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Daniel. II

"Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es."

Jorge Luis Borges

Me dirigí a la biblioteca de nuestra casa que seguía ocupando el lugar preferencial de antes, en el despacho de su antiguo propietario.

Había pasado varias noches en vela (aún no me había acostumbrado bien a la idea de dormir) examinando algunos de los pergaminos y libros antiguos que componían el diverso acervo bibliográfico, con la esperanza de encontrar algún indicio que arrojara luz sobre mi actual situación. Buscando alguna vieja historia que hablara sobre ángeles caídos, expulsados, desterrados...

Encontré algo de información en un libro sacro, conocido como la "Santa Biblia". Esta contenía un relato en particular que me había llamado la atención, acerca de un ángel que se había revelado contra Dios y que había sido exiliado del Reino de los Cielos y enviado directo a los infiernos: Lucifer, que significa "portador de luz" o también Luzbel, "luz bella", por su deslumbrante hermosura.

Su nombre no me era ajeno. Como todos los ángeles de Tierra Mítica, conocía muy bien al soberano del Reino de la Oscuridad, o el Infierno, como hacía referencia aquel libro, a dicho mundo.

Pero la historia para nosotros era algo diferente, sin mencionar que los relatos escritos en la Biblia humana eran muy imprecisos, contenían errores y algunas tantas falacias. Ni siquiera Iris figuraba. En simples palabras: al igual que la raza que lo había escrito, para mí aquel no era un libro cien por ciento confiable.

Por otro lado, allí no había nada que explicase cómo un ángel exiliado y condenado podía redimirse. Al menos nada distinto a lo que la Reina de Tierra Mítica me había dicho cuando había hablado conmigo aquel fatídico día en el que perdí mis alas. Había sido clara con respecto a mi castigo: perdería mi magia, mi inmortalidad y no podría regresar más a mi hogar, entre otras cosas ligeramente más tétricas. Pero no era algo que ella pudiese perdonar o cambiar, pues yo había cometido una terrible infracción asesinando fríamente a una de las creaciones del Supremo de los Supremos. Solo Él podría llegar a perdonarme y redimirme y francamente dudaba que lo hiciera alguna vez.

Con todo eso en mente, me sentía terrible en aquellas noches de insomnio, pero en ese momento en particular estaba allí en la biblioteca por algo totalmente diferente.

Necesitaba un espacio tranquilo en donde poder meditar a solas.

"¿Cómo es posible que sienta tal rechazo hacia mi propio hijo?, ¿Qué me está pasando? ¿Acaso estoy dejando que el mal, que corrompe tan fácilmente los corazones mundanos, también oscurezca el mío? Sería algo perfectamente posible ahora que soy humano."

Me estremecí de solo pensarlo, pero tendría que empezar a tranquilizarme y aprender a controlar mis emociones y mis "susceptibles" estados de ánimo, sino quería perder también la cabeza por mis serios trastornos de bipolaridad.

Después de un par de largas horas de reflexión me convencí de que debía volver a la habitación. Me obligaría a mi mismo a establecer el vínculo con mi hijo. Así que regresé al cuarto, armado con mi mejor coraza de padre súper genial.

Cuando abrí la puerta, mis ojos se encontraron con los de Alise, y como siempre me sucedía ente su presencia, me quedé mirándola fijo por unos instantes, detallando su imagen y archivándola en mis mejores recuerdos memoriales, mientras murmurábamos un "hola" silencioso.

Ella estaba absolutamente hermosa. Sus claros cabellos, extendidos sobre las blancas almohadas, irradiaban luz dorada, allí donde los rayos del sol, que se filtraban a través de los cristales de las ventanas, se posaban, resaltando su pálida tez y el oro de su cálida mirada.

Me apresuré a tomar a nuestro bebé entre mis brazos, pero la misma sensación de desagrado me embargó y fue casi imposible disimularlo. Intenté mantenerlo algo alejado de mi cuerpo, intentando se ese modo aplacar un poco mi malestar.

Comencé a acercarme a Alise, notando que ella me dirigía una mirada de reproche, era eso, o la nueva moda, era dejarse la tupida cejijunta.

El niño dormía aún de manera plácida.

Me sentí pésimo por tener nuevamente esos sentimientos por aquel angelito, que en ese estado de calma y pasividad, se parecía bastante a su madre. Aunque ciertamente aún no encontraba ningún parecido conmigo.

Cuando se lo entregué a Alise el pequeño inmediatamente abrió los ojos, como si de alguna manera se hubiera percatado de su presencia.

Alise sonreía al momento de recibirlo, pero aquella sonrisa maternal se desdibujó cuando sus ojos se encontraron con los del niño. Estaba confundida, y probablemente aterrada. Yo la conocía demasiado bien, para saber en quien pensaba al mirar a nuestro hijo.

—Daniel sus ojos...—murmuró con voz trémula, nerviosa.

Yo intenté infundirle la paz que necesitaba.

—¡Lo sé mi amor, son increíbles! Se parecen tanto a los de Vera ¿Verdad?—esbocé una sonrisa para dar mayor credibilidad a mis palabras.

"¡Joder! ¡Qué farsa!"

Ella parecía el falsete de mi voz seguramente, pero se mostró un poco más aliviada.

—Sí. Sí, es cierto—suspiró y acercó al pequeño a su pecho—. Tienes razón. ¿Quién diría que sacaría sus ojos? Aunque francamente esperaba que tuviese aquel tono zafiro de esos ojos que amo—me guiñó y sonrió nuevamente.

Mis ansias de besarla aumentaron considerablemente. El tiempo sin vernos comenzaba a pesarme. Pero no quise invadir su espacio, pues el bebé estaba en medio de ambos y parecía complacido y a gusto en su nuevo refugio, entre sus brazos. Estaba claro que el vínculo entre ambos se había formado de inmediato, a diferencia de lo que había sucedido conmigo.

