Corazones en guerra
El retumbar del corazón
Después de enviar la carta por correo de la universidad, debía de hacerlo por ahí para estar seguro que nadie sabría que era él... Alguien que realmente estaba mal.
El hermano mayor de Víctor decidió entrar a la gran biblioteca del lugar. Buscando el puesto de los de medicina, encontró a unos cuantos compañeros sentados ahí, leyendo tan concentrados que no notaron quien había llegado.
La señorita Ruiz había llegado minutos después, justo a tiempo cuando Daniel Salerno estaba sentado recapacitando su vida; ¿qué era el amor?, ¿cómo podría saber que era esa emoción salida de su cerebro? La vida que en algún momento sabía que tenía que cambiar: casarse y tener una familia, aunque no le gustaba pensar que era una obligación como le hicieron con su hermanito menor... Pero ocurría algo que le preocupaba mucho; si su hermano menor no aceptaba dar a una de sus hijas en matrimonio con el chico Spada, él debía tener un hijo y darlo a su estúpida familia, volviendo a su casa, en la isla.
De solo imaginar esa idea dolía como el carajo, la verdad.
Si eso pasaba, debía de volver a dejar su gran amor a un lado, el que sabía que no lo iba a abandonar, era la música, el piano para Daniel, el amor verdadero del patriarca de los Salerno. Aunque comprendía que su papel en la familia era ser líder, no le gustaba tomar las decisiones solo. No era como su padre. Sí tenía las manos manchadas y demás cosas no tan buenas, pero no era tan macabro para decirle a una mujer que la iba a reemplazar con una mujer joven y que le pudiese dar más hijos.
Daniel era un hombre de principios, principios enseñados por su madre.
—¿Creí que ibas a tardar más? —preguntó el joven cuando vio a su futura tutora. Se paró y ofreció una silla, para que se sentara. Ella de inmediato se sentó en esa silla—estuve en algunas clases y me aseguré de llegar un poco antes que tú...
La chica con grandes lentes se sonrió y se sonrojó un poco; sin embargo, se detuvo, no iba a caer en los encantos de aquel joven unos años mayor que ella entonces preguntó; no iba a perder sus clases de baile por nada... Sí, en parte usaría las tutorías para ir a su clase de baile.
La joven miraba intranquila, no incómoda, pero sentía que el Daniel Hoyos no tenía claras las ideas frente a su futuro y las cosas.
—¿Está seguro de querer escoger esta carrera? Es que siento que usted no nació para esto. —La mirada del chico se ensombreció de una manera en que la joven sintió miedo y curiosidad. —Lo lamento si lo disgusté o dije algo imprudente.
El semblante de Daniel cambió radicalmente; estaba enojado y triste, pero entendía perfectamente cómo eran las otras personas. Jamás entenderían que había un hombre de más de 20 años estudiando medicina y que no tenía muchos antecedentes que digamos. ¿Quién se creía para hablarle de esa forma?
Daniel Salerno Hoyos parecía un fantasma muy atractivo, misterioso y una fuente oscura a los ojos de la joven. Y sabía que muchas de sus compañeras pensaban exactamente igual a ella, deseando que la tocara.
—Señorita Ruiz, no me diga que usted es de las personas que les falta personalidad, juzgando las razones de los demás. Sin conocerlos —los ojos claros del pianista le hacían temblar las piernas, sin ninguna razón.
Esos "ojos salvajes" del joven ex heredero le hicieron retractarse inmediatamente. —Señor Hoyos, de verdad no quería ofenderlo... Si usted cree que puede ponerse al día en las clases de mi madre, le propongo un trato.
En seguida el hombre cambió su mirada, tratando de volver a su mirada tranquila y amable, con curiosidad.
"¿Cómo puede cambiar su mirada tan rápido?" —se preguntó la chica Ruiz.
—Sí, dígame ¿Cuál es el trato que usted me propone?
—Pase este año, demuéstreme que usted es tan justo como su nombre lo proclama y lo seguiré sin pensarlo —por primera vez en mucho tiempo, Daniel Salerno se colocó raro y rojo. De inmediato se le prendieron las alarmas, ¿quizás estaba jugando con fuego?, ¿quizás estaba perdiendo el rumbo? A pesar de sentirse raro, lo anhelaba de alguna forma.
