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Mistress

CONTEXTO HISTÓRICO EN JAPÓN EN LA ERA VICTORIANA

En 1853, abarcó un navío estadounidense a aguas japonesas. Matthew C. Perry, comodoro del escuadrón de las Indias Orientales, llegó a la bahía de Tokio para una apertura al comercio en Asia tras el estallido de la Revolución Industrial en el mundo y porque varios países de América se estaban librando del yugo hispano de ese momento. Durante ese entonces, Japón estuvo aislado por 200 años,  periodo mejor conocido "Edo", por lo que vivían una realidad muy alejada a la nueva tecnología. Entonces, la primera postura del Gobierno Japonés o el bakufu fue de rechazo total. 

Sin embargo, tras considerar las opciones y del retraso socio-económico de Japón y la opción de no ser conquistado como el Nuevo Mundo, el Emperador reconsideró en que no podría seguir rechazando sus exigencias y un año después concedió la apertura de los puertos de Shimoda y Hakodate, según lo estipulado por el Tratado de Paz y Amistad entre Japón y Estados Unidos suscrito ese mismo año. Luego, firmó tratados similares con el Reino Unido, Rusia y Holanda.

Las consecuencias de esas decisiones conllevaron una serie de trifulcas, disgustos y guerras civiles en Japón.  Al final, el shogun, el ejército y los samurais, renunciaron el poder a favor del Emperador y desaparecieron paulatinamente; se abolieron los feudos y fueron reemplazados por prefecturas o provincias; prohibieron la portación de  espadas; y se promulgó la Constitución Meiji. 

Las ideas de modernización afectó a toda la población, desde máquinas industriales y su indumentaria. Alrededor de 100 años le tomó a Europa pasar la Revolución Industrial. A Japón y en Asia en general, les llevó más o menos 50 años. 

La permanencia de los ropajes tradicionales en la alta sociedad japonesa empezó a decaer durante esta década. La propia Emperatriz, la imagen divina a imitar por todos los habitantes, empieza recoger el uso de los trajes diseñados en París en la década de 1880. Es además ahora cuando se acuñan los términos yofuku (ropa occidental), wafuku (ropa japonesa). No muchas tenían acceso a ese tipo de vestiduras. 

Una de las nuevas mujeres más llamativas del período Meiji fueron las jogakusei (palabra que significa literalmente "mujer-estudiante"). Las jogakusei se mostraban en público conscientes de su papel en la modernidad, en el cambio y en el futuro del país y en cierto modo mostraban los deseos de todo el país, hasta el punto de vestirse como los hombres. Sus esperanzas fueron motivo de ansiedad para algunos sectores. Este aspecto tan novedoso en principio fue tomado como objeto de broma: se decía que estas mujeres estudiaban por no tener la belleza o la sofisticación de una mujer casadera. 

Pero curiosamente, pronto se incluyeron a las jogakusei en las tiradas de grabados de bijin-ga (mujeres hermosas). Tan solo diez años después, en 1883, el Ministerio de Educación japonés prohibió a las mujeres llevar ropajes masculinos. Así, los cómodos sendaihira hakama (los hakama típicos de los hombres de la clase samurai del pasado) llevados por estas estudiantes fueron sustituidos por una falda-pantalón de telas más suaves y teñidas en colores pálidos, más adecuados al ideal femenino. 

FUENTES: 

1) revistacultural.ecosdeasia.com/vistiendo-la-modernidad-la-moda-durante-la-era-meiji

2)nippon.com/es/views/b06902/

-Acto I: preludio-

El viejo mundo era flamante e inédito para ella. El aroma de primavera, las aves cantar y el carruaje menearse de un lado a otro sobre el sendero de piedra, al estilo de calzada romana, hacia un rumbo desconocido. Esas peculiaridades se hallaban en su tierra natal, mas tras pisar suelo extranjero, todo aquello parecía prodigioso. 

Japón apenas había permutado a una nueva era, la Meiji, pero en su vida hubo una revolución mayor al momento de haber sido notificada, desde Inglaterra, para solicitar sus servicios a una familia acaudalada: los Callenreese.

Ha quedado ensimismada de la magnificencia del paisaje, Okumura Eikura-san. 

La aludida parpadeó ante la voz varonil en japonés. Ella no se encontraba sola. Dentro del carruaje también estaba Ibe Shunichi, quien de igual manera tuvo el mismo llamado que ella, solo que él iba a trabajar con la familia principal de los nobles Callenreese. Eikura, por otro lado, lo haría con la decencia colateral. 

Ambos eran instructores, pertenecientes de la recién instaurada academia de lenguas en Japón. El lugar aún no poseía renombre ostentoso, pero era de envidiar de su excelencia en la enseñanza de idiomas. 

Por lo tanto, no dudaron en responder en un santiamén por dicha petición en enviar a sus mejores maestros, un hombre y una mujer para ser concretos, en virtud para ser los titulares de enseñar japonés a dos miembros de la familia en cuestión. 

No buscaron explicaciones por tal bizarra demanda. Simplemente lo hicieron cumplir con esmero. 

En efecto, Shunichi y Eikura compartían las mismas emociones por esta nueva aventura al ser escogidos. 

—¿Acaso usted no se adhiere a esta felicidad desbordante, Ibe-san? — preguntó, esbozando una sonrisa. —. Todavía me figuro en un sueño en el cual no quiero despertar. 

En efecto, Eikura no tuvo el tiempo de asimilar la situación. Ella era de una familia campesina, no esperaban mucho de su persona más que en casarse y repetir el ciclo de vida de sus padres. Sus padres no tuvieron la bendición de procrear un hijo, así que casar a su hermana menor y a ella era concebible si aún estuvieran habitando en el shogunado. 

Su facilidad de aprender idiomas a su temprana edad fue inverosímil para sus parientes y hasta para el propio director de la Academia de Lenguas. Pronto, Eikura comenzó a trabajar y adquirir experiencia. Todo eso fue posible por el cambio radical de pensamiento del Emperador al abrir las aguas nacionales. Aunque aún seguía siendo un estigma que una chica tan joven trabajara y no estuviera casada, ni siquiera comprometida. Sus vecinos, allegados e incluso algunos alumnos foráneos la fulminaban de desprecio. 

Sin embargo, Eikura pudo ganarse el respeto de varios, en especial la de Shunichi y del propio director. 

—En efecto, lo estoy — suspiró, sin contener su orgullo. —. Mas mi felicidad ahora depende por su logro, Okumura-san. Fue por su esmero que le trajo hasta aquí. 

La susodicha se sonrojó por el respetuoso halago. Se revolvió en su asiento y arregló el rebelde mechón de cabello que se había salido de su recatado sombrero poke blanco. Todavía no estaba acostumbrada en vestir prendas yofuku, y podría casi jurar que extrañaba sus ropas wafuku. Era un sacrificio en honor a la presentación y etiqueta por su nuevo ambiente. Lo que menos quería era no encajar en la estricta sociedad inglesa, así que sus padres, como pudieron, le regalaron unos viejos y oscuros vestidos de vuelos y encaje antes de partir. 

Ella estaría eternamente agradecida por tal apreciado regalo. Hasta podía hablar por Shunichi que él también había sido tomado en consideración por su familia en darle un traje. Él se veía muy fino. 

Muchísimas gracias, por todo, Ibe-san. 

Shunichi sonrió. —No hay cuidado. Hablo con la verdad, usted está preparada para esto. 

El relincho del caballo y el repentino parón del carruaje asustó a los japoneses. El jinete anunció a los presentes la llegada de la primera parada. Una de las residencias de los Callenreese se hallaba a pocos metros de distancia. 

Hemos llegado a su destino — comentó Shunichi luego de percatarse que el jinete pretendía abrir el carruaje. Rápidamente, cogió las manos de Eikura y las palpó con sus pulgares. —. Pase lo que pase, sabe que no está sola. Yo estaré en la otra residencia si me necesita. 

Ella sonrió casi al borde de las lágrimas. El japonés había sido un gran apoyo para ella y la ha visto crecer. Más que un compañero, era como su maestro. —Sí, Ibe-san... gracias. A usted le deseo un sobresaliente trabajo con la Casa Noble Principal. 

Él parpadeó para despabilar sus sentimientos encontrados. —Frente en alto... 

Eikura suspiró, sin darle cabida a poder responderle. La puerta se abrió, denotando su maleta ya junto con el jinete, esperando a que ella saliera. 

Simplemente asintió a Shunichi después de darle un apretón a sus manos entrelazadas. Sin más, se marchó con la ayuda del jinete. Prontamente, un sirviente la ayudó su equipaje y caminaron pocos metros. Eso fue una señal para que el carruaje emprendiera nuevamente con su camino y que Eikura viera de soslayo el trote de los caballos. 

