Daniel. VI
Sin más rodeos, Gabriel tomó una lámpara anudada a la silla de su caballo y la colocó junto al portal, para aportar más luminosidad, ya que el sol se había ocultado en su totalidad. Entonces, echó unos polvos dentro de la misma y la encendió. Una llamarada de un intenso color dorado relampagueó en su interior. Se trataba de fuego celestial. Solo los zahoríes eran capaces de manipular aquel fuego divino con tal ductilidad.
—Simboliza "luz celestial frente a las tinieblas"—explicó el Apóstol y luego comenzó a trazar un círculo en la arena, con el dibujo de unas alas en el centro y lo rodeó con sal—. "Para la protección del Ángel contra el mal" —susurró, y luego realizó otro circulo de mayor envergadura, por rodear al más pequeño y le indicó a Brian que se colocara dentro. También a este lo selló con sal —. "Para la protección de las criaturas sobrehumanas".
Siguió con su instrucción y después preguntó:
—¿Has traigo alguna ofrenda muchacho?
Brian le extendió los galones con licor de frambuesa. Él los tomó y abrió uno de ellos exhalando su aroma, mientras sus ojos grises se iluminaban, absorbiendo el brillo de los astros lejanos.
—Exquisito pago— murmuró, y supe que lo teníamos en nuestras manos. El licor era mi as bajo la manga.
Los ángeles de Tierra Mítica no necesitábamos comer o beber para sobrevivir, ya que saciábamos nuestras necesidades con el agua de la energía vital. Sin embargo, en nuestros constantes viajes a la tierra, se nos había despertado la curiosidad y la fascinación por algunas delicias mundanas, entre ellas, un dulce y magnífico elixir que los seres sobrehumanos solían darnos, tanto a nosotros como a los Apóstoles, como ofrenda por los "servicios prestados".
Pronto el licor comenzó a usarse habitualmente para el ritual de invocación, por tanto era común que los hijos pródigos lo llevaran consigo, así que nadie sospecharía que los dos galones que Brian llevaba encima, estaban ligeramente "alterados", mezclados con un poderoso somnífero.
Los ángeles no dormíamos tampoco, pero sí podían drogarnos.
Ok lo dije. Drogaríamos a un ángel. ¿Y qué? En mi defensa diré que eso era algo completamente necesario y por un bien mayor, y el ángel no sufrirá ningún efecto adverso. Lo sé porque así fue como los soldados de Argos habían logrado quitarme las alas en mi primer viaje a la tierra, sin que pudiese defenderme.
Me habían dopado usando jugo de uvas "falsas morte" (y déjenme decirles que ese jugo en su estado natural, es terriblemente amargo, y nadie tuvo la gentil delicadeza de endulzarlo con licor) para mantenerme sedado, mientras me hacían un molesto procedimiento quirúrgico para la extracción de mis alas; pues tardaron un poco en darse cuenta cuál era la forma correcta de quitarlas.
En realidad la extracción no es difícil. Las alas de los ángeles son comparables con un árbol.
La parte externa, el tronco, surge del centro de nuestra espalda, y sus dos ramificaciones se expanden hacia ambos lados de nuestro cuerpo, abriéndose cada una en total magnitud, como copas de emplumados follajes plateados.
En cambio, la parte interna de estas, son como las raíces del árbol. Nacen en lo profundo y están conectadas por varios nervios a nuestra columna vertebral. Así las podemos mover y manejar con facilidad igual que a nuestros brazos y piernas. Pero para desprenderlas por completo de nuestro cuerpo solo hay que remover, separar, dos de los nervios principales de la columna y el resto se sueltan por sí solos.
Aquellos son "raíces" más gruesas que el resto, más sólidas y obviamente plateadas. Una vez desprendidos, las alas salen completamente integras.
Se trata de un procedimiento quirúrgico básico, simple y que no lleva mucho tiempo. Además quitarlas no implica ningún daño al resto del cuerpo y reinserción, es aún más sencilla. Basta con abrir un corte poco profundo en la cicatriz de nuestra espalda e introducir el tronco nuevamente dentro del cuerpo y los nervios se insertan solos y aferran inmediatamente en la columna, igual que las raíces en la tierra.
¿Y cómo es que tengo un conocimiento tan asombroso sobre mi anatomía? Pues todo está en el libro: "La anatomía del ángel, volumen I", que también escribió nuestra madre y nos obligó a leer y asimilar, como parte de nuestra formación básica. Y créanme cuando les digo que dicho aprendizaje resultó tan desagradable como necesario, pues así yo mismo pude ayudar a un amigo en apuros, en una ocasión en la que un demonio le arrancó las alas de cuajo.