Por obvias razones él sabía quién era ella; sabía que iba a clases de baile a escondidas de su madre, la decana de Medicina... que su padre no había estado con ellas, que su nombre es Amelia Ruiz, que tiene apenas 24 años y que le gustaba salir al atardecer como el té verde... Que tenía novio, un joven de la alta sociedad de Bogotá.
"¡JA!, un rolo", pensó para sí. Francamente, Daniel Salerno tenía bastante claro cuáles eran sus potencialidades. No podía usar su estúpido dinero negro para hacer que la joven, Amelia, cayera redondita.
Le investigó; bueno, para decir la verdad, había investigado a todo el gremio estudiantil de la universidad, y por ello tenía claro que su Decana era fuerte... Era madre soltera en una época en que no estaba bien visto. Él no era nadie para juzgar. Su madre hizo prácticamente lo mismo con él y con su hermano, mientras su padre se acostaba con la primera falda que encontrase en la calle.
Quizás por eso detestaba a Lucia, y no entendía cómo su hermanito la aceptó tan rápido; tal vez lo había dejado mucho tiempo solo, para que se encariñara de esa niña.
—¿Cómo puede ser tan atrevida? —preguntó el pianista desafiante, pero aún más que encantador—, ¿no me diga que le atraigo?
La muchacha no negaría nada, pues su madre le prohibió tanto, que no entendía que le hacía decir esas cosas a un desconocido; entonces, con una linda mirada, le contó algo, acercándose descaradamente para quedar enfrente de aquel hombre.
—¿Acaso es tan denso, para no darse cuenta cómo trae a la mitad de la universidad loca por usted?
"Incluyéndome" —pensó mirándole con sus ojos miel y una boca rosada.
El hombre reconocía que en sí era alguien galante, con sus cicatrices obvias, pero que, si era bastante llamativo, también era un hombre capaz y decidido. Que si se enamoraba daría la vida por esa persona o simplemente mataría con mucho dolor a quien se atreviese acercarse a la persona en cuestión... Aunque nunca consiguió enamorarse tanto, como para llegar a ese estadio de entregar todo de sí, para proteger a su amante. No, hasta ese momento se sonrojó tanto que ella solo se rió de don Daniel.
—¿Cómo puede estar segura? —preguntó él, tratando de ser fuerte y aparentar que lo dicho por ella no le afectaba para nada... Que por primera vez en su vida alguien lo decía en voz alta, y que a pesar de todo se contenía tanto como era posible, puesto que nunca alguien se atrevió a tanto en su vida.
—Lo he visto, Daniel Hoyos; sé que usted me atrae como a la mayoría de jóvenes de la universidad; además, cada vez que se pone su delantal y el uniforme las deja babeando a todas.
"Nos"
(Futura abuelita de Daniel, Alana y Derek, también caerá más rápido a los pies de aquel niño, que llevará el nombre de su futuro esposo.)
Según eso, también a ella la dejaba mal; parecía que estaba en lo correcto con esto, pues ella no solamente le iba a ayudar con ponerse al día con su madre, sino asimismo que sería suya; no quería que nada saliera mal... Le gustaba, aunque fuese exageradamente fugaz; si resultaba bueno para él y su familia, daría todo por retener esa nueva sensación.
—Y usted es una de ellas, ¿verdad? —Daniel Salerno estaba a punto de enloquecer, entonces proclamó —¿Por qué te gusto? —Al cambiar la voz en una más tranquila, ella solo pudo suspirar y girar el rostro. —No me lo niegues querida. Tus ojos me lo dicen y, a decir verdad, detrás de tus grandes lentes no te puedes ocultar, siempre. ¿No crees?
"Y más si supieses que yo no pertenezco aquí" —reflexionó el otro con una punzada en el alma.
¿Cuándo le había dado la vuelta? y ¿por qué le gustaba sentirse atrapada en esa voz?
—¿Sabes qué? mi nombre es Amelia —se desesperó mirando el reloj y tratando de sonar seria y tranquila. Le pasó una lista de lindos libros de mil páginas con una carpeta de actividades. —Estos son los libros y actividades que harás para tenerme.
