoico pensar que allá afuera todos están sentados esperando una oportunidad a la que aferrarse para hacerte caer.

—Solo argumentas mi veredicto, madre. Hay que silenciar al único testigo.

—No lo entiendes... Si ella muere por este crimen, ¿podrías tú dormir tranquila?

Entonces Shaula frunció el ceño, obstinada de ser tratada como una mujer y no como un escorpión.

—Soy Shaula Scorp, pertenezco a esta monarquía tanto como tú, tal vez más. No busco paz en mi lecho, esa la obtendré cuando sepa que me he ganado el respeto y el temor que mis hermanos dan por hecho. Si no puedo ejecutar una simple sentencia, más vale que renuncie de una vez al apellido.

Su madre asintió, claramente encolerizada dentro de su desacuerdo, pero Shaula estaba lejos de su alcance en esa etapa de rebeldía adolescente, y no había mucho que ella pudiera hacer al respecto más que admitir que no congeniaban y dejarla correr.

~🌞💛🌞~

En su primer cumpleaños, cada bahamita pasa por el ritual de las ashiira —o serpientes en lengua áraga—. Se les deja cerca de un manojo de estos animales, y si alguno se le acerca y crean una afinidad, la tradición dicta que debe adoptarlo.

Normalmente, las serpientes se acercan de una forma dócil, fácil de controlar. Por ello se presentan como opciones ashiiras que hayan sido domesticadas con anterioridad.

Pero no fue así con Shaula. A la princesa se acercó una bestia viperina, de largos colmillos venenosos que había permanecido en amplio adormecimiento durante su cautiverio, pero al ser presentada ante Shaula se destapó embravecida.

Cuando los demás intentaron detener el atentado, la bebé se interpuso permitiendo que el animal escalara por sus brazos y se enrollara en su cuello. A partir de ahí, nadie pudo acercárseles, pues la ashiira siseaba a cualquier movimiento como si tuviera amenazada a la pequeña princesa.

Se hicieron inseparables. Shaula adoptó a la serpiente y a dos más a medida que fue creciendo. Vivía en un amor tóxico con la primera —a la que llamó Dibu— con la que siempre se peleaba, pero parecía un reflejo de su propio cosmo tan indómito.

En el festejo de su cumpleaños, Shaula bailó la danza tradicional con sus ashiiras, menos con Dibu, porque era así de testaruda y no quiso cooperar, pero tampoco permitió que la sacaran del escenario y amenazó a todo el que se acercó a intentarlo.

Luego del baile se sentó para que su abuelo Jalas'tar Nashira —el mercader a cargo de Baham— le cambiara las sandalias bajas por el tacón alto.

Al disminuir el auge de la ceremonia estaba tan agotada como renovada en su vitalidad. Era un ideal de adoración en su tierra, las mujeres envidiaban su belleza como los hombres la idolatraban; su baile de vientre fue festejado con vítores y el nivel de obsequios y correspondencia firmada que acarreó batió el récord que había marcado la mitológica Athara en las leyendas.

Todos querían acercarse a hablarle o a pedirle un baile, pero ella era intocable, guardada para el futuro que le esperaba en Ara lejos de sus amigas, tradiciones y sus inseparables ashiiras.

Se aprovechó de la libertad de movimiento que le daba el festejo para ir hacia su abuelo que estaba en un trono abanicado por sus vendidas mientras otras dos lo alimentaban directamente a la boca.

Con la privacidad que le confería estar junto a Jalas'tar Nashira, le dijo:

—¿Está resuelto?

—Lo está, quédate tranquila —le respondió invitando a su nieta que se sentara junto a él.

—¿Crees que tomé la decisión adecuada?

—Creo que tomaste la decisión que tú creíste adecuada.

—¿Y me equivoqué?

—Yo no puedo decirte eso, solo tú. ¿Cómo te sientes con lo que es hecho?

Shaula se encogió de hombros con genuina indiferencia.

