Capítulo 6.Bajo la Promesa de Saelrith y Thalassa
No llevaba mucho tiempo en esta tierra, pero el aire ya se sentía denso, cargado de tensión. Cada paso que daba, cada tintineo de las medallas en mi uniforme, resonaba en el silencio del pasillo, como un eco sombrío. Mis dos espadas, la negra y la blanca, colgaban pesadas a mis costados, recordándome que, aunque viniera a hablar, debía estar listo para luchar si las palabras fallaban.
Al llegar a la sala de encuentros, mis ojos recorrieron cada figura frente a mí. A la cabeza, justo en el centro, estaba Haruki. El que lleva el título de Príncipe Dragón, descendiente de la línea más noble de este distrito. Incluso en silencio, su presencia era un golpe que resonaba en la estancia. En otro tiempo, tal vez habríamos sido amigos; ambos estrategas, ambos cargando los títulos que otros decidieron para nosotros. Pero ahora... ahora él es mi oponente, el hombre que podría decidir si esta alianza se forja o se rompe.
Al alcanzar su altura, incliné ligeramente la cabeza. Un saludo respetuoso, medido, sin exceso. Nada que pudiera parecer debilidad.
—Príncipe Reinald —su voz era tan fría como su mirada, evaluándome con la precisión de una hoja afilada—. Largo camino has recorrido para venir hasta aquí.
—Si hay un peligro inminente que amenaza nuestras tierras, no es un viaje que pueda postergarse, Príncipe Haruki —respondí sin apartar la vista de la suya. La frialdad en su expresión me dejaba claro que entendía, igual que yo, que esta reunión era una cuerda floja; un paso en falso, y la alianza que busco podría convertirse en una declaración de guerra.
A su derecha estaba Sakura. Su sola presencia tensaba aún más el ambiente. La esposa de Haruki y sacerdotisa del templo de Thalassa, dios del agua. Sus ojos eran dos abismos oscuros, misteriosos, impenetrables. No sabía qué lado tomaría. ¿Acaso estaba aquí como hija del general de la armada o como líder espiritual? Ese misterio era lo que más me inquietaba. Cada segundo que pasaba, el peso de su mirada se sentía más frío, como el agua misma.
Sakura me dedicó una sonrisa leve, casi burlona.
—Es un honor tenerte entre nosotros, Príncipe Reinald. Espero que no sea solo el peligro lo que te haya traído hasta nuestras costas.
—Vengo en busca de una alianza contra los demonios —le respondí, manteniendo un tono firme—. Su presencia es cada vez más frecuente, y la amenaza ya no se limita a las noches. ¿O acaso sus tierras no han sido tocadas también por sus garras?
Ella inclinó la cabeza, un gesto vago, sin comprometerse.
—El Mar de Jade ha lidiado con muchas amenazas a lo largo de los siglos. Un príncipe extranjero no cambiará nuestra percepción del peligro.
Claro... la sacerdotisa y su juego de palabras. A veces me pregunto si esa mujer realmente comprende lo que está en juego o si simplemente está probándome.
A la izquierda de Haruki, había un hombre mayor, de postura rígida y atuendo distinguido, tal vez un representante de las familias o un líder militar. No conocía su rostro, pero cada línea en él me decía que mi presencia aquí no era bienvenida.
Tres personas, tres frentes. Haruki, confiable solo en su frialdad; Sakura, la enigmática sacerdotisa; y este extraño que, sin decir palabra, dejaba en claro que mi visita era una afrenta.
Haruki tomó la palabra de nuevo.
—Hablaste de demonios, Príncipe Reinald. Pero ¿por qué deberíamos unirnos a alguien cuya familia ha sido vista con sospechas? Todos sabemos lo que representan tu madre y tu reina.
El comentario fue directo, venenoso, disfrazado de diplomacia. Sentí el golpe, pero no lo dejé ver.
—Mis intereses están alineados con la protección de nuestras tierras —respondí, conteniendo el impulso de responder con algo más afilado—. Y aunque mi familia y yo hemos tenido nuestros desacuerdos, el enemigo común es lo que debería unirnos. No vine aquí buscando su aprobación personal, sino su colaboración en una causa que podría salvarnos a todos.
Mi respuesta pareció sorprender al hombre mayor, que asintió levemente, aunque su rostro se mantuvo imperturbable. Sakura, por su parte, levantó una ceja, mientras que Haruki aprovechó el momento para presionarme aún más.
—¿Y qué nos garantiza que este '¿Príncipe Vampiro' — dijo, enfatizando cada palabra— no intente usarnos como peones en sus propios juegos?
Mantuve la calma. Esto era lo que buscaban.