En su corazón creció el afán del éxito para su amigo y para ella. 

Tras un momento de trance, Eikura tuvo más noción de sus alrededores. Por inercia abrió levemente sus labios ante la magnificencia que sus ojos vislumbraron. La mansión era suntuosa, impecable y atildado. Hecho de arcilla fina, incrustada teselas de cerámica vidriada en los escalones y en el pórtico. Los ostentosos ventanales lucían su brillo y el jardín verde reluciente que no opacaba la fuente en forma de sirena ni los arbustos perfectamente esculpidos. 

Era descomunal, casi parecía un castillo. La construcción era tan atrayente para la mirada de la muchacha que el sirviente tuvo que aclarar la garganta para sacarla de su pasmo. Eikura tuvo que apresurar su andar, sintiéndose dolida en tener que ignorar lo pomposo de la mansión. 

Si así era una residencia de la Rama Secundaria de los Callenreese, su mente se quedaba corta en cómo era los de la Rama Principal. 

Al momento de entrar a la mansión, Eikura quedó sin aire y sus ojos rasgados se llenaron de fulgor ante la sublimidad de los interiores. Su cerebro dejó de funcionar por lo bello que era: las alfombras persas hechas de seda y con estampados coloridos de carmesí y crema; una chimenea enorme de mármol, paredes blancas y puras con diseños de oro; el techo decorado con ángeles y querubines danzando; los arcos de madera perfectamente tallados y un complejo de candelabros colgantes de cristal, con cuarenta y siete luces cada una. 

Eikura se arregló su sombrero poke, esperando que estuviera presentable para sus señores. 

De un momento a otro, la japonesa se encontró dentro de una espaciosa habitación de estar, con los mismos lujos que había apreciado. 

—Dejaré sus pertenencias a su habitación, señorita... 

El mayordomo vaciló, esperando que Eikura completara su oración. 

Con una sonrisa gentil ella le respondió. —Eikura Okumura, señor. 

—¿Perdón? — preguntó rápidamente. 

—Eikura Okumura... — contestó otra vez, más despacio. 

El hombre la estudió de pies a cabeza, con una expresión difícil de describir para Eikura. 

—Eileen Okumura será entonces. 

—¿Qué dijo? — expresó, exaltada. 

—Suena mejor de esa manera... — su voz era serena. —. Tómelo como un nuevo bautizo en Inglaterra. La familia Callenreese la acogerá mejor si pueden pronunciar su nombre. 

La japonesa se desubicó. ¿Quizá era de desagradó el sonido de su nombre de pila? Lo consideró firmemente; de ahora en adelante se presentaría con ese nombre inglés era Eileen, mas en su país sería Eikura. 

—Desde luego, consiento su sugerencia en ser llamada con ese... — sonrió con dulzura. — apelativo — suspiró. —. ¿Puedo preguntar por qué ese nombre? 

—Su sonrisa fue iluminada por el sol cuando llegó. — levemente curvó sus labios. —. "Bella como el sol", eso significa. 

Un inesperado rubor se asentó en las mejillas de Eileen. —¿Usted... cuál es su nombre? 

Todavía permaneciendo con su carisma, susurró. —Christopher Winston a su servicio, institutriz Eileen. 

Estaba fascinada por lo natural que devolvió sus modales. La japonesa observó que el mayordomo abandonó la sala para anunciar su presencia a los nobles. Le habían comentado que su alumna era Bárbara Callenreese, tenía diecisiete años y pronto se casaría. Aún no estaba segura de las razones del por qué ella debía hablar japonés a la perfección, habiendo tantos idiomas hermosos y útiles. No obstante, no debía cuestionar. Era lo mejor, para todos en no inmiscuirse en asuntos ajenos. 

De repente, el sonidos de las pisadas de Christopher se escucharon cerca. Eileen se puso de pie de inmediato. A pesar de no haber escuchado a más de una persona en llegar, supuso que sus señores lo estaban acompañándolo, pero sus pasos eran tan ligeros y elegantes que al oído no tan agudo de ella no los pudo percibir. 

Luego que se abrió la puerta, su suposición fue acertada. Aparte del mayordomo, habían dos personas más: un hombre mayor con un bastón y una bellísima mujer. 

Para la vergüenza de Eileen, no puso mucho énfasis en el rostro de su señor, sino de la fémina que iba ser su pupila. 

Bárbara Callenreese era sumamente hermosa. Su pálida tez y sus ojos verdes brillosos eran como los pétalos y las hojas sanas de una linda gardenia; una flor sutil y agraciada a la vista. Sus hebras lacias y doradas eran como largos caminos de oro, relucientes y aseados. Vestía de un vestido elegante color corinto con joyas que hacían juego con sus ojos. 

Definitivamente, ella era la quintaesencia de la divinidad femenina. Sin embargo, sus facciones revelaban lo contrario: era estoico, frío y carente de emociones. 

—Por fin nos conocemos, Eileen Okumura. — dijo el hombre de mayor edad. 

Recuperando su compostura, la aludida saludo cortésmente, con su yema de los dedos alzó suavemente la parte delantera de su vestido y se inclinó. —Un placer, señor Callenreese, Lady Callenreese. 

Dino Callenreese era un az para los negocios, era un magnate andante e intimidante. 

—Ya sabe a qué viene. Espero tener resultados inéditos antes de la ceremonia nupcial. Lady Bárbara se merece la mejor educación. 

Aún con la mirada baja, Eileen asintió. —Y la tendrá, señor Callenreese... 

Sin previo aviso, y experimentando un pequeño mini infarto para Eileen, Bárbara se acercó hacia ella hasta ser posible sentir las respiraciones de ambas en sus rostros. 

Pudo apreciar mejor los bonitos rasgos de su pupila. A consecuencia por estar embobada, Eileen se le tiñeron su tez de varias tonalidades de rojo. 

Bárbara dio un suave bufido y sonrió apacible. —Verdaderamente usted es oriunda de Japón... —quedó mirando a la mujer. —. Siempre he tenido curiosidad, ¿acaso ustedes pueden ver perfectamente por la curvatura de sus ojos? Son tan estrafalarios. 

Eileen sintió sus palabras como un balde de agua fría en su cuerpo. Ella, suponía que sin querer, había roto el encanto de su primer encuentro. 

-Acto II: adagio-

El sonido del reloj de péndulo era lo único que hacía ruido dentro de la gran sala de estudios. 

Los libros, hojas de papel limpias, las plumas y su respectiva tinta color negro estaban listas para ser disponibles en la lección de hoy. 

Solo falta una cuestión fundamental: la alumna. 

Eileen suspiró profundo, intentando mantener la calma. 

Paciencia, paciencia, paciencia. 

Han pasado dos semanas desde su llegada y podía concluir que Lady Callenreese era dejada. No le prestaba la debida atención a las clases, estaba ida y soñolienta al punto que, a veces, se dormía en plena clase. Además, nunca tenía dudas con respecto a los temas, lo cual le resultaba extraño. Eileen estaba segura que Lady Callenreese hacía acto de presencia en contra de su voluntad, pero al menos si ella hiciera el esfuerzo de fingir que le interesaba el japonés, su moral no estaría sobre los suelos. 

Paciencia, paciencia, paciencia. Se repitió nuevamente. 

Una vez que Lady Callenreese se case, ella ya no estaría bajo su responsabilidad y tampoco debía de habitar en la residencia. La estadía en dicho lugar era callada y monótona, Lady Callenreese poseía una agenda apretada, con varias institutrices en su haber y equilibrar su tiempo con los preparativos de su boda, así que no han entablado una relación más de cortesía. 

Eileen ha hablado con algunos de la servidumbre y no la han tratado tan bien por ser forastera, a excepción de Christopher Winston. Él y su esposa Olivia, una mucama dentro de la mansión, eran los más amistosos que han apaciguado un poco la nostalgia de Japón. 

Habían temporadas en que el señor Dino Callenreese no permanecía en la mansión. No obstante, cuando él estaba, el ambiente mutaba contundentemente. Incómodo, funesto y desasosiego eran simples palabras para describir los rostros y el estado de ánimo de todos, incluyendo a Lady Callenreese. 

Sueño de Kyoto, sueño de Osaka. Deseaba irse a Japón de inmediato, mas debía mantener la cordura. 

Dicha convicción fue reducida en palabras vacías tras abrirse la puerta de par en par, anunciando su presencia Lady Callenreese. Entonces, Eileen se sobresaltó. 

—Oh, lo lamento, señorita Eileen — habló Bárbara Callenreese, por educación. —. No tenía conocimiento que padecía de los nervios. 

La japonesa obligó sus labios forzar una sonrisa. Lady Callenreese le encantaba fastidiarla, fue algo que descubrió casi en el primer día. Ese tono burlesco en su voz le ponía los nervios de punta. 

