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Misterio en Grecia

Esta novela va dedicada a ColdInside. Nota: aunque dije que en esta novela realidad y ficción se darían la mano, creo que no lo he conseguido.

Mario despertó en el aeropuerto de Atenas, con su hermana pequeña gritándole en la oreja, ganándose una reprimenda de sus padres. Mario, era un joven de trece años, el pelo negro, con el flequillo largo, que casi le tapaba los ojos azules como el hielo, muy alto para su edad, y unas facciones en el rostro, que a la gente le parecía, nada más mirarlo, que era un joven y hermoso muchacho de quince años, pero esa idea desaparecía de la cabeza cuando lo conocías más personalmente. Cuando salieron del aeropuerto, vieron un grupo de personas quejándose por la nueva normativa que habían hecho para que los turistas no se juntasen con los revolucionarios, diciendo que los turistas podían hacer lo que quisiesen. Sus padres le agarraron y lo metieron dentro del autobús, sentándolo al lado de su hermana, sin darle tiempo a escuchar lo que decían. Total, no entendía bien el griego, así que no había problema.

Llegaron ante el hotel después de haber hecho un rápido recorrido en autobús, por los lugares más importantes y visitados, guiados por una guía que hablaba un poco el italiano, con un fuerte acento griego. Mario no podía creer la de cosas que había, de las cuales, algunas, aunque no había pasado el autobús por delante, la mujer había hablado un poco de ello. No podía quitarse de la cabeza la acrópolis, el Partenón, el ágora antigua, la plaza Sintagma, el estadio Panatenaico, el templo de Zeus Olímpico, el teatro de Dioniso, el odeón de Herodes Ático, el Ágora Romana, el Kerameikos, y la biblioteca de Adriano, entre otros muchos lugares, que, le prometieron sus padres, visitarían en aquella primera semana en Atenas, como parte de su viaje de un mes que iban a pasar en Grecia.

El hotel de cinco estrellas, "La Rosa de Afrodita", era un hotel digno de marqueses, pero claro, sus padres podían permitírselo, aunque a él no le gustaban los lujos que el hotel le daba, sino las increíbles obras de arte que había en él, aunque tenía que admitir, que el hotel de cincuenta plantas, con el nombre en griego escrito en lo alto, con las cinco estrellas debajo de este, y el dibujo de una rosa en forma de corazón encima, tenía una arquitectura impresionante, que hacía recordar a un verdadero edificio de la antigua Grecia, lo que a él le encantaba, pero sus padres no le dieron la oportunidad de verlo entero por causa de su hermana, y fueron directamente a la habitación.

Se quedó mirando a Francesca, su hermana, era un demonio humano de siete años, que se disfrazaba de ángel ante sus padres, sobre todo si la pillaban haciendo algo malo y no conseguía echarle la culpa a Mario, y esto último ocurría muy a menudo, así que Mario odiaba a su hermana, y le daba gracias al cielo de que su hermano mayor Giovanni, de dieciséis años, no hubiese venido, porque, por mucho que este la liase, no podría excusarse con la típica excusa de que él había intentado impedirle a Mario que hiciese cualquier cosa cuando volviesen, en el caso de que hubiese hecho algo, como, por ejemplo, cuando sus padres volvieron de dos semanas de trabajo, y se encontraron con gente mareada, vomitando, colocada, y borracha, y, milagrosamente, Giovanni se las arregló para que regañaran a Mario, aunque este no tuviese síntomas de haber fumado ni bebido, y la gente que había tuviese la edad de Giovanni. Suspiró, pues lo que había hecho Francesca, era peor que la fiesta de la que Giovanni le había culpado, y, evidentemente, él se llevó toda la culpa, y, en consecuencia, el castigo. Cerró la puerta de la habitación de un portazo, sin poder quitarse de la cabeza lo que acaba de pasar.

Todo ocurrió mientras sus padres entraban con su hermana a la recepción del hotel, él se quedó fuera, contemplando las columnas, paredes, suelos y techos, el magnífico suelo que había antes de entrar por la puerta del hotel. Era circular, y tenía un boquete en el centro, también circular, estaba hecho de mosaicos, tenía un dibujo en grade, que representaba las letras alfa y omega entrelazadas, de color negro, en contraste con el blanco del resto del mosaico. Cuando terminó de mirar todas las decoraciones que había fuera, fue a entrar, y vio a Francesca, abriendo su neceser, mientras sus padres hablaban con la recepcionista, y de él sacaba su pasta de dientes, y se acercaba con decisión, a una representación exacta del cuadro "La Caída de Ícaro", abría la pasta de dientes, y apuntaba hacia él. Entonces, Mario fue corriendo, saltó, y, justo cuando Francesca disparaba hacia el cuadro, Mario aterrizó sobre una silla que había delante de este, y se llenó de pasta de dientes de arriba a abajo, para una pequeña decepción de su hermana, pero, viendo eso como un divertido cambio en sus planes, tiró la silla de un empujón, por lo que Mario, sin otra opción, se agarró a lo primero que pilló, empapándolo de pasta de dientes, mientras Francesca llamaba a sus padres. Mario se había agarrado al cuadro, y, justo cuando sus padres miraban, este se desenganchó, y, al caer al suelo, el marco se rompió en miles de trozos, y el dibujo quedó gravemente dañado, arrugado y lleno de pasta de dientes.

Le habían castigado sin ir a ver Atenas al día siguiente, con ellos, y, lo peor, era que pensaban llamar a Giovanni para que estuviese pendiente de él, en lugar de dejarlo en el chalet que, secretamente, compartiría con su novia Antonietta, y sus amigos Giorgio, y Angelo. Mientras escuchaba cómo sus padres, al otro lado de la puerta, hablaban con Francesca con una voz tranquila y cuidadosa, como si le estuviesen explicando que él era el peor niño del mundo, se tumbó en la cama y hundió su cara en la almohada para ahogar un grito, inconsciente de todo lo que se le vendría encima en tan solo unas horas.

La mujer, soltó el carro de la limpieza, después de haber limpiado la pasta de dientes que había por todo el suelo, algo extrañada, mientras marcaba un número en su móvil, demasiado moderno para una mujer de sesenta años, y empezó a buscar un número. Cuando el nombre de Aristo apareció en la lista de contactos, pulsó encima de este, y el móvil comenzó a llamar. Cuando respondieron al otro lado, habló una voz lúgubre, molesta, y cansada: -¿Qué ocurre Adelfa? estoy ocupado, el Templo de Poseidón en el cabo de Sunión en el Ática no va a vigilarse solo- Adelfa suspiró: -Aristo, ¿qué parte de ser discreto cuando hablemos por el móvil no has entendido? no, no digas nada, ha empezado, lo que ella dijo, sé quién es la persona que necesitamos, se llama Mario, Mario Cassolini... voy a intentar llevarlo hacia Sunión lo antes posible, tenemos que explicarle para qué le necesitamos- Aristo carraspeó al otro lado de la línea: -Bien, pero rápido, sabes que en el Partenón, solo funciona cuando hay luna llena, a las diez de la noche- Adelfa soltó un ruido de confirmación con la garganta, antes de colgar el móvil, coger el carrito de la limpieza, y subirse al ascensor, repitiéndose en la cabeza lo que, hacía ya tanto tiempo, dijo la oráculo de Delfos, y el plan que estaba trazando para evitar lo peor.

