26
Seis y media, Haerin está frente a la puerta de Kim Minji y cree que un ataque cardíaco la matará en ese mismo instante.
Vamos, Haerin, tú puedes, se dijo, ahogando un grito mientras tocaba el timbre.
Minji apareció con un peto deportivo negro, una coleta, algo sudada y con la respiración agitada.
La boca de Haerin se abrió sola. ¡Qué sexy se veía, por todos los santos!
—Cierra la boca, pareces tonta —Minji habló seria, moviéndose para que pasara.
Haerin asintió avergonzada, murmurando un "lo siento" bajito. ¿Por qué tenía que exponerse así? Era una tonta.
—H-hola, permiso —dijo, entrando a la casa.
—Acabo de terminar de entrenar y tengo que ducharme. Espérame aquí —avisó sin mucho interés, apuntando a la sala.
—Oh, está bien —respondió, caminando y quedando en la mitad del lugar.
—No es necesario que te quedes parada, hay dos sillones, ¿no ves?
Kang, con las mejillas ardiendo, pidió disculpas otra vez (no sabe por qué) y le hizo caso, sentándose con timidez y con las piernas juntas.
—No me demoraré mucho, si quieres...
Sus palabras se vieron interrumpidas cuando de pronto una pelinegra de no más de veintitantos años apareció desde la cocina.
—Ya me voy, Min. Nos vemos mañana
Bella. Esa era la maldita palabra que describía a la chica que acaba de salir de las sombras en el mismo estado que Minji, sudada, respiración agitada, ojos somnolientos...
Oh por Dios.
¿Ustedes son de las personas que cuando tienen celos le piden a su pareja -o lo que sea que fueran- que deje de seguir a cierta chica? Bueno, Haerin no era de esas. Era de las que se le revolvía el estómago, le daban ganas de vomitar y los desmayos se burlaban de ella con frecuencia.
Se iba a volver loca. Pero no loca de volverse agresiva, loca de largarse a llorar como si Minji fuese su prometida y la acabara de engañar con su mejor amiga.
Bien, tampoco tanto, pero por dentro sus órganos parecían incendiarse mientras fingía no mirar a esa alta y guapísima muchacha que ahora estaba parada en la entrada de la residencia Kim.
—Sí, nos vemos, gracias por hoy —Minji se removió incómoda, esperando que la sudorosa pelinegra cerrara la puerta. Cuando así lo hizo, volteó hacia Haerin—. Vuelvo en un rato.
Y sin más, escapó hacia el segundo piso.
Haerin, cuando supo que estuvo sola, gritó en silencio, y no sabe cómo le funcionó. Noooooooo, si Minji tenía novia o similar, estaba destruida. Es decir, no era taaaan ilusa, sabía que Minji jamás la buscaría para una relación seria... pero tal vez...
Tal vez sí para besos en su biblioteca, y aunque no fuera mucho, a ella le bastaba.
¿Pero y si comenzaba a salir con alguien? Hae acabaría con el corazón destrozado.
Se acomodó en el sofá, intentando calmarse.
Estaba haciendo el ridículo, se dijo, agarrando su móvil y buscando los chats con sus amigas para despejarse un momento, al menos, hasta que Kim volviese. Eso pasó quince minutos después, la mayor tenía un buzo gris y una playera negra algo ajustada. Se veía hermosa, y más con esos brazos desnudos. Haerin le impresionaban sus músculos.
—¿Trajiste tus cosas?
—Oh, sí, sí —Haerin sacó entremedio de sus piernas la mochila donde metió los materiales de arte para acabar el retrato.
—Bien, trabajaremos acá mismo, no quiero que mi pieza se ensucie.
Ella asintió, hubiese sido genial conocer el cuarto de su crush, pero tampoco creyó que pasaría, así que no fue una gran decepción.
Kim movió la mesa del centro, colocando dos sillas, una enfrente de la otra. También trajo otra mesa más pequeña para colocar los materiales de las dos.
—¿Quieres partir tú?
Haerin no escuchó la pregunta, demasiado metida en su mundo, sin dejar de preguntarse quién era esa mujer de antes. Estaba sentada con la vista fija en el suelo, pareciendo un gatito atropellado. Si Minji comenzaba a salir con la misteriosa pelinegra, Haerin se cambiaría de escuela, no había otra opción.
—Hey —Min se acercó, pasando sus manos enfrente de sus ojos y recién allí despertó—, te estaba hablando.
—¡P-perdón! Estaba algo distraída, yo...
—Lo noté —bufó—. Te pregunté si querías partir tú con el retrato.
—Sí, está bien, g-gracias —triste, asintió y se fue a sentar a la silla que tenía la mesita a un lado.
Minji sabía que algo le pasaba, pues la carita de pena que traía era estúpidamente visible, aunque Hae creyera que lo estaba haciendo pasar desapercibido.
Y Kim Minji no era tonta.
Cuando su "personal trainer" (su prima más grande que la estaba ayudando hace unas semanas para ganar musculatura) apareció en el comedor, vio el momento exacto en que las cejas de la niñita se fruncieron y apretó los labios como si estuviera evitando llorar.
Es decir, si Haerin gustaba de ella (como confirmó en esa fiesta) y veía a una muy guapa chica salir toda sudada al igual que ella, por supuesto que se pondría celosa, y aunque al inicio le pareció ridículo y quiso decirle que dejara de actuar como una mimada, pues no tenía el derecho de estar celosa o triste, ahora solo rodó los ojos ante la empatía que se removía en su pecho.
No le importaba Haerin, se decía, pero tampoco quería que creyera cosas que no eran.
—Era mi prima.
—¿Mmh? —Hae sacó la vista del atril y la observó por un lado de este.
Las sillas no estaban muy separadas, pues Haerin debía ver con claridad su rostro para dibujarla.
