Capitulo 13.-Un nombre y camino
Pov. Tiara
Un mes y unos días atrás.
El calor del día envuelve el desierto como un abrazo sofocante. La inmensidad de arena y cielo me hace sentir más pequeña con cada paso, vagando sin rumbo, sin destino.
¿Qué me sirvió aprender sin descanso? Las interminables lecciones de magia, las horas observando desde la ventana, escapando para ver a mi hermano desde lejos... ¿Y para qué? No puedo usar esa magia. Todo lo que aprendí se quedó atrás, irreal, inútil. Lo único que persiste es el vacío.
A veces, creía que aprendería algo de él. Quería hacerlo, desesperadamente. Quería su afecto, su reconocimiento. Pero siempre me ignoró. Y, sin embargo, me ayudó al final. No de la forma que había imaginado, pero lo hizo. Algo en mí se reconcilia con esa verdad.
Mi mano roza la pequeña bolsa de cuero que llevo atada a la cintura. Es lo único que tengo, un objeto que ni siquiera es mío, pero que ahora considero mi única posesión. Dentro, pequeños tesoros: bolitas dulces con una fragancia tenue, una daga que mi madre nunca pudo entregarme, botecitos con crema para protegerme del sol abrasador y algo de dinero humano. Dinero con el que se espera que viva entre ellos.
¿Ropa? Poco más que un par de prendas improvisadas, pocas y sencillas, pero funcionales. Ya no tengo el lujo de pedir lo que quiero ni de vestirme como antes.
—Ja, qué vida la mía... —susurro, una sonrisa amarga, invisible en la vastedad de arena.
Si esto hubiera pasado antes, seguro habría llorado. Ahora parece tan distante, tan ajeno. Llevo un día caminando, y ya veo mi vida anterior como si fuera de otra persona. Como si nunca hubiera sido mía.
Caigo de rodillas, no por cansancio físico, sino por el peso invisible que me arrastra. El sol se desploma en el horizonte, tiñendo el cielo de un naranja cálido, como si intentara consolarme. Pero ¿qué consuelo podría encontrar yo aquí?
Me dejo caer, hundiéndome en la arena. Nadie me ve, nadie me juzga. La fragilidad ya no tiene importancia. La noche llega lentamente, y yo permanezco allí, perdida en la quietud del desierto.
Rebusco en la bolsa, con la esperanza de encontrar algo que haya olvidado. Pero no hay nada. Solo lo que ya sabía que estaba allí.
Sigo caminando, dejando atrás todo lo que conocía. El punto de no retorno ha pasado. No importa a dónde vaya, todo me resulta ajeno. Sólo sé lo que aprendí de los libros, pero la teoría y la práctica son mundos distintos. Cada paso en este exilio me recuerda la misma verdad: estoy sola.
El atardecer se desvanece, dejando tras de sí un cielo púrpura y naranja. La arena se enfría bajo mis pies, pero el calor del día aún me persigue.
Necesito refugio, y rápido. Recuerdo las lecciones que me impusieron, las tardes interminables con mapas y estrategias. Al este hay una base para viajeros: agua, refugio, sombra. Lo que necesito. Pero al mismo tiempo, la duda me consume. ¿Puedo confiar en alguien allí?
Las palabras de mi hermana resuenan en mi mente: "Nadie es completamente de fiar, ni siquiera los humanos." Susurro la frase sin querer, como una advertencia en el aire.
La base es un riesgo. Podrían reconocerme. Podrían entregarme. No tengo poder, no soy más que un simple humano ahora. Mi magia, aunque la intenté dominar, sigue siendo errática, inalcanzable.
También está la opción de ir hacia el Distrito 6, donde tal vez las noticias de mi exilio aún no han llegado. Pero es un lugar cercano al peligro. ¿Es más seguro allí?
Una brisa fría acaricia mi rostro, como si tratara de consolarme. Miro hacia el oeste, donde comienza el camino hacia el muelle principal. Cerca está la ciudad del comercio, un lugar donde las reglas de los distritos no siempre se aplican. Territorio neutral. O eso espero.
El pensamiento de los demonios sueltos me asalta, destruyendo cualquier atisbo de esperanza. He sentido su presencia, su hambre. Si descubren mi exilio, no sobreviviré.
Apreté los labios y seguí caminando. La capa raída que encontré se agitaba a mi espalda, protegiéndome del frío que empezaba a descender. Las estrellas emergen sobre mí, observando en silencio mi lucha interna.
Finalmente, tomé una decisión. No iría a la base ni a la frontera. Me mantendría cerca del camino al muelle, moviéndome constantemente, lejos de cualquiera que pudiera reconocerme. Tal vez en la ciudad del comercio encontraría un respiro, aunque fuera momentáneo.
