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Capítulo 8. Audiencia con la Reina


Después de cinco días desde el inicio del viaje de Reinald, hoy recibo una carta de su parte. Estoy sentada en el trono, rodeada únicamente por los dos guardias que permanecen firmes en sus puestos mientras todos los demás se ocupan de sus deberes. La carta descansa en mis manos, y, tras una breve pausa, decido abrirla. Es la primera que me envía desde que partió para formar alianzas.

El saludo, como siempre, es formal, aunque puedo detectar sus trazos característicos: un intento tímido de ser más cercano.

La primera frase que leo dice: "Estoy loco."

Bueno, eso ya lo sabía, aunque no por elección. Una ligera sonrisa se dibuja en mi rostro, casi sin darme cuenta. Pese a su mirada severa y su actitud de "no me hables o te mato", siempre me ha parecido un niño tsundere.

El siguiente párrafo, sin embargo, hace que me levante de golpe del trono. La sorpresa duró apenas un momento antes de que vuelva a sentarme, repasando sus palabras en mi mente. Los guardias de la puerta se alarman por un momento por mi reacción y, al igual que yo, al siguiente vuelven a su misma expresión aburrida hasta que pase algo más interesante.

—Ese idiota... murmullo.

Exhaló un largo suspiro.

"Agradezco tu preocupación por la causa, pero llegar a tal punto en que un humano pueda controlarte..." es lo único que puedo pensar para decirle en el momento en que lo vea. Mientras dejo caer la carta sobre mi regazo. Mi tonto hermano, estás cada vez más cerca de ganarte un boleto directo a la enfermería. Aun así, no estoy tan preocupada. Lo que hizo podría interpretarse como una debilidad para la causa, pero, de alguna manera, también es inesperado que después de décadas hable sobre ella.

—Debí haberlo enviado con alguien más... —Me digo en voz baja, aunque una parte de mí sabe que no habría hecho ninguna diferencia.

Pienso en el pacto que menciona. Quizás no sea tan malo como parece. Al menos es con alguien que conozco: una familia que nos respeta y admira. Han sido aliados valiosos para que los humanos confíen en nosotros. Me pongo de pie, dando unos pasos mientras intento ordenar mis pensamientos.

—Tal vez... tal vez no sea tan malo después de todo.

Unas horas después, un guardia llegó acompañado de Izumi. Este último permanecía en su posición firme, con la espalda recta y las manos cruzadas frente a él, vigilando sin descanso el lugar donde me encontraba. Desde que comenzó la guerra, no se ha alejado de mí por más de unos minutos. Incluso me pidió quedarse en la habitación contigua a la mía, abandonando cualquier otro deber para enfocarse únicamente en protegerme. "Como si no lo hiciera ya antes de todo esto."

Mientras lo observo de reojo, mis dedos juguetean con los pliegues de mi vestido, alisando una arruga inexistente. No me parece del todo mal que esté tan cerca, aunque su actitud me resulta un poco exagerada. Sin embargo, entiendo su preocupación. Después de lo ocurrido en la celebración de coronación, su sobreprotección es más que comprensible.

El eco de pasos ligeros me saca de mis pensamientos. El guardia que avanza hacia mí lo hace con la mirada baja, manteniendo un porte solemne. Cuando llega frente al trono, se arrodilla ceremoniosamente y extiende una carta con ambas manos. Dejo de mover mis dedos y levanto la barbilla, observando su gesto con atención. Esto es lo que más me gusta de los mensajeros: llegan a tiempo y logran pasar desapercibidos hasta que ya los tienes frente a ti. Para eso los entrenamos.

—Puedes levantarte —le indicó con un ligero movimiento de la mano, mientras tomó la carta de entre sus dedos.

El papel cruje bajo mi toque. Coloco la carta anterior sobre mi regazo con cuidado y desenrollo la nueva, desplegándola frente a mí. Mis ojos recorren las primeras líneas, y pronto una pequeña sonrisa curva mis labios.

