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Lorenza
Ahora entendía las razones de mis hermanas para alejarse de esta casa; ahora yo quería ir tras ellas. Amaba a este pedazo de tierra, pero me dolía solo pensar que éramos causantes de todo lo atrofiado de esta sociedad. Ahora sabía por qué la abuela no le gustaba estar acá.
—Princesa, ¿podemos hablar? — preguntó mi madre mientras yo me atragantaba de licor para responder. No necesitaba excusas, que era lo que ella me iba a dar.
—¿Para qué vamos a hablar? — abrí la ventana de mi cuarto; estaba pensando cómo escapar de allí—, ahora que van a decir— negando con mi cabeza todo lo que estaba pasando —¡Lorenza, eres adoptada! — Estaba empacando la ropa para ir al gimnasio, aunque sabía que si me encontraban ebria no me dejarían entrenar. Usé aquello como excusa, después buscar un poco de aire en las montañas; muy por fuera de allí estaba el mar— ¡No voy a abrir para hacer de una buena hija! —grité.
—Sé que fue un error — su tono era conciliador, parecía que se sentía culpable— pero, entiende que es difícil aceptar y apreciar, de esto hemos vivido durante mucho tiempo — se había apoyado en la puerta con fuerza.
"¿Cómo era capaz de decir eso con tanta tranquilidad?", me pregunté con dolor.
—Déjame sola — lloré, ya que también la conciencia ayudaba a sentirme culpable. — No quiero...— estaba iracunda.
—Bueno, está bien — aceptando, suspiró.
***
Cuando noté que ya no estaba haciendo presión en la puerta, decidí retirarme lo más sigilosamente posible. Monté a blanco, colocando el acelerador con rapidez. En ese momento sentí como el viento y mis mejillas empapadas de ira. Sin embargo, comprendí a mi papá y a mi mamá, aunque no estaba de acuerdo con esto. Debe ser muy terrible hacerles daño a personas inocentes, para que tus hijos sepan.
Fui al gimnasio y oculté mi frustración con la bolsa de boxeo, dándole pata a esa herramienta... A esa hora no había casi nadie, así que me ensañé con ganas con la pobre máquina; como al millonésimo golpe ya estaba cansada, me tomé un trago de tequila y mi mente comenzó a jugar sucio conmigo, puesto que veía al imbécil de Spada.
Lo odiaba tanto aunque su sonrisa era hermosa.
Pasé todo el día; por fuera de casa no quería verlos, pero sabía que debía ir a dormir. Entonces, al llegar a casa a las cuatro de la mañana y dejar a 'Blanco' estacionado, mi papá me colocó guardaespaldas, para proteger " la única hija que debía aceptar ese trabajo, ya que sus hijas mayores se habían zafado de esa obligación". Ahora entendía por qué Amanda se casó antes de su mayoría de edad con un italiano que no conocía y mi segunda hermana mayor, Nicolle, se encontraba de retiro en el Tíbet. Recuerdo cuando eso pasó; había observado desde el marco de mi ventana cómo mi papá le gritaba cosas horrendas a la pobre, justo después de todo lo que pasó con Amanda.
Luego de una semana larga en que no quería ver a mis padres, lloraba y tomaba más de la cuenta; creo que me bebí todas las botellas de la casa. Era viernes cuando llegué al colegio con las gafas oscuras, y el resto de los días había estado alejada de todos.
— ¿Te pasa algo? — me susurró Andrea en clase de biología... Me espabilé rápidamente y le sonreí. Era una clase sobre educación sexual.
—No te preocupes — dije bostezando; levaba cuatro noches sin pegar los ojos, pensando en cómo actuar, a lo "matón"— es que he tenido una semana muy agitada en casa—. Aquella rutina era agotadora de principio a fin.
Yo iba a responder una mentira bien reforzada cuando el profesor de biología casi revienta su regla contra nuestra mesa compartida.
— ¡Señorita Salerno!— Las chicas y yo miramos al viejo —, pase al tablero, ya que veo que es más interesante lo que estaba hablando con su compañera.— Le hace mala cara a mi amiga y eso no lo iba a permitir.
Puede que tenga resaca, pero eso no le da permiso a un tipo para que hable o que nos trate mal.
—Le apuesto que yo doy mejor clase que usted —, sonriendo descaradamente, parándome de mi asiento. Mis chicas observaban esto con un tanto de miedo, pero sabían que yo era capaz de hacer cualquier cosa por defenderlas.
—No se lo voy a permitir, señorita. —Hice caso omiso de la advertencia del viejo barrigón.
De repente Spada, se paró y observó todo aquello; me miraba sorprendido y confundido, pero supe que me apoyaba en esta nueva treta.
