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ǂ CAPITULO IV ǂ


(CUATRO)

EL ENCUENTRO DE DIOSES DESCONOCIDOS (PARTE 2)

Luzbel observó como aquella luz parpadeante que había visto girar por el callejón comenzaba a tomar forma. Las seis alas de Miguel habían desaparecido en un instante apenas sus pies encajaron en la superficie, sus cabellos dorados relucían en aquella oscuridad tan opaca, mientras sus oscuros ojos comenzaron a invadirlo por completo.

Una falsa sonrisa llena de burla se había dibujado en su rostro, y la ira poco conocida de Luzbel empezó a envolverlo nublando su cordura, evitando así no ceder ante su provocación.

—¿Feliz, ángel caído?

Los grisáceos ojos de Luzbel se tiñeron de un rojo intenso, frente a él pasaron varias imágenes de Miguel gobernando en todo lo absoluto, ese había sido su deseo más vil.

—Tú me quitaste esa felicidad. —respondió Luzbel.

—Tus ojos —señaló Miguel —. Sigues soberbio como de costumbre, creyendo juzgar correctamente a los demás solo por ver sus deseos más viles.

—Nunca los he juzgado, solo quería ayudarlos.

—¿Ayudar? —rio —. ¿Qué podría hacer un ángel atormentado por las sombras de su pasado? Solo fuiste un dolor de cabeza, y aun así nuestro padre decidió cederte un trono mientras te quemabas en lo que iba a llamarse infierno.

—Nunca he querido un trono, ese no ha sido mi sueño como el tuyo.

—Has observado tantas veces este burdo mundo y aun así no sabes cómo vivirlo.

—Este mundo es muy diferente.

—Yo lo veo igual de corrompido, te quité tus sueños para que tiñas tu corazón de esa oscuridad que acostumbras ver siempre en los demás.

—¿Sueños? —con lentitud el color grisáceo comenzó a volver a los ojos de Luzbel —. Iriel no era un sueño, ella era una realidad que tú te encargaste de arrebatármela.

—Esa humana era un estorbo, incluso su muerte me dio un dolor de cabeza.

Las alas de Luzbel hicieron presencia con una rapidez sobrehumana, y en un abrir y cerrar de ojos sus manos había tomado el cuello de Miguel.

—No te atrevas a hablar de ella —amenazó.

—¿Sino que? ¿Iniciaras otra guerra? —se burló —. Déjame decirte hermano, si me matas ahora, su alma nunca renacerá, ni siquiera algo de su esencia, si creíste que iniciando una guerra así podrías pedir una redención fue un completo error.

—Lo haré, si su alma no renace no me importa ir al estúpido infierno que han creado.

—Esa humana siempre deseo que fueras alguien bueno, que hayas crecido bien incluso hasta su último suspiro —dijo Miguel zafándose de su agarre —. Que decepción haberte convertido en todo lo contrario.

—¿A qué quieres llegar?

—Quiero tu ayuda.

—No la tendrás, ahora te la niego. —no alargó aquella conversación y guardó sus alas volviendo a perderse de regreso por el callejón.

—Ella vive en este mundo —Luzbel logró escuchar en un susurro las palabras que Miguel había soltado.

Su corazón se había acelerado a tal grado de sentirse deseoso, ansioso por ver quién era esta vez y sobre todo si lo que había dicho Miguel era certero.

—¿Qué?

Recordó el día que su alma fue esparcida por el mundo.

—Iriel... —mencionó Luzbel con desesperación detrás de su hermano —. El alma de Iriel no ha entrado por las puertas de plata.

—La maté ¿aun crees que su alma llegara aquí?

—Miguel, tú...mataste a Iriel...

—Si lo hice, no me hagas repetirlo Luzbel.

—Tú ¿Por qué?

—Porque tú mataste a alguien Luzbel, debía castigarte.

—Fue un humano con un alma destinada a la evaporación.

—Como sea Luzbel no debiste matarlo.

—Gabriel estuvo de acuerdo.

—Soy Miguel no Gabriel.

Las lágrimas de Luzbel habían escapado de sus ojos y poco a poco sus sollozos se hicieron más altos.

—No llores Luzbel, enserio eres molesto.

—¿Su alma...que hiciste con ella?

—Evaporación —respondió restándoles importancia —. Ella no volverá a menos que el cielo se apiade de ti.

Ese había sido el detonante de una bomba que se había ido forjando con el tiempo, todos los milenios que había vivido en el cielo se veían marcados por actos crueles y poco justos por parte de Miguel, todos odiaban a los humanos, Miguel había sido el arcángel que se encargó de criar a todos los demás, claro que Luzbel fue el mayor, pero Miguel se encargó de crear un cielo con sus condiciones, sus reglas absurdas y poco amables, sin embargo el día que se atrevió a matar a Iriel, Luzbel decidió ya no perdonarlo.

—Su alma al parecer se vio afectada, con nuestra guerra...

—Dilo por favor.

—Déjame hablar Luzbel —refutó —. Muchas cosas se vieron afectadas, lo averiguare, pero quiero que busques la manera de regresar a nuestro mundo, solo asi ella podrá estar bien de nuevo.

—Sera la última vez Miguel, que te quede claro.

—Demasiado, ahora hasta luego.

Miguel extendió sus alas y ascendió a lo que pareció ser el cielo, el corazón de Luzbel se encontraba acelerado de felicidad, Iriel por fin, después de varios milenios había vuelto a ser una humana, no importaba si su rostro había cambiado ni su apariencia, porque aquella alma que se había evaporizado ahora había vuelto; se dio cuenta del trato que cerró con Miguel, ni siquiera había decidido pedir a cambio y solo lo hizo como agradecimiento por el alma de Iriel que nuevamente había vuelto a brillar.

Al día siguiente uno de los amigos de Harniel, la nueva humana amiga que había conocido los había invitado a su casa, Luzbel observaba como a Harniel pareció incomodarle su ropa, pues llevaba la misma con la que siempre se había criado, su bata desde la cintura.

—¡Hades! —Daniel levantó la voz.

Un hombre joven apareció por las escaleras detrás del chico que llevaba el cabello color azul, pero a diferencia de él el otro mantenía un cabello totalmente gris y sus ojos eran negros. El amigo de Harniel lo miró furioso, pero el chico tendió una sonrisa en su rostro que incluso a Luzbel le pareció encantador.

—¿Por qué rompiste el teléfono de Hera, Hades? —preguntó.

—Comenzó a moverse en mis manos y yo solo lo tire, no quise romperlo.

—Se llama vibración Hades, ahora el que había comprado para ti se lo daré a Hera.

—No quiero algo peligros para mí.

Luzbel aun observó perplejo al tipo que había dicho llamarse Hades, llevaba una ropa que había visto puesta en la mayoría de humanos, si mal no recordaba eran pantalones, una gran tela cubría su torso, y en sus pies parecía llevar unos zapatos muy difíciles de tratar, estos habían tenido una gran tira que tenía varios caminos, parecía un reto.

—Hola —la voz del chico había logrado sorprenderlo haciendo que retrocediera —. Soy Hades.

—Hola, soy Luzbel.

—Y ella es Harniel. —dijo Daniel.

—Hola Harniel, eres muy bonita.

—Gracias Hades. —las mejillas de Harniel se colorearon de un rosa bajo por aquel comentario.



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