A las tres horas de haberlo llamado, Giovanni pegó a la puerta. Tenía los mismos ojos que su hermano, el mismo tono de pelo y el mismo peinado, cosa que Mario odiaba, ya que sabía que se lo ponía para molestarle, pues, cuando no estaban sus padres, cogía gomina, y se lo ponía en punta, cosa que no lograba entender. Cuando entró, Giovanni le dio dos besos a sus padres, cogió a su hermana y le revolvió el pelo, y, unos segundos después, Mario escuchó cómo sus padres le decían a Giovanni que compartiría cuarto con él. Cuando Giovanni entró, su mirada emanaba odio, y, cuando se acercó a Mario, lo agarró fuertemente del pelo, y le dijo: -Idiota, eso es lo que eres, ¿por qué has tenido que montarla hoy justo, cuando estaba solo con Anttonieta en el chalet? te la vas a ganar, tú espérate a que se vayan y verás, te voy a hacer sufrir como nunca antes has sufrido- Mario resopló cuando su hermano le soltó: -¿Por qué no le haces y le dices todo esto a Francesca? yo solo me interpuse entre el cuadro y la pasta de dientes, que disparó ella, y ella me empujó, papá y mamá no me creen, pero tú sabes que es verdad, tú sabes que nunca estropearía una obra de arte, tú solamente estás enfadado porque ibas a perder la virginidad esta noche, y al no conseguirlo lo pagas conmigo- terminó, añadiéndole un tono malicioso y divertido a su voz. Giovanni se dirigió hacia él con el puño en alto, pero paró justo en el momento en el que su madre entraba para llamarles: -Chicos, venga, salid un momento, una trabajadora del hotel quiere hablar con todos nosotros- Mario soltó un suspiro de alivio, sorprendido por la buena suerte que había tenido, pero desconocía que a partir de ese momento, su suerte sería algo escasa.

Una mujer con la espalda algo curvada, ojos oscuros, y un largo pelo cano rizado, que tenía indicios muy pequeños de que en el pasado fue un hermoso cabello rubio, les sonrió y dijo: -Tengo que pedirles perdón, familia Cassolini, en nombre de la dirección del hotel, hemos detectado hace unas horas una plaga de ratones en el hotel, y hay indicios de que entre las paredes de esta habitación, es donde se esconden, por lo que me veo obligada a pedirles, que, mientras desinfectan, salgan del hotel... visiten Atenas, yo misma me he ofrecido como guía, y, no se preocupen, tendrán una visita guiada completa, empezaremos por la plaza más concurrida de Atenas, y terminaremos con su famoso partenón- terminó de hablar la mujer, con un brillo divertido en la mirada, y una voz que denotaba amabilidad y deseo, deseo de poder salir de allí y pasar el tiempo con personas que la consideraran amable, no solo como trabajadora, sino como persona. Mario se quedó impresionado al ver que había notado todo eso en una persona que apenas conocía, pero, aunque sus padres intentaron pedir que él tenía que quedarse en el hotel como castigo, la anciana insistió, y la extrañeza de Mario se sustituyó por una alegría, al ver que al final iba a poder visitar Atenas, y eso, Giovanni no se lo iba a estropear.

La Plaza Sintagma era inmensa, estaba concurrida de personas que se sentaban a la sombra de los árboles para descansar, o para tomarse la merienda que habían comprado en las cafeterías, al final de la plaza, se encontraba el Parlamento, del que la anciana mujer estaba hablando como si ella hubiese protagonizado todos los sucesos allí ocurridos, mientras la escuchaban únicamente Mario y sus padres, pues Francesca se dedicaba a correr detrás de los pájaros para asustarlos, y Giovanni se apoyaba en una pared, y se quedaba mirando a las muchachas que pasaban delante de él, diciéndoles piropos en un griego perfecto, con lo que conseguía que se sonrojasen y soltasen unas risitas tontas, aunque algunas se quedaban mirando a Mario, esperando posiblemente a que él también les soltase un piropo como su hermano, a lo mejor por que lo encontraban igual de atractivo que a Giovanni, pero él estaba demasiado ocupado escuchando la explicación de Adelfa sobre la historia de cómo los atenienses que se manifestaron convencieron al rey Otón para que hiciera y aprobara una constitución, además, él no iba a soltarle piropos a chicas de dieciséis y quince años, por mucho que los ojos se le fuesen tras ellas, había que reconocer que, aunque parecía mayor, solo tenía trece años, y no quería soltarle a las chicas cursiladas como "eres más bella que una rosa", o a lo mejor "resplandeces más que la luz de la luna", había veces que le daban arcadas solo de pensar en decir eso, no digamos soltárselo a una niña que desconoces y pasa por delante tuya. Mientras pensaba en esto, fueron andando hacia la Tumba del Soldado Desconocido, de la que Adelfa empezó a hablar, pero tuvo que callarse cuando, de los altavoces que había alrededor de la plaza, sonó una voz que dijo en español, italiano, inglés, griego, chino, japonés y alemán: -Por favor, rogamos a los turistas que abandonen la plaza y se metan en edificios y calles colindantes a esta, mientras los antidisturbios se encargan de los revolucionarios- unos segundos más tarde, aparecieron unos centenares de atenienses con piedras, pistolas escondidas entre la ropa, incluso cócteles molotov, y, por lo que Mario pudo identificar mientras huían los turistas, empezaron a sacar gases lacrimógenos, sin darle tiempo a los antidisturbios a reaccionar correctamente. Mientras, entraban en un hotel casi destartalado en el que se podía ver que en el pasado, la mayor parte de las celebridades habían estado en él, un hotel que se podía ver que había estado tan concurrido como en la actualidad lo estaba "La Rosa de Afrodita". Junto con ellos seis, entraron unas diez personas más antes de que las puertas se cerrasen automáticamente. Fue entonces, cuando todos los allí presentes, menos Adelfa, descubrieron que había sido un error irse allí.

No pensaban en el hotel, sino en Atenas en particular, se arrepentían de haber ido, y Mario no paraba de culparse por haber convencido a sus padres de ir allí, sabía de sobra que la gran modelo Elisabetta, a la que sus amigos y los amigos de su hermano se comían con los ojos, había suspendido el pase de moda al rededor de toda Francia, para poder irse con su familia, y también sabía que Francesco, uno de los mejores cocineros del mundo, había rechazado la propuesta de irse al mejor restaurante del mundo, en Nueva York, para hacer lo mismo que su querida esposa Elisabetta. Mientras se arrepentía de que sus padres hubiesen hecho todo eso solo porque él les pidió que quería que pasasen más tiempo con ellos, se asomó por una ventana, por la que vio cómo los antidisturbios salían corriendo, al ver cómo algunos de ellos, más de la mitad, salían con algún disparo en el brazo,la cara quemada, o cualquier otra herida producida por armas de fuego y armas blancas, algunos, como pudo comprobar desde la ventana, estaban muertos. Los revolucionarios avanzaban lenta e inexorablemente hacia lo que parecía ser el final de la plaza desde su punto de vista. Cuando se giró para hablar con sus padres sobre lo que acababa de ver, asustado, se chocó contra una chica rubia, de pelo suelto y rizado, ojos azul celeste, piel clara, y, claramente, por los rasgos de su cara, tenía trece años, aunque miraba a Mario como si hubiese matado a alguien, y le dio una bofetada en la cara.

