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Daniel. III

No recordaba en qué momento mis párpados se habían cerrado y no habían vuelto a abrirse, pero lo cierto es que me desperté muy entrada la madrugada. Algunas estrellas aún brillaban trémulas en el cielo matinal, pero pronto la luz del alba acabaría borrándolas.

Había pasado casi toda la noche tratando de reunir los mapas, donde figuraban las rutas de acceso a los portales mágicos, que permitían el pasaje entre los mundos, para identificar el más cercano. Cuando era un ángel no los hubiese necesitado realmente, pues me orientaba con facilidad y era atraído a ellos solo por su magia.

En general, estos se encontraban dentro de los Santuarios o medianamente cerca de ellos, en espacios naturales del planeta.

Cuando Argos, en el pasado, me había mostrado los mapas con los que se había topado accidentalmente, yo había identificado uno muy próximo a El Refugio, pero había optado por no tomar esa ruta.

Debía ganar algo de tiempo para elaborar un plan y acabar con el maldito sin levantar sospechas. Así que cuando vi aquel otro portal ubicado en el medio del océano me pareció ideal.

Iris lo había creado inicialmente sobre tierra, pero hacía cientos de años que el agua lo había cubierto y se encontraba a varios días de viaje desde donde estábamos. Era perfecto, sin mencionar el punto estratégico a donde nos enviaría cuando estuviéramos del "otro lado". Una de las zonas más peligrosas del Reino de la Oscuridad, por su proximidad a la montaña del dragón.

De cualquier forma, ahora la situación era otra. Necesitaba un portal cercano, que nos trasladara a un territorio "inofensivo" del Reino, pues era imperativo regresar a Tierra Mítica. Debía hacerlo aunque eso implicara violar algunas cuantas leyes.

La verdad era que me estaba preocupando demasiado el hecho de no recibir noticias de Jonathan o de Iris, desde hacía algún tiempo.

Tal vez algún vestigio de mis viejos instintos había logrado permanecer y me decía que las cosas no estaban marchando del todo bien o tal vez era simplemente lo que en el mundo humano se conoce como sentido común, en cualquier caso, algo extraño estaba ocurriendo y yo me encargaría personalmente de averiguarlo.

En esas estaba cuando oí golpes en la ventana del estudio. Me dirigí hacia ella, con un palpitante dolor de cuello y cabeza, un recuerdo de la mala postura sobre aquella improvisada y dura almohada librística.

—¡Eh Daniel! Apúrate antes de que me caiga— la voz proveniente de la ventana era de Brian.

Mi nuevo amigo, mitad humano mitad elfo, se sostenía fuertemente de las enredaderas que trepaban el muro del palacio para evitar sufrir una caída de dos pisos de altura.

Aunque dudaba que esta posibilidad llegara a concretarse, pues el pelirrojo controlaba muy bien a las plantas y a los animales terrestres.

—¡Ya voy! Lo siento, es que me quedé dormido—respondí, mientras abría los cerrojos y me refregaba los ojos.

—Tienes que dejar de desvelarte así hermano o podrías colapsar— dijo el muchacho, al tiempo que entraba de un brinco por la ventana, hacia el interior del despacho.

Ambos nos saludamos y yo no pude evitar pasear mis ojos por su atuendo "tan pintoresco".

Brian llevaba puesto un pantalón de camuflaje y una playera de un color anaranjado desgastado, con la leyenda "No a la tala indiscriminada. Salven a los últimos enebros", que parecía tener cien años. Y seguramente los tenía, porque el enebro, era un árbol que ya había desaparecido de la faz de la tierra hacía bastante tiempo, así como muchas otras especies.

Sus cabellos rojizos, como llamaradas solares, estaban desordenados de cualquier forma, mientras algunos mechones más largos ondulaban sobre su frente, y aun así tenía mejor aspecto que yo.

—Por cierto, recuérdame ¿por qué no podía entrar por la puerta como cualquier persona normal?—agregó el joven, recargándose sobre el alfeizar.