—No tienen ninguna garantía —respondí, esbozando una sonrisa tan gélida como la suya—. A su alrededor, el silencio se volvió una muralla que ninguno de los dos se atrevía a romper. Tras unos segundos eternos, levantó la cabeza, mirándolo con calma. "La lealtad no se prueba con palabras, Haruki. Y las dudas tampoco desaparecerán con respuestas."
El silencio llenó la sala, cargado de tensión y de miradas que pesaban más que cualquier palabra. Era un juego de poder, un baile peligroso en el que cada uno intentaba mantener el equilibrio sin mostrar debilidad.
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Finalmente, Sakura parece romper el hielo, inclinando ligeramente la cabeza.
—Quizás podamos, después de todo, encontrar una manera de probar esa confianza —su voz es suave, casi como un susurro, pero con una dureza oculta.
¿Es una aceptación o una trampa? Con ella, nunca puedo estar seguro. Siento el peso de todas las miradas sobre mí, como afiladas cuchillas, aguardando un movimiento en falso. Respiro profundamente, manteniendo mi postura firme.
—Entonces, hablemos —digo, modulando mi voz con control. El sonido es claro, como el metal en plena batalla—. Pero espero que sepan que el tiempo es un lujo que no tenemos. Cada día que pasa, los demonios se fortalecen y avanzan. Si realmente valoran sus tierras y su gente, no deberían dudar en enfrentarse a esta amenaza.
El silencio cae como una losa. Haruki me observa con atención, y creo ver algo en su mirada, una chispa de reconocimiento. Tal vez él sea el único aquí que, pese a todo, comprende la gravedad de lo que estoy diciendo.
Alzo una ceja al percibir cómo Sakura y el hombre mayor evitan cualquier gesto de compromiso. Solo sus latidos, rápidos y contenidos, delatan la incertidumbre que trata de quedarse oculta tras sus máscaras. La tensión en el ambiente es como un retumbar de tambores sordos en el fondo, y por encima de todo, percibo una presencia arriba de nosotros, silenciosa y extraña, aunque no parece amenazante... solo observadora.
Me acomodo con precisión, dejando que la empuñadura de mi espada roce contra mi muslo, el sonido del metal resonando sutilmente en el eco del salón, como un recordatorio de que estoy listo para lo que sea.
Cuando Mei fue expuesta, acusada de traicionar las leyes al ocultar su posición como reina del Distrito 5, todos ellos —cada familia, cada representante— aprovecharon para exprimir a nuestra casa. La imagen de mi hermana, su parecido con la antigua reina Tairi y con Lilith misma, la soberana de todos los vampiros y demonios, fue utilizada en nuestra contra entonces. Hoy, sería mi turno de devolverles el favor, y esta vez bajo mis términos.
Haruki finalmente habla, sin esconder el tono severo en su voz, como si estuviera convencido de que yo no puedo hacer otra cosa más que rogar.
—Príncipe Reinald, no podemos ignorar el precedente. Las alianzas con tu familia han sido... problemáticas en el pasado —dice, pretendiendo que sienta el peso de los errores de mis ancestros.
Con calculada lentitud, le dedico una sonrisa amable, y veo cómo varios de ellos se relajan un poco. Que se confíen. Por otro lado, sé que la decisión de los tres líderes sería determinante, pero también comprendía que dependía de algo más sutil y profundo: la relación entre él y el príncipe Haruki. Todos en aquella sala, a excepción del sirviente, entendían cómo Haruki llevaba décadas negándose a aceptar ayuda directa de Reinald, aunque no del reino de ReddoSilva.
Lo que había ocurrido entre Haruki, Sakura y Reinald en su juventud, cuando apenas eran adolescentes sin verdadero poder, se había transformado con el tiempo en una grieta insalvable, un rencor que había escalado hasta amenazar con fracturar sus relaciones políticas. Y ahora, allí estaba Reinald, presentándose ante ellos con una posible solución. Los demás vampiros del consejo y los presentes en aquella reunión observaban a su líder y a su esposa, la sacerdotisa de Thallasa, esperando que esta vez enmendaran sus errores, pues sabían bien que ellos habían sido los causantes de aquella herida.
—Interesante —murmuro, acariciando el pomo de mi espada como si reflexionara sobre sus palabras—. Es curioso que menciones los precedentes y la lealtad, Haruki. Me pregunto si recuerdas cómo usaron las leyes y las tradiciones contra nosotros con el caso de mi hermana, Mei.
De inmediato, las palabras caen como piedras en el silencio tenso de la sala. Noto cómo algunos de los presentes se enderezan, sus corazones acelerando en un ritmo de alerta. Puedo sentir los latidos, rápidos, inciertos, como si no supieran qué pensar de mis palabras. Sakura levanta la barbilla, escondiendo su incomodidad.
—La situación con Mei fue... complicada —replica Haruki, intentando disimular la sorpresa en su mirada—. El hecho de que ella no revelara su verdadera posición nos dejó a todos en una posición delicada.
