Capítulo 35: Parte 1
Jadeaba. Corría. Me tropezaba. No pensaba.
Mi respiración era lo único que escuchaba, en sintonía con mis latidos mientras aceleraba el paso lo más que podía hacia el hospital. ¿¡Por qué demonios había tenido que dejarle solo!? ¿¡No era yo el que estaba preocupado ese día porque no le veía bien!? ¿¡En qué pensaba cuando me fui!? Sólo quería gritar, maldecirme como Gabi me había enseñado a hacer con el instituto. Quería que fuera una de mis pesadillas, de esas que podía intentar olvidar.
Subía las escaleras con desesperación y buscaba por el pasillo a la persona que me había llamado. La madre de Gabriel se encontraba sentada, con el rostro entre las manos, y el padre casi igual, pero miraba al doctor de frente con los ojos a punto de desbordarse.
No...
No se podía haber ido aún...
-¡Doctor!- dije corriendo hacia ellos.
-Tranquilo, chico- me puso una mano en el hombro.
-No... Señora Garcia, ¿qué es lo que ocurre?
No había podido escuchar qué había pasado porque cuando dijo a través de la línea: «Tienes que venir al hospital», tiré el móvil lejos de mí y salí corriendo.
-Riccardo... Dicen que... D-dicen- estalló en sollozos y no pudo seguir hablando.
Caí de rodillas al suelo y el sentido se fue, al igual que mi cordura. No, no podía haber llegado ese momento, Gabi no podía irse, no podía dejarme solo. ¿Qué haría yo ahora? Mi vida no tenía sentido sin el azul que la cubría, sin la sonrisa de mi chico de cabellos rosados. Sin él... ¿¡Qué se supone que iba a hacer!?
-Lo siento- dijo el doctor-. Me ha pedido expresamente que contacte con vuestros compañeros, quiere hablar con ellos.
-¿No quiere que entre aún?
-No hasta que haya hablado con ellos y con sus padres. Es lo que quiere.
Me encogí y me senté contra la pared abrazándome las rodillas. Los chicos pronto llegarían, y por alguna razón quería hablar con ellos primero antes que conmigo y con sus padres. El momento temido estaba llegando, y con ese momento, el fin de la vida de la persona que más amaba en el mundo. Se estaba llevando lentamente consigo mi alma, si se iba... Yo me estaba rompiendo aún sabiendo que estaba despierto tras una puerta de una de esas habitaciones. Necesitaba hablar con él. Ya. Sin embargo, lo que quería él era hablar con los chicos.
No sé cuanto tiempo pasó hasta que los padres de Gabi salieron y se fueron a la sala de espera que estaba al otro lado. Quizás Gabi hizo que se fueran lejos. No sé si fueron segundos u horas hasta que oí mi nombre en la voz de alguien familiar.
-Riccardo- decía Arion mientras pasaba una mano delante de mis ojos.
-¿Si...?- pestañeé y alcé la vista para ver a todo el equipo.
-Pareces perdido... Nos han dicho que Gabi quería hablar con nosotros. ¿No vienes?
-Yo... Entraré luego- susurré.
Estaban todos los chicos, incluso los que se habían graduado en año anterior. Gabi había conseguido que el doctor contactase con todos.
-No me esperaba ver a Gabi lesionado así nunca- dijo Sanguk.
Aprecié las miradas que se echaron Sol y Víctor al entender la situación. Luego me miraron a mí con la pregunta en los ojos y yo... Me encogí de hombros mientras evitaba que se me escapasen las lágrimas. Entraron en la habitación y poco después llegó el entrenador Evans. Para mi sorpresa, se sentó a mi lado y no dijo palabra alguna durante unos minutos eternos.
-Entrenador.
-¿Si?- se volvió y me miró.
-No sé qué..., no sé qué hacer. Todo esto es...
-¿Una pesadilla?
-Sí, y no sé como afrontarla. Esta vez es real, Gabi se va y yo no puedo hacer nada- dije con voz quebrada.
-Es cierto que no puedes hacer nada, pero piénsalo- se levantó y se dirigió a la puerta-. ¿Qué es lo que él quiere?
