Último año
Lorenza
Tiempo actual: Época anterior a Bill Gates.
Los años pasaron y realmente no me di cuenta cuando me transformé en mujer, pero si estuve algo pendiente cuando empecé a verme a mí misma casi del tamaño de mamá. Había crecido como los árboles del colegio, y estaba a punto de cumplir 18 años. Desde que tengo más libertad, comencé a verme como Amanda, y desde allí las cosas se fueron al carajo...
—Niñas —les hablé a mis mejores amigas, ese cuarteto de locas, me seguiría hasta la muerte y aquello lo descubriría muy pronto— no tengan miedo, que él a mí no me hará nada. Sabe que conmigo no puede.
Nadia y Mónica no estaban muy seguras que digamos, pero continuaron pendientes de la puerta en la zona de las duchas masculinas, mientras que Iris y Karin me acompañaban...
— Zaren, estás loca— escuché hablar a Iris; yo asentí con mucho orgullo, mientras la amante de Tutankamón y de esas cosas egipcias abría el casillero de los chicos con una pinza de cabello. Ese hábito lo habíamos perfeccionado con el tiempo y K me daba un cigarrillo— aunque yo también debo vengarme.— Mirando en el espejo su cabello corto y con sus ojos llenos de lágrimas. — Nadie se mete con mi cabello y sale vivo para contarlo.
—Si ves, nadie se mete con una amiga de Lorenza Salerno. —Las tres sonreímos.
Esa amenaza en la posición en la que estábamos no era muy convincente que digamos; nos encontrábamos las tres solas en el baño de los chicos, con mi enemigo a muerte en los lavados, sin contar que esos locos estaban totalmente desnudos y además mojados... Pero todavía estábamos en guerra y eso era lo más importante.
Nos faltaba todo un año para terminar el bachillerato y después de esto cada una de nosotras y cada uno de ellos tomaría su rumbo, uno muy diferente a lo que se espera de nosotros.
Me aguanté la carcajada del siglo chupando el cigarrillo; sabía que no se notaría el olor, ya que, ¿adivinen cuál era el lugar donde se drogaban esos pendejos?, exacto, en los baños. Cuando Iris me pasaba la ropa de los amigotes de Spada y,obvio, la ropa del susodicho.
—Vamos a ver qué hace ese imbécil sin su ropa —reímos, mientras las chicas juntas conmigo salíamos de ese sitio —. ¿No sé por qué le tienen tanto miedo? —Caminamos juntas hasta la parte trasera del Instituto, al lado del gran árbol de cerezos— viendo que es un niño que viste de Channel.
—Están aquí — Mónica dijo abrazándome algo preocupada —, vamos a clase antes de ellos se den cuentan.
—Andrea esconde esta ropa. —Le entregué los uniformes a mi querida Andy roquera, que se encontraba en los pasillos.
— ¡Okay! — agarrando una bolsa negra con esas cosas, del diablo —. Tengan cuidado.
Todas asentimos, ya nos íbamos a devolver cuando Karin menciono, muy rígida y con mala cara...
—No tenemos clases— nos recordó K, quien sacó otro cigarrillo mientras Iris lo negaba con la cabeza. Sabía lo nerviosa que estaba Iris y yo la miraba un tanto asustada. —La cuartada se fue a la madre.
—Chicas, no se preocupen Anthony, jamás podrá vencerme—, hablé dándole una calada al cigarrillo.
—Pero deja el cigarrillo ¡ya! —escuchamos un regaño de Iris —. Me pone más nerviosa que nos pongan una sanción — esquivábamos el humo con nuestras manos —, por estar de locas fumando a que le hayamos robado la ropa de diseñador— el grupo ríe con emoción — al tarado cabrón y su grupillo de pendejos.
Mónica y Nadia eran primas lejanas que se adoraban como hermanas. K, o mejor dicho, Karin, era chilena, vivía en mi isla Amaranto, desde los 3 años de edad y su padre era editor en la editorial "Electra", especializada en fantasía y terror. Y mi otra mitad era Iris, cuyo acento puertorriqueño era el mejor.
Acababa de pisar la colilla de cigarrillo con los zapatos de deporte, en las afueras de uno de los patios traseros del Instituto, donde había pasado casi toda mi vida, cuando escucho la voz de un hombre; aquella era gruesa y sabía yo que estaba enojado. Aquello me hizo sonreír.
— ¡Salerno! — gritaron desde los baños.
Las cuatro nos miramos y fingimos no saber nada. La ropa de estos varones la teníamos escondida con nuestras otras amigas Raquel y Andrea, que habían salido a un toque de bandas sinfónicas; la una tocaba el violín y la otra tocaba batería. Eran muy buenas en lo que hacían.
Nos cruzamos de brazos cuando vimos a siete chicos en mini toalla recorriendo los alrededores; ni siquiera se habían cerciorado de que estábamos allí, solo los habíamos dejado con los zapatos del colegio.
