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Alise. Final

—Me doy cuenta que al fin has comprendido las cosas querida—señaló Lucifer, adoptando una postura erguida, levantándose de su sitial.

Un cúmulo de sombras se arremolinó sobre él, descendiendo como un halo de oscuridad sobre su pálida piel, que destacaba en contraste. En ese momento me puse alerta. Mi mente viajaba a velocidades extraordinarias sopesando qué hacer.

"Si me transformo en este momento, ¿Podré luchar contra estos dos demonios y las huestes que vendrán a secundarlos y vencer?" "Seguramente usarán a mi hijo o a Vera como rehén." Me dije, más no pude continuar con mi debate interno pues el Rey de aquel Feudo de Muerte siguió imponiendo su voz.

 »También anticipo que comprendes a la perfección tu situación. No tienes demasiadas opciones viables Alise—"maldito nigromante"—.  Por eso, te tengo una propuesta—podía deducir esta vez lo que él diría. Nada demasiado grato —. Hay un lugar especial para ti en este Reino, como la concubina de mi nieto...o mejor aún, como la mía—"lo sabía" Los ojos de Jonathan se encendieron como negros braseros. La ira era visible, tangible en el ambiente que se tornaba denso. La traición podía respirarse. Yo, por mi parte, permanecía rígida e inmutable por fuera, aunque por dentro era un hervidero de emociones —. Si aceptas, te garantizo que tanto tú como Nicholas tendrán un título que vale más que el que exhibe la realeza, ambos tendrán la categoría de "intocables" — "¡súcubo manipulador!" Como lo odiaba. Y no era la única. Su nieto estaba cada vez estaba más colérico, aunque ocultaba su ira tras su mal fingido velo de templanza—. Pero antes de que respondas querida, quisiera hacer un brindis—añadió alzando también su copa e "invitándonos" a todos a imitarlo. Con desapruebo, me puse de pie y alcé mi vaso—. ¡Por la familia! ¡Y porque siempre podamos preservarnos entre nosotros!—recitó, y bebió todo el resto del bourbon de un sorbo.

—¡Por la familia!—repitió Jonathan, enarbolando su copa—. Y por la preservación...de algunos miembros—añadió sin beber su contenido, esbozando su típica sonrisa torcida, ahora totalmente despojado de su ira.

Yo estaba totalmente absorta, imposibilitada de mi comprensión por un momento. No podía entender sus palabras, y menos su cambio de ánimo, hasta que el estallido del cristal contra el suelo, de la copa que se escurría de las flácidas manos del rey del averno, en caída estrepitosa, seguido por un quejido casi afónico, que brotó de su garganta, me dió la pauta de lo que sucedía.

—¿Me...en...ve...ne...nas...te...mal..dito?—balbuceó Lucifer, fijando sus orbes negras en las de su nieto, mientras llevaba sus manos, convertidas totalmente en garras, hacia su garganta, intentando desgarrarla, pidiendo ayuda. Al tiempo que sus piernas trémulas flaqueaban, sin poder sostener el peso de su cuerpo.

Pero nadie acudió a socorrerlo, ni siquiera sus mascotas, que estaban totalmente sedadas bajo los encantos de mi pequeño.

La escena transcurrió rápida, pero pude notar como el rostro del maligno adquiría matices descompuestos y, como si se liberara de su máscara humana, trasmutaba en la del verdadero monstruo, la bestia colosal, temible, pavorosa, que llevaba dentro, y que reproducía su esencia.

Se notaba que estaba apelando a sus últimas fuerzas para restablecerse, pero su final era inevitable. Ni siquiera su monstruo interno podía salvarlo.

Jonathan por su parte estaba gozoso, radiante. Tanto, que el fuego se derramaba por sus ojos victoriosos, en forma de llamaradas rutilantes. Habló esta vez con voz serena, suave, imitando la de su desvalido antecesor, cuya figura al fin se había unido al resquebrajado cáliz, en el suelo.