Solamente era una malcriada niña rica. 

Sueño de Kyoto, sueño de Osaka.

—Estoy perfectamente sana — espetó, con voz de mando. —. Por favor, siéntese, Lady Callenreese. La lección está a punto de comenzar. 

—Antes de eso, quisiera expresarle sobre un asunto en particular. 

Eileen se percató de las pequeñas bolsas en los ojos coquetos de Lady Callenreese. Aún con esas imperfecciones que infructuosamente decidió cubrirlos con maquillaje, ella aún lucía radiante. 

—¿Qué sucede? — preguntó, con suma curiosidad. 

Bárbara estuvo un buen rato estudiando el aspecto casto de su institutriz. Sus ropas no eran lo más refinado con colores opacos, pero su cabello estaba atado a un bollo alto, dejando expuesto su alargado y lechoso cuello. Eileen era acreedora de facciones muy embellecedoras. 

—¿Puede usted... cambiar la metodología? 

La japonesa dejó de respirar. —¿Qué? — dejó su educación al hablar con su señora.

—Me explico, hemos visto esta lección repetidamente y me estoy aburriendo —parpadeó con lentitud como un aleteo de mariposa. —. ¿Podemos avanzar más rápido? Ya me he cansado de este ritmo, sensei

Eileen quedó petrificada. En su mente lo único que pasó desfilando fue el mismo refrán:

Sueño de Kyoto, sueño de Osaka.

-Acto III: cabreo-

—¡Inconcebible! ¡Realmente inaudito! — Eileen gritó a los cuatro vientos dentro del inmenso jardín trasero, luego de la fatídica lección de ese día. 

El único ser humano que pudo escuchar, con gracia, las dolencias de la japonesa fue Christopher. Olivia, su esposa, estaba aún arreglado las recamaras y no podía hacerles compañía. 

—¡¿Cómo es posible que le desagrada mi manera de enseñanza?! — dio un suspiro derrotado. —. ¿Acaso duda de mi experiencia? 

Christopher emitió una carcajada. —Eso me conforta. 

—¿Cómo? —lo observó de soslayo. 

Él sonrió. —No me malinterprete ni se lo tome a pecho, señorita Eileen — siguió manteniendo su postura contenta. —. Lady Callenreese la aprecia. 

La japonesa refunfuñó. —Ella solamente se deleita verme exasperada. 

Hubo un silencio entre ambos. El viento sopló suavemente en sus cuerpos, lo que ayudó a calmar lo bravo en la mujer. 

—Debo confesar que he visto a Lady Callenreese desde la lejanía — habló casi como el sonido de un susurro, mas Eileen pudo escucharlo con claridad. —, ambos oscilamos ser de la misma edad, pero nunca hemos congeniado. En mi punto de vista, Lady Callenreese es una mujer reprimida por su familia... 

Eileen frunció sus labios y se acercó a Christopher, como si el relato la hipnotizara sus sentidos. —¿Cómo es eso? 

Él sonrió para sí, vagando en sus recuerdos. —Pronto se percatara de la verdadera situación en esta residencia. Conforme yo lo veo... usted ha sido la única persona que ella desecha esa fachada estoica en su rostro... Lady Callenreese osa hablar con usted de manera franca... 

Eso le llamó su atención —¿Entonces... cómo es el trato con los demás individuos? 

—Distante, sumisa e inexpresiva — Christopher observó a Eileen con un rostro anonadado. —, como la muñeca de porcelana que el señor Callenreese quiere tener... 

—¿Qué? —no entendió a qué se refería. 

—Lady Callenreese es brillante, es una lástima que nació mujer... —suspiró y se puso de pie. —, así que, por favor, no la desprecie. De una u otra forma, ella halló confort en usted. 

Eileen bajó la mirada. Esta conversación resultó ser más un regaño para su persona que un consuelo. No obstante, hubo una cuestión que le caló en su mente: no solo Christopher pero toda la servidumbre le guardaba cierta estima a Lady Callenreese. ¿Por qué? 

—Daré lo mejor cuando la vea nuevamente — Eileen notó que él se relajó considerablemente. —. Gracias por escucharme, señor Winston. 

Él solamente sonrió. Estaba aliviado que ella al menos comprendió su postura. 

-Acto IV: ameno-

Eileen recibió correspondencia por parte de su confidente, Shunichi Ibe, contándole sobre sus gratas experiencias en enseñarle al heredero de la familia noble Callenreese: Lord Griffin. 

La japonesa suspiró profundamente al leer lo dichoso que se mostraba su compañero. Todavía no le había respondido por lo mismo, aún no había experimentado ese camino glorioso y satisfactorio con Lady Bárbara. 

Aunque no debía de compararla con la familia principal; por lo que tenía entendido, Lord Griffin y Lady Bárbara eran primos, y el mejor trato lo recibía él. Aún con el sermón de Christopher Winston resonaba en sus pensamientos, Eileen quería darle otra oportunidad a su señora. 

No obstante, era difícil. Nuevamente ella estaba retrasada. Dichas actitudes frustraron en demencia a la japonesa, y se tornaban peores cuando hoy el señor Dino Callenreese rondaba por la mansión. 

¿Acaso no debería ser de la forma contraria? Él más que nadie había insistido en que Lady Bárbara tuviese la mejor educación. 

—Buen día, señorita Eileen. 

La aludida giró su rostro hacia su pupila. ¡Ah, nuevamente esa expresión! Lleno de cansancio, aturdimiento reprimido y desinterés. 

Eileen se tranquilizó en dar bocanadas suaves. 

Sueño de Kyoto, sueño de Osaka.

—Buenos días, Lady Callenreese — se levantó de su silla y la saludó cordialmente. —. Por favor, tome asiento, que su evaluación está apunto de comenzar. 

Bárbara parpadeó. —¿Disculpe? 

—Estuve pensando en lo que me sugirió el día anterior... —la observó con detenimiento — y, antes de expresar mi decisión en acelerar con el ritmo de las clases, quisera determinar su nivel del manejo del japonés. 

Ella se desparramó de la silla, su rostro estaba perplejo. —Por supuesto. 

A pesar que solamente el examen duró más o menos cinco minutos, para Eileen fueron eternos. De ello, pudo concluir varias circunstancias: la primera era en relación a la capacidad de retención y comprensión de Lady Callenreese, ella era fenomenal y muy inteligente, se denotaba su facilidad en el idioma; la segunda cuestión era sobre la devoción que le tenía a sus clases, no solamente dominaba los temas, sino que también ella, diligentemente aprendió por su cuenta otros contenidos; la última conclusión era que la propia japonesa se dio cuenta que era una tremenda idiota.

Había juzgado mal Lady Callenreese y por sus propios prejuicios y orgullo posiblemente habían afectado a la rubia.

Lady Callenreese la observó con ojos curiosos, esperando cuál sería su próximo movimiento.

Los labios palo rosa de Eileen se partieron lentamente. Su rostro era estupefacto. —¿Puedo hacerle una pregunta? — la aludida asintió. Entonces la japonesa bajó su guardia. —¿Realmente le gusta el japonés para que se esmere tanto?

Lady Callenreese relajó sus hombros y sopló suavemente. Eileen no supo con claridad si ese cambio de expresión fue debido a que ella dejó la etiqueta a un lado y le trató de forma informal y confianzuda.  

De repente, Eileen se tensó de pura sorpresa ante lo impensado: Lady Callenreese sonrió auténticamente, poseyendo un ligero sonrojo. —Me gusta... es tan enigmático y distinto de otros idiomas que he aprendido.

Entonces Eileen descubrió una cualidad bonita de su señora: le encantaba aprender. Un recuerdo fugaz de sus días repasando sus lecciones de inglés desfiló por su mente, causándole nostalgia. —Lo lamento, Lady Callenreese. La he subestimado y faltado el respeto por mi soberbia — dio una pequeña reverencia en su lugar. —. No volverá a pasar. 

—No diga eso — inclinó su cuello, dejando caer su expresión gozosa. —. Debo admitir que no fui una buena pupila desde un inicio... 

Eileen negó con la cabeza. —Usted tiene todo el derecho de exigir excelencia académica — se percató el rostro iluminado de Bárbara, como si estuviera conmovida. —. Me da gusto en cierta manera que pueda hablarme abiertamente sobre sus necesidades. Prometo que mejorare la enseñanza — le sonrió y le guiñó el ojo. —, pero advierto que seré más estricta. 

Lady Callenreese no pudo suprimir una pequeña carcajada. Su risa era tan adorable que hizo palpitar el corazón de Eileen con satisfacción. 

Esa faceta de su alumna era la verdadera Bárbara. 

