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— ¡Están con Rayo! — Gritó Mateo, desde el otro lado del establo.
Robert se separó de ella rápidamente, mordiéndose el labio, liberado su cintura, y dejó escapar un suspiro de derrota. Había tenido sus labios tan cerca que casi había podido saborearlos. Abril agachó la cabeza, con las mejillas tan encendidas como las brasas. Habían estado a tan solo unos centímetros de ese primer beso que sintió sus piernas aflojarse.
— ¡Dice Alejandro que os dejéis de besuqueos y que vayáis ya! — se burló haciendo que Abril se sintiera aún más avergonzada. — ¡las hamburguesas ya están listas!
— ¡Cállate enano! — exclamó Robert. — ¡Nadie se está besuqueando!
Si llegaran a enterarse de que estaba a punto de besarla, estaría en un buen lío. Su padre le echaría una buena bronca por haberlo dejado en evidencia y no quería ni pensar lo que diría su madre. Por suerte todos sabían cómo era ese crio, y aunque les hubiera visto besarse, nadie le creería.
Aprovechando su distracción, le arrancó el fusil de agua de entre las manos y le amenazó apuntándole directamente al pecho
— ¡Arriba las manos o disparo!
Mateo cumplió su papel, subiendo los brazos como un detenido, y caminó hasta la mesa.
— Siéntate ahí y no te muevas. — dijo sin dejar de apuntarlo y Hugo fue rápidamente en su ayuda, antes de que el crío apoyara su trasero y disparó a Robert, dejando su camiseta empapada.
— ¡Dejarlo ya chicos! Vamos a comer. Luego os matáis si queréis.— Pidió Martín requisándolas.
Robert se quitó la camiseta mojada, dejando al descubierto sus marcadas abdominales, intimidando a la chica. Alejandro le echó una mirada fulminante y el chico se dirigió a su cuarto a por algo seco que ponerse y tomó después asiento entre Bruno y Abril.
La pelirroja estaba sentada muy erguida. Sintiéndose intimidada por la cercanía de Robert y como todos hacían algo excepto ella. El Sr. Salcedo preparaba salchichas en la barbacoa con ayuda del otro hombre, mientras su madre, hablaba de moda con la mujer de esteLos dos niños comían hamburguesas como si se acabara el mundo; y Robert y Bruno cuchicheaban algo y se reían por lo que ella temió, que fuera de ella.
— ¡Podías haber avisado de que venía Mateo! — reclamó Robert en un susurro a su amigo, esbozando una pícara sonrisa. — Un segundo más tarde y…
— Te llamé, pero te dejaste el móvil encima de la mesa. ¿Que querías que hiciera?
Bruno la miró. Parecía una muñeca de porcelana, tan rígida, con esa larga trenza roja cayendo de lado, los ojos verdes y con esa cara de no haber roto un plato. La discreción a la hora de mirar a las chicas, nunca había sido su punto fuerte, por lo que ella fue consciente de su descaro y se puso colorada de nuevo y apartó la vista rápidamente, volteando la cabeza para otro lado.
— ¿Os estabais enrollado? — preguntó volviendo la vista a Robert.
— No, pero tú ni la mires, que te conozco.
— ¿Que no la mire? ¡No tiene nada que yo quiera mirar! — dijo para tranquilizarle. — Reconozco que es guapilla, pero tronco, ¡está plana!
— ¡Siempre pensando en lo mismo!
— ¿Y qué más hay?
Abril permaneció con la mirada perdida, hasta que la mesa se llenó de carnes y verduras a la brasa, ensalada, agua, refrescos y vino. Miró a los demás. Mateo y Hugo hablaban de algún vídeo tonto que habían visto en YouTube, mientras el resto hablaban de economía y política.
Abril se encontraba entre dos mundos sin pertenecer a ninguno. Demasiado mayor para hablar con los pequeños, demasiado ignorante para hablar con los adultos. Y volvió a bajar la mirada a la falda, sin percatarse de que Robert no dejaba de mirarla.
"Cinco minutos, solo cinco minutos a solas, para conseguir una cita o su número de teléfono." Se repetía él.
— ¿No te gusta la comida? — Preguntó acercándose lo suficiente a ella, para que nadie más lo oyera — No has comido nada.
Estaba todo delicioso, pero Abril temía quedar como una hambrienta sin modales si comía demasiado,
— Si, está todo muy rico. — respondió pinchando un trozo de berenjena, dedicándole una sonrisa volvió a bajar la mirada.
