Capítulo 7. Kai
"La suerte en este mundo es algo inesperado. Los seres humanos hemos sido reducidos a simples instrumentos, meras sustancias para el placer de aquellos que tomaron control del mundo. Es una frase que hallé en los textos antiguos, en los fragmentos humanos que quedaron del inicio de la era de la luna roja, cuando comenzó nuestra sumisión.
Como el tercer hijo de una de las pocas familias nobles que aún conservan cierto estatus en el reino de Reddosilva, siento en cada fibra de mi ser la presión de demostrar mi valía, de sobresalir por encima de los demás. Me han enseñado a mirar con desdén a aquellos que están por debajo, a ensalzar como héroes y dioses a quienes se encuentran por encima. Sin embargo, esa mirada no me gusta; Detesto sentirme inferior, pero lo acepto porque mi obsesión lo exige.
Ese día, hace siete años, cambió mi vida por completo.
Como cada año, llega la noche en que la luna de sangre se alza gloriosa en el cielo. No es una luna cualquiera; Esta noche, su brillo carmesí otorga a los vampiros el derecho de beber directamente de nosotros, sin la necesidad de esos molestos aparatos, esas máquinas que los humanos mismos inventaron para facilitar el drenaje de nuestra sangre. Esas máquinas que nos atan al gremio humano, sujetándonos con correas en las muñecas para impedirnos resistir, mientras la aguja penetra nuestra piel y permite que la sangre, el vínculo vital que une a ambas especies, fluya libremente.
Al menos, esta noche no tendré que pensar en esas máquinas. Esta vez, un vampiro tocará la puerta. No importa quién sea, pero sé que alguien vendrá, igual que mi madre y sus madres lo supieron antes de mí. Ellas se han encargado de que cada sirviente limpie hasta la última piedra del jardín, de que cada cosa esté en su lugar, sin una sola flor de más en los floreros ni en el jardín. No queremos que capten nuestro olor antes de tiempo. Los cristales relucen, las alfombras están en su sitio, cada cuarto cálido y ordenado, sin ninguna fragancia más que la nuestra.
¿Es extraño que quiera preguntar a mis padres sobre esto? Pero debo saberlo. ¿Cómo es que los vampiros, esos seres superiores, eligen a sus compañeros? Sé que el olor de la sangre es crucial. La sangre... mi sangre... ¿a qué huele? ¿Será suficiente o hay algo más que busquen? ¿O debo convertirme en algo más para que uno de ellos me elija? Estoy aterrorizado y, a la vez, ansioso y extasiado.
Mi padre me ha obligado a ponerme un traje elegante, uno de esos que ha pasado por manos humanas, aunque fue confeccionado por un híbrido. Aun así, él está muy por encima de mí y de mi familia en esta jerarquía distorsionada. Lo he visto algunas veces en el distrito de los híbridos, Rinto, con su boina azul, leyendo el periódico en un café. Siempre hay una avecilla que revolotea a su alrededor, como si le perteneciera. Los rumores sobre él llegan hasta aquí, a la zona de los nobles humanos. La gente dice que, aunque es un híbrido, él es "más que nosotros... pero menos que ellos". Para mi madre, eso lo hace aún peor.
Aparto la vista del traje y miro alrededor de la habitación. Es un lugar que pocas familias menores podrían permitirse, pero que solo se abre en esta noche. Tres salas han sido preparadas, una para cada miembro de mi familia. Somos tres... o al menos, eso dicen los números. La ironía de esa cifra me consume, siendo yo el único que les queda. La herencia de mi linaje, la carga de sobrevivir en un mundo que no nos pertenece.
De pronto, la puerta se abre, y lo veo. Mi príncipe. Mi dios.
Por un instante, el mundo se congela. No puedo creer lo que ven mis ojos: el príncipe Reinald, imponente y sereno, en su uniforme militar azul oscuro, con su cabello rojo como el fuego y esa mirada impenetrable que parece devorar todo a su alrededor. Es como una visión, un sueño oscuro. La fuerza de su presencia me deja sin aliento, y mi corazón late más rápido, lleno de una mezcla de miedo y... adoración.
