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Capitulo 5.Bendita sed

—No llevo ni una hora aquí y ya siento cómo mi ánimo se desploma —murmuro, mientras la tensión se adhiere a mis hombros como una carga pesada. Estar frente a esa pareja, especialmente lidiar con la idiota del príncipe, ha sido como pasar horas entrenando sin descanso. Mis músculos siguen rígidos tras el casi enfrentamiento con Haruki.

Ayazhi, la sirvienta de túnica azul oscura, camina por los pasillos con pasos seguros. Me guía a través de un aire cálido y pegajoso que satura mis pulmones. El sudor hace que la tela de mi ropa se adhiera a mi piel; sofocante, como si el ambiente me envolviera, haciéndome sentir cada segundo de incomodidad.

—¿Tan distinguidos somos? —murmuró, casi divertido, grabando las palabras de Sakura cuando intentaron alojarnos en un hotel lujoso. Al final, terminó optando por una cabaña cerca del mar, apartada y rodeada de vegetación. La residencia, pequeña a primera vista, me ofrece una vista directa al templo de Sakura, a unos cien metros de distancia. Una ubicación estratégica. "Perfecto. La maldita ha pensado en todo.

Apenas nos detenemos en la entrada, noto las miradas descaradas de los residentes. Mi atuendo rojo y negro destaca entre el mar de telas azules y blancas; los ojos de todos parecen seguirme, llenos de una curiosidad apenas disimulada, mezclada con desaprobación.

La cabaña en sí no es tan pequeña como pensé al principio; tiene una vista directa al templo de Sakura, a unos cien metros de distancia. Desde aquí podré verla y ella a mí. Perfecto, la maldita ha pensado en todo. Despido a la sirvienta sin demasiadas palabras. Detrás de mí, mi propio sirviente y los demás miembros de mi séquito—vampiros y humanos por igual—se encargan de acomodar mis pertenencias. Sin que se los ordene, han comenzado a instalarse. Los guardias ya se han colocado en la puerta junto a los enviados de Haruki.

Hay dos habitaciones grandes: en una dormiré yo y en la otra, mi sirviente. Los demás se instalarán en otra área de la casa. Me detengo un momento, observando los detalles de la estructura. Toda la arquitectura de este lugar es bellísima, innegablemente.

Exploro los detalles de la cabaña.  mientras me cambio a un atuendo menos llamativos.La arquitectura es admirable; tallados en madera y piedra adornan cada rincón, como recuerdos de una cultura antigua. Hay algo en estos detalles que despierta en mí una extraña calma que no esperaba encontrar aquí.

En cuanto ellos salen, siento un hormigueo incómodo en mis colmillos. Esa señal me es inconfundible: ha pasado ya más de un mes desde la última vez que tomé sangre. Al pensarlo, caigo en cuenta de que aquí no estoy sujeto a las mismas leyes que en mi ciudad. Y aunque no soy como esos salvajes que hincan los dientes en cualquiera a cualquier hora del día, sin saciarse nunca con una sola víctima, comprendo lo que significa esta hambre. Ellos no se preocupan por nada ni por nadie, solo por la sed, por saciarse... y por matar.

Pasan apenas unos segundos después de que han salido cuando ya estoy llamando a mi sirviente. Lo veo entrar con su paso firme, el mismo que no ha perdido a pesar de todo lo que tuvo que soportar cuando lo lleve al otro distrito, era un joven con valentía y sin miedo, y aunque ahora se mueve con un respeto casi solemne, es claro que conserva su espíritu bajo esa actitud. Siempre sigue cada una de mis órdenes con una precisión que, en algún sentido, me resulta incómoda. No es el tipo de obediencia que prefiero; en mi ciudad, valoro más a quienes se sostienen por su propia voluntad, sin depender de otro a cada paso. Pero esta noche no tengo el lujo de detenerme en mis preferencias.

—No te muevas —le ordeno en un susurro, aunque sé que no lo hará. Su sangre me basta, suficiente para soportar otra noche en este territorio hostil. La saciedad no me domina, pero el alivio que me brinda es innegable, justo lo que necesito para mantener el control.