—¿Me estás retando? —preguntó el joven con curiosidad, tocando la cabeza de la joven, sintiéndose el hombre más poderoso de todo el mundo.
—Tómalo como quieras, querido.
Ella salió de allí y él se quedó callado en silencio, esperando que su alma descansara para continuar con su trabajo de la universidad... Ella quería un hombre serio, y eso es en lo que el ex heredero se iba a convertir.
***
Por otro lado, días después de esto, en la isla de Amaranto, el tío cuarto de los Salerno, recibía una carta de su amado sobrino dando las indicaciones necesarias para salvarles el pellejo. A él no le gustaban esas indicaciones, y más ahora que Víctor al fin se decidió de encontrar a alguien. El tío cuarto, Luca Salerno, era uno de los hermanos del difunto padre de los chicos. Él fue quien técnicamente ayudó a su sobrino mayor a salir como heredero. Amaba a esos dos como si fueran hijos propios, los hijos que no tuvo.
Luca caminaba apresurado; cuando alguien lo detuvo estaba tan ensimismado que no notó que en menos de cinco minutos había atravesado el edificio.
—Mi señor, le recomiendo que no entre allí, el jefe está algo ocupado con la señorita Luna —habló uno de los guardas en la oficina, haciendo caras sugestivas acompañadas de un gesto chistoso.
—¡Ah bueno! —dijo Luca tratando de que no se notara la incomodidad, pero teniendo razón, todo iba por buen camino y así de verdad sería mucho más sencillo dar rienda suelta a la orden de su sobrino mayor.
Dentro de la oficina, en el sillón grande de color oscuro, Reina Luna descansaba en el pecho de aquel que le encantó de una forma rápida... En general llevaban algunos meses saliendo, casi siempre después del trabajo, y hasta hoy dejó de ser obvio para convertirse en real.
—Víctor, ¿estás seguro? —habló la joven cubriéndose con la camisa del mayor —sabes que para mí está bien seguir así. No quiero que les pase algo a ninguno, ni a ti, ni a las niñas—, estaba preocupada por las niñas de aquel hombre; sentía que debía protegerlas de algunas personas malas. Como por ejemplo la señorita Lucía Salerno conocía el amor que el hombre le tenía a esa mujer y comprendía que eran familia, aquello era indiscutible y no se podría pelear.
El hombre la conocía bien y solo estaba tratando de pasar más tiempo con ella, de darle seguridad y decirle que estaba feliz de tenerla a su lado.
—Reina, no te quiero ocultar más y lo sabes. Me importa un carajo, lo que digan los demás —dijo besando su cabeza tan tranquilamente que ella solo suspira de una manera relajada, cerrando los ojos—; no podría ocultarte más; quiero que puedas ir a mi casa. Sin tanto protocolo, pues serías la señora de esa casa.
Tratando de no enamorarse más, decidió cambiar de tema:
—¿Cómo te fue en el embarque de hace unos días? —preguntó ella; no le gustaba ese negocio, pero en los meses anteriores cuando comenzó su relación entendió que era parte del lujo de lo que él era.
—Nos fue regular, perdimos algunos hombres y casi muero; si no es porque mi hermano mayor me despierta, creo que yo hubiera muerto —restándole importancia—, ella lo besó de nuevo. Dándole una orden, algo que solamente ella podía hacer como su hermano: mandar a Víctor Salerno.
—Te ordeno, que tengas más cuidado. Que, si tienes que llevar más hombres, hazlo—mordiendo su labio, mientras se encaramaba otra vez en el hombre—¿cómo cuidaré a tus hijas si te mueres?
—Mi Reina... me cuidaré mucho, es necesario cuidarme, para que tú me des —el hombre comenzó moverse de nuevo, mientras ella perdía los estribos de una forma tal que desearía que durara durante todo el día—; mi hermano mayor anhelaría conocerte. Le caerás bien, por eso me gustaría que te casaras conmigo...
(Cosas de familia, Dan dice que sí... pero, la verdad, deberías tomar nota de nuevo).
Los Salerno pasaban eso; los Spada, sobre todo Franco, miraban a su nieto solo en esa habitación decorada con osos dibujados por su difunta nuera.
—Sí, esta única opción que tengo para protegerte, lo haré.
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