La primera noticia me tranquilizó. Reinald ha salido victorioso. Está en camino de regreso y no tardará más de dos días en llegar. Esto me recuerda que debo preparar una nueva habitación para su humano. Deslizo un mechón de cabello detrás de mi oreja, pensativa. Ya no debería dormir donde los sirvientes; ha superado esa etapa.

"Más bien, ahora es algo más..." pienso, dejando que mis dedos tamborileen suavemente el brazo del trono. Según lo que Reinald me contó antes, su humano ahora sería algo como un amante, una pareja no formal. Su otra mitad o alma gemela, como lo describen los humanos. Esos términos se acercan bastante a lo que representa el nuevo vínculo de Reinald.

Mientras reflexiono, cruzo una pierna sobre la otra, ajustando el borde de mi vestido con una mano. Levanto la vista hacia el guardia, quien permanece inmóvil, y le hago un gesto para que se retire.

La segunda noticia en la carta proviene de la sacerdotisa Sakura. Curiosamente, está escrita como tal y también como la esposa del príncipe Haruki. Al parecer, ha resuelto parte del problema de su tiempo escolar.

Mis dedos se detienen, aferrando el papel con un poco más de fuerza mientras releo una línea que capta mi atención.

—Este hermano mío... —murmuró, dejando escapar un leve suspiro.

No le basta con formar el pacto inverso; ahora me entero por otros que ha revelado el nombre de nuestro antecesor. Y, como si eso no fuera suficiente, ni siquiera se dio cuenta de que ahora está conectado con el dios Thalassa.

Apoyo la espalda contra el trono y cruzo los brazos, dejando que mi cabeza se incline ligeramente hacia un lado. Los mechones de cabello que caen sobre mis hombros se mueven con suavidad al exhalar un nuevo suspiro.

—No sé si lo suyo es buena o mala suerte...

Pasando los días, aún sigo aquí, esperando cualquier noticia de Tiara, la que sea. Mientras tanto, pronto volverán a casa mi hermano y Kai. Es hora de ponerle nombre a la persona más querida por él... Me equivoco, la segunda más querida. Pienso en Reinald, en la manera en que perdió a Nanami. Fue Raisel quien la desangró, quien la hizo desaparecer del reino, rompiendo una parte de él para siempre. Y entonces, otro recuerdo me golpea. Lo que mi madre le hizo también lo cambió o, en realidad, ¿lo creo?, y ahora veo con claridad que ambos eventos están atados al mismo causante. Si hubiera pensado en una solución antes, quizá podría haber deshecho al menos uno de los daños. Pero ya no hay tiempo para lamentaciones. Con su regreso tan cerca, debo asegurarme de estar preparada para lo que sigue.

El resonar de pasos firmes precedió la apertura de las puertas. Reinald entró, la capa ajada, pero la postura intacta, como si el viaje no lo hubiese tocado. A su lado, su recién obtenido compañero humano. Kai marchaba tras él, su andar medido, intentando ocultar el nerviosismo que tensaba sus hombros y aceleraba su respiración

Desde el trono, mis ojos recorrieron a ambos. Mi mirada se detuvo en el humano, evaluándolo con detenimiento. Aunque intentaba no parecer intimidado, era evidente que el lugar lo abrumaba. Su respiración era medida, pero sus hombros estaban rígidos, y sus ojos no podían evitar recorrer el lugar con asombro. Es la segunda vez que lo veo. Cuando su vista se encontró con la mía, inclinó la cabeza torpemente, como si no estuviera seguro de qué protocolo seguir. Y me parece más tímido que la vez anterior.

Reinald avanzó hasta quedar a unos pasos de distancia. Yo permanecí sentada, con una mano apoyada en el brazo del trono y la otra sosteniendo aún la carta que había estado leyendo antes de su llegada. Mi hermano inclinó ligeramente la cabeza en señal de respeto, aunque sus ojos no podían ocultar una mezcla de urgencia, agotamiento y ¿culpa?

—Hermana. —Su tono era directo, pero el peso de la formalidad habitual aún estaba presente.

—Bienvenido, Reinald. —Mi voz fue suave, pero firme, mientras doblaba la carta con cuidado. No hice ningún gesto adicional por el momento, dejando que el silencio lo invitara a hablar primero.