Mario corrió hacia sus padres, sin localizarlos, pues no recordaba que estaban justo en la puerta del vestíbulo, mientras la muchacha corría tras él, gritándole en inglés, cualquier cosa que fuese, pero en ese momento estaba demasiado ocupado buscando a sus padres como para hacerse la traducción a sí mismo. Cuando vio a sus padres, al final del vestíbulo, sentados en un banco, hablando con Adelfa, y jugando con Francesca, mientras Giovanni conseguía ligar con una joven y hermosa morena francesa, su gritona perseguidora lo agarró del brazo y tiró de él, logrando accidentalmente con su pelo ondulado, brillando por la luz del sol reflejada en él, sus ojos de un celeste cielo, y un ligero olor a coco y canela, que Mario se ruborizase, pero, si ella lo noto, no dio muestras de ello, pues estaba demasiado ocupada gritándole: -¡Primero estropeas uno de los cuadros de la exposición del hotel, sin saber lo que a mi padre le costó reunir tantos cuadros, aunque fuesen copias, después, dejas que entren unos ratones en el hotel, y, por último, me empujas para tirarme al suelo cuando iba a quejarme de las dos cosas anteriores cuando dejé de observar lo que estaba ocurriendo fuera en la calle!, créeme cuando te digo que yo, al contrario que las tontas que se te quedan mirando embelesadas igual que a tu hermano, no voy a caer en el truco del niño guapo, pues que tengas quince años, no te da derecho a comportarte de esas maneras- Mario se la quedó mirando, y dijo: -Mira... eh...- -me llamo Grace, Emily Grace, soy hija de uno de los directores del hotel- Mario asintió con la cabeza, esforzándose por escuchar lo que decía la muchacha y no quedarse como un tonto contemplándola, y dijo, con una voz medio ida que denotaba nerviosismo y vergüenza: -No Emily, tengo trece años, no quince, siempre ocurre lo mismo cuando la gente me conoce... esto... lo del cuadro... fue un accidente... n-no quería... estro... estropearlo... perdón... y... y... yo... no dejé entrar a ratones en el hotel, Adelfa nos dijo que se había detectado una plaga, y que era mejor que saliésemos del hotel- dijo esta última frase corriendo y con los ojos cerrados, y, cuando los abrió, Emily tenía los ojos entrecerrados, por lo que Mario se dio un tortazo en la cabeza con la palma abierta, consciente de que había metido la pata, no entendía por qué había hecho tanto el tonto con una chica tan guapa. Unos segundos después, la muchacha se dirigió hacia sus padres, que seguían hablando con Adelfa, y habían dejado desatendida a Francesca, que se dedicaba en esos momentos a pintorrear con permanente una cara desfigurada con gafas y mostacho, con la frase "Francesca Cassolini ha estado aquí", pero ni él se molestó en detener a su hermana, ni Emily llegó a donde estaban ellos, y Giovanni no terminó de convencer del todo a la francesa para conseguir besarla e ir a los baños del vestíbulo, a los que no se atrevía nadie a entrar, pues la voz de los altavoces volvió a sonar: -Señores turistas, ya pueden salir a la calle y continuar como si nada hubiese ocurrido, pues nada ha ocurrido ya que tenemos a los revolucionarios retenidos por fin, disculpen las molestias- las puertas del hotel se abrieron solas, y todos salieron a la calle.

Lo que vieron, les dejó a todos boquiabiertos. La plaza se estaba limpiando sola en tan solo unos segundos, los bancos colocados alrededor de esta, se habían levantado como trampillas, con parte del suelo pegado a sus patas, dejando agujeros por los que eran absorbidos, con un ruido de aspiradora gigante, los restos de la pelea que hace unos minutos había causado tanto revuelo. Todos apartaron la vista del espectáculo, cuando vieron que algunos cuerpos inertes también eran absorbidos. Cuando los bancos volvieron a su posición normal, de repente, la gente volvió a comportarse como si nada hubiese pasado, incluidos sus padres y su hermano, los únicos que, al parecer seguían preocupados, eran Adelfa, su hermana Francesca, y él, aunque también Emily Grace, a la que no podía ver, pues estaba a sus espaldas, en la entrada del hotel que habían dejado. Siguieron andando por la plaza, y Emily dejó las sombras que le proporcionaba el Hotel Grande Bretagne para seguirlos.

Cuando llegaron ante el Parlamento, sus padres y su hermano, entre otras personas que se habían acercado para verlo y que también habían actuado como ellos, volvieron a adoptar un tono de preocupación en su mirada, pues los revolucionarios estaban subiendo por las escaleras, armados, pero, justo cuando llegaron ante las puertas, estas, y todas las ventanas, se cerraron de un golpe seco, con unas hojas de metal, a prueba de bombas, de balas, o de cualquier arma que ellos tuviesen. Se giraron para irse de allí por donde habían venido, pero, del suelo, emergió una valla de metal, con alambres de espino en lo alto, y una fuerza de descarga eléctrica inverosímil, que podía carbonizar a cualquiera que rozase la valla. Los revolucionarios se asustaron al ver que no tenían escapatoria, pero uno de ellos subió unos escalones más arriba, y les llamó la atención: -No tenemos de qué preocuparnos, nuestros compañeros estarán aquí mañana, con un objeto que nos ayudará a librar a Grecia de este gobierno corrupto, que nos está oprimiendo la libertad de expresión, el derecho a la vida, a una vivienda digna, y a un pago y un trabajo justo, ¡¿vamos a consentirlo, o esperaremos hasta que lleguen mañana nuestros aliados para librar a Grecia de esta tortura?!- todos gritaron, en aprobación con lo que había dicho ese hombre, pero no había terminado: -¡Mañana, nos haremos con el Parlamento, y con el gobierno de Grecia, y después, iremos por toda Europa, para ayudar a los países que están apunto de terminar como nosotros, y, después de Europa, el resto del mundo, y solo tenemos que esperar a que llegue mañana Achilles, nuestro jefe, con refuerzos, y con ese objeto que nos dará la victoria!- volvieron a gritar en aprobación, y entonces, Adelfa miró su reloj, y dijo: -¡Son las ocho de la tarde! venga rápido, con el revuelo que ha habido, solo nos da tiempo a tomar un café antes de ir a la acrópolis y ver el Partenón, tristemente, no nos ha dado tiempo a ver el templo de Zeus Olímpico, ni la biblioteca de Adriano, que son algunos de mis favoritos en toda Atenas, pero bueno, no se puede tener todo- se dirigieron a una cafetería y pidieron unos bocatas, y cuatro cafés, un chocolate, y un descafeinado.

Cuando Mario se terminó el descafeinado, a Francesca ya hacía unos minutos que se le había caído el chocolate caliente encima. Pidieron la cuenta, y Elisabetta sacó una de sus tarjetas de crédito para pagarla, pero, cuando fueron a pasarla por la máquina, esta fue denegada, y rápidamente, le dio sus tres tarjetas restantes, todas fueron denegadas, Francesco sacó las cuatro que él tenía, pero no tenía dinero suficiente para pagar la cuenta. Desesperados, obligaron a Giovanni a que sacara la suya, pero no le quedaba nada, Adelfa, la pobre, ya había sacado esa mañana el dinero para comprar toda las cosas que iba a tomarse durante el mes, por lo tanto, Mario sacó la suya, la cual nunca había utilizado, menos una vez que vio una maqueta a escala real de la Torre Eiffel en un supermercado. Cuando el camarero, con el ceño fruncido, pasó la tarjeta de Mario por la máquina, los nueve euros de la merienda fueron pagados al instante, por lo que Mario sonrió aliviado al ver que había hecho bien en no comprar nada de souvenires, al contrario de lo que habían hecho sus padres y Giovanni, aunque él había visto que su hermano no se lo había gastado precisamente en recuerdos. Cuando Adelfa vio que eran las ocho y cuarto, se levantó, seguida por los demás, para ir en dirección a la acrópolis.

