―Bienvenida a mi jardín querida ― la mujer se queda sin palabras ante las palabras del joven porque lo que vio con sus propios ojos fue muy extraño.

Al instante algo impactó en la cabeza de la mujer, dejándola inconsciente.

Cuando ella empezó a recobrar la conciencia, el sonido estruendoso de objetos cayendo la hacen estremecer. No podía moverse, estaba atada a una camilla, tampoco sería escuchada, su boca estaba silenciada.

Las lágrimas la inundaron al ver al hombre acercarse con ese objeto punzante mientras lo deslizaba por su cuerpo.

―Debiste haber escuchado a tu madre, se debe tener cuidado con los extraños ―una risa macabra de su parte inundó el sitio.

Se suponía que él la amaba, pero no era así, ella simplemente sería la presa de un sádico.

Los ojos de la chica observaron alrededor, donde estaban plasmadas las perversiones de ese hombre. Ella sabía que sería una más, no lucharía, se dejaría ir.

Todas esas mujeres habían desaparecido, jamás imaginó verlas en ese estado, estaban partidas a la mitad. ¿Dónde estaría la otra mitad? Eso nunca lo sabría, lo más probable es que ella terminara igual. Sus cabezas hacían la simulación de una matera, la misma flor en todas ellas, situadas como si fuera una huerta.

Gritos ahogados por parte de la mujer se hicieron presente, hasta que ya solo se escuchaba el esfuerzo del hombre por acabar.

Semanas después, el joven castaño caminaba por las calles, a lo lejos vio a una joven que lo cautivó, rápidamente se acercó a ella

.―Buen día, señorita, ¿le gustan a usted las flores? ―sonrió angelicalmente.

―Si me encantan ―dice amablemente la rubia.

―Qué bueno, porque eres una flor, deberías estar en un hermoso jardín. Con mucho gusto puedo mostrarte el mío ―dice el hombre, provocando un sonrojo a la joven.