Capitulo 2.-Secuela de un Exilio
Pov Reinald
A pesar de haber perdido a mi hermana, no tenía tiempo para llorarla, tengo una guerra que ganar, un ejército al que entrenar y un pasado por descubrir. Los últimos momentos con tiara nunca los olvidaré. Así como la mirada que su pueblo le dio. Una princesa desconocida para salvar a la misma gente que la está despreciando. Incluyendo a su hermana mayor y a mí
Yo, El príncipe que actuó por primera vez como un hermano preocupado y tuve que ser su verdugo. Exiliar a mi hermana de 15 años no es para nada un acto honorable, más la mirada de unos intensos ojos verdes me dicen que así debe ser.
El viento gélido cortaba como cuchillas, levantando pequeñas nubes de nieve que se mezclaban con la tierra helada del campo de entrenamiento. Filas interminables de soldados practicaban enérgicamente bajo un cielo gris y opresivo, donde el sol apenas se asomaba como una promesa vacía. El sonido de las espadas chocando y los gritos de los capitanes imponía disciplina entre los reclutas, pero a la vez dejaba entrever la tensión que todos compartíamos. Cada uno de ellos entrenaba con la certeza de que pronto cruzarían esas armas en batalla real. Sus rostros eran máscaras de miedo y esperanza mezcladas con resignación.
Al fondo, junto a un grupo de oficiales, estaba Louis, mi mano derecha. Su postura rígida no dejaba espacio a la duda: me esperaba, como siempre, preparado para apoyarme en silencio. Louis no era solo un soldado leal, sino un amigo que había estado conmigo desde los primeros días en que fui nombrado comandante del ejército. Pero hoy su expresión traía algo diferente, algo que entendí al cruzar nuestras miradas:
Dolor.
Sabía que la pérdida de Tiara también lo había afectado. Para él, Tiara siempre fue como una hermana menor, y verlo ahora, conteniendo su sufrimiento detrás de una máscara de disciplina, me golpeó más fuerte de lo que quería admitir. Louis conocía mi tormento. Sabía que, por primera vez, había intentado actuar como un verdadero hermano para Tiara, solo para perderla por mi propia mano. Y eso le dolía tanto como a mí.
—Príncipe Reinald —saludó Louis, inclinando levemente la cabeza en señal de respeto. Aunque su voz era firme, sus ojos traicionaban una mezcla de preocupación y empatía que solo yo podía notar.
¿Alguna novedad? —pregunté, ajustando el cinturón de mi espada y manteniendo mi mirada en él.
Louis miró brevemente a los soldados antes de responder, con una calma tan ensayada que casi parecía parte de su armadura.
—El ejército está avanzando, pero aún hay mucho por hacer. La mayoría de los reclutas son demasiado jóvenes y sin experiencia. Si los enemigos atacan pronto... no estarán listos.
Ambos sabíamos que esa era la verdad cruda. El ejército era nuestra única esperanza para mantener el reino en pie, pero estaba claro que no bastaría con entrenamiento. Tendríamos que contar con algo más.
—Louis —murmuré, bajando la voz para que nadie más escuchara—, lo que ocurrió con Tiara...
Un destello de amargura cruzó sus ojos, pero rápidamente lo apartó.
—No fue tu culpa —respondió casi en un susurro, y por un instante su fachada se quebró —. Lo que hiciste, lo hiciste por ella.
Esa mentira era para ambos.
—¿Crees que ella podrá perdonarme algún día? —le preguntó, sorprendiéndome a mí mismo por decirlo en voz alta.
Louis tragó saliva y desvió la mirada hacia el campo de entrenamiento, donde un grupo de soldados intentaba imitar los movimientos de los capitanes.
—Si algún día regresa... creo que sí. Pero ahora debemos mantenernos enfocados. Ella no querría que perdiera el rumbo por su causa.
Sus palabras eran duras, pero sabía que Louis sufría igual que yo. Tiara poco a poco fue capaz de capaz de ablandar mi corazón, solo faltaba que sea como Mei y yo. y él había sido testigo de esa transformación. Por eso, aunque le doliera verme sufrir, sabía que su deber estaba aquí, conmigo, en la guerra que se avecinaba.
Mientras caminábamos por el campo, inspeccionando las filas, el frío se colaba por la armadura, pero ninguno de nosotros lo notaba. Los reclutas seguían practicando, sin descanso, sus movimientos descoordinados, pero con una determinación feroz que no podía ignorar.