Seguí mi camino, abrazando la capa contra los vientos nocturnos. No sabía si me había perdido, pero recordé algo: debería haber piedras de luz en el camino, para guiar a los comerciantes que traen productos al puerto. Si no me equivoco, deberían estar ocultas en la arena, visibles solo por la noche.
Luego lo recordé. Para que el camino se ilumine, debo tener un pase. Un pase que sólo los comerciantes reciben, para protegerse de los nidos y asegurarse de que el camino esté claro.
—Y yo no tengo uno —grité, sintiendo la frustración invadir mi pecho.
No quiero llorar. Gritar es suficiente, por ahora. Pero mi cuerpo está agotado, mi mente en ruinas. Cada paso arde sobre la arena, pero la fatiga me supera.
Necesito agua, mi cuerpo lo exige. Pero mi magia... no responde. Me siento débil, inútil. He estado caminando todo el día y la noche. Han pasado tres días desde mi exilio. Tres lunas, sin un hogar.
Mis manos tiemblan mientras las junto en forma de cuenco. Cierro los ojos, respirando hondo, intentando evocar la magia del agua. La esfera comienza a formarse, pequeña, brillante. Mi corazón late más rápido. ¿Lo lograré? ¿Finalmente?
Pero antes de que pueda sentir alivio, la esfera se desvanece, se disuelve en el aire. Un grito de frustración escapa de mi garganta. —¡No!— Mi pecho se aprieta. Me esfuerzo de nuevo, mis manos unidas, repitiendo el hechizo, pero nada.
Cierro los ojos, repitiendo las palabras una y otra vez. Pero el vacío persiste. El desierto me consume.
—Qué débil soy, qué pequeña soy...— Miro al cielo nocturno, sintiéndome diminuta frente a la vastedad del universo.
Soy solo una niña perdida, vulnerable en un desierto implacable, incapaz de dominar ni la magia más simple.
De repente, una sombra se desliza por la arena. Me giro con rapidez. Allí está, una serpiente, deslizándose cerca. Sus ojos fríos me observan.
No me toca. Solo pasa, indiferente, como el desierto que me traga.
Me siento vacía, incapaz de moverme. Mi cuerpo no tiene fuerzas, mi magia me ha fallado. Estoy expuesta a este lugar cruel.
¿Qué me queda? Las palabras retumban en mi mente.
El desierto parece interminable. Llevo horas caminando, y apenas he avanzado. Mis pies son solo piedras. Mi cuerpo se niega a seguir, pero debo seguir. Tengo que sobrevivir.
El desierto parece no tener fin. Llevo horas caminando, pero estoy apenas a un cuarto del camino. Mis pies me duelen como si fueran solo piedras, pesadas y ardientes. El calor del sol me abrasa la piel, y mis piernas tiemblan, agotadas. Cada paso me cuesta más, el sudor corre por mi frente, pero no hay alivio. No hay nada más que el desierto, el vacío interminable, la arena que se arrastra bajo mis pies.
Al fin, una forma se alza en el horizonte: una roca, grande y sólida, que se eleva como un huevo gigante. Con esfuerzo, me acerco y me refugio bajo su sombra, buscando un poco de respiro. El viento cálido se convierte en una mini ventisca, levantando la arena, que golpea mi rostro con la fuerza de mil pequeños cuchillos. Al menos aquí, bajo esta roca, estoy algo protegida.
Dejo caer la bolsa sobre el suelo con una pesadez que me llega al alma. La abro lentamente, casi sin ganas, pero la necesidad me obliga. En su interior, encuentro lo que me queda. Un pan rancio, ya duro por el paso del tiempo. Lo tomo entre mis manos, pero me detengo antes de morderlo. A un lado, está una daga. No es cualquier daga. Esta la guardo con mucho cuidado, como si fuera lo único que me quedara. Es un recuerdo de mi madre, algo que me dio mi hermana antes de... todo. Mi hermana. La imagen de su rostro se me cruza de golpe, y de pronto, las lágrimas brotan sin querer. Mi pecho se aprieta y no puedo contener el llanto. He perdido tanto. He perdido a mi familia, a todos. Ya sea por muerte o exilio, me duele igual.
El viento sigue soplando fuera de mi refugio, pero dentro de esta pequeña cueva de roca, el frío comienza a calar en mis huesos. Estoy agotada, pero el pensamiento de seguir adelante me mantiene despierta, al menos por un rato. La tormenta no ha cesado, el viento aúlla como un lamento lejano. No puedo evitar pensar que el desierto mismo está llorando conmigo.