Cuando Tito volteó a vernos, ya que no podíamos de la risa, las carcajadas de todas estaban haciendo suficiente estruendo para pasar desapercibidas, haciendo que Anthony se girara a mirarme. De inmediato nos quedamos calladas y yo solo sonrió como si tuviera el triunfo en mis manos.
Anthony Spada gritó exigiendo.
—Devuélveme mi ropa, maldita bruja. —Hice un gesto de no saber nada.
Iba a responder cuando la chica de los rulos rubios, Mónica, respondió por mí.
—¿Y a ti quién te dijo que teníamos sus ropas? —decía ella muy despreocupada, un tanto sobreactuada, pero bueno.
—Entonces no nos queda de otra que entrar así al salón de clases o decirle a la Madre Superiora.— Francis, un rubio alto de ojos cafés, hizo la cuestión.
Le pondría la queja a la rectora del colegio.
— ¡Ándale, hazlo! —gritó Nadia — y nosotras los acusamos por él saboteo del Día de la Independencia.
—Tú no tienes pruebas —habló Tito; aquel castaño me hizo el día.
—Querido Tito — sonreí alzando una de mis cejas — tenemos todas las pruebas en su contra.
— ¡Malditas brujas! — grito Teo Salvatore, el segundo al mando.
—Somos brujas, ¿acaso no lo ves? — dije antes de que K le partiera su mandarina en gajos y que Iris le enseñara qué hace una puertorriqueña enojada —, pero ustedes son manada de perros — me acerqué a Spada y lo miré dando una sonrisa maléfica —y el perro alfa, ES UN NIÑO CONSENTIDO.
—Vas a caer, Salerno, tú y tu manada de "señoritas". —Anthony se hizo tan cerca de mí que pude notar sus facciones y su cuerpo bien trabajado con el pasar de los años, el pendejo era uno de los "adonis" del colegio, y realmente nunca me había llamado la atención, hasta ese momento. Lo cual me dejó un tanto pasmada, hasta que tocaron la campana para que los de primaria salieran.
—Eso lo veremos — miré a mis chicas y... — Chicos, deberían cubrirse antes de que Sor Mery los vea— les aconsejé con una mirada hipócrita. Las cuatro nos retiramos en silencio. — Chicas, vamos de aquí.
***
La verdad, intentaba no reírme al recordar lo pasado con el "perro ese" cuando Fermín llegó por mí a la hora de la salida; me esperaba.
—Hola, señorita Lorenza — el adulto me sonrío y yo le devolví el gesto —. ¿Cómo le fue?
—Hola — me quité el maletín del bolso y respondí muy alegre. —Hoy fue un día excelente, Fermín — esa fue mi respuesta — hoy tengo de boxeo—. Recordé; el señor al cual lo consideraba un santo asintió.
Llevaba dos años practicando ese deporte; lo hacía por "hobby", de esa manera aprendía a defenderme y tenía un buen cuerpo. Estaba recordando las cosas que debía hacer cuando el conductor del auto me habló de nuevo.
—Señorita, ¿quiere que la lleve al gimnasio? — Con mis ojos y un gesto en la cabeza lo negué; mis pensamientos no tenían mucho orden — o le tengo listo a 'Blanco'.
De inmediato, dije.
—Te doy el día libre —ambos sonreímos —, pero no se lo digas a la Reina.
Mi madre era la "reina", no solo porque mi papá decía esta frase un poco cursi para mí. "Qué haría yo sin ti, sin mi Reina", sino porque llevaba por nombre Reina; mi querida abuela estaba obsesionada por las reinas y la luna.
—Gracias — sonreí, pero cambió de semblante al ver mi cara pensativa —, ¿Qué le pasa?
—A mí... — me acomodé de nuevo.—Nada — yo sabía que estaba dispersa y que en mi cara se notaba lo que pasaba —. No agradezcas.
De la nada llegamos a casa, pero antes de bajar del auto le pregunté.
— ¿Papá está en casa? — él asintió y yo sonreí.
Como dato adicional, mis hermanas y yo no manteníamos en contacto, en un secreto, no tan secreto; tío Daniel nos ayudaba mucho. Después de unas vacaciones ha Colombia, le puse la queja a mi tío y él me ayudó, a recuperar a mis hermanas.
La relación con mis padres era buena, pero no era la mejor; al menos conversábamos en el desayuno y almuerzo. Con el pasar de los años, junto a mi cuerpo, la relación con papá se había transformado, ya que los dos éramos iguales: tozudos y con un poder de convencimiento grande; con mamá, pues bueno, nos respetábamos los gustos y las cosas bonitas. A mis hermanas mayores solo las veía en Navidad y en los cumpleaños de cada una, excepto que no veía a Amanda a fin de año porque decía: "La Navidad es una fecha de consumismo" y últimamente lo estaba considerando.
***
Al entrar a casa, Carmen, el ama de llaves y nana de mis hermanas, como mía, me dijo que mis padres me necesitaban urgente en el despacho; por ende, dejé mi bolso de colegio en mitad de la sala y me retiré así con el uniforme.