Él sabe lo que se espera. Se queda quieto, con una serenidad medida que ha aprendido a mantener en cada viaje que hacemos. No es cuestión de desprecio, sino de necesidad. Mi cuerpo ha comenzado a resentir la falta de sangre, y él lo sabe. Me acerco, inhalo, y su aroma me recuerda a la flor de la muerte: un olor hipnótico, dulce y oscuro al mismo tiempo. Mis colmillos apenas rozan su piel y ya me invade el sabor de lo que ansío, intenso y satisfactorio, lo justo para soportar otra noche en este territorio. Aunque no soy el tipo de vampiro que se deja dominar por el hambre, el alivio que su sangre me brinda es innegable.

Después de alimentarme, siento cómo el cansancio vence al sirviente. Sus párpados caen pesadamente, y apenas puede sostenerse en pie. Con cuidado, lo coloco sobre la cama, asegurándome de que esté cómodo, aunque sin involucrarme demasiado. Un toque de preocupación me atraviesa, un sentimiento que el suelo controla, pero que aparece cuando alguien, especialmente él, demuestra tal lealtad hacia mí. Señalo a los demás para que lo cuiden en mi ausencia. No digo nada más. No necesito decir nada más. Me conocen lo suficiente para saber lo que quiero.

Buscando despejar mi mente, dejo la habitación. Caminó en silencio por los pasillos hasta que me encontré afuera, y decidió dirigirme hacia la playa solitaria que había observado al llegar. El aire nocturno se siente distinto aquí, fresco y liberador. La arena cruje bajo mis pies con cada paso, y el sonido suave de las olas es un alivio, como si cada movimiento del agua lograra arrancar un fragmento de la carga que llevo.

La luna, alta y casi llena, se refleja en la superficie del mar, extendiendo una estela plateada que se me antoja como un camino lejano y eterno. Me detengo; respiro profundamente, dejando que la brisa acaricie mi rostro. Aquí, en esta orilla vacía, sin guardias, sin sirvientes, sin el eco de los interminables títulos que cargan cada palabra que se me dirige, puedo permitirme un respiro. Por un instante, no soy príncipe, ni líder, ni estratega. Soy simplemente un hombre que contempla el mar.

Pero mi mente no se detiene del todo. Los acuerdos para la alianza empiezan a revolotear en mi mente como sombras, mezclándose con el susurro de las olas. Los rostros de Haruki y Sakura vienen a mí, sus expresiones evaluadoras, sus ojos atentos, sus preguntas implícitas.

Caminando por la playa, avanza en silencio, sintiendo el peso de cada paso sobre la arena húmeda. Me adentré un poco más, hasta que un pequeño templo surge frente a mí, casi escondido entre la niebla marina. La estructura, marcada por la erosión y el paso de incontables años, conserva una belleza solemne que parece desafiar al tiempo. Me detengo, tocando una de las columnas desgastadas. "Es como si aquí el tiempo no hubiera pasado..." murmuró, perdiéndome en los detalles antiguos.

El recuerdo de mi infancia humana llega como una ola inesperada. Visualizo a mi padre a caballo, firme y decidido, guiando el carruaje que me llevaba hasta el muelle del Reino. Yo, pequeño y lleno de asombro, preguntando con voz temblorosa: "¿Padre, ese es el mar?" Él solo asintió, con una sonrisa apenas perceptible. Siento una punzada en el pecho, como si el recuerdo pudiera desgarrarme por dentro. Todo era tan sencillo entonces... sin secretos, sin guerras. Sin este vacío, que ahora me consume.

Una extraña inquietud en el aire me hace fruncir el ceño. De repente, me doy cuenta de que no estoy solo. A mi lado, un joven vampiro me observa. No lo sentí cerca, y eso me desconcierta. Intento recuperar la compostura, pero la sorpresa me toma por completo. ¿Cómo es posible que no haya percibido su presencia? La idea de haber bajado la guardia me irrita y, lo admito, me asusta. ¿Será que estoy perdiendo la agudeza que siempre me caracterizó?

Lo observa de reojo. Es enigmático, con rasgos que destellan tonos azulados y verdes, como si estuviera hecho del mismo océano. Su ropa es inusual, de buena calidad, pero sencilla, con un estilo más humano que vampírico. La trenza que cae descuidada sobre su hombro y el chaleco abierto, dejando ver su pecho parcialmente descubierto, le dan un aire salvaje, como si formara parte de la misma marea.

—¿Quién eres? —le pregunto, intentando que mi tono se mantenga firme y sin fisuras.

