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Capitulo 2

Siempre creí de ti una persona de esas que son simples, de esas que se pueden parar a disfrutar de cualquier cosa; así sea estar parado en un balcón mirando a el mar o disfrutar de un viaje en colectivo. Pero a la vez una persona profunda, que no sólo mira el mar sino que contempla la fuerza de la naturaleza, adentrando, tal vez, a lo profundo del océano; que no sólo viaja como una persona más entre el montón sino que admira el comportamiento social e individual de cada pasajero con un ojo crítico sobre las diferentes falencias que hay en lo cotidiano de tu viaje.

Los detalles que ambos tuvimos el uno y el otro en aquellos tiempos eran prematuros pero existían, aunque yo era uno de tus tantos caramelos que a diario nos regalabas a las camareras, siempre, a si sean las ocho de la mañana o las tres de la tarde, siempre, pero siempre, guardabas uno para mi. Y de mi parte, aunque quizás no te hayas dado cuenta, antes de que llegaras siempre buscaba entre las facturas del desayuno las medialunas más tostadas, y dejaba a tu mano un chocolate caliente para cuando llegaras.

Al leerte veo que tu memoria sigue como en aquel entonces, ultimando y sacando provecho de cada detalle, así, robando la suerte de cada situación para poder ver más allá. Tu descripción de mi, no es errada, quizás sea un poco exagerada o quizás es lo que demostraba, pero por dentro había cosas que no creo que hayas podido visualizar. Por ejemplo, aunque no lo demuestre, ese caramelo diario me llenaba el alma y me faltaba cuando tenías franco. Por otro lado me suena extraño que recuerdes esos momentos en el ascensor, porque yo, recién ahora, recordando a través de tu letras enfocó en aquellos pensamientos, tuvimos otros momentos que quizás no los recuerdes o tan solo los guardas para ti, aunque para mí fueron igual de importantes.

  Me pregunto si recuerdas tan detalladamente aquella primera navidad y sino haré que lo recuerdes. Un hotel lleno en uno de los eventos más grandes del año. Creo, y espero no equivocarme, que ahí fue donde todo comenzó. Intento recordar y viene a mis oídos todo el sonido gastronómico: los chef a los gritos, ese crujir constante de platos y cubiertos, balbuceos sostenido entre los camareros, los steward y la gente de cocina ¿recuerdas? Pero si hay algo que ha de resaltar entre tanto ruido y que de esa noche nunca podría olvidar, eran mis zapatos, esos malditos y benditos zapatos; desde este lado del nueve todo empezó por ellos. Me lastimaron el talón y los desprecie por completo, incómodos, horribles y molestos. Pero fueron benditos porque por primera vez sentí tus manos sobre mi piel, por primera vez tu y yo estábamos lejos del resto, aunque estuviesen dando vueltas alrededor nuestro todo estaba distante.
No conseguiste una curita pero si una cinta para cubrir mis ampollas. ¡Qué dulzura! me pusiste un poquito de alcohol y en cuanto ardió soplaste mi piel. Con mi pie sobre tu rodilla, como si me estuvieras pidiendo matrimonio. Con la más hermosa dulzura, como si fuera una niña, como si sintieras mi dolor sobre tu piel, con una servilleta y un poco de cinta cubres y cuidas de mi herida. ¿Cómo ibas a pensar que detalles así no nos mueven nada a las mujeres? Y luego de eso, durante toda la navidad, ni siquiera me miraste. Esa acción me demostró que aunque en ese tiempo podía tener a miles de hombres a mis pies, a ti no te parecía importar en lo más mínimo mi presencia. Son esas pequeñas cosas que a las mujeres nos encantan; creo que en el fondo lo sabías. Y desde esa navidad, y contra toda mi moral, sin importar mi ética, ni mis gustos, ni mi estatus empecé a buscarte. No fue solo el ascensor, también lo fue la manera de pintarse, de pensar estratégicamente cómo hacer para que me dejes de llamar amiga. Pero… ¿cómo llamar tu atención? Si parecía no importar el afuera, vistiese lo que vistiese nunca un piropo, nunca una mirada de deseo hasta que me di cuenta (que esos piropos originales y propios, siempre tenían algo en común; un perfume) que mi manera de llegar a ti era a través de tu olfato.

Así estábamos los dos, día a día, tu de un lado lavando copas y platos, así, simpático, con unos tonos de alegría, riendo como si no importara que estuvieras trabajando. Con esa mirada colorada, sin titubeos, firme y directo a los ojos; inspirando confianza, firmeza y gracia. Con el cabello siempre desprolijo, de panza gordita, como si no te importase la estética, como si lo que mostrarás por fuera sea un impedimento para lo que realmente tenía adentro, pero a la vez es como que sabías que ese talento innato de hacernos sonreír diariamente enamoraba a cualquiera y lo usabas a tu favor. ¡Claro que lo usabas! Te encantaba usarlo. Y de repente, como si fueras otra persona, tenias y demostraba tener el superpoder de parar el tiempo a tu gusto clavando tu mirada sobre mis ojos, era algo hipnótico que parecía ser que por sí solo naciera de ti, me encantaba. Yo era realmente todo eso que describes pero no supiste darte cuenta que al igual que tu, me estaba llenando de preguntas.

" Una crisis está conformada de un montón de preguntas. Pero de las crisis se sale con un puñado de desafíos y cada desafío es una oportunidad"

esas fueron tus palabras en el callejón, el "callejón de los milagros" como me gusta llamarlo. ¿Recuerdas cómo sucedió esa invitación? Sólo un detalle, no fue casualidad, más bien una hermosa causalidad. Supe toda la semana que ese viernes debían devolverse horas en el hotel y sabía muy bien a qué hora te ibas. Asi fue, espere, y espere ya cambiada en el vestuario, casi dos horas hasta que se hicieran las 2 de la tarde para salir al mismo tiempo que vos y cruzarte en el pasillo, era mi plan desde hace tiempo.
Porque lo intenté David, intenté paso a paso encontrar en vos una chispa pero me lo hacías difícil. Y luego de tu frase, tan solo con un puñado de palabras empujaste la primera ficha de un Domino en mi vida. Tu lograste generar una crisis en mi. Con mi pareja pase a estar en una etapa gris, aunque no te miento si digo que intentaba amarlo día a día, pero al despertarme, sin querer, en mi cabeza estabas tú. Como si yo estuviera partida en dos mitades, era alguien fuera del hotel, pero previamente y durante, era tuya aunque no tenía muy claro de qué manera. Sólo sabía que al levantarme por la mañana y de frente a mi espejo solía vestirme una y otra vez como siempre lo hice, pero después, en mi posteriori, ya no lo hacía por mi, sino por si la casualidad de que nos encontremos al salir o al entrar del hotel. Antes solo miraba mis horarios rogando tener un sábado o un domingo para poder salir, pero después miraba tus horarios, solo para que nuestros francos coincidan, era un juego introvertido que me gustaba, no te voy a mentir, pero de a poco ese juego, dentro mío, se transformaba en una verdad completamente sentimental.

Sin leer la segunda parte de "real" se lo que vas a narrar. Luego narraré lo que de este lado del nueve ocurrió. Pidiendo perdón, tarde pero lo pido y si, ese fue mi primer desafío real. Un desafío que aunque lo busqué, no sabía cómo afrontar.

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