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El despacho del Sr. Salcedo se encontraba al final del pasillo en la doceava planta, de una de las áreas financieras más importantes de Madrid. Rodeado de comercios, hoteles y restaurantes. Era grande, luminoso y desde el ventanal se podía observar gran parte de la ciudad. Pero también era sobrio y frío, como una desapacible mañana de invierno. Lo único que le daba color a esas cuatro paredes era una pequeña maceta blanca, con un bonsai, que la propia Sofía le había regalado.
El siempre había preferido trabajar desde casa, en el despacho que había habilitado en la planta baja. Rodeado de todas sus cosas, y con todo a su alcance. Y sólo iba a ese frío edificio cuando había reuniones o alguna razón de peso que le llevara a ello, pero últimamente encontraba demasiadas razones para ir. Y esa razón parecía tener nombre y apellidos.
— ¿Que tal Abril? Se lo pasaron bien ¿Verdad? — comentó Alejandro haciendo una pausa para tomar café.
Se puso en pie, dirigiéndose a la mesita supletoria donde estaba la cafetera. Tomó dos tazas y sirvió en ella el café.
— Demasiado bien. Diría yo. Estoy temiendo que me pida a mi un caballo.— Respondió Sofía, colocandose la falda. Aunque lo que en verdad temía es que se hiciera ilusiones con volver pronto. — Te agradezco mucho que le invitarás a montar a caballo. Hacia tiempo que no la veía tan contenta. — confesó desde el asiento frente a la mesa de Alejandro, cogiendo la taza que Alejandro le ofreció.
— A mi no tienes nada que agradecerme, no tuve nada que ver. Ni siquiera sabía que le había prometido montar, hasta que me pidió que te llamara. — contestó él acomodándose de nuevo en el sillón.
Sofía sonrió — Pues me alegro de que lo hiciera. A Abril le encanta todo lo que tenga que ver con el campo, los animales... pero es que después de lo de Enrique...
— Sofía, eh... se qué amabas a Enrique, pero... que han pasado ¿Cuatro años?
— Cinco. — Apuntó ella sabiendo que eran demasiados.
— Mejor me lo pones. ¿Cuando fue la última vez que saliste y te divertiste?
— No tanto. Hace poco tuvimos la cena. ¿No?
Alejandro soltó una carcajada y bajo la mirada a la humeante taza.
— Si, estuvo bien. Pero no dejó de ser trabajo. Así que no cuenta.
— Pues entonces... — Sofía sonrió avergonzada. — hace unas semanas iba a ir al cine con Abril, pero me dejó tirada para ir con sus amigas... así que ... supongo que demasiado.
— A eso me refiero. Haces planes con tu hija, que está muy bien pero ... Estoy seguro que desde que murió Enrique, ni siquiera te has permitido salir a bailar, o a tomar algo, sin ella.
— No... no he tenido tiempo. Tengo un jefe y una niña que me exigen demasiado. — bromeó
— Si. Te diría que tú jefe es un cabrón que te tiene esclavizada. Pero no soy tu jefe. — dijo admitiendo que los últimos meses habían sido realmente intensos. — pero a mí no me uses de excusa y tu hija ya es mayorcita y no te necesita a ti para ir a ningún lado. Ella está en edad de salir con amigas y con chicos. Creo que ya es momento de que pienses en ti y salgas mas.
— Si... justo eso me dijo ella. Que debería salir, conocer gente y rehacer mi vida ¿puedes creerlo? A su edad todo se ve tan fácil ... Con tal de que no la controle…
— Y tiene razón. Eres una mujer joven y si me lo permites ... te diré que muy atractiva. Quiero decir, no deberías guardarle luto toda la vida. Abril no va a estar contigo siempre.
— Ya... y que propones, ¿que me apunte a una de esas páginas de citas de internet? Por eso no va conmigo. — se rio. — ni siquiera sabría que hacer en una cita con un desconocido.
— No, eso está claro que no funcionaría contigo. Con lo meticulosa que eres, seguro que empezarías a sacarles el mas mínimo defecto. Me hubiera gustado conocer a Enrique, debió ser un hombre excepcional.
Alejandro le dio un sorbo al café, y la observó a la espera de su respuesta.
— Si. En cierto modo lo era. Era un auténtico desastre. Desordenado y despistado. Nunca sabía dónde dejaba nada y ... no hacía más que traerme animales sucios y heridos a casa. Pero me hacía sentir viva.
La mirada de Sofía se volvió vidriosa y su sonrisa melancólica.
— Vaya... créeme, me das cierta envidia. La madre de Rob y yo... Olivia es estupenda. Guapa, inteligente, divertida y una madre estupenda ... intentamos arreglarlo mil veces, pero cuando no hay chispa no hay nada que hacer. Al final ambos buscábamos escusas para no vernos. Cómo imanes que se repelen.
Sofía mostró una sonrisa coincidiendo con ese pensamiento. — No. Las cosas no pueden forzarse. Eso está claro. No se puede obligar a nadie a sentir ni a dejar de hacerlo.
— Pues no, pero encerrada en casa tampoco va a surgir un "imán" que te atraiga. Y lo que es peor, cuanto más intentes retener a tu hija a tu lado, más difícil será. Y al final te tendrás que conformar con ver telenovelas, y hacer jerséis a un gato arisco que no querrá ponérselo y llenando la casa de tapetes, como en los 70. Y lo peor, es que te dedicaras a regalarlos. Y yo te aviso, no pienso poner ninguno en el despacho y mucho menos en mi casa.
Sofía puso una mueca de horror ante esa imagen tan desoladora. — ¿Sabes? Trabajar contigo es odioso, pero como consejero eres aún peor. —dijo riendo.
— Porque sabes que tengo razón.
Sofía no pudo más que asentir. — Pero lo peor de todo es que no se hacer tapetes. Así que, como el gato no se querría poner mis jerséis, te los hare a ti. — declaró muerta de la risa.
— ¡No! Eso ni lo sueñes. Ya se me ocurrirá algún trabajo que darte, para que no tengas demasiado tiempo libre.
— ¿Más? Ok. Vosotros ganáis. La dejaré más libertad y yo... saldré, y... Pero hoy no. Hay mucho trabajo que hacer.
Dejó la taza vacía sobre la bandeja y regreso de nuevo a las carpetas, mientras que Alejandro la miraba, sin poder apartar la vista de ella.
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