Luego, después de esa clase, ambas mujeres tomaron el té en el jardín. Fue Christopher Winston el encargado de serviles. No más vio de reojo a las féminas y sonrió con los ojos. 

Ellas parecían estar en total armonía como si hubieran sido la grandes amigas de toda la vida. Un agradable sosiego que se sentía en el ambiente, y no había aparecido desde que Bermont Callenreese falleció. 

-Acto V: grima-

Por fin, al cabo de un mes, Eileen se fortaleció en responder a Shunichi, porque ahora su ánimo estaba por las nubes. Los estudios fueron llevados a plenitud, que la propia japonesa estaba estupefacta por lo inteligente que era su pupila. Jamás había tenido una mente tan brillante como el de ella.  Incluso, a veces, le hablaba en japonés para incomodar a los invitados más molestos que frecuentaban la mansión. Simplemente se estaba burlando en sus caras, mas ellos solamente sonreían hipócritamente, alabando sus habilidades. 

La relación con Lady Callenreese fue mejorando a pasos agigantados. Casi todos los días tomaban el té y compartían vivencias para entablar una amistad. Eran casi de la misma edad, dos años de diferencia no presentaba ser una gran brecha. Ellas nunca habían tenido una amiga, y, siendo tan diferentes en todos los aspectos, encajaban tan bien. 

Sin embargo, la actitud de Lady Callenreese mutaba contundentemente cuando el señor Dino Golzine estaba dentro de la mansión. Aunque no solamente era ella, todos los sirvientes exteriorizaban un aura sombrío. Ya lo había notado con antelación,  inconvenientemente jamás le tomó importancia. 

Ese día, no fue la excepción. Eileen la esperaba en la sala acordada y su alumna no hacía acto de presencia. 

Desde que ambas abrieron su corazón a una amistad, Lady Callenreese fue puntual, por lo que le extraño ese retraso de veinte minutos. 

Si le hubiera pasado un contratiempo o si su salud decayó, Christopher le hubiera notificado. 

Tales acontecimientos tensaron la tranquilidad de Eileen. No pudo eludir su recelo, por lo tanto, decidió averiguar por su cuenta que estaba ocurriendo. 

Jamás se había dirigido a los aposentos de Lady Callenreese. Era una regla establecida por el Señor, en especial cuando él estaba hospedando en su mansión. Nuevamente Eileen se mostró liada por entender todo este meollo. Algo pasaba entre las paredes de la residencia y ya estaba cansada de esperar respuestas. 

No se encontró a nadie de la servidumbre cerca, eso la aturdió más. Los pasillos estaban completamente desolados como si el lugar estuviese abandonado. 

Más eso fue rápidamente descartado cuando Eileen escuchó una voz. Sin embargo, tras acercarse más a esa habitación con puerta cerrada, esos sonidos parecían ser quejidos, gemidos y de ropas agitarse. 

Las voces eran de dos personas muy familiares. 

—N-No... basta, ¡basta! 

Las súplicas fueron respondidos por suspiros guturales. —Quieta. 

Eileen se le heló la sangre. Los féminos llantos fusionándose con roncos jadeos mientras se escuchaba el sonido de un forcejeo fue demasiado para ella. 

Resultaba muy sencillo ignorarlo, dar media vuelta y pensar que no era su asunto inmiscuirse. Pero Eileen se juntó de valor y aguantó la respiración. No pensó en las consecuencias de sus acciones, y en ese momento no le importó en absoluto. 

Elevó su mano y tocó la puerta de la recámara fuertemente.

De repente, los sonidos dentro de la habitación cesaron. Pasos agitados y pesados se dirigieron hacia ella y la puerta fue abierta, pero no a su totalidad. 

Dino Callenreese observó a Eileen con ojos filosos y fulminantes. Aún con esa intimidación, la japonesa no se inmutó. Erigió su rostro, mostrándose indiferente ante la situación. Desde su perspectiva, no podía ver los adentros de la habitación. 

—¿Qué hace aquí? — preguntó Dino, con ira contenida. —. ¿Acaso osa en desafiarme en desobedecer mis órdenes? ¡No permito que nadie ronde por estos pasillos cuando yo esté! 

Eileen suspiró a través de la nariz para calmarse. —Lo comprendo, señor Callenreese... — cerró sus ojos, procurando mostrar desinterés. —, sé que debo de acatar sus órdenes al pie de la letra — luego dejó ver sus orbes cafés oscuro, con cierto fulgor en ellos. —. Sin embargo, usted me exigió una buena educación para Lady Callenreese; han pasado veinticinco minutos de la hora acordada. Como institutriz no tolero impuntualidad. 

Dino bufó. —¿Eso era lio que traía? No es preciso sentirse apenada; Lady Callenreese está conmigo ahora, bajará cuando esté lista. 

La japonesa tensó la quijada. —Con todo respeto, señor Callenreese, creo que usted no me ha comprendido — frunció su ceño, para sorpresa del aludido. —. Cada día, a las siete de la mañana hasta las doce del mediodía, Lady Callenreese está bajo mi jurisdicción. Es mi responsabilidad estar al pendiente de ella y, usted, señor Callenreese, me pidió enseñarle lo mejor posible. Me disculpo por mi atrevimiento, pero no podré hacer eso si usted interrumpe el horario. Por lo tanto, exijo que Lady Callenreese retome sus actividades, inmediatamente. 

Su voz fue firme y sin mostrar debilidad que hasta la propia Eileen se maravilló de su actitud. 

—Ya veo —pronunció el hombre y abrió la puerta por completo. Fue ahí que la japonesa pudo observar a Bárbara arrodillada, con sus ropas desarregladas y con un rostro estupefacto. —. Si ese es el caso, me retiro para que Lady Callenreese no siga procrastinando. 

Hizo una leve reverencia. — Gracias, señor Callenreese. 

El hombre se acercó peligrosamente al rostro de la mujer, su susurro chocó contra su rostro, dándole escalofríos. —No vuelva hacer eso, nunca. 

Más que una advertencia, era una amenaza. 

—Mil disculpas, señor Callenreese. —cerró sus ojos. 

Sin mediar palabra, se marchó con dificultad. Eileen esperó a que ya no se hallara cerca para luego cerrar la puerta y correr hacia su alumna. 

Bárbara se había quedado inmóvil del shock, mas pudo articular sus pensamientos cuando notó que la japonesa se arrodilló a su lado. 

—E-Eileen... — su formalismo fue olvidado y sus labios temblaron. —.. L-Lo lamento m-mucho. Me preparare e-enseguida. 

La susodicha exhaló disgustada. —¡Olvide las lecciones por hoy! — no moduló su voz por la adrenalina impregnada en su ser. —Le hizo daño, ¿verdad? — sus ojos se dilataron de pavor. —¿Quiere descansar? ¿Caminar por los jardines? ¿H-Hablar? 

Eileen fue testiga en como el hermoso rostro de Lady Bárbara se quebró en lágrimas y sollozos. Su corazón se oprimió al verla en estado tan miserable que llanamente la acercó hacia ella y la envolvió en sus brazos. 

Al principio, Bárbara se tensó al sentir el calor corporal de su institutriz, pero se relajó considerablemente cuando ella peinó sus largos cabellos con sus dedos. Continuó llorando hasta el cansancio y sus piernas se durmieron. Eileen nunca se detuvo en darle consuelo. 

—Tranquila, él no está aquí para lastimarla... —musitó en la coronilla de Bárbara. —. Ya pasó... ya pasó... está conmigo ahora... 

Entonces Eileen se preguntó a sí misma si este era la verdadera causa del retraso y el estado de ánimo deplorable de su pupila. La conversación que tuvo con Christopher retumbó en su mente y casi suspiró desamparada. 

¿Desde cuándo Lady Callenreese ha sufrido ese martirio? Lo más perturbador era que todo mundo lo sabía pero nadie se atrevió a auxiliarla por miedo a represalias. 

—Eileen... 

Ella bajó la mirada. La cara de Lady Callenreese estaba roja y sus preciosos ojos hinchados. Ya no le quedaban lágrimas que derramar, así que comenzó a hipar con tristeza. Bárbara estaba pidiendo ayuda casi a gritos por esa su expresión. 

No pudo aguantar más, Eileen se inclinó levemente y le depositó un beso en su frente para que relajara su entrecejo. Lady Callenreese cerró sus ojos y suspiró. Por inercia, abrazó con más fuerza a la japonesa. 

Este tipo de toques se sentían tan aceptables. 

-Acto VI: aseveración - 

El señor de la Casa de la Rama Secundaria se fue por negocios luego de haber tenido el roce con Eileen. 

Tras el anuncio de su partida, Bárbara tuvo más fuerzas en salir de su habitación y de cambiarse de atuendo. En silencio, Bárbara quedó ensimismada observando y cabello azabache de su tutora y, en silencio, elaboró dos trenzas. Eileen solamente sonrió dulcemente. 