—No significa diferencia para mí, tal vez algo de alivio al saber que me he deshecho de un posible escándalo.

—Si eso es lo que te provoca tu decisión, entonces ha sido la correcta.

—Sí, pero, ¿qué habrías hecho tú? —insistió Shaula mirando a su abuelo a los ojos para no perderse su lenguaje visual.

—Yo soy Jalas'tar Nashira, yo puedo hacer lo que me plazca.

—¿Y lo que te place es...?

Jalas'tar no suprimió su risa y le concedió la victoria a su nieta.

—Habría hecho que la mutilaran públicamente. ¿Dices que fue un beso? Mínimo le habría hecho coser la boca. Y la dejaría vivir con eso.

—Mi madre quería que lo dejara pasar. Está molesta con mi decisión.

—Ha sido tuya, tú eres quien debe cargar con las consecuencias, no ella. Déjala.

Un bufido bajo fue amortiguado por la tela que ahora cubría los labios de Shaula. Era un gesto que no podía permitirse de estar en presencia de su madre o la preparadora.

—Aquí, tal vez —contestó la princesa—, porque te tengo a ti, pero cuando esté en Ara dudo que me deje cargar con las consecuencias de nada, querrá decidir todo ella.

—Es tu madre.

—Por favor, sabes cuáles son sus tendencias.

—Recuérdamelas.

—Hacer todo lo contrario a lo que harías tú.

Jalas'tar se encogió de hombros antes de responder:

—Y tú eres una niña.

—¿Lo soy? ¿No se supone que voy a casarme en dos años? ¿No soy la princesa de Áragog, parte de una dinastía indestructible?

—A tu punto, hija de Canis.

—No puedes permitir que mi madre decida por mí, me va a limitar.

—Un engendro del mal como tú tal vez necesite ser limitado.

Shaula arqueó una de sus cejas ante sus palabras.

—Reformula, pero ahora intenta convencerte a ti primero —discutió ella.

—En Ara tendrás a tu adorado padre con el que tanto intentas ponerme celoso.

—Padre que está locamente enamorado de mi madre.

—Al igual que yo amo a mi hija.

—¿Debo repetir lo que dije antes sobre reformular?

—Shaula, respeta a tu madre.

Shaula cerró los ojos y respiró hondo. No estaba consiguiendo lo que buscaba, así que se detuvo a meditar sus pensamientos hasta decidir un nuevo plan de acción.

—De acuerdo —retomó—. No lo hagas por mí, hazlo por Baham.

—Por Baham.

—Si la mentalidad de mi madre es tan opuesta a la tuya, ¿cómo esperas que tome las decisiones adecuadas en cuanto a lo que es provechoso para nuestra tierra?

—Confío en Lesath.

—En ese caso quitamos el teatro de que tenemos un embajador de Baham en Ara y dejamos que el rey tome todas las decisiones de una vez, ¿no?

—¿Nadie te ha dicho que cuides la lengua, jovencita?

—¿Tengo razón o no la tengo?

Jalas'tar suspiró derrotado y alejó con su mano a las vendidas mientras se acomodaba en su cómodo asiento.

—Escucha —le dijo a su nieta—, si consigues una manera de decirle esto a tu madre sin que me amargue lo que me queda de vida, tú ganas. Te irás de aquí siendo la embajadora de Baham, llegarás a Ara en representación de los Nashira en lugar de tu madre. ¿Satisfecha?

—Te amo, te amo, te amo —dijo ella abrazando a su abuelo que rápidamente la empujó.

—El traje, ingrata. Además, no festejes tan pronto. Te falta enfrentar a la víbora.

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Nota de autora:

Cuéntenme, ¿qué les pareció este capítulo?

¿Qué piensan de la reina hasta ahora?

¿Qué piensan de Jalas'tar en esta breve participación? No se sabe mucho de él en los demás libros así que me da curiosidad saber qué percepción tienen de este hombre.

También díganme qué les parece la princesa a esta edad, qué piensan de las decisiones que ha tomado

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