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Daniel. I


«¿Vendrás conmigo? dije, sin que nadie supierande, o cómo latía mi estado doloroso, y para mí no había clavel ni barcarola, nada sino una herida, por el amor abierta.»

Pablo Neruda

Cuando regresé de mi último viaje por la tierra, en búsqueda de más Santuarios perdidos, jamás imaginé la noticia con la que me iba a encontrar.

Isabel me esperaba en el umbral de lo que alguna vez fue el gran palacio de Argos, el tiránico soberano de El Refugio, pero que ahora se había convertido en nuestro hogar.

Percibí un fuerte nerviosismo en ella. Una especie de ansiedad reflejada en su envejecido y afable rostro y enseguida pensé que algo le había sucedido a Alise, mi amada esposa.

Jamás olvidaré el primer momento en el que la vi, junto al árbol de uno de los Santuarios terrestres, bajo esa lluvia helada, temblando, con la desesperación reflejada en su rostro, dispuesta a lo peor y aun así, tan hermosa y delicada, tan frágil.

No pude evitar pensar en la tarea que Iris, la Gran Reina Madre de los seres mágicos, me había encomendado.

En ese entonces pensé "¿Debo salvarla ahora para dejarla morir después?"

En ese instante lo decidí. Jamás lo permitiría. Estaba dispuesto a convertirme desde ese momento y para siempre en su protector, en su ángel de la guarda, aunque me condenara por ello y de hecho así fue, pero por razones diferentes.

Sin embargo, lo que me había sucedido no justificaba que me hubiera comportado como un auténtico idiota los últimos meses, pero la situación me había superado.

Vivir en la tierra como humano para siempre, permanentemente expuesto a tantas emociones nuevas, diferentes e intensas.

No es que no lo hubiera experimentado antes, pero fue por un periodo breve.

Ahora tendría que acostumbrarme a convivir con ellas constantemente. Al menos mientras siguiera con vida, ya que también tendría que deshacerme de la idea de inmortalidad.

Me mantuve muy distante con Alise debido a eso, sin importarme siquiera que ella estaba esperando a nuestro primer hijo.

"Un varón" había dicho ella, en cuanto el médico nos dio la noticia de que estaba en cinta, y lo dijo con tal seguridad que no dudé en ningún momento de su palabra.

Alise era muy perceptiva, y además seguía habiendo sangre mágica zahorí en su cuerpo, lo que le daba un poco de crédito extra.

Ella había renunciado a vivir en Tierra Mítica por mí, pero no había sido despojada de la oportunidad de regresar. No era una exiliada, una condenada como yo.

¿Cómo podría explicarle lo que eso significaba? O mejor dicho ¿Cuándo encontraría el valor para hacerlo?

—¡Señor Daniel benditos sean los ojos que lo ven! No se imagina la noticia que tengo para darle: su hijo ha nacido y goza de perfecta salud—anunció Isabel, tranquilizando mis preocupaciones.

—¡Es maravilloso! ¿Y dónde se encuentra? ¿Cómo ha sido el parto? ¿Cómo está mi esposa?

Con tantas preguntas ya me estaba pareciendo a ella, que era muy efusiva y avasallante cuando se lo proponía, algo que yo, personalmente, adoraba.

Me divertía la forma en la que en menos de un minuto, después de enterarse de algo que desconocía, elaboraba un centenar de preguntas y te bombardeaba con ellas esperando que le dieras una respuesta con la misma rapidez. Sí, así es Alise, siempre queriendo saber más, saberlo todo y no podría culparla por ello, ya que había vivido mucho tiempo en las sombras, desconociendo su verdadera identidad, sin siquiera percatarse del mundo mágico que la rodeaba y al cual ella también pertenecía.

Cuando entramos a la habitación, vi que mi esposa descansaba plácidamente sobre nuestra cama, como todo el ángel que era, aunque ya sin alas, pues había optado por prescindir de ellas, solo por mí.

No quise despertarla, ya que hacía mucho tiempo que no la veía tan relajada y a gusto, disfrutando de un sueño tranquilo, sin sufrir los tormentos de las pesadillas. Siempre soñaba lo mismo: con Jonathan, su primo, el hijo maligno de Vera y Argos, que invadió Tierra Mítica junto a su padre e intentó aniquilarnos y robar el agua de la fuente de la energía vital para conseguir con ella la inmortalidad.

Desde el fondo de mi mortal corazón deseaba que estuviera en el mismísimo infierno, pero pudriéndose.

Afortunadamente el cretino no había logrado sus planes y se había ganado el repudio de todo el mundo mítico. Era la vergüenza de las criaturas mágicas y semi mágicas. Yo personalmente, lo odiaba y odiaba el hecho de que continuara manifestándose en los sueños de mi esposa.

Pero no es que estuviese celoso, para nada, sino que sabía perfectamente lo que a Alise le causaba verlo en sus estados oníricos: dolor, angustia, sufrimientos de una época pasada, o mejor dicho, no tan pasada, porque Jonathan aunque llevaba meses sin aparecer, seguía vivo. Probablemente oculto en el Reino de la Oscuridad, convertido completamente en el demonio que era.

Iris lo había estado rastreando desde que regresamos a la tierra, enviando ángeles en calidad de espías, para que obtuviesen información al respecto, pero hasta el momento no habían podido encontrarlo.

—¿Quiere cargarlo?—preguntó la anciana—. La señora Alise aún no ha tenido la oportunidad, pues ha dormido desde el parto. La pobrecilla quedó muy agotada.

Isabel acunaba al pequeño niño en sus brazos, al cual ya había levantado de la cuna, ubicada junto a la cama.

