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Capítulo cuatro

Se había pasado todo el día encerrado en su casa frente a la pantalla del ordenador. A diferencia de otras veces, en las que se pasaba horas jugando al League Of Legends, esta vez frente a él solo se encontraban diferentes páginas webs de universidades en Seúl. Ninguna tenía que ver con la otra, pero Felix no se cerraba ninguna opción. Después de todo, podría acceder a la que quisiera sin contratiempos.

Fuera de lo que sus padres opinaban acerca de la decisión que tomó respecto a sus estudios, su año sabático había sido útil de algún modo. Pero ya era hora de que tomara esa decisión que debió haber tomado a sus dieciocho. El problema se encontraba ahí, no era capaz de tomar una decisión porque no sabía qué era lo que quería para su futuro. Ninguna carrera parecía agradarle lo suficiente como para estudiar alguna de ellas por años. No se veía en ninguno de esos oficios, pero aunque no quería trabajar de algo que no le gustara, a ese paso se vería obligado a estudiar cualquier cosa con tal de ganarse el pan. Necesitaba encontrar qué quería hacer en la vida.

—A la mierda, desisto.

El turno de Felix en el restaurante de ramen empezaba a las ocho de la noche y, dependiendo del día, finalizaba antes o después. Le gustaba ese trabajo, no tanto como para querer dedicarse a ello, pero le resultaba entretenido ahora que no tenía nada que hacer, por no hablar de que se ganaba un dinerillo. Felix solía ser una persona impuntual. No sabía organizarse el tiempo y muchas veces era regañado por su jefe por ello. Pero había otras pocas veces en las que Felix llegaba mucho antes y ayudaba a Takeshi, el dueño del restaurante, a preparar la comida. Y hoy era uno de esos días en los que Felix terminaba apareciendo allí horas antes.

Takeshi conocía a Felix desde hacía años, antes de que empezara a trabajar allí, el chico era uno de sus clientes más frecuentes. Siempre iba solo a comer, pero mostraba ser de lo más sociable. La dinámica de ese dúo era peculiar. Un viejo cascarrabias junto a una cotorra andante. Discutían cada dos por tres, pero a su manera, se apreciaban mutuamente.

—¡Viejo, ya he llegado!

Ante el ronco grito de Felix, Takeshi salió de la cocina para hacer acto de presencia en la sala, luciendo una expresión de molestia como de costumbre.

—¿¡Cuántas veces tengo que decirte que no me llames así, niñato insolente!? ¡Los jóvenes de hoy en día ya no sabéis respetar a los mayores! —sin cuidado, le lanzó uno de los delantales al menor, volviendo a entrar a la cocina.

La rutina era la misma de siempre, por lo que no era necesario que Takeshi le indicara a Felix qué debía hacer. Se puso la prenda a toda mecha, siguiendo al señor con su usual energía. Felix era el pinche del hombre, así que siguió al pie cada indicación y, tras unos segundos en silencio, sacó algún tema de conversación.

—Ayer le dije a un amigo que le invitaría a un ramen de aquí, pero no estoy seguro de que vaya a venir. Ayer fue su cumpleaños.

A diferencia de la naturalidad con la que Felix hizo el comentario, la reacción de Takeshi fue una de completa sorpresa. Paró cualquier movimiento de forma casi automática, girándose a ver al chavalín a su lado. En los seis años que llevaba conociendo a Felix, el chico jamás había llevado a ningún amigo allí. Dudaba siquiera que tuviera amigos, nunca había dado indicios de lo contrario. Tal vez ese era uno de los motivos por los que aquel hombre simpatizaba con el chico. Felix había logrado opacar una parte de ese sentimiento de soledad, pero eso era algo que jamás confesaría. Detrás de esa apariencia tacaña, el chico le importaba, y se alegraba de ver que no parecía estar tan solo como él. Ya era viejo, no sabía con certeza cuánto tiempo le quedaba, pero Felix era joven y tenía una vida por delante que deseaba que el muchacho disfrutara. Así pues, con su ceño fruncido como de costumbre, secó sus palmas en su viejo delantal antes de extenderle una cantidad de dinero suficiente para comprar algunos globos y un par de guirnaldas.

—¿Y qué haces todavía aquí, zopenco? Ve y compra algo de decoración. ¡No hagas que me arrepienta!

Felix sonrió, aceptando el dinero del anciano. Ese señor era prácticamente como su abuelo, y aunque sus palabras pudieran parecer desagradables, las acciones de Takeshi mostraban la bondad que había en su corazón.

Para cuando el invitado hizo acto de presencia en el pequeño restaurante, Felix y Takeshi ya tenían todo listo. Solo por hoy, se tomaron la libertad de cerrar el restaurante para los clientes. Sería una pérdida de dinero, pero por un día la economía de Takeshi no se vería afectada. Sin embargo, la felicidad de su empleado sí. Takeshi no sabía exactamente por qué, pero algo en su cabeza ochentera le aseguraba que este podría ser el inicio de algo muy bueno.

Felix dejó de lado el último globo por hinchar al ver a Jeongin en la puerta, yendo de inmediato a recibir a su invitado: —¡Sabía que vendrías! Ven, ven, te presentaré al viejo.

—¡Ten más respeto con tus mayores, mocoso descarado!

Proveniente de la cocina, Takeshi apareció en el salón con dos boles de ramen, dejándolo en la misma mesa en la que había dejado el primero de los ramens. Las guirnaldas decoraban esa zona, sin llegar a estar por todo el comedor. Los globos, por otra parte, se encontraban repartidos tanto por las paredes como por el suelo. Y tal como Felix mencionó la noche anterior, de un pequeño altavoz portátil se podía escuchar una música animada y actual. 

—Lo que sea. Este es Takeshi. Viejo, él es Jeongin.

Tras una breve presentación entre los mismos mencionados, los tres presentes tomaron asiento en la mesa de madera, iniciando así la pequeña fiesta que Felix organizó. Para Jeongin, ver al dueño y al empleado discutiendo por la más mínima tontería le resultó divertido. Lucían como abuelo y nieto, tal vez lo eran y él no lo sabía. Fuera como fuera, resultaba lindo de cierta forma. Sin duda alguna, Felix cumpliría con su promesa. La velada iba a ser muy entretenida.


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