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ǂ CAPITULO II ǂ




(DOS)




"El primogénito del mundo celestial era el que más desconocía de los humanos"


El museo central de Roma cada año era visitado por un centenar de turistas que guardaban curiosidad sobre las pinturas que el Vaticano solía exponer en él. Las historias magnificas que corrían por el mundo se veían centradas en ese lugar, Roma y el Vaticano, no solo las historias divinas sino también aquellas historias en donde los protagonistas habían sido otro tipo de dioses.

Harniel caminó cuidadosamente por todo el pasillo de aquel museo, observaba con admiración todas aquellas pinturas que eran expuestas en cada lado.

—Fantásticas. —susurró.

El detalle era impresionante, los trazos parecían hechos con tanta delicadeza, pero había un problema: no podía describir el sentimiento con el que aquellas pinturas habían sido coloreadas, solo observó la magnificencia. Su sueño era colocar una de sus tantas pinturas en algún pasillo de aquel museo, pero ese mismo sueño se veía obstruido por el hecho de no visualizar aquellos sentimientos con los que todos los artistas que pudieron exponer sus pinturas en ese lugar las crearon. Sabía que los sentimientos a la hora de plasmar una obra era una herramienta de suma importancia, y ella lo tenía presente, siempre pintaba los paisajes que tanto amaba.

El problema radicaba en que el museo del Vaticano aceptaban pinturas realistas y llenas de sentimientos, sobre todo obras que plasmaran la divinidad; no se trataba de un museo en donde se pudiese exponer un paisaje normal, en él debía existir un ángel, un dios, una obra en la que se expresara la magnificencia divina, una en la cual las personas que llegaran a verla creyeran en la nueva imagen que admiraban. Era por eso que todas las pinturas expuestas se trataban de reliquias, obras de artistas que yacían en la tumba cientos de años, se había convertido casi en algo imposible que alguien fuese capaz de introducir un lienzo totalmente nuevo en algún pasillo. Harniel podía hacerlo, podía pintar imaginándoselo en su mente, pero el sentimiento no era imaginario por cual el trabajo se tornaría erróneo. No era como si un ángel bajase del cielo y pidiera que  pinte sobre él, el segundo problema era que Harniel no creía en esas historias divinas.

Todas la pinturas trataban sobre cielos, algunos profetas que había existido según los artistas y solo una de un ángel, uno pequeño, y esa obra había sido del único artista que aún vivía, de su madre a quien poco a poco comenzaba a faltarle la vida.

Salió del museo y observó su reloj, el tiempo aún estaba de su lado pues después de visitar a su madre había decidido echarle un ojo al museo, pero le sobraba un poco de tiempo para poder subir a la montaña a plasmar un nuevo paisaje natural. Se colocó nuevamente los auriculares y envolvió con más firmeza su bufanda, subió a su auto y aceleró hasta llegar a la subida de la montaña, giró por algunos callejones hasta poder encontrar su ruta específica, subió algunos caminos llenos de piedras, pero poco a poco comenzaba a visualizar la cumbre.

Apagó el auto y buscó su bolso, encontró un buen lugar en donde podía sentarse y fue allí. Dejó las acuarelas a un lado y cerca un pincel, liberó un pequeño cuaderno para trabajar solo en un borrador. Comenzó pintando el cielo, colores celestes y azules con algunos toques de amarillo, poco después tomó el color verde para colorear algunos árboles, con un azul mucho más oscuro coloreó el lago frente a ella, sin percatarse había pintado una lindo paisaje, pero cuando volvió su mirada para revisarlo por última vez observó una figura a la orilla, la había pintado sin ser consciente de ello, miró el lago más cerca de la orilla y  el hombre seguía acostado en el mismo lugar, parecía estar ¿muerto?

Harniel, aun con temor había decidido acercarse al hombre de la orilla, observó su cuerpo inmóvil y se acercó con más confianza; tenía el cabello largo azabache, el color de sus ojos era imposible de apreciar, su piel era pálida y sus rasgos eran finos, su rostro se tornó de sorpresa, de ninguna manera podía negar que el hombre aun inconsciente era demasiado hermoso, y el esplendor la aturdió; parecía llevar una falda color negra, y la parte superior de su cuerpo estaba descubierta.

—Oye... —Harniel removió el cuerpo del hombre en un intento de despertarlo.

El hombre había abierto los ojos, pero a la velocidad de la luz empujó a Harniel cayendo sobre ella.

—No te salvar... —observó con cuidado su rostro —. Espera ¿te conozco?

Harniel tomó una de las piedras a su lado y lo golpeó en la cabeza antes de que pudiese reaccionar. El hombre cayó al suelo sujetando el lugar del golpe, y ella por fin logró ver el color de sus ojos que habían estado escondidos debajo de sus parpados, grises. No los admiró por completo y solo corrió a su auto.

—Espera —el hombre logró intervenir antes de que cerrara la puerta del auto —. Disculpa por asustarte, pero ¿podrías ayudarme?

Indagó el cuerpo del hombre nuevamente tratando de detectar alguna arma con la cual pudiera lastimarla, pero el resultado fue nulo, de ninguna manera podía confiar en un desconocido.

—Entonces no tendrás ningún inconveniente si le habló a la policía ¿cierto?

—¿Policía? ¿Qué es?

Harniel no reprimió su rostro desconcertado y lo miró con extrañeza.

—La autoridad. —recalcó con obviedad.

—Si así aceparas ayudarme, está bien.

Llamó a la policía quienes no tardaron mucho en llegar, Harniel observaba como los ofícielas comenzaron su interrogatorio.

—Podría ayudarme con su identificación por favor. —pidió uno de los oficiales.

—¿Identificación?

—Al parecer ha perdido su identificación, podría ayudarme con su nombre.

—Luzbel. —dijo el hombre.

—Su apellido por favor.

—¿Apellido?

—Deje las bromas por favor.

—Oye... —se dirigió a Harniel —. Dijiste que si llamabas a la policía cederías a ayudarme.

Harniel rió con nerviosismo y se acercó con el oficial.

—Disculpe, mi maestra me habló diciéndome que este hombre es su hijo y que no está bien mentalmente.

—Concuerdo, pero ¿está segura?

—Sí, creí conocerlo, pero como no recordaba acudí a ustedes, discúlpeme oficial.

Esperó que los oficiales se marcharan antes de volver a su auto.

—Oye.

—Sube a mi auto.

Lo observó cómo trataba de abrir la puerta del auto sin éxito, suspiró y bajó del asiento; abrió la puerta.

—Entra.

—Gracias ¿Cómo te llamas?

—Harniel, ahora vamos, te llevare a tu casa.

—¿Mi casa?





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