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La casa de los humanos

—Tienes pulgas.
Mamá estaba dándome un baño cuando se dio cuenta de que algo estaba viviendo entre mi pelito. No sabía muy bien que eran las pulgas, pero al parecer tenían la culpa de la comezón en mi cuerpo, y quizá esas cosas también eran las responsables de mi cansancio y de que el ojito me saltara.
Habían pasado tres días desde el encuentro con esos humanos, y aunque al principio me asusté mucho, mamá dice que no intentaron hacerme daño. Al parecer, ella los había estado observando durante algún tiempo, antes de que yo naciera, y había llegado a la conclusión de que no eran tan peligrosos como otros.
Yo le creí, porque ella nunca se equivocaba.
Teníamos hambre. Mamá dijo que iríamos a buscar entre la comida que los humanos echaban en bolsas y aventaban a la calle, por qué al parecer aquel día era especial para eso y todos los humanos de la zona lo hacían. Tal vez era una costumbre o algo así.
Caminamos por varias casas hasta terminar en la de los humanos confiables, los cuales al parecer aún no habían sacado su bolsa especial.
Mamá se molestó un poco, pero dijo que debíamos quedarnos cerca para esperar.
Vi a una de las humanas en la ventana, y ella nos miró también.
—Ojalá pudiéramos quedarnos con los gatitos—gritó ella.
—No lo sé, recuerda que tu hermano no puede— respondió el humano mayor, aunque no entendí muy bien qué clase de problema tenía el hermano conmigo. ¡Yo no le había hecho nada!
La humana escandalosa salió de la casa, cargando dos maletas enormes como si fuera a viajar muy lejos, llevando un montón de chucherías que ellos llamaban "juguetes".
—¡Vámonos, papá!
¿Papá? ¿Por qué los humanos tenían uno de esos? Yo solo necesitaba a mi mamá, así que no pude entender lo que un humano como ese podía hacer.
La humana me miró de repente. Se acercó a mí dijo algo cómo:
—Cuándo vuelva, les traeré comida—y se acercó más —no se lo digas a nadie.
¿Me estaba amenazando? ¿Acaso pensaba que podía hacerlo? Claramente me subestimaba, pues yo era una poderosa máquina asesina y se lo iba a mostrar.
Le gruñí. Ella se rio de mí, y volví a gruñir para advertirle que no se metiera conmigo.
La humana se alejó, yo diría que muy asustada, porque no volví a verla hasta la noche. Qué bueno que aprendió su lección.

Ella y el humano papá se fueron. No pasó mucho tiempo cuando empecé a sentirme muy mal y débil, ya no podía sostenerme y me acosté en el pasto, pero eso no me hizo sentir mejor.

—Te conseguiré comida— susurró mamá, y empezó a gritar esperando llamar la atención de la otra humana, que aun estaba dentro de la casa. Tal parece que funcionó, porque ella salió y en seguida se empezó a preocupar.

—Chiquito, ¿qué tienes? Ay no, no sé qué te pasa, espera.

Y volvió a su casa. Después salió con un poco de leche y me la acercó.

—Tómale chiquito, anda, necesitas tener algo en tu pancita.

La tomé, estaba rica, pero al mismo tiempo sentía que no podía beberla y después de unos cuantos lengüetazos la dejé a un lado. Mamá y la humana no sabían qué hacer.

—Quédate aquí. Iré a preguntarle a Jengibre.

Jengibre era un gato que vivía cerca de un parque y a quien mamá solía preguntarle algunas cosas, y casi siempre tenía razón.

Mamá se fue y la humana se molestó, pensaba que ya me había dejado allí sola.

—Come jamón, chiquito, anda— sabía rico. Era casi tan buena comida como las lagartijas, aunque menos buena que el pollo de la otra noche.

Me lo acabé, pero aún me sentía muy débil. La humana comenzó a llorar y a pedirme que por favor no me fuera a morir, mientras mamá iba llegando con los consejos de Jengibre.

—Sólo descansa—Me ordenó y decidí dormir un poquito, quizá eso me ayudaría.

Según me dijo mamá después, la humana salía a cada rato a ver como estaba, decía algo como "sigue respirando" y volvía adentro, pues no sabía que más podía hacer.

No recuerdo muy bien que soñé, pero sé que era agradable, aunque algo me empezó a mover y desperté. Era mamá.

—¿Cómo te sientes?

—Bien. ¿Puedo jugar?

Y perseguí una mariposa, pero no podía correr ni saltar, así que nunca la atrapé, y mejor me puse a seguir hormigas.

—¡¡Estás bien!!—gritó la humana en cuanto salió de su casa, mientras lloraba de nuevo. Mamá dice que estaba contenta por mí.

No recuerdo muy bien que más pasó en el día, salvo una conversación en la tarde entre cuatro de los cinco humanos:

—Pudo morirse, no podemos dejar que se quede solito en la calle con su mamá, los dos están bien mal alimentadas, no van a aguantar. — Decía la humana más grande.

—Deja que se quede, por lo menos hasta que esté más grande— esa voz era fácil de reconocer, era del humano de ojos grandes que me había acusado con su mamá y su papá la otra noche.

—Ok, hasta que crezca y decida irse. Aunque tendrán que quedarse afuera, por tu hermanito. —En verdad, ¿qué problema tenía el humano hermano conmigo?

Mamá dijo que lo de los humanos eran buenas noticias, porque probablemente nos dejarían comida cada vez que nos acercáramos a su casa, aunque no esperábamos el raro acontecimiento que ocurrió después:

La humana escandalosa llegó al anochecer, y mamá y papá humanos le dijeron que debía cuidar de mi mientras ellos construían una casa. ¿Para qué necesitaban otra casa?

La humana escandalosa dijo que sí. Creo que la orden que le dieron esos humanos significaba que me habían reconocido como la poderosa máquina asesina que soy y me habían recompensado con una asistente que haría lo que yo dijera. Mamá prefiere el término "esclava", pero a mí me parece un poco fea.

Bueno, el raro acontecimiento del que hablaba fue que, (¡sorpresa!) la casa nueva, era para mamá y para mí: estaba hecha con cartón y unas cosas suaves llamadas cobijas, y tenía un traste lleno de leche y otro repleto de jamón.

—Se van a quedar aquí a dormir, para que no les pase nada malo. — Dijo el papá humano.

—Bien—contestó mamá.

—Gracias—dije yo. -Estaba muy, muy feliz, más feliz que cuando mamá encontró una galleta mordida y me la regaló. Estaba feliz por que antes de esa noche no teníamos casita, ni platos con jamón y leche, o una asistente...

Y ahora sí, teníamos un pequeño rinconcito del mundo humano para nosotras. 

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