¿Qué era lo que él quería? Quería tantas cosas y a la vez tan poco. Y en ese momento, quería que esperarse, quería hablar conmigo después de todos. Necesitaba pensar que aún tenía tiempo para aclarar las cosas. ¿Pero qué podía aclarar en esos momentos?
-Sí, se ve que está bastante bien- decía Adè mientras salía.
-Nunca había visto a Gabi con el pelo así- murmuraba Aitor.
-Pues yo estoy preocupado- le decía el capitán a los chicos.
-Venga, creo que es hora de que dejemos a Riccardo entrar ¿no?- el entrenador Evans se hizo a un lado para que todos salieran y me miró hasta que fui capaz de levantarme y de acercarme hasta la puerta.
Cuando entré en la habitación cerré la puerta a mi espalda, y luego alcé la vista. Estaba iluminada con una luz cálida de una tarde casi veraniega, los rayos del sol ya se colaban por la ventana, yendo hacia el oeste para esconderse con el transcurso del día que quedaba. Unos pitidos resonaban en la habitación, pitidos que contaban hacia atrás los latidos de la persona que se encontraba recostado en la cama de hospital.
-Riccardo.
Su sonrisa era tan resplandeciente, tan rosa, tan... Feliz. Había pronunciado mi nombre como si esa sola palabra pudiera arreglar todos los problemas que se nos estaban echando encima. Un vistazo a su rostro me hizo abrir los ojos sorprendido. ¿Dónde estaba su larga melena? ¿Por qué le llegaba el pelo hasta el mentón?
Cuando le vi con tantos aparatos y cosas alrededor los ojos empezaron a arderme. Tenía que recuperarse como había hecho las otras veces. El doctor se equivocaba, hubiera dicho lo que hubiera dicho, era mentira. Mi azul estaba acostado en esa cama y nada en él había cambiado, era mi chico y seguiría siéndolo por mucho tiempo.
-No llores, por favor- me dijo mientras yo me sentaba en el sillón-. No quiero verte llorar. Dame la mano.
Le hice caso y le di la mano con fuerza. Estaba cálido, sereno, sus latidos parecían igual que siempre. Nada parecía poder cambiar.
-Dime qué es lo que ocurre- supliqué con un nudo en la garganta.
-Me voy- noté como su voz tembló y no pude evitar soltar un sollozo-. No, por favor, no llores- dijo a su vez mientras tiraba de mí para darme un abrazo.
-No puedes dejarme.
-No te voy a dejar nunca- susurró.
-P-pero saldrás de esta. Ya verás, no...
-Me gustaría poder decirlo- se encogió de hombros-. Pero sé que voy, y no me preguntes como. El doctor dice que llevo razón, que es cuestión de tiempo.
Tiempo. Se había acabado, se me escapaba demasiado rápido.
-No...- dije en un sollozo.
-Riccardo- susurró una vez más levantándome el mentón-. Es verdad. Y quiero que me prometas algo.
Paré de llorar y él me secó las lágrimas. Me senté en la cama y le miré mientras cogía aire para hablar. Esa simple acción parecía costarle, y me dolió en el pecho al verlo.
-Sé que cuando me vaya, vas a pasarlo mal y no te culparé si lloras, si estás triste- susurró con una sonrisa-. Pero debes saber algo. Para mí eres como una nube.
-¿Una nube?- pregunté con voz ronca.
-Sí. Cuando llueve, todo el mundo está triste, cuando la nube trae tormenta, todo el mundo está decaído. Pues lo mismo me pasa a mí cuando te veo mal, enfadado, o triste. Me contagias tu humor, me haces sentir como tú te sientes. Si lloras, yo lloro. ¿Sabes? Sé que durante este año has sido muy fuerte y has procurado mantenerte de una pieza, pero...- bostezó y se llevó una mano a la boca- Sé también que cuando me vaya no podrás retener esos sentimientos. Pero prométeme que seguirás siendo el mismo. Que seguirás tocando el piano como si siguiera allí, que... Recordarás quien eres.
Recordar quien era. Era difícil imaginarlo. En esos momentos, se me estaba yendo la razón, se me iba todo pensamiento lógico. Lo único que podía hacer era pensar en cosas sin sentido. Cosas como una vida sin Gabriel.
***
#colorazulennuestroshearts
Marie~
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