Ninguno de nuestros amigos se podía tocar y salir vivo para contarlo, solo cuando entrábamos en guerra entre nosotros.
—Bueno, chico — dejé mi sitio, haciendo referencia a lo que menos importaba, la clase de sexualidad, dada por un tipo con ínfulas de sacerdote pedófilo—. ¿Quién de ustedes es virgen? — sacando mis anteojos de secretaria de los cincuenta y sentándome en la silla del profesor.
Todos los hombres excepto Anthony levantaron las manos; quello me lo supuse. De inmediato mis mejillas cambiaron de color; absurdamente las sentía extremadamente calientes. No sé por qué carajos, recordé el día que lo vi recorrer el colegio en mini toalla.
— ¡Señorita Salerno! —gritó el maestro mojigato—. ¿No le da vergüenza hacer dotes de su poca virtud y moral?
Agaché la cabeza por unos cuantos segundos y después coloqué mi pierna derecha en la silla en posición del "Hombre pensante". Dejando que los chicos varones se deleitaran un poco con mis piernas.
—La verdad —dije mirando a mis amigas, Nadia y Andrea, que se pensionaron un poco—, la virtud, como usted dice, es algo de cada quien, ¿no?—Ellas me sonrieron, no iba a decir nada que las dañara.
—No venga a decir que usted...— se recorrió mi cuerpo con los ojos, aquello me hizo bajar las piernas — me va a dar cátedra de moral.
—Yo no violo niños, ni niñas. —El maestro se quedó inmóvil; Anthony abrió los ojos como platos. —Ni tampoco soborno al psicólogo del Instituto para que no diga nada. Nadia, Andrea y los demás del salón guardaron silencio. Entonces dije, volviendo a mi puesto:—Puede continuar con su estúpida clase.
***
Al salir de clase y reunirme con mis otras amigas, todas y cada una me dio su opinión sobre lo que había hecho con el profesor de Biología, digo con el "ex profesor de Biología".
—Tú me vas a sacar canas verdes, chica — insinuó mi amada Iris comiendo mango con sal. —Gracias —, hablándole al vendedor, después nos ofreció y yo gustosamente tomé un par de pedacitos. Iris, mi inocente y buena Iris, me miró en tono preocupado y preguntó: — Zaren, tú no has dormido mucho, ¿verdad?
Estaba actuando diferente, sin saber; mis ojeras también lo delataban, pero aunque era obvio, lo negué, no quería perder a mis amigas. Y K, me observaba como si supiera que yo estaba ocultando algo y si las chicas hubieran contado con la claridad de leer las mentes en esos días..., no sé. La historia sería un poco diferente.
—Zaren— me llamo.
—¿Dime, K?—Giré mi cabeza sonriendo de esa forma distinta, como para que no dijera alguna imprudencia.
Por mi cabeza se encontraban pasando cosas de las cuales no poseía control. Mi familia quería que fuera "La Padrina" y, por alguna razón impertinente, el cerebro no ayudaba, ya que no podía sacarme de la cabeza a Spada, más bien al cuerpazo del pendejo.
— ¿Qué sucede? — la chilena preguntó.
—Nada...— desviando la mirada— solo problemas en casa.
Nady Moon y K, blanquearon los ojos; entonces Karin Mayolo, se detuvo en el puente de la nariz. Quitándose las gafas, ella era más alta que yo.
— ¿De verdad me crees weona?— gritando, posteriormente me agarró del brazo para llevarme a un sitio más privado; en el camino la vi enojada y frustrada. Igualmente, como yo lo estaba. —Te conozco desde que tenías 7 años y te juro, pendeja...— Empujándome contra una pared, su respiración se le había engruesado bastante. Se encontraba iracunda — que te dejo de hablar —. Ese era mi miedo, más grande que quedarme sola.
Nos encontrábamos en los antiguos baños de la institución, sentadas en el lavamanos. Cerré los ojos y, de la nada, mis lágrimas comenzaron a brotar diciendo la verdad de las cosas, sin importar lo que ella pensara; solo necesitaba desahogarme para al menos estar tranquila.
—Te voy a contar para que me dejes tranquila.— Grité, calmándola, por un momento, agarrando impulso y mencioné— Vengo de una familia de narcos. —Ella abrió los ojos como si no lo pudiera creer— y debo tomar las riendas del "negocio".— Sonriendo con ironía, limpié mi nariz mientras que ella sacaba un par de cigarrillos.— ¿Sabes qué es lo peor de todo?
Ella colocó los ojos más grandes y de inmediato bajó la cabeza en son de paz, ofreciéndome un cigarrillo.
—K, y lo peor de todo es que puedo sacarme a Spada de mi cabeza —confesé recibiendo el cigarrillo.
Darme nicotina era la manera de Karin de decir.