Noté cómo sus ojos se desviaron momentáneamente hacia el humano antes de regresar a los míos.

—Traigo buenas noticias. —Hizo una pausa, como si evaluara sus palabras antes de continuar—. La alianza con el distrito 6 está asegurada.

—Lo sé. —Sonreí apenas, cruzando una pierna sobre la otra con lentitud. Mi mirada se deslizó nuevamente hacia su compañero humano. Era joven, apenas superando los veintitantos, habrá que celebrarle sus cumpleaños a partir de ahora. Decidí.

Con un gesto sutil, llamé a uno de los soldados apostados junto a la entrada del salón. Este avanzó rápidamente, deteniéndose a pocos pasos del trono.

—Lleva a nuestro invitado al ala de los sirvientes para que recoja sus pertenencias. Asegúrate de escoltarlo con respeto y condúcelo a sus nuevas habitaciones. —Mi tono fue calmado, pero cada palabra llevaba un peso innegable—. No debe forzarse nada; todo debe hacerse con dignidad.

El humano alzó ligeramente la cabeza, claramente desconcertado por la instrucción. Sus ojos se ensancharon por un momento, y luego miró a Reinald, buscando confirmación. Mi hermano, sorprendido, arqueó una ceja, pero no dijo nada.

—Sus nuevas habitaciones están en el mismo piso que las de la familia real —añadí, fijando mis ojos en el humano. Mis palabras parecieron impactarlo aún más, y no pude evitar notar el leve temblor en sus manos antes de que las escondiera tras su espalda.

—Gracias, Su Majestad. —La voz del humano era apenas un murmullo, llena de asombro y desconcierto.

—Puedes retirarte —ordené, haciendo un gesto al guardia para que lo guiara.

Mientras salían, Reinald no pudo evitar mirar al humano por última vez antes de volverse hacia mí.

—Hermana, ¿es esto necesario? —Su tono era bajo, pero no ocultaba su sorpresa.

—Lo es. —Me puse de pie lentamente, dejando que mi vestido cayera en cascada con gracia a mi alrededor. Bajé los escalones del trono con calma, enfrentando a Reinald directamente—. No basta con proteger a los humanos; debemos mostrarles respeto si queremos que confíen en nosotros. Tu decisión de vincularte con él no puede ser tratada como un capricho.

Reinald frunció el ceño, pero asintió lentamente. Su expresión cambió, y la urgencia que había contenido hasta ahora volvió a dominar su semblante.

—Hay algo más que debo decirte.

—Lo sé. —Interrumpí, colocando una mano ligera sobre su brazo para calmarlo. Mi mirada se suavizó ligeramente, pero mi tono no perdió su firmeza—. No hace falta que expliques nada por el momento.

Reinald titubeó, claramente sorprendido, pero no insistió. Asintió una vez más y retrocedió un paso, inclinándose ligeramente antes de girarse para salir del salón.

Antes de que Reinald pudiera girarse para marcharse, mi voz lo detuvo, cortante como una hoja. Le diría lo de nuestro medio hermano, pero hay algo que me molesta más que esa escoria mal parida.

—Después de búsquedas infructuosas, aún no hay nada. —Mis palabras resonaron en el salón con un eco autoritario—. Y tú no traes las noticias que espero. Después de casi un mes de no saber de tiara, mi paciencia estaba al límite.

Reinald giró lentamente hacia mí, su rostro marcado por una mezcla de sorpresa y exasperación.

—Mei, he hecho todo lo posible... —comenzó, pero lo interrumpí antes de que pudiera excusarse.

—Así que ahora te digo, hermano, que si no hay nada de mi hermana para la siguiente noche, yo misma iré a buscarla. —Mi voz no tembló ni una vez, cada palabra pronunciada con una certeza fría que llenó el aire.

—Eso es absurdo. —Su tono se elevó, y el eco de su frustración quedó suspendido en el aire. Dio un paso hacia mí, casi desafiante—. Eres la reina. No puedes abandonar tu papel por una búsqueda que es...

