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Capítulo 39

Mis manos paseaban lentamente por las notas. Ice Dance seguía su curso al igual que la música que sonaba en mis oídos. Cielos... Como añoraba que esa música fuera escuchada por quien de verdad debería ser escuchada... Necesitaba que él estuviera allí, que me dejara ver su rostro impasible. Sin embargo, si os contara lo que sentía, puede que no me creáis. Estaba allí, no sabía como, pero le sentía. El sentimiento de nostalgia se adueñó de mí en profundidad, y no fui capaz de retener una lágrima.

-Gabriel...- susurré sin escucharme a mí mismo.

Había pasado un mes y medio, un mes de dolor y sufrimiento. Pero aprendí tanto... Aprendí algo que en cualquier momento nunca hubiera aprendido en mi vida. Aunque al principio creía que volvería, sabía que me auto engañaba. Gabriel había formado y formaría parte de mí vida para siempre. Pero... Las casualidades existen. Yo nunca he creído en el destino, y haber creído que lo que le había ocurrido a Gabi había sido por ello, me hubiera hecho renunciar a todo. Era igual de injusto, pero al haber sido una casualidad como muchas otras me hizo pensar: «Si no hubiera sido a él, le hubiera ocurrido a cualquiera, ahora mismo, otras personas estarían sufriendo mi dolor.» Pero, como todo humano, se es egoísta, y se piensa que hubiera deseado que le hubiera ocurrido a otro. Sin embargo, eso me hacía sentir mal. Claro que me hacía sentir mal. Le había ocurrido a él al fin y al cabo, no le hubiera ocurrido a otro. Le hubiera o no ocurrido a él, punto.

Había empezado a leer su diario, lo leía cuando me sentía con fuerzas para hacerlo a sabiendas de que lo pasaría mal. Y luego, no tenía más remedio que derrumbarme. No había vuelto al cementerio desde ese día. A pesar de que fui lo bastante fuerte para estar allí y hablar e intentar decir lo que sentía, cuando volví a casa no recuerdo que ocurrió. Me metí en la cama y lloré sin cesar, quedándome con la garganta dolorida y la voz ronca.

Ese día iba a volver, tenía que hacerlo. A pesar de que hablaba al vacío con la esperanza de que me escuchase, ese lugar era distinto. Cuando le hablaba, normalmente lo hacía en mi habitación, mientras cogía sus cosas, o cuando sentía que podía tocar el piano. Pero aquel lugar... Era el único lugar que quedaba. Donde todos nos intentábamos deshaogar al fin y al cabo. Sólo había estado allí una vez, pero con esa vez... Sentí que estaba más cerca mía. No sé lo que fue, quizás sólo fuera mi imaginación. No era lo mismo que cuando le sentía en mi habitación, o en el entrenamiento.

-Señorito Riccardo, tiene visita- dijo Suzette cruzando la puerta de mi habitación, por suerte me quité los cascos a tiempo de oirla-. Su uniforme está preparado, y sus amigos le esperan en la entrada. ¿Quiere que le ayude a prepararse?

-No, Suzette, puedo hacerlo solo- le sonreí con fuerza-. Y, por favor, no me trates con tantas formalidades, mis padres no están.

-Oh, pero no puedo hacer eso, señorito Riccardo.

-Sí, puedes- le dije con otra sonrisa.

***

Me reuní con Arion y con Victor en la entrada de casa. Ambos iban juntos vestidos también con el uniforme del Raimon. Venían conmigo al instituto, querían ver mi graduación y la de los otros chicos de tercero del club de fútbol. Al llegar abajo, les sonreí y asentí antes de que saliéramos de camino al cementerio.

¿Quiénes eran ellos sino los mejores amigos que se puedan imaginar? Estaban ahí, y con eso bastaba. Sé que Sol también me brindaba su apoyo, pero a él creo que le resultaba muy difícil hablar de una muerte tras una enfermedad. Víctor y Arion eran un apoyo que, aunque me negaba a tenerlo, estaba ahí. Ese apoyo me ayudaba a pensar que valía la pena seguir intentando buscarme a mí mismo y cumplir mi promesa. Víctor era fuerte, sostenía su propio dolor, el de Arion, y el mío. Arion no lo llevaba muy bien, para nada bien. Arion se mostraba tan carismático y sencillo como siempre había sido. Pero estaba destrozado. No podía contenerse a llorar cuando hablábamos de Gabi, o cuando algo nos recordaba a él.

Faltaban dos horas para la graduación, y yo necesitaba ir allí. Llevaba el diario entre los brazos, y también el dolor en el pecho. Pero tenía que graduarme. O eso, o morir en mi habitación lentamente. No quería seguir causando más dolor a nadie.

-Arion, creo que tienes...

Miré a los chicos, Víctor acercó una mano a la mejilla de Arion y pasó el pulgar quitándole una mancha o algo.