Mario miró a su alrededor, asombrado y decepcionado al mismo tiempo, pues, aunque aquellos restos eran dignos de admiración, y sus vistas eran asombrosas, las grúas que había repartidas estropeaban la mayor parte de las vistas. Mientras caminaban tras Adelfa, le sorprendió comprobar lo que admiraban tanto antaño a la diosa Atenea en aquella ciudad, él ya sabía que era la patrona de Atenas, pero le sorprendía los tantos lugares de culto que se le atribuían. Estuvieron tanto tiempo allí, entre historias y leyendas, que no se dieron cuenta de las horas que pasaron. Cuando Adelfa miró el reloj, eran las diez menos cuarto, y la luna llena iluminaba el Partenón, en el que se encontraban en ese momento. Sus padres cogieron a Francesca, y empezaron a bajar por la escarpada senda para volver al hotel lo antes posible para cenar. Mario y Giovanni les iban a seguir, pero Adelfa agarró a Mario del brazo y tiró de él, excusándose: -Perdona Mario, pero no he podido evitar ver que eres, de entre toda tu familia, al que más le interesa la arquitectura de la antigua Grecia, y también sus leyendas, así que quiero enseñarte esto, pero tiene que ser antes de que pasen las diez de la noche, de lo contrario la fuerza de la luna llena no funcionará- Mario la miró extrañado, como si estuviese ante una vieja loca. Giovanni, intrigado por lo que estaba haciendo su hermano al alejarse de sus padres con Adelfa, les siguió. Ninguno se dio cuenta de que Emily Grace les seguía.

 Llegaron ante la entrada del Partenón, pero, en lugar de quedarse fuera, que era lo que Mario pensaba que tenían que hacer, entraron dentro. El suelo estaba algo estropeado, con grietas repartidas por todos lados, la luz de la luna se colaba por el techo derruido, en el centro se encontraba una especie de altar, donde antiguamente, supuso Mario, tendría que encontrarse la estatua de Atenea de madera, cubierta de oro y marfil. Adelfa se acercó al altar, cubierto de polvo, el cual quitó de un soplido, y, grabado en la piedra, se encontraban la letra alfa y omega entrelazadas dentro de un círculo, y, en el centro, se encontraba un hueco circular un poco más pequeño. Al verlo, Adelfa sacó su monedero del bolsillo, susurrando algo, y entonces, sacó una moneda de un euro. La puso en el hueco circular del centro, y un destello blanco inundó el lugar. Cuando la luz se apagó, un trozo de papiro apareció flotando en el aire, y Adelfa sacó unas gafas de media luna, se las puso, y se dispuso a leer el papiro.

En el papiro, las letras no paraban de cambiar de forma, hasta que se volvieron al griego actual: -Para poder abrir el portal, la respuesta correcta has de averiguar "Adivina si te digo que soy más negro que tu voz, pegado a tu destino soy tu eterno seguidor"- Adelfa lo leyó unas cuantas veces, y entonces dijo: -Sé la respuesta- de la nada, apareció una pluma en un tintero, y, con mano temblorosa, Adelfa la cogió y escribió ''la muerte''. De repente, de la nada, salieron unas hebras de hilo, que empezaron a enrollarse alrededor de Adelfa, hasta dejarla atada. Fue entonces cuando Mario se dio cuenta de que Giovanni les había seguido hasta allí, pues se acercó, leyó el papiro, rió ante la respuesta de Adelfa y respondió él con mano más decidida, que eran el pasado y el futuro, y de nuevo, algo ocurrió, del suelo salieron unas raíces de olivo, y retuvieron a Giovanni contra su voluntad. Mario, asustado, se acercó al papiro, lo leyó unas cuantas veces, y, con una mano incluso más temblorosa que la de Adelfa, cogió la pluma y escribió ''la sombra''. Un destello blanco inundó de nuevo el lugar, y, donde antes se encontraba el altar, había una especie de vórtice que giraba hacia su interior, entrando en la tierra, y emitiendo un brillo del color de la luna. Mario fue absorbido y empezó a girar y a hundirse. Las raíces que retenían a Giovanni, y las hebras de hilo que retenían a Adelfa, desaparecieron. Mientras Adelfa saltaba sin ningún miedo al vórtice, Giovanni se acercó al borde, estirando el brazo para poder agarrar a Mario, pero el suelo se vino abajo, y él también se hundió en el vórtice. Emily, que lo había visto todo desde la entrada, intentó huir, pero el aire la empujó hacia el interior, hasta que el vórtice la absorbió también a ella, para cerrarse limpiamente, sin ningún rasgo que indicase que allí se había abierto el suelo, y la moneda de un euro que había sobre el altar, desapareció, en dirección al monedero de Adelfa, con un brillo dorado.

Mario se despertó en una playa, al menos, él creía que era una playa, pues, a tan solo unos pasos, había un camino montañoso que subía hacia una especie de templo antiguo, que se erigía sobre un acantilado. Miró su reloj, eran las diez y cinco de la noche, Giovanni se encontraba inconsciente a su lado, y, un poco más allá, pudo ver a la muchacha que le había fascinado hacía tan solo unas horas. Emily Grace farfullaba en sueños, mientras Adelfa, a espaldas de Mario, hablaba con un hombre de pelo grasiento, color acre, despeinado y largo, ojos marrones oscuros, y una indumentaria que le hacía recordar al fantasma de la ópera, la película favorita de su madre, aunque no llevase capa, tenía una camisa negra, y unos guantes negros, y sí es verdad que tenía media cara cubierta, por lo que solo se le veía un ojo a la perfección. Se levantó, y fue hacia ellos. Lo notaron al instante, pues se callaron y se giraron hacia él. Cuando llegó ante ellos, fue Adelfa la que habló: -Mario, este es mi hijo Aristo, sé que te debemos una explicación, pero será mejor esperar a que los otros dos despierten, ellos también se la merecen- Mario intentó quejarse, pero, al mirar a Aristo, se lo pensó mejor y cerró la boca.

Cuando Giovanni y Emily despertaron, al cabo de dos minutos, empezaron a protestar, pero, al ver la inmensa mole que era Aristo, callaron, y prestaron toda su atención, interesados de repente, en lo que Adelfa quería explicarles: -Bien, aunque hasta que no lleguemos a Delfos, no os puedo dar toda la información, sí os puedo dar parte de ella... todo empezó en el hotel, cuando Mario tiró el cuadro de Ícaro, fue entonces cuando supe que era él el que tenía que encargarse de la misión para salvar a Grecia, y al mundo... ahora, necesito que miréis esta moneda, que, en Atenas, he puesto en el altar consagrado a la diosa Atenea, podéis comprobar que tiene un brillo dorado, bien, esto significa, aunque no os lo creáis, que la moneda tiene el poder de la diosa en su interior, necesitamos reunir todos los poderes necesarios antes de mañana, para evitar que los revolucionarios tomen el poder, pues, el jefe de los revolucionarios, es algo más que una persona, es una energía, una especie de ente maligno que se ha apoderado de un cuerpo humano, y lo único que quiere es el control mundial... la historia se remonta a los principios de Grecia, este país oculta un secreto, algo que nadie recuerda, pues se dice, que quien lo haya encontrado alguna vez, después lo ha olvidado, un secreto, que ha sido el origen de todas las batallas ocurridas a lo largo de la historia de Grecia, provocadas por la avaricia... y por ese ente, la única forma de descubrir el secreto, y detener al ente, es reuniendo el poder suficiente, y encontrando el medallón Ateneo, que es como le llamó Platón en uno de sus innumerables escritos, y tenemos que encontrarlo nosotros, porque es la única forma de salvar al mundo- los tres la miraron como si Adelfa se hubiese vuelto loca, pero ella insistió: -Estamos en el cabo de Sunión, venid conmigo al Templo de Poseidón, y os demostraré que no os engaño, es ahí donde se encuentra el portal a Delfos... tenemos hasta las siete de la mañana para cumplir la misión- los tres suspiraron, pero la siguieron de todos modos, pues Aristo les dirigió una mirada que les inquietó.