Camino hacia él, con pasos temblorosos. Mis rodillas casi ceden cuando él extiende una mano. Quiero arrodillarme, mostrarle la devoción que me consume por dentro, pero antes de que logre hacerlo, su mano firme me detiene. Un escalofrío recorre mi cuerpo al sentir la frialdad de su tacto; es como si me estuviera reclamando, limitando la distancia entre nosotros.
—Tú... eres el príncipe Reinald, ¿verdad? —mi voz suena débil, casi un susurro, cargada de un respeto que roza la sumisión. Su presencia es abrumadora, y me siento tan inferior como insignificante. Pero no me molesta. En su mirada, no soy solo Kai, el humano. Soy alguien.
Él asiente con un leve movimiento de cabeza, y el aire parece llenarse de una extraña solemnidad. Me observa como quien evalúa un objeto de interés, sopesando su valor. Esa mirada me atraviesa, y aunque siento el peso de mi propia insignificancia, me enorgullece.
—¿Cómo te llamas? —su voz es profunda, como un río oscuro que corre con calma, pero que lleva una corriente de fuerza en su interior.
—Soy Kai —respondo, intentando mantener la compostura, aunque mi cuerpo tiembla ligeramente bajo su escrutinio. No puedo apartar la mirada, atrapado en la intensidad de sus ojos. Siento que cada parte de mí quiere demostrarle lealtad, mostrarle que soy digno, aunque sea solo un humano.
Él sonríe apenas, y el sutil cambio en sus labios me estremece, clavando una sensación inexplicable en mi pecho. Entonces, murmura algo que me paraliza.
—Hueles bien.
La sorpresa me atraviesa, y el calor se acumula en mis mejillas. En su tono, en la manera en que lo dice, hay algo que me hace sentir vulnerable, expuesto. No es miedo. Es algo que no comprendo completamente, pero que despierta en mí una entrega voluntaria. No sé cuánto más puedo darle, pero sé que, si me lo pide, se lo entregaré todo.
—¿Me llevarías a un lugar más privado? —No era una pregunta, sino una orden disfrazada, y cada fibra de mi ser se llenó de emoción al saber que él lo quería. Que me quería a mí, aunque fuera solo para servirle, aunque fuera solo para satisfacer sus caprichos.
—Por supuesto, su Alteza.
Mi voz salió apenas un murmullo, pero la obediencia fue inmediata. No podía ni quería resistirme. Caminé delante de él, sintiendo su presencia detrás de mí, como una sombra que amenazaba con devorarme pero que, en el fondo, deseaba que lo hiciera. Sabía que yo no era más que un sirviente, alguien fácilmente reemplazable, pero en ese momento, al guiarlo hacia los aposentos privados, me sentía especial. Era una especie de devoción fanática, un masoquismo emocional que solo él podía satisfacer.
El silencio que nos envolvía mientras caminábamos me hacía sentir que cada paso me acercaba más a mi destino, a ese lugar en el que, tal vez, podría demostrarle mi lealtad absoluta. En ese momento, estaba dispuesto a todo. Él era mi príncipe, mi dios, y yo, nada más que su humilde seguidor.
Lo que siguió después de esa primera noche con el príncipe Reinald ha quedado como un recuerdo lejano, una especie de sueño al que vuelvo a menudo, saboreando cada detalle con una mezcla de nostalgia y frustración. Recuerdo haberme despedido de mis padres con una sonrisa en los labios, emocionado y extasiado. Era un joven que lo dejaba todo atrás, entregándose con devoción a seguir al diablo que tanto admiraba.
La primera semana, instalado en una habitación compartida con otros sirvientes, me la pasé quejándome constantemente. Encontré un pobre chico, uno de los más jóvenes entre los sirvientes, que terminó soportando mis lamentos. No podía entender por qué el príncipe no me buscaba, por qué me ignoraba como si aquella noche no hubiera significado nada. Tal vez fue un capricho pasajero para él, algo insignificante, mientras que yo... yo habría dado todo por volver a estar cerca de él, aunque solo fuera para ser su bolsa de alimento. Sí, me habría conformado con eso, con la mínima atención de alguien que yo veía como una deidad.