—Por supuesto —respondo, con una sonrisa que no llega a mis ojos—. Aunque, después de todo, Mei es mi hermana. Lleva en su sangre la misma nobleza que mi madre, la antigua reina Tairi, tal y como algunos de ustedes se apresuraron a señalar. No pudieron evitar notar las similitudes, y supongo que saben lo que eso implica.
Una sombra oscura cruza el rostro de Sakura. Ahí está. Sabe exactamente a qué me refiero. Si alguna vez dudaron de nuestro linaje o del derecho a nuestro poder, cuestionarlo ahora sería un desafío directo al legado de Lilith misma. El aire se torna denso, casi vibrante, y percibo la inquietud creciente entre los presentes.
—¿Implica, dices? —pregunta Sakura, cuidando cada palabra con frialdad—. Es peligroso asumir conexiones sin la evidencia apropiada, Reinald.
Doy un paso adelante, inclinando apenas el rostro para no perder el control de mi voz, que resuena con una calma peligrosa en el salón.
—Lo sé bien, sacerdotisa —replico, sin dejar de mirarla a los ojos—. Tanto como tú deberías saber que los lazos de sangre no son solo simbólicos. Aquello que Mei representa, ese linaje, es la misma sangre que corre por mis venas. Y ahora, en este momento, estoy dispuesto a hacer algo que ella no hizo.
El hombre mayor, sin poder contenerse, da un paso adelante.
—¿Y qué sugieres entonces, príncipe? —su tono intenta sonar neutral, pero sus ojos reflejan incertidumbre.
Dejo que una pausa prolongada ocupe el espacio entre nosotros, permitiéndoles sentir la fuerza de mi determinación. Con un gesto lento y seguro, extiendo mi mano para convocar a mi sirviente, quien me entrega un pequeño puñal ceremonial, brillante y afilado.
—Si ustedes tienen dudas sobre la lealtad de nuestra familia, o sobre nuestra posición... —digo, recorriendo sus rostros uno a uno, dejando que sientan el peso de mis palabras—, entonces propongo un pacto de sangre que selle esta alianza. Tal como ustedes exigieron antes de Mei.
La sorpresa tiñe los rostros de algunos, mientras otros apenas ocultan su incredulidad. La presencia arriba, esa figura observadora, parece inclinarse un poco, como si estuviera esperando algo.
Agarro el puñal con seguridad y lo deslizo hacia mi pecho dejando que una gota de sangre resbale lentamente, cayendo sobre el suelo de mármol, formando un pequeño charco que crece con cada segundo que pasa.
—Este es el juramento de mi linaje —declaro, mi voz firme y resonante—. Y en él, encontrarán la verdadera intención de la casa que represento.
Cada uno de ellos, incluso Haruki, parece atrapado en la intensidad de mis palabras.
Reinald observó a los líderes con su expresión imperturbable, cada uno de sus movimientos calculados y controlados. Al hablar, su voz resonó firme y segura, haciendo eco en la sala como una presencia sólida e inquebrantable. La mano con la que sujetaba la espada descansaba con calma sobre el metal frío, y en cada paso, podía sentir el peso de la hoja golpeando suavemente su muslo, un recordatorio de su autoridad y destreza en combate.
En medio del silencio expectante, escuchó los latidos de los presentes, el ritmo acelerado de los corazones que le rodeaban, unos llenos de inquietud, otros cargados de duda. Era consciente de todas sus reacciones; sentía el leve cambio en el aire, como si las emociones mismas fueran algo tangible. Pero algo más captó su atención: una presencia etérea, una sombra en las alturas, silenciosa e inmóvil, como un observador que presenciaba cada acto sin intervenir. Reinald percibía su existencia, aunque no sentía amenaza en ella; era como si simplemente estuviera allí para ser testigo de lo que estaba a punto de ocurrir.
Con una calma inquietante, anuncié:
—Existe un método para probar mis intenciones y mi integridad ante esta alianza —su voz era como un golpe suave pero firme, cada palabra parecía forjarse en hierro—. Hay un pacto antiguo, un lazo de sangre a la inversa. Si lo cumplimos, probaré sin sombra de duda mi compromiso con el distrito 6 y, en especial, con el príncipe Haruki y con Sakura.
Los líderes intercambiaron miradas de sorpresa e incredulidad. El "lazo de sangre a la inversa" era un pacto raro, olvidado en el tiempo y tan exigente que pocos habían osado intentarlo. Reinald les explicó los requisitos con meticulosa precisión:
El vampiro debe albergar sentimientos positivos hacia el humano. Los líderes se mostraron escépticos, recordando los momentos en los que Reinald había tratado a su sirviente con frialdad y autoridad, siempre manteniendo una distancia marcada y un evidente desprecio hacia los humanos.
