MOMENTO FINN 1
Finn Hudson no es tonto. Tal vez a veces fuera un poco lento a la hora de pillar las cosas o cambiaba las palabras de citas famosas (como aquella vez que dijo "The show must go on all over the place... or something" y Rachel puso los ojos en blanco), pero no era tonto. Sabía perfectamente el cambio que había dado su vida en los últimos meses, y también sabía que las cosas iban a ser muy distintas a partir de ese momento, pero ya nada le asustaba. Lo único que no tenía muy claro era el por qué había vuelto al McKinley. Tal vez sonase algo arrogante o prepotente, pero tenía la sensación de que el señor Shue iba a necesitarlo para algo, lo cual era un tanto absurdo porque era un profesor estupendo. El caso es que ese presentimiento lo arrastra por los pasillos de su antiguo instituto hacia la sala de coro.
Finn camina solo, nadie le hace caso cuando pasan por su lado. Sus días como quarterback del equipo o "chico popular" quedaron atrás. Casi mejor. Nunca le había gustado tener tanta presión sobre sus hombros. Que todo el mundo estuviese siempre pendiente de él esperando cosas maravillosas le asustaba porque temía decepcionar a los demás. Él también es una persona, y por tanto imperfecta. Cuando el chico pasa por delante de la que fue su taquilla durante años no se detiene. Tiene prisa por llegar a la sala de ensayos. Sin embargo, no puede evitar echar un rápido vistazo y contemplar el lugar con cariño y, para qué negarlo, el corazón un poco encogido. Es precioso.
Las puertas de la sala de coro están siempre abiertas, de manera que cuando cantan la música inunda ese pasillo. Tal vez la entrenadora Sylvester odiase el Glee Club, piensa Finn para sí mismo, pero nunca ordenó que cerrasen la puerta durante los ensayos. En el fondo lo disfruta tanto como ellos, solo que a su manera.
Cuando llega a su destino el profesor está de frente a sus alumnos, hablándoles. Desde la puerta Finn echa un rápido vistazo y se alegra de ver a sus antiguos compañeros sentados junto a los miembros de Nuevas Iniciativas. A ver, los chicos nuevos son bastante buenos y él les cogió muchísimo cariño durante sus semanas como profesor. Podrían llegar perfectamente a ganar las Nacionales, pero si contaban con el apoyo de "las voces de la experiencia" serían totalmente invencibles. El quarterback entra en la sala tratando de no hacer ruido y pasar desapercibido para no interrumpir. En su patoso intento tropieza con un atril, pero velozmente lo agarra para evitar que se caiga. Artie es el único que se ha dado cuenta, pues lo mira con el ceño fruncido. Parece confuso mientras se recoloca las gafas con aire intelectual. Él sonríe de medio lado a modo de disculpas y levanta una mano para indicar que no pasa nada y su amigo vuelve a atender la explicación de su profesor. Rachel solía decirle que cuando sonreía de esa manera parecía un niño pequeño, y que resultaba tan tierno que era difícil enfadarse con él si hacía algo malo.
Llega el momento en el que Will se dirige a la pizarra blanca con su rotulador para escribir el tema de la semana. Finn siente como si fuera un deja vu, un flashback que se ha repetido infinidad de veces durante más de tres años. Una sola palabra escrita en mayúscula con el rotulador negro aparece en el centro de la pizarra y el muchacho lo comprende todo. Al fin entiende por qué está de vuelta en el McKinely, qué le había hecho volver, esa sensación de que lo necesitaban allí. Sus pies se mueven de manera inconsciente hacia la pizarra, arrastrándose por el suelo por detrás del piano. No sabe cómo sentirse. Se pregunta qué cara tendrán sus compañeros a su espalda cuando él alza un tembloroso brazo y acaricia la superficie blanca y los trazos negros con cuidado de no borrarlos. El ruido de una silla arrastrándose lo saca de su ensimismamiento y lo hace girarse. Mercedes, que cada vez está más guapa, se ha levantado y se ha puesto frente a sus compañeros. Finn se acerca a ella con lentitud y se coloca de pie a su izquierda sin dejar de mirarla ni un segundo. La chica alza los ojos como si mirase al cielo, pero desde su altura el joven siente que lo está mirando directamente a la cara.
-Te queremos, Finn.
Él sonríe y le acaricia la mejilla con suavidad. Mercedes cierra los ojos un par de segundos ante ese contacto.
-Y yo a vosotros.
Finn no tiene intención de asustarla, pero lo ha hecho.
Él sabe que Santana no está del todo segura de cuál era su opinión con respecto a ella. Está convencido de que la pobre cree que él la odia, y eso no es cierto. Nunca lo ha sido, ni siquiera cuando se metía cruelmente con él. Por eso decide acercase con cuidado a la muchacha mientras cantaba ante sus compañeros en la sala de ensayos y susurrarle al oído: "Significas algo para mí". Santana se echa a llorar desconsoladamente casi al momento, así que supone que, de alguna manera, lo ha escuchado. Pero cuando Mike y el señor Shue se acercan a ella para intentar consolarla, la chica pierde los nervios y sale de allí a toda velocidad con un ataque de pánico, gritando y llorando. Jamás la había visto así y se siente culpable.
Kurt y él salen en su busca y la encuentran en el auditorio, sentada al borde del escenario.
-Ve tú, se te dan mejor estas cosas- le dice a su hermano.
Kurt asiente antes de comenzar a bajar los escalones para acercarse a su amiga. Finn espera arriba. Los chicos hablan un rato, pero Santana acaba pidiéndole a Kurt que la deje sola y el chico obedece inmediatamente, no sin antes ponerle su chaqueta del equipo por los hombros.