Pero la indiferencia del príncipe solo alimentó mi obstinación. Decidí que no me quedaría esperando. Lo seguiría, y si eso significaba cruzar la línea de lo permitido, que así fuera. Los que, como yo, habíamos sido seleccionados como sus "lazos de sangre" teníamos un estatus especial entre los sirvientes; éramos intocables para otros vampiros. Eso me daba una falsa seguridad, una confianza que me hizo pensar que podía ir a donde quisiera dentro del palacio. Nadie me iba a detener, ni siquiera esa niña de quince años que se hacía llamar la ama de llaves y jefa de los sirvientes humanos. Tenía autoridad sobre los demás, pero yo no iba a dejar que alguien tan joven me intimidara.
La primera vez que lo seguí, el príncipe no me dio ni un vistazo. Su espalda quedó rígida, sus pasos medidos, y su mirada fija en el camino frente a él, ignorándome por completo como si no existiera. Intenté acercarme, haciendo el menor ruido posible, esperando que en algún momento volteara o al menos reconociera mi presencia con un gesto. Pero él solo avanzaba, concentrado en sus deberes con la solemnidad de una sombra.
Entonces, algo en su postura me sorprendió. Al observarlo más de cerca, noté la tensión en sus hombros y el brillo decidido en sus ojos, entonces lo vi luchar junto a sus subordinados, entrenando con ellos sin reservas ni distinciones. Aquellos humanos que lo rodeaban no eran simples sirvientes; Eran sus guerreros, hombres y mujeres que lo seguían con respeto, con un sentido de propósito que yo solo podía imaginar. Se movían en sincronía, obedeciendo cada orden como si su voz fuera una ley incuestionable. Peleaban a su lado, no para él.
La segunda vez que lo seguí, lo vi entrar en una biblioteca escondida dentro del palacio. Había encontrado el lugar mientras exploraba, escondido detrás de un pasillo cerca de la cocina. Me sentí como un intruso en aquel lugar reservado, pero también como si estuviera acercándome un poco más al mundo del príncipe. Aún no conocía todas las áreas del palacio, solo los espacios comunes: las habitaciones de los sirvientes, la cocina, el salón de baile y, en una ocasión, hasta la sala del trono. Fue ahí donde vi por primera vez a su majestad, la reina Mei Ishkar. Ella también era imponente, poderosa, como el príncipe, pero su presencia tenía algo distinto, una calidez casi maternal que no esperaba. Cuando nuestros ojos se cruzaron, me sentí pequeño e insignificante, casi como un niño bajo su mirada sabia y protectora. Me preguntaba cómo me veía ella... o, mejor dicho, cómo me veía el príncipe. ¿Acaso significaba algo para él?
La realidad no tardó en golpearme. Lo que al principio me había parecido una oportunidad gloriosa, una misión sagrada, comenzó a perder su brillo. La devoción que sentía hacia el príncipe empezó a desmoronarse lentamente. Los entrenamientos que antes me parecían impresionantes y llenos de propósito, se volvieron duros, implacables, y los miraba con menos admiración y más agotamiento. Incluso aquellos guerreros humanos, que inicialmente había envidiado, comenzaron a burlarse de mí. Mi "estatus" como sirviente de sangre, intocable para otros vampiros, no significaba nada para ellos. Para ellos, yo no era más que un sirviente, alguien inferior que nunca podría llegar a estar a su nivel.
Mi deseo de pertenecer a su mundo, de ser parte de algo importante, se fue apagando poco a poco. Había comenzado adorando al príncipe como a una deidad, pero ahora solo quedaba el respeto hacia un superior, alguien a quien seguir por deber, no por devoción ciega. No me malinterpreten, sigo admirándolo, pero de otra forma. Ahora veo su fuerza, su dedicación, y la lealtad que ha demostrado incluso con alguien como yo, a quien nunca pidió que estuviera a su lado.