— ¿Cómo están manejando la moral? —le preguntó a Louis, sin apartar la vista de los soldados.
—Hacemos lo que podemos —respondió—. La noticia del exilio de Tiara ha causado confusión entre algunos, pero la mayoría comprende la gravedad de la situación. Saben que la guerra está cerca y no tienen otra opción que luchar.
Sabía que Louis estaba ocultando la realidad completa. Los soldados hablaban. Tiara era una princesa apenas y conocida, habíado coronada pero algunos comenzaban a ver en su exilio un reflejo de nuestra debilidad. Y esa debilidad podía ser letal en el campo de batalla.
—Necesitamos mantener enfocados —dije con firmeza—. No podemos permitirnos cuestionar nuestras decisiones ahora.
Luis Asintió.
—Yo me encargaré de eso, mi príncipe. Nadie debe saber lo que realmente pasó en ese momento.
Sabía que podía confiar en él. Louis guardaría mi secreto como si fuera el suyo propio.
Antes de marcharse para continuar sus tareas, Louis me miró una vez más, con esa mezcla de empatía y resignación que llevaba desde el día en que Tiara fue exiliada.
—Si alguna vez necesitas hablar... estaréaquí —murmuró, casi como un recordatorio silencioso de que no estaba completamente solo en esto.
Lo vi marcharse entre las filas de soldados, y durante un momento, el peso de mi culpa pareció disminuir, aunque fuera solo un poco. No podía permitirme el lujo de lamentar lo que había pasado. La guerra estaba a las puertas, y solo había una opción: luchar y ganar.
El viento nocturno me acompaña de regreso al castillo. A pesar del cansancio físico, mi mente sigue trabajando, repasando cada movimiento del ejército, cada debilidad expuesta durante la jornada. El entrenamiento es solo una parte de la guerra, pero la traición que acecha entre nosotros es la más peligrosa. El peso de nuestras decisiones se siente como una cadena invisible alrededor de mi cuello.
Al entrar en la sala del consejo, la atmósfera se siente densa, saturada de silencio y sombras. La luz tenue de los candelabros proyecta siluetas alargadas en las paredes de piedra, ondulando como fantasmas antiguos. Mei está allí, inmóvil en un rincón, su presencia pesada como un presagio. La luz juega sobre su vestido oscuro, haciendo que los pliegues parezcan las fauces de una bestia a punto de devorar la poca esperanza que nos queda.
Sus ojos, que en nuestras interacciones como hermanos suelen brillar con un verde cálido, ahora son fríos como acero forjado en invierno. Entre nosotros ya no queda espacio para el consuelo; solo permanece la determinación inquebrantable de quienes deben liderar sin titubear.
—¿Algún progreso? —pregunta sin rodeos, su voz seca y cortante como un filo bien afilado.
—El ejército está casi listo —respondo, quitándome los guantes de cuero mientras camino hacia ella. El eco de mis pasos resuena por la estancia vacía. Me siento frente a Mei, pero no puedo ignorar la tensión que se dibuja en sus hombros. Incluso bajo la pesada capa que lleva, percibo la presión constante que ambos compartimos—. Solo nos falta descubrir al traidor.
Mei aparta la mirada hacia la ventana alta de cristal emplomado, como si buscara respuestas en la oscuridad del cielo nocturno. La luna apenas asoma tras un manto de nubes grises. Sé que el exilio de Tiara la atormenta tanto como a mí, pero evitamos mencionar su nombre. No podemos permitirnos ese lujo. No ahora. No hay espacio para el arrepentimiento.
—La profecía de Tiara... —rompe el silencio, su voz baja, pero cargada de un peso invisible—. No puedo sacármela de la cabeza.
—¿Por qué no lo supimos antes? —espeté, sin poder contener la frustración que me carcome desde hace días—. Si lo hubiéramos sabido a tiempo, si tan solo...
Mei suelta una risa seca y amarga, tan vacía que parece arrancada de un pozo sin fondo.
—Porque la maldita profecía estaba oculta bajo un libro cualquiera —dice con sarcasmo—. ¿Cómo íbamos a imaginar que la encontraría entre los volúmenes que tomé prestados?