Era un día brillante, así que Eileen y Bárbara vistieron ropas cómodas y sombreros de paja para ir al enorme jardín. 

Christopher Winston les sirvió el té, con una mirada inquieta. Renunció en cuestionar sobre lo sucedido. Se retiró y las dejó a solas. 

Por su parte, Eileen estaba atenta ante cualquier signo de inconformidad de su amiga. 

—Creo que... debe de tener muchas dudas, señorita Eileen. —murmuró, con sus ojos pegados en la taza de té. 

—Para ser precisa, me interesa más su bienestar... 

Bárbara frunció sus labios y su cara fue aplacada por la angustia. Se tomó su tiempo en decir algo, era la primera vez que se abría con alguien. —El señor Dino Callenreese no es mi padre... 

—¿Eh? — sus ojos se abrieron desmesuradamente. 

La rubia cerró sus ojos. —Nací del matrimonio de Lord Bermont Callenreese y de Lady Cossete Bellerose... — suspiró, desalentada. —. Tras fallecer mi padre, mi madre contrajo nupcias con el señor Dino... él poseyó el apellido de casada de mi madre al ser de gran renombre. 

—Lady Callenreese... 

—Meses después, mi madre falleció de tuberculosis... desde entonces estuve a su cuidado... y mi infierno comenzó. 

Bárbara no quiso hondar en detalles y Eileen tampoco quiso abrumarla con preguntas. La japonesa permitió que hablarla lo que ella quisiera. No habían palabras en que ella pudiera alentar a Lady Callenreese, así que, como acto de apoyo, recogió su mano y la entrelazó contra las suyas. La rubia solamente le obsequió una mirada tranquilizadora y le dio un apretón al agarre. 

—Una cuestión en la que no puedo negar, es que el señor Dino es muy hábil con los negocios, y sabe que tengo potencial, más que mi futuro esposo... — le sonrió débilmente. —. Japón abrió sus fronteras para los extranjeros, así que él lo vio como una oportunidad inédita para el comercio... 

Eileen alzó sus cejas. —No lo entiendo, ¿por qué aprender el idioma y no contratar a un traductor? 

Bárbara dio una risita cansada. —Él no confía en nadie... su pensamiento va enfocado en hacer negocios sin depender de nadie. Quien sabe si lo que traduce el traductor sea verdad. 

Pues tenía un punto. —¿El señor Callenreese tiene poder también en la Casa Principal? 

Parpadeó, confundida. —¿Perdón? 

Eileen se sonrojó. —Nada, nada... 

—Señorita Eileen —la animó a continuar, tras palpar el dorso de sus manos con sus pulgares. —, puede preguntar. 

Ella quedó sin aliento. Bárbara recuperó el brillo tan bonito en sus expresiones. —Y-Yo... — la sonrisa tímida de su alumna le hizo retornar su rumbo. —, yo no llegué sola a estas tierras... mi confidente, Shunichi Ibe-san, fue enseñarle japonés al heredero de la Casa Principal, Lord Griffin Callenreese, su primo... —tragó saliva, el rostro de Bárbara se entristeció sutilmente. —. Tengo entendido que sus padres... sus tíos, están aún con vida. ¿Acaso el señor Callenreese lo han convencido de aprender japonés de igual manera? 

—Algo así... — Bárbara desvió la mirada. —, Lord Griffin será la Cabeza de los Callenreese. En él, pesa toda la responsabilidad. 

Eileen asintió. —Junto con su prometido. 

Bárbara negó con la cabeza, sus ojos se aguadaron de lágrimas. —Lord Griffin es mi prometido. 

Sintió punzadas en su corazón al procesar dicha confesión. No tenía ni la más mínima idea de la razón de su angustia. Ella, desde un principio, supo que Bárbara iba a casarse con alguien importante y no era de extrañar que lo haría con alguien de su seno familiar. Sin embargo, la pesadumbre en el tono de voz de su pupila no la pasó por alto. 

—Yo n-no tenía conocimiento de eso... — balbuceó la japonesa. 

Luego de un silencio incómodo, Bárbara suspiró con pesar. —Debo confesar... la primera vez que la vi, tuve envidia de usted. 

Eileen se sobresaltó. —¿Qué? ¿Por qué? — una perfección como Lady Bárbara ostentaba tales sentimientos hacia ella, una simple y aburrida mujer. 

Ella sonrió débilmente. —El señor Dino siempre quiso que una mujer fuese mi institutriz. Lo hallé hilarante e irónico en virtud  que Japón aún estaba en desarrollo, que no habría ninguna mujer de ese calibre... y también lo hizo para proteger mi virginidad — la japonesa le estaba afectando la tristeza que proyectó Bárbara. —. Cuando la vislumbré por primera vez, sentí celos... — levantó su rostro sereno hacia Eileen. —, una mujer soltera, letrada y hermosa me enseñaría...  una mujer que tiene la vida que he añorado siempre... 

Eileen sintió un golpe directo al corazón. La primera impresión que tuvo sobre Bárbara era  pretenciosa y creída; una mujer que lo posee todo tanto en estándares de belleza y de buena posición social. 

Mas la cruda realidad era otra; sí... Lady Callenreese gozaba de grandes virtudes que muchos codiciaban, pero nada más. Todo eso era pantalla de la vida de Bárbara, era como un lindo ave, llamativo, majestuoso y que se podía alardear, encerrado en una jaula pequeña, sin esperanzas de salir nunca porque no aprendió a volar. 

La japonesa no se percató que derramó lágrimas hasta que Lady Callenreese las limpió con su pañuelo. —L-Lo lamento... yo, yo jamás me imaginé... que su vida era tan desdichada... yo...

—Señorita Eileen, no esté afligida, no por mí, por favor — por el acto de empatía de la japonesa, ella también se le formaron gotas cristalinas en el rabillo de sus ojos. —. Es mi rol como mujer aceptar mi destino que se avecina... —sus labios temblaron. —, ser la madre de los hijos de Lord Griffin no suena muy lamentable como parece...

Jadeó. —¿Usted lo ama? — sintió náuseas al respecto, en pensar que el corazón de Bárbara ya tenía dueño. 

Con delicadeza, palpó la mejilla húmeda de Eileen. Era tan suave. —Lo amo... —susurró mientras enjuagaba con sus pulgares más lágrimas que la morena derramó luego de escuchar esas dos palabras. —, mi estima hacia su persona se define más a uno fraternal. 

Eileen sintió ligero sus hombros. Sujetó las manos de la susodicha y entrelazaron sus dedos. —Lady Callenreese... 

—Siempre pensé quien desposara a Lord Griffin sería bienaventurada, pues él es un hombre justo y afectuoso — sonrió para calmar a Eileen. —, nunca me puse en ese lugar, sigo estupefacta por este compromiso. 

Y eso le aterró a Eileen. Una vez celebrado el matrimonio, ella habría cumplido con su deber y debía volver a Japón junto con Shunichi. Estaban en cuenta regresiva, al cabo de menos de dos meses y ellas deberán separarse. 

—Lady Callenreese, debería acercarse más a su comprometido... 

A Bárbara le dio escalofríos. —¿Por qué, señorita Eileen? 

La japonesa se mordió el labio inferior. A consecuencia de eso, la rubia se acercó a su rostro. Sus manos aún seguían unidas. —El señor Callenreese fue a un viaje de negocios... cuando regrese no podré protegerla como hoy... — en sus ojos habitaba un brillo esperanzado. —, si Lord Griffin es tan bueno como lo describe, el señor Callenreese no se atrevería a lastimarla con él dentro de la mansión o sabiendo que estará como invitado especial — su corazón comenzó a bombear errático. —. Invítelo a cenar, a pasear por los jardines o podemos juntar las lecciones de ambos para que ustedes reciban la misma clase — la observó con dolor. —. No quiero que el señor Callenreese le toque un solo cabello de nuevo... no lo soportaría. 

Bárbara experimentó una agradable tibieza en su pecho. —Señorita Eileen... 

—Por favor, Lady Callenreese. Considérelo... usted se volvió una persona importante en mi vida, que me duele ver que abusen de su buena voluntad... — lo dijo casi implorando. El rostro de la rubia era de estupefacción total. 

En un abrir y cerrar de ojos, Bárbara se abalanzó a Eileen y la envolvió en sus brazos. Ambas gimieron apenadas, pero no se separaron. El abrazo era agradable y lleno de ternura. No hubo lágrimas de por medio, esa vulnerabilidad se reducía a uno mimoso; sentimientos que no podían ser expresados en voz alta porque no había forma en poder describir la devoción que las dos mujeres se tenían. 

—La quiero, señorita Eileen — musitó en su vestido beige. —, más de lo que se imagina... 