Quizá, después de todo, no estoy destinado a ser su seguidor más cercano, su aliado en la batalla. Pero lo que aprendí a lo largo de esos días es que el príncipe Reinald no necesita adoración. Lo que valora es la fortaleza, la lealtad y la perseverancia, y ahora comprendo que ganarse su respeto no es algo que se logra con devoción ciega, sino con esfuerzo y resistencia.
Y ahora estoy aquí, siete años después de descubrir mi verdad. Con firmeza y sin titubeos, abro y leo las cartas que le llegan al príncipe; al menos, aquellas que sé que no tienen importancia. He aprendido a estar atento a cualquier cosa que él necesite, incluso a los detalles más insignificantes. Aunque hace dos años algo en él cambió, y todos lo notaron. Su presencia se volvió más esquiva... pero no conmigo. Todo comenzó con la aparición de alguien inesperado: una pequeña princesa, la primera, que hasta entonces había estado oculta del mundo, conocida solo por sus hermanos. No sé por qué decidieron presentarla en ese momento, pero deben de tener sus razones. Al igual que yo tengo las mías para seguir al príncipe con lealtad.
Ese día marcó el inicio de algo distinto entre nosotros. ¿Tengo una relación con él? No estoy seguro, pero al menos puedo decir que tengo su confianza. Gracias a mi puesto, ya no tengo que soportar el sol abrasador; estoy bien alimentado, la paga es generosa, y mis padres viven cómodamente. No puedo negar que aquella promesa bajo la luna roja se ha cumplido: él me da protección a mí y a mi familia, me da todo lo que necesito... salvo su amor. He aprendido a conformarme con la cercanía que él me permite, a refugiarme bajo su ala. Soy consciente de que fue mi fanatismo lo que me trajo hasta aquí, pero también sé que no cambiaría nada.
Y ahora, después de haber sido secuestrado y casi asesinado por demonios en ese primer viaje —la "Coronación del Terror", como suelo llamarla en mis pensamientos—, él ha vuelto a pedirme que lo acompañe en una nueva misión. Ha estado más atento conmigo desde entonces, como si me viera como un animalito herido que necesita cuidados. Tal vez lo soy.
El viaje en carruaje esta vez no se me hizo pesado ni incómodo como el anterior. No tengo compañeros que me entiendan, ni a alguien con quien compartir una conversación casual, pero lo tengo a él. El príncipe Reinald está concentrado en sus papeles, inmerso en el trabajo, mientras yo me pierdo en el paisaje, observando tanto el exterior como el interior del carruaje. A dónde nos dirigimos es un misterio, pero espero que sea un lugar menos peligroso... después de todo, sigo siendo humano.
Por lo que he logrado averiguar, vamos hacia la costa, a uno de los distritos que, como el Kai de antes, venera a su dios. Aunque esta vez es un dios real... bueno, dioses, me corrijo. El dios del agua, Thalassa, y la diosa del viento, Zephira. —Algunos los ven como amantes o incluso como una sola deidad a la que rinden culto —le comento a Reinald, tratando de llenar el silencio entre nosotros.
—Es una pérdida de tiempo pensar así —me responde sin siquiera levantar la vista de sus documentos. En cierto punto tiene razón.
Cuando llegamos a nuestro destino, noto un cambio en su actitud, una tensión que no había percibido antes. Está realmente enojado, molesto, su incomodidad evidente ante la presencia de la mujer más bella que he visto. Es una belleza diferente a la de nuestra reina, pero igualmente impactante; fría y juguetona, con un magnetismo peligroso. En cada interacción que tiene con ella, lo noto aún más incómodo. Ella es, sin duda, un verdadero dolor de cabeza para él... no como ese apodo que usa cariñosamente con sus amigos más cercanos. De sus allegados solo he tenido el gusto de conocer de lejos a su mano derecha, ese muchacho vivaz y atrevido llamado Louis.