—Técnicamente eso hice—confirmó, mientras se inclinaba ligeramente hacia su abuelo, que agonizaba—. De hecho, mezclé el vino de tu copa—dijo tomando un fragmento de la misma entre sus dedos, pasando la lengua por los restos del elixir, sin temor alguno—, con la gracia de Alise. Totalmente letal para un demonio de tu calibre, sobre todo si está en estado puro—reveló con satisfacción, observando como el fuego divino, que esparcía sus lánguidas lenguas doradas por aquel torso yerto, lo consumía, convirtiendo en cenizas parte de su musculatura.

Era evidente a estas alturas, que el dije que colgaba de mi cuello, y que era el supuesto "contenedor" del elixir era totalmente falso. Él siempre había tenido el verdadero en su poder.

—Por... por...qué—murmuró su declarado adversario.

—¿Por qué lo hice, dices? Podría embarcarme en otra larga historia como las que te gustan relatar ti la mayoría de las veces, cargada de tediosos detalles que a nadie le interesan, pero tu tiempo se agota—indicó volviendo a sonreír—. La mera verdad es que lo hice por prevención. Aprendí bien abuelito, y sabía que ibas a traicionarme tarde o temprano...Pero míralo de esta forma, has dejado un digno legado, para ese arcaico trono donde estuviste empalmado por eones. Ahora siéntete libre y déjate ir de una vez—añadió, justo en el momento que las lumbres llegaban a su rostro y entonces sopló, avivando las llamas, volatizando los restos de su antepasado—. ¡Ha llegado tu reemplazo!—dijo alzándose por completo, pisoteando la pila de cenizas y huesos carbonizados que yacía debajo.

No sé exactamente cómo pasó, si fue por acto reflejo, o sentido común, pues la muerte del Maligno Supremo había sido la clara señal de la que Iris había hablado, y que determinaba el momento de mi transformación, pero durante la funesta escena, había tomado la diamantina gema oculta en el peinado, y la sostenía con fuerza en mi puño cerrado, decidida a usarla y acabar con el último de mis enemigos de una buena vez.

Fue entonces, cuando los ojos de Jonathan, se encontraron con los míos, con mi rostro aún atónito.

Es que aún no podía creerlo, él muy cretino lo había hecho. Había matado a Lucifer, y de una forma tan sencilla, que su misma factibilidad la volvía a la vez poco probable, por no decir imposible. Pero era cierto, solo lo divino mataba a lo infernal, solo un arma celeste podía aniquilar a un leviatán y viceversa.

—¿Sorprendida mi adorada? —dijo Jonathan acercándose hacia mí, con altivez.

Vera en tanto, nos observaba desde un rincón, mientras sostenía a Nicholas en brazos, estática, a la espera de una orden aún no efectuada.

—Mentiría si dijera lo contrario—admití, mientras retrocedía, al tiempo que él seguía avanzando—. Eres muy bueno actuando—"y mucho más desleal que Lucifer y Argos" pensé. Pero necesitaba adularlo para distraerlo—. La técnica de tomar su copa e intentar beber su contenido, mientras introducías el elixir, fue muy buena. Aunque no entiendo aún ¿por qué desperdiciar en él, la última dosis? Pensé que sus planes de conquista del mundo eran los mismos que los tuyos.

—Y lo son adorada —sonrió malvadamente, posicionándose totalmente frente a mí, mientras mi cuerpo chocaba con una de las paredes de la estancia, obligándome a detenerme—. No hubiera usado el elixir de no ser porque sabía que esa no era la última toma—susurró helándome con su gélido aliento, mientras sus dedos rozaban mi brazo lentamente. Aquel que sostenía el recipiente. Por instinto moví la mano hacia mi rostro, en un desesperado e infructífero intento por beber su contenido, pero Jonathan fue más rápido y logró detenerme en pleno recorrido, quitándomelo.

»Madre llévate a Nicholas de aquí—ordenó y ella desapareció con mi hijo por el corredor, ante mis ojos incrédulos.