Nos dirigimos hacia la torre del mago, donde vive Earisol. Las piedras desgastadas por siglos parecen resonar con ecos de secretos enterrados. Los escalones fríos y estrechos crujen bajo nuestros pasos, mientras las antorchas moribundas parpadean, danzando al compás del viento que se cuela por las grietas. A cada paso, las paredes parecen cerrarse sobre nosotros, como si la torre intentara advertirnos que no debemos regresar por segunda vez.
Al llegar a la cámara de la maga, nos encontramos en un lugar que parece más un santuario que un cuarto común. La vegetación trepa por las paredes, y diminutas estatuas de cada dios venerado por los humanos reposan en pequeños altares cubiertos de musgo. Empujo la puerta de madera maciza, que se abre con un crujido lento y ominoso, como si arrastrara consigo siglos de secretos.
Dentro, la anciana maga Earisol nos espera, sentada a una mesa abarrotada de manuscritos antiguos y artefactos cubiertos de polvo. No se inmuta al vernos entrar; su mirada permanece fija en las páginas amarillentas de un libro, como si ya supiera exactamente por qué hemos venido.
—Sabía que vendrían —dice en voz baja, con una calma inquietante. No hay sorpresa en su tono, como si este momento hubiera sido inevitable desde siempre—. La profecía ha comenzado a cumplirse, ¿no es cierto?
La rabia estalla en Mei antes de que pueda detenerla. Su magia vibra en el aire, una energía latente, amenazante, como cadenas invisibles a punto de romperse.
—¡Nos traicionaste! —su voz es una daga afilada, cargada de resentimiento—. Ocultaste la verdad sobre Tiara, y ahora pagamos las consecuencias.
Earisol alza la mirada con lentitud. Sus ojos, más cansados que furiosos, reflejan la incomodidad de quien ha sido interrumpido sin permiso. Sin embargo, su mirada es firme, como si hubiera esperado este momento durante mucho tiempo.
—Si les hubiera revelado la verdad desde el principio, habrían sellado el destino del reino mucho antes.
Sus palabras son un golpe directo al estómago. Siento que me tambaleo por dentro, pero mantengo la compostura. Mei también guarda silencio, aunque sus puños, apretados con tanta fuerza que sus nudillos se vuelven blancos, tiemblan ligeramente por la tensión contenida.
La maga se inclina hacia adelante, su voz baja pero cargada de significado.
—¿Quieren saber por qué murieron sus padres? —pregunta con una calma perturbadora—. Porque también intenté advertirles. Quisieron desafiar lo que estaba escrito... y pagaron el precio más alto.
El suelo parece desvanecerse bajo mis pies. Un torbellino de culpa y frustración me envuelve, amenazando con arrastrarme. Nuestros padres murieron intentando salvarnos del destino que la profecía dictaba.
La maga nos observa en silencio, su serenidad inquietante se clava en nosotros como un peso imposible de soportar.
—Eligieron su amor por ustedes por encima de todo —continúa, su tono neutral, como si estuviera recitando una verdad incuestionable—. Pero al hacerlo, sellaron su final. Intentaron alterar el curso del destino, y el destino los reclamó.
El silencio que sigue es insoportable. La culpa se cierne sobre mis hombros como una losa inmensa. Mei, normalmente inquebrantable, parece por primera vez vulnerable, con la mirada perdida en la penumbra de la habitación.
—¿Entonces estás diciendo que hicimos bien al no saber nada sobre la profecía de Tiara? —pregunta Mei, su voz vacila entre la incredulidad y la rabia contenida.
Earisol asiente lentamente, cada palabra suya pesa como una sentencia irrevocable.
—Sí. Esta vez, tomaron la decisión correcta. El precio del conocimiento es alto, y sus padres pagaron con sus vidas.
Aprieto los dientes con fuerza, sintiendo cómo el peso de nuestras decisiones se cierne sobre nosotros como una sombra imposible de eludir. No hay tiempo para lamentaciones. Lo que hemos perdido no se puede recuperar, y el único camino que nos queda es hacia adelante.
Mei cierra los ojos por un instante, como si intentara apaciguar la tormenta que ruge dentro de ella. Luego asiente con determinación renovada, su voz más serena, pero aún cargada de fuerza.
—No hay vuelta atrás. Debemos seguir. Descubriremos quién ha traicionado a la corona.
La maga vuelve a concentrarse en los manuscritos, como si nuestra conversación no hubiera sido más que un trámite pasajero.
