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ǂ CAPITULO III ǂ

(TRES)

EL ENCUENTRO DE DIOSES DESCONOCIDOS


Harniel introdujo el auto al garaje y descendió seguido del hombre de la montaña. Se dirigió a la puerta de salida y le cedió el paso, pero su cuerpo se mantuvo inmóvil.

—Sal —indicó.

—¿Me estas desterrando? —preguntó —. Eres la segunda persona que me destierra.

No contuvo su expresión de confusión y volvió al hombre para empujarlo.

—Si así es como quieres tomarlo, bien, pero ahora espera afuera.

La luz iluminó todos los lienzos que estaban terminados y pronto a ser entregados; buscó en el armario un suéter holgado que pudiese cubrir al hombre, no utilizaba tantos pantalones así que no pudo cederle algunos, solo un suéter que lograría cubrirlo del frio.

—Ten, esto te ayudará con el frio. —entregó el suéter

—Mi nombre es Luzbel. —dijo tomándolo —. Olvidé decirlo, con lo de la guerra mi cabeza estaba perdida.

Nuevamente aquel atisbo de confusión.

—¿Siempre eres extraño?

—De alguna forma, tú también lo eres para mí Harniel.

—Bueno...

Observó cómo Luzbel fijó la vista cerca de un callejón y su rostro se tensó.

—Miguel... —susurró y se dirigió a pasos acelerados al lugar.

Ladeó su cabeza para observar algo, pero no había nadie y Luzbel giró por el callejón perdiéndose. No le prestó tanta importancia y volvió a su casa.

Horas después detuvo sus manos de dar más pinceladas al escuchar el timbre, miró su reloj dándole a entender que la mañana ya la había sorprendido. Abrió la puerta y dejó pasar a Daniel, su amigo de años.

—Hola linda, no creí que alojaras mendigos en tu acera. —dijo y se dirigió dentro.

—¿Mendigos? —susurró. Lo recordó, Luzbel.

Perdió de vista a Daniel y confirmó lo que había dicho, Luzbel mantenía las rodillas sobre su pecho tratando de buscar calor, su cabello caía a un lado y cubría su rostro, el suéter que le había dado estaba muy bien doblado a un lado.

—Luzbel. —removió su cuerpo.

—Harniel...

—Te enfermarás si sigues ahí, ven.

Era un hombre extraño desde la primera vez que lo había encontrado.

—Te di el suéter para que te cubrieras, no para que lo guardaras. —reprimió.

—Es el segundo regalo que me han hecho —sostenía el suéter con cuidado —. Los regalos solo se hacen cuando un nacimiento significa orgullo y amor, gracias.

—Para mí ese regalo significa —Harniel tomó el suéter y lo encajó en la cabeza de Luzbel —. Pórtalo o morirás de neumonía.

En la entrada Harniel indicó la dirección al baño para que Luzbel tomara uno.

—En el baño hay toallas, por favor ve.

—Gracias Harniel. —caminó por el pasillo.

—No sabía que aquí era un centro de acogida. —Daniel la sorprendió por detrás.

—Es un tipo extraño, pero parece un niño, creo que debo ayudarlo.

Ambos se dirigieron a los sofás, una de las paredes estaba coloreada con un gran dibujo de un ángel, era el mismo que su madre había pintado en el lienzo que estaba expuesto en el museo del Vaticano.

—Vine por las pinturas de papá, linda. —dijo Daniel mientras ella buscaba los lienzos que había terminado en la madrugada.

—Sí, son estos —entregó —. Terminé solo hace unos minutos, la pintura debe estar fresca.

—Las horribles ojeras que tienes me lo hicieron saber linda, debes arreglarlas. —demandó con obligación.

—No es tan malo...

—Como no linda, yo puedo arreglarlo, con un poco de maqui...

—No gracias, hoy no quiero salir, debo terminar un lienzo más y después iré al hospital.

—¿Cómo está tu madre?

—Las últimas quimioterapias la han dejado muy débil, la verdad he comenzado hacerme la idea a perderla. —forzó su voz para no quebrarse.

—Lo siento tanto linda. —la abrazó.

—Ha sufrido demasiado, no quiero ser egoísta al pedir verla más tiempo.

—Siempre contaras conmigo Harniel.

—Lo sé, te lo agradezco.

Limpió algunas lágrimas que habían escapado y se percató de Luzbel quien miraba los cuadros en silencio.

—Ese cuadro me recuerda a mí de pequeño —dijo observando el inmenso cuadro en la pared, el ángel que su madre había pintado hace años.

—Has crecido muy... —habló Daniel —. Bien —recalcó mirándolo de pies a cabeza.

Luzbel llevaba una toalla envuelta desde su cintura hacia abajo, mientras que su torso estaba completamente desnudo, su cabello azabache caía por sus hombros y parecía todo un modelo.

—Olvidé que no traías ropa. —dijo Harniel fijándose en el chico.

—Mi casa también es de beneficencia —ofreció Daniel —. Si quieres puedes venir, tengo ropa.

Harniel miró con sospecha a su amigo gay, pero con rapidez él levanto sus manos en rendición.

—Lo digo en serio, a diferencia de ti alojé a tres chicos que de igual forma parecían mendigos. —se excusó.

—En ese caso creo que terminaré el cuadro mañana.

—Mi nombre es Luzbel ¿Cómo te llamas?

—¿Es una manera de ligar? —preguntó Daniel en susurró.

—Es una manera de ser normal.

—Hola Luzbel, soy Daniel —se acercó a su oído —. Puedes venir a mi casa cuando quieras, enserio cuando quieras.

—Gracias Daniel.

—Suficiente Daniel, vamos.

El trayecto no duró más que treinta minutos en auto, a diferencia de Harniel, Daniel vivía en una casa en el centro de la ciudad, su casa a veces parecía más un hotel.

—Pasa Luzbel, estás en tu casa.

—Gracias.

—Solo tomaremos algo de ropa y nos iremos —se detuvo —. O tú puedes quedarte Luzbel, como desees.

—Tenemos muchas habitaciones, es posible Luzbel.

Harniel pudo ver como un chico con cabello azul apreció por las escaleras.

—Daniel, Hades rompió el aparato que le regalaste a Hera.



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