Cuando llegaron al Templo de Poseidón, Adelfa le pidió a su hijo una moneda de un euro, y, acercándose a una pared, que miraba al mar, encontró lo que buscaba, las letras alfa y omega entrecruzadas en el interior de un círculo, en cuyo centro, había un hueco circular más pequeño para meter la moneda, Adelfa se giró hacia ellos, y dijo: -Este, es el símbolo Ateneo, el de Atenas servía para invocar el poder de Atenea, y suponemos que este es para invocar al de Poseidón, pero no sabemos qué es lo que puede pasar, así que alejaos un poco, puede ser peligroso- recordando lo ocurrido en el Partenón, los tres se alejaron, y Adelfa colocó la moneda. El símbolo Ateneo se deshizo en nieblas, y en su lugar apareció una figura transparente, un hombre anciano de ojos grises, pelo cano, y ropa de la antigua Grecia, por su indumentaria tendría que ser un rey. Mario, que era al que le fascinaba la mitología, no pudo evitar apartar el miedo para dar paso a la curiosidad: -¿Es usted Poseidón?- el anciano, lo miró, como si lo hubiese oído pero no lo hubiese entendido, entonces, Mario comprendió que no sabía griego antiguo, pero Aristo lo tradujo a la perfección, el anciano, comprendiendo lo que ocurría, chasqueó los dedos, y todos, como si nada, empezaron a comprender y a hablar a la perfección el griego antiguo, mientras el anciano contestaba a la pregunta: -No, no soy Poseidón, soy el padre de Teseo, el rey Egeo, este es el lugarde mi muerte, salté al mar, el reino de Poseidón, desde aquí, para morir al ver que mi hijo no volvía de su lucha contra el minotauro... murió, no había velas blancas, eran negras, por lo tanto, murió, sé que es la verdad, así que salté desde aquí para reunirme con él, y, desde que morí, Poseidón, eterno protector de mi hijo, me entregó parte de sus dones para poder controlar las aguas- Mario se compadeció del hombre, y le dijo: -Señor, su hijo no murió, simplemente se le olvidó cambiar las velas, no se puede imaginar por la de problemas que pasó antes de regresar hasta aquí- Egeo compuso una mirada de odio aterradora, y, mientras las olas empezaban a saltar, amenazadoras, y el viento sopló lo suficientemente fuerte como para tirarlos por el acantilado, Egeo rugió: -¿Insinúas que mi hijo se olvidó de mí, que vivió pero que se olvidó de avisar a su padre, eso es lo que dices?- Mario asintió, aterrado, y, como respuesta, Egeo levantó el brazo y una ola arrastró a Mario hacia el acantilado. Emily gritó, Aristo no podía moverse por causa del viento, Adelfa estaba agarrada a una columna, así que Giovanni se lanzó y cogió a su hermano del brazo. Mario se puso en pie, y le preguntó a Adelfa: -¿Cómo hacemos para derrotarlo?- la anciana le miró, y dijo: -Tenemos que convencerle de que lo que has dicho es verdad, solo así conseguirá calmarse, y entregarnos voluntariamente el poder de Poseidón y abrir el portal hacia Delfos- Mario sonrió y sacó su móvil, pero otra ola se lo arrancó de las manos, y lo mismo hizo con los demás, los cuales cogió Egeo, mientras el de Mario se mecía tranquilamente al borde del acantilado. Egeo soltó un grito de loco, mezclado con unas risas de tarado. Mario, sin dudarlo ni un instante, se lanzó a por su móvil.

Nadie dijo que hubiese sido fácil, el viento y las olas amenazaban con tirarlo a cada paso que daba, pero los otros cuatro habían conseguido distraerlo gritando improperios sobre Poseidón y sobre Teseo, lo que enfureció todavía más al fantasma. Cuando Mario consiguió coger el móvil, vio que eran las doce menos cuarto, sus padres estarían muertos de preocupación, pero no podía distraerse con eso. Entró en Google, y en Wikipedia, buscó Teseo. Cuando cargó, fue corriendo, antes de que nadie se diera cuenta, y se puso cara a cara con el móvil en alto, ante Egeo, y gritó: -Si no me crees, lee esto atentamente, y sabrás que no te miento- Egeo le quitó el móvil de las manos, y, a medida que leía, el viento y las olas iban disminuyendo, hasta que ya no hubo ninguno. Cuando terminó de leer, unas lágrimas surcaban su rostro y susurró: -Es verdad... él se... se olvidó de mí... no me quería tanto como yo pensaba- Mario intentó consolarle, pero Egeo negó con la cabeza, les entregó a cada uno su móvil y dijo: -Perdonadme por ser tan estúpido, será mejor que os dé el poder de Poseidón y que os abra el portal a Delfos- dicho esto, su cuerpo fue volviéndose niebla, y entrando en la moneda, que resplandeció con un color azul marino, Aristo la cogió, y entonces, en mitad de la pared, apareció una puerta de madera, que, al abrirla, dio a una ladera. Fueron entrando uno a uno, sin saber lo que la oráculo, que se encontraba al fondo, al lado de la entrada de una cueva, les iba a contar.

Mientras, en Atenas, Elisabetta y Francesco, acostaron a su hija, sin mostrar la menor señal de preocupación por la desaparición de sus hijos, y, cuando Francesca preguntó por sus hermanos, sus padres pusieron una cara extraña, pues no recordaban tener más hijos. Fueron a acostarse, y entonces, pegaron a la puerta de la habitación. Elisabetta fue a abrir, y un hombre con chaqueta de etiqueta negra y gafas de sol, dijo: -Señores Cassolini, somos del gobierno, el primer ministro piensa que sus hijos se han metido en un grave problema, se encuentra abajo, para hablar con ustedes, tengan en cuenta que es un problema de Estado, algo que puede poner en riesgo a Grecia y al resto del mundo- Francesco miró al hombre, y le dijo: -Perdone, ¿seguro que no se ha equivocado de señores Cassolini? nosotros solo tenemos una hija de siete años, Francesca, no tenemos más niños- el hombre negó con la cabeza, y dijo: -Ese es uno de los problemas que sus hijos han ocasionado, por lo que tienen que venir enseguida, el señor Achilles tiene razón en que este problema es demasiado grave- en el acto, más hombres con chaquetas negras de etiqueta y gafas de sol, entraron y se los llevaron a los tres hacia el vestíbulo. Cuando llegaron, un hombre rubio con ojos color miel, mirada sagaz, y una diabólica sonrisa, digna de cualquier político corrupto que se preciase, dijo: -Señores Cassolini, disculpen las molestias, pero creo que esta foto les abrirá un poco la mente- dijo, enseñando una foto en la que salían Giovanni y Mario. Al instante, el rostro de Elisabetta y de Francesco enmudeció por el terror, y Achilles dijo: -Bien, sabía que no podían olvidar del todo a sus hijos, ahora, por favor director, si podemos ir a su despacho... sabe a la perfección que su hija está involucrada en esto, aunque sea por accidente- el padre de Emily asintió, y se dirigieron a su despacho.