La japonesa exhaló con una sonrisa. —Lady Callenreese... 

—Bárbara, por favor... — enroscó el encaje del vestido de su amiga. —, llámeme por mi nombre... 

—Lady Bárbara. — dijo con voz plagada de encanto. Era tan ameno mover su lengua y pronunciarlo. 

La aludida mostró lo complicada que estaba con una sonrisa. —¿Cuál es su nombre? Sé que Eileen no fue puesto por su familia.

Ella tragó saliva. —Eikura... 

Bárbara se limitó a dar una pequeña carcajada. El bonito acento japonés le daba justicia a su nombre. Si ella lo dijera, sonaría horrible. —Eikura. — sin embargo se arriesgó a elaborar las sílabas y no se oyeron desastrosas debido a que la morena sonrió entre dientes y con un leve rubor en su cara. —¿Cómo se le ocurrió el nombre de Eileen, si puedo preguntar? 

Cerró sus ojos ante el recuerdo. —Un mayordomo de su servidumbre me aconsejó usarlo —asintió. —, fue Christopher Winston. 

Bárbara palideció. —Dios mio... 

—¿Fue impropio de su parte en llamarme así? — preguntó rápidamente, asustada. 

—No, no, no es eso... — parpadeó, aún con shock. —Eileen era el nombre de su hija... ella falleció por neumonía cuando cumplió los cuatro años de edad... — observó a la japonesa. —. De las pocas veces que tuve oportunidad de verla, ella era muy risueña, en especial cuando jugaba una parte estrecha del jardín. 

Ahora las primeras palabras que compartió con Christopher Winston cobraron sentido. Sintió su corazón romperse en mil fragmentos, pero decidió conservar el nombre de Eileen por dos razones muy puntuales: porque guardaba un significado especial y era un honor usarlo; y también ella ya se había acostumbrado a ese nombre occidental. 

-Acto VII: sequito-

El señor Dino se desubicó por el ajetreo inusual entre los pasillos de la mansión. Estaba plagado de sirvientes, mayordomos y mucamas por doquier, sin ni siquiera dirigirle la palabra a su persona cuando salió de su habitación. 

Claramente ofuscado de la insolencia de la servidumbre, llamó a la primera empleada que le pasó cerca. 

—Oliva, ¿qué demonios está ocurriendo? ¡Por Dios! Ya saben mis estrictas órdenes de no molestar cuando YO esté presente. 

La esposa del señor Winston asintió, bajando la mirada ante el opresivo aura que emanaba del señor Dino.  —¡Lord Griffin arribará a la residencia en breve! ¡Fue una sorpresiva avenida! 

De forma casi cómicas, la faceta brava del hombre mayor mutó, resaltando una expresión alarmada. 

—Sirvientes haraganes, esa esquina se encuentra sucia, ¡¿por qué no me despertaron antes?! 

Con fuertes golpes en el suelo con su bastón, Dino se desplazó, observando que todo estuviera en orden. Con la mirada, buscó a Bárbara para demandar su pronta presentación, una pulcra, para presentarse a su prometido. 

Rápidamente la halló tras haber escuchado palabras ajenas a su acervo lingüístico. Al asomarse a la habitación de estudio, se percató lo tranquilas que estaban las féminas. 

—¿Qué está pasando aquí? ¡¿Por qué no se ha vestido decentemente?! — exigió Dino. 

Ambas mujeres compartieron una mirada confusa. 

—¿Qué quiere decir, señor Dino? — preguntó Bárbara, con naturalidad. 

Él refunfuñó. —Lord Griffin viene hacia acá de sorpresa. 

Tanto Bárbara como Eileen fingieron asombro. Fue la rubia quien se contactó con su futuro esposo para una visita inesperada. Lord Griffin le pareció divertida la propuesta, así que lo mantuvieron en oculto hasta que llegara el día en que todo explotara. 

—¡Dios mío! — exclamó Eileen. 

Dino agarró por el brazo a Bárbara, y la quiso sacar arrastrada. —¡¿Qué espera?! ¡Ve a vestirse! — bramó, con sus piernas temblando. —¡Señorita Eileen, usted también! ¡Debemos estar decentes para la presencia del excelso Lord! 

Los minutos para la Casa Secundaria Callenreese se tornaron en una eternidad. A penas pudieron en dar con los últimos detalles de los preparativos cuando llegó una carroza exuberante, jalada por cuatro colosales caballos negros de raza. 

Al ser percibido tal magnificencia, entró el caos en la mansión. Bárbara y Dino esperaron en la gran sala la presencia del Lord. 

Por su parte, Eileen estaba con Christopher y Olivia Winston, dentro de una habitación de la servidumbre, en el cual podía verse todo lo que ocurría afuera. Estar cerca de ellos le provocaba un sabor agridulce en su boca. Al saber lo que le ocurrió a su hija y que les recordaba a ella, le provocaba un sentimiento pena. Aún así, nunca mencionó que tenía conocimiento de ello, lo prefirió de esa manera. 

Estaba tan sumida en sus pensamientos que fue un destello que la hizo salir. Entonces, cuando Eileen lo divisó. 

Lord Griffin era un hombre de buen porte; vestía un chaqué de color oscuro con un paño de lana sobrio, su chisteria era de la misma tonalidad que sus prendas, mas sus guantes de seda poseían una blancura divina. Todo su conjunto relucía pulcritud, hasta se atrevería confirmar que las telas que cubrían su cuerpo eran muchísimo más finas que las prendas de los Callenreese de la Rama Secundaria. 

Sin agregar lo apuesto que era Lord Griffin. Eileen pudo confirmar que esa belleza sobrecogedora de los Callenreese correspondía a la propia genética de la familia. 

—Eileen, ¡observa el acompañante de Lord Griffin! — llamó Olivia, con tintes de alegría en su voz. 

Un menos más humilde para la mirada apareció, a una distancia considerable del noble. 

—¡Sí es Ibe-san! — no moduló la tonalidad de sus palabras. Se halló feliz al verlo con bien. 

No pasó mucho en que ambos japoneses se reunieron, luego de haber permanecido casi seis meses sin verse cara a cara. 

Dino Callenreese mantuvo su compostura bastante relajada ante la presencia de Lord Griffin. Empero su fachada cayó cuando le solicitó una audiencia privada con Lady Bárbara, a solas. 

Ni tuvo noción en cuanto aceptó. No podía negarse, si lo hacía era una directa falta de respeto ante el imponente noble. 

A Bárbara se le tiñeron sus mejillas; el aura de su amado primo era envolventemente acogedor y sus ojos reflejaban cariño. 

Ambos caminaron en silencio en los coloridos jardines. La primavera se hizo presente en las  flores florecidas, creando un aroma agradable. Los pájaros cantaban vigorosamente, mas desentonaba el ambiente vivido por Bárbara y Griffin. Ellos no se dirigieron la palabra por un buen rato. Simplemente dieron pasos cortos, observando el lindo panorama en sus narices. 

—Me encuentro sumamente sorprendido, ¿lo sabía? Al recibir correspondencia de usted me causó una gran intriga. — preguntó el hombre, con lenta elegancia. 

Bárbara alzó sus orbes verdes hacia él. —¿Habla en serio? 

—Desde que tuvo conocimiento de nuestro compromiso, usted no me ha dirigido la palabra. 

—Perdómene, Lord Griffin.

Fue tan repentino para ambos. Él le llevaba trece años de diferencia, Bárbara aún recuerda las veces que, cuando Griffin estaba de visita, jugaba con ella a las escondidas o con los perros. Siempre se tomaron mucho cariño y se veían como hermanos. Sin embargo, la decisión de esposarlos fue un acuerdo entre ambas Casas, con el objetivo de mantener el linaje Callenreese. 

Lord Griffin ha tenido las manos atadas por dicho pacto. Hizo todo lo posible para anularlo, pero su esfuerzo resultó inútil. Aún con una posición privilegiada, el visto bueno de toda las decisiones de su vida eran dictadas por la Cabeza de la familia, por su padre Jim Callenreese. 

—No, no es preciso... créame que entiendo muy bien sus sentimientos... —susurró para luego suspirar débilmente. —. Aunque me alegro que me haya escrito y yo al haber venido. Pude ser testigo ahora que goza muy bien de salud — hizo un ademán y sonrió entre dientes. —. En general, estoy tranquilo que sus facciones no denoten esa tristeza que opacaba su belleza desde la última vez que nos vimos. 

Lady Bárbara sonrió cálidamente. Ese era el primo protector y amable que ella siempre tiene en su memoria. Él nunca la presionó en asimilar la situación, dejó que tuviera su espacio para que ella tuviera la iniciativa de buscarlo. 