El tiempo parece detenerse en esta oscuridad. No sé cuánto ha pasado, pero cuando finalmente cierro los ojos, el frío es insoportable, y me dejo arrastrar por el sueño, aunque mi cuerpo tiembla de frío.
Es entonces cuando escucho un sonido distante. Un rebote, algo que se aproxima con prisa. Me esfuerzo por escuchar en la quietud de la noche, pero no puedo identificarlo. El sonido se pierde, y el cansancio me envuelve, llevándome más rápido hacia el sueño.
Cuando desperté, el frío que la había acompañado la noche anterior había desaparecido. En su lugar, una cálida suavidad envuelta en mis brazos. Aun con sueño y confundida lo que encontré me despertó por completo
Entre mis brazos, descansa una criatura pequeña del tamaño perfecto para mis brazos, con un pelaje largo y suave que parecía brillar tenuemente bajo los primeros rayos del amanecer que se filtraban en la roca en forma de huevo. Su color anaranjado apagado, decorado con franjas negras en sus dos colas, como si el movimiento lo hubiera despertado, la bolita alzo sus ojos mostrando sus ojos grandes y redondos, de un color miel cálido, su cola, no, colas empezaron a moverse al son del viento, y en una de ellas note que seguía hay, el pequeño anillo con grabados intrincados, el grabado no dice más que mi nombre en lengua vampírica.
Y ahora que lo he recordado, el cómo lo obtuve y por qué nadie más lo sabe, es por esto.
Tenía trece años cuando mi hermana Mei me llevó al corazón del palacio, un lugar que hasta entonces había sido un misterio para mí. Mei caminaba frente a mí, su figura elegante como una sombra que guiaba mi destino. Los pasillos eran oscuros, iluminados solo por candelabros suspendidos en el aire, y el eco de nuestros pasos parecía marcar el ritmo de mi corazón, que latía con una mezcla de temor y expectativa.
Llegamos a una puerta alta y pesada, grabada con símbolos que no entendía pero que me hacían sentir diminuta. Mei se detuvo, giró hacia mí, y me miró con esos ojos que siempre parecían saberlo todo.
—Es aquí, Tiara —me dijo con una voz suave, pero que no dejaba lugar a dudas—. Este es el momento en el que Lilith reconocerá tu transformación.
Quise decir algo, pero las palabras se me atoraron en la garganta. Mei pareció entenderlo. Posó una mano sobre mi hombro y me guio al interior de la sala.
El lugar era inmenso, más grande de lo que jamás hubiera imaginado. En el centro, sobre un pedestal negro como la noche, descansaba la reliquia: una lágrima de sangre congelada. Era pequeña, perfecta, pero la energía que emanaba llenaba toda la sala. Una corona de plata antigua la rodeaba, sus grabados tan intrincados que parecían moverse bajo la tenue luz.
—Tócala —me dijo Mei—. Lilith te dará tu nombre verdadero. El que nadie más que tú conocerá.
Avancé despacio, sintiendo cómo el aire se volvía más frío con cada paso. Mis piernas temblaban, no sabía si por el frío o por los nervios. Cuando estuve frente al pedestal, levanté la mano. Mi piel casi dolía al acercarse al aura helada de la lágrima. La toqué.
El mundo desapareció.
No había sala, ni pedestal, ni siquiera Mei. Solo una oscuridad profunda y, en medio de ella, una voz. Era cálida y distante, maternal pero imponente. No era una voz que se escuchara con los oídos, sino con el alma.
"Aethira."
Ese fue el nombre que resonó dentro de mí, un eco que parecía haber estado allí siempre, esperando ser pronunciado. En ese instante lo entendí: no era un nombre cualquiera. Era mío, y significaba esperanza, fuerza y lo que debía ser en esta nueva vida.
Abrí los ojos y aparté la mano, sintiendo cómo el frío se retiraba de mi cuerpo, aunque el nombre seguía grabado en lo más profundo de mí.
—¿Lo escuchaste? —preguntó Mei, mirándome con una intensidad que solo ella tenía.
—Sí —respondí, con la voz temblorosa pero segura al mismo tiempo—.
Mei sonrió, y no pude evitar sentirme aliviada. Era raro verla sonreír así.
—Ahora estas completa. Que este nombre te guíe siempre.
Esa noche, cuando regresé a mi habitación, me quedé mirando el pequeño anillo que adornaba la cola de mi mascota. Era un simple anillo, pero ahora tenía un propósito. Con manos temblorosas, tomé una herramienta y grabé mi nombre en él, con cada trazo asegurándome de que este secreto sería solo mío.