—¡Aún así es tan hermoso!—exclamó acariciando los cabellos del pequeño, que eran de un tinte amarillo claro. Luminosos como los rayos solares—. ¿Y cómo lo llamaremos?—dijo ella de inmediato, sacándome de mis ensoñaciones—. ¿Has pensado en algún nombre?

—Hermoso como tú. La maternidad te sienta—admití y luego me encogí ligeramente de hombros—. La verdad es que no he pensado en ninguno. Te concedo el honor...

Un leve rubor tiñó sus pálidas mejillas, mientras mordía levemente su labio inferior.

—Bueno... creerás que estoy algo loca, pero cuando acerqué al niño hacia mí sentí una rara sensación—"¡Oh no! Ella también lo rechaza" pensé, pero mis deducciones eran erróneas—. Un nombre se materializó en mi cabeza, como si de algún modo ya le perteneciera.

—¿Y cuál es?—inquirí, deseando que por favor que no dijera ni Jonathan ni Argos.

—¡Nicholas!—admitió y yo respiré nuevamente—. ¿Es un bonito nombre no te parece? También se me ocurre ponerle como segundo Sebastián, al igual que mi padre. Claro, si estás de acuerdo.

—Por supuesto. ¡Me gustan ambos. De hecho, me encantan!—reconocí con más entusiasmo del que hubiera esperado.

—Entonces está decidido. Será Nicholas Sebastián...—hizo una pausa y me dirigió una tierna mirada, que en realidad ocultaba un sentimiento muy común para mí últimamente: lástima, o eso me figuró.

Pero, ¿qué más podía ser? Es decir, ni siquiera podía darle a mi propio hijo un apellido. Y ¿por qué? Pues porque era un ex ángel, sin identidad real.

En la tierra me conocían como el Doctor Daniel Smith, pero la verdad era que no tenía apellido alguno, ya que los ángeles no lo requeríamos. ¿Para qué? No éramos demasiados y todos teníamos nombres diferentes. No sucedía como aquí en la tierra, en donde si gritas, por ejemplo, "Anacleto" en un sitio relativamente lleno de gente, al menos diez tipos se voltean para mirarte... o reírse. La verdad es que Anacleto es un nombre más gracioso que corriente, pero como sea, el punto no era ese, y ya me desvié del tema.

—Puedes ponerle Nicholas Sebastián Manson si no te gusta mi apellido ficticio—sugerí haciendo un gesto de comillas con las manos.

—¿Qué tonterías dices Daniel? No será así—sonaba enfadada y sus cejas volvían a unirse en un gesto de contrariedad—. El bebé es de ambos. Le pondremos Smith Manson o tendrá apellido cuando tú decidas otro que sea más de tu agrado.

—De acuerdo, como prefieras—volví a encogerme de hombros e inmediatamente decidí cambiar de tema, ya que aquello de la "identidad" me ponía incómodo—. ¿Cómo has estado en mi ausencia? ¿Alguna novedad del engendro abominable del demonio, alias Jonathan?

Ahora era ella la que estaba incomoda con mis preguntas.

¡Genial!

Eso fue sarcasmo por cierto. Un recurso que me ha sido bastante útil en mi estadía permanente en la tierra.

Carecía de identidad pero mis habilidades para joder la situación frente a la mujer que amaba estaban intactas.

Me sentí idiota realmente, hablando de Jonathan, cuando sabía perfectamente el daño que él le causaba, solo para evitar un tema que a mí me generaba cierta pena.

Y lo peor era que en el fondo sabía muy bien que tenía que dejar de auto—compadecerme por lo que había perdido y aprender a ser feliz con todo lo que había ganado, durara lo que durara.

"Madura Daniel. Podrás no ser un ángel ahora, pero eres alguien mucho más valeroso cuando estas con ella" me dije a mi mismo mientras ella rompía el breve e incómodo silencio.

—No ha pasado nada importante. Al parecer no hay ningún avance en la búsqueda... En cuanto a mi, he sufrido algunas pesadillas, pero ya empiezo a acostumbrarme—alegó resignada.

No resistí más y me acerqué a besar su frente. El niño aún estaba en medio, aunque dormido nuevamente y el dolor que me provocaba era insoportable, pero igualmente lo tomaría como castigo por haber sido tan desconsiderado.

—Lo siento mucho cariño...Y no te preocupes, Jonathan debe estar pudriéndose en su propio infierno en El Reinado de la Oscuridad.

"Donde alguna vez estaré yo también " pensé con amargura, pero aquellos pensamientos no podía expresarlos en voz alta. Alise jamás podría saber el destino que me esperaba a la hora de mi muerte.

Ella asintió y colocó su mano en mi mejilla, acunando mi rostro, antes de besarme, y en ese momento Nicholas irrumpió en llanto, haciéndonos separar rápidamente.

—Debe tener hambre—musitó.

—Entonces llamaré a Isabel para que traiga su biberón —dije de inmediato, encontrando la excusa justa para salirme del cuarto. No sabía cuánto tiempo más podría sostener tanta patraña.

Besé su frente, ahora de manera fugaz y me alejé con prisa hacia la puerta, antes de que ella pudiera preguntarme algo más.

La oí susurrar unas palabras, pero no quise detenerme a analizarlas o la culpa acabaría por matarme.

Odiaba mentirle y evadir situaciones, pero me sentiría peor hiriéndola de nuevo. Siempre había sido así desde que nos conocimos y quizá debería cambiar en algún momento, pero por ahora había cosas más importantes de las que debía ocuparme.

Tenía que planear un nuevo viaje.

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