Los felinos salieron de su catatonia entonces, sacudiendo sus robustos cuerpos, despojandose del encanto y colocandose a cada flanco de su "nuevo amo"

Pese a todo, intenté zafarme de su agarre propinándole un golpe con mi mano libre, que él evadió. Ahora me sujetaba por ambos brazos, levantando mis manos y sujetándolas por encima de mi cabeza. Era más fuerte y más rápido y yo una presa luchando inútilmente entre sus garras.

La imagen mental de una Evelia reducida y mortificada por aquel demonio se materializó en mi cabeza.

»¡Al fin estamos solos mi adorada! Ahora podré jugar contigo como me plazca antes de utilizarte de otras formas...

—¡Quítame las manos de encima!— grité, forcejeando con más ahínco.

—Las quitaré solo para ponerlas en otras zonas de tu cuerpo—ronroneó él junto a mi oído. Su cabello dorado caía justo sobre sus ojos ensombreciendolos más, otorgándole un aspecto siniestro, mientras se pegaba a mi, y sus negras alas se ceñían en torno nuestro. Cerré mis ojos abandonándome a mi suerte, intentando refugiarme en el interior de mis pensamientos, castigándome por no haber sido más rápida, por no haberme transformado mucho antes.

—¡Te dijo que no la tocaras imbécil!

Por un momento, mi mente se negó a aceptar lo que mis oídos escuchaban. No era posible que el dueño de esa voz estuviese en este lugar también. Seguramente estaba alucinando o sumergida en mis ilusorias fantasías...

»Te advierto que esta vez no hay poder humano, celestial o infernal que me detenga. Te mataré, pues mi condena ya es eterna – continuó diciendo. Y esta vez supe que no era un delirio exclusivo.

Jonathan también lo había oído ya que aminoró la presión que ejercía sobre mí y pude notar como se giraba, liberándome.

Finalmente abrí mis ojos, que se amalgamaron con los suyos, y el tiempo y el espacio perdieron forma y consistencia. El primero transcurrió guiado solo por el ritmo de mis palpitaciones irregulares, y el segundo se diluyó, sustituido por un nuevo ambiente. Uno en el que no había lugar para un villano.

Así fuera por una ínfima de segundo, en ese sitio perfecto, salido de mi imaginación, solo estuvimos los dos. Daniel y yo.

—¡Y nuestro héroe por fin ha llegado! Totalmente inoportuno, y aparentemente indefenso, además de visiblemente desplumado— se mofó Jonathan mirando con desdén a Daniel. Lo odié más que nunca en ese instante—. Si pensabas amedrentarme con tu tedioso diálogo amenazante, debo decir que has fallado.

Desde mi posición noté como Daniel se ponía aún más tenso. Su perfecto rostro se endurecía. Sus músculos parecían agarrotarse bajo su traje de combate, que le infería parte de su antiguo poder, aquel del cual había sido despojado. Aunque había una valía perdurable en él, y esa no estaba en su atuendo ni en sus alas, estaba en su esencia y su alma. Y entonces supe una vez más y con certeza que él aún era mi ángel guerrero y que pese al paso del tiempo y la distancia, todavía lo amaba. Lo amaba enteramente con cada átomo y molécula de mi cuerpo.

Mi chico dibujó una sonrisa irónica, ante las palabras de mi primo, y me guiñó uno de sus profundos ojos azules, al tiempo que deslizaba su espada, aquella que yo misma le había obsequiado, desde su cinto de armas, a su mano.

—Tengo algo mejor que palabras para ti, imbécil—dijo arbolando su espada—.  En cuanto a los derechos de los tediosos diálogos te pertenecen por completo—añadió avanzando hacia él.

Jonathan abrió sus alas con magnificencia obnubilando mi campo de visión por un momento, antes de alzar vuelo y remontar hacia uno de los escudos de armas que decoraban la habitación, para tomar su propia espada, cuya hoja, de un metálico tan negro como la misma obsidiana pero de un temple sólido como el acero, refulgió cuando cortó la atmósfera en el descenso.