Aethira.
No era solo un nombre. Era mi verdad, mi vínculo con Lilith, y la promesa de lo que podría llegar a ser.
cuando solté de los brazos a la criaturita al recordar mi nombre vampírico este floto, cerca de mi a pesar de la delicadeza de sus cuatro patas diminutas, que apenas eran visibles. Lo supe, y más por su mirada de ternura. Su pequeña nariz toco mi pómulo con algo de tierra por dormir cerca de la arena. Su nariz, pequeña y fría al tacto, era como la de un gato, lo que hizo que sonriera por primera vez en lo que parecían días.
Era el. Mi mascota. Un nudo se formó en la garganta al recordar. Este pequeño animal no era un extraño; era un regalo de Mei, un vínculo con todo lo que había perdido y con lo que aún quedaba por proteger. Su pequeño cuerpo cálido me hizo sentir menos sola en ese inmenso vacío de arena.
lo abrasé con cuidado, dejando que mis dedos se hundieran en su suave pelaje mientras una lágrima solitaria caía por la mejilla lavando los restos de arena de la noche anterior. Esa pequeña criatura, con su calor y su ternura, es la chispa de esperanza en medio de la inmensidad que había estado buscando.
Extra:
Soñé una vez más estando despierta mientras los vientos continuaban resonando en la piedra.
Ese día, el de mi primera caza acompañada de Mei, fue aún más maravilloso. No solo porque me deleité por primera vez con la sangre de un lobo, sino porque, después de descansar cerca del río con mi hermana, lavándome el rostro y sacudiendo mi ropa, aquel breve encuentro entre hermanas me dejó una sorpresa más.
En el camino, vislumbré la llegada de aquel híbrido, mitad humano, mitad elfo: Darick Pixem. Esta vez no venía solo. Una dríada lo acompañaba. Si Darick ya me parecía fascinante, la dríada lo era aún más. Su cabello verde, que parecía hecho de enredaderas con hojas tupidas, su piel verdosa y clara, tan sobrenatural, y esos ojos cálidos y... ¿maternales? Me miraban como si fuera un tesoro.
—Tía, ella es Tiara, la princesa de este reino —mencionó Darick.
La dríada se acercó con su figura menuda y delgada. Me vi en la necesidad de alzar la vista para observarla; era muy alta, más que Mei. Con sus largos brazos, me abrazó. Me tomó por sorpresa lo amable que era, a pesar de ser una extraña. Ella me generaba tanta paz con solo su presencia.
—Felicidades, princesa, por tu primera caza. Estuviste maravillosa para ser tu primera vez —me sonrió y dio unos pasos atrás.
Mientras me abrazaba, vi cómo Darick le entregaba a Mei una pequeña cajita con agujeros. Entonces, un aroma inesperado llenó el aire: chocolate, menta... ¿girasoles?
Me giré, confundida, siguiendo el rastro hasta encontrar a Mei acercándose hacia mí. Con delicadeza, abrió la caja.
—Felicidades, hermanita. Felicidades por ser una más en esta familia —dijo mientras intentaba abrazarme, pero la caja se lo impedía.
De repente, algo saltó hacia mí.
El animalillo, que tenía un par de colas esponjosas que se movían como abanicos, ronroneaba suavemente. había, aterrizando en mis brazos con una agilidad que me tomó por sorpresa.
—¿Q-qué es esto? —pregunté, entre asombrada y preocupada por el repentino movimiento.
Mei soltó una risa ligera, casi musical.
—Es tuyo, Tiara.Es un bigato pelusa. Un regalo por tu transformación... pero más que nada, porque hoy cumples trece años.
Mis ojos se abrieron de par en par. Por un momento, había olvidado mi propio cumpleaños, perdido entre todo lo que había sucedido en los últimos días. Miré al pequeño animal en mis brazos, que me devolvía la mirada con una expresión tierna. Me parecía un bebe.
—¿Para mí? —susurré, mi voz quebrándose ligeramente.
—Para ti —respondió Mei, con una sonrisa cálida—. Lo encontré hace tiempo y supe que era perfecto para ti.
Acaricié el suave pelaje de la criatura, sintiendo cómo ronroneaba con más intensidad. Por primera vez en días, una sensación de calidez y pertenencia me envolvió.
sobrino y tía se despidieron poco después, dejando a Mei y a mí solas en el claro. Mientras regresábamos juntas por el bosque hacia el castillo, el pequeño animal en mis brazos no dejó de ronronear, y por primera vez desde mi transformación, sentí que todo podría estar bien.
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