Toqué la puerta tres veces; no quería encontrar una escena XXX realizada por papá y mamá, ya había sucedido un par de veces, a los 10 y a los 15 años.
—Pasa, princesa —escuché la voz de don Víctor; blanqueé los ojos por lo de princesa y entré con una sonrisa saludando. Aún recordaba lo de Spada.
—Hola. Ambos sonrieron a mi llegada. —¿Cómo te fue? —preguntó mi padre mientras yo me acercaba para sentarme al lado derecho de Víctor.
—Muy bien — observé que en la mesa estaban unos papeles y dije entonces —Carmencita me dijo — fruncí el ceño por lo cansada que me encontraba, fue mucha diversión para mí —que necesitaban hablar conmigo. —Mamá se tensó, lo noté de inmediato — ¿Les pasó algo a mis hermanas? ¿A mis primos y a mi tío?
—No es eso — mi papá, dándome tranquilidad —; necesitamos hablar de tu futuro.
Ese año me graduaría de la preparatoria y comenzaría la universidad. Me gustaba dar ideas y debatir; era por eso que mi sueño era estudiar Ciencias Políticas, aunque tenía claro que debía saber algunas cosas del negocio familiar, del cual dependía todo.
—Iré a la universidad — hablé muy convencida y eso, aunque no lo crean, me hacía sentir bien, es que yo quería ser alguien diferente —, pero mientras tanto me gustaría ir a la fábrica y ser tu ayudante. —Volteé a ver a mi padre.
Ambos se miraron a los ojos y mamá suspiró preguntando.
—Princesa —tomó café, la miré fijamente, notando que sus ojos habían llorado mucho—. ¿Qué quieres estudiar?
—Yo quiero estudiar Ciencias Políticas o Administración Pública.— Papá se ahogó de inmediato de la impresión y no entendía bien el ¿por qué?, y mi mamá me quitaba la mirada rápidamente—, pero primero quisiera saber más sobre la taladora.
— Necesitamos hablar sobre esas cosas —pronunció mi padre al lograrse calmar y que le volviera la respiración.
Mamá tomó la palabra; estaba preocupada, asustada, aunque se encontraba en su sitio como la señora dueña de casa. La conocía.
—Lorenza, hijita mía... —Yo me estaba imaginando lo peor— nosotros... —Tragando entero —dijo—: no somos legales.
— ¿Cómo que legales? —miré a Víctor.
—Lorenza — respondió él—, nuestra familia es parte de la mafia italiana; pertenecemos a una de las organizaciones más grandes del mundo. Aquello había retumbado en mis oídos; todavía había en mí, se conservaba la esperanza de cambiar el negocio de mis padres por algo menos destructivo que dañar el medio ambiente..., pero ellos me salieron con droga.
El mal llamado "verdadero oro blanco"
— ¿Desde cuándo envenenamos a las personas? —pregunté llorando con ira, sin mirarlos a los ojos. Mamá me iba a tocar y yo la esquivé diciendo:— ¡No te atrevas! —Ella encogió sus manos como perro regañado.
Papá se levantó y comenzó a caminar como animal enjaulado; estaba intranquilo, no quería pelear conmigo y yo tampoco quería hacerle daño, pero ¿cómo es posible al saber esto?"
—Desde hace más de 80 años —no me cabía en la cabeza que mi linaje era maldito, entonces lloré, ya que pude imaginar a cuántas personas la familia Stard había dañado — y tu querida hija... — Limpiando mis lágrimas — serás la siguiente en tener este poder.
— ¡No me digas! — Me negaba a hacer algo tan malo y sucio —, que me convertiré en gánster y mataré gente—. Mamá habló para tratar de clarificar mi mente o enredarme más.
En ese momento tenía una sensación de vacío y desconcierto.
—No hay de otra.
—¿Cómo que no hay de otra? —Esto era un descaro a todo lo bueno que me habían enseñado en la vida.
La verdad, a mí no me preocupaba; como éramos ricos, a mí lo que me asustaba era contemplar la realidad de saber que me tocaría matar o hacer algunas cosas que mi moral no tenía clara... Esa moral que él decía tener.
Salté de la maldita oficina de mis padres llorando mucho; es que aquello no tenía presentación. Llegué a mi cuarto y comencé a gritar... ¿Cómo carajos eran capaces de mirarme a los ojos cada mañana?, si mataban gente inocente, enviciaban niños y lo peor de todo era que comíamos y vestíamos de ese dinero?
No lo sé.
En ese momento las cosas estaban fuera de control.
Comprendí los diversos viajes que teníamos y la manera de protegerme a mí, a mis hermanas y al resto de la familia... Maldita la hora de convertirme en mujer; ahora sabía por qué Aurelio y Francisco también habían cambiado.
—Maldita sea — me limpié los ojos buscando una razón para no desaparecer y fue por eso que una botella de tequila me acompañó.
Desde los 14 años tomaba licor a escondidas y desde los 15 me volví fumadora ocasional y ahora con mas razón.
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