—La chica de antes —recordó, aguantándose las ganas de rodar los ojos—, es mi prima. Estudia deporte y me ayuda con el entrenamiento.
Haerin entreabrió la boca, asintiendo lento. Se ocultó detrás del atril nuevamente, agarrando un carboncillo mientras sonreía en grande.
Primero, fue un alivio saber que la hermosa pelinegra era nada más que una pariente de su Minji, y lo segundo, que probablemente fue lo mejor, la azabache le estaba dando explicaciones que ni siquiera había pedido.
La siguiente media hora fue de una aburrida Min posando, sin una expresión en particular, y de una castaña creando un retrato realmente bonito. Tenía las manos sucias con el grafito, y ya estaba en su último paso, borrando un par de partes para crear las luces en su obra de arte.
—He... terminado —anunció luego, asomando su cara para hacerle una seña.
La mayor se quedó congelada unos segundos. Todo ese tiempo no le prestó atención a Haerin y sus ojos se posaban en cualquier cosa, intentando que el aburrimiento no la asesinara. Pero ahora, cuando la más joven salió de su escondite y la miró a los ojos, gatunos y brillantes, el estómago se le revolvió.
Haerin tenía el pelo amarrado en una cola, con cabellos saliendo por los costados, dándole un look más desordenado pero sin dejar de verse preciosa. Sus orejas quedaron sin algo que las cubriera y Minji notó que eran adorablemente más grandes de lo esperado, y la mejor parte: su rostro tenía pequeñas manchas de grafito, pareciendo una artista en su más fiel imagen.
Algo hechizada, se levantó de su puesto y se posicionó delante de Haerin, parpadeando seguido cuando la niña se sonrojó, pues no había dejado de observarla. Minji también sintió sus mofletes un tanto calientes, así que frunció los labios y giró la cabeza, dando con el lienzo donde trabajó la menor. Su boca quedó abierta, sorprendida del talento. Era como ver una fotografía en blanco y negro.
—Wow... No sabía que tenías talento —habló sin pensar.
Hae bajó la vista a su regazo, jugando con sus dedos. Realmente agradeció el ¿alago? o lo que sea que fuera lo que le dijo, pues de verdad se esforzó en su trabajo.
Quizá fue eso, la admiración que sintió hacia el talento de Haerin, o tal vez fue lo linda que se veía en esos instantes, Minji no está segura, pero las repentinas ganas de acercarse hacia la más baja hicieron que posara nuevamente su mirada en ella y estirara una mano hasta agarrarle el mentón, obligándola a conectar miradas.
Para qué mentir, Haerin esperaba que le robara un beso, oh por Dios, soñaba que lo hiciera, pero Kim se limitó a pasar sus dedos por su piel, como si de una caricia se tratara.
—Tenías manchado —avisó, aclarando su garganta.
Y para qué mentir -otra vez-, Minji sintió todas las ganas de agacharse y comerle la boca a esa tarada, pero luchó por su tonto deseo y se alejó.
La vez pasada que se lanzó a atacarle los labios fue porque estaba ebria y recién descubría que Haerin gustaba de ella, cosa que de alguna manera le hizo hincharse de orgullo, pero ahora no tenía ni una gota de alcohol en su sistema y no haría nada con esa muda chiquilla.
El silencio incómodo que se produjo entre ambas se prolongó un largo tiempo y luego de haber cambiado de posiciones (ahora Minji estaba sentada frente al atril y Hae siendo su musa), pasó al rededor de una hora hasta que Kim soltara un soplido cansador, viendo su pintura con una mueca.
Aún le faltaba pintar bastantes partes, sin mencionar los detalles, pero no estaba quedando muy bonito. No era como la obra de Haerin.
Se levantó de la silla, estirando su espalda bajo la atenta mirada de la otra.
—Me cansé, ¿nos tomamos un descanso?
Haerin asintió, y no supo qué hacer cuando Minji comenzó a irse.
¿Planeaba dejarla sola en su sala hasta recuperar energías? No le sorprendería si fuese así.
—¿Qué esperas? Sígueme, Kang —bufó como si fuera una obviedad y Hae solo se limitó a pedir perdón y seguirla hasta la cocina—. ¿Quieres algo? Creo que hay limonada —ofreció, no muy dulce, abriendo el refrigerador.
—N-no, gracias, Minji.
—Unnie —Haerin la miró con confusión mientras ella alzaba una ceja—. Minji unnie.
—¡Oh, se me olvidó! Lo lamento, Minji unnie... —intentó sonreír, incómoda.
Kim solo asintió, caminando hacia el ventanal que tenía la cocina.
¿Debería seguirla?
—Vamos, Kang, acompáñame.
La nombrada se apresó en caminar, sin preguntar nada pero sintiendo curiosidad mientras Minji abría el ventanal y salía. Se sentó en una reposera, dándole una mirada a Haerin para que tomara asiento a su lado. Todavía algo perdida, hizo caso y se apoyó en un borde, contraria a Minji que se había recostado.
Quiso preguntar qué hacían allí, pero en unos segundos Minji contestó su pregunta mientras sacaba de su bolsillo una cajetilla de cigarros y acomodaba el cenicero a su lado.
Hae se sorprendió, no sabía que su unnie fumaba. Es decir, hace unas horas estaba haciendo ejercicio por lo que le dijo. De todas formas, y aunque su pecho se oprimió pues no le gustaba la idea de que Minji fumara, no pudo evitar encontrar ridículamente atractivo el gesto cuando encendió el cigarrillo y aspiró el humo.
Bajó la vista, sonrojada.
—¿Quieres? —ofreció con una sonrisa malvada. Sabía que Haerin era muy inocente como para fumar.
La castaña negó.
—Estoy bien, gracias.
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