Además, su agonía no se redujo a nada más eso; agregando otra pena perturbadora, su padrastro comenzó a abusarla mental y físicamente a medida que fue creciendo hasta relucir sus nuevas facciones de mujer. 

No estaba segura si debía decírselo a Lord Griffin. Podía perjudicarlo en cierta manera porque, cuando se trataba de ella, perdía los estribos si ella estaba atravesando vejámenes de ese tipo. Aún recordaba las veces que entraba a la biblioteca, tomaba un libro avanzado para su edad y su tío la hallaba. Recibía fuertes regaños por no haberse comportado como una dama, que sus actuar era solo reservado para hombres. Lord Griffin la defendía hasta el cansancio y él recibía castigos duros también. 

—Supongo que... pude encontrar mi rayito de felicidad entre la oscuridad... — mencionó Bárbara, casi como el sonido de un susurro. 

Griffin se detuvo y acercó su rostro al cabizbajo de la rubia. —¿Lady Bárbara? 

La aludida levantó y rostro y le obsequió una sonrisa. —La señorita Eileen... Eikura, me ha ayudado bastante en ser mejor cada día, en ayudarme en darme cuenta que valgo... 

Griffin parpadeó, algo desorientado. —¿Su institutriz de japonés? 

Ella asintió. —Es curioso, Lord Griffin, cuando ella está cerca de mí, su amabilidad y honestidad, son cálidos... fluyen en mi interior... me hace sentir completa. 

Lord Griffin se limitó a sonreír. No hubo palabras que pudiera hallar sobre la satisfacción que le hizo sentir las palabras sinceras de su prima. —Ella se convirtió en una mujer especial para usted. 

—En efecto... —suspiró, aguantando las lágrimas que se formaron en la comisura de sus ojos. —. Ella siempre veló por mi bienestar, hizo que sobrellevar esta carga no sean tan pesada... —observó a los ojos azules del hombre. —. Todo aquello conllevó a reunir fuerzas para volver a verlo y en recordar lo gentil que es usted. Inconscientemente, lo retraté como una desdicha en mi vida... mas comprendí que era una tonta. 

Griffin se inclinó y la tomó suavemente de sus hombros. —Por favor, no se menosprecie de esa manera. 

—No, es cierto... usted no es culpable de nada... sé que sus sentimientos son genuinos y sufre al igual que yo. Entonces... yo... 

De repente, Bárbara envolvió torpemente sus brazos hacia el torso del hombre. Escondió su rostro en su pecho y trató de controlar su respiración errática. 

—Lady Bárbara... — la voz varonil del castaño estaba constreñida. Mil y un emociones circularon en su alma. Presenciar la flaqueza de una mujer fuerte y empoderada de su prima provocó una ternura compungida. 

La mujer exhaló irregular. —Lo extrañé tanto, Lord Griffin... — se mordió el labio inferior hasta dolerle. —, lamento que estas nupcias sean indecorosas y en contra de nuestra voluntad. 

Lord Griffin reprimió un lloriqueo. Era complicado en no pensar que todo esto era errado y que afectó sobremanera la bonita relación familiar entre ellos. 

Simplemente Lord Griffin la abrazó, sin importarle nada más. Aún si luchaban, no daría frutos. Era su obligación hacerlo si no querían traer desgracias y deshonra al apellido ante una sociedad muy cerrada. 

-Acto VIII: íntimo-

La alegría todavía habitaba en el corazón de Eileen. Haber charlado con su confidente Shunichi casi todo el día contrajo agotamiento y nostalgia. Esos sentimientos no opacaron su buen humor en virtud que supo que él estaba bien. 

Tumbada sobre las esponjosas sábanas de seda, llevando consigo solamente un delgado y largo camisón de algodón, Eileen no pudo evitar sentirse curiosa por la reunión que tuvo Lady Bárbara y Lord Griffin.  

Era un total misterio, ellos conversaron por horas, se retiraron para confinarse a sus recamaras con la disposición en no ser molestados por nadie. 

La japonesa suspiró mientras desató su rodete, liberando sus largos cabellos azabache. Esperaba que Lady Bárbara se hallase perfectamente. Últimamente ella ha sido una maraña de sentimientos encontrados desde que retomó el contacto con su primo. La rubia había estado redescubriendo su buen juicio, en la cero tolerancia en controlar su voluntad. 

El fluir de sus emociones la han abrumado. Se enfrascó en su propia frialdad que Eileen la ha procurado animarla con palabras de aliento. 

Rezaba que Lady Bárbara no se sucumbiera de ahora en adelante. Pronto, ella debía regresar a Japón, y con todo el dolor de su corazón, debían de caminar por senderos diferentes. 

Eileen negó con la cabeza y cerró sus ojos fuertemente, impidiendo esparcir hirientes lágrimas. En aquello no debía pensar, la celebración de la boda era en un mes. Todo el tiempo restante debía ser usado de calidad. 

De la nada, hubo un llamado al otro lado de la puerta. 

—Señorita Eikura... 

La aludida jadeó y se incorporó rápidamente al filo de la cama. —¿Lady Bárbara...? — balbuceó, sintiendo palpitaciones en el corazón. —. ¡Lady Bárbara! 

Dio zancos hacia el picaporte para luego abrir la puerta de golpe. Las cejas de Eileen se elevaron al tener el rostro compungido de la femenina. Para apaciguar su pena de sus facciones, la rubia sonrió. 

—Lamento molestarla siendo tan tarde... — musitó con dulzura. —. Es que... me es imposible consolidar el sueño. ¿Puedo pasar? 

La japonesa se sobresaltó. —¿Eh? — parpadeó. Aunque la burguesa únicamente portaba un sencillo y cómodo camisón blanco, se veía divina. —. ¡Por supuesto!

Le dio permiso en adentrarse a sus aposentos. Con cuidado, Eileen asomó su cabeza, se aseguró que nadie estuviera cerca y cerró la puerta. 

—¿Se encuentra bien? — preguntó, con voz suave mientras acortó la distancia entre ellas. Bárbara contuvo un contacto visual prolongado, buscando la paz en aquellos orbes cafés. 

La rubia suspiró profundamente, luego se dirigió a paso lento hacia la orilla de la cama. Hipnotizada, la japonesa le siguió por detrás e hizo lo mismo. Esperó a que la fémina dijese algo primero. 

—Mi alma se ha aligerado ahora, Lord Griffin y yo hemos consensuado en cesar nuestro distanciamiento. 

Eileen juntó sus piernas y las balanceó ligeramente. —Me alegro en escuchar eso — aún así, la cara de la noble continuaba taciturna.  —, ¿hay algo más que le molesta? 

Bárbara torció sus labios y estrujó la tela de su ropa de noche entre sus manos empuñadas. La japonesa se dio cuenta de ello, entonces palpó las manos  estresadas de la rubia con las suyas, hasta que se relajaron. 

Ojos verdes se alzaron y se conectaron con unos cafés almendrados. Ambas mujeres sonrieron con su mirada y juntaron sus cuerpos en un cálido abrazo. 

—Debo hacerle una pregunta, señorita Eikura — murmuró casi con timidez. 

Posó su mejilla en la cabellera dorada de la noble. —Dígame, Lady Bárbara. 

Se separó un poco de la japonesa a propósito. Sus rostros estaban peligrosamente cerca, respirando el aliento de la otra. Ambas miradas eran ansiosas y sus cachetes se tiñeron de un lindo rosa. La temperatura se elevó y sus manos, aún descansado entre sí, inconscientemente se entrelazaron. 

—Lord Griffin ya está al tanto de mi petición... y lo aprobó sin vacilación... —sus labios temblaron por el nerviosismo, pero no despegó su mirar hacia la morena. —, solo falta su aceptación.

Eileen parpadeó lentamente y sonrió. —¿Sí? 

Contagiada con el gesto de su institutriz, Bárbara la imitó. —No se sienta obligada en acceder y comprenderé si no quiere claudicar a lo que está acostumbrada— juntó su frente con la de Eileen. Ambas exhalaron y con sus pestañas se dieron besos de mariposa. —. ¿Puede ser usted... mi dama de compañía? 

Eikura alias Eileen emitió un ruido de sorpresa contenida mientras que su cabeza se movió hacia atrás. —Lady Bárbara... 

—¡Sé que es abrumador! ¡Sé que no es considerado de mi parte! — alzó la voz, la desesperación estaba realmente presente en Bárbara. —... ¡pero en tan sólo pensar en estar alejada de usted duele, mi corazón se oprime en percatarse que no tengo el derecho de pedirle que cambie de vida, de estar enclaustrada en un país extranjero conmigo... pero... pero... — se quebró el hilo de sus palabras. 

—Acepto. 

—¡¿Qué?! — se sobresaltó, estando al borde de las lágrimas. 