—¿Absurda? —Mis ojos chispearon, y sentí cómo la tensión en la habitación crecía con cada segundo. Mi postura permanecía firme, pero mi corazón latía con una furia contenida que poco a poco comenzaba a filtrarse a la superficie—. Si no me crees, escucha bien. —Me acerqué un paso, mi mirada clavándose en la suya—. Si no tengo la cabeza del culpable para mañana, yo misma iré a buscarla. Y cuando lo encuentres... —Hice una pausa, dejando que la amenaza tomara forma en el aire como una llama a punto de encenderse—. Trae al traidor o traidora ante mí. Yo misma le quitaré la cabeza mientras se quema en mi fuego.

Reinald tragó saliva, sus manos tensándose a los lados de su cuerpo. El aire a su alrededor cambió, cargándose de un calor sofocante. Ya no era solo mi voz la que hablaba; mi aura se había liberado, y la furia contenida que solía controlar con tanto cuidado ahora era palpable.

El salón, antes tranquilo, parecía ahora un horno. El sudor perlaba la frente de Reinald, y su mirada buscó la mía, no con desafío, sino con un destello de preocupación genuina.

—Mei, basta... —Intentó calmarme, pero sus palabras apenas eran audibles sobre el zumbido sutil del fuego que había comenzado a rodearme.

El contraste entre mi habitual calma y la rabia latente era evidente. Era como si el sol mismo hubiera descendido al salón, quemando todo a su alrededor con su presencia implacable.

Entonces, justo cuando el ambiente parecía a punto de estallar, me detuve. Un cambio sutil, una presencia nueva que no había notado antes. Mi fuego se disipó en un instante, y el aire volvió a ser respirable. Fruncí el ceño y giré mi cabeza hacia la puerta, donde el sonido de una pequeña disputa llamó mi atención.

La puerta se abrió con un golpe repentino. Una anciana apareció, forcejeando con un joven que intentaba detenerla.

—Abuela, por favor, no puedes entrar ahí. —El joven corpulento, claramente angustiado, sujetaba a la mujer con fuerza, pero ella se liberó con una determinación sorprendente.

—¡Suéltame! —La anciana levantó la voz, mirando al joven con una mezcla de irritación y algo que parecía compasión—. Debo hablar con Su Majestad.

Tisenca. Pronuncié su nombre con un tono de duda, una mueca apenas perceptible curvando mis labios. ¿Qué hacía aquí, a esta hora de la tarde, una de mis humanas de confianza, la segunda consejera del reino? Mis ojos verdes, duros y decididos, no podían apartarse de los azules que miraban fijamente los míos. El aire del salón parecía volverse más denso, como si el peso de lo que estaba por suceder nos envolviera con cada segundo. Mi pecho se apretaba, la tensión acumulándose en cada rincón.

—¿Qué hace una consejera aquí, cuando no le es solicitada su presencia? —inquirí. Mi voz no retumbó, pero llevaba un filo tan agudo que sentí que las sombras mismas temblaban. No era solo irá lo que me recorría; era un frío helado, profundo, que convertía la rabia en algo más peligroso, más preciso.

Tisenca: —Su Majestad —respondió, su tono tan tranquilo que fue como un golpe bajo. Cada palabra estaba medida, calculada, y aunque su voz no traicionaba nada, no había rastro de duda en ella.

Mis ojos se entrecerraron ante su aplomo. ¿Cómo podía ser tan impasible?

—Soy yo. Vengo a entregarme por traicionar al reino.

El golpe fue tan certero que me dejó sin aliento. Mi rostro primero se congeló, luego las sombras de incredulidad y furia comenzaron a retorcerse, haciéndome temblar con un control frágil. ¿Cómo se atrevía a decir tales palabras? Y peor aún, ¿cómo podía mantener esa mirada fija, como si nada estuviera en juego?

Estaba a punto de perder el control, pero luché contra mi ira. No era miedo lo que leía en sus ojos, ni culpa... Era algo más, algo mucho peor. Era sinceridad.

—Tisenca Eirte. Mi voz resonó con una furia contenida, como una daga afilada. Cada sílaba cortó el aire con tal precisión que parecía anunciar que el juicio ya había comenzado, que el destino de ella ya estaba sellado.

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