Cuando estuvieron todos presentes, Achilles cerró la puerta y dijo: -Bien, hemos visto que sus hijos han sido atraídos por una de las revolucionarias más peligrosas que conocemos, trabajaba en este hotel como limpiadora y se llama Adelfa, al atraerlos hacia ella, aunque ustedes no lo sepan, se han desobedecido muchos decretos... diez, si no estoy equivocado, que ponen a sus hijos en un grave aprieto, dichos decretos son el 12 ,34, 56, 63, 85, 90, 107, 240, 333 y 399, los cuales, prohiben terminantemente a los turistas, comunicarse con atenienses desconocidos, hacerles caso, ir con ellos, ayudarles, conocerles, escucharles, irrumpir en lugares en reconstrucción, como, por ejemplo, el interior del Partenón, destruir lugares de turismo, dormir en playas y entrar en cuevas, tengan en cuenta que todos estos decretos están puestos para proteger a los turistas y a los atenienses de los revolucionarios, o de peligros naturales, y para proteger nuestros lugares de turismo, pero ahora, lo que importa es que sus hijos, sin saberlo, las han incumplido, las diez, y están bajo el tuntún de la revolucionaria más peligrosa, que, suponemos, se encuentran en estos momentos- dijo, mientras acariciaba un medallón dorado, que tenían entrecruzadas la letra alfa y omega, antes de decir: -Ahora, si no les importa, su hija Francesca se irá con uno de mis hombres, el tema que vamos a tratar ahora es para adultos- todos asintieron, pero la pequeña no se fiaba de Achilles, aunque no tuvo más remedio que abandonar el despacho, ante la clara sospecha de que el nombre de ese señor lo había escuchado antes, justo ese mismo día, y de que no debía dejar a sus padres y al director del hotel solos con ese hombre.

En Delfos, Mario, Giovanni y Emily les pidieron disculpas a Adelfa y a Aristo por no haberles creído, mientras se dirigían a la cueva por donde asomaba una mujer, cuyo contorno no podían ver con claridad a causa de la distancia. Mientras andaban, Mario se giró hacia Giovanni, sonriendo: -Oye, gracias por intentar salvarme en el Partenón y el acantilado, no sabía que fuese tan importante para ti- Giovanni lo miró y dijo: -Tú no eres importante para mí enano, solo me preocupa la reprimenda que me podrían dar nuestros padres en el caso de que murieses- a Mario se le quitó la sonrisa de la cara, enfadado consigo mismo, pues claro que Giovanni no se había preocupado por él, se había hecho ilusiones para nada, pero entonces notó cómo alguien le cogía de la mano, era Emily, que le sonrió: -No le hagas caso, seguro que lo dice para mosquearte... ¿sabes? has sido muy valiente en el Templo de Poseidón, corriendo así hacia el acantilado, amenazado por el viento y las olas- Mario se sonrojó a su pesar, sonriendo, pero aun así dijo: -Vamos, cualquiera hubiese hecho lo mismo si su móvil se queda balanceando al borde de un barranco- ella sonrió, y dijo: -Puede, pero aun así, has sido muy valiente- terminó, mirando fijamente a Mario, y, cuando vio que este se daba cuenta, ella se apresuró a añadir mientras soltaba su mano: -Pero eso no quiere decir que no siga enfadada por lo del cuadro, aunque podemos arreglarlo todo y ser amigos- terminó, alzando su brazo, con la mano extendida, y Mario, algo alicaído por lo último que Emily le había dicho, se la apretó, más por cortesía que otra cosa. Siguieron andando hasta llegar a la entrada de la cueva. Eran las doce y media, y el tiempo seguía corriendo.

La mujer, aparentaba tener unos treinta años, sus ojos eran de color miel, y su pelo marrón chocolate, de un chocolate claro, cubierto por un fino velo, vestía ropa de la antigua Grecia y su rostro era hermoso, tan perfecto que apenas parecía real, era como una ilusión. La mujer les indicó con una mano que entrasen en la cueva, y ellos obedecieron. Cuando entraron, extendió una mano hacia Giovanni, que se extraño, pero, con un gesto de Adelfa, entendió que le estaba pidiendo una moneda, así que este se sacó dos monedas de cincuenta del bolsillo, y se las entregó, pero ella negó con la cabeza, y Giovanni suspiró: -Es lo único que tengo, así que tiene que servir- la mujer asintió, después de decir: -De acuerdo, pero tardará un rato- y se sentó en el frío y duro suelo de la cueva, con las piernas entrecruzadas y las manos extendidas por encima de las dos monedas, que, lentamente, empezaron a unirse y a formar una moneda de un euro. Cuando pasaron tres minutos, y todavía no había terminado, Mario se giró hacia Adelfa, y le preguntó: -¿Por qué las monedas de un euro abren los portales?- Adelfa sonrió, y dijo: -Pensaba que no me lo ibais a preguntar nunca, pero claro, tú pareces el más listo, así que en algún momento tendrías que preguntarlo. No sé cómo ocurrió, fue Aristo el que se enteró. La invención del euro no es casual, eso es verdad, fue creado para solucionar los problemas económicos que había en la mayoría de Europa, pero la forma y medida, tenían que ser perfectas para encajar en el símbolo Ateneo, de lo cual, se encargó, de forma inconsciente, tanto para él como para los demás allí presentes, en que eso fuese así, me refiero a los miembros de la reunión que se hizo para el euro, pensamos que el ente maligno influyó en ello... verás, desde tiempos inmemoriales, hasta antes de las elecciones de 2015, existía la Hermandad de los Ateneos, en honor al símbolo y al medallón, que se encargaba en descubrir el misterio que encierra Grecia, el secreto que guarda, pero, desde que en España salió el euro, hasta que se hizo obligatorio tenerlo en la mayoría de Europa, el ente fue cogiendo fuerza, destruyendo a los miembros de la hermandad, pero, por algún motivo que no comprendo, a mí nunca ha podido destruirme, y tampoco a Aristo. Pensábamos que se debía a que había conseguido hacerse con el medallón, cuyas investigaciones apuntaban a que se encontraba en el monte Olimpo, pero, como nunca se encontró, nunca supimos si se encontraba allí o no... pero bueno, mejor que te responda a tu pregunta y ya está, posiblemente el ente influyó para que el euro tuviese esa forma y tamaño, para poder controlar los portales y así encontrar el medallón, pero los miembros de la hermandad influyeron también, para que se hiciesen más monedas, de dos euros, y los céntimos, para poder confundir al ente... resulta difícil creerlo, pero tanto el ente como la hermandad teníamos formas de controlar a las personas sin que se diesen cuenta, y que siguiesen comportándose como lo hacen normalmente- Mario asintió, aterrado ante la información que le había proporcionado Adelfa, comprendiendo por primera vez al peligro que se enfrentaban.

Mientras, en el hotel, Achilles había estado hablando por el móvil para cancelar todas sus visitas y trabajos para el día siguiente y las reuniones de esa noche. Los tres padres suspiraron, habían estado dos horas esperando a que el primer ministro terminase de cancelar todas las reuniones, el padre de Emily casi se había quedado dormido, a lo largo de esas dos horas no había abierto la boca salvo para bostezar, y Elisabetta y Francesco habían estado hablando entre ellos en susurros, hasta que Achilles colgó, y se giró hacia ellos, abrió la puerta del despacho, habló con uno de los hombres, y, al cabo de unos minutos, volvió, con una bandeja con cuatro copas y una botella llena de un líquido oscuro, echó un poco de ese líquido en cada copa, y se las sirvió a los tres allí presentes, mientras sacaba el medallón que horas antes había tenido guardado en el bolsillo. Elisabetta se terminó la copa después de Francesco y de Peter, que era el padre de Emily, por lo que vio el efecto del líquido antes de que le afectase a ella. Los ojos se le volvieron totalmente negros, las venas se les marcaron tan claramente que se podía ver cómo corría la sangre, se les cortó el aire, y la piel se les puso pálida, y entonces, el aire volvió a sus pulmones, con ese aspecto tan horrible. Achilles les entregó a los tres chaquetas negras de etiquetas y gafas de sol, y, mientras se las ponían, Francesca empezó a llorar, escondida tras la puerta. Achilles, al verla, puso una mirada de odio puro, y dijo: -Coged a la niña, atadla, y amordazadla... este será nuestro centro de operaciones esta noche, encontraremos a esos cinco antes de que se hagan con todo el poder- dijo, y Elisabetta cogió a su hija, atándola y amordazándola en la silla del despacho, mientras Peter y Francesco asentían y salían del despacho. Achilles miró a Francesca, y sonriendo, dejó el medallón ante ella, sobre la mesa, mientras salía del despacho tras los demás.