El joven vampiro inclina ligeramente la cabeza, una expresión de curiosidad juguetona en su rostro. Me observa, evaluándome, como si disfrutara de mi desconcierto. Luego, sin previo aviso, da un paso hacia mí y coloca una mano en mi hombro. Un gesto que, en otro contexto, podría parecer amistoso, pero que aquí se siente extrañamente íntimo y dominante. Su toque despierta algo en mí, una sensación olvidada desde mi vida humana. Vulnerabilidad.

Intento apartar esa sensación de mi mente, pero su mirada me desarma. Es profunda y extraña, una mezcla de empatía y lástima que no alcanzo a comprender.

—¿Qué intentas...? —las palabras se me atascan en la garganta. ¿Por qué no puedo apartar la vista de él?

El joven vampiro comienza a hablar en un idioma que no entiendo. Las palabras fluyen como el murmullo de un arroyo, suaves y melódicas, pero el significado se me escapa. Frustrado, lo interrumpo.

—¿Qué estás diciendo? —exijo, tratando de recuperar el control de la situación.

Su mirada se vuelve más intensa, como si pudiera ver algo en mí que ni yo mismo comprendo. Esa compasión, ese modo de observarme como si fuera un niño perdido... La furia se apodera de mí. Me duele, me hiere profundamente. ¿Quién es él para mirarme así?

Antes de darme cuenta, lo empujo contra la arena, sujetándolo con fuerza por los hombros. Mi intención es clara, mostrar quién soy, hacerle entender que debe respetarme. Sin embargo, el joven solo sonríe, esa media sonrisa de diversión que me irrita aún más. Parece que, lejos de intimidarlo, lo aliena a desafiarme aún más.

—¿Te divierte esto? —le susurro, acercándome lo suficiente para que sienta la furia en mi voz.

Su sonrisa se ensancha. No responde, pero su expresión me deja claro que esto no es solo un juego; es un reto. Me obliga a enfrentar algo dentro de mí que he estado evitando, algo que no quiero reconocer. Y eso me asusta más que cualquier otra cosa.

La tensión entre ambos sigue creciendo, como un lazo invisible que se tensa con cada segundo. En medio de este torbellino de emociones, percibo un aroma suave, un olor tan agradable que por un instante olvido dónde estoy. Viene de él, del joven vampiro. Es una fragancia familiar. Me recuerda a... ¿Quién? Las imágenes de mi humano dormido, de un compañero que al principio no significó mucho para mí, atravesando mi mente. El recuerdo trae consigo una calma inesperada, pero también despierta algo más oscuro y voraz: una sed que creía saciada hace apenas unas horas.

Miro al extraño con renovada curiosidad y algo de desconcierto. ¿Qué es lo que siento? ¿Es hambre... o algo más? Mi garganta arde, pero es un ardor diferente, uno que me confunde. ¿Por qué me afecta tanto este desconocido?

Siento cómo el extraño observa el conflicto en mis ojos, como si pudiera leer mis pensamientos. Su sonrisa, entre traviesa y serena, me desconcierta aún más. Entonces, con un gesto lento, inclina su cabeza hacia un lado, dejando su cuello a la vista, ofreciendo su piel pálida y tersa sin pronunciar una sola palabra. La invitación es clara, y la tentación... casi irresistible.

Avanzo un paso, incapaz de resistir el impulso. Mi respiración se vuelve irregular; mis colmillos se alargan, listos para hundirse en esa carne que parece llamarme. Estoy a punto de inclinarme hacia su cuello, dejando que mis instintos me guíen, cuando siento su mano. Con suavidad, el joven vampiro toma mi rostro, sus dedos firmes pero gentiles, y dirige mis colmillos hacia su propio brazo, justo donde una vena palpita con fuerza bajo la piel.

No intento resistir. A estas alturas, me siento atrapado en algo que no comprendo, pero que me consume por completo. Bajo mis colmillos y muerdo. La sangre brota tibia y espesa, llenando mi boca, y la sensación es casi indescriptible. Hay algo en su sangre que no es como la de ningún otro; es extrañamente saciante, intensa... tanto que en cuestión de segundos siento como si hubiera bebido más de lo que en realidad tomé.

Retrocedo, algo confundido, y me llevo una mano a los labios, limpiando el rastro de sangre. Pero entonces, una oleada de somnolencia me invade, lenta pero inexorable. Parpadeo, tratando de enfocarme, pero la escena comienza a volverse borrosa. Es como si cada gota de su sangre llevara consigo una esencia narcótica que me arrastra a un estado de letargo. Intento mantenerme erguido, resistir, pero mis párpados se sienten pesados, demasiado pesados.