"Cálmate y habla, mujer".
— ¿Qué? — ella susurró y guardó silencio.
Algo necesario para mi salud mental y emocional; después afirmé lo que el silencio obviaba.
—¡¡Siii!!—Restregué mi cara; yo tampoco lo podía creer — desde la broma de la ropa.
Ambas sonreímos al recordarlo.
— ¿Qué vas a hacer? —sonriendo ante mis ojos hinchados y el declive de realidad del no saber qué hacer.
—Pues... —Moví mi cabello corto hacia atrás —fingí—. Suspiré, gritando y sacando ese problema de mí. — ¿Qué más puedo pedir? ¿Qué más puedo hacer?
—No, lo sé — se estaba preocupando —, pero ¿tú estás segura? — Respiramos al mismo tiempo mientras fumábamos con tantas ganas—. Quieres ser mala, quieres matar inocentes.—Ella era una mujer sin filtro, tanto que me dolió.
—No hay otra opción —tiré la colilla de cigarrillo al piso, luego limpié mis ojos con estupor—. Guarda el secreto, por favor.
—Si hay una opción —empuñó sus manos; ella era testaruda y un poco difícil de tratar —, que tú no la veas es otra cosa muy distinta.
Obvio que había otra opción; esa era sacar a ventilar a mi familia. Y si esa era la otra opción, prefería matar a quien fuese.
Se escuchó el llamado para entrar a la otra clase y saqué un chicle con sabor de canela y a ella le regalé uno de menta.
Le fascinaba la menta.
—Gracias— ambas nos miramos en el espejo — me debes un drama en DVD, — lo negué con la cabeza —por guardar este secreto.
—De nada — moví mi hombro y salimos en silencio—. Obvio que sí sabes que yo también adoro llorar contigo.
Le debía tanto a K, sus palabras de aliento y sus cigarrillos de menta.
Entramos al salón de música; los chicos estaban en algarabía total, porque no lo sabía. Cuándo Moni Rulos se acercó, muy confundida.
—Chicas, ¿ustedes saben dónde está el profe Mateo?— K y yo nos miramos sorprendidas por la pregunta de Mónica. —No vino a clases o lo echaron.
— ¿Por qué lo echarían si es un buen profesor? — me senté en una silla plástica, mientras que ellas continuaban paradas. —Pero si no estoy mal... — Estaba sacando conclusiones cuando Anthony se arrimó a nosotras...
—Lo que pasa es que una jovencita muy peleona — puso los ojos en mis ojos y, sin notarlo, caminaron a mi boca — dijo cosas que hicieron que el colegio se revolucionara.
—Están investigando a todos —habló Moni. Mis gestos mostraban sorpresa; no creía que esto pasaría.
—Exacto —susurró él con una sonrisa. Las chicas que tomaban la clase conmigo le hicieron mala cara...
Al ver esto se fue retirando hacia el pizarrón, dirigiéndose a los demás con un chiflido.
—Al no ver clases, creo que debemos hablar de la "presidencia estudiantil".—Me sonrió; él sabía que yo me postularía para el cargo —. Yo seré el nuevo presidente y ya está... —Lo que Anthony no sabía era que ya no me lanzaría a la candidatura por lo que estaba pasando en mi casa.
Mónica, Karin y yo le miramos; entonces me paré de allí y dije.
—Yo propongo a Mónica — mi pequeña, rulos; me miró como si tuviera cinco cabezas y diez manos.
Los compañeros estaban sorprendidos por esa acción, comenzaron a hablar, pero Karin dijo apoyando, aunque sabía bastante bien que le debía una gran explicación; no quería más problemas con el hecho de ser la "presidenta estudiantil".
—Yo apoyo a Mónica, como la presidenta de los estudiantes.
Desde siempre quise ser la "Presidenta", pero ahora las cosas cambiaron y para mí que él sabía lo que pasa, porque no se opuso en nada.
Después de clases y despedirme de las chicas, llamé a casa y le dije a Carmen que no iba a ir a casa, que tenía que hacer trabajos con las chicas, cosa que era mentira.
—Te rendiste, ¿verdad? —preguntó Anthony caminando por el estacionamiento —. Estás enamorada de mí.
—No, Spada, es que quiero verte caer sin salir tan untada de la humillación que mis amigas y yo te tenemos. —Eso lo hizo reír a mí también — estúpido, engreído.
Antes de que me subiera a mi moto, de un tirón salió conmigo a la salida del colegio.
"¡Diablos, ¿por qué soy tan bajita?!", pensé.
—No me mientas — Sus ojos eran de locura, pero de repente me dio miedo — que sé que te mueres por mí.
—Me puedes soltar — de inmediato soltó su agarre — ya que estoy por creer que es, al contrario.
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