No estoy seguro de qué me sorprendió más en este viaje: ver a mi príncipe perder los estribos por primera vez, responder con rudeza a otros miembros de la realeza o cómo, por un momento, la magia de esa mujer logró ponerlo en una guardia baja. También me impactó la belleza de esta ciudad. Me recuerda a las imágenes de los libros de historia a los que tengo acceso; sus detalles me traen a la mente a Japón y Oriente. Tal vez haya humanos aquí que todavía recuerden sus orígenes, y parece que a los vampiros que gobiernan este distrito les ha fascinado su cultura, al punto de plasmarla en la construcción de este lugar. En ese sentido, es como nuestra Reddosilva, donde se conserva una parte de nuestra historia humana.
Sin embargo, más que cualquier cosa, lo que realmente me desconcertó fue la forma en que me trató después de alimentarse de mí. Fue inesperado que bebiera sin ayuda de las máquinas; hasta ahora, solo durante la luna roja se alimentaba de mí de esta manera, sin barreras. Comprender por qué sigue eligiéndome para alimentarse aún es un enigma, aunque los años han suavizado mis dudas. Siento que el acto nos complementa de alguna forma, pero no consigo descifrar del todo esa sensación.
Mis párpados pesan tras la pérdida de sangre; sé que este es siempre el efecto. Pero esta vez es diferente... me recuesta en su cama con cuidado, casi como si temiera lastimarme. Lo veo llamar a alguien, aunque mi visión ya es borrosa. Oigo la puerta cerrarse suavemente, y me doy cuenta de que se ha ido, dejándome descansar. Esa es la última impresión que tengo antes de sucumbir al agotamiento, tanto del viaje como de esta íntima entrega que, sin quererlo, me ha dejado más cerca de él.
Y aquí estoy finalmente, donde siempre quise estar. La vida es una rueda de la fortuna; nunca me di cuenta de que antes estaba en el punto más bajo, y en este viaje he logrado ascender. ¿Cuánto tiempo estaré aquí? Es un misterio que aún no puedo descifrar. Pero ahora estoy junto a él, en el encuentro que decidirá la alianza entre nuestros pueblos. Me ha pedido que confíe en él. Y lo hago, ya lo hacía, y lo haré para siempre, mientras él me lo permita. Sin embargo, veo en sus ojos un destello de duda, algo que me desconcierta.
Hubo un tiempo en el que perdí la fe en su trato, pero el tiempo ha logrado lo contrario: verlo más allá de cualquier otra cosa, verlo como alguien digno de devoción, más allá de las enseñanzas de mis padres o de la vida misma. Lo sigo porque lo respeto profundamente, porque su liderazgo es auténtico. Con cada acto que me muestra y con cada cosa que oculta, entiendo por qué sus soldados lo veneran tanto.
Con mi mano sangrante cerca de su pecho, él recita unas palabras en una lengua que no comprendo. Me ha pedido confianza, y eso le doy, sin reservas. No tengo otro propósito que servirle hasta donde me deje. Incluso en la muerte lo seguiría, si los dioses me lo permiten. De pronto, veo una luz roja emanando de él, envolviéndome y otorgándome un poder que jamás imaginé tener. Estoy pasmado. ¿Qué alcance tiene este acto que Reinald ha hecho? Me siento más fuerte, más poderoso, y, extrañamente, más querido que nunca.
Todos a nuestro alrededor están igual de sorprendidos, y yo no soy la excepción. Si esto significa que mi vida finalmente tiene un propósito, entonces ha valido la pena. Por fin, soy más que una simple bolsa de sangre. Reinald también parece asombrado por la luz roja, y más aún cuando ambos vemos un fino hilo azul conectar su corazón con el reflejo en el espejo de agua que se encuentra sobre nosotros. No sé qué significa, pero la mujer astuta y bella que tanto nos observa se ha adelantado, aprobando el acto con una sonrisa.
Así es. Todo ha salido bien. Ahora solo deseo que esta reunión haya concluido, y regresar finalmente a casa.
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