Robert conocía esa expresión. Era la misma que había visto la misma noche que la conoció, cuando solo contestaba con monosílabos y no era capaz de mirarle a la cara. Tenía que inventar algo urgente, para que volviera a sentirse cómoda. Pero al terminar de comer, la sobremesa se alargó, los niños volvieron a cargar las armas y el no encontró la manera de abandonar esa aburrida conversación.
— ¡Jod...! – gritó cuando los chavales le empaparon la espalda de nuevo por sorpresa.
— ¡Eso por amenazarme antes! — exclamó el Mateo antes de salir corriendo en dirección a la piscina para volver a rellenar las armas. Hacia calor y refrescarse era en verdad un alivio. Se levantó de la mesa, e hizo amago de salir corriendo detrás de ellos.
— Necesitaré refuerzos. — dijo mirando directo a Abril para que le siguiera.
Abril se puso en pie, y le siguió, aunque no sabía que podía hacer ella.
— ¿Sigues guardándolas en la caseta? — preguntó Bruno levantándose detrás de ellos.
Entraron en la caseta, y Robert abrió uno de los armarios donde guardaban colchonetas, toallas y por supuesto, pistolas de agua.
Salieron de allí y corrieron detrás de los chicos, cuando Bruno la empujó a la piscina " accidentalmente".
Ambos se rieron cuando cayó al agua, y la vieron mover torpemente los brazos intentando salir. " ¿acaso no sabía nadar?" Robert la ayudó a subir, aún riéndose, pero dejó de hacerlo en cuanto al fin salió de la piscina. Estaba empapada, sus rizos ahora estaban pegados sobre la cara, y el vestido transparentando pegado a su cuerpo. Ella sonrió avergonzada, casi con ganas de llorar. Había sido solo una broma, no podía enfadarse, pero se sentía desnuda y no era capaz de ocultar su cuerpo con sus brazos.
— ¡Bruno! eso no ha tenido ninguna gracia. — grito molesto Robert yendo a por una toalla.
— Ha sido un accidente. Súbela a tu cuarto y dale algo de ropa seca. Y no me agradezcas por ser tan torpe.
Robert le miró de soslayo. Bruno no era de esas personas que actuaban por instinto, y mucho menos torpe. Todo lo que hacía, aunque pareciera estúpido estaba calculado y tenia un por qué o un para qué. Y lo de tirar a las chicas a la piscina era algo que solía hacer, aunque normalmente era para su propio beneficio.
— Había otras formas ¿no crees?
— Si, pero no tan rápidas ni tan divertidas.
Robert le puso la toalla sobre los hombros y la hizo pasar adentro de la casa, antes de que la viera nadie, y se sintiera aún peor. Abril se quedó parada nada más cruzar la puerta. La entrada era de un blanco impoluto. Con brillantes suelos de mármol que se extendían más allá de su vista.
Se secó bien la suela de las sandalias antes de entrar, la idea de dejarlo todo manchado de barro la horrorizaba. Y después siguió rápidamente a Robert, que subía de dos en dos los escalones hacia la planta de arriba, dividida por un enorme pasillo, varias puertas a los lados. Abrió la primera de ellas y paso a su interior, haciéndose a un lado para que ella entrara.
Ella dio vueltas sobre sus talones, posiblemente ese dormitorio era más grande incluso que su salón, Se quedó callada, nunca había estado en el dormitorio de un chico, y dudaba que los dormitorios de los chicos de su clase, se parecieran lo más mínimo a ese.
Robert abrió el vestidor y automáticamente las luces del interior se encendieron. Obviamente él no tenía ropa de chica que dejarla, pero seguramente cualquiera de sus camisetas la sirviera de vestido. Examinó el montón de camisetas hasta que encontró la que buscaba.
— Creo que ésta te iría genial. — dijo entregándola una camiseta azul del Lago Ness.
Ella la miró sonriendo, abrazada a la toalla. Tenía razón, posiblemente no podría haber mejor camiseta en su armario para ella, que una de Nessie.
— Puedes cambiarte en el baño — dijo saliendo del vestidor y abriendo la puerta de este.