Mario despertó a Emily, que se asustó y le dio un tortazo en la cara, cosa del acto reflejo, según ella, y después fue a buscar a su hermano, que había salido de la cueva para tomar el aire. Cuando salió, le llegó un olor asqueroso, que provenía del humo que estaba soltando Giovanni por la boca, mientras fumaba. Cuando llegó ante él, Mario supo al instante que estaba demasiado fumado, lo que tenía, probablemente era marihuana, que era lo que le había visto comprar mientras sus padres compraban recuerdos con Francesca mientras Adelfa le había ido a decir al director del hotel lo que había hecho con su familia. Cuando llegó, le quitó la bolsa llena de hierba a su hermano, y la echó en la hoguera que habían hecho en la cueva, el humo fue contenido por la oráculo, hasta que se extinguió. Giovanni miró a su hermano sin verlo, y, de una calada, se terminó lo que tenía. Cuando estuvieron los cinco ante la oráculo, que había convertido las dos monedas de cincuenta en una de un euro, se puso la moneda en una pulsera con el símbolo Ateneo, y sus ojos se iluminaron, y su voz sonó como miles de ecos.

En horas que pasan más veloz que el viento,

unirán a los cinco grandes,

en búsqueda de una llave ya encontrada,

cuando el fuego inunde la tierra,

la mano inocente abrirá la puerta y descubrirá el misterio,

devolviendo todo a quien le pertenece

Cuando terminó, los brillos de sus ojos se apagaron y su voz volvió a sonar con normalidad: -Esa es la profecía que desde hace años, ha preocupado a la hermandad, bueno, esta es la versión corta, en la versión larga explicaba que el elegido para encontrar a los cinco sería aquel que destruyese la eterna caída del caído, y que el ente podía aprovecharse del partido político Syriza, porque así podría ser más fácil sembrar el terror entre el pueblo griego- todos asintieron, y Giovanni susurró: -Tío, esto es increíble, creo que voy a tener que dejar la hierba- Mario asintió, mientras, en la pared de la cueva apareció un agujero que daba a un monte algo escarpado, donde había un hombre sentado en una piedra, una especie de pastor, que miraba las estrellas. Fueron a traspasar el agujero, pero la oráculo les detuvo: -El poder de los cinco grandes, se refiere a los cinco dioses primordiales, ya tenéis a Atenea y Poseidón, os quedan tres, Apolo, Hera, y Zeus- Mario fue a preguntar, pues pensaba que había dioses más importantes que Apolo, como Hades, o Ares, pero la mirada de la oráculo le dio a entender que los antiguos griegos veían más importante tener indicios sobre el futuro que cualquier otra cosa. La mujer siguió hablando: -Antes de que os de la energía de Apolo, debéis de entender que en el monte Olimpo, no hay ningún peligro, pero aquel con el que vais a hablar, os someterá a una extraña prueba, que es muy peligrosa- dicho eso, puso su mano sobre la moneda, que empezó a brillar con un tono parecido al color del sol. Giovanni se la guardó en el pantalón y cruzaron el agujero hacia el monte Olimpo, en dirección al extraño pastor, corriendo, al ver que eran las tres de la mañana.

 Mientras seguían andando, Emily volvió a agarrarle la mano a Mario, que había conseguido que Giovanni le prometiese que cuando todo terminase, le contaría su adicción a sus padres, y se apuntaría a un centro de desintoxicación, Emily había escuchado todo eso, y le sorprendió todo lo que empezaba a sentir por Mario, mientras le decía: -¿Sabes? el amor, como el destino, es caprichoso, pero este es más impredecible, pues te agarra con fuerza y puede crecer en tan poco tiempo, que duele, lo que quiero decir Mario, es que me estoy enamorando de ti, si no me he enamorado ya, y no puedo entender cómo es posible, si tan solo han pasado unas horas- Mario sonrió, y, mientras los demás seguían andando, la besó, y ella respondió con un beso más apasionado, y hubiesen seguido así si Giovanni, al que ya se le estaba pasando el efecto de la hierba, no hubiese dicho con maldad: -Valla Mario, por fin le comes la boca a una chica- ambos pararon, sonrojados, y siguieron andando, cogidos de la mano, y un brillo de felicidad en los ojos.

Cuando llegaron ante el pastor, Emily se aguantó un grito, pues este tenía ojos en las manos, los pies, las piernas, los brazos, la nuca, el cuello, y seguramente en el resto del cuerpo, pero como estaba vestido, no podían asegurarlo. Mario se acercó asombrado al pastor, y dijo: -Tú eres el gigante de los cien ojos que espiaba para Hera, tu nombre es Argos- el gigante, que, al igual que Egeo, parecía un fantasma, asintió, y dijo: -Si queréis haceros con el poder de Hera, tendréis que responder correctamente a esta pregunta, tendréis tres oportunidades, si no, os mataré a todos, muy a mi pesar- Mario asintió, y dijo, dispara: -De la cabeza de Zeus nació Atenea, y Hera quiso vengarse de alguna manera, consiguió su objetivo y pudo sacar, al dios Hefesto, al que tiró monte Olimpo abajo, ¿podríais decir por qué lo hizo, y si eso era digno viendo los atributos que Hera tenía?- Giovanni, riendo, dijo: -Seguro que estaba demasiado jodida después del parto, y, todavía con el malestar encima, lo tiró- Mario lo miró aterrado, pues sabía que esa respuesta no era correcta, solo le quedaban dos oportunidades, la cual, una de ellas se perdió, pues Emily dijo, sarcásticamente, aunque Argos se lo tomo como segunda respuesta: -Claro Giovanni, que listo, Hera, la diosa del matrimonio y la familia, iba a tirar a su hijo monte abajo porque, simplemente, estaba demasiado jodida- Argos emitió un brillo morado oscuro, casi negro, y dijo, con una voz lúgubre: -Última oportunidad, si os equivocáis moriréis- Mario asintió, y dijo antes que ninguno: -Lo tiró monte Olimpo abajo, porque le pareció demasiado feo, y no, no era digno viendo los atributos que tenía atribuidos, pues, si era la diosa de la familia, no podía hacer daño a su propia familia, aunque quisiese la familia perfecta- Argos asintió, y, del color morado, pasó a un color azul, como el del pavo real. Emily, sin necesidad de que se lo dijese nadie, sacó un euro, y el cuerpo de Argos formó en el aire el símbolo Ateneo, donde flotó la moneda de Emily, antes de aparecer ante ellos el monte Etna, o a eso le parecía a Mario que era. Cruzaron el portal, mientras Emily se guardaba la moneda que brillaba con los colores del pavo real, y Mario temía lo peor de ese lugar.