-G-gracias- dijo Arion en voz alta como solía hacer cuando estaba nervioso. Un rubor había cubierto sus mejillas levemente.

-De nada, no des las gracias todo el rato.

Sintieron mi mirada clavada en ellos, y vieron en mis ojos la nostalgia. ¿Me creéis si os digo que no me identifiqué con ellos al verles tan juntos...? Pues sí, sí que lo hice. Casi pude vernos a Gabi y a mí, caminando bajo la luz del sol en un día de verano, para lo que hubiera sido nuestra futura graduación.

-L-lo siento, Riccardo- dijo Arion mientras se agachaba en mitad de la calle-. No he pensado en nada, no...

-Arion- le dije con una sonrisa-. No tienes que pedirme perdón por nada. Me... me hace feliz el ver que os lleváis tan bien- dije imitando la voz que Víctor solía usar cuando sospechaba que Gabi y yo estábamos juntos.

Éste me miró con sorpresa abriendo los ojos como platos.

-No es lo que parece- dijo el chico del pelo azul con un timbre de voz nervioso mientras aceleraba el paso.

-Sí, es lo que parece- me reí.

Me reí. Me había reído. Acababa de reírme con mis amigos, hacía... una eternidad que no me reía con nadie. Y luego seguí sonriendo. Mi rostro cambió cuando entramos en el cementerio, mientras cruzaba con el pié las puertas.

-Riccardo... Yo...- Arion bajó la mirada, apenado.

Me acerqué a él con una sonrisa y le puse la mano en el hombro.

-Quédate aquí si crees que no puedes hacerlo, sabes que no tienes ninguna obligación, Arion.

-Gracias, Riccardo.

-Víctor, no hace falta que vengas tú tampoco. No quiero que os sintáis tristes.

Víctor miró a Arion, y le pudo más el dolor de "su querido" centrocampista. Entendí al instante que hubiera hecho cualquier cosa por evitar que Arion llorase de nuevo. Me asintió y se acercó a su lado.

Yo entré a buscar a Gabi. Había estado allí dos veces, sólo dos veces, y me dolía cada paso, cada exhalación en ese lugar. Llevaba una rosa en la mano, igual que la última vez. Cuando me agaché delante de la lápida, no pude evitar cerrar los ojos con fuerza para evitar llorar.

-Quizás sea estúpido- susurré-. Pero Gabi, estoy volviendo. Estoy volviendo poco a poco, lo noto. Puede que la promesa no la esté cumpliendo como debería, quizás esté dando muchos rodeos, pero... es que me cuesta tanto ser yo mismo sin ti...- se me quebró la voz pero aún así seguí hablando- Tú siempre has estado ahí, y me he sentido mal cuando hemos estado separados. Y ahora, es permanente, estamos separados, Gabi, y me duele. Mucho. Necesitaría dejarlo todo en este instante, no me arrepentiría de nada, querría estar contigo de nuevo de cualquier modo- sonreí y luego alcé la vista al cielo azul-. Pero, ¿sabes? Hacerlo sólo sería seguir incumpliendo promesas. Ambos nos necesitamos, pero... tú me hiciste prometer que seguiría sin ti. Y ¿recuerdas el día de la torre Eiffel? Me ataste un hilo rojo al meñique y tú te ataste otro al tuyo. Me dijiste que ese hilo rojo era eterno.

Sonreí tristemente al recordar que fueron unos minutos después cuando me susurró al oído lo que quería por haber perdido la apuesta en Hokkaido. El día que me quedé dormido sin haberle despertado.

-Y aquí lo tengo- seguí diciendo, y lo saqué de entre las primeras páginas del diario-. Gabi, gracias. Has hecho todo lo que ha estado en tu mano para hacer que me encuentre a mí mismo. Y en este diario, lo estoy encontrando, estoy volviendo a ser ese miedica llorón y medio tonto de siempre. Estoy volviendo a tocar música por necesidad, soy capaz de hablar con la gente, puedo... sonreír. Y... es hora de que cumpla las promesas, amor, por ti y sólo por ti. Te prometí que te diría de qué color es el viento. Te dije que volvería a ser yo mismo. Te prometo- posé la rosa en el verde césped- que cada vez que vuelva me pareceré más a mí. Te prometo que te diré de qué color es el viento. Pero ahora me voy a la graduación, volveré y te mostraré que puedo cumplir mis promesas, de verdad. Vendré para que no seas tú el que tenga que buscarme todo el tiempo. Te quiero, Gabriel.

***
Bueno pues... llegó el momento final... Tras esto... El epílogo. Espero que os guste, no dudéis en dejar todos los comentarios que queráis en este cap y en el epílogo.

Gracias a todos por leer, tengo ganas de llorar... y pensar que hace nada empecé a subir...

En el epílogo he colocado una imagen, cuando lo leáis entenderéis su significado. Se despide la autora una vez más;

Marie~

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