Me pregunté si se trataba de la "Espada Execrable" que había asesinado a Iris y mis entrañas se retorcieron.

—En un momento, cuando acabe contigo, seré dueño de algo más —masculló el maldito mirándome lascivamente, intentando desestabilizar a Daniel.

—Tal vez me mates, pero al menos lucharé con honor. Te daré una digna lucha, a pesar de mi clara desventaja. Y eso, es algo que ella siempre recordará—soltó de manera astuta mi ángel, tocando justo en el ego al muy maldito. Y derritiendo una vez más mi corazón.

Entonces Jonathan replegó nuevamente sus alas.

—No pasará de esa forma. No te daré siquiera esa satisfacción. Lucharé contigo como igual, ya que no necesito poderes sobrenaturales para vencerte—señaló, dando la primera estocada con su espada, la cual chocó crepitante contra la de Daniel, justo a la altura de su pecho, expulsándola lejos de su cuerpo, lanzando de inmediato un contraataque.

La espada del pelinegro logró atinarle en el brazo abriendo un corte delgado, del cual brotó sangre oscura.

Jonathan miró con repulsión la herida, y enfiló de nuevo contra su atacante, decidido y más furibundo que antes. Alzó su espada y la descargó nuevamente contra él, pero Daniel fue nuevamente más rápido y evadió con destreza su ataque.

Podía divisar la frustración de mi malvado primo asomando en sus facciones, y en su frente que se perlaba de sudor. Seguramente estaba reconsiderando la idea de usar sus poderes, ya que por lejos se notaba que, aunque tenía cierto conocimiento en el esgrima, él no era tan diestro en las artes de la batalla como Daniel.

Nuevamente se produjo un abrasivo encuentro entre las espadas, y algunas chispas fulguraron en la atmósfera, cuando el metálico se desgarró, en su choque violento, antes de separarse en sus encrucijadas.

Jonathan, aunque enérgico, era muy impulsivo y predecible y lanzaba sus envestidas a diestra y siniestra, siempre intentando tocar los puntos vulnerables de su contrario, pero Daniel, mucho más analítico, anticipaba sus movimientos, y lo repelía.

Yo podía notar como Jonathan se estaba cansando y eso era una ventaja que mi ángel sabría usar muy bien a su favor. Cuando el demonio acometió nuevamente atacando su pecho y repitiendo la táctica que se había vuelto un patrón, Daniel se encogió y mientras la hoja de la espada maligna rasgaba el aire utilizó la propia, para darle una punzada en sus pies y derribarlo.

Sin perder tiempo, se hincó sobre él desarmándolo al tiempo que lo inmovilizaba. Entonces dirigió su puñal al pecho de Jonathan, mientras este aferraba sus manos en torno a las de Daniel haciendo presión contraria.

—Mejor despídete maldito—oí que decía Daniel, mientras el filo de su espada, comenzaba a cortar la carne de Jonathan, que teñía el acero sacro, con su icor. Era cuestión de segundos para que el arma diera su beso fatal.

Pero en un pestañeo todo cambió. Vi a mi amor empalidecer, y contraerse, mientras sus facciones se deformaban en gesto indispuesto y supe por qué. El cretino estaba absorbiendo su energía, mediante su tacto, lo estaba enfermando.

Fue cuando alcanzó su espada y la enterró en su costado izquierdo. Intenté avanzar hacia ellos, pero los felinos endemoniados, me lo impidieron.

Jonathan lo hubiera matado, de no ser porque un cuarto personaje irrumpió en el recinto, iluminando la habitación con la luz etérea de sus alas plateadas.

Se trataba de uno de los ángeles de Tierra Mítica, el hermano de Daniel, Rafael.

—Debiste haberme esperado—dijo aquel, sujetando una espada en cada mano, antes de lanzarlas hacia ambos felinos, dando en el blanco. En cuestión de instantes, y sin siquiera emitir un maullido, las diabólicas criaturas se desintegraron.

—Te daré las gracias luego—masculló Daniel, notoriamente adolorido, pero sin ánimo de disculparse.