La expresión de Eileen era increíble: desbordaba sosiego y amor. —Renunciaría a todo por usted... — la envolvió en sus brazos con delicadeza. —, me he sentido triste últimamente porque nuestras lecciones ya son escasas y, por ende, nuestra separación eminente. 

—¡Pero señorita Eikura! — tembló un poco al sentir por el calor corporal de la aludida. —. ¿Qué hay de su familia, su empleo, su vida...? 

Ella sonrió entre dientes. —Lady Bárbara es más importante para mí... si accediendo puedo estar cerca de usted, entonces acepto. 

Esa frase sentenció la cordura de la noble. —¡Eikura! 

La rubia la abrazó con tal fuerza que ambas rebotaron sobre el colchón. En vez de alarmarse, ellas rieron de felicidad, buscando el entrañable contacto físico. 

Cuando calmaron las carcajadas, notaron en la posición en la que estaban. Bárbara se hallaba encima de la japonesa y sus labios estaban a centímetros de fusionarse. 

Los sentidos de Eileen se agudizaron en ese momento. Bárbara estaba tan vulnerable ante su perspectiva: dorados caminos le hacían cosquillas en su cuello, pudo sentir su corazón errático sobre su pecho, sus pezones duros y sobresalientes de su camisón y la exposición de sus coquetas curvas a través de la delgada tela. 

Asimismo, percibió la incertidumbre de Bárbara. Se quedaron ensimismadas viéndose y sus respiraciones eran sonoras. 

Fue cuestión en un microsegundo en que Bárbara inclinó su cabeza, a penas rozando los esponjosos labios de la japonesa. Le dio el privilegio a Eileen de acortar la poca distancia entre sus labios o alejarse. Ella escogió la primera opción. 

Entonces ocurrió, el primer beso entre ambas. Fue un simple toque tímido pero suficiente propulsor en fundir nuevamente sus labios con más profundidad y estima, dejándose llevar por el arrasador sentimiento en sus adentros. 

Bárbara contorneó el arco de cupido de Eileen con la puntilla de su lengua, marcándolo con su saliva mientras que la japonesa exhaló extasiada y la reacción de su cuerpo fue temblar. 

—Me permite realizar este acto egoísta, señorita...  — comentó casi sin aliento la noble. 

Los ojos de la aludida se llenaron de fulgor. Comprendió perfectamente lo que se iba a avecinar. —No es egoísta si yo también comparto esos deseos... mi Lady... 

Bárbara sonrió encima de los labios de Eileen. Se volvieron a besarse lento, gradualmente aumentaron la velocidad hasta que las dos mujeres hicieron un deliberado invasión con sus lenguas en la cavidad de la otra, cuello, hombros, clavícula, orejas y busto. 

Entre suspiros y jadeos, el deseo de las mujeres fluyó con naturalidad, como si se hubiesen contenido en ese estilo de toques e intimidad desde hace tiempo. Gimieron entre los besos porque sus manos fueron traviesas explorando debajo del camisón ajeno, y exponiendo la desnudez sin ninguna vergüenza. 

—El beneficio de estas conductas lascivas... — exhaló Bárbara al sentir cosquilleo en su estómago por aquella mano tocando su vello púbico y dándole un tímido apretón. La curiosidad de Eileen en verlo tan dorado era inverosímil. —, es que nuestra virginidad no saldrá menoscabada. 

La japonesa dio una pequeña carcajada. — Mi adorable Lady... 

Y siguieron sus toques con solo la luna y las estrellas siendo testigos de ese acto de amor prohibido. 

-Acto IX: vals-

La fiesta antes de la boda más esperada entre los nobles había llegado. Luego, dos días siguientes al mismo, habría una boda de ensueño en la familia Callenreese. 

Se había invitado a todos de la nobleza y realeza sobre una fiesta despampanante, envidiable, con mucho baile y exquisita comida. 

Lady Bárbara ya estaba acostumbrada a las sonrisas y elogios falsos, a la indiferencia y el ambiente hostil. Por lo mismo, no se esperaba mucho de esa fiesta que la habían maquillado con un bello esplendor de festividad y alegría. 

A pesar de ser una unión forzosa con su amado primo Griffin, Lady Bárbara no se sentía afligida por nada. 

—¡Lady Bárbara, que hermosa se encuentra! 

La aludida la vio en el pasillo y no pudo contener su sonrisa. 

Eileen tenía puesto un vestido de su propiedad. Era de color verde jade, de tul y algodón, con estampados dorados que hacía relucir su tez lechosa. Sus largos caminos azabaches estaban atados a un peinado alto, portando una diadema de oro y brillante. Sin embargo, lo que más destacaba en la japonesa era su gentil, sincera y bella sonrisa, dedicada solamente a ella. 

—Creo que está exagerado, señorita Eikura, usted se halla más radiante que yo en estos momentos. — molestó Bárbara. 

Ella jadeó. —¡Imposible!, si mi Lady Bárbara es la quintaesencia de la hermosura entre las mujeres... 

Ambas iban en camino al vals, agarradas suavemente de sus manos. Aprovecharon esa muestra de afecto al encontrarse solas por el largo pasillo. 

—¿Que disparates está diciendo, mi amada Eikura? Creo que le obsequiaré un espejo, así podrá tragarse sus palabras... — se burló entre risas. 

La japonesa chilló. —¡Lady Bárbara!

Cuánto hubiera deseado en no ocultar su amor hacia Eileen, cuánto hubiera querido en escapar e irse a lo desconocido con ella, a otro valle, a otra época en donde la puede amar libremente. 

Aunque, todo aquello sólo podía residir en sus mágicas fantasías, no todo era malo. 

Su padrastro, Dino Callenreese no la molestaría jamás, hizo las pases con Lord Griffin y ambos se querían mucho y eso solo importaba. 

Si podía pasar el resto de sus días con Eileen, que sus futuros hijos pudieran conocer lo admirable y extraordinaria mujer que era, su felicidad estaría completa, hasta con creces. 

Quizá, en otra vida, su imaginación sería posible. Si no lo era, por lo menos estaba satisfecha de haberla conocido y sentirse amada. 

—¿Está lista? — preguntó Eileen, al estar ellas enfrente de la puerta. El retumbar de la música clásica estalló sobre sus pechos. 

Al otro lado, estaban los sirvientes, esperando su llegada para anunciarla ante la multitud. 

Bárbara la observó por un largo tiempo. Se armó de valor y se inclinó levemente para depositar un beso en los labios de la otra mujer. 

Una vez cruzando esa puerta, su vida empezaría a cambiar. 

Eileen la abrazó para darle ánimos y la noble la rodeó con mucha más fuerza. 

—Por supuesto, mi señorita Eikura... 

Ambas se apartaron y la japonesa dio unos pasos atrás para darle espacio, haciendo entrever la brecha entre la nobleza y la plebe. 

Con simples palabras, se realizó todo el protocolo solemne y Bárbara se presentó ante sus invitados, con Eileen siguiéndola. 

Llegó la hora del vals. 

*

N/A: este OS fue bastante ambicioso, si me lo preguntan. Casi sobrepaso los 10,000 (el límite de palabras permitido) y quería seguir agregando más, en especial enfocarme en más en el baile, con los personajes Ibe, Griffin, Christopher y Olivia.

Sin embargo, estoy conforme en como quedó. No había investigado mucho para un fanfic desde que escribía Extranjeros. Además de eso, crear el ambiente propio de la época, describir el estilo de vida, la forma de hablar y el matrimonio entre familias kjgjdflj, casi me volví loca xD. 

La trama se me ocurrió cuando debí hacer cosas importantes pero estaba perdiendo el tiempo en picrew (?, entonces encontré un formato de la Era Victoriana y me fascinó como quedó mi Ash y Eiji versión mujer.

Incluso cree los diferentes actos en este OS. Por ejemplo:

-Acto I: preludio:

-Acto V: grima:

-Acto VI: aserverción:

-Acto VIII: íntimo

-Acto IX: vals:

Este es mi primer Yuri como tal xD y espero que no haya sido muy extraño leerlo :v 

Esta historia forma parte del GENDERBENDER BANANA FISH 2020. Será un genderbender week y a mí me tocó el día de hoy. Así que les pido que también los trabajos de estas maravillosas fickers que están participando:  

-23 de marzo: TooLazyToWrite92

-24 de marzo: ladycrazy13

-25 de marzo: @Makikomakimaki

-26 de marzo: Sakura_096

-27 de marzo: @zafiro119


Si no lo han publicado aún, les pido estar pendientes ♥ y si ya lo han publicado, por favor leanlo y apoyen ♥ Ellas también necesitan amor del bueno. ♥♥♥♥ También gracias a PoderKurbi en patrocinar esta dinámica ♥

Gracias por su apoyo  ♥

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