—En primera—comencé a enumerar con mis dedos—, porque tú no eres una persona "normal", y en segunda porque estas aquí por una misión ultra-secreta. La cual, por razones obvias, nadie puede saber.

—Cuando dices" nadie" te refieres a Alise cierto—comentó en tono de burla.

Yo blanquee mis ojos.

—Muy gracioso... Sabes que le daría un ataque si supiera lo que estoy planeando hacer, por lo cual, no puedes culparme de preservar la salud emocional de una madre primeriza—él asintió como diciendo "buen punto"—. En fin, ya tengo los mapas que indican la ruta a Tierra Mítica más cercana.—me dirigí hacia el escritorio de caoba, bajo la mirada de los leñosos leones que lo sostenía, donde aquellos yacían desperdigados y Brian me siguió—. Me pasé la noche buscando el camino y estudiándolo—repuse bostezando convenientemente—. Como sea, antes de marchar, hay algo que debo preguntarte. ¿Estás seguro de querer hacerlo? Porque técnicamente estaríamos violando una decena de leyes.

Tenía que decírselo, porque una cosa era lidiar con mi culpa y otra con culpas ajenas.

—Tranquilo Daniel, ya te dije que puedes contar conmigo para lo que sea. Tú nos salvaste antes así que esto es lo menos que puedo hacer por ti—y por eso, de todos los habitantes sobrehumanos que habitaban El Refugio, ese pelirrojo desgarbado, era mi favorito.

Sonreí palmeándome la espalda y él me correspondió. Luego frunció el ceño observándome con detenimiento.

—Creo que mejor deberías darte un baño, o al menos cambiarte de ropa hermano—fijó sus ojos tierra en mi camiseta con agujeros.

—Ya me he bañado—giré mis ojos. Olviden lo que dije sobre que Brian era mi predilecto—. Y esto—pellizqué mi camiseta—, es lo que uso para dormir, algo que hacía hasta hace un rato.

—¡Vale, vale!—se encogió de hombros en señal de rendición o resignación—. Aun así, recuérdame regalarte ropa de dormir decente para tu próximo cumpleaños... A propósito ¿cuántos años tienes Daniel?

Preferí ahórrame el trabajo de imaginar cómo sería "el pijama" que mi amigo pensaba obsequiarme, pero seguramente ambos teníamos nociones diferentes del término "decente"

—¿De cuántos años me veo? —inquirí mientras me quitaba la playera, dejando entrever las cicatrices de mi espalda, aquellas que habían dejado mis alas, mientras cogía una de las playeras que ya tenía preparadas entre la muda de ropa, que guardaba en el despacho.

Brian paseó sus ojos por mi imagen un momento y luego llevó la mano a su barbilla, meditabundo.

—Yo diría que como de unos veinte años.

—Añádele unos cientos de años más.

Mi amigo abrió los ojos como platos.

—¿¡En serio!? Es que te ves jovial y atlético. Ya sabes, con esos músculos bien torneados y definidos y ese rostro...

—Okey, okey. Capté el punto—me terminé de vestir rápidamente, algo ruborizado por aquella charla que se había tornado incómodamente gay—. No envejecía mientras bebía el agua de la energía vital. Ya sabes, vida eterna y bla bla.

Mi nueva playera era de color negro e irónicamente tenían un diseño que se parecía bastante a un par de alas de tono plateado en la espalda. A parte de eso, usaba unos jeans desgastados y unas zapatillas deportivas.

Cargué mi mochila al hombro, una vez que estuve listo, donde llevaba, a parte de la muda de ropa, varias provisiones que necesitaríamos en nuestra nueva expedición.

—Bueno estoy listo para partir ya—dije sin más preámbulos.

—¡Perfecto! Pero... no bajaremos otra vez por ahí o ¿sí?

Miró con desconfianza hacia la ventana por la que acaba de subir. El descenso se veía más peligroso que el ascenso. Yo me limite a cruzarme de brazos y a sonreír.

—¿Tú que crees?

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