Pero el demonio se llevó la peor parte, pues en su garganta las plumas de las alas se transformaron en puntiagudas y afiladas espadas y abrieron tantos agujeros en el que quedó como un verdadero colador. Luego de eso le inserte sus alas a mi hermano y me gané mis puntos extras en la clase.
—Yo el Apóstol Gabriel—empezó a recitar aquel, iniciando la ceremonia—, descendiente directo del primero en mi especie, el Gran Apóstol Ismael, nombrado por la gracia divina de la "Gran Reina Iris", "Madre y Creadora" de las criaturas míticas, como los únicos seres capaces de llevar a cabo el ritual de invocación del ángel, te invito a ti valeroso guerrero, a atravesar las puertas del Oscuro Reino y venir a nuestro mundo, para llevarte contigo a este joven elfo, hacia la eternidad en la Tierra Mítica.
Se hizo un breve silencio, cuando terminó el rezo y el portal de piedra se iluminó, con una luz radiante, reluciente, rasgando los gruesos y oscuros ropajes de la noche, que se había desplegado siniestra y sigilosa, sobre todo desierto.
Poco a poco la luz se hizo más leve y apareció en el centro del círculo una figura alada.
Después de su breve intromisión, la claridad se extinguió completamente, dejando la escena nuevamente en penumbras, con excepción de la pequeña llamarada de luz celeste proveniente de la lámpara.
Fue justamente en el momento, en el que las sombras se hicieron presentes, que el Apóstol acercó la misma hacia el círculo de sal, para enfocar al alado.
Entonces me di cuenta que había algo que no estaba bien, pues el ángel que allí se encontraba estaba gravemente herido.
La luz refractaba un rostro demacrado, de ojos perdidos, atormentados. Las alas estaba completamente rotas, y manchas de sangre, entremezcladas con un fuerte icor demoniaco, que teñían de cobre la plata y se esparcían también por otras zonas de su cuerpo.
—¡Oh por la Gran Iris! ¿Qué te ha pasado?—exclamó el Apóstol horrorizado, aunque sabía perfectamente que aquel no podría responderle, no solo porque el noble idioma de los ángeles se anulaba por completo en la tierra, sino además porque aunque hubiese podido hablar no lo hubiera logrado.
El ángel se había desplomado, al igual que una frágil e indefensa mariposa de alas carcomidas, sobre el arenoso suelo del desierto.
Clara sofocó un sollozo cuando sus ojos se posaron en el ángel herido y yo expresé las palabras que ella guardaba.
—¡David No!—grité desesperado saliendo de mi escondite, mientras ella me seguía.
—¿Quién son ustedes?—preguntó exigente el Apóstol al vernos.
—David, mi hermano ¿qué sucedió? ¡Reacciona por favor!—imploré mientras tomaba al convaleciente ángel entre mis brazos, omitiendo la pregunta del zahorí.
—¡Esto es inaudito! ¿¡Quién te crees para entrar de esa manera al círculo sagrado!?—protestó. Su voz era trueno y estruendo.
—Evidentemente no es un demonio—señaló Clara, que había salido del trance y había encontrado su voz—. Daniel también fue un guerrero. Conoce al ángel, es su amigo.
—¡Mientes mujer! No veo su aura mágica. No es más que un vil humano. Apártense de aquí, podría hacerles daño. Yo los protegeré de él—vociferó tozudamente.
Acto seguido sacó de su bolsa un arma blanca, similar a un puñal con hoja arqueada.
"¿Cuántas cosas puede tener allí? Es una bolsa sin fin" pensé.
—¡No le haga daño! Él no es un enemigo—sentenció Clara, colocándose frente a mí.
Pero el obstinado Apóstol, estaba enceguecido, y tan empecinado que igualmente blandió el cuchillo hacia nuestra dirección acercándose lento, pero con determinación.
Ambos forcejaron, mientras yo seguía sosteniendo al ángel moribundo en mi regazo. Me rehusaba a soltarlo.
Entonces, fue cuando lo vi caer dentro del círculo, junto con el arma, que comenzaba a disolverse por el efecto de la sal protectora.