Acto seguido, Jonathan retiró su espada de su cuerpo, permitiendo que su sangre fluyera rauda. La agitó observando al ángel temerario y volvió a desplegar sus alas, pero lejos de embarcarse en una nueva lucha, en la cual tendría una clara desventaja, levantó vuelo para salir huyendo, como el cobarde que finalmente era, atravesando uno de los altos vitrales de la Sala.

—Ve por él y acabalo—dijo un Daniel, exhausto y abatido, a su fraterno.

—Traeré su cabeza como trofeo y tendrás que darme más que un simple "gracias"—respondió y no hicieron falta más palabras.

El alado salió tras el diabólico y yo corrí hacia mi propio ángel.

—¡Daniel!—grité, avanzando frenética a su encuentro.

—Alise... mi Alise...—murmuró, mientras lo tomaba entre mis brazos, y él me cubría débilmente entre los suyos. Respiré su aroma a cielo, mezclado ahora con el del sudor y la sangre y hundí mis dedos en sus cabellos humedecidos por el fragor de la lucha, para luego imprimir besos en su rostro herido, trazando un sendero hacia los labios que tanto había extrañado y que mi memoria de tacto jamás había olvidado—. Perdóname por haberme ido así, por dejarte a ti y a nuestro hijo, por ser un auténtico idiota.

—Shfff no tienes por qué disculparte, ya pasó todo—susurré entre besos breves, agitados, rozando con el dorso de mi mano, su mejilla—. Mejor concéntrate en guardar tus energías. Debes resistir un poco... En breve saldremos todos de aquí.

—Ambos sabemos que eso no pasará mi amor—dijo apartándose un poco, mostrándome la herida en su costado, la cual sangraba profusamente —. Fue hecha con una espada de origen demoníaco— tosió y un chorro de sangre se escurrió de sus labios, y se extendió por su nívea piel, humedeciendo su ropa. Entonces como si sus fuerzas fallaran, haciendo acopio de sus palabras, se desplomó, aún cuando intentaba sostenerlo y mis fuerzas menguaron con las suyas, deslizándonos ambos hacia el suelo—. Siento como la vida se me escapa.

—¡No, Daniel! ¡Por favor! No vuelvas a dejarme, ahora que te he recuperado—sollocé sobre él, cuyo rostro se recargaba en mi regazo. Pero ni siquiera mis lágrimas lograban restablecerlo.

"Si tuviera el elixir" pensé con amargura, mientras mi mirada perdida rodaba por el suelo, sobre los fragmentos de la cristalería rota.

Fue entonces cuando lo vi. El receptáculo que contenía la preciada sustancia, estaba a escasos centímetros nuestros. Debía de habérsele caído a Jonathan, durante la batalla.

Me apresuré a tomarlo. Aquello era un auténtico milagro.

—Tengo el elixir de la energía vital. Puedo usar un poco para curarte—mis manos temblaban mientras intentaba abrir el recipiente.

—No lo desperdicies. No va a funcionar. Es demasiado tarde. Bébelo tú mi amor y ayuda a Rafael. Recupera a Nicholas...—volvió a convulsionarse y toser. Más fluidos se derramaron por sus labios bermejos—. Me alegra de haberte visto una última vez... –dijo antes de que sus ojos se cerraran por completo.

No lo pensé. Algo se movió en mi interior, una fuerza dormida, que pocas veces lograba dominar con tal perfección. El envase cristalino estalló en mi mano y el contenido líquido fue volcado en el interior de los labios entreabiertos de Daniel.

No me importó nada ni nadie en ese momento. Ni el mundo, ni la profecía, ni siquiera pensé en Nicholas cuando lo hice. Mi acto quizá fuese demasiado egoísta. Pero a veces así suele ser el amor. Estaba cansada de perder a aquellos que quería. Harta de que cada paso que daba, cada cosa que hacía, estuviera dominado, regido, aprobado, por un poder superior. Esta vez estaba tomando una decisión que era enteramente mía. Y asumiría las consecuencias, así como él lo había hecho en el pasado. No dejé ni un poco de aquel elixir divino. Hasta la última gota de mi esencia la destiné a su salvación.

