Capítulo 25
Cinco, cuatro, tres, dos, uno... Di un salto y salí corriendo de clase antes de que nadie pudiera reaccionar. Salí directo hacia la salida del instituto mientras sacaba el móvil y volvía a llamar a Gabriel. Ya lo había intentado durante el almuerzo... Sin resultados.
-Hola- volvía a decir su buzón de voz-. Si no cojo el móvil puede que esté escuchando tocar a Riccardo o quizás esté... No, lo más probable es que esté con Riccardo, así que, si es urgente llámale a él.
El sonido de su voz traspasaba mis oídos y yo no sabía adónde ir mientras recorría el instituto hacia la salida. Mis amigos del club no sabrían donde estaba, seguro que no. La única persona más cercana era... La señorita Hills.
Fui a buscarla a la sala de profesores. La vi y llamé a la puerta agachándome. Se acercó a mí y cerró la puerta a su espalda.
-¿Riccardo? ¿Qué ocurre?
-Señorita Hills- me agaché de nuevo para pedirlo por favor- ¿Sabe dónde está Gabriel?
-Riccardo, me pidió expresamente que...
-¡Por favor! ¡Se lo ruego!- cerré los ojos con fuerza, con miedo a una nueva negativa.
No podía permitirme que no me lo dijera, no sabía donde le encontraría si se había ido antes de la escuela, e ir a su casa sería perder un tiempo que ¿quién sabe? Quizás era valioso.
-Riccardo, Gabriel tuvo que irse antes de tiempo, sus padres vinieron a por él.
-¿Dónde iba? Por favor, señorita Hills, estoy preocupado por Gabriel... Yo..., yo...
Cuando perdí la esperanza de que me lo dijera, me levanté y pude ver su expresión. Asentía con ojos tristes y miraba a algún lugar, como a sus recuerdos.
-Iban al hospital, no sé nada más, Riccardo- mintió. Pude verlo en sus ojos, en como desvío la mirada. Pero al menos, la primera parte era verdad, aunque me quería decir que también era mentira. Sabía más de lo que decía, pero también deseaba creer que eso del hospital no era cierto. ¿Gabi en el hospital?
-Muchas gracias- salí corriendo mientras lo decía.
***
Llegué al hospital entre jadeos, con la respiración entrecortada. Mi corazón me atronaba, queriéndose salir del pecho con cada latido. No quería que fuera verdad, sin embargo, el coche de la familia Garcia estaba en los aparcamiento del hospital. Se me cayó el corazón del pecho a los pies y no latió durante unos instantes.
Entré en el edificio, y subí hasta la segunda planta al ver que no estaban en la recepción. Busqué en la otra sala de espera y entonces los vi. Estaban los padres de Gabriel, y también Gabi, junto con Sol Daystar. Los tres primeros estaban sentados en los asientos, y Daystar estaba apoyado sobre la pared. Iba aún con su pijama del hospital, a pesar de que estuvo con el uniforme del Universal la última vez que lo vi.
No me prestaban atención. Me acerqué a ellos e iba escucahndo lo que decían mientras mi corazón empezaba a latir cada vez más deprisa.
-Pero tienes que hacerlo- decía Sol.
-No puedo.
Me estremecí al escuchar los sollozos de Gabi. Él nunca lloraba, no podía llorar. Aquí el único llorica era yo, él era mi apoyo, mi fortaleza, me derrumbaba si lo oía llorar así. Y esta vez era la segunda desde que le conocía. La primera también fue en este hospital, y el día que volví. La incomodidad no hizo más que crecer en mi estómago al igual que la preocupación.
-Pero tiene derecho a saberlo- seguía diciendo Sol con voz solemne-. Tú no tienes culpa de nada, Gabi.
-P-pero, n-no puedo- estalló entre nuevos sollozos-. Eso sería admitir una verdad que no quiero, Sol. Si se lo digo, significa que esta maldita pesadilla es cierta...- volvió a estallar, y tartamudeó, yo cada vez estaba más cerca, mi paso parecía ralentizarse por momentos- N-no puedo... Riccardo...
-¿Gabi?