Antes de desmayarme, alcanzo a ver la expresión del joven vampiro. Su rostro se ilumina con una mirada de ternura, y algo más... ¡Pena!, ¿por quién, por él o por mí? Parece observarme con una satisfacción suave, como si todo estuviera ocurriendo exactamente como había planeado. Mi cuerpo cede y mis rodillas tocan la arena.

Justo antes de cerrar los ojos por completo, noto la mano del joven acariciando mi cabeza, con un gesto protector, casi paternal. Y, por primera vez en mucho tiempo, me siento... vulnerable. Siento cómo el mundo se desvanece a mi alrededor. Y aún asiento cómo el joven vampiro me toma en brazos con una delicadeza que no esperaba. La luna ilumina el camino de regreso, y su expresión serena, casi protectora, me desconcierta mientras avanzamos por la noche. Como si su presencia lo pudiera encontrar hasta inconsciente.

Cuando llegamos a la habitación, me coloca con cuidado en la cama, al lado de mi sirviente humano, quien aún se recupera de la alimentación anterior. Hay en su gesto una comprensión silenciosa, como si percibiera la conexión que tengo con mi sirviente. Al terminar, deja un frasco de agua en la mesilla de noche y apaga las luces. En la oscuridad, el agua comienza a emitir un resplandor tenue, de un azul etéreo que llena el cuarto de una luz suave y casi mágica.

Abro los ojos lentamente, con una sensación de mareo y una bruma en mi mente. Todo parece irreal, como si lo sucedido hubiera sido solo una ilusión. La luz azul que brilla en la mesilla me hace recordar al joven vampiro de la arena. Aún siento en el aire el rastro de su aroma, esa esencia que parece querer quedarse atrapada en mis sentidos.

—¿Fue un sueño... o me drogó? —murmuró, intentando ordenar mis pensamientos.

Las imágenes en mi mente son confusas, y la idea de que ese vampiro extraño haya manipulado mi mente me irrita. Pero hay algo distinto en mí: una serenidad inexplicable, como si una sombra antigua se hubiera disipado de mi espíritu. Respiro profundamente y, con cada latido, mis pensamientos emergen más claros. La estrategia para enfrentarme a Haruki y Sakura surge con nitidez en mi mente, como si alguien hubiera iluminado cada paso con precisión.

Esta certeza me llena de una fuerza renovada. Me siento en paz, sin las dudas de antes. A mi lado, mi sirviente humano comienza a despertar. Sus ojos, aún adormilados, se posan en mí con la misma devoción de siempre, pero esta vez lo observa de verdad; lo veo no como una simple fuente de sustento, sino como alguien cuya lealtad y presencia me importan más de lo que había reconocido hasta ahora.

—Necesito que vengas conmigo. No solo como alimento... Te necesito a mi lado.

Las palabras salen con facilidad, y al decirlas, sé que son sinceras. Mi sirviente me mira sorprendido, sin ocultar la alegría que ilumina su rostro. Para él, estas palabras significan mucho más. Siempre ha sentido devoción hacia mí, pero esta es la primera vez que lo reconozco como algo más que un sirviente.

En sus ojos hay una mezcla de felicidad y esperanza. Por primera vez, siente que es verdaderamente útil, que puede ser más que un esclavo o una fuente de alimento; puede ser mi compañero en esta misión. En silencio, me hace una reverencia, pero hay algo más profundo en su mirada, algo que va más allá de las palabras.

Me levanto con renovada determinación, mi postura más firme y el espíritu en calma. Lo que ocurrió esta noche con ese vampiro extraño algo cambió en mí, dándome no solo claridad en los pensamientos, sino un propósito y una compasión que antes no reconocía en mí mismo.

Le indico a mi sirviente que se prepare para partir conmigo. Ahora, siento que estoy listo para enfrentarme a Haruki y Sakura, no solo con una estrategia bien definida, sino también con una fortaleza emocional que me hace más poderosa.

Antes de salir, mis ojos se posan en el frasco de agua que brilla en la penumbra de la habitación. No entiendo del todo su significado, pero algo en mí me dice que esa luz es un símbolo de esta nueva paz, un pequeño recordatorio de la calma que experimenté y de la visión renovada que he obtenido. Con cuidado, tomo el frasco, decidido a guardarlo como un amuleto para el viaje que tengo por delante.

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