Su cuerpo estaba inerte, desgarbado, y un chorro sanguinolento escurría por sus blancos cabellos, y se extendía afanosamente por su rostro, creando un pequeño charco escarlata en torno a su cabeza, humedeciendo la arena.
—Brian ¿¡qué has hecho!?—exclamó Clara llevando sus manos hacia su boca, reteniendo el aliento.
Mis ojos captaron entonces la piedra ensangrentada, que el pelirrojo sostenía en sus manos, la cual evidentemente había descargado, sobre la cabeza del Apóstol Gabriel.
—Yo...yo... no quería matarlo. ¡Lo juro! Solo iba a golpearlo suave para asustarlo y que no le hiciera daño a nadie—tartamudeó el joven. Sus manos temblorosas soltaron la roca y él se desplomó de rodillas en el suelo, mientras su novia iba a su encuentro, sollozando.
—Tranquilo Brian. ¡Calma los dos! —demandé de manera urgente. No podía crear más caos. Con el que había teníamos suficiente—. El Apóstol no está muerto, solo se ha desmayado por el golpe.
Ambos me miraron de forma esperanzada.
—¿Seguro?—dijo Brian, que aún temblaba como hoja.
—Completamente. Distingo el movimiento de su pecho. Aunque débilmente, aún está respirando—los dos fijaron sus ojos en el cuerpo de Gabriel y asintieron—. Él se pondrá bien, lo prometo. Lo asistiremos luego. Pero antes, ayúdenme con el ángel—dije mientras lo intentaba sacar del circulo—. Brian ven y tú Clara trae un poco de "levanta muertos" por favor —indiqué.
—No...no conozco esa medicina—enarcó una ceja, confusa.
—No es medicina, ¡Es licor! Pero tráeme "del bueno". Está dentro de mi mochila—señalé.
Ella se alejó en su busca, mientras el rojizo y yo arrastramos el pesado cuerpo David— alas incluidas— apenas unos cuantos pasos, hasta lograr recargarlo en uno de los pilares rocosos.
En ese momento, Clara llegó con el licor y lo vertió lentamente por su garganta. El efecto resultó instantáneo. David comenzó a recobrar el conocimiento e intentó decirnos algo. No pudimos entender nada obviamente, solo un punzante y agudo sonido, que nos obligó a cubrir nuestros oídos.
El Ángel, aún en su estado de dolencia, pudo entender su error y comenzó a escribir algo sobre la arena. Luego me dirigió una mirada de pena y la luz se extinguió de sus ojos celestes, al tiempo que sus alas comenzaban a desintegrarse, convertidas en miles de cenizas luminosas que se propagaron fácilmente por efecto del viento de la noche.
—¿Qué fue todo eso? ¿Acaso el ha...?—farfulló Brian.
—Muerto sí—respondí cerrando los ojos de David, dejándolo suavemente sobre el manto de arena, que sería por ahora, su último descanso terrestre, pues no tenía tiempo para enterrarlo, por más que deseara hacerlo. Mucho menos después de leer las últimas palabras que aquel había escrito. Pero confiaba en que mis amigos se encargarían de los ritos funerarios y le brindarían los honores adecuados.
—Pero eso es imposible, los ángeles y todas las criaturas míticas son inmortales—masculló Clara, mientras se abrazaba a su novio y hundía su rostro en su pecho, buscando consuelo.
—Pues parece que eso ha cambiado ahora...
Coloqué una mano en el hombro de Brian, y di un ligero apretón en este, mientras nuestras miradas conectaban un segundo, en una silenciosa despedida.
Había llegado el momento de partir, así que me erguí rápidamente e intenté no mirar el yerto cuerpo de mi viejo amigo, mientras me colgaba la mochila al hombro, conteniendo la angustia y concentrado todas mis energías en lo que tenía por delante.
—¿Daniel qué haces?—preguntó la castaña posando sus ojos en mí.
—Buscar respuestas—murmuré dándoles las espalda, mientras atravesaba el mágico portal, que estaba a punto de cerrarse.
El viento de la noche emitió una vez más su lastimero canto, y sus invisibles manos acariciaron primero el nombre de "Iris" grabado en la arena, desdibujandolo, para luego desgarrar los trazos de la palabra "muerte" que yacían escritos a su lado.
¡Holis! Hasta aquí el capi. Es un poco largo, pero es que no actualizaré en un par de días, para enfocarme un poco en la historia "Desde las Sombras"
Si les gustó comenten, que eso siempre me ayuda a continuar.
¡Los amodoro! *—*
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