El vampiro debe aceptar ser dominado por el humano, entregándole control absoluto sobre su voluntad. La declaración generó murmullos en la sala, ya que la idea de que un vampiro cediera su voluntad a un humano era casi imposible de imaginar.
El humano debe sentir lealtad o afecto hacia el vampiro, o estar dispuesto a sacrificar su vida por él. Reinald sintió una punzada al mencionar este último punto, sabiendo que su sirviente solo le guardaba un respeto distante, más enfocado en su posición que en un verdadero afecto.
Con una mirada firme, Reinald se giró hacia su sirviente y le pidió:
—Confía en mí una vez más. Solo una vez.
Sin mayor preámbulo, me corté justo sobre el corazón. El corte no era profundo, pero suficiente para sentir ese picor breve y eléctrico de la piel abriéndose. Luego, con la misma calma, tomé la mano de mi sirviente y repetí el acto sobre su piel, lenta y cuidadosamente, como quien lee una antigua oración. Sabía cada movimiento de este ritual, cada trazo y cada palabra. Mientras susurraba en la lengua de los ancestros, una lengua que solo el eco de los tiempos comprendía, el sirviente, con un gesto titubeante pero decidido, colocó su mano sobre mi pecho.
Entonces sucedió. Hilos de un rojo intenso brotaron de mi pecho, como serpientes despiertas, entrelazándose y formando una cadena entre nosotros. A su alrededor, los hilos flotaban como si tuvieran vida propia, trenzándose y girando en una danza que solo aquellos verdaderamente inmersos en los secretos del linaje Reddo podían entender. Entre la conmoción y el silencio absoluto de la sala, los líderes observaban sin atreverse a parpadear, testigos de una magia ancestral, de un pacto de sangre que evocaba los relatos más antiguos sobre Lilith, madre de vampiros y demonios. Un pacto tan viejo como las mismas sombras.
Con la cadena de sangre aún enredada entre nosotros, levanté la mirada. Mis ojos se encontraron con cada rostro expectante, algunos perturbados, otros casi reverenciales. En ese momento, rompí el silencio, mi voz calmada pero cargada con el peso de generaciones.
—Solo deseo una cosa: proteger a mi familia, cuidar mi reino y cumplir la promesa escarlata del primer príncipe de ReddoSilva, Saelrith Reddo.
Pronunciar el nombre de Saelrith Reddo en un lugar como este, en presencia de Haruki y los demás, me provocó un escalofrío. Es un nombre sagrado, uno que sólo los de nuestra sangre deben conocer, y su significado lleva el peso de una herencia que muy pocos entienden. Yo lo escuché por primera vez en voz de mis padres, quienes me hablaron de la promesa de Saelrith, y desde entonces comprendí que era más que un príncipe; era una leyenda, un juramento vivo que resonaba aún hoy, aquí, en cada palabra que pronunciaba.
Siento la tensión palpable en el aire cuando termino de hablar, y veo cómo Haruki intenta descifrar el significado. En este nombre reside el poder de nuestra familia, y si él logra comprenderlo, este gesto sellará la alianza que necesitamos. Pero si no... si no logra entender la solemnidad de la promesa escarlata, entonces estará listo para responder con acero y sangre.
Al mencionar el nombre de Saelrith, veo cómo Haruki se queda inmóvil, como si la afirmación de este secreto lo golpeara. Hay un momento de silencio tan profundo que incluso el más leve sonido resonaría como un trueno. Y entonces, ocurre algo inesperado. Desde mi pecho, una luz azul se abre paso, iluminando todo a su alrededor, bañando la sala en un resplandor que ni siquiera yo esperaba. La luz se mueve como una brisa, extendiéndose hasta Sakura, tocándola con una suavidad espectral, envolviéndola en un símbolo de paz y poder.
La esencia de ese momento alcanza el mismo espejo de agua que cuelga sobre nosotros, creando una imagen reflejada que parecía un eco de algo más grande. Sakura, con una mezcla de asombro y comprensión, sabe lo que esto significa: mi sinceridad y mi propósito son verdaderos. No hace falta más, las palabras sobran.
Finalmente, Haruki y Sakura se ponen de pie. En sus ojos hay una aceptación silenciosa, una promesa que no requiere más declaración. Pero cuando sus voces rompen el silencio, sé que la alianza se ha sellado, y el primer paso en la batalla contra los demonios ha sido dado.
—Reinald, aceptamos formar parte de esta alianza. Que este momento quede marcado en cada uno de nosotros, y que este lazo nunca se rompa. a la par los esposos respondieron.
Así, con sus palabras, sellamos una alianza que unía nuestros distritos, consolidando un pacto antiguo y poderoso. Para todos los presentes, quedaba claro que lo que alguna vez fue un instrumento de humillación ahora se transformaba en una victoria irrefutable para el futuro del reino. mi reino y el suyo. Para todos nosotros.
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