Aguardé a su lado, junto a su cuerpo tieso, inerte, aferrada a su mano, que había adoptado un tinte gris marmóreo, como toda su piel en general, aquel color que era sello de la muerte. Pero tenía esperanza de que aquella agua milagrosa haría su magia, una vez más.

Y así fue. En poco tiempo más su cuerpo empezó a emitir pequeñas centellas de luminosidad. Me aparté de su lado, dejando que la transformación aconteciera, mientras aquel manto de luz lo cubría, envolviéndolo como si fuera una estrella.

Cuando la fuente de luz se fue apagando, vi a mi ángel irguiéndose de aquel lecho, aquel último descanso que había repudiado con todo mi corazón por la maldita tierra en el que se encontraba. Distinguí cada musculo de su esbelto cuerpo, que parecía haberse engrosado, las sólidas líneas de su silueta renovada, su perlada piel lozana, libre de heridas, sus ojos azules más radiantes que antes, como un cielo totalmente despejado, y su franca sonrisa, que era una réplica exacta de la mía. Y también vi sus alas, sus magnánimas alas que se extendían en toda su gracia, cuyas plumas refractaban aquella claridad pla... No, no eran del mismo color de antaño. Algo allí había cambiado. Aquellas letales armas, que como hermosas péndolas se disfrazaban, ya no tenían su típico matiz plateado. Ahora eran totalmente oscuras. Eran plumas negras.

Daniel percibió mi gesto de alarma y sus ojos se cubrieron de tormenta, en el preciso momento en que un sonido gutural, un rugido ensordecedor que pareció brotar desde las mismas entrañas de la tierra inundó el lugar, obligándome a taparme los oídos y a replegarme parcialmente. Entonces fue cuando pasó lo impensable. Mi ángel agitó sus alas nuevas y fieras mientras sus iris refulgían como rayos y se elevó por el aire, perdiéndose por la abertura del techo, por la que Jonathan y Rafael habían partido antes, dejándome completamente sola.

El palacio empezó a temblar en ese instante y su estructura comenzó a resquebrajarse como la ruina arcaica y decrépita que era.

Salí a la intemperie justo a tiempo, ayudada por la fuerza de los brazos, de otro ángel, que llegaba oportunamente al rescate.

Ambos nos quedamos un momento absortos, contemplando la implosión de aquel monumento, iluminada bajo los rojizos rayos lunares. Hasta que aquella antífona áspera y dura, que emitía su desmoronamiento cesó por completo, mientras una nube polvorienta se alzaba en reemplazo.

–¿Pero qué ha pasado aquí?—inquirió mi acompañante.

El rostro de Rafael adquirió una expresión lobrega, mientras le narraba los hechos, al tiempo que apartaba las motas de polvo que se arremolinaban en torno nuestro.

—No tienes idea de lo que has hecho niña...—dijo moviendo la cabeza lado a lado, tosiendo. La nube cenicienta nos cubría de forma aplastante.

—Déjame adivinar—tosí yo también mientras hablaba—. Desaté un cataclismo en el infierno, por haber transformado a un Ángel condenado; aún cuando las leyes divinas me lo prohibían.

Rafael entornó sus ojos, en un sentido doble.

—Ojalá hubieras hecho solo eso. Aquel sonido gutural que oíste, antes de que Daniel se fuera, era un llamado—explicó dirigiendo su vista al cielo nocturno, hacia donde ascendían las partículas, formando densos nubarrones—. Logré seguir a Jonathan hasta la "Montaña Sombría" donde lo perdí. Pero sé lo que hace. El nuevo rey del averno reúne a sus tropas infernales. Y tú, al reconvertir a mi hermano engrosaste sus filas. Las almas de los condenados le pertenecen por derecho a él, Alise. Daniel es su subyugado—finalizó, y la luna de sangre, se eclipsó por completo.

FIN LIBRO II

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