"¿Tiene baño solo para él?" Entró dentro, cerró la puerta e inspeccionó el interior. Tenía ducha con hidromasaje, un precioso lavabo de cristal, y unos estantes repletos de toallas bordadas, botes de colonia, y espuma de afeitar. Se quitó la toalla que la cubría y el vestido mojado. Aun tenía la ropa interior mojada, pero al menos tendría algo seco encima que no se la pegara a la piel. Se puso la camiseta y sintió un agradable tacto. Se miró al espejo, y como sospechaba, era lo suficientemente grande como para cubrir la mitad de sus muslos. Arreglo como pudo el pelo, cogió el vestido entre las manos y la toalla, y salió.
Robert estaba sentado en uno de los sillones orejeros al lado de la ventana esperando y cuando la vio aparecer se puso en pie. No podía creer que aquella camiseta la quedara tan bien.
Abril se encogió de hombros y dio una vuelta sobre si misma esperando el veredicto.
Robert la devolvió la sonrisa, no necesitó decir más. Cogió el vestido, lo puso en una percha y lo dejo secando al sol. Cogió después la toalla y se la echo al hombro, para bajarla de nuevo a la piscina. Era posible, que volvieran a necesitarla.
— ¿Cuántas habitaciones tiene esta casa? — preguntó curiosa al ver tantas puertas.
— ¿Dormitorios? Tres.
— ¿Una casa tan grande y solo tres dormitorios? — Abril estaba confundida. La casa parecía ser enorme, gigantesca. Si solo tenía tres dormitorios... O eran más grandes aún que esté o...
— ¿Y para que queremos más? Solo somos mi padre y yo. Y si vienen invitados, duermen en la casa de la piscina. ¡Ven!
Volvieron al pasillo y la explico que eran cada una de las habitaciones.
— El del fondo es el dormitorio de mi padre. Ahí está la biblioteca, una sala de cine... — Ella le miró con asombro " ¿Un cine? ¿La estaba vacilando ". — Solo es una tele grande con dos sofás. — dijo él riéndose, acercándose a la puerta para que viera su interior.
— Si, solo una tele con dos sofás. — repitió ella con sarcasmo al ver esa televisión de tamaño descomunal.
Cerro la puerta y paso frente a la siguiente habitación.
— Eso es mi estudio, y está...— dijo abriendo la habitación contigua a la suya — es mi habitación de juegos. Obviamente ya no entro demasiado — admitió ruborizándose un poco.
La habitación estaba llena de juguetes, coches y figuritas de superhéroes, perfectamente ordenados en gran estantería de madera lacada en azul, que cubría toda una pared. Y una alfombra de carreteras que cubría casi todo el suelo. Y en el otro extremo, una mesita con otra estantería llena de cuadernos para colorear, pinturas y cuentos.
— Creo que debería hacer una buena limpieza este verano, pero tirar cosas siempre me dio pereza. — se excusó. —La idea de mi padre cuando la construyó, era que fueran dormitorios pero... ¿Para que tantos?
— Así que … ¿tienes tres habitaciones solo para ti...? Voy a tener que poner una queja a mi madre. No es justo que yo solo tenga una.— Dijo riendo.
— Si te hace ilusión, puedes venir a jugar con mis juguetes siempre que quieras. — bromeó haciéndola sentir una niña. Pero invitarla a su dormitorio, estaba fuera de lugar aunque eso fuera lo que de verdad le apeteciera.
— ¿Tu casa de Escocia es igual?
— ¡No! Allí solo tengo una habitación, no creo que sea más grande de lo que pueda ser la de cualquiera. Con un armario, un escritorio una estantería y una cama.
— ¿Podemos vernos otro día? — soltó de golpe dándose cuenta que posiblemente no tendría más oportunidades de estar a solas ese día.
Quería volver a verla pronto, y tener de intermediarios a sus padres, no era algo que le apeteciera, aun menos si los tenía de carabina.
Ella le miró directamente, sin saber que responderle. Le miró a los ojos, se habían oscurecido tal café. Tardó unos segundos en contestar, que parecieron eternos para Robert. " ¿Me está proponiendo una cita? O solo son imaginaciones mías". Robert pareció leer su mente y se lo confirmó.
— Quiero decir... Tu y yo solo.
Abril sonrió colorada y nerviosa. Quería gritarle que !si! Pero se quedó callada unos segundos más que volvieron ha hacerse eternos. Se agarró las manos con fuerza, haciendo presión sobre sus dedos hasta ponerlos colorados, soltando toda la energía que había crecido de pronto en su interior.
— Claro. Seria genial. — contestó tímidamente.
Entró en el cuarto, cogió un trozo de papel y un lápiz, y anotó su nombre y su teléfono con unos bonitos trazos. Y se lo entregó sin decir más.
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