Llegaron al borde del volcán cuando el reloj marcaba las cinco de la mañana, quedaban dos horas para las siete. Se asomaron al borde, y no vieron nada, empezaron a dar vueltas, buscando el símbolo Ateneo, lo que les llevó una hora, aunque siguieron sin ver nada. Fue entonces, cuando Giovanni vio más abajo algo, era un pequeño saliente, y, a la altura de este, se encontraba el símbolo Ateneo. Con ayuda de Aristo y de su hermano, Mario llegó al saliente, y sacó una moneda, colocándola justo en el centro del símbolo. Entonces, el portal hacia Atenas se abrió, y el fondo del volcán se resquebrajó, y de él, salió una mano gigante, formada por humo, y tras esa mano, el resto del cuerpo, era un monstruo, formado por humo y fuego, con unas alas membranosas, y se fijó en Mario. Emily gritó de horror, asustada porque Mario estuviese en peligro, y se apresuro a intentar bajar. Pero Mario, que empezaba a soltar lágrimas, dijo: -No, Emily, no vengas aquí por mí, no quiero obligarte, no quiero que vengas a salvar a un amor no correspondido, pues no te quiero, te besé porque eras para mí una distracción y lo hubieses seguido siendo si esto no hubiese pasado, una distracción para un niño rico- Emily empezó a llorar ante las duras palabras de Mario, pero este no se detuvo, pues llamó la atención del monstruo: -¡Tifón, tú, Tifón, estoy aquí, ven a por mí!- el ser gigantesco se giró hacia él, y lo siguió a través del portal hacia Atenas.

En el hotel "La Rosa de Afrodita", el mosaico que había antes de entrar a la recepción, emitió un fuerte brillo dorado, antes de que Mario apareciese agarrado por Tifón, que se lo llevó volando. Mario estaba retenido de tal forma, que los brazos los tenía apretujados por la mano de Tifón. Tenía la moneda en la mano, y había descubierto, nada más cogerlo Tifón, como si fuese un mensaje guardado, que la única forma de detenerlo era tirándole la moneda a la boca. Sobrevolaron la Plaza Sintagma, donde se encontraba Achilles, con el medallón en alto, y Tifón, como absorbido por él, aterrizó allí, soltó a Mario, y, con un gesto de Achilles, el monstruo destruyó, con un simple soplo, las hojas de metal que impedían la entrada al parlamento, e igual hizo con la valla de metal. Los revolucionarios allí encerrados gritaron victoriosos, y fueron a abrir las puertas del parlamento, pero entonces, se revolvieron con gesto dolorosos, y Mario pudo comprobar cómo se les marcaba las venas, tanto que podía ver la sangre, los ojos se volvían negros, y la piel muy pálida. Achilles, primer ministro griego y jefe de los revolucionarios, soltó una risa diabólica, y se giró hacia Mario, pero este, había trepado por la tumba del Soldado Desconocido, que se había descolocado de tal manera ante la calor que Tifón había emitido, que ahora se encontraba a la altura de la boca del malévolo ser, y le tiró la moneda por la boca. De repente, Tifón fue absorbido por la moneda, y esta brilló con el color de los rayos, antes de guardarse sola en el bolsillo de Mario. Achilles compuso un rostro de desconcierto, pero al cabo de unos segundos, ya había retenido a Mario, y lo había metido con él en un coche que iba en dirección al hotel.

A Mario lo metieron en el despacho del director, donde se encontró a su hermana maniatada y amordazada. Le habían quitado la moneda para dársela a Achilles, que había subido a la azotea del hotel. Mario aprovechó que estaban solos en el despacho para soltar a su hermana, que, con lágrimas en los ojos, saltó sobre su hermano y lo abrazó: -Mario, Achilles es malo, muy malo, ha convertido a mamá, papá y al director del hotel en uno de esos hombres uniformados- Mario se asustó, y entonces, la puerta se abrió, para dejar paso a Adelfa, Aristo, Emily, y Giovanni, que, de alguna manera, habían dejado inconscientes a todos los hombres uniformados. Le explicaron que había ocurrido al juntar las cuatro monedas. A Mario se le ocurrió una idea, subió corriendo por el ascensor hasta la azotea del hotel, seguido sin darse cuenta por Francesca, después de pedirles las monedas a los demás y pedirle disculpas a Emily por lo que le había dicho en el Etna, y ella las aceptó, explicando que Giovanni le había dicho que Mario le había soltado eso porque le quería y no por otra cosa, exceptuando el hecho de que tampoco quería ponerla en peligro. Pensando en esto, y en unas palabras que Adelfa le había dicho hacía horas, junto con la profecía de la oráculo, llegó a la azotea del hotel, donde Achilles se encontraba con la moneda y el medallón en alto. Eran las siete menos cinco de la mañana, y el sol empezaba a salir. Sin dudarlo, Mario y Francesca saltaron encima de él.

Achilles se deshizo de ellos demasiado rápido, cogiendo a Francesca de su largo cabello, y mirando a Mario con una mano extendida: -Mario, únete a mí, juntos gobernaremos el mundo, podrás librarte de tus odiosos hermanos- Mario encontró de repente esa propuesta demasiado lógica, pero entonces, recordó que Giovanni había intentado ayudarlo, tanto en el Panteón como en el Templo de Poseidón, y que hace tan solo unos momentos, Francesca le había abrazado, por lo que levantó la mano y dijo: -No gracias- y tan rápido que ninguno de los dos lo notó, Francesca le metió una patada en la entrepierna a Achilles, y, sosteniendo algo entre las manos, bajó hacia el ascensor, lo más deprisa que pudo. Mario le quitó la moneda a Achilles, y, sin pensarlo, saltó con él por la azotea. El suelo se acercaba cada vez más rápido. Pero Achilles, riendo, dirigió su mano al bolsillo, pero no encontró el medallón, cosa que a Mario preocupó, pues era lo que les habría salvado la vida. Entonces, Francesca salió del hotel, seguida por sus compañeros, con el medallón en la mano, y, dirigiéndose al mosaico que tenía entrecruzado en grande las letras alfa y omega. Francesca colocó el medallón en el hueco del mosaico, y, justo cuando iban a estrellarse contra el suelo, del mosaico salió un haz de luz que los sostuvo en el aire. Mientras el suelo empezaba a temblar, Achilles empezó a soltar un humo negro por su boca. Las cinco monedas salieron volando hacia ese humo negro. Y empezaron a girar cada vez más rápido, hasta que se destruyeron y la mera energía que había en estas fue lo que se quedó flotando ante el ente maligno, que empezó a desintegrarse, hasta desaparecer con una honda expansiva que los tumbó a todos al suelo. No se enteraron hasta el mediodía de todo lo que había pasado.

Mario encendió la televisión, sus padres se habían agotado después de volver a la normalidad, al igual que el resto de personas que habían sido transformadas por el ente maligno que había poseído a Achilles, por lo que estaban dormidos profundamente en su habitación. Giovanni, Aristo, Adelfa, Emily y Francesca se sentaron con él para ver lo que el presentador estaba diciendo: -Al parecer, esta mañana, ha ocurrido un hecho asombroso en todas las orillas pertenecientes a la Antigua Grecia, estas se han iluminado antes de que de debajo de la tierra saliesen unas ruinas en perfecto estado, que, no siendo suficiente, tenían miles de monedas de oro, que el primer ministro, Achilles, ha reclamado para poder ayudar a Grecia a salir de su período de pobreza, y la Unión Europea, no sin oponer resistencia, ha aceptado, esto convierte a Grecia en el país de Europa más rico desde....- ninguno de los allí presentes escuchaba ya las noticias, pues habían descubierto lo que significaban las palabras de la profecía. La búsqueda de la llave encontrada se refería al medallón con el que el ente se había hecho, la mano inocente que abrió la puerta, fue Francesca,que, colocando el medallón en el mosaico, había sacado a la luz el misterio que la ciudad encontraba, que era lo que quería el ente, y lo que tantas guerras había ocasionado, y, evidentemente, todo había sido devuelto a quien pertenecía, pues ahora que Grecia tenía el oro, podía salir de la pobreza. Mario miró a Emmily y sonrió, mientras se acercaba a ella y la besaba.

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