—Hagan lo que deben hacer —murmura sin levantar la vista—. El tiempo no espera a nadie.
Salimos de la recámara en silencio, con el peso del pasado y las sombras del futuro, apretando cada paso que damos. No hay redención, solo un camino por recorrer.
Para cuando salimos de la torre con esta verdad, la paranoia ha agudizado todos mis sentidos. Las sombras parecen moverse por el rabillo de mi ojo, como si el traidor que buscamos pudiera surgir en cualquier momento. La advertencia de la Maga sigue resonando en mi cabeza: "El traidor ya está entre ustedes."
Llego por segunda vez al patio exterior del castillo, donde el campo de entrenamiento está en plena actividad. El aire huele a sudor, cuero y metal caliente por el roce constante de las armas. Bajo el cielo gris, los soldados practican, sin descanso, sus movimientos sincronizados en el caos controlado del entrenamiento.
Desde lejos veo a Louis, mi mano derecha. Ha sido mi confidente más leal, pero incluso él comienza a mostrar una tensión que rara vez deja entrever. Me espera cerca de la zona de combate, con los brazos cruzados sobre el pecho y esa mirada suya que parece atravesar cualquier fachada que intento mantener. Conoce mis preocupaciones mejor que nadie.
—¿Todo en orden? —le pregunto, ajustando las correas de mis guanteletes.
Asiente, pero sus ojos dejan entrever una inquietud que no logra ocultar del todo.
—Todo parece bien, pero ya sabes que nunca lo está del todo —murmura, bajando la voz—. ¿Has pensado en Tiara?
No respondo de inmediato. No hace falta. Pienso en ella todo el tiempo. Y ahora también en mis padres.
El recuerdo se desliza por mi mente antes de que pueda detenerlo.
Estábamos en aquella montaña, Mei y yo, escoltados por un destacamento de guardias reales. Nos llevaban por caminos secretos hacia las partes más bajas, mientras una larga fila de soldados y sirvientes seguía nuestros pasos. Nadie nos decía qué estaba ocurriendo, pero había algo en el ambiente que inquietaba incluso a Mei.
De repente, ella lo sintió. Sin previo aviso, me agarró de la mano y, con un movimiento feroz, apartó a los soldados y sirvientes que bloqueaban el paso. Las cadenas mágicas que invocó se enredaron a su alrededor como serpientes, atrapándolos al instante.
—¡Debemos ir con ellos! —dijo con un tono que no dejaba lugar a discusión.
La seguí sin dudar. Corrimos como si el aire nos quemara los pulmones, sorteando corredores y escaleras que parecían no terminar nunca. Al llegar a la entrada del palacio, el caos se desplegaba frente a nosotros.
Lo vi primero a él. Mi padre, tendido en el suelo, sin vida. A pocos pasos de su cuerpo estaba mi madre, arrodillada, con un bebé en brazos. Ambos estaban rodeados por un domo de luz cálida que irradiaba seguridad.
Una flecha negra atravesaba la espalda de mi madre, pero, aun así, sostenía al bebé con la ternura desesperada de alguien que sabe que es su último acto. Alrededor, los soldados seguían luchando, hombres de ambos bandos cayendo sin tregua.
No pude moverme. La realidad me golpeó con la fuerza de una tormenta. Ese fue el último momento en que los vi con vida.
El recuerdo se desvanece, dejándome vacío. Vuelvo a mis sentidos y delante de mi Louis me observa, paciente como siempre, con esa mirada que tiene algo de hermano mayor. Sabe lo que Tiara significa para mí, y también cuánto me ha costado admitirlo, incluso para mí mismo.
—Reinald, por fin te estabas abriendo a ella —dice en un susurro casi doloroso—. Y ahora está allá afuera, sola.
Cierro los ojos, buscando paz en el vacío, pero lo único que encuentro es la imagen de Tiara. Sus ojos verdes, que alguna vez brillaron con esperanza, ahora los imagino apagados, como si ya nada en el mundo le importará.
—No puedo fallar otra vez.
El susurro se pierde en el viento, como una plegaria inútil.
—Debemos mantenernos centrados, Louis —añado al fin, forzando una firmeza que ni yo mismo siento.
Él asiente, aunque veo en su mirada una tristeza que apenas intenta disimular. Ambos sabemos que decirlo es más fácil que hacerlo.
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