Entonces el quarterback decide que es el momento de bajar, así que sale de las sombras que lo cubrían a la entrada del auditorio y comienza a descender los escalones. Normalmente no se nota, pero cuando está vacío y en total silencio hay eco. Santana alza la cabeza con los ojos muy abiertos.
-¿Hay alguien ahí?- pregunta. Parece muy tensa.
-Soy yo- contesta Finn con su mejor sonrisa.
Ella suspira, repentinamente calmada. Todo va bien.
El joven se sienta a su lado sin hacer ruido y simplemente se queda allí contemplándola y haciéndole compañía... aunque ella no lo sepa.
Finn se sienta en la que durante los últimos meses fue su silla en la sala de ensayos. La han dejado libre para él. Sin embargo, Puck intenta evitar cualquier contacto visual con ese objeto mientras canta una canción con su guitarra y la vista perdida en alguna parte de la clase. Pero él es duro, Finn lo sabe, así que no le sorprende ver que saca coraje de su interior como para echarle una rápida mirada de reojo aunque después aparte la vista de nuevo.
"¿Por qué esa indiferencia, Puck?", se pregunta el quarterback con tristeza. "Vamos, mírame. Estoy aquí, mírame...", ruega.
El judío cierra los ojos unos segundos sin dejar de cantar. Luego parpadea un par de veces y, tembloroso, gira la cabeza hacia el lugar donde está sentado su amigo. Durante un momento mira sin ver, pero algo en la expresión de su cara cambia cuando sus ojos se encuentran con los de Finn. Lo ha visto. Tal vez todos los chicos del Glee Club piensen que Noah le está cantando a una silla vacía, lo cual resulta totalmente melodramático, pero Puckerman sabe que no es así. Finn está ahí, de alguna manera puede sentirlo. Tal vez sea la última vez que lo vea, así que le dedica toda su actuación procurando no parpadear para no perderlo de vista. Teme que desaparezca y se marche en cualquier momento, y no va a permitirlo. Ese grandullón es su mejor amigo y siempre lo será.
Puckerman siente que podría ponerse a llorar en cualquier momento (son muchas las cosas que tiene dentro) y esa idea le mosquea. No va a permitirse derramar una sola lágrima delante de esa panda de novatos a los que apenas conoce ni, menos aún, de sus amigos. No obstante, cree haber entendido el mensaje que le ha querido decir Finn sin necesidad de hablar, porque realmente a veces no hace falta.
Es hora de comenzar a ser su propio quarterback, y cree saber por dónde empezar.
-¿Me puede dejar sola un momento, por favor?- pide Rachel alzando los ojos como un cachorrito.
-Por supuesto- el señor Shue asiente, pero antes de soltarla le da un beso en la frente.
Luego se dirige hacia el piano para recoger unas partituras y guardarlas en su maletín. Antes de que lo cierre Finn alcanza a ver lo que parece ser la manga roja de una chaqueta. Luego se marcha de la sala de ensayos, no sin antes echarle una última y triste mirada a la muchacha que está inmóvil frente al nuevo cuadro que decora la habitación.
Se han quedado solos.
Finn contempla a su novia desde una distancia prudencial. Quiere captar todo de ella, aunque la nota diferente. Está alarmantemente más delgada y sus enormes ojos ya no brillan como lo hacían antaño. Todo en ella se ha apagado, pero aun así sigue siendo el ser más hermoso del mundo.
De repente Rachel pone la mano sobre el colgante que rodea su cuello y lo aprieta con fuerza cerrando los ojos un par de segundos. Siempre lo hace cuando va a hablarle.
-Quinn y Brittany sienten mucho no haber podido venir- dice mirando la foto-. Me llaman casi todos los días, ¿sabes? Brittany dice que te está escribiendo un cuento llamado 'El batería de Hamelin'- ambos sueltan una pequeña y dulce risa.
Después todo se queda en silencio de nuevo, salvo por los sollozos repentinos de Rachel. Ella ladea la cabeza y aprieta un poco más el colgante.
-Finn, dime, ¿ahora qué hago? Estoy tan perdida...- sorbe por la nariz y se seca las lágrimas que recorren sus mejillas con una mano. Hasta en ese simple gesto es toda una diva.
El joven se acerca a ella con el corazón encogido. Conocía a la perfección sus cuatro maneras de llorar: cuando quería algo, cuando cantaba, cuando estaba disgustada y el llanto por un chico. Aquel no era ninguno de esos cuatro.
-Rachel, ¿te acuerdas de cuando te regalé una estrella?- le contestó con dulzura-. Le puse mi nombre porque ya había una estrella llamada Rachel Berry aquí en la Tierra. Que nada te haga olvidar eso. Sigue con tu vida, se feliz, disfruta cada minuto. Demuéstrale al mundo entero tu talento en Funny Girl. Solo te pido eso. Y si alguna vez te sientes sola mira las estrellas. Yo estaré allí, ¿de acuerdo?
Rachel suspira profundamente cuando nota el contacto de la mano de Finn acariciando su mejilla. No es la primera vez que lo siente desde que murió, pero teme decirlo en voz alta por si la toman por una loca. Tal vez solo sea un producto de su imaginación, pero ella está convencida de que Finn está ahí. Por eso le habla. Juraría que incluso a veces podía ver su cara sonriéndole con esa media sonrisa tan típicamente suya.
-Te quiero.
-Y yo.
Finn Hudson siempre ha sido muy alto, por lo que tenía una perspectiva de las cosas distinta a los demás. Pero, a partir de ahora, mirará las cosas desde un poco más arriba aún. Cuidará a todas las personas que lo querían y a las que quería y, de vez en cuando, tocará la batería para hacer saber a todos que está bien. Así que nadie se asuste cuando haya truenos. Solo sonreíd.
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