—¡Claro que sí, es mi pequeño!—formulé una sonrisa. Mi rostro irradiaba dicha, aunque también algo de incertidumbre y miedo—. Aun no puedo creerlo—respondí extendiendo los brazos para recibir al bebé.

Jamás me había imaginado siendo padre y no es que no pudiera serlo, pero se complicaba cuando todos los miembros de tu especie eran hombres. No había ángeles del género femenino, ya que Iris lo había dispuesto así.

En sus palabras, los ángeles teníamos propósitos más grandes y nobles, que enamorarnos y formar una familia. Éramos soldados, guerreros del bien y aniquiladores de demonios. Además custodiábamos nuestro hogar, a los seres mágicos, la fuente de la energía vital y como si esto fuera poco también servíamos de guías y guardianes, pues nos encargábamos de guiar sanos y salvos, a través de los portales, a los seres sobre— humanos que vivían en la tierra en forma mortal, y que deseaban obtener la vida eterna en la Tierra Mítica.

Sí, Iris tenía razón, no había tiempo para cosas tan superficiales y egoístas como el amor. Nuestra tarea era más grande y noble. Pero yo no soy de esos que con tanta facilidad cumplen las reglas, así que dentro de los de mi especie, fui el primero y el único en romperlas, al enamorarme de Alise, una criatura semi mágica sí, pero mortal y habitante de la tierra.

Lo que nunca pensé es llegar a dar vida, ni convertirme en creador de algo tan propio. Pero teniendo en cuenta que en la actualidad ya no era más un ángel, sino un hombre, la paternidad era lo más lógico y normal que podía sucederme.

De pronto, al tomar al niño en mis brazos, una sensación extraña me embargó, como de malestar y rechazo. Intenté acunarlo y acercarlo más hacia mi pecho, luchando con ese sentimiento, pero fue inútil. Me dolía tenerlo cerca y a la vez me sentía triste por tener tales emociones y sentimientos. Fue en ese momento cuando el bebé abrió sus ojos haciéndome sobresaltar.

—Isabel venga acérquese...mire esto...—musité aún más confuso. Sentía un nudo formándose en mi estómago.

La anciana estaba preparando su biberón y desvió los ojos hacía los míos, cuando terminó su labor, y luego se acercó.

—¿Qué sucede? ¿El niño ha despertado?—me tendió el biberón, con tranquilidad—. Tome esto. El pequeño debe estar hambriento—tomé la botella aún dubitativo y extrañado—. ¿Quién es el niño más bueno de esta tierra?—dijo la nana con voz dulce, contemplando al bebé—. Sabía que no ha vuelto a llorar desde que nació—comentó con cierto orgullo de maternidad ajena.

—¿¡Acaso notó que sus ojos son muy verdes!?—dije, ignorando todos sus comentarios. El nudo de mi estómago había subido hasta mi garganta y me estaba asfixiando.

—No entiendo de qué habla—respiré hondo, intentando serenarme, mientras ella me miraba atónita. Quizá se estaba quedando ciega. Bueno, era factible. ¿Cuántos años tenía 90?

—Me refiero al color...¿Es normal que tengan el iris tan definido los recién nacidos?

No era eso precisamente lo que quería hacerle notar, pero en fin. La mujer se acercó y examinó al pequeño corroborando mis palabras.

—¡Vaya, es verdad! ¡Son tan verdes!—al menos no estaba tan ciega como pensaba—. Y no, no es normal que sean así. No he visto un matiz tan definido en ningún otro bebé a mi cuidado, ni humano, ni semi-humano...salvo...

Isabel hizo una pausa como intentando recordar algo, buscando, rastreando en una mar de rostros de infantes.

—¡Oh Dios Mío!—exclamó de pronto, llevándose una mano a la boca—. Esos ojos, ya los recuerdo... Los he visto antes en otro niño, pero no, no cabe comparación...

—¡Me está poniendo nervioso mujer!—casi le grité, y ella se puso lívida. Entonces aminoré el tono de voz—. Hable por favor... —supliqué.

—Esos ojos son iguales a los del señorito Jonathan...—su voz tembló al modular su nombre.

¿En serio? ¡Jonathan! Tenía que ser otra vez el muy... "¿Por qué no podemos pasar un solo día sin recordarlo?" me pregunté.

Traté de pensar fríamente para no perder la calma nuevamente o la cordura. El malnacido era primo de Alise y había vínculos sanguíneos que podrían justificar que MI hijo tuviese ese color de ojos y no el nuestro. A demás Vera, y su fallecida hija Evelia, también compartían una tonalidad similar.

"Todo se reduce a la línea genética" pensé. Y esto hacía más soportable la situación.

—Cálmese Isabel. Recuerde que hemos descubierto hace poco el parentesco de mi esposa con Vera y su familia—no quise mencionar el nombre del cretino—. Es herencia nada más...—decirlo en voz alta reafirmaba mis pensamientos y me infundía a mi también tranquilidad.

Aunque aquellos pensamientos me llevaron a preguntarme si el pequeño había heredado algo más, alguna clase de don. Era posible ya que había sangre mágica corriendo por sus venas.

—¿Podría sostener al niño y alimentarlo?—dije entonces—. Yo necesito ir a asearme y a comer algo también. El viaje ha sido extenso y agotador. Si Alise despierta, no dude en llamarme.

La anciana asintió, y tomó al pequeño, mucho más relajada ahora, luego de la explicación. Yo salí de la habitación rápidamente, experimentando también una repentina sensación de alivio y paz, pero por razones diferentes.

Dedicada a GabrielaGonlez9💟

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