Mi voz pareció parar el tiempo y tres de los cuatro alzaron una mirada estrangulada. ¿¡Qué demonios ocurría!? ¿Acaso era yo el único que no se enteraba de nada?
-Gabriel- Sol intentaba hacer reaccionar a mi novio.
-S-sol...- susurró éste con voz ronca- Mamá, papá... Dejadnos solos.
Me senté a su lado cuando observé a sus padres -con expresión aturdida- y a Sol, triste y apenado.
-Gabi... Necesito...- dije aún con la respiración entrecortada.
Sin decir palabra, me pasó el sobre que tenía en la mano. Lo abrí con la mano temblorosa y leí lo que ponía. Se me nubló la vista unos instantes y el corazón empezó a martillearme en las sienes. El mismo frío de Hokkaido... No, era un frío mucho más intenso... Ese frío asoló el lugar y no sentía ninguna parte de mi cuerpo. Creí escuchar el deslizarse de las hojas de papel por el suelo y también mis rodillas chocar contra las baldosas.
-Riccardo...
Quería contestar a la maravillosa voz azul del ángel de cabellos rosas que me hablaba desde algún lugar. Pero mi mente se había ido. Tan solo se encontraba allí mi cuerpo sin alma. Porque la había perdido.
Reaccioné un poco entre latido y latido al escuchar los sollozos de Gabriel y sus manos aferrando mi espalda en un abrazo tan fuerte que debería de haberme dolido. Me dije que esas palabras no las entendía, que ese sobre podría pertenecer a cualquier otra persona, que no ponía lo que ponía.
-Por favor, di algo- susurró en mi oído mientras sus lágrimas calientes mojaban mi uniforme.
-¿Q-qué significa?
No me había dado cuenta de que yo también lloraba, y sin remedio. Mis lágrimas habían llegado a mi barbilla y me mojaron toda la cara. Y tenía ronca la garganta, mientras luchaba por coger aire entre aquella nube de ansiedad que me ahogaba.
-Riccardo- volvió a decir. Me puso el pelo detrás de la oreja y me ayudó a sentarme, recogió el sobre y guardó los papeles mientras se secaba las lágrimas-. No quiero mentirte.
-No te va a pasar nada, no te va a pasar nada- repetí varias veces, porque era lo que quería creer.
-Yo no puedo hacer nada- susurró cerrando los ojos mientras suspiraba-. Sólo puedo aceptarlo.
-¿Aceptar qué?
-Que tengo los latidos contados, Riccardo.
La ira sustituyó a mi aturdimiento y di un puñetazo a la silla de al lado mía, provocando un estruendo mientras más lágrimas resbalaban por mi rostro. No sabía si eso dolía o no, solo sentía que mi corazón se iba a romper en cualquier momento. Eso... Eso no era verdad. Gabriel seguiría sonriéndome de como rosa durante toda la vida, miraría mi piano con expresión ausente mientras seguía mis partituras, jugaríamos al fútbol juntos en las mejores ligas y dormiríamos juntos para despertar de alguna forma que nos hiciera ruborizamos. Sí, eso era. Lo que decía no era cierto, Gabi nunca se iría...
-Tengo miedo, Riccardo- me agarró la mano que tenía cerrada en un puño mientras lo decía.
Eso me sacó de nuevo del trance. Yo no era la persona a consolar, no me lo merecía. Era yo el que no lo había visto durante todo ese tiempo. Y sabía que era desde hacía tiempo, que lo que le ocurría lo sabía y yo no lo veía por culpa de mi ceguera y terquedad. Me sentía muy estúpido, el tipo más estúpido en toda la faz de la Tierra. Lo que le dijo al entrenador Evans, lo que tenía en ese sobre el día que volví a Inazuma, los mareos, los vómitos, la falsa lesión... Todo. Y yo no lo había visto.
-Gabi, dime que no es cierto- susurré, en una súplica.
-Te mentiría una vez más si te dijese que no lo es, Riccardo.
***
Tenéis permiso para maldecirme, pero no me matéis aún pls, leed con paciencia y recordad, votad y comentad, aunque estéis indignados queridos lectores (?) Sin más, ahora viene el siguiente, y como dije antes, es preferible que no os saltéis nada hasta que pare de subir hoy.
Marie~
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